LA CONSTITUCIÓN DE 1993 Y VEINTE AÑOS DE VIDA

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EXCESO Y PRECARIEDAD REPRESENTATIVA.
APUNTES PARA LA COMPRENSIÓN DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICAMENTE
REPRESENTATIVA DEL PERÚ (1)
César Delgado-Guembes (*)
Dedicado con agradecimiento intelectual y personal a Max Hernández Camarero,
pionero e intérprete de la historia constitutiva del inconsciente peruano
RESUMEN: ¿Qué es lo constitucionalmente novedoso del régimen parlamentario que se inicia en 1993? El
concepto de Constitución como símbolo, como pacto y creación política, y como producto en constante
elaboración cultural le sirve al autor para evaluar el funcionamiento y desempeño de la institución
parlamentaria, a partir de la propuesta contenida en la Constitución de 1993. El enfoque teórico utilizado se
beneficia interdisciplinariamente de los aportes del psicoanálisis para examinar la naturaleza y la calidad de los
resultados de la representación política. Este ensayo postula que la institución parlamentaria muestra déficits de
performance representativa cuya comprensión y causa trasciende las normales posibilidades explicativas del
derecho (en especial la de las escuelas cuya concepción del derecho y cuya metodología hermenéutica es
fundamentalmente documental o proposicional). Se incide por lo tanto en expresiones y manifestaciones
indiciarias de las carencias políticamente representativas, y se examina la hipótesis de que la representación
parlamentaria tiene carácter especular de los déficits en la calidad del vínculo ciudadano con la comunidad.
Complementariamente se examina el nexo sintomático entre los quiebres o rupturas constitucionales y la cíclica
irrupción del trauma instalado desde la fundación del Estado y la nación peruanos. La propuesta del autor es
que la calidad del vínculo representativo sólo puede corregirse u optimizarse tomando consciencia de la
patología, y la adopción de respuestas radicales que enderecen tanto la calidad del vínculo ciudadano con la
comunidad como el ejercicio representativo no en función del uso privado de la función y de las prerrogativas
parlamentarias sino en su orientación a la finalidad estrictamente pública del mandato y la confianza
encomendados por el pueblo.
PALABRAS CLAVE: Democracia representativa, soberanía parlamentaria, primer poder del Estado, ruptura
democrática, ciclo constitucional, representación política, crisis representativa, irrepresentabilidad, constitución
psíquica, inconsciente político, trauma fundacional, psicoanálisis y derecho, psicoanálisis y política.
* Funcionario del parlamento peruano y profesor de derecho y gestión parlamentaria en varias universidades peruanas. Ha
sido Sub Oficial Mayor de la Cámara de Diputados (1991-1992), Oficial Mayor del Congreso (2003), Director General
Parlamentario, y asesor de Comisiones Ordinarias, de Acusación Constitucional, de Inmunidades, e Investigadoras.
1
Este trabajo está publicado virtualmente en el blog del autor y puede accederse a él a través del enlace
http://es.scribd.com/doc/164032039/CDG-Veinte-anos-de-representacion-parlamentaria-1993-2013
1
La Constitución es pues, sobre todo, expresión viva de un statu quo cultural ya logrado
que se halla en permanente evolución, un medio por el que el pueblo pueda encontrarse
a sí mismo a través de su propia cultura; la Constitución es, finalmente, fiel espejo
de herencia cultural y fundamento de toda esperanza.
Peter Häberle, Teoría de la Constitución como ciencia de la cultura
SUMARIO: 1. Anverso y reverso de los ciclos constitucionales 2. Origen y finalidad de la Constitución de 1993
y su régimen parlamentario 3. La articulación histórica del proyecto político 4. La articulación política del
proyecto histórico 5. Remedios postraumáticos y mantenimiento del malestar representativo 6. Dimensiones
sintomáticas del exceso representativo 7. Del exceso a la precarización representativa 8. Del fantasma
representativo a la representación esperada
¿A qué reflexiones convoca la pretensión de expresar comentarios sobre el funcionamiento del
Congreso peruano, a propósito de la conmemoración de los veinte años de vigencia de la Constitución
de 1993, y también a los cuarenta años de los inicios precursores en la inversión del paradigma
hegemónico global (2)? Lo que el Congreso haga regularmente pasa políticamente desapercibido, pero
el mínimo movimiento, mueca o ruido atípico inquieta, moviliza, desconcierta o indigna. Cada quien
ha tenido un importante conjunto de impresiones, fábulas, experiencias, mitos y anécdotas sobre la
performance del Congreso en estos veinte últimos años.
Me tocó vivir hasta tres modelos de experiencia parlamentaria en lo que llevo de vida, cada uno de los
cuales asociado a una distinta Constitución (3). El cúmulo de asociaciones al recuerdo de lo que es,
2
No debe pasarse por alto que si bien se señala que las eras Thatcher y Reagan, la disolución del imperio soviético,
la caída del muro de Berlín, junto con la revolución de las nuevas tecnologías de la información, y el predominio de la
producción de contenidos, valores y significados globales por la industria mediática, marcan hitos históricos en la
conclusión del paradigma de la guerra fría, de las luchas ideológicas entre capital y trabajo, y del inicio de las eras de la
transparencia política y también de la hegemonía del mercado y de la macdonalización del mundo, un suceso precursor de
ese nuevo mundo lo constituyeron los esfuerzos realizados en Chile, a partir del derrocamiento de Salvador Allende en
1973, con los llamados chicago boys, de cuyo expertise, paradójicamente, se valió la dictadura de Pinochet para ordenar la
vida económica de ese país.
3
Los sentimientos e ideas que afloran y se asocian espontáneamente a la evocación del Congreso son conflictivos,
porque no son precisamente la satisfacción ni el orgullo los que toman la memoria por asalto de manera inmediata. La
gastronomía y los sucesos nacionales de carácter deportivo son, en este sentido, antagónicos a los sentimientos que vienen
2
hizo y significó el Congreso la más de las veces va integrándose a las nubes negras del olvido. La
historia sin embargo cumple con sus némesis recordándonos sin perdón los sucesos trágicos y sus
recurrentes mutaciones interpretativas. Los congresos peruanos de los que puedo dar fe, paradójica,
decepcionante, dolorosa, vergonzosa y horrorosamente, nunca han gozado de niveles aclamatorios de
aprobación o favor popular (4), ni ha sido moneda corriente que los trate amablemente la opinión que
cubren o fabrican las empresas mediáticas (5). Advertir esta realidad plantea la necesidad de examinar
el punto más neurálgico de la vida parlamentaria.
vinculados a la constatación de la actividad del Congreso peruano. Por el contrario, porque lo que se siente es o desencanto
o vergüenza. Si bien muchos de los actos del parlamento son insuficientemente comprendidos por desinformación de
quienes los evalúan, y en muchos más casos la ridiculización, la sátira y el sarcasmo que despierta es más una forma de
catarsis pública que un esfuerzo sincero y deliberado de explicar qué hace y por qué se hace, a pesar de contar con
información razonable sobre los hechos y sustento de la acción parlamentaria y, por lo tanto, de tener bajo control
cognitivo y emocional las opiniones y comentarios que de manera periférica circulan en la esfera pública, existe un núcleo
de carencias y déficits de performance corporativa inocultables y, también, difícilmente permisible o aceptables. Por esta
razón deviene en compartido el padecimiento cuando se califica como desaprobatorio el desempeño de la institución
parlamentaria ya que si bien mucha de la crítica es insuficientemente fundada, no es menos cierto que contar con
información de primera mano también arroja un balance negativo aunque por razones y sustento diversos.
4
Con criterio meramente indicativo cabe anotar que, según la firma IPSOS APOYO S.A., a mitad del período
constitucional 2011-2016 el nivel de aprobación del Congreso llegaba sólo a 11 por ciento, con 86 por ciento de
desaprobación. Considerando que la tendencia regular es que los niveles de desaprobación suben y los de aprobación
bajan conforme se desgasta el plantel elegido a inicios de cada período constitucional, la medición efectuada poco antes de
la mitad del período representa una muestra promedio apropiada para presentar el tipo de valoración popular media que
tiene la percepción colectiva sobre el funcionamiento y desempeño político del Congreso peruano. Estas tendencias son
constantes, en el sentido que se producen con variaciones prácticamente poco significativas, período tras período. Por ello
cabe la generalización en el sentido de que el descrédito, la suspicacia, la desconfianza y la desesperanza, que genera el
Congreso define un perfil permanente que no afecta sólo a un partido sino que atraviesa a todas las agrupaciones que
participan como actoras en los procesos parlamentarios.
5
Dejo expresada mi persuasión sobre la tendencia que genera el papel que asumen en principio los medios de
comunicación (pero también el entorno de los organismos no gubernamentales como autoproclamados vigilantes de la
salud pública) como medios que favorecen la masificación de tendencias homogéneas y globales de pensamiento. Sin ser
parte de su especialidad ni de sus competencias comparativas, y sin la capacidad de evaluación de los hechos y pruebas
que les corresponde a los tribunales de justicia, los medios tienen el poder concreto, real y efectivo de definir agendas
públicas, crear u olvidar temas de interés público, producir masivamente contenidos de verdades colectivas, y de fabricar
también valores de alcance universal en la población que los legitima como canales representativos de su voluntad política.
El despropósito de los excesos que cometen, por esta razón, más de una ha sido la vez que actúan como en el medioevo lo
hizo el Tribunal de la Santa Inquisición. No son pocos los daños morales que nos dispensan cuando, por ejemplo, ponen en
primeras planas de diarios y noticieros de televisión a personas de las que se sospecha como responsables haciendo
escarnio público de las supuestas faltas, de modo similar como lo hacía antes la Inquisición mandando que el inculpado
sea paseado por las calles de la ciudad sentado al revés sobre la montura de un equino. Las tecnologías mediáticas se han
convertido de esta forma en una agencia políticamente dominante, y amenazadora también, por su omnipresencia masiva y
global de la verdad y de la característica quizá más valiosa de nuestra humanidad que es la singularidad e individualidad
de la persona humana y de su consciencia.
3
La legislación y el control político son aspectos estatal y funcionalmente característicos de la
institución parlamentaria en la modernidad, pero legislar y controlar son expresiones de una tarea
primariamente anterior. El Congreso es en esencia y fundamentalmente, antes que la agencia
legislativa del Estado, y antes que el aparato de control del ejercicio del poder, el lugar en el que el
pueblo está representado ante el Estado. El Congreso es el pueblo y la voluntad popular representados.
Si la representación es inexistente, falla o deviene en ineficaz, la naturaleza misma del régimen
político y democrático pierde sentido y genera una sociedad constitucional, política y virtualmente
desconectada de poder y privada de Estado representativo (6). La razón de ser del Congreso en las
sociedades modernas es asegurar la soberanía representativa del pueblo en el Estado. La legislación y
el control son dimensiones comparativamente adjetivas del núcleo de la misión política de la
institución parlamentaria.
El denominador común de la capacidad representativa del Congreso es la constante de su desajuste
con las demandas y expectativas de la colectividad. La recurrencia histórica es un indicador
políticamente importante porque a la vez que expresa malestar e inconformidad la reiterancia y
permanencia del síntoma también es fuente que los aumenta. Negarlo es una manifestación de poca
salud política. Es debido al significado y trascendencia que tiene para nuestra comunidad que la
atención de las expresiones y testimonio de descontento continuo y crónico del Congreso sean objeto
de análisis especial. No para negar el malestar ni para ocultar el síntoma de males que se expresan en
él, sino para realizar un examen de las características de la operación de nuestra representatividad
popular ante el Estado.
El propósito de estas reflexiones, en consecuencia, será concentrar el recuerdo y análisis de sucesos y
testimonios sobre esas manifestaciones visibles o perceptibles de la representación política cuyo
carácter presumiblemente patogénico configura problemas constitucionales de riesgo alto para el
régimen político peruano (7). La premisa será que la indagación sobre las fallas y carencias permitirá
6
De modo complementario al presente estudio puede revisarse igualmente el análisis que el autor publica en el
enlace
http://es.scribd.com/doc/123335126/CDG-Cuatro-lustros-de-cultura-constitucional-en-el-parlamento-peruano1993-2013, también en relación con el vigésimo aniversario de la Constitución de 1993, y la evaluación sobre el rol del
parlamento y los principales aspectos organizacionales que debieran merecer reformas para mejorar su funcionamiento.
7
Son las muecas más minúsculas los datos más significativos que esconden las palabras. Las palabras y los
documentos encubren bajo la formalidad de su letra los contenidos esenciales agazapados. El disparate, la broma, los actos
fallidos (la gaffe del juramento por Dios y por la plata, cometida por el congresista Gerardo Saavedra Mesones en julio del
4
concentrar los esfuerzos en el remedio, toda vez que la simple exposición de lo que nos genera niveles
razonables de satisfacción constitucional es, comparativamente, menos trascendente y requiere menos
concernimiento ni preocupación colectivos (8). Seleccionar la dimensión constitucionalmente
patogénica no tiene ánimo ni finalidad de fomentar ni propiciar el descrédito, ni de la institución
parlamentaria ni de ninguno de los representantes que cumplen con honorabilidad y decencia el papel
político que la comunidad les confía, sino de aislar lo que marcha tan mal que concentra masivamente
la atención de los medios y de la opinión pública. La imagen institucional refleja en gran medida las
expresiones patogénicas del mandato, y son esas mismas expresiones las que revelan la precariedad
del desempeño sobre cuya base se sustenta el descrédito general (9).
2001, luego replicada a nivel provincial por el Alcalde de Arequipa Simón Balbuena Marroquín, y distrital por el Teniente
Alcalde Juan Llanos Paz en el distrito de Pocollay en Tacna, el año 2010, por ejemplo) pueden ser políticamente más
importantes que los mejores instrumentos normativos aprobados por el Congreso cuando de lo que se trata es de descubrir
la calidad y constitución dura de la representación política. De ahí que se opte por estos datos de otro modo irrelevantes y
hasta insignificantes para descubrir qué hay detrás de nuestra representatividad política. No es menosprecio por los
productos institucionales ni negligencia metodológica, sino el carácter de la premisa de estas reflexiones según la cual el
detalle de lo atípico o patogénico lo que mejor muestra la dimensión concreta de la calidad política de la experiencia
parlamentaria en el período estudiado. Lo atípico y lo anómalo, en efecto, son el registro del síntoma del malestar. Ignorar
los síntomas es también privar de remedio, o de cirugía, la enfermedad que debe curarse.
8
El propósito y premisas que por prurito metodológico se dejan expresados pretende salvaguardar la idoneidad,
decencia y honorabilidad de representantes cuyo ejercicio supera los estándares de performance promedio. El enfoque que
realizo se concentra y resalta las señales sintomáticas del aparentemente mal funcionamiento político del régimen
representativo. Definir que el centro de atención de este ensayo es la dimensión respecto de la cual existe malestar
colectivo y signos de la poca o deficiente calidad representativa en el funcionamiento de nuestra Constitución política tiene
la ventaja de desarrollar el análisis respecto de las imágenes y percepciones del fantasma que causa insatisfacción política,
antes que respecto de la exposición exegética sobre la normatividad vigente y sus variantes hermenéuticas. La posición
desde la que se prefiere examinar el comportamiento de la institución parlamentaria en el período histórico revisado tiene
carácter antropológica y culturalmente clínico y quirúrgico antes que jurídicamente heurístico o complaciente.
9
Al identificar el problema del descrédito y de la desaprobación del Congreso como una cuestión central de
imagen y de percepción popular se ha creído que el medio para revertir los resultados debía ser contratar asesores de
imagen o jefes de prensa que en base a su especialidad y contactos personales fueran capaces de controlar y minimizar los
daños en la cobertura que los medios realizan de los sucesos parlamentarios. Se optó por crear el canal en señal abierta del
Congreso (Canal 56), en la expectativa que la cobertura televisiva permitiría difundir mejor los intereses del parlamento.
También se ha tenido la idea de que para reducir la brecha entre el pueblo y el Congreso debían realizarse gestos como
abrir las rejas de la Plaza Bolívar, o la realización de ferias, y otros encuentros artesanales de las distintas localidades del
país en las plazas delantera y posterior de la sede del Congreso. Obviamente opciones y alternativas empleadas han sido
ineficaces porque el descrédito y la desaprobación no sólo continúan sino que aumentan, en especial cuando se pasa por
alto que la tecnología y la lógica de la transparencia permite accesos directos a través de las redes sociales a lo que se hace
en el Congreso. Pero además, y lo que es más importante, se pierde de vista que la imagen y la percepción resultan de la
realidad reflejada en las imágenes y en las percepciones. Si los problemas ocurren en la realidad lo que hay que cambiar es
la realidad, no su imagen. Equivocar en el diagnóstico la fuente del problema sólo lo mantiene. Y mantenerlo sólo agudiza
e incrementa el mal. No lo reduce ni lo elimina.
5
Es a través del enfoque en lo singular de experiencias de malestar que se intuye que puede encontrarse
mayor provecho para comprender mejor por qué estamos inconformes y descontentos con nuestras
posibilidades y escasos logros en cuestión de nuestra representación política. Es necesario conocer por
qué es que los representantes tienen preferencias, prioridades y preocupaciones tan diferentes que las
que tiene la voluntad popular, y cómo así es que puede ser que el análisis y explicación de las causas
de nuestro malestar nos muestra y revela una condición políticamente más profunda que la que
simplistamente y con ligereza suele endosarse a la institución parlamentaria (10). Al emprender estas
reflexiones se espera que éstas no formen parte, aumenten ni agudicen las dimensiones del problema
ni del desencanto que pretende remediarse.
1.
Anverso y reverso de los ciclos constitucionales
Con cada quinquenio se inicia un proceso dual de deslumbramiento, renacimiento o encantamiento
mágico, y a la vez también de desdibujamiento y olvido de los sucesos escandalosos que tapa y borra
selectivamente la memoria. Del mismo modo también cada nueva Constitución tiene propiedades
renovadoras de la esperanza colectiva, porque el pueblo necesita creer que los anuncios violentos de
cambio radical significan algo más que la pedestre reiteración de un ciclo pendular en el que a la
ilusión sucederá la reprobación y la vergüenza (11). Es la dualidad que lleva el alma humana de no
10
En estas reflexiones se adopta el criterio de que el propio malestar público que se siente y se reconoce con las
deficiencias en nuestra representación política son un síntoma de experiencias, problemas y situaciones constitutivamente
subyacentes en nuestra comunidad. Al poner al Congreso en la posición de chivo expiatorio suspendemos la angustia que
padecemos con nuestra propia incapacidad de resolver de una vez y para siempre nuestros malestares y miserias
colectivas, algunas de la cuales, ciertamente, se condensan en lo que en este trabajo, siguiendo a Max Hernández, se
designa como nuestro trauma fundacional. Transferir en el Congreso los vacíos y agujeros de nuestra constitución psíquica
colectiva es parte del problema, y por ello es necesario confrontarlo sin desplazar la atención ni incurrir en el error de
quedarnos en la concepción que califica al Congreso como causa de problemas políticos. Por el contrario, el Congreso no
es propiamente la causa sino la consecuencia de problemas políticos diacrónicamente anteriores en nuestra constitución
psíquica, porque en el Congreso sólo se manifiestan, depositan y recogen los errores anidados en un espacio anterior al
estatal. El síntoma es precisamente el indicio mediante el cual se expresan sucesos reprimidos o inhibidos con la presencia
del superyó. El proceso de transferencia de la subjetividad colectiva al sujeto representativo es el motor que transforma lo
colectivamente reprimido en síntoma de la miseria o malestar en el sujeto de la transferencia.
11
El sentido mágico que acompaña a la ilusión del orden político que supuestamente se renueva con el texto
constitucional juega el papel que tiene la creencia en el valor fáustico que tiene y acompaña a los objetos técnicos. Esto es,
el valor y garantía optimistas de estabilidad indefinida que promete mecánicamente un objeto inerte, artificial, inanimado y
estático al que se endosan, proyectan y depositan atributos esencial y realmente incapaces de ser soportados por el
documento técnico al que se adjudica propiedades míticas o prometeicas de operar, funcionar y producir efectos como si
tuviera voluntad propia. La técnica y biología de la textualidad recibe así una identidad vital por virtud de la sola creencia
6
poder deshacerse de su urgente necesidad de preferir creer, esperar, ilusionarse y llenar de optimismo
su actitud ante la vida. Necesitamos y preferimos creer para que nuestra existencia mantenga el
equilibrio libidinal y para que la pulsión de vida no se apague con el realismo, el desencanto y las
tendencias autodestructivas que anidan agazapadas en los rincones del espíritu humano. Pero como
siempre, sin embargo, la historia se encarga de inocular la dosis necesaria de memoria terrenal y
humana para que las ilusiones y las esperanzas neutralicen su natural disposición al delirio. En este
trabajo corresponde inyectar a la valoración del Congreso algo del realismo que la experiencia y la
reflexión histórica abrigan, para aportar en el proceso gradual y lento de maduración colectiva en la
constitución de nuestra vida política.
Conviene en efecto a nuestra propia constitución colectiva explicarnos qué hay más allá de los
procesos de infatuación y de desencanto en los que operamos y funcionamos, y de qué modo las
instituciones que pretenden enderezar nuestra acción y también nuestros deseos y nuestras
pretensiones más íntimas, escondidas o inconfesadas, no tienen más poder que la aptitud cívica de los
sujetos que integramos y vivimos en la historia la construcción de nuestro país. La premisa que
subyace a esta propuesta es que constitucionalmente el Perú y los peruanos somos bastante más que lo
que dice el texto constitucional. El papel del Congreso como espacio político de representación tiene
un rol constitucionalmente establecido, pero es en la experiencia y en la vida política en la que cabe
observar tanto la vigencia y realidad de su capacidad representativa como el papel que cumple en la
afirmación y fortalecimiento de nuestro modelo democrático.
El esfuerzo explicativo que se emprende en este ensayo debe dar especial atención al hilo conductor
que subyace a la espasmódica identidad en nuestra historia política, así como al valor que tienen los
ciclos entre los que nacen y se suceden los quinquenios constitucionales o, con mayor razón, cada
en sus propiedades generativas. La biologización de la cosa constitucional pasa a integrar la categoría del pensamiento
animista, en la medida en que la creencia en el objeto totémico crea efectos performativos sin que el objeto textual y
técnico, privado de vida, tenga capacidad real de operar cambios. La Constitución, de este modo, calma la ansiedad
colectiva con el discurso elaborado desde la creencia y la cultura general de que la magia legal es eficaz para crear una
realidad que los operadores son impotentes para constituir. La precariedad de la cosa concreta que es el texto es más
potente que la capacidad humana, porque los especialistas en constitucionalidad actúan como sacerdotes del culto mágico
en el tótem en que convierten el libro constitucional.
7
origen y cada destrucción de una nueva Constitución (12). Los textos constitucionales y la valoración
de sus aniversarios o conmemoraciones son sólo un pretexto para revisar con perspectiva y distancia
la dimensión de su valor, sin el reduccionismo de quienes esotéricamente proyectan sobre su carácter
propiedades oraculares que sólo existen en las ilusiones colectivamente compartidas de los
especialistas, o en el encantamiento y conjuros retóricos de los políticos que los auspiciaron.
Los inicios de cada experiencia constitucional están inevitablemente ligados a traumas que se desatan
con los golpes de estado que rompieron con la continuidad y con los que se pretende fundar o reiniciar
una aparentemente nueva formalidad constitucional (13), pero los golpes y los periódicos reinicios
políticos son datos que apuntan e indican hacia una realidad subyacente que se incuba en la oscuridad
del inconsciente colectivo nacional, y que permanece latente desde la fundación de nuestra existencia
nacional (14).
12
La Constitución en su dimensión textual es parte de la gramática moderna de control de la vida política. Si la
sociedad contemporánea se define como una sociedad de control, a las Constituciones se las usa y valen en tanto
documento que fija reglas de cálculo y de previsión conforme a las cuales se reconocen, adjudican, gestionan, distribuyen
y limitan los distintos tipos y cuotas de poder en la sociedad, los mismos que se administran y regulan conforme al
monopolio de la fuerza estatal. El objetivo inherente a la textualidad de la Constitución es permitir previsibilidad y cálculo,
y por ello son un instrumento y un producto moderno en cuya racionalidad se deposita la ilusión de orden colectivo. Lo
que no suele ocurrir con el carácter textual de las Constituciones, sin embargo, es la integración de la dimensión libidinal,
emocional o afectiva de la subjetividad en las comunidades cuyo ordenamiento se pretende ordenar mediante la lógica del
cálculo y del control. En este sentido escapa de la capacidad ordenadora de las Constituciones su eficacia y poder
regulador efectivo en la subjetividad desatendida en el proceso de su pensamiento, concepción, elaboración y aplicación.
Las Constituciones en este preciso sentido tienen una dimensión cognitiva o mental porque se dirigen a la abstracción del
sujeto como si existiera privado de la subjetividad en la que se constituye el vínculo colectivo y también la identidad y
pertenencia a la misma comunidad cuyo orden pretenden ilusoria y ficticiamente regular las Constituciones.
13
La fragilidad tanto de la memoria como de la capacidad reflexiva nacionales causan el olvido de patrones y
tendencias comunes en la conducta parlamentaria, y también la falsa ilusión de que los cambios o reformas
constitucionales tienen el poder mágico de conjurar la raíz de los problemas representativos. El deseo de tener una
representación idílica nos impulsa a creer y a engañarnos. La médula de los problemas representativos no se encuentra
exclusivamente en los representantes, sino en el cuerpo político del cual se seleccionan, postulan y escogen en el sufragio.
Es un problema, entonces, esencialmente asociado a la calidad de los ciudadanos de un mismo país. Los representantes no
son una especie humanamente distinta del cuerpo político en el que se generan los candidatos, los partidos, los líderes y
también los electores con los mismos déficits de ciudadanía que reproducen los representantes cuando les toca
desempeñarse públicamente en un puesto público por mandato directamente emanado de la voluntad y facultades del
pueblo. Es por estas razones que cabe comprender las insatisfacciones con el desempeño parlamentario como una
proyección del malestar subjetivo de una ciudadanía que aún no termina de conocerse y menos de aceptarse. Lo cual
supone, además, la aceptación no sólo de nuestras propias inconsistencias o incongruencias morales como el carácter
mestizo o criollo de nuestra cultura nacional. En un sinnúmero de casos la desaprobación, e incluso el desprecio, por el
ejercicio imperfecto de la representación política es una forma deprecatoria de una identidad personal inadecuadamente
procesada ni elaborada.
8
Parte del propósito de estas reflexiones es presentar, detrás del modelo supérstite que se fundó con la
instalación del orden impuesto con el autogolpe de 1992, y por lo tanto también del juego de
relaciones en la interacción entre el gobierno y el parlamento a lo largo de los últimos veinte años de
vida constitucional, las secuelas de esa constitución política que atraviesa, que permanece residual e
inerradicablemente, y que trasciende, el propio episodio y coyuntura que se inicia el año 1992. Se trata
pues de dos capas que se superponen y conviven una con la otra: la constitucionalidad próxima que
tiene como inicio convencional la Constitución de 1993, y la otra constitucionalidad remota, originaria
y primitiva que subyace y soporta tanto las reglas de 1993 como todo el aparato constitutivo de
carácter documental desde el período incluso anterior al inicio del Estado peruano hace ya más de
cinco siglos (15).
