el imperio romano y el cristianismo

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Unidad 2: La Herencia Clásica
Contenido: El Estado romano como modelo político y administrativo
Fuente: http://es.geocities.com/mundo_medieval/ , http://www.catacombe.roma.it/es/lettere.html
http://www.geocities.com/milan313/MEDWEB.HTML
FUENTES
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10.
11.
Edicto de Milán.
Edicto de Tesalónica, 28 de febrero del 380:
Símaco: en defensa del paganismo
El Edicto de Tesalónica: el triunfo de la ortodoxia
La conversión de Constantino según un pagano
Roma, principios del año 250.
Cartago, principios del año 250.
Cartago, otoño del año 253.
Cipriano anuncia la muerte del Papa Sixto II
Cartago, 14 de septiembre del año 258.
De los "Libros a Autólico" (de San Teófilo de Antioquía, II siglo)
1. Edicto de Milán (313):
"Yo, Constantino Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán
para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al bienestar público, hemos creído
nuestro deber tratar junto con los restantes asuntos que veíamos merecían nuestra primera atención
el respeto de la divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás, facultad
de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que toda clase de divinidad que
habite la morada celeste nos sea propicia a nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad.
Así pues, hemos tomado esta saludable y rectísima determinación de que a nadie le sea negada la
facultad de seguir libremente la religión que ha escogido para su espíritu, sea la cristiana o cualquier
otra que crea más conveniente, a fin de que la suprema divinidad, a cuya religión rendimos este
libre homenaje, nos preste su acostumbrado favor y benevolencia. Para lo cual es conveniente que
tu excelencia sepa que hemos decidido anular completamente las disposiciones que te han sido
enviadas anteriormente respecto al nombre de los cristianos, ya que nos parecían hostiles y poco
propias de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a todos los que quieran observar la
religión cristiana, hacerlo libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y
molestia. Así pues, hemos creído nuestro deber dar a conocer claramente estas decisiones a tu
solicitud para que sepas que hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de practicar su
religión. Y al mismo tiempo que les hemos concedido esto, tu excelencia entenderá que también a
los otros ciudadanos les ha sido concedida la facultad de observar libre y abiertamente la religión
que hayan escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos ha impulsado a obrar así el
deseo de no aparecer como responsables de mermar en nada ninguna clase de culto ni de religión. Y
además, por lo que se refiere a los cristianos, hemos decidido que les sean devueltos los locales en
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donde antes solían reunirse y acerca de lo cual te fueron anteriormente enviadas instrucciones
concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco o hayan sido comprados por particulares, y que los
cristianos no tengan que pagar por ello ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que
hayan recibido estos locales como donación deben devolverlos también inmediatamente a los
cristianos, y si los que los han comprado o los recibieron como donación reclaman alguna
indemnización de nuestra benevolencia, que se dirijan al vicario para que en nombre de nuestra
clemencia decida acerca de ello. Todos estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e
inmediatamente sin ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los
cristianos poseían no solamente los locales donde se reunían habitualmente, sino también otros
pertenecientes a su comunidad, y no posesión de simples particulares, ordenamos que como queda
dicho arriba, sin ninguna clase de equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a
sus iglesias, manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba (...). De este
modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan importantes ocasiones nos ha
estado presente, continuará a nuestro lado constantemente, para éxito de nuestras empresas y para
prosperidad del bien público.
Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a conocimiento de todos,
convendrá que tú la promulgues y la expongas por todas partes para que todos la conozcan y nadie
pueda ignorar las decisiones de nuestra benevolencia".
LACTANCIO, "De mortibus persecutorum" (c.318-321). Recoge M. Artola "Textos fundamentales
para la Historia", Madrid, 1968, p. 21-22.
2. Edicto de Tesalónica, 28 de febrero del 380:
Todos nuestros pueblos (...) deben adherirse a la fe trasmitida a los romanos por el apóstol
Pedro, la que profesan el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría (...), o sea, reconocer,
de acuerdo con la enseñanza apostólica y la doctrina evangélica, la Divinidad una y la Santa
Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Únicamente los que observan esta ley tienen derecho
al título de cristianos católicos. En cuanto a los otros, estos insensatos extravagantes, son heréticos y
fulminados por la infamia, sus lugares de reunión no tienen derecho a llevar el nombre de iglesias,
serán sometidos a la venganza de Dios y después a la nuestra (...)
"Código Teodosiano", 16, I, 2. Recogido por M.A. LADERO, "Historia Universal de la Edad
Media", Barcelona, 1987, p. 55.