En el caso particular del inicio del actual modelo parlamentario, cuyo vigésimo aniversario se cumple
en 2013, el factor común que marca el hito de las reflexiones es el autogolpe del año 1992. El
14
La propuesta reconoce como origen y guarda filiación con los planteamientos de Max Hernández en la obra que
publica en el 2012, En los márgenes de nuestra memoria histórica (Fondo Editorial de la Universidad San Martín de
Porres, Lima), que de algún modo continúa la que iniciara en la obra colectiva Entre el mito y la historia. Psicoanálisis y
pasado andino (1987), y a la que le sucediera Memoria del bien perdido. Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca
Garcilaso de la Vega (1991). El esquema central de Hernández es que el Perú se estructura como colectividad a partir de
una doble y complementaria experiencia primitiva u original en el encuentro de dos culturas básicas, la occidental y las
andinas o amazónicas. Esas experiencias son las de la fundación traumática de nuestra cultura, y la del trauma fundacional
que inaugura violentamente el contacto entre ambos pueblos. La extensión del material empírico que sería necesario
acumular para documentar sosteniblemente una tesis de tal proporción debe ser objeto de un esfuerzo prolongado que
excede las dimensiones y propósito de estas reflexiones. La inmensidad de la tarea, sin embargo, no excluye ni inhibe la
formulación de la visión y de la dirección que es necesario asumir en las investigaciones sobre la constitución psíquica del
Perú que es presupuesto de sus constituciones documentales, a las que suele conocérselas con la designación de
Constitución política. La constitución del Perú, en efecto, que tiene una esencia inocultable e inevitablemente política no
puede conocerse ni regularse independientemente ni desconociendo el carácter subjetivo de los sujetos en los que esa
misma constitución se arraiga y de la que se derivan las conductas que tratan de ahormar o encarrilar los intentos de
regulación institucional. La naturaleza simbólica de la Constitución política no puede conocerse ni comprenderse al
margen de la dimensión subjetiva de la experiencia histórica del pueblo y de la nación en proceso de construcción. Entre
los esfuerzos previamente realizados en este sentido pueden consultarse trabajos previos con la misma orientación y
propósito en enlaces como http://es.scribd.com/doc/143945840/CDG-La-Constitucion-del-Peru-24-Mayo-2013, o
http://es.scribd.com/doc/154172489/CDG-Sentido-y-actividad-del-TC-en-el-Peru-Valparaiso-18-de-Julio-del-2013
15
Las dos capas constitucionales importan el reconocimiento de dos distintos conceptos de Constitución. Uno
formal que es el que es objeto de estudio de la ciencia jurídica, y otro material cuya sustancia es eminente pero no
exclusivamente política, y que existe en períodos históricos muchísimo más largos en el proceso de afirmación de la
identidad comunitaria. Este último tipo de concepto debe examinarse en la esfera de las subjetividades colectivas y se
afirma y soporta en la estructura psíquica de los sujetos en los procesos históricos de una nación. El autor tiene consciencia
plena de las dimensiones que importan un reto de este alcance, pues tiene como presupuesto que será posible documentar
la identidad y singularidad del carácter unitario de nuestra historia constitucional a partir de la fundación del Estado
peruano en el siglo XV.
9
autogolpe es un quiebre explícito de la regularidad política y constitucional. Se instala un régimen
excepcional. Un régimen cuya emergencia, existencia, mantenimiento y términos de conducción son
definidos por quien cuenta con los medios materiales para sostenerlo según las reglas de la fuerza.
En la historia política del Perú los regímenes excepcionales han sido recurrentes y tienen carácter más
o menos cíclico (16). Las llamadas “rupturas del orden democrático” constituyen un síntoma que sella
y marca nuestra identidad colectiva (17). El quiebre que se produce con un golpe de Estado no es
propiamente el problema, sino la señal tangible y externa de un problema subyacente y más profundo
que se mantiene velado y pendiente de escritura (18). Los regímenes sucedáneos a un suceso
16
Cuando lo excepcional adquiere la condición de cíclico se diluye la frontera entre lo ordinario y lo extraordinario,
o lo regular y lo irregular. Las sucesivas emergencias de rupturas en la constitucionalidad se convierten por esta razón en
una señal propia de la dimensión de lo real. Es decir de sucesos o experiencias que no han alcanzado a la simbolización
propia del orden normativo. Lo real irrumpe como u acontecimiento atípico en la normalidad y, por ello, tiene la capacidad
de sorprender y de alarmar. Lo real de las rupturas son, en este sentido, excepciones que emergen con frecuencia para
recordarnos que a lo que se denomina Constitución u orden constitucional carece del poder integrador de impulsos o
pulsiones que no han llegado a sujetarse a la regularidad o normalidad del orden. Otra forma de expresarlo sería reconocer
que las pulsiones del ello no han sido arbitradas con claridad por el yo, a la vez que un superyó débil carece de la
capacidad de contención y represión de la estructura psíquica colectiva, como resultado de lo cual el ello avasalla el
escenario colectivo con expresiones culturalmente contaminadas de impulsos primarios privados de interdicción.
17
Más bien cabe afirmar que la constancia cíclica o la tendencia a la frecuencia de los golpes de Estado, como lado
políticamente oscuro desde el que emergen las Constituciones, explican la aún irresuelta continuidad de sentido
fundacional en la identidad misma de nuestro país. En particular cuando se toma en consideración que la irrupción más o
menos cíclica de golpes de Estado forman parte de la experiencia traumática en el choque de las civilizaciones europea y
nativa. El estado latente del trauma que empieza a reconocerse manifiestamente cuatro siglos después de la conquista con
la explosión bélica y política del rechazo del conquistador que instaló el virreinato del Perú, no ha podido aún superarse.
De ahí que el complejo del guerrero conquistador o libertador se mimetiza y disfraza su mensaje fundacional cada vez que
se repudia mesiánicamente el orden viejo en nombre de uno nuevo con los levantamientos contra el orden simbólico de
una Constitución que representa formas de acomodo de fuerzas políticas cuyo reemplazo se materializa con la facción que
desconoce o somete a la que lo precedió. En la repetición de la experiencia traumática las Constituciones tienen el papel
del síntoma del mal político nacional, y en la pugna por el papel del conquistador o del libertador la lucha fraternal para
ocupar el lugar del padre totémico a cuya omnipotencia le corresponde la propiedad de fundar una y otra vez el orden
político. Vista de esta manera la historia constitucional del Perú los documentos constitucionales carecen de valor y
eficacia genuinamente normativa porque su uso es eminentemente instrumental y adhocrático o coyuntural. Las
Constituciones peruanas, desde este enfoque, a duras penas dejan de pertenecer a la categoría de Constituciones trucha
(esto es, elaborada con intención simulatoria, defraudatoria, mentirosa o tramposa), chicha o bamba (adulterada, falsa o
trucada), porque en realidad no integran en su capacidad normativa la dimensión subjetiva del trauma irresuelto en la
identidad colectiva irreconocida de un Perú plural e inaceptado y que, por lo tanto, sobrevive en la fragmentación de celos,
envidias e inequidad inherente a sus propias rivalidades fraternas. Vistos desde esta perspectiva los diversos documentos
constitucionales, el Perú puede tener en ellos la expresión de su propia miseria simbólica; es decir la precariedad del valor
normativo de sus pactos fundamentales de carácter constitutivo, precisamente por la ausencia de la dimensión subjetiva
traumática que queda aún sin integrar ni elaborar en la estructura identitaria colectiva. Si las Constituciones adolecen de
déficits simbólicos los documentos constitucionales se reducen a hacer las veces que cumplen las narrativas derivadas de
la dimensión onírica, imaginaria o alucinatoria en los propósitos políticos del sujeto constituyente.
18
El carácter subterráneo de las energías que periódicamente irrumpen y desarticulan el orden simbólico en la
existencia colectiva, forma parte de la experiencia constitucional. Es la constitución a prueba. La cultura constitucional no
10
traumático como lo son los quiebres constitucionales llevan inscrito el sello y el ADN (19) de su origen
histórico y político y, por la misma razón, es difícil comprender la regularidad de los distintos
períodos constitucionales posteriores al golpe sin entender los propósitos o principios del quiebre (20).
Los documentos constitucionales, como los episodios de ruptura constitucional, son lados
complementarios de un mismo fenómeno e indican la dimensión de naturaleza histórica y
políticamente constitutiva de los arreglos y de la temática que los documentos registran en su texto. Es
necesario mirar las Constituciones, y también los quiebres de su vigencia, como parte de una misma
experiencia política y desde una perspectiva que trascienda el fenómeno de la contradicción entre la
se limita a la dimensión que forma parte de los hábitos y de las prácticas consuetudinarias, menos aún al carácter formal y
episódicamente textual de su reconocimiento. Son dos modos de existencia constitucional, la de las pruebas que filtran y
sedimentan el orden constitucional, y también las pruebas de exigibilidad en las que los actores depuran el valor efectivo
que los discursos levantan. La dimensión libidinal y pulsional no está excluida de la experiencia humana ni de los
fenómenos colectivos o sociales que constituyen la cultura política del pueblo. El descuido de su inerradicable presencia
conduce a diagnósticos erróneos en la existencia constitucional. Quienes se especializan en el estudio de la Constitución,
por esta razón, sólo alcanzan a examinar una minúscula fracción de la cultura constitucional que define la identidad
política de nuestro pueblo, en particular cuando su análisis se circunscribe a la dimensión proposicional o hermenéutica de
los documentos o de los textos. El orden simbólico del que es parte la Constitución (si alcanza a tener naturaleza
simbólica) no sólo trasciende el espacio de los textos, porque los significados constitucionales se fabrican a través de una
red de valores, intereses, deseos y pulsiones que no llegan a recoger los documentos. El texto de una Constitución incluye
sólo una parte limitada de la sustancia y de la materia constitutiva de la cultura e historia de un pueblo. De ahí que la
irrupción de los golpes de Estado expresen energías o pulsiones constitucionales pendientes de inscripción en el registro
constitucional cuya lectura sea un requisito exigible en la comprensión del orden constitutivo.
19
Alberto Borea Odría señala que la Constitución de 1993 no sólo tiene el ADN de Alberto Fujimori, sino también
el de Vladimiro Montesinos y Nicolás de Bari Hermoza Ríos, y que, por lo tanto, ese documento debiera registrar la firma
de los tres. Ver sus comentarios en https://www.facebook.com/albertoboreao/posts/449857885112993. De modo similar,
Javier Valle Riestra decía en el artículo El caos en el Perú de su columna La Tribuna, en la edición del diario Expreso del
6 de Agosto del 2013 (p. 14), que (…) estamos en el prólogo de la caída del sistema semidemocrático que tenemos
actualmente, y digo semidemocrático porque vemos la anarquía del Tribunal Constitucional, un parlamento hemipléjico
sin Senado y un Poder Judicial represivo, del viejo estilo totalitario, autocrático, colonial e insensible ante los derechos
humanos. Se dan todos los temas y frases para un manifiesto que ponga fin a este sistema y convoque una constituyente
para restaurar el democrático mellado desde 1992. (…) se ha querido introducir una [democracia] ficticia dentro de una
arquitectura constitucional fujimorista, la Constitución de 1993. Si no recurrimos a una cirugía constituyente,
democrática, en que se apele a las mejores mentes y reconstruyamos un estado de derecho indoamericanista, continental,
en que el parlamento sea primum inter pares y el poder judicial un protector de los derechos del hombre y no un rodillo
opresor, el destino del Perú será incierto.
20
No puede obviarse la referencia a que el recurso a los golpes expresa la mayor confianza en las transacciones
basadas en reglas de informalidad que en el mantenimiento y respeto del orden constituido. El insuficiente arraigo
normativo de la Constitución incentiva el recurso a recursos más expeditivos y pragmáticos que llevan a tramitar la
disconformidad con la violencia de la ruptura normativa. En este sentido el recurso y también el respaldo a los golpes de
Estado son síntoma que traduce la tendencia a la viveza o a la criollada, como formas cínicas de resolución de problemas
de convivencia política, bajo la lógica de que cuando las cosas no salen como a mí me gustan me constituyo en árbitro y en
juez y tomo la decisión conforme a mi solo saber y entender, y a los medios que me facilitan quienes tienen el poder de
desconocer la norma e imponer con la fuerza de las armas nuevas reglas supuestamente más fieles a la naturaleza colectiva
que las que desconoce quien se pone por encima de la norma.
11
regularidad y la ruptura. No se contradicen sino que uno explica al otro y lo complementa. Uno y otro
son lados que integran la misma experiencia y vida colectiva del Perú mestizo (21).
Las Constituciones no sólo fijan reglas de uso y límites del poder, sino que también son consecuencia
de la recomposición de las relaciones históricas de dominio en la sociedad. Por esta misma razón
expresan formas pendulares del equilibrio circunstancial entre las fuerzas políticas, según los grupos
que asuman un rol hegemónico y los que queden excluidos o en una posición subalterna en la
estructura de poder. Las relaciones de dominio político que empiezan con la catástrofe en que se
convierte el golpe de Estado contra la normalidad constitucional apunta el sentido de la
transformación estructural y los esquemas o moldes conforme a los cuales los sucesivos sujetos o
protagonistas de la acción estatal rigen sus estrategias y experiencias de participación, operación e
intervención política.
El propósito de este aporte es plantear resumida y simplificadamente los rasgos más saltantes respecto
del funcionamiento del Congreso peruano teniendo presente la continuidad y las diferencias entre el
Congreso que aparece el año 1993 y los Congresos que lo precedieron, en especial los del período
1979 a 1992 (22). Un intento de esta naturaleza corre el riesgo que advertía Aristóteles respecto de
toda pretensión de síntesis de la realidad. Decía el filósofo que el error tiene lugar siempre en la
síntesis (τὸ γὰρ ψεὑδος ἐν συνθέσει ἀεί, De Anima ϒ 3, 427b12). Una presentación global o de
conjunto del modelo parlamentario de diseño y de desempeño del Congreso peruano a partir de 1993,
importa un gran riesgo de expresar generalidades e inexactitudes que es preciso anticipar y, en lo
posible, reducir (23).
21
Siendo el objeto de estas reflexiones la problemática y experiencia política y culturalmente representativa, es
importante dejar claramente expresada y establecida la afirmación de que es pretensión del autor que el análisis que se
realiza quede explícitamente enmarcado dentro de la disciplina del derecho constitucional. Si bien los alcances o enfoque
de este ensayo puedan no resultarles familiares a quienes conciben el derecho como una rama exegética, es necesario
exponer y sustentar que el reclamo de pertenencia e inscripción en el ámbito del derecho constitucional tiene sustento en la
comprensión del derecho y de la Constitución como una expresión cultural. Se parte pues del supuesto que para
comprender la capacidad ordenadora de la Constitución es necesario asociar la normalidad o normalización de la sociedad
política como parte de un pacto esencialmente anclado en la historia, en los hábitos, en la cultura y, ciertamente, también
en el inconsciente de un pueblo.
22
El eje del análisis se concentrará y mostrará los vacíos representativos propios del funcionamiento del Congreso.
No es objetivo de estas reflexiones, por lo tanto, abocarse a la tediosa e improductiva enumeración de las disposiciones
normativas conforme a las cuales se crea el conjunto de relaciones entre el Congreso y el gobierno.
12
2. Origen y finalidad de la Constitución de 1993 y su régimen parlamentario
No parece una hipótesis descabellada afirmar que la Constitución de 1993 no tiene un propósito
independiente del que se deriva de la justificación del autogolpe de 1992, y en tal supuesto la realidad
que sucede al proceso de su aprobación tiene el carácter de consecuencia del diseño de sus
instituciones y reglas. Ella misma fue parte de la metodología y de la estrategia que sirvió para
desmontar el régimen político que se inició en 1980, bajo el régimen de la Constitución de 1979. Se
previó y usó para normalizar la situación de excepción creada. Es más. Cabe incluso proponer que la
Constitución de 1993 es una continuación de la dinámica política que se inaugura, o que se subraya,
desde el autogolpe de 1992.
Las rupturas en la regularidad normativa o institucional tienen la propiedad, o la finalidad, de
provocar situaciones próximas o funcionalmente similares a las que tienen las catástrofes emocionales
en la vida individual. La catástrofe desestabiliza y quiebra el horizonte de predecibilidad y de
regularidad en el desempeño personal, y en los proyectos construidos en el tiempo. Lo inesperado de
las separaciones con lo que fue objeto de apego se constituyen como una forma de despellejamiento
del cuerpo. El deseo de lo que se quiso se esfuma e invade el vacío y una sensación generalizada de
pérdida y de desorientación. Toda coordenada conocida desaparece.
La provocación del cambio y la aparición de la ruptura se presenta como una medida excepcional
cuyo provecho debiera constituir la realización de cambios radicales y el reemplazo de objetivos, de
personas y de reglas colectivas. Con catástrofes como las que produce un golpe contra el orden
político se desplazan y reemplazan las elites, y se recompone la estructura de poder en las
colectividades. Los golpes de estado son funcionalmente catástrofes en la vida política, y tanto como
23
El gran costo de la simplificación, de la síntesis y de la generalización es la pérdida de valor de la singularidad,
que trae como efecto la inequidad que genera en las personas cuyos actos quedan sin reconocimiento ni valoración. El
aislamiento de los aspectos relevados en estas reflexiones, en este sentido, son estrictamente predicables respecto de los
sujetos que los protagonizan y que son parte del material cuyo detalle es objeto de análisis.
13
suponen una indeseable transgresión que violenta el orden convenido, también generan efectos en la
visión, estrategias y composición de las agrupaciones que dirigen la vida política (24).
Pero la dimensión colectiva de las catástrofes que traen consigo cambios como los propiciados e
instalados con los golpes de Estado y los cambios de Constitución, tienen también una dimensión
subjetiva en la estructuración de los sujetos que viven desde y con el nuevo orden hegemónico. Los
sujetos que reconocen y se sujetan a una Constitución se comprometen con formas de conducta y
hábitos de producción social o comunitaria conforme a reglas y a una regularidad que supone también
la transformación (metanoia dirían los griegos a partir de los textos de los padres de la iglesia) según
un sustento de carácter distinto, que es el carácter fundacional con el que nace un nuevo documento
constitucional luego de la destrucción del orden precedente.
Si bien no hay ruptura o golpe a la institucionalidad que se produzca por generación espontánea,
porque son necesarios uno o más sujetos que dirijan y cuenten con la fuerza elemental para que se
materialicen, el solo y nudo hecho de que ocurran es un indicador elocuente de pulsiones, impulsos,
tendencias, vivencias o sentimientos que deben reacoplarse y adecuarse, de forma que queden
articulados y que fluyan y funcionen efectivamente en el discurso y en la acción de los operadores del
sistema político y constitucional. Los golpes no tienen éxito independientemente de los autores y de
los destinatarios que los soportan con su asentimiento, convicciones, y compromisos. El suceso ocurre
porque el acto de ruptura se llena de sentido y plenitud en la existencia de los actores, operadores, o
24
Concebir los golpes de Estado que preceden a la elaboración y vigencia de un nuevo documento constitucional
como una catástrofe, y para estos efectos también como expresión episódica de un trauma colectivo, permite comprender
la repetición de este tipo de experiencias políticas como el síntoma en el que se traduce la presencia de pulsiones
libidinalmente reprimidas o desatendidas. Las catástrofes o los traumas de los golpes de Estado y el anuncio del
nacimiento de nuevos órdenes constitucionales manifiestan la presencia de esas pulsiones históricamente desarticuladas de
nuestra identidad nacional. En este sentido toda nueva Constitución es representativa de ánimos pulsionalmente vivos que
continúan violentando con energía el aparato psíquico o espiritual de nuestro pueblo. Freud (1915) dice que la pulsión no
actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante. Puesto que no ataca desde
afuera, sino desde el interior del cuerpo, una huida de nada puede valer contra ella. Será mejor que llamemos
«necesidad» al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la «satisfacción». Esta sólo puede alcanzarse
mediante una modificación, apropiada a a meta (adecuada), de la fuente interior del estímulo. «Pulsiones y destinos de
pulsión», en Obras Completas, tomo XIV, 1976, Amorrortu editores, p. 114. La ausencia de trabajo, reflexión crítica y
elaboración espiritual de nuestra sociedad explica que quede desatendida la inmensa e histórica necesidad de fabricar
humana, equilibrada y equitativamente nuestra identidad colectiva, y por ello mismo la recurrente explosión del trauma a
través de catástrofes que violentan los órdenes aparentes de una constitución psíquica volátil y falaz. La constancia
histórica de los golpes y de nuevos documentos constitucionales son el síntoma en el que se representa la pulsión latente
de una identidad insatisfactoria que no se resigna a documentos insuficiente e irrealmente constitutivos de una estructura
aún desarticulada de las patrias y nacionalidades que nos habitan colectiva y personalmente.
14
protagonistas de la vida política que sustentan sus actos, su narrativa, sus propósitos y sus fantasías
según los nuevos símbolos que la Constitución inscribe en el imaginario comunitario.
La modalidad catastrófica en la que ocurre el golpe es una circunstancia irruptiva de deseos
incumplidos que abortan porque la regularidad constitucional no satisfizo la voluntad política de la
colectividad. Los golpes, en este sentido, expresan el ánimo que no llegó a reprimir el orden simbólico
que se concreta en la Constitución. Son expresión de factores propios de la dimensión real; es decir,
los golpes traducen con su irrupción lo que no llega ni alcanza a sostener el orden simbólico. Los
golpes son experiencias indetenibles que permiten el acceso a la satisfacción plena en una meta que no
puede ser acogida por el orden. Los golpes son formas de desorden, de desapego y de disidencia, que
no sólo cortan y explotan contra el orden existente, sino que expresan el deseo de un reacomodo para
generar un tipo distinto de equilibrio político que posicione más favorablemente a quien ha sido
privado de acceso al poder y al goce por su detentación.
En este orden de ideas la Constitución de 1993 fue un instrumento que sirvió para sustituir el régimen
socio-económico propio del paradigma intervencionista de la posguerra, con el de liberalización del
capital, la privatización de las empresas públicas y la hegemonía del mercado cómo árbitro del uso
eficaz y equilibrado de bienes, recursos y servicios. Ella expresa el paradigma que aparece desde fines
de los años 80s y que en su momento históricamente lideraron, primero, Chile, el Reino Unido y los
Estados Unidos de América (25). Según el proyecto que se inaugura con el paradigma cuya hegemonía
marca su comienzo con el modelo económico recogido en la Constitución de 1993, concluye un
episodio histórico caracterizado por la prevalencia de la dimensión colectiva sobre la individual.
Conforme lo señala Portocarrero, la ideología neoliberal instala, induce y favorece la lógica de la
maximización de beneficios individuales y generaliza el debilitamiento de los vínculos sociales, a la
25
Como se ha adelantado en páginas precedentes, suele olvidarse que antes que Margaret Thatcher (1978) y Ronald
Reagan (1980), el carácter precursor de las políticas económicas del neoliberalismo actualmente globalizado y
mundialmente hegemónico las lideró Chile, donde economistas formados en la escuela de Chicago, y en particular con los
escritos de Milton Friedman, proponen y ejecutan las más importantes reformas en materia de políticas públicas desde el
inicio del régimen de Pinochet el año 1973. Chile debe pues en justicia ser considerado como el lugar en que el
neoliberalismo se experimenta exitosamente antes que en otras latitudes del planeta, y ello no obstante el carácter
autoritario del modelo político con el que forzó el cambio bajo el liderazgo del general Pinochet. Es elocuente, por otro
lado, coherencia plena con el lema nacional chileno que dice por la razón o la fuerza. Para complementar el desarrollo del
impacto que el modelo neoliberal genera en la estructura mental de nuestra época véase el ensayo «La noción de
acontecimiento»
de
Gonzalo
Portocarrero
(2007),
colgado
en
el
enlace
http://gonzaloportocarrero.blogsome.com/2007/12/16/la-nocion-de-acontecimiento/.
15
vez que el aumento radical del miedo y de la desconfianza, junto con la urgencia de goce como la
consigna con la que somos invitados a vivir de manera de evitar el aburrimiento producido por la
precarización de las creencias y los deseos (26). La dinámica del mercado se convierte en la regla de
asignación de réditos y pierde hegemonía el papel del Estado como agencia de redistribución o de
homogenización de costos y de beneficios colectivos. Cae así el modelo de Estado social de derecho,
de economía social de mercado y la prevalencia de opciones socialmente progresistas, socialdemócratas, social-cristianas o socialistas, y se abre paso un espacio de abierto pragmatismo político
cuyos actores dejan de lado el discurso principista o ideológico para recurrir a estrategias de
posicionamiento electoral basadas en la producción industrial de símbolos (27) y en el marketing
político, en la manipulación de la imagen y de la propaganda, y en el desarrollo y anteposición de la
ética del beneficio privado e individual en las relaciones sociales (28).
26
Ver el texto citado de Portocarrero (2007) en http://gonzaloportocarrero.blogsome.com/2007/12/16/la-nocion-deacontecimiento/, p. 2
27
Recurro a la noción de miseria simbólica que formula Bernard Stiegler (2004) en relación con la época
hiperindustrial contemporánea, en su De la misère symbolique. L´époque hyperindustrielle, ed. Gallimard. Dice este autor
que la crise écologique qui résulte de la production industrielle des symboles est l´epoque de la grande misère symbolique
mondiale (…). Par misère symbolique, j´entends donc la perte d´individuation qui resulte de la perte de participation á la
production des symboles, ceux-ci désignant aussi bien les fruits de la vie intellective (concepts, idées, théorèmes, savoirs)
que ceux de la vie sensible (arts, savoir-faire, moeurs). Et je suppose que l´état présent de perte d´individuation
généralisée ne peut que conduire à un effondrement symbolique, c´est- à-dire à un effondrement du désir –autrement dit
à la décomposition du social à proprement parler: à la guerre totale (pp. 25-26). Estrategias de posicionamiento político y
electoral derivadas de esta miseria simbólica, por lo tanto, no escapan de la violencia o guerra total que se extienden en
todo el tejido cultural y técnico del cuerpo social, en el cual el marketing y la industria de la imagen es una herramienta
importante para ganar la competencia electoral entre los actores políticos. La anteposición del marketing sobre los
contenidos programáticos es un método que conduce al derrumbe o al colapso de la sociedad política, en la medida que
prioriza la herramienta sobre el fin y, por lo tanto, la imagen sobre la sustancia, y la creencia sobre el saber. La
devaluación de la política es resultado de este escenario hiperindustrial caracterizado por la miseria de la cultura política
colectiva.
28
La hegemonía del mercado como método colectivo de organización de bienes políticos tiene potencialmente en sí
misma la formación tendencial de una sociedad afectada de autismo en los individuos que la conforman. El autismo
individualista de un tipo ideal de sociedad con este rasgo constitutivo trae como consecuencia sociedades en las que el
vínculo se basa en la dinámica basada en la dualidad del miedo - ganancia. El nivel precario y paranoide de individuación
que resulta del desconocimiento de la participación y pertenencia a una comunidad histórica y política determinada, que
antecede y en la que se inserta humanamente el sujeto, sólo difícilmente soporta la calificación semántica de tal tipo de
agrupación como una sociedad. Sin afecto ni reconocimiento de pertenencia una sociedad de tal naturaleza se reduce a la
mera agregación de individualidades optimizadoras de beneficios. En buena cuenta un ordenamiento regido más por las
leyes del Estado de naturaleza que por el Estado de derecho, en el que la ley del más fuerte amenaza y lleva, por lo tanto,
a desarrollar mecanismos de defensa más altos que permitan la propia sobrevivencia. En otras palabras, una sociedad
conformada de individuos autistas con niveles agudos de mecanismos paranoides en su relación colectiva. Esto es, una
sociedad patogénicamente estructurada, cuyos electores, naturalmente, no podrán hacer otra cosa que elegir
16
El proyecto político que se inaugura con la marca del golpe de estado el 5 de Abril de 1992, como
para estos efectos lo son todos los golpes que precedieron a éste, es un intento de direccionar las
energías y la visión colectiva en un sentido opuesto, diferente al que venía llevando el Perú, en general
durante el período precedente por lo menos desde el golpe de Sánchez Cerro en 1930 contra Augusto
Leguía. Este proyecto, como todo acto de violencia y de fuerza, necesitaba normalizarse
colectivamente mediante la aprobación de reglas fundamentales y básicas que ordenaran el nuevo
espacio de convivencia colectiva. El instrumento natural debía ser el documento escrito de la
constitución de los propósitos que justificaron el rompimiento con la visión y el paradigma inmediato
anterior.