3. Símaco: en defensa del paganismo
«Cuando vuestro numerosísimo Senado vio dominado el vicio por las leyes, y que la gloria
de los últimos años había recibido de buenos príncipes nuevo lustre, siguiendo el impulso de un
siglo tan afortunado y dando libre expansión al dolor comprimido durante tanto tiempo, me confió
por segunda vez el encargo de hacerme intérprete de sus quejas. Hace poco que los perversos
[1]consiguieron que nos fuese negada una audiencia del divino príncipe, sabiendo que se nos
administraría justicia.
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Mi misión es doble: en condición de prefecto vuestro, defiendo los intereses públicos; en
condición de enviado, vengo a sostener el voto de los ciudadanos. No debe esto causaros maravilla,
porque desde hace mucho tiempo han dejado de creer vuestros súbditos que el apoyo de los
cortesanos pueda servirles para salir airosos en sus cuestiones. El amor, el respeto, la adhesión de
los pueblos valen mucho más que el poder. ¿Quién querría tolerar luchas privadas en el sendo de la
república? Con razón castiga el Senado a todo el que se atreve a anteponer su autoridad a la gloria
del príncipe; nosotros buscamos solícitos vuestra clemencia, pero ¿se nos podrá culpar de que
defendamos las instituciones de nuestros abuelos, los derechos y el porvenir de la Patria, con el
mismo calor que defendemos la gloria de nuestro siglo, que será mucho mayor, si no se permite
nada que se oponga a los usos de nuestros padres?
Nosotros reclamamos la observancia a la religión que por tanto tiempo ha servido de sostén
a la república. Dos príncipes siguieron a un tiempo las dos religiones y los dos partidos [2]; el que
vino después honró los ritos nacionales [3]; su sucesor no hizo nada contra ellos. Si ya no sirve de
ejemplo la religión de los antiguos príncipes, sirve de prudencia de los últimos.
¿Quién habrá tan inclinado a los bárbaros que no pida el restablecimiento del altar de la
Victoria? Indiferentes respecto de lo futuro, desoímos los pronósticos de la desventura: pero ya que
no atendemos a la divinidad, respetemos a lo menos su nombre. Vuestra Eternidad debe mucho a la
Victoria; y le deberá más todavía. Sólo el que no ha probado sus favores, ha sido capaz de mirar con
desdén su poder; pero no lo deseará nuestro patriotismo, pues los repetidos triunfos os enseñan a
apreciarlo.
Todos los hombres han tributado siempre adoración y respeto a esta divinidad, por lo
mismo que importa mucho tenerla propicia. Si no se quiere respetar de modo alguno a la Victoria,
déjese a lo menos a la curia su ornamento. Permitid, os lo suplico, que podamos trasmitir a nuestros
hijos la religión que recibimos de nuestros padres cuando éramos jóvenes. Es una cosa grande
venerar los usos antiguos.
Felizmente duró poco lo que hizo el divino Constancio; guardaos de imitar lo que fue
anulado después de un brevísmo transcurso de tiempo. Nuestros esfuerzos se dirigen a que sean
eternas vuestra gloria y vuestra divinidad, a fin de que el siglo futuro no halle nada a corregir en lo
que hayáis hecho. ¿A quién pondremos por testigo del juramento de obedecer vuestras leyes y de
cumplir con lo que nos ordenáis?
¿Qué temor religioso retendrá al hombre perverso a quién nada le cuesta quebrantar su fe?
Dios está en todas partes, y al perjuro no le queda ningún abrigo; pero para evitar el delito es
necesaria la religión.
Este altar es depositario de la concordia pública; él recibe la fe de los ciudadanos; y nuestras
decisiones no han tenido nunca tanta autoridad como cuando todo el cuerpo ha jurado ante él. Los
perjuros serán castigados por los ilustres príncipes, cuya inviolabilidad descansa en un juramento
público; pero entre tanto se pretende abrirle un asilo sacrílego. Lo mismo, dícese, practicó el divino
Constantino. En todo lo demás imitamos la conducta de este príncipe, el cual no obrara así, si otros
antes que él no abandonaran el recto camino. Las faltas cometidas por los predecesores, deben de
servir de escuela a los que les suceden, y la reprobación de un ejemplo anterior enseña a seguir una
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senda más acertada. El destino permitió que un predecesor de vuestra clemencia no pudiese evitar
ser injusto en materia aún nueva; pero semejante excusa no nos valdría a nosotros, si imitásemos un
ejemplo réprobo por nuestras conciencias.