O, siguiendo a Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, o conforme a
Foucault, la política es la continuación de la guerra por otros medios, pero en cualquiera de los dos
casos guerra y política son semblantes de una misma e idéntica dimensión en el continuo de nuestra
humanidad: el reconocimiento de que el entorno humano es uno en el que si no transamos y
cooperamos entre nosotros no queda más remedio que la confrontación, el enfrentamiento y la
dominación del más fuerte sobre los demás. Si las rupturas constitucionales son fenómenos en los que
se manifiesta y emerge el deseo de confrontación, y si el nuevo orden constitucional nace de la lucha
por la dominación, parece natural que el documento de constitución de la pretensión de una nueva
dirección colectiva reproduzca también la estructura y reglas de sobrevivencia basadas en la visión de
quien se valió del golpe para reformar el orden colectivo.
La Constitución de 1993 es dentro de este entorno político la gramática en y con la que se reproduce
la reforma y reacomodos en el proceso histórico de dominación. Su texto retrata en el plano más
periférico y superficial el episodio que protagonizan los autores del golpe; en el plano intermedio los
rasgos ideológicos estructurales del paradigma hegemónico en el que se inserta y del que es parte el
quiebre constitucional; y en el hueso hondo de su escritura condensa y reafirma también la estructura
profunda del proceso de identidad aún irresuelto desde la fundación de nuestro origen colectivo.
representantes que reflejarán especularmente la misma patología paranoide y agresiva en la institución políticamente
representativa de la sociedad.
17
La Constitución de 1993 es, en este preciso sentido, instrumento de normalización generado desde la
posición de dominio, símbolo del paradigma global en la cultura hegemónica, y también síntoma de
las dificultades en la construcción de nuestra pertenencia e individuación como colectividad con un
mismo destino histórico. Ella, por eso, contiene fórmulas similares a la de los armisticios según las
cuales la convivencia entre los distintos habitantes de un mismo territorio se rige por quien es
reconocido con criterio hegemónico, no obstante los conflictos, por la mayoría.
Por eso es que en la raíz de la fundación del orden político hay núcleos de confrontación y de
competencia por la sobrevivencia en un entorno que, si no puede ser cooperativo, reflejará la lógica de
la sumisión y de la hegemonía de unos sobre otros. El golpe de 1992 es el episodio que grafica la
reivindicación de visiones, de ideas y de intereses que reemplazarán a los que antecedieron en el orden
político destruido, pero también reedita el proceso de construcción de una identidad política
incompleta y fragmentada desde su fundación. La Constitución que resulta del nuevo patrón de
dominio político es el símbolo de contenidos hegemónicos que sujetará con sus reglas la libidinalidad
y las subjetividades de quienes operen el tejido colectivo bajo su texto.
La Constitución de 1993 se convierte así en el útil que servirá para asegurar la instalación del patrón
hegemónico bajo cuyo orden prevalecerá la ideología global y el imaginario colectivo del paradigma
del cual es símbolo. El imaginario colectivo que produce núcleos de sujetos desconfiados,
subjetividades regidas por el miedo y la sensación de inadecuada protección del tejido social es el
telón sobre el que funcionará el sistema político cuyos actores están contaminados por el modelo y
visión basados en el patrón de un sentido común del goce individualista y de la economía de mercado.
Este tejido es con el que se urde la trama representativa de la vida política y las articulaciones entre la
voluntad popular y sus representantes ante el Estado. La dirección y reproducción del modelo es
asegurada por el Estado a través de los dirigentes en posiciones de gobierno, a los que respaldan
quienes desempeñan funciones representativas.
Frente al papel predominante del régimen representativo basado en la influencia de las elites
parlamentarias y en la capacidad decisoria del Congreso, el paradigma que emerge en los 90s exige la
presencia dominante del gobierno en la dimensión legislativa como característica del régimen político.
La reducción y mayor eficiencia del aparato estatal, sumado a las ventajas financieras y tecnológicas,
18
así como la profesionalización en los distintos ministerios y otras agencias estatales, fortalecen el
posicionamiento del gobierno en el régimen político (29).
En el plano político sirvió, en esencia, para fortalecer el régimen presidencial (30), disminuir la
capacidad autorregulatoria y la autonomía del Congreso (31), fijar la necesidad para que el parlamento
coordine con el gobierno (32), disminuir el costo fiscal del sistema representativo (33), acelerar
entrópicamente los procesos de toma de decisión parlamentaria (34) e introducir más elementos de la
29
Es en este contexto y sentido que cabe concebir la Constitución de 1993 como un instrumento de curación
respecto del malestar que dominaba masivamente la escena pública peruana hasta 1992. Ella constituye el objeto sobre el
que se vierte la alucinación de un país que, buscando su cura, proyecta en el documento las propiedades que tienen los
conjuros y las pócimas mágicas. Wilfrid Bion (2006) refiere que las alucinaciones son formas de desdoblamiento y
disociación cuyo propósito último es la salud buscada a través del uso evacuatorio de las alucinaciones a favor del deseo
de curación. Ver Volviendo a pensar, Ediciones Hormé S.A.E., p. 96
30
La Constitución de 1979 ya había logrado niveles más altos de fortalecimiento del Poder Ejecutivo en
comparación con el régimen establecido en la Constitución de 1933, pero la Constitución de 1993 sinceró mucho más la
tendencia luego de la experiencia entre 1980 y 1992. En particular porque el estilo histórico del régimen político siempre
se ha basado en modalidades de caudillismo y clientelismo que mejor se adaptan al gobierno presidencial, pero además
porque precisamente quien tuvo la capacidad de definir los contenidos constitucionales fue el propio autor del golpe de
1992, con el que colaboró eficientemente la mayoría parlamentaria elegida en el Congreso Constituyente de ese mismo
año no menos que la propia aprobación popular y el importante sector mediático que ajustaba y producía contenidos,
señales, imágenes y significados públicos conforme al modelo favorecido por el fujimorismo.
31
Principalmente con la mayor injerencia, intervención y control funcional del Tribunal Constitucional, de la
Contraloría o de la Defensoría del Pueblo, en la organización, procesos y productos institucionales del Congreso.
32
A través, básicamente, de la sujeción normativa y funcional de los diversos sistemas administrativos a los
organismos y sectores de tercer nivel del Poder Ejecutivo.
33
Se asumió que el unicameralismo haría más barato el sistema representativo. Lo que no se tuvo en cuenta era que
una cámara, además de menos representantes, no sólo no aseguran la calidad de los resultados organizacionales sino que si
los representantes reflejan la cultura o hábitos de los representados nada impedirá que los recursos estatales se orienten a
usos ineficientes, si no además dispendiosos, que no se ajustan a la misión y funciones que deben gestionarse con
frugalidad. La tendencia ha sido hacia el crecimiento presupuestal del Congreso, la construcción de mayor número de
edificios, el aumento de espacio disponible en las oficinas de los despachos parlamentarios, no menos que la mayor
cantidad de personal en las oficinas parlamentarias o de coordinadores en las circunscripciones y el más alto nivel
remunerativo de los asesores parlamentarios. A pesar de la ley 28212, del 26 de abril del 2004, denominada ley Pease, que
fijaba máximos remunerativos para los emolumentos de los funcionarios y empleados públicos, existen métodos para
reconocer montos mayores no sólo a través de los antes denominados gastos operativos que hoy se llaman asignaciones
por función congresal, sino también mediante beneficios menores que sumados generan totales mayores en el presupuesto
del parlamento.
34
Si tuviera que seleccionarse el factor institucional más importante que haya dañado la finalidad y razón de ser del
Congreso en el Perú quizá uno de los daños más grande haya sido el erróneo diagnóstico primero del fujimorismo y luego
sostenido por la diversidad de agrupaciones parlamentarias en los sucesivos períodos constitucionales sobre la rapidez, la
velocidad, la aceleración y el tiempo que debe tomarse el parlamento para tomar decisiones propias de su misión política.
El desempeño, funcionamiento o rendimiento del parlamento no puede valorarse según el número de minutos necesarios
para resolver la demanda que deben procesar quienes representan a la sociedad. Las decisiones no son mejores porque se
tomen en menos tiempo, sino porque se toman las decisiones correctas en el tiempo necesario para tener la seguridad que
son las alternativas apropiadas para la gravedad de los problemas que se deben resolver. La ineficiencia de la que Alberto
19
democracia directa o participativa. Más allá de la diversidad idiosincrásica de las peculiaridades
organizacionales de los sucesivos congresos peruanos, el modelo parlamentario que se establece con
la Constitución de 1993 mantiene una y la misma identidad y teleología. En la capacidad de
sobrevivencia del modelo debe reconocerse algún crédito al promotor, independientemente de que se
comparta o no los motivos que éste tuvo para generar la ruptura del régimen en 1992, o de la
proyección que se estimó que tendría más allá del vencimiento del período de su mandato. Ahí cabe
encontrar el éxito de un autogolpe cuyos efectos han continuado largamente más allá del período de su
promotor.
Si la finalidad de la Constitución de 1993 fue favorecer y habilitar condiciones que faciliten la
estructura de permanencia de un proyecto político hegemónico, el logro se alcanzó (35). La realidad
Fujimori increpó en 1992 al Congreso se caracterizó más por las alegaciones de que contar con dos Cámaras deliberativas
hacía demasiado lentos los procesos legislativos. Suprimir una Cámara ya habría sido bastante osado, pero a ello se
añadieron modificaciones sustantivas en la tramitación de los proyectos de ley, eliminando el trámite de admisibilidad que
coincidía con la definición de las Comisiones competentes, o la supresión del debate artículo por artículo transformando
todos los debates en un debate por la totalidad de la iniciativa, pero sobre todo la significativa disminución en los tiempos
de debate. Si el régimen bicameral preveía que cada Diputado podía hacer uso de la palabra hasta media hora durante la
estación de Orden del Día el Congreso unicameral actual racionaliza y adjudica tiempos no en función de cada
representante, sino del número de temas a debatir en una sesión, y el total de tiempo por cada tema. Una vez fijado el
monto de debate por tema, esa cantidad se divide proporcionalmente entre el número de grupos parlamentarios según el
número de escaños que integran el grupo. Como resultado de este sistema ocurre que a los grupos más pequeños puede
tocarles en promedio entre 3 y 5 minutos para el debate. La combinación del procedimiento de debate por totalidad y la
distribución del tiempo de debate según la fuerza de cada grupo parlamentario trae complicaciones en la calidad de los
contenidos de la ley además de la escasa calidad también en la capacidad de entendimiento y concertación entre los grupos
para definir la versión final del texto de la ley. De ahí que para agenciar mejor la rapidez legislativa se urdan tramas como
la de concederle la facultad al Presidente de la Comisión para definir por cuenta del pleno de su Comisión la redacción
final de los textos que se votan, y también la de los que el Pleno del Congreso aprueba antes del envío de la autógrafa de
ley al Poder Ejecutivo. El proceso es efecto ahora mucho más rápido (y por lo tanto mayor automatismo en la acción), pero
la ineficiencia anterior no ha sido superada porque ahora hay que añadir la prisa y la falta de niveles suficientes y
satisfactorios de reflexión y pensamiento sobre el texto y los efectos de la ley en la sociedad. Esta es una forma de
recalentar el proceso representativo en el ejercicio de la función legislativa. La circulación de bienes organizacionales
(léase, el procesamiento de iniciativas legislativas y de acciones de control) ha aumentado, sin que exista mayor capacidad
de entender y de pensar qué se está haciendo, ni menos aún sin posibilidad de evaluar qué efectos e impacto causa en la
sociedad la prisa con la que ahora se resuelven más asuntos, pero de penosa calidad política e intelectual. Esta es la
dimensión entrópica del incremento descontrolado en la aceleración de los procesos de toma de decisión colectiva, porque
se decide sin capacidad de medir el desorden que se genera ni las consecuencias colectivas e históricas del acelerado
proceso de toma de decisión. El pensamiento tiene tiempos, en particular cuando debe coordinarse en un grupo numeroso,
que la aceleración procesal no puede suprimir. El Congreso no es una máquina reducible a una industria de producción a
escala. No puede dejar de ser una unidad de elaboración artesanal de productos políticos. De ahí que no quepa imaginar a
esta institución como una máquina privada de la necesaria lentitud con la que el pensamiento y el lenguaje valoran qué es
lo políticamente óptimo para la totalidad del colectivo nacional.
35
El proyecto político se define a partir de la consolidación de un régimen económico basado en la hegemonía del
mercado y en el régimen político del fortalecimiento del poder presidencial (más allá de retoques cosméticos que
maquillen del régimen de gobierno con mecanismos de control parlamentario que no conceden más que la apariencia de
control porque en la práctica el Congreso los procesos de control son improductivos e ineficaces y se lo reduce a una
20
muestra, sin embargo, que el proyecto político se escapó de las manos de sus fundadores y
promotores, porque lo que ha sobrevivido es la lógica básica y central que estructura tanto las
relaciones económicas bajo el modelo de una economía de mercado, y las relaciones políticas entre
los órganos del Estado (36).
El supuesto principal de estas reflexiones es que según el modelo del sujeto constituyente de 1993
debía asegurarse la mayor sintonía y capacidad de interacción posible entre el Congreso y el Poder
Ejecutivo, para que las funciones representativas (que se concretan en la legislativa y de control)
sintonizaran con las exigencias de dirección requeridas por el gobierno. El objetivo se cumplió en un
doble sentido. Primero, porque el marco constitucional y el carácter estructurante de las normas
constitucionales se ha mantenido y ha sido usado y respetado con niveles sistémicos y aceptables de
regularidad. Y segundo, porque en el plano microscópico de la agencia los operadores han
internalizado un mismo patrón de reconocimiento al que sujetan las relaciones de dominio de la
mayoría (37). La hipótesis es que la subordinación se da aún cuando el Poder Ejecutivo no cuente con
mayoría absoluta entre las agrupaciones parlamentarias, y se reproduce como consecuencia de la
interacción recíproca entre las perspectivas macro y micropolíticas.
situación de impotencia funcional). El mismo modelo ha cumplido con reemplazar eficientemente la capacidad de dominio
del titular del poder ejecutivo cada cambio de período constitucional satisfaciendo la permanencia y reproducción del
modelo diseñado a partir del golpe de 1992.
36
Según Richard Sennet (1998) la economía de mercado bajo el signo del capitalismo es un sistema que corroe la
confianza, la lealtad y la reciprocidad de los compromisos, a la vez que significa impredecibilidad, incertidumbre e
inestabilidad, desapego y niveles superficiales de cooperación. Este tipo de actitud resulta ser un mecanismo de defensa
contra la corrosión que es causada por la desconfianza que el capitalismo instala en el espíritu humano. Ver The corrosion
of character. The personal consequences of work in the new capitalism, W. W. Norton & Company, Londres. El sujeto
que opera en un sistema de estas características por lo tanto tendrá poca disposición para la cooperación en entornos
colectivos y, por el contrario, desarrollará tendencias antropológicas próximas al canibalismo licántrope. Un modo de
graficar el entorno en el que prospera un sistema de tal perfil podría constituirlo el film dirigido en 1963 por Peter Brook, y
en 1990 por Harry Hook, El señor de las moscas, basado en la novela del mismo nombre del premio nóbel, William
Golding, publicada en 1954.
37
En los planos macro o sistémico, y micro o de la agencia, el proyecto político se ha reproducido en piloto
automático, pasivamente, o ha existido un uso deliberado y consciente de las provisiones y arreglos constitucionales para
articular la agenda e intereses de los actores con las posibilidades de legitimación de los actores de los sucesivos procesos
políticos. La resignación de unos se ha sumado al miedo y al pesimismo de otros, y todos juntos han sido el mejor aliado
de quienes desde posiciones aventajadas en la estructura de poder se valen de la sumisión, el temor reverencial y la
obediencia pasivas para camuflar el apetito por el desborde excesivo que condonan y le permiten en papel de siervos
quienes sostienen dócilmente la vigencia del aparato de dominación forjado y diseñado con la Constitución de 1993. Sobre
estas reglas de construcción colectiva es que opera la relación señor-siervo que nace con la fundación del Estado peruano,
conforme a la cual existe un grupo que se somete y el otro que es dueño de vidas, cuerpos, almas, patrimonios y destinos
colectivos. Trauma fundacional y régimen constitucional operan como cómplices en el aparato de dominio colectivo,
basado en la ruptura radical en la identidad subjetiva y constitucional.
21
Tanto el gobierno de Alberto Fujimori, como en su momento el del general Juan Velasco, tenían una
preconcepción negativa respecto de la democracia representativa. Velasco y Fujimori, gobernantes de
signo ideológicamente contrario (uno estatista e intervencionista, y el segundo privatista y liberal),
tenían en común el estilo pragmático de gobierno, pero también justificaron los movimientos que
protagonizaron a partir de una fuerte crítica al sistema representativo, al sistema partidocrático, y por
consecuencia al parlamentarismo. El sistema representativo, para ambos, era insuficientemente
democrático porque anteponía la intermediación de las dirigencias partidarias a las preferencias e
intereses del pueblo. En este contexto el parlamento se convertía en el espacio de reproducción de la
lógica de dominio de la oligarquía partidaria. El parlamento tenía la propiedad de legitimar, afianzar,
consolidar, sellar y hacer irreversible el poder de los partidos en el Estado.
El mal principal del Estado según ambas visiones consistía en la apropiación que hacían los partidos
de los procesos políticos, que terminaban desconectándose del vínculo con la comunidad. El acto de
apropiación se iniciaba con la competencia para ocupar puestos estatales, los que luego de obtenidos
por las mayorías partidarias se usufructuaban autista e inconspicuamente, en una lógica de deterioro
de la lógica representativa que acababa transformando la democracia representativa en un sistema en
el que la legitimidad tenía sustento meramente legal (por oposición a la legitimidad material de índole
política). Los representantes en esta dinámica lo eran básicamente porque eran representantes para
otros representantes, y no porque representaran auténticamente a la población representada.
Por esta razón debía cortarse con el tejido que anudaba el Estado a las cúpulas partidarias, facilitando
canales paralelos y factibles de acceso a los procesos de toma de decisión estatal, que limiten la
capacidad hegemónica o monopólica de las dirigencias políticas en el parlamento. El medio para
asegurar la neutralización de la partidocracia tenía que habilitar la minimización de su capacidad de
control. Entre las herramientas que han servido con mayor impacto ideológico a este propósito han
sido las varias formas de participación directa en los procesos estatales como lo son la iniciativa
popular, el referéndum, la consulta popular, la consulta previa, la revocatoria y vacancia de los
puestos de gobierno y representativos, y el presupuesto participativo o comunal. Son formas de
democracia participativa que se basan en las ineficacias políticas que se reprocha al funcionamiento y
efectividad de la democracia representativa. Pero a estas formas participativas se sumaron también
22
reformas importantes en el régimen electoral. En particular el voto preferencial como mecanismo de
compensación participativa de las listas presentadas por los partidos, y luego el uso del distrito
múltiple a partir de las elecciones del año 2001.
Pero la estrategia de desmantelamiento del gobierno de Alberto Fujimori contra el régimen
parlamentario existente hasta 1992, ha contado con algunos otros importantes componentes que han
aprovechado circunstancialmente las debilidades del modelo de la institución parlamentaria, a los que
se ha sumado la alianza de otros elementos ajenos a la organización estatal, como son los medios de
comunicación, el mayor y más democrático acceso que las tecnologías de la información facilitan a la
población de la vida política y estatal, y el impacto que genera la difusión de las encuestas de opinión
como instrumento de medición de la percepción política. El resultado de la acción concurrente de las
debilidades institucionales del Congreso, y de factores externos a su desempeño, termina en un
entorno contrario y amenazador al florecimiento del sistema representativo y a la prosperidad
institucional del parlamento.
En este contexto la Constitución de 1993, a diferencia de lo acontecido con la Constitución de 1979,
imprime de manera directa, nítida e inmediata la visión y programa político del gestor del viraje y
cambio de paradigma. Eso quizá explica la mayor pertinencia de su propósito y de su eficacia
instrumentales como método legítimo de estructuración de los comportamientos y conductas en los
actores políticos que continúan reconociéndola y rigiéndose en sus transacciones y tareas cotidianas.
Comparativamente, la Constitución de 1979, no obstante el reclamo de quienes se mantienen en el
núcleo duro de su inderogabilidad, la permanencia de su vigencia y la necesidad de su restauración,
ha regido por menor tiempo; probablemente porque, además, sólo sirvió como parte del epílogo del
paradigma intervencionista en eclipse, al que sirvió de obituario.
3. La articulación histórica del proyecto político
El proyecto político al que se aspiró con el autogolpe de 1992 tenía una doble dimensión. Por un lado
se planteó la reversión de la situación anómica causada por la combinación letal de inseguridad y
descontrol de la acción terrorista, y la indócil e inmanejable inflación, que precipitaban al país a una
23
ausencia de viabilidad colectiva y a la imposibilidad de anticipar cualquier tipo de destino de mejora
en el horizonte. El Perú era una experiencia y se vivía como una sensación de vacío en el alma. Por
otro lado, el proyecto político venía ligado al protagonismo de quien se jugó por una solución contra
toda esperanza y contra la ausencia de destino. El reto que había que enfrentar era la perentoriedad del
fracaso con que la desesperanza abrumaba a la población. El autogolpe de 1992 tuvo como base el
interés en que las cosas cambien radicalmente, para lo cual había que erradicar la fatalidad del hábito
y de la rutina psíquica colectiva. Lo que se buscó fue desarraigar la impotencia y la costumbre del
fracaso, pero también el enderezamiento estructural de la mentalidad y de los patrones y costumbres
históricos de la sociedad hacia una visión con proyectos y promesas de progreso colectivo.
El éxito del autogolpe de 1992 ha consistido en superar la tendencia al aborto de todo intento de
subvertir el paradigma estatalmente intervencionista, y de enfrentar a los poderes constituidos,
llámense partidos políticos, sindicatos, u opinión pública. La experiencia de 1992 demostró no sólo
que la realidad no abortó el intento de sustituir el paradigma, sino que se lideró el cambio hacia una
economía de mercado y niveles de cooperación política hasta entonces dominados por la ideología del
conflicto y el antagonismo partidario. Los logros, además, han trascendido al autor del quiebre de
timón, porque no obstante el colapso del año 2000, la dirección de las más importantes políticas
públicas en materia socio-económica, y los arreglos institucionales de la relación entre el gobierno y
el parlamento han subsistido y trascendido a los autores del cambio. Se trata de un caso exitoso de
transferencia de una visión que ha llegado a grado tal que el mantenimiento, corrección y
mejoramiento del sistema ha permitido niveles sin precedentes de desarrollo nacional. La comunidad
ha convertido en suya la visión germinal que, de paso sea dicho, fuera formulada por el Movimiento
Libertad que liderara Mario Vargas Llosa en el proceso electoral de 1990.
El interés del autor del autogolpe era desafiar la historia política reciente, oponiéndose a un paradigma
hegemónico basado en el atávico intervencionismo estatal, y también la complacencia en la costumbre
y el gozo invencible del fracaso. El objetivo deseado era cambiar la historia pública realizando
acciones extraordinarias y excepcionales acordes con el tipo de mal que debía erradicarse y revertirse.
Parte de ese mismo designio consistía en acumular tanta fuerza colectiva como la que era preciso para
que el cambio se mantenga y que las posibilidades de retorno del daño colectivo se hagan efectivas.
24
Es en este último terreno que el diseño y el mantenimiento de una nueva Constitución política tenía un
papel estratégico en planeamiento del éxito.
¿Qué papel tiene el diseño constitucional en la lógica de la ruptura democrática? Detrás del innegable
impulso tanático del autogolpe (38), la pretensión omnipotente de eternidad (39) hace de la
Constitución un instrumento de perpetuación. Se proyecta sobre el documento constitucional
capacidades similares a las que se endosa al universo onírico cuando la alucinación realiza los deseos
reprimidos o de imposible cumplimiento (40).
38
Si bien la formulación del acto se presenta como una cuestión de cirugía moral, cuya exigibilidad se sustenta en la
proporcionalidad del mal que se identifica y que se pretende erradicar, la dimensión destructiva o tanática no deja,
paradójicamente, de formar parte del escenario porque integra también la negación de un sistema político vivo no menos
que un orden cuyo reconocimiento se expresó y con el que se comprometió el cirujano. No debe olvidarse que las cirugías
morales o políticas tienen también previsión en un orden de vida que se juró o prometió observar. La dimensión
destructiva, en consecuencia, se materializa en la extirpación del universo simbólico de los hábitos y prácticas que los
operadores sostienen según los procesos que la Constitución política recoge y fija. La infracción de un precepto
constitucional, en este sentido, pone al infractor en la condición de transgresor del pacto de vida política en la comunidad.
Con mayor razón el desconocimiento y la destrucción total de la Constitución y su sustitución inicial por el solo y mero
designio o voluntad supuestamente superior de un sujeto, así sea o se trate del Presidente de la República, pone al
transgresor en la complicada e inevitable posición del sátrapa cuya decisión se antepone encima de la voluntad del pueblo
y también de las instituciones cuya vigencia juró o se comprometió a respetar. Independientemente del lado
libidinalmente benéfico conforme al cual se justifica una medida excepcional como un golpe de Estado, el lado
pulsionalmente oscuro no puede ignorarse. Y este tipo de pulsiones están innegablemente asociadas a la pulsión de muerte,
esto es, a la pulsión autodestructiva del propio sistema de vida del cual el transgresor es parte.
39
La expresión hace referencia a la aspiración de perennidad o de permanencia más allá del período regular de
dominio en el sistema político. Es una forma de materializar la ilusión y deseo de vivir más allá de la propia muerte. En
consecuencia, se funda en la fantasía de ser inmortal. La fantasía omnipotente de inmortalidad se basa en la disociación
que tiene lugar en el sujeto que, excluyendo el malestar indeseable de su propia mortalidad, se identifica alucinatoriamente
con un supuesto objeto que le aseguraría inmortalidad. La fantasía de la omnipotencia en la que se sitúa quien proyecta su
existencia más allá de la física y de la naturaleza, a partir de una concepción mágica del mundo, es un rasgo de fusión
edípica (identificación e indiferenciación con la madre), en la que cabe advertir la ausencia de castración (no hay
separación entre el deseo de la madre y el hijo), esto es, del carácter interdictor del padre que impide la relación
incestuosa. Este tipo de esquema señala o indica una tendencia perversa en la que prevalecen vectores psicotizados de la
personalidad, debido a la permanencia en la relación creada por la sola mirada de la madre que crea a un sujeto
imaginariamente omnipotente.
40
Conforme a esta analogía se atribuye a la Constitución una dimensión imaginaria, por oposición a la que le
corresponde a la dimensión simbólica. Vale decir, se concibe a la Constitución como una herramienta elaborada en la
dimensión del deseo pendiente de sujeción al carácter normativo o superyoico y, por lo mismo, exenta de interdicción o
del mandato de represión. De ahí que con el mismo carácter analógico se postule su inserción en la dimensión onírica.
Tratar la Constitución como parte de la fantasía o de los sueños introduce en el análisis el vector o componente del deseo
que inconscientemente permanece en el terreno de lo inefable. Pensar la Constitución como fenómeno onírico permite
examinar en su texto las proyecciones internas o subjetivas de los actores, a partir de las cuales se concibe y se redacta el
documento al que se adscribe la potencial capacidad de asegurar la duración del deseo. El sujeto que concibe el uso
instrumental de la Constitución como garantía de perduración convierte su deseo en una fuente de goce libidinal. En este
sentido la Constitución condensa también y se convierte en el objeto del goce de quien desde el golpe de Estado utiliza su
supuesta y suprema capacidad normativa para dominar masivamente la historia y al pueblo más allá de su esfera directa e
25
De este modo la Constitución adopta el papel de artefacto en el aparato ideológico del Estado, y la
ocupación y usos de su capacidad hegemónica con instancias de intención, de sentido y de propósito
articula el proyecto político del autor de la ruptura constitucional, a la vez que acondiciona, antes y
además, su propia posición de dominio, legitimándolo con el mismo instrumento normativo cuyos
contenidos textuales generó y retuvo la potestad de acuñar. El artefacto constitucional funge de medio
técnico para la instalación de una lógica de uso, acumulación, afianzamiento, distribución y
diseminación del poder (41).
El primer logro y relativamente más sencillo de conseguir es la aprobación y vigencia de la
Constitución en la que queden inscritas las premisas y coordenadas para el uso y estructuración
regular del poder. El segundo y algo más difícil de asegurar es la dócil reproducción del sistema
ideológico y la regularidad en el trámite de la demanda procesal de intervención política, por o a
través de los operadores que se sucedan en el decurso de los sucesivos períodos constitucionales. El
éxito en ambas esferas define la consolidación de la dinámica libidinal que se fundó originalmente en
el quebrantamiento del orden pasado y la construcción artificial de la legitimación de la transgresión
(42).
inmediata de influencia. Valernos del símil de la perspectiva onírica es una forma de reconocer la experiencia política
como un fenómeno alucinatorio, o delirante, en el cual es posible identificar el propósito, generalmente inconfesado o
disimulado pero no menos real, de ejercitar, cuando menos ilusoriamente, el poder del amo o patrón, conforme al cual, sin
embargo se crean efectos reales, primero en el texto constitucional, pero además en los procesos y en la acción colectiva
que adopta el mismo texto como fuente operativa de sus programas, narraciones y conductas personales.
41
El carácter instrumental y no teleológico de la Constitución convierte al sujeto en el operador discrecional del
discurso que ella registra. El operador puede tener el semblante concreto de una persona a cargo de funciones de gobierno
o de representación, pero también cabe reconocer que el aparato ideológico del cual la Constitución forma parte integra un
sistema de dominación culturalmente más extenso. La instrumentalidad de la Constitución es útil, en este sentido, porque
genera efectos políticos necesarios al patrón hegemónico de dominio. Los operadores concretos forman parte del sistema y
obtienen alícuotas de poder según la pauta de reproducción del dominio. Son pues dos formas de dominio operativo
disponibles desde el texto constitucional, primero porque las reglas relativas al régimen económico y político son
instrumentos que facilitarán el mantenimiento y reproducción de la economía de mercado y el fortalecimiento del poder
presidencial, bajo la lógica del Estado constitucional de derecho, y segundo porque más allá del tipo de paradigma y
estructura de poder existen operadores concretos cuyo dominio estructural se agenciará usando instrumentalmente el texto
constitucional de manera que su proyecto se materialice o mantenga en el tiempo.
42
En la base de la transgresión debe advertirse tanto la hegemonía de un sistema económico basado en el consumo y
en el mercado, que produce sujetos debilitados en su proceso de individuación (esto es, regidos por la falacia de la
maximización del beneficio individual inmediato que niega la participación y efectos en el individuo de los resultados
colectivos), como en la subsistencia sostenida del trauma histórico de nuestra fundación colectiva en el que nuestra
identidad no supera la relación odio-venganza inherente a la identidad mestiza de nuestra sociedad. La individuación
supone antes el reconocimiento de la pertenencia y aceptación psíquica del vínculo constitutivo. Si no cabe individuación a
26
Para que una Constitución dure y mantenga su vigencia se necesita, en principio, operadores capaces
de identificarse en los contenidos, deseos y propósitos que ella recoge en su texto. Debe recoger
creencias y convicciones extendidas y asumidas de modo uniforme en la cultura y hábitos de los
operadores. Una visión compartida y sostenida de futuro permite el mantenimiento de las pautas
estructurantes consignadas en el documento constitucional. De ahí la trascendencia de que el cambio
de la mentalidad pública se asimile y reproduzca por operadores clave. Entre los operadores críticos
del éxito cabe enumerar los poderes fácticos del sector empresarial y de emprendedores populares, a
los medios de comunicación, al sector académico (en especial los economistas e ingenieros, pero
también a los abogados), las iglesias, las fuerzas armadas y policiales y, por supuesto, a los cuadros de
líderes de los partidos políticos. El consenso público es el mejor aliado del proyecto político que debía
iniciarse y mantenerse a lo largo de los años.
Pero, alternativamente, es posible que una Constitución rija cuando los operadores la usan sin criterio
crítico para afirmar pragmáticamente pretensiones en el escenario competitivo entre mayorías y
minorías. El “dueño” de la Constitución (esto es, quien la impulsó y quien tuvo capacidad hegemónica
para inscribir contenidos propios de su plan), en este tipo de escenario, triunfa cuando los operadores
pragmáticos no se cuestionan sobre el primer impulso libidinal que determinó la construcción del
documento portador de permanencia. No se cuestionan y hacen parte de sus hábitos la repetición de
las rutinas y prácticas políticas que no dudan ni ponen en tela de juicio la dirección del modelo y el
tipo de sujeto histórico que debe hacerlo efectivo.
Con picos altos y bajos el consenso ha sido efectivo y regular a lo largo de los últimos veinte años,
gracias a la mayor comodidad que a la insatisfacción con la Constitución de 1993. Contrariamente la
menos que se acepte la pertenencia a una comunidad, no es posible la diferenciación respecto de la comunidad de la cual
se es parte, se pertenece y se participa. Los individuos afectados por la falta de reconocimiento y aceptación de su
pertenencia a una comunidad se mantienen en una subjetividad constitutivamente subdesarrollada. A nivel colectivo una
sociedad integrada por individuos insatisfactoria o deficientemente constituidos en su estructura psíquica resulta en una
sociedad política y constitucionalmente desacoplada. Los déficits constitucionales no permiten la documentación de un
orden constitucional efectivo a menos que resulten y sean producidos por sujetos razonable o apropiadamente
diferenciados o individuados. En este sentido la transgresión es consecuencia de la falta de individuación porque niega la
pertenencia y participación en la sociedad en la que la subjetividad del individuo se constituye. De ahí la tendencia al
desborde y a la apropiación de lo que es un bien común como si fuera parte de la esfera de derechos del individuo sin que
tal apropiación tenga justificación ni sustento constitutivo en la polis o colectividad.
27
Constitución de 1979 ha quedado relegada en razón fundamentalmente a la carga ideológica
específica que porta su texto en relación con la dimensión social e intervencionista que se atribuye y
reconoce al Estado. Una demostración irrefutable de ese éxito es que los modelos económico y
político se han mantenido virtualmente inalterables. ¿Qué es lo peculiar y qué es lo novedoso del
modelo político acuñado en la Constitución de 1993?
Lo central del modelo político es la capacidad que recibe el gobierno para dirigir de modo
inconfundible las políticas públicas. El correlato de esta capacidad fortalecida importa el desbalance y
asimetría de la capacidad del parlamento para afectar la conducción y dirección del país, para definir
los contenidos legislativos de los instrumentos clave y más importantes, minimizando la capacidad de
ejercer el control de la actividad del gobierno (43). La sobrevivencia del texto unitario de la
Constitución de 1993, por ello, es un hito que materializa de modo efectivo el éxito en la articulación
del proyecto histórico en la cotidianeidad de la colectividad política y, también es, a la vez, salvo las
capacidades resurreccionales de sus impulsores, una lápida para las pretensiones de su expulsión de la
vida política nacional (44).
Por la adecuación pragmática que realizan los operadores de la Constitución la articulación se
mantiene en circuito automático (45). Sus postulados tienen vida independiente en el registro de los
43
El modelo preveía una lógica de dominio y control concentrado en el gobierno. Desde el punto de vista formal e
institucional el dominio queda personificado en las posiciones del jefe de Estado y el jefe de gobierno, y por ello el poder
que corresponde a estas posiciones aumenta la capacidad del Presidente de la República, y con este arreglo se genera el
fortalecimiento del tipo presidencial en el régimen de gobierno. Y desde el punto de vista material de la cultura y práctica
del régimen el poder queda en manos de quienes tengan mayor capacidad de influenciar en el Presidente de la República o
que gocen de su confianza en tal grado que reciban por endose cuotas importantes o significativas de acceso y
participación en el poder. La cúpula, en este último sentido, es el círculo dorado de una oligarquía que comparte intereses
en el ápice o jerarquía del sistema.
44
La Constitución de 1993 tiene cronológicamente vigencia más larga que la Constitución de 1979, cuyas virtudes
políticas y conceptuales pueden ser superiores a la de 1993, pero no tiene la fortuna de que su aparición coincida con la
emergencia de un paradigma histórico que interpreta ajustadamente los nuevos modos de vida que privilegian la ganancia,
la maximización del beneficio particular, el hedonismo individualista, el materialismo y la anteposición del goce privado y
utilitario del sujeto sobre la responsabilidad y compromisos colectivos con la comunidad histórica que imprime la
identidad personal y comunitaria de la sociedad histórica a la que se pertenece. Parte de su vigencia se advierte también en
el tipo y calidad política del sistema representativo que no produce representantes capaces de priorizar la calidad del
vínculo y del pacto colectivo sobre la conveniencia y el interés privado en la acción política del parlamento.
45
Es válido distinguir entre creencias internalizadas por cuestiones de principio, y el reconocimiento de reglas por
razones eminentemente instrumentales y pragmáticas. En el primer supuesto existe una dirección teleológica en la
conducta y actos del sujeto. En el segundo la teleología del sujeto no es respecto de un principio que lo trasciende en el
28
símbolos colectivos, y su incorporación en el discurso público sirve para acoplar los intereses
singulares de los titulares de los procesos políticos. Existe por lo tanto una actitud de acomodamiento
y complacencia que no llega a ponerse en cuestión ni discutirse en la esfera pública (46). Puede
afirmarse que integra la categoría de las creencias generales asumidas, toleradas y reconocidas.
4. La articulación política del proyecto histórico
Si 1992 es el hito que marca en el Perú un quiebre ostensible en nuestra continuidad, ¿qué
significados tiene ese quiebre y cómo es que se articula la experiencia de la representación política en
nuestra trayectoria histórica? ¿Cómo se manifiesta la crisis traumática de nuestra fundación colectiva
a partir del paradigma que instala la ruptura constitucional de 1992 en la representatividad política del
Perú?
La ruptura política de 1992 trae consigo un nuevo tipo de organización colectiva desde el punto de
vista estatal. Es un distinto tipo de Estado, más concentrado en funciones públicas centrales,
esenciales y críticas, públicamente menos dispendioso y orientado prioritariamente al crecimiento
macroeconómico del país. Con la ruptura política y económica se dan signos que marcan una historia
distinta. Siguiendo a Pessoa, Danilo Martucelli dice de la matriz y dualidades de la modernidad que es
la experiencia del desasosiego (47), porque el sujeto que vive a partir de la ruptura experimenta una
tiempo histórico y en el espacio material sino del interés de su beneficio práctico, porque se valora la utilidad de las reglas
como medio (y no como fin en sí mismo), y un medio útil para alcanzar metas de horizonte individual o privado. Son dos
aproximaciones oponibles desde una perspectiva axiomática, pero en el plano fáctico su coincidencia permite reconocerlas
como indiscernibles y sometidas, a pesar de todo, a un mismo patrón. De ahí la factibilidad y verificabilidad de la
aseveración que sostiene que los supuestos de la Constitución de 1993 rigen la conducta de los distintos y sucesivos
operadores a cargo de puestos públicos más allá de los distintos períodos constitucionales. Finalmente el mantener vigente
el texto constitucional es una forma también de perpetuar y asentir al goce político de quien quebró el orden constitucional
cuya ruptura se remendó y camufló con el simulacro constitucional de 1993.
46
El acomodamiento o complacencia son concesiones respecto de un conjunto supuesto de creencias a las que se da
la categoría de normales o correctas. En gran parte el valor de las creencias incuestionadas es consecuencia de la influencia
que la opinión pública o mediática circula colectivamente. El respeto por el gusto, las tendencias o las modas es sostenido
por los diversos grupos políticos que, carentes de liderazgo moral, se convierten en seguidores de las encuestas o de los
titulares que presiden los medios de comunicación. El carácter representativo, con este tipo de actitud, queda menoscabado
en una forma degenerativa o corrupta porque el líder estatal cuyo perfil es parte del puesto se convierte en seguidor de la
calle. Si la comodidad o la complacencia desvirtúan el ejercicio crítico inherente a la autorización para representar el
resultado obvio es la desvalorización del papel y de la integridad del sistema representativo.
29
doble pertenencia y vive también una ruptura en su identidad interior. El mundo político que empieza
en 1992, en medio de la continuidad escatológica de la nuestra constitución psíquica, a la vez que
mantiene la mancha del trauma fundacional añade al difícil trámite de la ruptura secular la escritura
de la desadaptación y el vacío de pertenencia y certeza. El ingreso al mundo que se inicia en 1992
remueve y desequilibra las subjetividades, y en vez de las seguridades y certezas del mundo que se
conoció aparece una demanda de actitudes nuevas, junto con una oferta de bienes con los que se
tientan nuevos comportamientos y tendencias en el sujeto.
El exilio es parte de esa vivencia de incertidumbre porque debe convivirse con el desajuste en la
perentoriedad omnipresente del instante. El vacío agujerea las certezas sobre las que se edificó la
ilusión de un porvenir predecible y seguro. El ciudadano se encuentra en escenarios radicales de
exploración y la suya es una experiencia constante de sobrevivencia y de atención inmediata de
necesidades que surgen de improviso (48). Por consiguiente la representación política reproducirá en el
representante las urgencias de adaptación, de sobrevivencia y de inmediatez. Si el escenario genera un
clima favorable a relaciones y condiciones de hostilidad, desconfianza, miedo o desapego, la
inseguridad constitucional dominante incentiva y propicia también disposición personal hacia
conductas odiosas de sobrevivencia, que a su turno favorecen también actitudes de depredación y del
saqueo maximizador de beneficios individuales del sujeto (49).
47
Martucelli, Danilo (2005); La consistance du social. Une sociologie pour la modernité, Presses Universitaires de
Rennes, p. 263. L´expérience matricielle a permis tout à la fois de rendre compte historiquement du sentiment de l´entredeux, de socialiser l´épreuve de desasosiego, de donner un debut de sentiment de maîtrise subjective face au monde. C´est
dans ce sens précis qu´elle est inévitablement un mélange d´inquietude politique, de jugement moral et d´aventure
existentielle.
48
Para Kenneth Minogue (2012) el ciudadano democrático de la modernidad es un vulgar utilitario. Ver The servile
mind. How democracy erodes the moral life, Encounter Books, p. 61. La aplicación de esta noción supone la comprensión
de que cada individuo es un objeto o un útil para otro individuo. La existencia humana, así, se reduce a la valorización del
hombre como portador de utilidad o de beneficios para otros. Esto es, es parte de la técnica de conquista y apropiación del
mundo, que porta ventajas para quien la usa. Dentro de esta lógica es que las técnicas de recursos humanos conciben el
trabajo como un espacio de evaluación de rendimientos y de productividad, independientemente del carácter trascendental
que tiene la esencia humana.
49
El modelo aísla y abstrae rasgos o aspectos que plantean esquemáticamente un tipo puro y general. En este
sentido el comportamiento de la realidad no es reductible ni queda cubierto íntegramente en la lógica universal del modelo.
A pesar que las asimetrías o equivalencias entre modelo y realidad no tienen naturaleza biyectiva, sin embargo, siempre
existen y se detectan en la realidad los aspectos que definen, caracterizan y están presentes en él. La hipótesis de trabajo
en estas reflexiones asume la verificabilidad y capacidad explicativa del modelo, y no desconoce que la realidad admite
construcciones o alternativas interpretativas paralelas, distintas u opuestas. La finalidad y utilidad del modelo se propone
con el objeto de atender las características subjetiva y políticamente patogénicas del desempeño representativo. No
30
Es esperable y consistente con este tipo de escenario y de clima histórico predominante que la
representación política de la ciudadanía intensifique también manifestaciones en el desempeño
funcional de los representantes congruentes con la emergencia de este nuevo paradigma y visión del
mundo. Por consiguiente habrá también condiciones contrarias a la instalación y escritura del orden,
de la norma, de la interdicción y de la represión de conductas contrarias al pacto político. Sin un clima
general de acogimiento, acomedimiento o de contención del individuo por una comunidad protectora
o fraternal no es extraño que el polvo y los ruidos de la incertidumbre, de la zozobra y del miedo, no
menos que de odios, rencores y ánimos de revancha, impulsen una agenda en la que se priorice y se
expandan las lógicas de la sobrevivencia y de la ganancia personal. Curiosa y sintomáticamente el
entorno y disposición licantrópicas que condicionan el desarrollo de nuevas subjetividades, además de
agudizar el impacto del trauma fundacional en las vivencias y experiencias del sujeto, incidirán y se
reproducirán inevitable y fielmente en la representación política a través de la priorización de sus
agendas privadas, en vez de acciones y desempeño acordes con la responsabilidad y funciones
públicas que constitucionalmente le corresponden.
¿Cómo se entronca y zurce la performance de la representación en el tejido del nuevo paradigma?
¿Qué equívocos cose en la esfera pública dominante el impacto del paradigma contemporáneo que
integra como parte de su aparato ideológico la Constitución de 1993, y de modo singular la institución
representativa del Estado? ¿Qué es pues el parlamento peruano en medio del pesar y del desencanto
que carga como parte de su experiencia representativa nuestra colectividad?
Para asimilar y valorar la experiencia ominosa en que se puede convertir el funcionamiento del
Congreso es necesario contrastar el resultado residual de su funcionamiento efectivo con el ideal y los
principios en cuyo nombre se justifica la persistencia de la institución parlamentaria, porque la
pretensión es lo que ha carecido de incorporación en el modelo de acción política y en la carne de los
operadores de los procesos representativos. El balance entre el maximalismo normativo y los recesos
pretende ni aspira a sistematizar reglas organizacionales de orden exegético, ni comportamientos funcionales asimilables a
la regularidad normativa. La virtud de la perspectiva y tipo de aproximación hacia las patologías representativas radica en
la capacidad de enfocar y desempolvar formas de acción representativa generalmente próximos a las informalidades que se
desarrollan en la dimensión clandestina de la cultura colectiva.
31
de la realidad es una estrategia útil para hacer el seguimiento a las sinuosidades que sirven para
deformar los ideales con la inevitable mancha de nuestra humanidad.
La manera clásica de concebir al parlamento en el sistema político moderno ha sido como parte de una
de las ramas del Estado democrático, la que conforme al principio de la independencia o separación de
poderes, tiene la misión especial de funcionar como la suprema instancia representativa del poder
popular. Para oponerlo a las formas políticas cuya legitimidad es externa a la comunidad, el
parlamento es el órgano en que se condensa el ejercicio del poder por el pueblo. Si el pueblo es el
soberano y el ejercicio de su poder es no directo sino representativo, la soberanía del poder popular
también es una soberanía que se delega a los mandatarios que por cuenta del pueblo hacen ejercicio
del poder. El pueblo, en un Estado democrático representativo, no detenta directamente el poder sino
por sus intermediarios o delegados quienes, en virtud del mandato soberano del pueblo, tienen
también la posición privilegiada que lo ha llevado a asumir, por endose del proceso representativo que
se materializa en el sufragio universal, el carácter soberano propio del titular. Este tipo de concepto
que traslada la supremacía del titular a su representado ha sido conocido como soberanía
parlamentaria.
¿Y, de modo simple y directo, a qué se le llama y cómo se entiende la idea de la soberanía
parlamentaria? Usualmente se habla de la soberanía popular, la soberanía de la nación o de soberanía
estatal. La expresión alude al carácter final del poder político. La instancia suprema de decisión
puede ser el pueblo, la nación o el Estado. Sin embargo, como consecuencia del desarrollo del tipo
representativo de democracia se entendió que el pueblo, la nación o el Estado tienen carácter
representativo, y por ello son quienes tienen el mandato y potestad de representar al pueblo, a la
nación o al Estado, a los que se traslada finalmente el carácter soberano del poder político. La
soberanía parlamentaria, de este modo, expresa la concreción del poder supremo del pueblo, de la
nación y del Estado. La doctrina de la soberanía parlamentaria asume que la potestad abstracta se
concreta en la autoridad concreta de los titulares de la representación de la comunidad (50).
50
De modo general se conviene en reconocer que quien define la doctrina de la soberanía parlamentaria fue William
Blackstone, durante la segunda mitad del siglo dieciocho, en su obra Las leyes de Inglaterra.
32
Esta misma doctrina va estrechamente emparentada con la que se conoce también como la teoría del
primer poder del Estado, que reserva para la asamblea de representantes la precedencia sobre los
titulares de los otros órganos estatales de gobierno y administración de las funciones estatales. El
parlamento se convierte según estas construcciones doctrinarias, teóricas o ideológicas, en la instancia
política de mayor autoridad en la dirección y gestión del Estado y de la sociedad. Soberanía
parlamentaria y primer poder del Estado son ideas políticas y visiones complementarias que se
deducen de la lógica inherente a la democracia en general, y del modelo de democracia representativa
en particular. Expresan y explican el carácter operativo del principio de organización política que se
sustenta y que se basa en la preferencia por el origen popular del poder, por oposición a otras
concepciones como las basadas en el origen divino, tradicional, estamental, étnico o cualquier otra
modalidad de sesgo oligárquico (51).
El peligro de la doctrina de la soberanía parlamentaria en el contexto del paradigma que emerge a
fines de los años 80s y que epitomiza el modelo representativo desprendible de la Constitución de
1993 es que potencialmente convierte los usos políticos de su construcción en una forma usurpativa y
fraudulenta de la democracia representativa. El uso del sistema representativo en nombre de la
presunta soberanía parlamentaria es, según el patrón democrático fundamental, una deformación
política que termina anteponiendo y privilegiando el papel del representante a expensas del titular de
la representación que es la comunidad (52). Es la impropia comprensión de que el Estado y la
51
De modo específico los atributos de la soberanía parlamentaria y el primer poder del Estado se concretan en
dimensiones de autonomía, y de excepcionalidad respecto del orden general de la república. La autonomía se expresa, por
ejemplo, en la capacidad autorregulatoria del Congreso, la que se concreta en el carácter efectivo de la voluntad
representativa como criterio de orden (lo que la mayoría decide eso es una regla y estándar de procedimiento en las
transacciones cotidianas del parlamento). Y la excepcionalidad a su vez se expresa en el régimen foral y de inmunidades
que rige para el estatuto de los parlamentarios. Esto último se concreta en las prerrogativas y las inmunidades
parlamentarias (no obstante que en jurisprudencia constitucional reciente se deslice la idea de que estas últimas se
encuentren en proceso de obsolescencia).
52
El impropio uso de las doctrinas de la soberanía parlamentaria y del parlamento como primer poder del Estado
es tanto más clamoroso si, precisamente como parte del paradigma contemporáneo, son los medios de comunicación los
que hoy ocupan espacios públicos y de poder más gravitantes y eficaces que los que tradicionalmente se asigna al
Congreso. Comparativamente, en este sentido, la institución parlamentaria se encontraría en proceso de obsolescencia y
deterioro políticos. Consecuente con esta tendencia actual no es extraño que sean los medios los que mayor capacidad de
agencia tengan para diseñar, definir o influenciar en la agenda política de la representación, y a la vez no es extraño
tampoco que los representantes construyan su propia identidad representativa a través de su presencia y reconocimiento en
los medios de comunicación. Al asumir que el principal problema del Congreso es un problema de imagen los
representantes agravan la naturaleza del diagnóstico en cuanto sobrevaloran el papel de los medios y de la comunicación
mediática, porque permitan que su valor como representantes se mida conforme al valor que los medios y que las
encuestas de opinión marcan y miden. El valor intrínseco de la representación, de este modo, se proyecta fuera de sí
33
democracia representativos son formas auxiliares, vicarias o supletorias de ejercicio del poder por
cuenta e interés del titular.
El ideal democrático puede no requerir de una institución estatal a la que se invista y sobre la que se
proyecte atributos o propiedades inherentes a las virtudes propias e incompartibles exclusivamente a
la totalidad del modelo político, y el convertir al parlamento en el espacio absoluto de concreción de
un sistema democrático puede conducir a distorsiones conceptuales y funcionales que precipiten el
sistema político hacia su corrupción y perversión. El parlamento es una instancia cuyo fin es distribuir
tareas de gobierno y de gestión pública, y definitivamente puede coincidir que su operación sea útil
para acercar a la sociedad a resultados democráticos. Pero la democracia no admite reducción a la
experiencia política del parlamento, porque puede haber parlamento sin democracia, aunque algo más
complicado en el mundo contemporáneo es encontrar democracias sin parlamento (53).
Si la funcionalidad del parlamento en un régimen democrático no se cumple y, subvirtiendo su papel
organizacional, se disocia de su compromiso representativo, no hay modo que la doctrina ni el
principio del origen popular del poder y el ejercicio representativo salven ni rediman al parlamento de
las fallas en su desempeño. La creencia en las doctrinas de la soberanía parlamentaria, o del
parlamento como primer poder del Estado, engañan a quienes en su nombre exceden los alcances de la
autorización que genera la mecánica del sistema electoral, y a través del cinismo o excedencias de los
operadores de los procesos parlamentarios el descrédito de la institución parlamentaria,
mismo. Se trata del ejercicio éxtimo de la representación y, por eso, de un modo de enajenación y disociación de la
representación porque el representante se priva a sí mismo de poder representativo al negar la corrección del mandato
popular recibido y pretender representar la voz, la imagen y la escritura de los medios a quienes se adjudica mayor poder
que a la consciencia representativa que se origina en el voto popular. En contraste con lo que ocurría hasta antes del papel
hegemónico que hoy tiene la industria mediática, hasta 1992 el papel era al revés, porque no valía más un representante
por su comunicación y presencia mediática, sino que se destacaba la calidad y prestigio de un medio según que los más
ilustres representantes tuvieran la disposición de colaborar en él.
53
Se trataría fundamentalmente de democracias no representativas, en las que el sujeto político ejercita directamente
su poder soberano. La dificultad de encontrar experiencias de democracia directa es consecuencia de la intensidad
demográfica y de la creciente tendencia a la despoblación rural y la sobrepoblación metropolitana. La proyección de
alternativas de democracia directa en la sociedad contemporánea es imaginable a partir de los progresivos desarrollos
tecnológicos. Los futuribles de la democracia, en consecuencia, con dichos desarrollos podrían configurar como alternativa
y opción futura los modelos de ciberdemocracia, según los cuales el elector contaría con posibilidades efectivas de
expresar sus preferencias en diversidad de temas de interés público valiéndose de programas y redes de interconexión
pública aptos para la agregación de votos mediante un sistema de toma de decisiones colectivas.
34
La continuidad del proyecto político que se registra e inscribe en el texto constitucional tiene como
principal expresión de su realidad la sumisión a su adhesión por la sucesión de las distintas fuerzas
políticas que han operado y procesado la demanda colectiva bajo sus reglas. Luego de la caída del
gobierno de Fujimori el año 2000 han transcurrido tres períodos constitucionales más, en los cuales
ningún
Congreso
ha
tenido
la
capacidad
de
reemplazar
la
Constitución
de
1993.
Complementariamente ningún Congreso ha superado el malestar y las ineficiencias que en su
oportunidad denunció quien lo disolvió en 1992. El malestar político y popular subsiste.