Busque, pues, Vuestra Eternidad en la vida de aquel príncipe otros ejemplos más dignos de
seguirse; él no despojó a las vírgenes sagradas de ningún privilegio [4]; concedió el sacerdocio a los
nobles; no negó a los romanos el dinero necesario para celebrar sus ceremonias religiosas; visitó
todos los puntos de la ciudad eterna, acompañándole el Senado, en extremo complacido con esto;
examinó atentamente los templos; leyó los nombres de los dioses escritos en los frontispicios; quiso
saber el origen de aquellos edificios; alabó la piedad de sus fundadores, y aunque de distinta
religión, los conservó el imperio, dejando a cada cual sus ritos y costumbres.
El espíritu divino dio a cada ciudad dioses custodios; y así como todo hombre al nacer
recibe su alma, todo pueblo cuenta sus genios tutelares. Esto precisamente era útil; y la utilidad liga
los dioses al hombre. Pues que la causa primera está velada de tinieblas, ¿de qué otra cosa podrá
deducirse el conocimiento de los dioses sino de la tradición y de los anales históricos? Si la
autoridad de la religión se funda en el transcurso de largos años, conservemos la fe de tantos siglos,
sigamos el ejemplo de nuestros padres, que tan ventajosamente siguieron el que les dejaron los
suyos.
Paréceme ver a Roma ante vosotros y oírla dirigiros estas palabras: "Excelentísimos
príncipes, padres de la patria, respetad mi senectud, de que soy deudora de una religión sabia;
respetadla para que me sea dado seguir profesando mi culto, y no tendréis que arrepentiros de ello.
Dejadme vivir según mis deseos, pues que soy libre. Este culto ha sometido al mundo a mis leyes;
estos misterios han rechazado a Aníbal de mis muros... ¿Y qué? ¿Mudaré en mis viejos años lo que
me ha salvado hasta aquí? ¿Me pondré a examinar ahora lo que conviene establecer? La reforma de
la ancianidad es tardía e insultante."
Pedimos paz para los dioses de la patria, para los dioses indígenas. Deben considerarse
comunes a toda la sociedad las cosas que todos honran y respetan. Todos recibimos la luz de los
mismos astros, a todos nos rodea el mismo cielo, a todos el mismo mundo. ¿Qué importa la senda
que cada uno siga para acercarse a la verdad? No se llega por un sólo camino a la solución de este
gran misterio. Ocúpense los ociosos de discutir sobre tales cosas; nosotros no tratamos ahora de
promover disputas, nos ceñimos a suplicaros.
¿Qué beneficio reportó a vuestro sagrado tesoro de la revocación de los privilegios de la
vírgenes Vestales? Lo que concedieron príncipes nada pródigos, es negado actualmente por
emperadores en extremo generosos. Sólo el honor añade algún precio a este estipendio de la
castidad, a la manera que las vendas sagradas son el ornamento de la cabeza de los sacerdotes, así
también la exención de los cargos públicos es el distintivo del sacerdocio. Ellas no piden otra cosa
que esa vana palabra de inmunidad, pues su pobreza las preserva de todo daño, y los mismos que las
despojan son los primeros en pagarles los tributos de sus alabanzas. La inocencia que se consagra a
la salvación pública es mucho más digna de respeto, cuando no recibe ninguna recompensa.
Purificad vuestro tesoro de esa ligera ganancia, y haced que se enriquezca no con los despojos de
los sacerdotes, sino con los del enemigo. ¿Qué ventaja puede nunca justificar su injusticia? La
desgracia de aquellos a los que se quiere despojar de sus antiguos privilegios es tanto mayor, cuanto
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que en vuestras almas no halla entrada la avaricia. Bajo emperadores que respetan lo ajeno y
resisten a la codicia, nuestros enemigos aspiran más a insultarnos que a empobrecernos.
El fisco se ha apoderado de lo que otros legaron al morir a las vírgenes y a los sacerdotes.
Os suplico: ¡o ministros de la equidad! Que restituyáis a la religión de vuestra cuidad su herencia.
Los ciudadanos dictan sin temor sus testamentos, porque saben que en el reinado de unos príncipes
generosos se respetan sus últimas disposiciones; sea preciosa y sagrada para vos esta dicha de que
disfruta el género humano. Los ciudadanos a tiempo de morir, se asustan con cuanto sucede
actualmente; y todos preguntan si la religión de los romanos no está ya bajo la salvaguardia de los
derechos del pueblo. ¿Qué nombre se dará a esta expoliación no autorizada por las leyes ni por lo
comentarios? Los libertos obtienen la posesión de los legados hechos en su favor; no se niega a los
esclavos la justa ventaja que les resulta de los testamentos, ¿y sólo ha de excluirse del derecho
hereditario a las nobles vírgenes y a los ministros de los ritos sagrados?¿De qué sirve, pues,
consagrar a la salvación pública un cuerpo sin mancha, asegurar la eternidad del Imperio con los
favores del cielo, ceñir de virtudes amigas vuestras armas y vuestras águilas, hacer votos eficaces
por todos los cristianos, cuando ni aun se tiene el permiso de gozar del derecho común?¿No sería
preferible la esclavitud? Esta conducta arroja grandes daños a la república, pues la ingratitud nunca
dio buen fruto.
Ni creáis que defiendo ahora tan sólo los intereses de la religión; todos los males de la
humanidad provienen de los excesos de esta clase. Las leyes de nuestros abuelos honraban a las
vírgenes Vestales y a los sacerdotes, concediéndoles un módico estipendio y privilegios fundados
en la justicia de disfrutaros, hasta que vinieron viles tesoros que suprimieron los alimentos
destinados a la sagrada castidad para darlos a miserables conductores de literas; entonces sobrevino
una repentina escasez, una reducida cosecha burló las esperanzas de las provincias. No debemos
echar la culpa de esto a la tierra, ni quejarnos de los astros, que el grano no ha sido destruido por las
caries, ni la cizaña ha ahogado la mies; el sacrilegio es quien ha esterilizado el suelo. El hambre
mató a los que habían negado a la religión lo que le era debido. Cíteseme otro ejemplo de una
calamidad igual a esta, y convendré que todo lo que hemos sufrido ha de atribuirse a las vicisitudes
de los tiempos. Hasta los vientos se desencadenaron para agravar la esterilidad. Los hombres
tuvieron que buscar su alimento en los árboles de los bosques, y el hambre reunió a los aldeanos de
nuevo alrededor de la encina de Dodona. ¿Ha sucedido algo que se parezca a esto en tiempos de
nuestros abuelos, cuando se miraba como un honor público alimentar a los ministros de la religión?
¿Se vio jamás a los hombres sacudir las encinas ni cavar la tierra para extraer las raíces de
las hierbas destinadas a servir de sustento, cuando la cosecha era común al pueblo y a las vírgenes
sagradas?¿Dejó nunca de ser suficiente la fecundidad ordinaria de las provincias para reparar un
engaño accidental? El bienestar de los sacerdotes aseguraba el producto de la tierra, porque lo que
se les suministraba, lejos de ser una sustracción era un preservativo. En efecto, ¿quién dudaría que
se daba con objeto de asegurar la abundancia universal, lo que hoy reclamamos para hacer que cese
la miseria pública?
Tal vez dirá alguno que el Estado no debe estipendiar una religión que le es extraña. Los
buenos príncipes no creerán ciertamente que las cosas del público concedidas a una clase particular
de individuos puedan pertenecer al fisco. La república se compone de todos los ciudadanos, y cada
individuo se aprovecha de lo que ella emana. Vuestro poder se extiende a todo; pero dejad a cada
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cual lo que es suyo, y más que la licencia pueda en vosotros la justicia. Consultad, pues, vuestra
munificencia; y decid si esta no se resiste a considerar como públicas las cosas que habéis
trasladado a otros. Los bienes que fueron concedidos a la gloria de Roma, cesaron de pertenecer a
los donatarios; y todo lo que al principio era beneficio, se convirtió con el tiempo en un débito. Hay
personas que tratan de esparcir vanos terrores en vuestra mente divina, diciéndoos que si no
favorecéis la codicia de los raptores, os hacéis cómplices de los donatarios. Sea Vuestra Clemencia
propicia a los misterios tutelares de toda religión, y en especial a aquellos que en otro tiempo fueron
protegidos de vuestros abuelos, que aún en el día [de hoy] os defienden, y que nosotros respetamos.
Pedimos la religión que conservó el Imperio en manos de vuestro divino padre, y dio a
aquel príncipe los herederos de su sangre. Desde su sublime mansión celeste ve correr el divino
anciano las lágrimas de los sacerdotes, y cree contemplar su desprecio en la violación de los usos
conservados por él libremente. No imitéis el ejemplo de nuestro divino hermano: olvidad un acto
que, de seguro, él ignoraba habría de desagradar al Senado: así aparecerá que la legación fue
rechazada sólo por el temor de que se pusiese en la necesidad de celebrar un juicio público. El
respeto a los tiempos pasados exige que no vaciléis en revocar una ley, indigna de un príncipe.»