El Congreso sigue siendo unicameral; el número de miembros ha aumentado de 120 a 130; como
nunca antes la tasa de aprobación de leyes se incrementa con mínimos nominales de debate o de
estudio; la institución parlamentaria sigue sin responder a la exigente demanda y expectativas
populares de representatividad (54); los mecanismos de democracia participativa no mejoran
significativamente los resultados, la calidad ni la capacidad de respuesta política del Congreso; y no
importa qué tanto más se consolide el papel de los grupos parlamentarios para la presentación y
debate de las iniciativas, qué tan fluida sea la aprobación de los proyectos de legislación (55), ni qué
54
Debido al carácter crónico de la desaprobación del Congreso cabe graficar esta situación como una de
cosificación del desencanto en la representatividad parlamentaria. Esta petrificación o cosificación del desencanto y su
concreción general en el Congreso va asociada a la sensación de decadencia y de desengaño colectivo. Las mayores
posibilidades de acceso a la información de la población y la mayor cobertura que por razones de transparencia puede
tener la actividad parlamentaria, tanto el ciudadano socialmente conectado a redes sociales, como el que mantiene a los
medios de comunicación como su única o principal fuente de información son formas se aumentar la expectativa de
rendimiento. El ciudadano y la sociedad en general son más exigentes respecto de las posibilidades del sistema
representativo. Comparativamente podría decirse que el tiempo presente es hiperdemocrático en sus exigencias, y que la
representación política aún no alcanza a honrar las nuevas expectativas del representado. De alguna forma, teniendo
presente el modelo representativo que culmina a fines de los 80s y comienzos de los 90s , podría decirse que con el
impacto tecnológico y mediático ahora nos encontramos en una época trans o posdemocrática, porque los estándares
previos de rendimiento democrático esperado se han empequeñecido y ahora el Congreso debe actualizar sus capacidades
y competencias para producir resultados acordes con los nuevos niveles de la demanda colectiva. Los niveles acumulativos
de petrificación del desencanto se expresan en el recalentamiento institucional incapaz de atender la demanda colectiva,
no obstante la aceleración en los procesos mediante los cuales desesperadamente se trata de satisfacer la inacabable y
voraz voluntad popular. El reciclaje que intentó generar la generación política que inicia su período histórico en 1993 ha
clausurado su ciclo prematuramente porque no ha encontrado la visión prospectiva necesaria para adelantarse a las
exigencias de nuestro tiempo, y ha recurrido a herramientas viejas e improductivas para atender demandas insólitamente
novedosas en la historia de la humanidad. El paradigma contemporáneo, en suma, no ha sido correctamente comprendido
por los operadores de la representación que, en este sentido, se han quedado cortos y no cumplen bien el papel dirigencial
que la vida política espera que cumplan. La sociedad cuenta por eso con un parlamento competencialmente discapacitado
para atravesar el océano de demandas colectivas, porque le resulta imposible procesar la demanda con valor agregado en
tal calidad que le permita producir los resultados que el sistema político y representativo le fija.
55
La celeridad procesal en materia legislativa es una causa de la baja calidad de los contenidos legislativos. Ello se
expresa en las deficiencias de concepto sobre lo que es y debe ser una ley. Los déficits de concepto generan la producción
de leyes como alternativas equivocadas para la solución de problemas sociales y políticos, en razón de lo cual aumenta el
número de leyes socialmente ineficaces e inadecuadas como alternativa para los problemas colectivos. Con respuestas
35
tan lacónicas sean las intervenciones en el debate, prolifera abundante número de leyes de
desconocido o dudoso impacto social. No hay visos de mejora en el ejercicio de la capacidad
representativa del Congreso.
Más aún, las ineficiencias en la gestión representativa e institucional del Congreso se agravan cuando
se tiene a la vista que los recursos de que dispone la organización parlamentaria no se escatiman, tanto
en el plano de las asignaciones, emolumentos o remuneraciones que se prevén para los congresistas,
como la logística en materia de edificios, útiles de oficina o de recursos humanos (56). ¿Cómo explicar
los déficits de resultados, rendimiento, logros y performance representativos cuando no dejan de
contar con mejores recursos y tecnología a su disposición?
Un dato que ilustra bien cómo se articula políticamente la visión de país que se entronca en el Perú
desde 1992 es la bipolaridad del régimen nacional. La dinámica económica tiene reglas y operadores
que se mantienen no obstante, y a pesar, de las inestabilidades entrópicas del régimen político (57). Es
legislativas ineficaces e inadecuadas es previsible que los problemas sociales no sólo queden sin una solución apropiada
sino que además se conviertan en parte del problema. Por lo tanto los representantes terminan generando más problemas
con el concepto equivocado de ley con el que desempeñan su función y así termina siendo que también los representantes
son parte del problema y no un medio útil para solucionarlos. De esta manera se elevan los costos administrativos que el
Estado debe abonar para garantizar el gobierno representativo de la comunidad, que no rinde conforme a las necesidades
de la población y los recursos con los que ésta aporta mediante el sistema tributario para contar con una representación
efectiva en su régimen de gobierno. Esto es lo que explica los reclamos periódicos de la colectividad para que se cierre el
Congreso.
56
Es parte segura del folklore en las crónicas parlamentarias las noticias sobre la cantidad de metros cuadrados de
las oficinas congresales, o el número de edificios que se construyen, alquilan, o expropian para el Congreso, si no de la
renovación constante de recursos tecnológicos como equipos telefónicos, laptops, tablets o similares, beneficios como
viajes, o viáticos, si no de la cantidad de personal, o del incremento de niveles o aumentos salariales para éste, a lo que se
suma el uso impropio del personal del servicio parlamentario en relaciones, roles o papeles de confianza política ajenos a
su misión estatal.
57
De manera sencilla puede explicarse la bipolaridad del régimen nacional y la inestabilidad entrópica del
régimen político recordando cómo así es que el crecimiento económico se produce a pesar y no obstante el desorden en
materia de relaciones sociales y políticas. Los niveles de entropía política son comparativamente más altos y más visibles
que los del régimen económico. Son dos lógicas inconexas de operación y funcionamiento que, sin embargo, se integran
porque en ambos casos existe una premisa hegemónicamente dominante, que es la de la maximización de beneficios
privados en la economía de mercado. El error sin embargo es que en la vida política las transacciones se realizan sobre
bienes públicos que no son susceptibles de apropiación, ni menos de maximización, con fines privados. El dominio de la
política tiene una dimensión humana trascendental, y sus resultados no se miden ni se agotan en las relaciones
cuantitativas. En el plano representativo el tráfico organizacional se establece con el criterio de economizar pensamiento,
debate y estudio, en nombre de la producción a escala del mayor número de actos legislativos o de control con el dispendio
meramente cuantitativo del menor tiempo posible. Jeremy Rifkin diría que el trabajo parlamentario se organiza en una
estructura de altos niveles de entropía. Dice este autor en Entropy. A new world view, que work in a high-entropy society is
36
más, son reglas económicas las que definen y constituyen los comportamientos del mercado político.
Es la supeditación o sumisión del régimen y de los actores políticos a las reglas del crecimiento
económico. La hegemonía del mercado es tal que cubre incluso el proceso de estructuración de la
subjetividad y de los deseos de los sujetos del subsistema político. Los partidos y los líderes políticos
operan como si el procesamiento de su demanda se rigiera, no por principios o virtudes políticas, sino
por las reglas de la ganancia y del beneficio privado. Se usan los puestos de representación como
espacios de transacción en el que los actores tienen posibilidades de maximizar su interés en el
mercado de votos, de prerrogativas y de beneficios que el poder facilita.
La bipolaridad eficiencia económica-inestabilidad política, en este sentido, se complementan a favor
de un equilibrio regulado por las reglas del mercado. Para graficar la complementariedad de la
articulación política del proyecto histórico que nace en 1992, cabría referir el funcionamiento en lo
que coloquial y mediáticamente se conoció como el incidente de “la repartija”, relacionado con la
distribución de cuotas en la asignación de puestos de los más altos funcionarios públicos que debe
designar el Congreso (58). Si bien el cuoteo consensuado, o asignación de cupos o espacios de poder
secularized; it is divided and measured by the clock and the output; and it is a burden because it has no transcendent
significance (Bantam books, New York, p. 207).
58
La “repartija” es el término denigratorio que se acuñó mediáticamente para definir la práctica a la que se recurrió
con el objeto de cumplir con la obligación constitucional de nombrar a los titulares de diez de los puestos constitucionales
cuya elección le confía la Constitución al Congreso. El suceso consiste fundamentalmente en la comprensión inadecuada
de las dificultades para designar diez distintos puestos para altos funcionarios de órganos constitucionales autónomos, que
comprendían al Defensor del Pueblo, seis de los siete magistrados del Tribunal Constitucional, y tres de los directores del
Banco Central de Reserva. Se criticó dos cosas fundamentalmente, primero que el proceso no haya consistido en una
postulación libre de candidatos, sujeta a un período de tachas y de evaluación, sino a la invitación a personas propuestas
por los distintos grupos parlamentarios; y segundo que para alcanzar el número de votos exigidos por la Constitución haya
sido necesario hacer concesiones entre los grupos parlamentarios de forma que la asignación de cargos sea distribuida
proporcionalmente entre ellos. La eficacia en la obtención de votos se consideró cualitativamente deficiente porque si bien
pudo elegirse a los funcionarios cuya falta de designación dificultaba el desempeño regular de responsabilidades previstas
en la Constitución, la idoneidad de los candidatos elegidos no satisfacía las calidades técnicas, políticas, democráticas y
profesionales esperadas. Claudicar ante la presión social luego del esfuerzo logrado fue un serio revés, porque nunca se
pudo defender ni comunicar eficazmente la propiedad del método usado para elegir los diez puestos pendientes. Fue un
caso de pérdida del sentimiento de autoridad y, por lo mismo, de vaciamiento de la capacidad representativa del Congreso.
En resumen detrás del escándalo puede advertirse en el revuelo mediático y de las redes sociales, la falta de consecuencia
con el modelo de democracia representativa que rige en el Perú, no menos que la intolerancia con las pluralidades políticas
que, en un acto de consecuencia con sus propias opciones, designan a quienes mayor afinidad tienen con las líneas
programáticas de los partidos representados en el Congreso. Colateralmente puede advertirse además la ineptitud política
de los representantes a cargo del proceso de elección que se dejaron someter por la presión pública y no tuvieron la
capacidad de sostener y explicar la corrección política y legal del proceso parlamentario aplicado. Las deficiencias de
representación, en este caso, muestran que el cargo representativo no fue motivo de honor ni de orgullo sino de lo
contrario, porque sólo por vergüenza o por culpa en la acción y desempeño es que se retrocedió sin haber denunciado la
ignorancia e inconsecuencia con las premisas de un régimen político representativo. Para mayor desarrollo refiero al lector
37
en puestos estatales, es una modalidad organizacional propia del régimen representativo y de la
fragmentación del sistema de partidos, hay situaciones en las que la lógica de los cupos sostiene una
dinámica perversa, porque se antepone el beneficio que genera ocupar puestos y las prerrogativas que
les corresponden a las agrupaciones parlamentarias o sus integrantes,
encima de los costos
organizacionalmente altos que el uso de cupos causa en los procesos institucionales.
Otro caso ilustrativo es el referido la denominada comisionitis, que expresa el inconveniente número
de grupos de trabajo, Comisiones Ordinarias e Investigadoras, que resulta desproporcionado cuando
se repara en la distribución eficiente de las tareas y del trabajo, la capacidad real de ocupar los cupos o
puestos por los grupos parlamentarios, y las exigencias de disponibilidad de tiempo en el titular de
cada puesto para atender correctamente la carga de trabajo asignada al puesto ocupado (59). Para que
la organización parlamentaria se gestione eficientemente es previsible que se estime un orden mínimo
de puestos en unidades orgánicas entre las que se distribuya tareas, los mismos que deben
desempeñarse por actores competentes a los que pueda exigírseles excelencia en la entrega de
resultados indispensables no sólo conforme a las necesidades de producción de la organización, sino
también en función de la satisfacción de las demandas del principal cliente de la institución
representativa que es la sociedad en su conjunto. Sin embargo, cuando la lógica de creación de
puestos la decide la repartición de cuotas de poder, sin evaluación de la calidad de las tareas
ejecutadas ni de los resultados alcanzados, es posible reconocer cómo así la maximización autista de
ganancias privadas es un costo colectivamente perdido para la organización y, naturalmente, también
para el país.
De modo similar otro rasgo político del proyecto histórico basado en la hegemonía del mercado y de
la cultura maximizadora e individualista, lo expresa el denominado transfuguismo parlamentario, que
al enlace http://es.scribd.com/doc/154172489/CDG-Sentido-y-actividad-del-TC-en-el-Peru-Valparaiso-18-de-Julio-del2013.
59
Ver el análisis y la propuesta que presento en mi artículo “Reformas estratégicamente críticas para optimizar la
gestión del Congreso peruano”, que se publica en la Revista de la Red de Expertos Iberoamericanos en Parlamentos,
Primer semestre 2011, N° 8, publicada digitalmente por el Congreso de los Diputados de España, la Fundación Manuel
Giménez
Abad,
y
la
Fundación
CEDDET,
pp.
33-37
(ver
el
enlace
en
http://www.fundacionmgimenezabad.es/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=88&Itemid=1
00449). Igualmente mis comentarios al Artículo 94 de la Constitución que compendia el segundo volumen de la obra
colectiva La Constitución comentada. Artículo por artículo, editorial Gaceta Jurídica, segunda edición, Enero del 2013, en
especial las páginas 539 a 564, que además han sido publicados en el enlace http://es.scribd.com/doc/8837902/CDGComentarios-al-Art-94-de-la-Constitucion-del-Peru.
38
se concreta en la ilusión del «grupo parlamentario propio», en particular cuando emerge el proyecto
de la propia reelección (60). De modo similar a lo que acontece con la fragmentación en el sistema de
partidos (61), el Congreso refleja la misma tendencia a la atomización partidaria a nivel nacional y
regional, con la proliferación de agrupaciones parlamentarias en el plano institucional (62). Ni una ni
otra situaciones se ha eliminado con la regla de los umbrales porcentuales, porque a pesar de la
“tranca” normativa (valla electoral) la tolerancia con las condiciones de aplicación incentiva el rédito
de quienes ganan más apartándose y creando una nueva bancada que manteniéndose dentro de un
bloque más numeroso (63).
Finalmente otro caso expresivo del abuso privado del espacio parlamentario son los excesos que se
comete en el desempeño de las funciones del Consejo Directivo, en el que al amparo del mayor grado
de reserva en que tienen lugar sus sesiones se resuelven discrecionalmente situaciones que
correspondiera decidir el Pleno del Congreso (64). Quienes forman parte del Consejo Directivo
60
Generalmente durante el desarrollo del período constitucional se multiplica el número de grupos parlamentarios a
partir de disidencias en las agrupaciones que llegan al Congreso como consecuencia de las elecciones. Comúnmente la
justificación que se ofrece para cancelar adhesiones, marcar distancia y apartarse del grupo original es la discrepancia
ideológica. En realidad la tendencia a la separación expresa los insuficientes niveles de coherencia organizacional entre los
miembros de una organización. De ahí que en realidad la constitución de los grupos sólo exprese una asociación en la que
convergen intereses a los que más les conviene presentarse en grupo que mantenerse aislados, porque sólo los grupos
tienen determinadas facultades (oficinas, potestad de presentar iniciativas, tiempo en el debate, etc.)
61
A nivel nacional en el Perú son 16 los partidos políticos formalmente inscritos en el sistema electoral.
62
De los 16 partidos políticos inscritos sólo seis obtuvieron presencia y escaños en el Congreso en las elecciones de
2011, de los cuales ninguno alcanzó mayoría absoluta. Al tercer año del período el número aumentó a ocho debido a la
división y separaciones entre sus integrantes. El equilibrio en los procesos de toma de decisiones se alcanza en este
escenario mediante el respaldo de grupos minoritarios según los temas, las concesiones y los arreglos recíprocos a cambio
del apoyo a las políticas públicas y acciones de control.
63
Sobre la naturaleza del transfuguismo como estrategia de comportamiento colectivo en el parlamento peruano
puede revisarse los enlaces http://es.scribd.com/doc/8663425/CDG-Fragilidad-partidaria-y-transfuguismo-en-el-sistemalatinoamericano,
http://es.scribd.com/doc/8637342/CDG-La-matriz-historica-del-transfuguismo,
y
http://es.scribd.com/doc/8608754/CDG-Transfuguismo-y-crisis-post-electoral-2000.
64
Fue en el período 2001-2006 a iniciativa del congresista Carlos Ferrero Costa que las sesiones del Consejo
Directivo tenían cobertura en el canal de televisión del Congreso. Desde el inicio del período 2006 con la congresista
Mercedes Cabanillas se canceló esta modalidad de cobertura así como la publicación de las Actas de Mesa y de Consejo
Directivo), y también a partir de este mismo período se agudizó el uso del Consejo Directivo para resolver o dilatar el
curso de mociones de interpelación, levantamiento del fuero parlamentario (casos José Luna Gálvez y Rocío González),
archivamiento de informes de Comisiones Investigadoras (como la relativa al gobierno de Alejandro Toledo en el período
2006-2011), o derivación a las Comisiones de las mociones que proponían la creación de comisiones investigadoras.
Mayor información sobre el exceso discrecional del Consejo Directivo puede encontrarse en el ensayo del autor colgado
39
asumen la atribución de aliviar la carga procesal que le corresponde al Pleno, y con este propósito
resuelven y toman decisiones sobre materias naturalmente asumibles por la totalidad de la
representación parlamentaria. La usurpación y el copamiento consentido de competencias del Pleno es
un arreglo organizacional mediante el cual se genera la apariencia de que la carga procesal de la
organización se atiende dentro de niveles razonables de eficiencia, pero la pregunta es si acaso la
intensidad y magnitud del número de demandas organizacionales resueltas reúne las condiciones
básicas y esenciales para considerarse que el rendimiento y los productos institucionales son la
respuesta que satisface la necesidad, expectativas y calidad de las necesidades políticas de la sociedad.
Cuando el Consejo Directivo se apropia de las competencias del Pleno se produce pues un fenómeno
de expansión ilimitada del papel de los voceros que toman para sí funciones y facultades de otros
miembros del Congreso, y además del propio Pleno como instancia distinta a todos los miembros que
lo integran.
Parece natural asumir que parte de la explicación por los excesos disfuncionales en los arreglos
organizacionales deba verse en el plano de las carencias competenciales del cuerpo de representantes,
y de las falencias en el terreno de las habilidades y destrezas que el Estado y la sociedad exigen para
ocupar puestos respecto de los cuales el documento constitucional sólo exige nacionalidad, edad, y
capacidad de voto. La brecha entre los requisitos constitucionales y las competencias inherentes al
puesto público puede señalarse como causa de los desencuentros en el desempeño por el que se
responsabiliza a los congresistas (65). Ser un candidato popularmente elegido no es lo mismo que
ocupar un puesto políticamente representativo en el Estado. Los requisitos competenciales para uno y
otro rol son distintos. La brecha entre uno y otro roles y puestos es un error grave de diseño
organizacional que en la práctica ocasiona costos enormes en el funcionamiento del Estado y en la
producción de bienes y servicios que la sociedad debe recibir de aquél.
en el enlace http://es.scribd.com/doc/30942152/CDG-Limite-a-la-discrecionalidad-del-Consejo-Directivo-en-el-Congresoperuano, así como la versión digital de mi Manual del Parlamento, colgado en http://es.scribd.com/doc/111263619/CDGManual-del-Parlamento, en especial pp. 116 a 119.
65
Es parcial la explicación porque quizá lo central de las deficiencias representativas tiene carácter cultural. Es
decir, es parte del minimalismo ético e institucional en los hábitos de desempeño de los representantes que tienen como
máxima el engolosinamiento y voracidad de las cuotas de poder que forman parte de un perfil de comportamientos
mediocres y competencialmente reprobables. Sin embargo, conforme se sostiene en este trabajo la calidad cultural de los
representantes es constituida y precedida por la calidad del cuerpo de ciudadanos entre los cuales son propuestos primero
los candidatos y posteriormente son elegidos los representantes.
40
Ahora bien, las ineficiencias y los desencuentros que resultan de la aplicación maximalista del
principio democrático del origen popular del poder, que podrían minimizarse, neutralizarse o
eliminarse si los partidos políticos presentaran opciones de candidatos con experiencia, competencias
y aptitudes para desarrollar satisfactoriamente las capacidades inherentes a los puestos
representativos, deforman aún más el sistema representativo cuando las desviaciones o las potenciales
distorsiones no filtradas con sus propuestas de candidatos convierten al plantel de congresistas en un
aparato disfuncional, productor de excrecencias organizacionales inadecuadamente representativas
para la comunidad representada (66). La agregación de arreglos o usos distorsivos por los partidos, y
por los propios candidatos que, operando sin diligencia suficiente aumentan la ineficiencia
representativa (67), desconociendo y corroyendo con sus actos y conducta el vínculo representativo,
66
La participación de los partidos políticos como agentes de intermediación entre la sociedad y el Estado es un
arreglo constitucional cuya finalidad es reducir la incertidumbre y mejorar el grado de predecibilidad en el mercado
político. En este sentido son un arreglo organizacional que es componente esencial de la sociedad de control, en la medida
que su funcionamiento y papel tiene previsión en el marco de un régimen estatal, y también en la medida que sus
operadores cuentan con la capacidad de definir proyectos políticos, políticas públicas, y también expectativas y carreras en
la vida de sus integrantes. Los partidos políticos justifican su existencia como instancias alternativas para corregir las fallas
de un mercado político que, sin ellos, aumentarían el grado e intensidad de comportamientos no cooperativos y
agudizarían la reproducción de la incertidumbre. El propósito colectivo de los partidos políticos es trasladar a la
organización jerárquica de su asociación la economía del costo colectivo, porque ellos asumen en sus procesos de toma de
decisión los costos más altos que significarían dejar a la incertidumbre e impredecibilidad de comportamientos
políticamente no cooperativos de la población la resolución de diferencias o disputas constitutivas mediante las solas
transacciones del mercado de preferencias políticas. Es por la misión administrativa que deben cumplir los partidos que
sus fallas organizacionales aumentan exponencialmente las ineficiencias básicas del mercado ciudadano.
67
Modos de agregación distorsiva en los partidos los constituyen, por ejemplo, la concepción de las agrupaciones y
movimientos políticos como asociaciones constituidas y organizadas principalmente para el “lucro” electoral y,
complementariamente, la designación de candidatos según su capacidad para contribuir en las campañas electorales.
Factor que incide en la perversión de esta mecánica es el arreglo del voto preferencial, que incentiva y facilita no sólo las
posibilidades de descuartizamiento interno entre los candidatos al interior del mismo partido, sino también que candidatos
con mejores recursos económicos o financieros, o con mejor capital en materia de su perfil público, pueda asegurar que el
partido acumule mayor cantidad de votos con los cuales jalar al grupo a mayor número de escaños. El perfil del candidato
invitado, quien por tratarse de su popularidad como deportista (Cecilia Tait, Gabriela Pérez del Solar, Cenaida Uribe, o
Leyla Chihuán), o por su fácil identificación como comunicador o periodista (casos de Humberto Martínez Morosini, o de
Guido Lombardi), representa mejores niveles de visibilidad y atractivo en el menú de opciones que el partido ofrece al
elector. Un caso destacado de este tipo de desviación puede ser la postulación y elección de una vedette en el período
1995-2000, Susy Díaz, quien para atraer el voto de los electores no tuvo más ingenio que emular a la actriz de cine porno
italiano conocida como Cicciolina pintándose el número de su postulación sobre una de sus nalgas, y pasearse vestida en
lentejuelas en un vehículo descapotado por las calles de Lima. Tendencias en sentido similar son la disposición favorable
al reconocimiento como candidatos y representantes idóneos entre conductores de programas radiales o televisivos, como
Jaime Bayly, Raúl Vargas, Gisella Valcárcel, o Magaly Medina. De este modo puede verse como las reglas equivocadas y
la cultura o estilo de los actores son una dinámica de desequilibrios organizacionales entrópica y políticamente explosiva.
Sobre la percepción mediática de los efectos distorsivos por los partidos políticos puede verse el artículo de Juan Paredes
Castro, “Poderes de veto”, publicado en la edición del diario El Comercio, del día 26 de agosto del 2013, p. A-7
41
explica parcialmente la desaprobación popular (68), pero la base de la ineficiencia y de las
imperfecciones del sistema representativo tiene como causa última la condición cívica de quienes
como representados son la fuente de la que se toma y de la que salen los representantes.
El denominador común en la continuidad histórica del modelo representativo nacional, en
consecuencia, se repite, se mantiene y trasciende las medidas de reestructuración y reingeniería
organizacional. La estructura libidinal de la experiencia representativa permanece en el mismo
registro subjetivo. No obstante, y a pesar, tanto de la frontalidad de las críticas que se plantearon para
justificar la ruptura democrática, como de la aclamatoria efusividad de la población que respaldó en su
oportunidad dichas rupturas, las reformas organizacionales no atacaron el mal denunciado como
justificación para disolver el Congreso el año 1992. El remedio que se recetó y aplicó a la vida política
del país luego del quiebre en la constitucionalidad fue inocuo. Las nuevas agrupaciones y
movimientos políticos no han conseguido eliminar, esencialmente, las mismas pulsiones e impulsos
en que se fundaron las prácticas recusadas. Las viejas prácticas de las que se avergonzó y abominó
quien protagonizó los golpes de Estado no han sido reemplazadas por prácticas idóneas. La dimensión
pulsional permanece sin interdictar y permanece también la ausencia de sujeción simbólica a una
norma con capacidad colectivamente regulatoria (69).
68
Si pudiera deslindarse materialmente cuánto de la desaprobación popular del Congreso se debe a actos propios de
los representantes, cuánto a la desinformación de la población sobre el contexto y dificultades en medio de las cuales se
realizan los actos representativos, cuánto a la agregación de ignorancias del elector sobre las consecuencias institucionales
del proceso electoral en el que participa y que define, y cuánto más a la deformación de la información que resulta de la
influencia que generan los productores de tendencias de opinión pública desde las corporaciones cuyo fin social es la
información y comunicación mediática (y que, además, miden y pretenden reproducir las encuestadoras de opinión),
probablemente, el resultado sería una calificación menos inexacta sobre la responsabilidad que efectivamente debiera
atribuírseles a los representantes por el cumplimiento imperfecto, incorrecto, ineficiente o irregular de su mandato. La
calidad del juicio sobre la idoneidad del cumplimiento del mandato representativo no admite simplificaciones
consecuencia de la ligereza o de la superficialidad o insuficiencias en el proceso de elaboración del juicio público. No
basta ni los índices demoscópicos ni el número de tweets (o tuits) que abundan en las redes sociales para que el juicio
honre la verdad y justifique la desaprobación. El daño público que se comete al descalificar o llevar al descrédito a una
institución estatal crítica para la salud política del país es inmensamente incalculable, porque desvaloriza la identidad
colectiva e histórica del país y lleva a la desinteligencia de la naturaleza, límites y condiciones en las cuales es posible el
ejercicio de la actividad representativa.
69
El despliegue irrestricto de la dimensión pulsional equivale a una estructura colectiva dominada por los impulsos
del ello, que no llega a ordenarse ni conducirse por un yo débil o por una superyó insuficientemente presente. En términos
políticos la acción masiva del ello puede entenderse como la intervención incontenible del Estado de naturaleza, y la
incapacidad del Estado de derecho para interdictar apropiada y eficientemente las pulsiones que emergen de la naturaleza.