Notas:
[1] Se refiere a los obstáculos puestos por San Ambrosio (340-397)
[2] Constantino (324-337) y Constancio (337-361)
[3] Juliano el Apóstata (361-363)
[4] Referencia a las vírgenes Vestales
Texto extraído del Tomo I de la Historia Universal de Cantú en:
http://es.geocities.com/mundo_medieval/
4. El Edicto de Tesalónica: el triunfo de la ortodoxia
«Es de acuerdo con nuestra voluntad que todos los pueblos sometidos a nuestra
benevolencia se vinculen a la fe que ha sido transmitida a los romanos por el apóstol Pedro, la que
profesan el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría, hombres de santidad apostólica.
Creemos, de acuerdo con la instrucción apostólica y la doctrina evangélica, en la Santa Trinidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El que siga este mandamiento deberá reclamar el título de
cristiano católico. Todos los demás son heréticos y tachados de infamia, y sus lugares de reunión no
tienen el derecho de llamarse iglesias. Dios se vengará de ellos y habrán de enfrentarse a las
represalias que judicialmente vamos a establecer.»
http://es.geocities.com/mundo_medieval/
5. La conversión de Constantino según un pagano
Una vez que el imperio entero estuvo bajo su único dominio, Constantino ya no ocultó el
fondo malo de su naturaleza, sino que se puso a actuar sin contención en todos los dominios.
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Utilizaba todavía las prácticas religiosas tradicionales menos por piedad que por interés; y, así, se
fiaba de los adivinos porque se había dado cuenta de que habían predicho con exactitud todos los
sucesos que le habían ocurrido, pero, cuando volvió a Roma, henchido de arrogancia, decidió que
su propio hogar fuese el primer teatro de su impiedad. Su propio hijo, honrado, como se ha dicho
antes, con el título de César, fue acusado, en efecto, de mantener relaciones culpables con su
hermana Fausta y se le hizo perecer sin tener en cuenta las leyes de la naturaleza. Además, como la
madre de Constantino, Elena, estaba desolada por esa desgracia tan grande y era incapaz de soportar
la muerte del muchacho, Constantino, a modo de consuelo, curó el mal con un mal mayor: habiendo
preparado un baño más caliente de la cuenta y habiendo introducido en él a Fausta, la sacó de allí
muerta. Íntimamente consciente de sus crímenes, así como de su desprecio por los juramentos,
consultó a los sacerdotes sobre los medios adecuados para expiar sus felonías. Ahora bien, mientras
que éstos le habían respondido que ninguna suerte de purificación podía borrar tales impiedades, un
egipcio llegado a Roma desde Hispania y que se hacía escuchar por las mujeres hasta en la Corte, se
entrevistó con Constantino y le afirmó que la doctrina de los cristianos estipulaba el perdón de todo
pecado y prometía a los impíos que la adoptaba la absolución inmediata de toda falta. Constantino
prestó un oído complaciente a este discurso y rechazó las creencias de los antepasados; luego,
adhiriéndose a las que el egipcio le había revelado, cometió un primer acto de impiedad,
manifestando su desconfianza con respecto a la adivinación. Porque, como le había predicho un
éxito grande que los acontecimientos le habían confirmado, temía que el porvenir fuera igualmente
revelado a los demás que se afanaban en perjudicarle. Es este punto de vista el que le determinó a
abolir estas prácticas. Cuando llegó el día de la fiesta tradicional, en el curso de la cual el ejército
debía subir al Capitolio y cumplir allí los ritos habituales, Constantino tomó parte en ellos por temor
a los soldados; pero como el egipcio le había enviado un signo que le reprochaba duramente el subir
al Capitolio, abandonó la ceremonia sagrada, provocando así el odio del Senado y del pueblo.
Zósimo, Historias, II, 29, en: Textos y Documentos de Historia Antigua, Medieval y Moderna hasta
el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España de M. Tuñón de Lara, Labor, 1984, Barcelona, pp.
124 y s en: http://www.geocities.com/milan313/MEDWEB.HTML
6. Roma, principios del año 250.
"La Iglesia resiste con fortaleza en la fe. Es verdad que algunos, ya sea porque estaban
impresionados por la resonancia que podrían suscitar a causa de su alta posición social, ya sea por la
fragilidad humana, han cedido. Sin embargo, aunque ahora estén separados, nosotros no los hemos
abandonado en su defección, sino que los hemos ayudado y todavía estamos con ellos para que se
rehabiliten por medio de la penitencia y alcancen el perdón de Aquel que lo puede conceder. Porque
si, en efecto, nosotros los dejáramos sin guía ni freno, su caída sería irreparable.