Otro modo de plantear este mismo tipo de relación es la prevalencia del deseo de la madre y la incapacidad del padre para
fijar el orden colectivo. Si el deseo de la madre es representado por los impulsos de la naturaleza en el sujeto histórico y
colectivo nacional, las ineficiencias representativas en el Estado (esto es, el Congreso) a través de leyes de escaso valor
42
5. Remedios postraumáticos y mantenimiento del malestar representativo
Lo que no suele percibirse suficientemente es cuánto de la vida y experiencias corrientes bajo las
reglas de una Constitución repite y mantiene la dinámica con la que se funda la etapa histórica que
nace con la catástrofe que originó e inició el golpe (70). Se asume, por el contrario, que luego de
concluido el período del autor del golpe la historia se separa y adquiere autonomía de la raíz e
hipótesis políticas que vinieron con la ruptura constitucional.
No se tiene suficiente consciencia que, sin reparar el sentido de las normas constitucionales y las
prácticas que ellas inauguran, los titulares del poder representativo pueden continuar actuando según
el guión predefinido desde el conductor del cambio constitucional. En este sentido los sucesivos
períodos constitucionales resultan operando como meras réplicas o reflejos especulares del diseño del
constituyente. Los gobiernos y los representantes que suceden al régimen primitivo funcionan u
operan, en algún sentido, como súbditos del patrón estructuralmente constitutivo, en la medida que
carecen de la capacidad de corregir el carácter fundacional del documento constitucional (71). Tienen
interdictor generan como efecto correlativo la ausencia del Estado de derecho si no, en casos agudos, el decaimiento del
superyó interdictor en formas próximas al Estado fallido.
70
Es necesario aclarar que el uso que se da de la noción de catástrofe se distingue del concepto de trauma. La
referencia a los remedios postraumáticos, sin embargo, es una licencia que pretende expresar sonoramente de modo menos
aparatoso lo que de otro modo se habría formulado como remedios postcatastróficos. No se trata de un uso
conceptualmente inconsistente con la noción de trauma, la que en este trabajo se asocia a la fundación del Perú. En este
ensayo se aplican las categorías que plantea Max Hernández, fundación traumática, y trauma fundacional, las que
previamente he utilizados de modo explícito en mi trabajo La Constitución del Perú, publicado en el enlace
http://es.scribd.com/doc/143945840/CDG-La-Constitucion-del-Peru-24-Mayo-2013. Catástrofe, en este contexto, apela y
mantiene el significado del concepto desarrollado por Wilfred Bion, para quien consiste en la situación crítica que
posiciona al sujeto ante un trance terminal en el que le urge y le resulta imperativo asumir una transformación en relación
con el sentido habitual de sus experiencias en grado tal que le exige la ruptura con supuestos (o paradigmas) mentales cuyo
mantenimiento le impediría exponerse a un aprendizaje vital. La catástrofe, en este sentido, es un detonante que explosiona
en la subjetividad y tiene la función potencial de impulsar al sujeto a romper con resistencias opuestas al cambio. La
referencia que se hace en el acápite a los remedios postraumáticos tienen mayor relación con la apertura potencial al
aprendizaje que posibilita la experiencia de la catástrofe en la subjetividad política, que a la experiencia traumática a la que
se refieren los conceptos que plantea Max Hernández. En cualquier caso es importante y necesario reparar que si bien las
catástrofes son trances en los que debe optarse por el cambio, nada impide que la potencialidad del aprendizaje inherente a
una catástrofe no represente aprendizaje deliberado del sujeto sino, por el contrario, que subsista la resistencia al cambio y
que el aprendizaje no se produzca en la experiencia del sujeto.
71
El carácter históricamente permanente del trauma fundacional asociado a los problemas de enfrentamiento en el
choque cultural que nace en la fundación traumática del Perú, se complementa con la inevitable rivalidad fraternal de los
43
el poder de hacerlo, pero están en situación capitisdisminuida porque, como parte de la impotencia de
su posicionamiento, no llegan a advertir cuánto de sus propias conductas es parte de una reacción
automática o mecánica.
La experiencia política que se inicia en 1995, luego de concluidas las funciones del Congreso
Constituyente Democrático, deja una estela relativamente uniforme e inconfundible de huellas que
inscriben, indican y sellan un tipo de identidad y de relaciones entre el gobierno y el parlamento. Ese
tipo no es precisamente uno que haga al parlamento más representativo ni, para el caso,
funcionalmente más competente.
Sobre los golpes del 3 de Octubre de 1968 y del 5 de Abril de 1992, los protagonistas y conductores
de su ejecución dijeron que aquellos se realizaron para corregir
una situación masivamente
insostenible, pero también para neutralizar el afianzamiento de una clase política que no conseguía
solucionar los problemas críticos de la sociedad, y en ambos casos se dieron pretextos que detonaron
su perpetración. Las consecuencias visibles de los remedios alcanzados luego de concluidas las etapas
“reformadoras”, sin embargo, distan no poco de los resultados contra los cuales se dieron los golpes o
autogolpes de Estado, y han devuelto parlamentos que repiten errores de eficiencia representativa.
El golpe de 1968 encontró a un Congreso bicameral enfrascado en maniobras en tal grado de
confrontación contra el Poder Ejecutivo que le merecieron la calificación como un parlamento
obstruccionista, caracterizado por la pertinacia en el recurso a las interpelaciones y censuras
ministeriales. La dinámica adversarial entre ambos órganos estatales jugó en contra de la capacidad de
grupos que compiten por el poder hegemónico. De ahí que las exigencias del alternabilidad en el sistema democrático
favorezca la sucesión de agrupaciones en el dominio político, a partir de una rivalidad similar a la que se constata entre los
hermanos en el entorno doméstico. El favor del soberano, en este sentido, es disputado fraternalmente a través de los celos
y de las envidias por los logros que el desposeído carece. El mercado de sufragios, del favor y de la aprobación popular,
por eso, puede ser un escenario cruel y violento donde los éxitos no suele conseguirlos quien más méritos alcanza o
mejores razones tiene para convencer. Prueba reciente de esto último son las experiencias electorales de 1990 o del 2011,
donde las ideas del perdedor fueron usurpadas y ocupadas por quien, con un mensaje contrario, obtuvo mayor cantidad de
votos. Las ideas y propuestas de Vargas Llosa en el primer caso, y de Kuczynski en el segundo, dirigieron las políticas de
Fujimori y de Humala, no obstante el discurso antishock y antiliberal del primero y a favor de la “gran transformación”
nacionalista y también antiliberal del segundo. El modelo que caracteriza estrategias electorales como la de Fujimori y
Humala corresponde al arquetipo de orientación conforme al cual prevalece la actitud cínica para la cual se desconoce al
Otro, o la dimensión simbólica de la cultura colectiva, en beneficio del goce privado del sujeto que no duda en mentir para
ganar ventajas o posiciones particulares. Sobre este último aspecto es útil la presentación que realiza Juan Carlos Ubillúz
Raygada (2006) en Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea, editorial IEP, Lima, en especial
las páginas 37 a 62.
44
ambas instancias para atender a la solución de problemas sociales, económicos y políticos como el
agrario, el petrolero y el de la inseguridad causada por los movimientos guerrilleros de los 60s. Uno
de los pretextos invocados como causa del golpe fue la incapacidad del Congreso para plantear una
solución clara contra la injusticia en el ámbito rural, y contra la indefensión en el uso del recurso
petrolero por la International Petroleum Company.
Entre 1990 y 1992 el Congreso tampoco contó con una mayoría favorable al gobierno, aunque el
grado de cooperación entre ambos órganos estatales era notablemente superior al que se advirtió en el
golpe inmediatamente anterior. No obstante el autogolpe fue sustentado en la insuficiente radicalidad
y grado de cooperación parlamentaria para combatir frontalmente los dos más importantes problemas
nacionales, el terrorismo y la hiperinflación. El pretexto para la disolución del Congreso fue lo que se
llamó el golpe parlamentario que supuestamente habría generado la promulgación de la Ley 25397, de
control de las potestades normativas del Poder Ejecutivo, así como la revisión que había realizado el
Congreso respecto de decretos legislativos con los que se pretendía controlar el terrorismo y el
desmanejo económico.
Tanto en 1968 como en 1992 el argumento común fue el malestar por la ineficacia, e ineficiencia, del
sistema representativo, dominado por un sistema de partidos que manejaba el parlamento con fines de
su propia autorreproducción, y un sistema que dilataba los debates retrasando la aprobación de las
leyes. El golpe y el autogolpe utilizaron el pretexto de la ineficiencia representativa de las asambleas
congresales para cambiar y transformar los déficits y la insatisfacción política contra las incapacidades
o incompetencias de la institución parlamentaria.
Si asumimos que la continuidad histórica del proyecto que consigue consagrar la Constitución de
1993 se inicia mediante la acción violenta, irruptiva e irregular del golpe, y que su continuidad se
asegura por la condescendencia o complacencia de los operadores, si no por la inercia automática de
actores que no enfrentan la violencia ni irregularidad para recuperar el orden destruido, o que no
cuentan con la fuerza, habilidad ni voluntad suficiente para recuperarlo, la cuestión es precisar cuáles
45
son los supuestos remedios que la Constitución plantea para curar los males cuya existencia se invocó
como causa para el quiebre o ruptura del orden constitucional (72).
Como consecuencia del juego y funcionamiento de la estructura de dominio durante la vigencia de la
Constitución de 1979 y de la expiración del paradigma que concluye a fines de los 80s, se reacomodan
las pulsiones colectivas latentes en el trauma fundacional (73) y se alcanza una vez más el clímax
histórico que se expresa en el autogolpe de 1992 y la reedición de un nuevo intento constitutivo. El
pueblo se identifica con el líder y vocero de la ruptura porque, nuevamente, al cumplirse un ciclo
psíquico más se levanta la represión del trauma, emerge la capacidad de reequilibrar y canalizar las
energías de la lesión histórica, y se abre un espacio más de liberación contra la opresión política ( 74).
El quiebre y la irrupción permiten la recomposición de las relaciones de dominio, la liberación de
72
Nótese que el planteamiento incide en la identificación de los medios con los cuales se propone corregir las
deficiencias de funcionamiento criticadas por quien disuelve el Congreso en razón de sus ineficiencias organizacionales.
Se asume que la definición de la misión política o la razón de ser de la organización parlamentaria (es decir, qué hace y
para qué lo hace en el sistema político) no cambia, porque sigue consistiendo en permitir la representatividad del pueblo
soberano, mediante la satisfacción de las necesidades de legislación y de control en el uso del poder por cuenta e interés
del pueblo, con el propósito de garantizar el origen popular y la calidad del uso representativo del poder del poder en el
Estado. El énfasis específico es en los arreglos con los que se pretende superar las ineficiencias, sea que se trate de la
lentitud de los procesos, de la extensión improductiva en los procesos del debate parlamentario, o del costo presupuestal
del sistema bicameral y del número de representantes en función del número de ciudadanos representados.
73
Esto es, se camuflan y encubren los sentimientos primarios de odio fraterno que despierta el ánimo y deseo de
venganza. Cuando no se admiten ni reconocen el odio y venganza permanecen milenariamente y recrudecen el trauma
fundacional que se mimetiza y emerge en diversidad de formas o acontecimientos históricos, sean episodios de violencia
interior generalizada como durante los años de terrorismo, o en relaciones socialmente microscópicas como los niveles
extensos y latentes de racismo que subsisten larvariamente en el tiempo y en el espacio social del Perú. Precisamente las
catástrofes políticas inherentes a un golpe de Estado se basan en la desesperación angustiosa de una identidad pendiente de
aceptación (el mestizaje, consecuencia del sometimiento de unos por otros con el dominio del conquistador sobre el
poblador nativo) que busca a un salvador omnipotente capaz de controlar la angustia con la oferta de un orden que no ha
conseguido
alcanzarse
en
el
desarrollo
histórico.
En
la
página
web
de
Iván
Thays
(http://ivanthays.com.pe/post/59526297897) se reseña las opiniones del escritor español radicado en Méjico, Fernando
Vallejo, para quien España no merece el título de madre patria, precisamente por el carácter depredador con el que se
estableció la relación con el continente americano. En dicho enlace se consigna la cita del autor que afirma que cuando
estalló la independencia, al abrigo de la invasión napoleónica de la península, los españoles se fueron con lo que
pudieron y san se acabó el asunto, dejándonos en pago un espíritu burocrático de tinterillos públicos y la plaga del
cristianismo. Así que al diablo con el cuento de la madre patria. España no es patria nuestra ni nunca ha sido. Este
sentimiento solidario con el continente hispanoamericano de un español contemporáneo confirma las ambigüedades aún
pendientes de trámite y escritura en el proceso de identidad colectiva, en particular en el Perú, ambigüedades que se
expresan en una discriminación y en un racismo con los que se pretende blanquear el mestizaje del cual se abomina en la
entraña y en las reconditeces aún disociadas de la intimidad del sujeto nacional. El trauma fundacional se expresa en la
pobreza contemporánea del hombre peruano cuando protagoniza y reedita escenas y discursos de choleamiento, esto es, el
alivio que el cholo pretende encontrar para su dolor choleando a otro.
74
Sobre este tópico se ha revisado el artículo “Opresión política y represión psíquica”, de Max Hernández. Es un
texto inédito que compartió el autor, que fue materia de una ponencia suya en Santiago de Chile en Junio de 2013.
46
energías reprimidas y la reformulación de los términos opresivos en una nueva estructura de dominio
cuya formalización se recogerá en la Constitución de 1993.
El reacomodo y recomposición pulsional van de la mano con el paradigma neoliberal, la
desregulación de la economía y las políticas de favorecimiento del empleo y consumo gracias a las
inversiones nacionales y extranjeras. En el plano político el autogolpe significó el sepultamiento de la
clase política educada bajo el paradigma precedente y su reemplazo general con noveles outsiders
descontaminados de las experiencias y conocimiento parlamentario previo. En las esferas económica y
política la renovación configuró una plataforma beneficiosa para la emergencia de nuevos voceros
políticos e intérpretes del régimen de dominación. El propio Fujimori gana las elecciones porque se
presentó como un agricultor, como un hombre de pueblo, como el chinito del tractorcito, o como lo
decía en su slogan de campaña, como un hombre como tú.
La naturaleza entrópica de las fuerzas pulsionales del inconsciente histórico anidadas en el trauma
fundacional, se apoderan, encarnan y toman la voz del mestizaje irresuelto e inaceptado de nuestra
identidad, y cosen su escritura en los programas políticos de los personajes que reivindican la
transformación y reconstrucción del Perú en 1992. El dominio del conquistador que funda con el
trauma el nuevo país y el nuevo Estado es de esta manera golpeado y neutralizado. La pulsión
emancipatoria del yugo fundacional emerge una vez más y deja que se movilicen las patrias oprimidas
para asumir el dominio de la estirpe secularmente vencida. El neoliberalismo será el nuevo episodio
para el emprendimiento del capitalismo popular del cual nazca la nueva burguesía peruana en la que
queden incluidos los colores del tawantinsuyo. El Congreso será en adelante el lugar en el que
empiece a aparecer el liderazgo de los antiguos dueños del Perú, y el lugar también que cada vez
traducirá con mayor nitidez y exactitud las taras, costumbres, corruptelas y mañas del criollo.
Más allá de la sinceridad u honestidad con que la recomposición de los liderazgos parlamentarios
inicia la transformación del parlamentarismo peruano, algunos de los rasgos más importantes del
modelo que se postula como alternativa efectiva para cambiar la calidad del régimen representativo
nacional pueden ser los siguientes:
(1) La sustitución del bicameralismo por el unicameralismo (para suprimir la yuxtaposición de
bases de representación, y también la duplicidad de funciones).
47
(2) La disminución del número de representantes de 240 a 120 (con el propósito de que, de este
modo, el Congreso signifique menor costo fiscal).
(3) Fortalecimiento de la dimensión participativa en el ejercicio de la función representativa (es
decir, la previsión de mecanismos adicionales de consulta e interacción entre el representante y
la población, como la consulta popular, la iniciativa legislativa popular, el referéndum, las
audiencias públicas y, recientemente, la denominada “semana de representación”).
(4) Uso intenso de la tecnología para fomentar la transparencia de la acción y gestión de los
procesos parlamentarios y facilitar la comunicación entre los representantes y la colectividad.
(5) Simplificación del proceso legislativo con la eliminación del debate de admisibilidad por el
Pleno, con la asignación de Comisiones por la Primera vicepresidencia, y la creación de un
procedimiento acelerado basado en la exoneración de requisitos mediante acuerdos virtuales.
(6) Reducción del tiempo de deliberación mediante el sistema de debate y voto por la totalidad, en
vez del debate y voto artículo por artículo.
(7) Mayor gravitación de los grupos parlamentarios en la distribución del tiempo de debate, en la
determinación de la agenda, y en general en la dirección institucional (disminuye la
gravitación del papel individual del representante quien no puede presentar proyectos de ley
por sí mismo, y pierde el reconocimiento como criterio de distribución del tiempo en el
debate)
(8) Asignación de más recursos humanos (hasta dos asesores, un técnico, y dos auxiliares en los
Despachos, y un coordinador en las oficinas descentralizadas, cuyas remuneraciones en total
alcanzan el monto de alrededor de 27 mil soles mensuales) y logísticos (espacio particular para
Despachos que en promedio alcanza, aproximadamente, a los 120 metros cuadrados; material
y útiles de oficinas; y presupuesto para actividades representativas distinto al previsto para
emolumentos).
(9) Extensión de la presencia institucional a través de las oficinas descentralizadas del Congreso,
de la oficina de participación ciudadana, del sistema informático digital y de la red de
comunicaciones en la web.
(10)Mejoramiento del nivel de ingresos por el ejercicio de la función representativa
(aproximadamente 15 mil soles, además de alrededor de 7 mil soles de asignación por función
congresal).
48
Además de los cambios dirigidos a la finalidad correctiva y a la renovación institucional del
parlamento, algunos otros cambios cuentan también en el perfil del nuevo tipo de parlamento. Cabe
referir los arreglos vinculados al régimen parlamentario, como lo son la investidura, la estación de
preguntas, y al reconocimiento explícito de la facultad legislativa del gobierno a través de decretos de
urgencia, pero también la disminución de exigencias para la disolución del Congreso (dos censuras al
gabinete en vez de tres) (75). Las variantes parlamentarias del régimen, sin embargo, no han tenido el
peso suficiente como para inclinar el carácter históricamente presidencial en el desempeño del
régimen político peruano. Aunque de menor impacto organizacional o de gestión representativa en el
régimen político, también cabe mencionarse cambios como el carácter vinculante de las decisiones del
Congreso en relación con los procesos de acusación constitucional, o la sustitución del período de
vacatio legis entre la publicación y la vigencia de la ley del decimosexto día posterior al día siguiente
de su publicación.
En el plano propiamente normativo se establece la estructura orgánica y los parámetros de
funcionamiento de los órganos estatales alrededor de dos ejes básicos. Uno primero es el eje
legislativo, y el segundo el de los actos de control político interorgánico. En ambos ejes la relación
presenta un balance equilibrado y simétrico entre el gobierno y el parlamento, que no permite
distinguir con claridad que uno de los dos tenga competencias específicas de las que el otro esté
privado (76).
75
Generalmente quienes estudian los pormenores de los cambios constitucionales magnifican el impacto que tienen
los diseños institucionales y sobredimensionan el efecto que son capaces de generar las aparentes atribuciones de
facultades o de atribuciones a uno u otro órganos del Estado. Existen, en efecto, algunas invariantes en los modelos o
regímenes políticos, que tienen base cultural, las que difícilmente se erradican en virtud del rediseño organizacional en las
relaciones de interacción de los operadores o de los órganos estatales. Si bien las reglas y los modelos institucionales
tienen la propiedad de encarrilar, ahormar o enderezar el sentido de las conductas individuales y colectivas en sentidos más
o menos predecibles y uniformes, por sí mismas esas reglas son inadecuadas e insuficientes para eliminar tendencias
basadas en profundidades atávicas o fundacionales. El supuesto de este trabajo es que el régimen presidencial peruano no
sólo se sustenta en hechos comprobadamente manifiestos de afirmación de la figura o del rol conductor del Presidente de
la República como caudillo carismático, sino en el carácter eminentemente autoritario de la colectividad, al que
acompañan eficientemente tanto una estructura psíquica de desvalorización y subestima, las propias escaseces cívicas de
una población que desconocen los efectos de las reglas políticas cuyo uso genera los patrones deficitarios de gobierno y
deficiencias de representación política, no menos, ciertamente, que el estilo de maximización individual y temporal de
beneficios a los que se accede en posiciones de poder cuyo efecto es la apropiación irracional de bienes públicos con fines
privados (signo poco dudable del uso corrupto del poder).
76
Sobre las relaciones entre el gobierno y el parlamento alrededor de los ejes de competencias legislativas y no
legislativas puede consultarse el texto del autor publicado en el enlace http://es.scribd.com/doc/8970675/CDG-Regimende-gobierno-y-poder-presidencial-en-el-Peru.
49
En el eje legislativo cabe, por ejemplo, que tanto el gobierno como el parlamento compartan y tengan
facultades legislativas (el ejecutivo, en calidad de colegislador en el Estado, legislar con habilitación
por el Congreso, dictar decretos en general, y por razones excepcionales puede decretos de urgencia
con rango de ley), además ambos pueden presentar proyectos de ley (que cuando los presenta el
ejecutivo con carácter de urgencia merecen un tratamiento acelerado en sede parlamentaria), y una vez
que éstos son aprobados se requiere la concurrencia de la voluntad del Poder Ejecutivo mediante la
promulgación si está de acuerdo, o la observación si disiente, respecto de lo cual el Congreso puede
allanarse o disentir.
A su vez en el eje no legislativo, o de control, ocurre que tanto el Presidente de la República como el
Congreso participan en el proceso de designación y de remoción del gabinete, tanto a través de la
investidura como mediante el no otorgamiento de confianza, a la vez que la propia sobrevivencia de
uno y otro está entrelazado y es interdependiente mediante el juego entre la censura del gabinete y la
disolución del Congreso.
En la dimensión normativa, por lo tanto, el diseño y la ingeniería presenta y plantea un juego de
relaciones abstractas e ideales que dejan la impresión de que tanto el gobierno como el parlamento
están potencialmente equilibrados en el juego de sus relaciones orgánicas y funcionales, aunque las
bases y principios políticos sobre los que el texto constitucional edifica la construcción normativa
declara la posición preferente del parlamento en relación con el gobierno, precisamente, primero,
porque los cimientos del orden estatal tienen base democrática e igualitaria que se manifiesta en la
regla de que el poder tiene origen en la voluntad popular y que ésta existe a través de la voluntad
representativa que tienen que honrar quienes cuentan con el mandato que surge del voto en las urnas;
y, en segundo lugar, por los rezagos de las doctrinas de la soberanía parlamentaria y la del primer
poder del Estado.
Uno de los objetivos inherentes a la catástrofe provocada, e inherente a la ruptura y al subsecuente
esfuerzo de restructuración del régimen representativo, era que las fallas y carencias de desempeño se
corrigieran satisfactoriamente con alternativas y medidas organizacionales, porque se asumía que
éstas serían suficientemente eficaces para cambiar las ineficiencias institucionales desaprobadas por la
50
población. Pero para que los cambios organizacionales alcanzaran dicha eficacia, naturalmente, era
necesario y se debía añadir el recambio en la renovación de los planteles y de las agrupaciones con
acceso a los puestos representativos abiertos y accesibles con el cambio constitucional, y la
consiguiente posibilidad de sustitución en el clima cultural de la vida práctica y hábitos concretos en
el plano operativo del sistema parlamentario. Cambiar las reglas con operadores portadores de la
misma cultura y hábitos de comportamiento no es una medida organizacionalmente idónea para que la
transformación tenga efectos concretos (77).
Indicios de la improductividad de los remedios propuestos pueden serlo los crónicos escándalos y
reproches sobre la acción parlamentaria que son el denominador común de todo período constitucional
desde el año 1993, que se concreta en un mismo patrón y tendencia, en la mayoría de los casos
asociados a diferencias de conducta en general relacionadas con el uso impropio o poco transparente
de recursos públicos (78), que no dejan de presentar rasgos reivindicatorios vinculados a la emergencia
súbita desde posiciones ajenas a privilegios privativos de los grupos dominantes.
En el período constituyente que fue de 1993 a 1995, por ejemplo, se recuerdan los casos dispendiosos
que protagonizó un congresista al que se conocía como “el pollero”, a quien se responsabilizaba por
haber recibido viáticos para un viaje al exterior que no realizó y que tampoco devolvió.
En 1997 fue enorme el descontento con la aprobación de la ley sobre la tercera elección de Alberto
Fujimori, que culminó con la destitución de los magistrados del Tribunal Constitucional que
declararon inaplicable dicha norma por inconstitucional, y en terreno del anecdotario el caso del
77
La manera más segura de asegurar el favor y apoyo popular es crear la ilusión de que los cambios normativos son
un indicador adecuado de la voluntad de cambiar lo que causa malestar. La voluntad encubierta, sin embargo, es disfrazar
con la apariencia lo que la decisión real niega. El espíritu de una decisión, por lo tanto, no puede leerse en el texto ni en los
arreglos institucionales sino en el ámbito de los intereses que se protegen detrás de actos cuya función es generar una
creencia para no delatar la pretensión que se mantiene oculta y que no se declara. Si los operadores de las reglas no
cambian las reglas por sí solas no garantizan la optimización de los procesos. Sólo si existe disposición interna,
convencimiento y compromiso a favor de una reforma tiene sentido confiar en las reformas institucionales. Incluso la
previsión de incentivos y desincentivos inductores del cambio pueden resultar engañosos si los sujetos sostienen su
conducta en una cultura extendida contraria o paralela a la regulada en las normas de reforma.
78
Para graficar este tipo de situaciones puede revisarse, por ejemplo la publicación reciente en el enlace
http://www.revistavelaverde.pe/?p=4821, sobre un caso de adquisiciones inmobiliarias sin aparente sustento financiero, o
el artículo sobre el boom vehicular en el Congreso que publica la revista Caretas, edición del jueves 15 de Agosto de 2013,
pp. 18-20.
51
congresista Noriega Febres (“santo cachón”), a quien se imputaba la presunta participación en el
asesinato de un monja católica.
En el período 2001-2006 constató el repudio por casos como el del congresista Torres Ccalla (“el
violín”), acusado de violar a una menor de edad en su despacho parlamentario, y se denunciaron los
casos de supuesto nepotismo protagonizados por las congresistas Jesús Alvarado, Doris Sánchez y
Enith Chuquival. En este mismo período empiezan a notarse señales y tendencias a integrar el
hinterland del país con la geografía y la arquitectura estatal, en particular a través de la creación de las
oficinas parlamentarias descentralizadas del Congreso, el reconocimiento oficial de la llamada
“semana de representación” destinada al contacto intenso de los representantes con sus electores, y
también con las ferias costumbristas y artesanales en los propios patios frontal y posterior en la sede
principal del Congreso (79).
En el período 2006-2011 el número de denunciados se incrementó hasta 60 congresistas a los que se
imputaban irregularidades de diversa naturaleza principalmente por el número de viajes al exterior, o
los casos de contrataciones irregulares de personal como los que se atribuyó a las congresistas Elsa
Canchaya y Tula Benitez, y otras irregularidades de comportamiento en congresistas a los que se los
conoció como el “paparazzi”, la “eléctrica”, la “robacable”, el “traficante de enfermeras”, el
“mataperro”, el “comepollo”, la “lavapiés”, el “malpadre”, el “espía informante”, o el de “chapatín” el
“planchacamisas” (80).
79
No puede quedar sin apuntar que el discurso que encomia los beneficios y las virtudes de la democracia
participativa, y del reconocimiento reglamentario del deber del congresista de mantenerse en comunicación con los
ciudadanos y las organizaciones sociales, en base al cual se establece la “semana de representación” (artículo 23 inciso f)
del Reglamento del Congreso), tiene también un lado oscuro, que consiste en el uso de esta modalidad de interacción
política para fines reelectorales, es decir, para aprovechar los recursos y facilidades disponibles y previstas en el
presupuesto del Congreso con el objeto de adelantar la campaña electoral de los congresistas. En consecuencia cabe, una
vez más, el uso de recursos públicos con vista al beneficio particular del viaje de representación para facilitar la propia
reelección. Con la característica singular de que es el propio Estado el que en el Reglamento del Congreso provee la mejor
excusa para cumplir la finalidad particular bajo la figura de una función organizacional conforme a la cual se prevé una
estructura de viáticos y también de personal al que se encomienda el cuidado con los vínculos en la circunscripción por la
que es elegido el congresista. Se dan casos, incluso, en que son los coordinadores de los congresistas quienes viajan y se
entrevistan con las organizaciones locales por delegación del representante, con lo cual la calidad indelegable del mandato
es afectada y pierde sustancia y calidad representativa.
80
Como muestra del tipo de indignación recogida en medios de comunicación puede revisarse la versión de quien
fuera director de El Diario, el órgano mediático de Sendero Luminoso en la década de los 80s, Luis Arce Borja en su
52
En el período 2011-2016 la situación no varió con los casos de adulteración de información en las
hojas de vida, el “blindaje” de los aliados (81), o los casos del
“comeoro”, el “cogotero”, el
“proxeneta”, el “violador”, el “cuidamadre”, los “juegamichi”, o la “venderrifas”. Todos los períodos
tuvieron en común críticas sobre los montos asignados en remuneraciones, beneficios o gastos
operativos, el elevado número de viajes al extranjero sufragados con presupuesto del Congreso (82), a
los que se suman la liviana y superficial actitud de quienes durante las sesiones juegan tres en raya,
michi o venden rifas, o la gravedad de los déficits de calidad en las leyes aprobadas, el número de
erratas en las autógrafas promulgadas, las ineficiencias en el control político y, por supuesto, los
uniformemente bajísimos índices de aprobación en las encuestas de opinión (83).
La referencia precedente es una advertencia de que los anuncios de reforma y renovación política con
los que se justificó la insurgencia contra la Constitución de 1979 y la disolución del supuestamente
artículo
«Parlamentarismo
corrompido
http://eldiariointernacional.com/spip.php?article2714
en
Perú»,
colgado
en
el
enlace
81
Los dos principales casos son los de la desaprobación del Informe Final de la Sub Comisión de Acusaciones
Constitucionales en el que se encontraba sustento para acusar constitucionalmente al ex vicepresidente Omar Chehade
Moya, en el que el voto del congresista Yehude Simon Munaro decidió la votación contraria al informe; y el de la
investigación de la procedencia del dinero en el caso de las compras inmobiliarias de Eva Fernenbug, suegra del ex
presidente Alejandro Toledo, en el que el grupo nacionalista Gana Perú cerró filas con Perú Posible para dificultar dicha
investigación en el período 2012-2013.
82
Aunque igualmente debe añadirse casos como el de los llamados “los romanos” cuyo viaje a Italia en el año 2007
motivó la presentación de una moción de orden del día que proponía la creación de una Comisión Investigadora para
determinar la finalidad y el financiamiento de dicha excursión internacional (Moción de Orden del Día 5612, presentada el
2 de Octubre del 2008). La moción nunca se procesó y, por lo tanto, ni se creó la Comisión Investigadora, ni se conoció el
propósito del viaje, ni se supo cómo se financió el viaje de “los romanos” a Italia.
83
Por supuesto que es solamente justo señalar que las referencias se incluyen a título del carácter escandaloso que
incentivó el sector mediático, y que en ningún modo suponen la minusvaloración de dignos y decentes representantes cuyo
desempeño y esfuerzo son comparativamente proverbiales. La mención de la dimensión anecdótica y escandalosa sí es
pertinente y relevante para enfatizar y describir la decadencia y el desencanto en la capacidad y posibilidades
representativas del parlamento. El escándalo, en este contexto, es un dato expresivo del sentimiento popular en la historia
reciente del régimen representativo que opera como síntoma de la época y como parte integrante del paradigma cultural de
nuestro tiempo. Así como coexisten estas manifestaciones atípicas pero no menos características de la identidad cultural de
la representación parlamentaria, junto con los casos de desempeño funcional y éticamente correctos, forma parte del perfil
del plantel general de los congresistas el aspecto eminentemente utilitario, mercantilista o populista de quienes supeditan
su labor representativa a los modos en los que pueden complacer más al electorado de quien depende su permanencia en el
Congreso, independientemente del efecto que su acción representativa causa al país. Para graficar la situación puede
consultarse el reporte que apareció en Diario16, en su edición del 16 de Agosto del 2013, titulado “Otra burla de los
'otorongos': prefieren ver TV en vez de escuchar a Pedraza”, p. 4; en Perú21, de la misma fecha, p. 4; en El Comercio,
sección A, p. 4; y en La Primera, p. 2. Además, el enlace que aparece en http://noticias.pe.msn.com/peru/luz-salgado-escaptada-vendiendo-rifas-durante-interpelaci%C3%B3n-a-pedraza-1
53
ineficiente parlamento del período 1980-1992, no fueron honrados. La ineficacia de la herramienta o
alternativa no ha curado el mal denunciado. El mal continúa y, en algún sentido, ha empeorado la
calidad de los productos institucionales y de la satisfacción con el rendimiento del sistema
representativo (84).
Si el malestar continúa y si en el Congreso sigue concentrándose y focalizándose la fijación y
repetición de experiencias de desasosiego y de repudio generalizado, ¿síntoma de qué es el fenómeno
de fijación y repetición de los excesos en la representación política?
6. Dimensiones sintomáticas del exceso representativo
Representar es una tarea que se desempeña para cumplir una gestión en beneficio no propio sino de
terceros. Cuando quien representa antepone el goce individual de su papel representativo falla en el
compromiso que asume porque descuida al tercero en beneficio de su interés privado. Un sistema en
84
Esta afirmación, sin embargo, debe tomarse con precaución, porque el sistema representativo funciona a partir de
una contradicción. Si bien por un lado el sistema electoral no permite que el elector seleccione a sus candidatos según la
confianza que ellos puedan merecer. Los electores no pueden conocer a los candidatos de tal modo que puedan llegar a
afirmar y estar seguros que saben quiénes son y que les pueden representar mínimos indispensables de confianza. Por eso
es que tiene sentido aseverar con sustento que en la democracia representativa los representantes no tienen capacidad de
representar, porque los electores son concreta, efectiva y realmente irrepresentables cuando no pueden conocer, ni menos
confiar su mandato, a quienes no conocen. La ficción de la confianza en el mandato representativo sirve sólo en la
mecánica electoral, pero en realidad la confianza no se presume cuando quien elige a un representante no tiene posibilidad
efectiva de saber quién es el que pretende la confianza para representar. Además no deja de ser cierto que el azar
distorsiona aún más la calidad del vínculo representativo, porque los elegidos nunca saben quiénes pretendieron confiar en
ellos. En este sentido la democracia representativa genera la paradoja de producir representantes sin representados; esto es,
representantes ficticios que pretenden representar a quienes nunca pudieron elegirlos con confianza de que puedan actuar u
operar funcionalmente como representantes ante el Estado en el sistema político. Pero la contradicción se produce porque
no obstante la imposibilidad de la representación y lo irrepresentable del acto presuntamente representativo, el sistema
electoral sí es muy eficiente para trasladar del pueblo al Estado una muestra adecuadamente representativa de la calidad
ciudadana y, por lo tanto, de la capacidad, posibilidad y competencias representativas de quienes resultan elegidos
representantes. La imposibilidad de la representación (irrepresentabilidad política del elector presunta o hipotéticamente
representado) va de la mano, por lo tanto, con la eficiencia representativa del mecanismo muestral según el cual quienes
llegan a un puesto representativo son portadores de las condiciones, competencias, virtudes y también defectos e
ineptitudes que existen en el caudal ciudadano del pueblo. La consecuencia será un vínculo carente de confiabilidad y
legitimación potencial, pero especularmente potente como reflejo de la calidad política y cultural de la población
presuntamente representada.
54
el que predomina el goce privado del desempeño del papel representativo es políticamente perverso
porque reproduce regular y sistemáticamente conductas ajenas al interés público (85).
El poder es un medio socialmente importante, útil, eficaz y valioso para mejorar la calidad de la vida
política de los pueblos. Siendo el poder un bien público el juicio sobre el desempeño de quienes lo
detentan debe ser intolerante, severo y riguroso. El riesgo de quien enjuicia con blandura o
flexibilidad el dispendio o la apropiación del poder yerra en la voluntad de cura, porque cuando la
cirugía es la única alternativa la condonación de la falta es la vía segura hacia la extinción. Para
afirmar la vida sobre la muerte sólo la mutilación y extracción radical del mal son la alternativa
adecuada. La corrupción de la vida política tiene propiedades oncogénicas en el tejido social porque
su tolerancia expande el mal como lo hacen las pandemias en la salud pública (86). Los malos o
excesivos usos políticos, tanto de la ciudadanía como los de la representación, son actos de rapiña y
quienes los perpetran tienen la condición de hampones que vulneran la confianza pública (87).
85
El goce privado no es un mero y simple uso impropio de un bien con fines distintos a los que se lo concibió. El
goce privado es la ganancia recóndita que se cree obtener de modo supletorio. El mehrplus del goce, es decir esa ganancia
adicional o excesiva, como lo es la plusvalía en el uso del trabajo dentro del sistema capitalista según Marx, es la búsqueda
de algo adicional a lo que externamente se obtiene. El plus del goce es el disfrute adicional más allá de la satisfacción o de
la insatisfacción que se da con el intercambio o la interacción. El goce está aún más allá del beneficio económico o
material. Es un goce más allá de los términos de una relación, porque se trata de un goce íntimo e inconfesado (aunque no
menos manifiesto u observable a través de los síntomas de anomalía, por ejemplo), en el que se regocija el sujeto más allá
del nombre, del discurso y de la narración de su conducta. El goce privado, en este sentido, es un modo de absorber,
arrancar o arrebatar al acceso a una posición una satisfacción funcionalmente omitida o silenciada. Se goza con lo que se
obtiene de lo que queda sin nombrarse en el ejercicio de la posición representativa desempeñada. De ahí la natural
insuficiencia del análisis jurídico para determinar en qué consiste la democracia representativa en la dimensión existencial
y concreta de su funcionamiento y operación por quienes con su experiencia dan vida al modelo constitucionalmente
concebido y diseñado normativamente.
86
En encuesta que se difundió en los medios de comunicación en agosto del 2013 se mostró algunos datos
relevantes sobre la relación entre la corrupción, el Congreso y la sociedad. La empresa IPSOS APOYO elaboró por
encargo del Comité Pro Ética una encuesta a nivel nacional según la cual el Congreso era considerado la institución más
corrupta del Perú para el 55 por ciento de los encuestados; para el 71 por ciento entre los políticos existe más corrupción
que en el resto de la sociedad; el 55 por ciento cree que dentro de cinco años la corrupción en el Perú habrá aumentado; el
91 por ciento considera que las leyes no se respetan; y, curiosamente, el 83 por ciento tolera o puede tolerar dar un
obsequio o pagar dinero para agilizar un trámite público, y el mismo porcentaje tolera o puede tolerar que un funcionario
público favorezca a parientes o amigos. Ver los diarios Gestión (pp. 2-3); Perú 21 (pp. 2-3); y La República (p. 10), en su
edición del 22 de agosto del 2013. Probablemente el dato más expresivo sea el que el 83 por ciento de los encuestados
reconoce que sí protagonizaría actos de corrupción, o toleraría actos de corrupción. Este dato muestra que la corrupción no
está sólo aquellos a quienes se sindica y reprocha como responsables de la corrupción, sino también en quienes participan
o toleran su práctica. No debería hablarse con propiedad, en este sentido, de la corrupción como un mal de la clase política
sino recíprocamente de un mal extendido, por lo menos, desde el punto de vista estadístico, en más del 80 por ciento de la
sociedad. Este indicio es en el que cabe reparar cuando se afirma que quienes nos representan sólo reflejan especularmente
al representado que los elige de entre la propia sociedad que integran representantes y representados.
87
Sin caer en los excesos del juicio sádico sobre el ejercicio impropio del poder, el uso imprudente, desmedido, o
excesivo genera males colectivos y políticos estructuralmente nocivos. Si en la racionalidad política de la sociedad
55
Se dice generalmente que las sociedades, a diferencia de los individuos, carecen de la capacidad de
aprender de sus errores, y que por ello estos últimos se repiten sin mayor posibilidad de control. Este
decir se basa en la supuesta inubicabilidad de la conciencia en un cuerpo colectivo o, lo que es similar,
en el supuesto de la inexistencia de una consciencia colectiva central, capaz de coordinar o integrar las
mentalidades, intereses, valores, afectos o pulsiones de la totalidad histórica de individuos de la
comunidad. Reafirma la sospecha la volatilidad de los escenarios públicos en los que los actores
alternan y cambian incesantemente. De modo específico ese es el caso en los regímenes democráticos
en los que los principios de igualdad y de alternabilidad en el poder incentivan la movilidad en el
ejercicio de los puestos representativos, de gestión y de gobierno.
Si es tan difícil determinar la presencia de la consciencia colectiva, dónde se ubica, o si acaso ésta no
existe, en efecto, difícil sería asumir error o falta alguna porque no existe sujeto ni instancia autónoma
capaz de elaborar sobre los actos que realiza o desarrolla, ni de reparar los daños que eventualmente le
cupiera cometer. Sin embargo, la aparente invisibilidad del sujeto y de la consciencia colectivos no
parece impedir que se concreten presencias conductuales difícilmente atribuibles sólo, única ni
exclusivamente a los individuos, o partes, del todo comunitario. En efecto, al parecer, la acción del
inconsciente colectivo es más tangible, ubicable y compartida que la que se pretendería imputar a la
consciencia colectiva. La existencia del inconsciente es por sí misma cuestionable para quienes
comparten una epistemología basada en la medición operativa de fenómenos observables. El
conocimiento, a pesar de esta línea de pensamiento, no excluye el de carácter intuitivo que es el
moderna el monopolio legítimo de la violencia lo detenta el Estado, y si éste es un Estado representativo basado en la
capacidad y autorización del representante para actuar en el Estado por cuenta e interés de la voluntad popular, cuando los
representantes incurren en actos de desborde institucional anteponiendo el mandato pulsional de las fuerzas de su interés
privado, el Estado que ellos representan deja de cumplir con la función normalizadora e interdictora, para convertirse en
un aparato que reproducirá el mismo tipo de tendencias pulsionales en la sociedad cuyo poder se ejercita por delegación.
Cuando los representantes se apropian del poder público los efectos miméticos que se reproducen en la sociedad irán en
correlación con las energías que emanan de las pulsiones de los agentes que desempeñan con carácter representativo la
función estatal. En niveles agudos este tipo de ejercicio del poder produce y refuerza subjetividades colectivas con
comportamientos disociativos (y no sólo ambivalentes o ambiguos) en un esquema conductual próximo a funcionamientos
colectivamente psicóticos. La salud política de un país, en este sentido, puede en gran parte observarse a través del tipo de
representante y de sus actos y funcionamiento representativo. A la vez que el sistema electoral traduce en el Estado el tipo
de ciudadano del que se extrae y eligen a los representantes, una vez que ellos llegan al Congreso operan como
generadores del círculo vicioso reproductor de disfuncionalidades políticas. Esquemáticamente cabría expresarlo
afirmando que el malestar colectivo se reproduce a sí mismo cuando los representantes inciden en funcionamientos
psicotizantes.
56
dominio propio de la dimensión clínica en el que se observan y ocurren las manifestaciones en las que
se registra la presencia e interpretación sobre la intervención del inconsciente.
Ese residuo colectivamente intocable, ineliminable, e irreductible, que se manifiesta, aparece, muta y
sobrevive, no obstante qué rechazos se expresen en el discurso sobre su difícilmente verificable
materialidad, emerge más allá del espacio de las individualidades en que se concreta, y se sostiene a
partir de señales y de la solidez icónica de una presencia estructuralmente tenaz, privada de
mortalidad. La pluralidad y la diversidad tienen existencia efectiva y concreta en dimensiones ajenas a
la individual en el sistema histórico y la totalidad común a quienes comparten el mismo tiempo y el
mismo territorio bajo un mismo Estado. La subjetividad colectiva, sea como inconsciente o como
consciencia histórica, no obstante lo conceptualmente inasible y difícilmente comprobable de su
realidad, no deja de ser una intuición que referencia su capacidad operativa y explicativa de sucesos o
de conductas que trascienden la dimensión propiamente individual de los miembros de una
colectividad.
La base popular y representativa del Estado es parte de la narrativa acordada en el plano simbólico o
ideal. Por eso integra el universo conforme al cual se contrastan los actos de desempeño de los
operadores de los procesos. Las abstracciones normativas contenidas en el banco de fantasías o deseos
de quienes diseñan la Constitución tienen el carácter de un instrumento o herramienta para la acción,
pero la acción misma es en la que se concreta prácticamente la abstracción o idealidad documental. Es
por ello que evaluar los logros, avances o ventajas de una Constitución puede no tener mayor valor
que el que tienen las fábulas o quimeras. Si bien los mitos tienen un poder social y políticamente
ordenador en las conductas colectivas de las comunidades tradicionales, las Constituciones carecen
del mismo grado, nivel e intensidad de ascendiente en las sociedades modernas como criterio
ordenador.
Las Constituciones no llegan a integrar el nivel afectivo o emocional, porque el valor preeminente con
el que se conciben es de naturaleza fundamentalmente racional (88). No resultan de las creencias,
88
Es una tendencia común y general sostener que las conductas personales y estatales deben desarrollarse según
parámetros de racionalidad. La comprensión de los productos culturales como creación racional de la sociedad, en este
sentido, contradice la funcionalidad que necesita la colectividad para integrar y armonizar las distintas dimensiones de la
existencia humana. Asumir la racionalidad política del sujeto puede no consistir en una premisa válida de análisis. Por esta
57
compromisos o cultura generalmente compartidas por las comunidades, sino que las proponen y
redactan quienes tienen un carácter conductor de la actividad colectiva, como consecuencia del
carácter representativo del proceso político, mediante el cual las comunidades ejercitan su poder a
través de quienes el sistema electoral califica como autorizados para representarlas conforme al
criterio cuantitativo de las mayorías.
Si el sistema político y constitucional modernos se basan en las reglas de racionalización del proceso
político, la dimensión racional de la Constitución, y de la integridad del aparato normativo que
construyen los mandatarios de la voluntad popular, son en realidad un fragmento de la dimensión
normativa, porque la racionalidad del aparato constitucional y normativo son una dimensión escindida
de la vida y de la existencia concreta de la sociedad. Esta fragmentación y escisión se agrava como
consecuencia de la compartimentalización de las esfera política entre representantes y representados,
que tiene como resultado el aislamiento potencial entre unos y otros.
La segregación entre ambos cuerpos políticos, representantes y representados, determina a la vez
excesos y precariedades cuya presencia disminuye la calidad del vínculo político en la comunidad.
Los excesos, porque el sobredimensionamiento del poder representativo que se escuda o ampara en la
lógica de la soberanía parlamentaria y del primer poder del Estado aliena en realidad a la sociedad de
su capacidad representativa cuando los representantes secuestran el mandato y lo utilizan sin conexión
con los intereses de la comunidad a la que representan. Y las precariedades, porque el receso de
representatividad en la relación entre la sociedad y sus representantes es una fuga severa en la
vigencia de los sentidos constitucionales, como también resulta ser una fuga de sentido la pretensión
de reducir la constitución efectiva del pueblo a reglas en las que se pretende reducir el marco cierto de
significados procurando la identidad entre el lenguaje normativo y la realidad cultural que siempre
escapa y excede al ámbito de las reglas positivamente encuadradas.
razón la ingeniería constitucional que conciba los textos de las constituciones como si se tratara de un holograma
normativo contiene una falla esencial de construcción porque su aplicación e interpretación se realizará por un sujeto
impregnado de afectos, emociones, intereses y valores cuya racionalidad no es apropiadamente integrada en la frialdad de
los modelos racionales que, además, se trasladan poco menos que mecánicamente de otras latitudes olivando que las
instituciones no tienen carácter portátil.
58
En el exceso documental, por consiguiente, no se encuentra sino lo que no huyó a tiempo y que las
palabras consiguieron retener. La constitucionalidad, en este sentido, es a la vez que un resto o sobra
de letra también una ausencia de realidad simbolizada. La Constitución engaña en cuanto no alcanza a
decir la constitución que vive más allá de las palabras que quedaron detenidas estáticamente en una
sintaxis histórica. El sentido constitucional, en este contexto, es un objeto que se perdió desde que la
Constitución empezó su supuesta vigencia. De ahí la paradoja más grande que consiste en que la
vigencia de la Constitución inicia la reducción y la pretensión de dominio de la realidad a través del
texto muerto de las palabras que alcanzaron su consagración en el mausoleo de la letra privada de vida
política.
¿Qué significan pues las Constituciones escritas desde el hemisferio racional del constituyente sino el
carácter emocionalmente hipotónico de contenidos normativos concebidos y escritos desde una
perspectiva básicamente utilitaria o instrumental? Cuando la norma es escrita como parte de un
imaginario desarraigado de capacidad ordenadora la Constitución se convierte en un régimen
hipertrófico. Hay exceso de norma y déficit de reconocimiento, de capacidad y de poder ordenador.
La Constitución tiene carácter disfuncional, porque se ha fabricado de tal manera que servirá para
repetir y para fijar aún más el malestar del cual ella misma es parte, en tanto que su escritura es
producto de sujetos que expresaban con su propia existencia y reconocimiento representativo el
síntoma colectivo. La dimensión imaginaria en la que se la concibe forma parte de la posición de
omnipotencia en la que se alucina el constituyente que la redacta (89). El circuito que así se configura
define, describe y replica la escisión desde el que se estructura la constitución de la función
políticamente representativa. La escisión sostiene de esta forma dos órdenes inconexos, desintegrados
y superpuestos: el orden alucinatorio de normas racionales inscritas por los representantes en el
89
Cuando el constituyente imagina su papel desde la burbuja de una autoridad excesiva el producto normativo que
elabora tiene naturaleza no simbólica sino imaginaria. Carece de poder ordenador en la subjetivización de individuos y
colectividades. La posición imaginaria del constituyente, desde la que se alucina omnipotente, resulta de una estructura
primariamente narcisista, que desconoce la mortalidad del sujeto. En este clima se escribe la ausencia de identidad
colectiva, porque el sujeto constituyente no ha logrado elaborar, previamente, su pertenencia a una comunidad y a una
historia de pluralidades y de patrias históricamente incomunicadas. Naturalmente una Constitución que resulte de
deficiencias como las apuntadas difícilmente tendrá carácter normativo y adolecerá de radicales posibilidades de concretar
parte del universo simbólico de la sociedad a la que se pretende interdictar y regular. Será, en este sentido, un producto
normativamente disfuncional, imaginario, e hipertróficamente superyoico.
59
registro del documento constitucional (90), y el orden de la realidad en el que funciona con eficacia la
constitución psíquica de la comunidad representada.
Como puede advertirse van de la mano los fenómenos excesivos del desempeño representativo, es
decir los comportamientos extraños e inaceptables de los representantes, y los productos que
colectivamente elabora la institución representativa. Así como el carácter bizarro y atípico de los
comportamientos representativos son públicamente censurados por la colectividad, por otro lado
quedan en el ámbito de la regularidad formal los productos corporativos que adopta y acuerda el
Congreso. Una y otra esferas o aspectos del funcionamiento representativo marchan juntas en el
mismo sujeto de la representación política que es el Congreso. La pregunta es si acaso los productos
formales de la institución representativa no están contaminados por la misma subjetividad que emite
expresiones extrañas, bizarras o inaceptables de conducta que rechaza o reprueba la colectividad.
Las dos dimensiones conviven en el mismo sujeto y el enigma de su convivencia plantea la hipótesis
de faltas o carencias en el carácter escindido y fragmentario con el que se vive la representación. El
sujeto de la representación es un sujeto atravesado por su propia carencia, una carencia que no es sino
la reproducción de la misma estructura fragmentada de la sociedad a la que el sujeto representa. La
constatación del exceso en la conducta representativa y los productos que el sujeto de los excesos
protagoniza y produce indican que, en efecto, existe un síntoma cuyo abordaje debe emprenderse.
7. Del exceso a la precarización representativa
Según la línea esbozada en el acápite precedente es necesario trascender el análisis del discurso
normativo si se pretende explicar y comprender qué finalidad ha atendido, y qué ha significado, el
Congreso peruano en los casi últimos 20 años, a partir de la vigencia de la Constitución de 1993. Es
90
La referencia al carácter alucinatorio del ordenamiento constitucional expresa la inscripción de la producción
documental de la Constitución como una creación gestionada con primacía de la función imaginativa, y por lo tanto con
valor similar al que, forzando relativamente la analogía de los tipos creados por Karl Löwenstein, les es adjudicable a las
Constituciones tipificables dentro de la categoría nominal, no normativa. A las Constituciones normativas les
correspondería la inscripción en el dominio propiamente simbólico, y a las semánticas el dominio de lo no simbolizado y,
en consecuencia, de lo real que se resiste y es imposible simbolizar (por lo tanto, el traje del sinthome que grafica el hueso
del goce).
60
por esta razón que más allá de la dimensión propia y exclusivamente normativa, debe atenderse a los
usos y al comportamiento efectivo del modelo, sea en el funcionamiento operativo de los actores en
los procesos políticos como en la estimativa o percepción popular. Estas últimas fuentes manifiestan
un marcado y significativo contraste con el conjunto de aspiraciones propias de los principios, de las
teorías, de la doctrina o de las normas.
La idealidad de los principios y de las normas no basta para calificar positivamente el cumplimiento
de la finalidad, ni la satisfactoria calidad, en el desempeño del sistema representativo (91). La
legitimidad de la representación medida conforme a su impacto, su rendimiento y sus resultados se
define no por la nobleza de los principios sobre los que se construye el sistema, ni tampoco por la
racionalidad o consistencia de las normas conforme a las cuales se prevé o desea el funcionamiento.
Se define conforme al ejercicio que de la representación hacen quienes el pueblo elige para que lo
representen, y tal definición se aprecia conforme a la conformidad o desaprobación que la colectividad
representada expresa o percibe. Los actos presuntamente representativos y el juicio de los
representados sobre dichos actos es el factor crítico en la evaluación del válido, correcto y suficiente
ejercicio de la representación. De la infinidad de actos en que participan los representantes existen
muchísimos que se mantienen en niveles de normalidad tal que pasan desapercibidos. Sin embargo el
juicio sobre la calidad representativa se forma más respecto de las aparentes insignificancias de la
actuación, que paradójicamente son mucho más expresivos del tipo de goce que tiene el representante
en el uso de la autorización y mandato que recibe (92). La autorización genera autoridad. Y la
91
Repárese que se ha planteado que en la escisión del sujeto representativo la Constitución, así como todo otro
producto normativo, la operación del sistema representativo adopta una dimensión alucinatoria, porque el orden normativo
pertenece a la dimensión del imaginario o imaginativo antes que al propiamente simbólico. Rasgo en el que cabe advertir
la presencia de mecanismos de funcionamiento psicóticos en la constitución psíquica de la colectividad. La idealidad y
racionalidad normativa se conceptualizan, en este sentido, como expresiones esencialmente carentes de fuerza y poder
normativo porque resultan de la proyección que emana de un sujeto constituido desde la falta de integración en el cuerpo
al que representa.