Procuren ustedes hacer otro tanto, hermanos carísimos, tendiendo la mano a los que han
caído, para que se levanten. Así, si todavía tuvieran que sufrir el arresto, se sentirán fuertes para
confesar la fe esta vez y remediar el error precedente.
Permítannos recordarles también cuál es la línea a seguir sobre otro problema. Los que
cedieron a la prueba, si están enfermos y con tal de que estén arrepentidos y deseosos de la
comunión con la Iglesia, también deben ser socorridos. Las viudas y los que no pueden presentarse
por sí mismos, como los que actualmente están en la cárcel o lejos de sus casas, deben encontrar
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quién provea a ellos. Ni siquiera los catecúmenos enfermos deben quedar frustrados en sus
esperanzas de ayuda.
Los saludan a ustedes los hermanos que están encarcelados, los presbíteros y toda la Iglesia,
la cual vela con la máxima solicitud sobre todos los que invocan el nombre del Señor. Pero también
nosotros les pedimos el intercambio de su recuerdo"
Carta 8, 2-3; CSEL III, 487-488 (http://www.catacombe.roma.it/es/lettere.html)
7. Cartago, principios del año 250.
"Amadísimos hermanos:
No era todavía segura la noticia de la muerte del santo varón y colega mío en el episcopado
y circulaban informes dudosos, cuando recibí la carta de ustedes, enviada por medio del subdiácono
Cremencio, por la que quedamos plenamente informados de su gloriosa muerte. Me alegré mucho al
saber que una administración tan íntegra alcanzó un final tan honroso.
Con respecto a esto, me alegro muchísimo de que también ustedes sigan honrando su
memoria por un testimonio tan resonado y espléndido, al darnos a conocer a nosotros el glorioso
recuerdo que ustedes guardan de su obispo, quien nos ofreció también un ejemplo de fe y fortaleza.
En efecto, cuanto más perjudicial para los súbditos es la caída de quien está a la cabeza,
tanto más útil y saludable es un obispo que se ofrece a los hermanos como ejemplo de firmeza en la
fe... Les deseo, queridísimos hermanos, que estén siempre bien"
Carta 9, 1; CSEL III, 488-489. (http://www.catacombe.roma.it/es/lettere.html)
8. Cartago, otoño del año 253.
"Cipriano a Cornelio, hermano en el episcopado.
Sabemos, amadísimo hermano, de tu fe, de tu fortaleza y de tu abierto testimonio. Todo ello
te honra a ti y me proporciona a mí tanta alegría que me hace considerarme partícipe y socio de tus
méritos y de tus empresas.
Siendo, en efecto, una la Iglesia, uno e inseparable el amor, única e inseparable la armonía
de los corazones, ¿qué sacerdote, al proclamar las alabanzas de otro sacerdote, no se alegrará como
de su propia gloria? ¿Y qué hermano no se sentirá feliz con la alegría de los propios hermanos?
Ciertamente no pueden ustedes imaginarse el contento y la gran alegría que hemos tenido aquí al
saber de ustedes cosas tan hermosas y conocer las pruebas de fortaleza que están dando.
Tú has sido el guía de los hermanos en la defensa de la fe y la misma confesión del guía se
ha fortalecido todavía más con el testimonio de los hermanos. Así, mientras has precedido a los
otros en el camino de la gloria, y mientras te has mostrado dispuesto a confesar el primero y por
todos, has persuadido también al pueblo a confesar la misma fe. Por todo esto, nos resulta difícil
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expresarles qué es lo que más debemos elogiar en ustedes, si tu fe pronta e inquebrantable o la
inseparable caridad de los hermanos. Se ha manifestado en todo su esplendor el valor del obispo
como guía de su pueblo, y se ha mostrado luminosa y grande la fidelidad del pueblo en plena
solidaridad con su obispo. Por medio de todos ustedes, la Iglesia de Roma ha dado su magnífico
testimonio, toda ella unida en un solo espíritu y una sola voz.
De este modo ha brillado, hermano queridísimo, la fe que el Apóstol comprobaba y
elogiaba en la comunidad de ustedes. Ya entonces preveía él mismo y celebraba casi proféticamente
su valor y su indomable fortaleza. Ya entonces reconocía los méritos que les darían a ustedes tanta
gloria. Exaltaba las empresas de los padres, previendo las de sus hijos. Con su plena concordia, con
su fortaleza, han dado ustedes a todos los cristianos un luminoso ejemplo de unión y de constancia.
Queridísimo hermano, el Señor en su providencia nos avisa que es inminente la hora de la
prueba. Dios, en su bondad y en su premura por nuestra salvación, nos da sus benéficos consejos de
cara a nuestro próximo combate. Pues bien, en nombre de la caridad, que nos une recíprocamente,
ayudémonos perseverando con todo el pueblo en ayunos, en vigilias y en la oración.
Estas son para nosotros las armas celestiales que nos harán firmes, fuertes y perseverantes.
Estas son las armas espirituales y los dardos divinos que nos protegerán.
Recordémonos mutuamente en la concordia y fraternidad espiritual. Roguemos siempre y
en todo lugar los unos por los otros y busquemos cómo aliviar nuestros sufrimientos con la mutua
caridad"
Carta 60, 1-2; CSL III, 691-692, 694-695 (http://www.catacombe.roma.it/es/lettere.html)
9. Cipriano anuncia la muerte del Papa Sixto II
Cartago, agosto del año 258.
"Mi querido hermano:
No he podido enviarte antes esta misiva porque ninguno de los clérigos de esta Iglesia podía
moverse, ya que todos se encontraban bajo la amenaza de la persecución, que gracias a Dios, los ha
encontrado en su interior totalmente dispuestos a recibir la divina y celestial corona.
Te comunico ahora que han vuelto los que envié a Roma para que se informaran y nos
contaran la verdad exacta sobre el rescripto publicado en relación con nosotros, pues, efetivamente,
corrían varias e inciertas opiniones sobre ello.
La verdad acerca de todo esto es que Valeriano ha enviado al Senado un decreto, por el cual
ha decidido que los obispos, sacerdotes y diáconos sean inmediatamente condenados a muerte. Que
los senadores, los varones ilustres y los caballeros romanos, sean privados de toda dignidad y
despojados de sus bienes. Y si, después de ser privados de sus riquezas, los cristianos continuasen
siéndolo, también ellos deben ser condenados a la pena capital.
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Las matronas cristianas sufran la confiscación de todos sus bienes y luego sean enviadas al
destierro. A todos los funcionarios imperiales, que han confesado la fe cristiana o que debieran
confesarla al presente, les sean también confiscados sus bienes. Después sean arrestados e inscritos
entre los enviados a las posesiones imperiales (trabajos forzados).
A este rescripto, el emperador Valeriano añade la copia de una carta suya enviada a los
gobernadores de las provincias y que se refiere a mi persona. Estoy todos los días aguardando esta
carta y espero recibirla pronto manteniéndome firme y fuerte en la fe. Mi decisión frente al martirio
es clara y bien definida. Lo aguardo, confiando plenamente que de la bondad y generosidad de Dios
voy a recibir la corona de la vida eterna.
Te comunico que Sixto ha sufrido el martirio junto con cuatro diáconos el día 6 de agosto,
mientras se encontraba en la zona del "Cementerio" (las Catacumbas de San Calixto).
Los Prefectos de Roma tienen como norma, en esta diaria persecución, que todo el que sea
denunciado como cristiano, debe ser ajusticiado, y confiscados sus bienes en favor del erario
imperial.
Te suplico que todo lo referido sea dado a conocer también a nuestros compañeros en el
episcopado, a fin de que en todo lugar, con sus exhortaciones, animen a nuestras comunidades y las
preparen cada vez mejor al combate espiritual. Esto servirá de estímulo para considerar más el bien
de la inmortalidad que la muerte, y para alegrarse más que temer al pensar que se debe confesar la
propia fe. Los soldados de Dios y de Cristo saben muy bien que su inmolación no es tanto una
muerte cuanto una corona de gloria.
Te saludo, hermano carísimo, en el Señor"
Carta 80; CSEL III, 839-840 ( http://www.catacombe.roma.it/es/lettere.html)
10. Cartago, 14 de setiembre del año 258.
"El día 14 de setiembre, por la mañana, se había congregado una gran muchedumbre en la
localidad de Sesti, de acuerdo con lo ordenado por el procónsul Galerio Máximo. El mismo Galerio
Máximo sentado en su tribunal mandó que fuese conducido Cipriano ante la audiencia que se
celebraba aquel mismo día en el atrio Sauciolo. Cuando lo tuvo delante, dijo el procónsul Galerio
Máximo al obispo Cipriano:
-
¿Eres tú Tascio Cipriano?
Y el obispo respondió:
- Sí, soy yo.
El procónsul Galerio Máximo dijo:
- ¿Eres tú quien se ha presentado como cabeza de una secta sacrílega?
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El obispo Cipriano respondió:
- Soy yo.
Galerio Máximo dijo:
- Los santísimos emperadores te ordenan sacrificar.
El obispo Cipriano respondió:
- No lo haré.
El procónsul Galerio Máximo dijo:
- Piénsalo bien.
El obispo Cipriano dijo:
- Haz lo que se te ha ordenado. En algo tan justo como eso, no hay nada que considerar.
Galerio Máximo, después de haber deliberado con el colegio de los magistrados, a la fuerza
y de mala gana pronunció esta sentencia: 'Tú has vivido largo tiempo sacrílegamente y has atraído a
muchísimos a tu secta criminal, con lo que te has constituido en enemigo de los dioses romanos y
de sus sagrados ritos. Los piadosos y santísimos emperadores Valeriano y Galieno, Augustos, y
Valeriano, nobilísimo César, no lograron conquistarte para observar sus ceremonias religiosas.
Por tanto, desde el momento en que has resultado autor e instigador de los peores delitos, tú
mismo servirás de escarmiento para aquellos que has asociado a tus criminales acciones. Con tu
sangre será sancionado el respeto de la ley'.
Y, dicho esto, leyó en alta voz el decreto escrito en una tablilla: 'Ordeno que Tascio
Cipriano sea castigado con la decapitación'.
El obispo Cipriano dijo: 'Demos gracias a Dios'. Tras esta sentencia la turba de hermanos
(los cristianos) decía: 'También nosotros queremos ser decapitados juntamente con él'. Con ello se
levantó un gran alboroto entre los hermanos y mucha gente lo siguió. Así fue conducido Cipriano al
campo de Sesti, y allí se quitó el manto y la capucha, se arrodilló en el suelo y se postró para orar al
Señor. Se quitó luego la dalmática (especie de túnica sobre el traje) y la entregó a los diáconos, se
quedó solamente con el vestido de lino, y así permaneció a la espera del verdugo.
Cuando este llegó, ordenó el obispo a los suyos que le diesen veinticinco monedas de oro.
Mientras tanto, los hermanos tendían delante de él retazos de tela y pañuelos (para recoger la sangre
como reliquia). Entonces el gran Cipriano se vendó los ojos con sus propias manos, pero como no
lograra atarse las puntas del pañuelo, acudieron en su ayuda el presbítero Julián y el subdiácono
Julián.
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Así fue martirizado el bienaventurado Cipriano. Su cuerpo, a causa de la curiosidad de los
paganos, fue colocado en un lugar próximo donde pudiera estar oculto a su indiscreta mirada. Más
tarde, y durante la noche, fue sacado de allí y llevado devotamente y con gran triunfo entre
antorchas y teas encendidas, hasta el cementerio del procurador Macrobio Candidiano situado en la
vía de las Cabañas, junto a las piscinas. Pocos días después, murió el procónsul Galerio Máximo. El
santo obispo Cipriano sufrió el martirio el 14 de setiembre bajo los emperadores Valeriano y
Galieno, reinando Nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden el honor y la gloria por los siglos
de los siglos.
¡Amén!"
De las "Actas Proconsulares", 3-6; CSEL III, CXII-CXVI
(http://www.catacombe.roma.it/es/lettere.html)
11. De los "Libros a Autólico" (de San Teófilo de Antioquia, II siglo)
Los cristianos honran al emperador y rezan por él (libro I, 2)
"Yo honraré al emperador, pero no lo adoraré; rezaré, sin embargo, por él. Yo adoro al Dios
verdadero y único por quien sé que el soberano fue hecho. Y entonces podrías preguntarme: '¿Y por
qué, pues, no adoras al emperador?' El emperador, por su naturaleza, debe ser honrado con legítima
deferencia, no adorado. El no es Dios, sino un hombre a quien Dios ha puesto no para que sea
adorado, sino para que ejerza en la tierra la justicia.
El gobierno del Estado le ha sido confiado de algún modo por Dios. Y así como el
emperador no puede tolerar que su título sea llevado por cuantos le están subordinados -nadie, en
efecto, puede ser llamado emperador-, de la misma manera nadie puede ser adorado excepto Dios.
El soberano por lo tanto debe ser honrado con sentimientos de reverencia; hay que prestarle
obediencia y rezar por él. Así se cumple la voluntad de Dios".
http://www.catacombe.roma.it/es/persecuzioni.html
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