92
Siendo reprochable la emisión ligera de juicios generales a partir de situaciones particulares, los detalles en el
enfoque que se presenta en este trabajo tienen mayor elocuencia que los promedios estadísticos de producción o de
comportamientos colectivos, en la medida que lo que se pretende resaltar es precisamente el borde o límite entre lo normal
y lo excepcional en el ejercicio representativo. La premisa es que por lo excepcional se descubren las pulsiones reprimidas
e incontenibles que explotan irruptivamente en el escenario político cuando la normalidad ya no puede contenerlos más.
La lógica que se sigue es la que permite acceder a los núcleos de subjetividad colectiva y política en los que, a través de las
huellas o manchas es posible rastrear y encontrar los sentidos y signos de la representación que delaten y que hagan menos
invisible la experiencia representativa.
61
autoridad detentada debe cumplirse conforme a las prerrogativas estatales presupuestas en el sistema
normativo.
De ahí que la clave en la que debe leerse el papel efectivo del parlamento es el desciframiento de su
presunta soberanía política. Soberano es quien se sitúa en el ápice de la jerarquía de poder. Es el nivel
supremo en la cadena políticamente valorativa. Si el parlamento ejercita su supuesta condición
soberana en el régimen político a través de los actos que protagonizan sus representantes en los
procesos estatales en que participan y que tramitan, la cuestión es contrastar la performance de
desempeño esperada de una instancia soberana con los actos y conductas públicamente observados.
La convivencia del modelo de soberanía parlamentaria de la mano con las carencias y precariedades
del desempeño representativo arroja como balance que la doctrina es un exceso imposible de contener
en comparación y contraste con la inmensidad de desbordes y de excesos del ejercicio representativo.
Cuando los representantes se conducen como si sus actos fueran los de una instancia estatalmente
soberana y cuando asumen una posición supernumeraria a los solos y únicos posibles soberanos en
una república democrática que son los ciudadanos, la doctrina del primer poder del Estado genera
efectos engañosos en el discurso político porque no está amparada en actos que quepan incluirse en la
categoría de los que puede predicarse que generan valor público. De la potestad para actuar como
soberano a los actos del sujeto que ocupa el puesto de la autoridad para representar existe una tensión
expresiva de la distancia entre el presupuesto normativo y la conducta representativa.
En la percepción pública de la colectividad la existencia y permanencia del Congreso no tiene
suficiente justificación en vista de la precaria calidad de los resultados que entrega a la población que
lo eligió (93). No son extraños comentarios populares que lo califican como un nido de víboras, como
un pretexto para sangrar los recursos del Estado y a mantener a más de mil comechados (94), ni ha
sido atípico que el pueblo exprese su disconformidad en relación con sus representantes con
expresiones como somos el pueblo y estamos asados, no nos gusta que nos timen ni ser manipulados,
93
No existe período constitucional en el que los titulares de los diarios no hayan episodios en los que se reclame el
cierre del Congreso. De modo similar también se constata que en las protestas sociales en las que el Congreso está
involucrado alguna pancarta en la que se exija su cierre.
94
Ver
por
ejemplo
el
enlace
https://www.facebook.com/#!/pages/Luchemos-por-el-Cambio-HatunPer%C3%BA/283115361737682, en el que simulando un titular del diario La República, supuestamente del miércoles 16
de Noviembre del 2011, se presentan conceptos como los glosados en el texto.
62
no queremos escenas, desazón ni repartijas, no queremos seguir gobernados por sabandijas (95), y
de este tipo de sentimientos no es ajena la población quechua con expresiones como ñoqata ama
jodiwaychu, rimanamruna llulla (a mí no me jodan, congresistas mentirosos) (96).
Pero si de la percepción insatisfactoria se pasa a la denostatoria, la más grande precariedad
representativa es la que resulta observable o verificable empíricamente por los propios actores del
laberinto parlamentario. Precisamente el año del vigésimo aniversario de la Constitución de 1993
ocurre un suceso proverbialmente elocuente de las profundidades que subyacen a las imperfecciones
representativas en el parlamento peruano: la detención en julio del 2013 de la ex congresista Nancy
Obregón, miembro del partido nacionalista Gana Perú, acusada de estar presuntamente comprometida
en actividades de narcotráfico (97), ocasionó urticantes declaraciones de un prominente líder de ese
mismo partido, y ex Presidente del Congreso, quien dijo que tire la piedra el que esté libre de coca
(98). La referencia del congresista Daniel Abugattás aludía a una presencia no sistemática sino casual
95
Rap de los asados, diario Trome, página 9, columna Pepitas, edición del 24 de Julio del 2013.
96
https://fbcdn-sphotos-b-a.akamaihd.net/hphotos-ak-frc3/969527_10151780364786535_702425478_n.jpg
97
Como antecedente de la detención de la ex congresista Obregón debe recordarse el incidente ocurrido el año
2010, cuando se detuvo al asistente parlamentario de dicha congresista con 141 kilogramos de cocaína. Si bien a Nancy
Obregón se la identificó como dirigente cocalera, al igual que al congresista Walter Acha, referencias mediáticas
postulaban que existe conexión entre las diversas agrupaciones parlamentarias y el narcotráfico (ver
http://elcomercio.pe/actualidad/1618210/noticia-congresista-nacionalista-walter-acha-aspira-formar-bancada-cocalera_1).
En el caso del congresista Walter Acha se lo asociaba con su colaborador Miguel Ángel Espino Torres quien lo apoyó en
su campaña electoral, y cayó en setiembre del 2011 con 168 kilos de insumos químicos. En entrevista a Jaime Antezana,
especialista en temas de narcotráfico, el diario El Comercio, en su edición del 19 de agosto del 2013, consigna que dicho
especialista afirma que el narcotráfico ha buscado presencia propia y también alquilada en el Congreso. Su papel es
defender los intereses del narcotráfico, filtrando información, bloqueando algunas leyes. Fuerza 2011 tiene de tres a
cuatro. También Gana Perú, Perú Posible y Alianza para el Progreso. Estamos hablando de diez a doce
“narcocongresistas” (…). Hay un congresista cuyo financista es un alcalde provincial que en los 90 estuvo detenido por
droga robada de una avioneta. En la provincia todos saben del financiamiento. Otro congresista tiene como seguridad
personal a un hombre que fue herido a balazos por sicarios en Tabatinga. Parece que a Humala no le interesa mucho este
punto. Cuando le advertí de Nancy Obregón, en el 2006, sonrió (ver El Comercio, edición del 19 de agosto del 2013, p. A2). Las declaraciones del entrevistado no quedaron, obviamente, sin reacción entre las agrupaciones parlamentarias, que
consideraron que se trataba de una maniobra para desprestigiar al Congreso, lo insultaron (Daniel Abugattás lo calificó de
payaso), demandaron disculpas, le requirieron notarialmente la relación de nombres de los congresistas vinculados con el
narcotráfico, y le pidieron que se calle la boca, respecto de lo cual el especialista indicó que la información se la
proporcionaría al Procurador Público encargado de asuntos contra la corrupción. En ampliación de los alcances que
adelantó a El Comercio, en artículo que publica sobre el tema el 29 de agosto el semanario Caretas, se refiere el nombre
de los congresistas Josué Gutierrez Cóndor, Teófilo Gamarra, y Wilder Ruiz, del grupo nacionalista Gana Perú; Federico
Pariona, y Magdalena López, del grupo fujimorista Fuerza Popular; Norman Lewis, de Perú Posible; y de Elías
Rodríguez del partido aprista, respecto de quienes afirmaba Jaime Antezana contar con indicios razonables y elementos
suficientes que podrían dar pie a una investigación profunda (pp. 20-21, y 75).
63
de circunstancias en las que personajes vinculados al narcotráfico tendían redes de contacto en la
esfera estatal a través de beneficios o vínculos con los partidos políticos. El dato y referencia que
aparece con la detención de la ex congresista Nancy Obregón opera como lo hacen los destapes de
sucesos bloqueados y reprimidos por el deseo de vivir ajenos al malestar, al sufrimiento o a la propia
miseria. El volumen y la fuerza de lo que permanece tapado tiene tales dimensiones que no puede
contenerse más en la cobertura simbólica del orden y regularidad y termina reventando la capa de
normalidad para expresar con su irrupción un signo inapropiadamente tramitado en la experiencia
política. La subjetividad colectiva se escribe a través de las emergencias imprevistas que exigen
lecturas integrales de lo excepcional. Lo falaz de lo normal queda descubierto y denunciado. Se abre
la herida insuturable de experiencias en las que lo real de la vida niega lo aparentemente racional de la
normalidad constitucional.
Si bien la mecánica electoral tiene por objeto asegurar un método eficiente de reproducción de la
voluntad popular ante el Estado, y en este sentido no hay duda alguna que la función descriptiva y
especular es cumplida con ejemplar suficiencia gracias al método matemático que soporta el modelo
de democracia representativa, no obstante además de la dimensión descriptiva y especular existe
también la dimensión valórica o ética según la cual hay normas de más alto nivel de exigencia que se
les plantea como un estándar universal a todos los representantes. Y es aquí donde el sistema falla,
porque para que el estándar universal de ética política que públicamente se demanda y exige a los
representantes no parece ser materialmente cumplible por los planteles que período tras período
destaca de entre sus ciudadanos el elector en la población peruana. Precisamente por la brecha entre el
plantel elegido, y las exigencias y estándares éticos que se les fija, es que la suficiencia
cuantitativamente representativa no asegura ni garantiza la calidad de los requisitos éticos y valóricos
esperados.
98
Véase la noticia en http://peru21.pe/politica/daniel-abugattas-quien-este-libre-coca-que-tire-primera-piedra2143129,
y
en
http://www.rpp.com.pe/2013-08-04-abugattas-que-tire-la-piedra-quien-este-libre-de-cocanoticia_619149.html. La referencia del congresista Daniel Abugattás aludía a las relaciones de algunos líderes políticos
con el narcotráfico, entre los que se recuerda al senador acciopopulista Eduardo Yashimura Montenegro y al
narcotraficante Guillermo Cárdenas Guzmán (conocido como Mosca Loca); al diputado también acciopopulista Rivera
Romero por el departamento de Huánuco; los supuestos vínculos del partido aprista con el hermano de Demetrio Chávez
Peñaherrera, (a) “Vaticano”, el clan de los Sánchez Paredes, y Carlos Langberg (“Juan Pueblo”); las coincidencias de
Vladimiro Montesinos con “Vaticano”, y la droga encontrada en el avión presidencial durante el período de Fujimori; la
política de los llamados narcoindultos durante el período 2006-2011; los supuestos aportes de los Sánchez Paredes a la
campaña presidencial de Keiko Fujimori; la proximidad de la entonces presidenta del Partido Popular Cristiano, Lourdes
Flores Nano, con César Cataño; o la droga encontrada en el local de la firma de Kenji Fujimori.
64
Nada más lejano en efecto de los resultados esperados de la democracia representativa, ni de la
institución parlamentaria, que incluir entre los representantes a agentes que pueden influenciar en los
procesos institucionales con políticas que, invirtiendo la lógica del bien público, conviertan al Perú en
un narcoestado. Probablemente entre los más grandes enemigos del Perú el narcotráfico sea el más
grande, porque él se vale del sicariato y de los terroristas para neutralizar la capacidad ordenadora del
Estado nacional, y por lo tanto también el narcotráfico está en la raíz de los problemas de inseguridad
ciudadana. De ahí la especial preocupación en el discurso público cuando afloran indicios del posible
nexo, influencia o captura de espacios representativos por el narcotráfico.
La falta de un buen diagnóstico conduciría a aislar, como si fueran problemas distintos, los déficits de
equidad social, la inseguridad ciudadana y la amenaza de perforación del Estado con los lobbies del
narcotráfico. Corolario de estos tres grandes problemas son los efectos del sistema en el desempeño
representativo, porque la calidad es tanto más exigible cuanto mejor es el vínculo comunitario. La
responsabilidad de la elite representativa del Perú en la solución de problemas colectivos, y la
impotencia mostrada en su capacidad para liderar cambios en la esfera pública de estos
trascendentales problemas políticos permite asociar a la inacción, a la impotencia y a la aparente
ineficacia en la gestión parlamentaria la hipótesis aventurada de que más allá y en el fondo de las
conductas manifiestas en el Congreso exista un núcleo duro o plus de goce que se satisface en los
actos extraños e incongruentes del desempeño parlamentario, que permita explicar las manifestaciones
disociadas o escindidas de la conducta representativa en el parlamento.
La precarización y desenvolvimiento disfuncional del Congreso expresaría, bajo la premisa de la
hipótesis planteada, no actos propiamente de negligencia política sino, contrariamente, acciones
enderezadas de modo automático o inmediato a satisfacer pulsiones, deseos o apetitos no explicitados
del sujeto de la representación, que se encuentran más allá de su propia capacidad de manipulación.
Se expresa así una realidad de imposible detención por el sujeto que no puede evitar realizar ni
ejecutar los actos que protagoniza. Su acción es automática y queda reducido a la situación de víctima
65
del goce desde el que se expresa, y en el que la subjetividad se separa el sujeto y hay fuga total del
sentido (99).
8. Del fantasma representativo a la representación esperada
La inquietud original que emergió con la elaboración de este ensayo era la pregunta relativa a si había
algo novedoso en la experiencia de la representación política, esto es en el modelo de Congreso, a
partir de las nuevas y viejas ingeniosidades constitucionales recogidas en la Constitución de 1993. Lo
que nació con el vacío ante el que una pregunta como esa pone a quien reflexiona, empezó a
colonizarse lentamente de los malestares y los sinsabores experimentados personalmente con ocasión
de la quizá ya excesiva estrechez de contacto que mantengo con la institución parlamentaria durante
los últimos más de treinta años de mi vida. Pero luego de aplacar las ansiedades personales fue
inevitable revisar los inicios del período sobre el que comprometí mis reflexiones y comenzó a tejerse
un cúmulo de sucesos no precisamente cómodos ni agradables, algunos pequeños y engañosamente
insignificantes y otros pétreos y masivos. La incomodidad, la inconformidad, el malestar y el
desagrado debían tener un sentido, y en su búsqueda se escriben estas reflexiones.
Quizá lo novedoso del régimen parlamentario cuyo inicio se fija en 1993 es que regresionamos y
seguimos repitiéndonos sin buscarnos aún lo suficiente, no obstante la ilusión en la que nos
obstinamos de creer que la historia no se repite, que crecemos y construimos un futuro diferente, y que
con el ensayo de nuevas fórmulas y ensayos encontraremos la solución a problemas radicales de
nuestra existencia política. La solución no viene ni de afuera ni de fórmulas sino de la experiencia
íntima de la ciudadanía concreta de cada miembro de la comunidad. La falta de reconocimiento de
nuestra pertenencia y de nuestra historia común a un mismo pueblo, con una misma e indivisible
fundación y un mismo trauma mancomunada y colectivamente compartido, es el primer peldaño hacia
99
Si esta hipótesis se validara el ejercicio de imposible detención por el sujeto sería calificable con el concepto al
que Lacan llama sinthome. El sinthome une al sujeto con la pulsión sin intermediación del inconsciente (de ahí la
diferencia con el síntoma, y también con el deseo) y no existe ejercicio de la libertad. El sinthome sería el hueso del goce,
según expresión de Lacan, es decir se ubica en un espacio ahistórico, no simbolizable, y por lo tanto, entre los objetos que
integran la categoría del vacío que, no obstante, acontecen, como con todo lo real, en el semblante de lo heterogéneamente
inesperado, de manera extraña, llamativa, inquietante y sorpresiva. Ver Lacan, Jacques (2006); Seminario 23. El sinthome,
ed. Paidós, Buenos Aires.
66
las respuestas que mejoren la calidad de nuestra representación política. Pero el valor para enfrentar
esa pregunta en cada uno es una tarea inmensamente larga e inacabable que está asociada a la
aceptación del carácter mestizo de nuestro origen y de nuestro destino, no menos que a la construcción
de una identidad colectiva en la que la ley no sea instrumento de sumisión, de odios primarios ni de
venganzas omnipotentes o narcisistas.
Quizá por congruencia con el honor y el respeto que merece el imperativo de preferir la verdad sobre
su negación, su ocultamiento o su sustitución por la mentira pueda insinuarse que el balance de los
últimos veinte años de vigencia de la Constitución y de funcionamiento del Congreso que planeó y
diseñó el constituyente en su texto, permite concluir que existe identificación del sistema
representativo con el síntoma o fantasma de la falta en la capacidad representativa. La sociedad es
subjetivamente irrepresentable (100), y ello aunque empírica, descriptiva y especularmente represente
eficientemente la calidad de la sociedad representada y, también, de la propia calidad de los
ciudadanos que la integran (101). No hay nada menos ajeno a nuestras competencias ciudadanas que
las carencias que muestran en nuestro nombre quienes nos representan políticamente.
100
Sobre la cuestión de la irrepresentabilidad subjetiva de la sociedad en los procesos electorales puede revisarse la
obra del autor, Para la representación de la República (2011), Fondo Editorial del Congreso, también publicada
digitalmente en el enlace http://es.scribd.com/doc/61632752/CDG-Para-la-representacion-de-la-republica.
101
Una muestra de las consecuencias matemática y empíricamente representativas de la voluntad electoral puede
constituir la relación existente entre algunos sectores sociales y la extracción de quienes a ellos pertenecen en el Congreso.
Debe esperarse legítimamente que si existen sectores importantes del país en los cuales se opta por la informalidad o la
piratería, también los representantes al Congreso provengan de sectores donde la informalidad o la piratería sean la opción
predominante, o por lo menos tolerada, por la población. La representación, en este sentido, no puede dejar de estar
afectada ni contaminada por los mismos rasgos y características dominantes en el ADN humano de la población. Esta
situación pareciera ocurrir con la presencia en el Congreso de representantes cuya actividad económica u ocupacional está
asociada a la minería informal. En el período 2006-2011 el partido aprista tuvo entre sus representantes al congresista
Tomás Cenzano, y en el período 2011-2016 el grupo nacionalista Gana Perú al congresista Amado Romero, y el grupo
fujimorista Fuerza Popular al congresista Francisco Ccama Layme (ver la entrevista a Miguel Santillana, en el diario
Expreso, edición del 28 de Agosto del 2013, pp. 2-3). No parece extraño pues que en las localidades donde una parte
importante de la actividad económica de la población está asociada con prácticas de minería informal elija como
representante a quien es parte también del mismo interés económico. Este dato permite comprobar el carácter
representativo del proceso electoral y que la matemática electoral es eficaz para proyectar una muestra del espectro de
visiones, hábitos o intereses culturales y económicos del país. De lo que se desprende que quienes llegan al Congreso
como representantes reflejan efectivamente quiénes somos como ciudadanos y como electores. Los representantes no son
ajenos a la población porque es ella de donde emerge la representación y ella también quien los eligen entre quienes son
como ella. Los congresistas, por lo tanto, son sólo lo que el pueblo lleva de sí mismo para que operen en el Estado los más
importantes procesos de determinación y aplicación de las políticas públicas nacionales. Un rasgo inconfundiblemente
democrático de nuestro sistema político que muchos no están dispuestos a reconocer ni aceptar de buen grado.
67
Es inevitable que nuestros representantes proyecten el síntoma de la contradicción entre la
irrepresentabilidad política de la colectividad y la transposición de la calidad de las características y
perfiles subjetivos de nuestra ciudadanía histórica. En el parlamento se articula el reflejo de la
fragmentación social y de la agregación de carencias subjetivas y humanas que padecemos en nuestra
experiencia política. Esta puede ser una razón para comprender por qué es que quien tiene vocación de
representar todo lo que le es posible hacer una vez que ocupa el puesto estatal de su mandato
representativo es actuar su representación ante otros representantes que poco o nada en realidad tienen
disposición, voluntad y capacidad de representar a la voluntad popular gracias a la cual se presume
que cuentan con la confianza colectiva de la nación.
El exceso de nuestra presencia especular en la organización estatal que encarna el parlamento consiste
y se constituye con las escaseces que las redes subjetivas concurren y trasladan en las interacciones
colectivas. El exceso de representación son los residuos privados que se obtienen del uso del sistema
político en beneficio de los individuos que actúan la representación. La producción del exceso en
detrimento de los resultados públicos que correspondería obtener de la representación política muestra
los vacíos y la ausencia de representación. La ausencia y precariedad representativa es consecuencia
del exceso del sujeto que representa a quien queda como exceso excremental del acto y de la función
representativa. El representado se desvaneció con la emergencia del representante que en nombre de
su propia autorización se autonomiza de quien lo hizo cuantitativamente representativo. El ejercicio
representativo vuelve líquida la solidez de la piedra política porque en su origen la confianza
inexistente hacía irrepresentable al representado. El representante es fundamentalmente ejercicio del
puro, amplio y extenso gozo de la autorización y mandato para ejercitar el poder sin nexo con la
víctima de la representación que son los representados. Esto es, la voluntad popular.
Tanto exceso como precariedad y vacío representativos, sin embargo, y paradójicamente, no son otra
cosa que la expresión y proyección colectiva de la presencia del síntoma en la intimidad de quienes
como sujetos integramos la misma colectividad. Y en este sentido lo que de irrepresentable y
fantasmático tiene la voluntad popular es auténticamente representativo de la calidad del ciudadano
representado. El sistema sólo opera con carácter especular y por ello nada más representativo de la
calidad política de nuestro país que la calidad de quienes como representantes sólo funcionan como
68
funcionaría cualquier ciudadano en el mismo puesto representativo. El fantasma de la representación
es sólo poco menos que el cuerpo político del que emerge y se levanta el fantasma y la elocuente
ficción representativa.
¿Cuál es el contenido del excedente privado y de la precariedad pública de nuestro sistema
representativo? Son varias las dimensiones en las que aparecen ambas características. La primera es
en el tiempo largo que empieza con la fundación de la sociedad peruana con la coexistencia de las
culturas nativas colonizadas, subalternizadas y sometidas a la cultura occidental del conquistador, en
la que el trauma fundacional se manifiesta en la informalidad con que se ejercita la representación
para provecho del representante en descuido negligente del beneficiario supuesto del acto
representativo. La segunda es en el tiempo medio del paradigma que se inicia a fines de los 80s y que
en el Perú tiene como hito el autogolpe de 1992 y la Constitución de 1993, a partir de los cuales el
mapa y coordenadas de estructuración de la subjetividad preexistentes se desbaratan y emerge un
nuevo y desconocido horizonte de posibilidades, en el que la matriz de relaciones sociales se funda en
la prevalencia del criterio económico y utilitario, el hedonismo individualista, y la hegemonía de un
sujeto maximizador de ventajas privadas. En el plano específicamente institucional. Y la tercera es el
tiempo de la cotidianeidad y de la rutina de las coyunturas en las que se verifican los comportamientos
habituales, vale decir la convivencia paradojal y contradictoria de las exigencias del paradigma y de
los estándares éticos que rigen la conducta colectiva y pública, junto con los impulsos y las
expresiones corrientes de su transgresión o desconocimiento que trae consigo la omnipresencia del
trauma fundacional de nuestro mestizaje.
Como para dejar planteada la dinámica de funcionamiento patogénico de la representación política,
puede esquematizársela resumiendo el proceso y recorrido que genera las fallas y dolencias
expresadas en el síntoma de malestar y descontento colectivo con el Congreso. Si el inicio de este
proceso generativo son los sucesos y las manifestaciones anómalos, la expresión preliminar serían los
usos atípicos de los puestos representativos para beneficio y goce privado de quienes cuentan con
autorización representativa, así como la condición hipertrófica de la legislación que los congresistas
producen (esto es, exceso de número de leyes, y de leyes funcionalmente ineficaces respecto de los
males públicos que se pretende remediar con ellas), consecuencia del exceso y de la hipertrofia será
un sistema normativo disfuncional y socialmente ineficiente. Ante la representación ineficaz y leyes
69
normativamente ineficientes, la colectividad no se regula por la ley formal y desarrolla reglas de
interacción basadas en un orden informal que le produce mejores resultados y rendimiento colectivo.
Con un sistema normativo ineficiente los sujetos a los que aquél se dirige se rigen por una dinámica
constitucional basada en la disociación, porque conviven entre la ley formal de exigencia obligatoria
pero inaplicable por ineficiente, y la ley subterránea informal, productiva y eficaz. La disociación
estructura la constitución subjetiva de la colectividad de manera generalizada y se reproduce
masivamente configurando así una norma paralela de imposible reconocimiento ni registro en el
universo formal. La ley que hegemoniza y domina en este contexto constituye un régimen paralelo
que se sustenta en la mayor confianza e identificación con el Estado de naturaleza (donde prevalece la
energía pulsional que mueve y a la que se somete el sujeto) que en el Estado de derecho (ámbito de la
racionalidad formal en el que la norma tiene capacidad interdictora).
La predominancia e imperio de la informalidad del orden paralelo tiene propiedades disipativas, que
consisten en la extensión y reproducción generalizada del doble estándar, mediante el cual la
subjetividad colectiva genera y estructura conductas disociadas. La escasez de arraigo formal y la
mayor eficacia del orden informal efectivo consolidan hábitos y prácticas colectivas que constituyen,
se instalan y se concretan en el perfil del ciudadano. El orden informal prevaleciente adquiere la
condición de plaga política cuya vigencia se expande en todo el espectro social. Los partidos políticos
se organizan como aparatos para alcanzar y mantenerse en el poder, según las reglas de acceso a
puestos públicos. Pero para llegar necesita valerse de opciones políticamente eficaces, como lo son la
capacidad de afectar los resultados de la campaña electoral. De ahí la necesidad de recurrir a la
postulación de candidatos con capacidad de pagar los costos de la campaña, o con posibilidad de
capitalizar resultados mediante su mayor popularidad comparativa ante la sociedad.
En tanto elector el ciudadano hace uso de su derecho y preferencia eligiendo entre los candidatos que
proponen los partidos a quienes actuarán como voceros del mismo tipo de estructura dual y disociada.
Quienes ganan la contienda electoral están afectados por el proceso de obtención de votos (capacidad
de financiamiento, o capitalización de popularidad). El perfil de los representantes que acceden a un
puesto en el Congreso es representativo de la dinámica disociativa colectivamente instalada en la
subjetividad (es decir, de la tendencia psicotizante que resulta del predominio del Estado de naturaleza
70
con el que se fusiona pulsionalmente la subjetividad colectiva, por oposición al reconocimiento del
orden interdictor del Estado de derecho) (102).
En consecuencia el desempeño representativo replica los mismos excesos y desbordes que resultan de
la ausencia de ley en el régimen informal que predomina en la estructura subjetiva colectiva. La ley
ausente será por lo tanto sostenida en el vacío e inaplicación de la norma formal, por desplazamiento
de la constitución subjetivamente más eficaz. En consecuencia, de la hipertrofia y disfuncionalidad
superyoica o normativa se pasa a un orden en el que la impotencia representativa refleja el estado
internamente disociado de la subjetividad tanto colectiva como individual. Quien representa cumple
antes que un encargo derivado de la confianza depositada en él, un mandato de satisfacer el plus de
goce al que accede por imperio de la mecánica electoral. La máquina de sufragio lo selecciona para
que él o ella pueda ocupar una parte del poder colectivo con acceso al goce privado e íntimo desde el
que se desborda el rol que cumple formalmente para que imperen y se sostengan las reglas paralelas
de la pulsión y del Estado de naturaleza.
¿Cómo opera y cómo se manifiesta la presencia del trauma fundacional en estos escenarios? Esta
pregunta puede formularse en términos complementarios señalando cómo así es que nuestra sociedad
mantiene fijado y repite el malestar enojoso de su representación política insatisfactoria. Esto es, ¿por
qué seguimos deseando nuestra representación como si con ella fuéramos más dueños de nuestra
propia soberanía e identidad? ¿Por qué permitimos la alienación de nuestro poder político bajo el
signo de la democracia representativa? ¿Qué es lo que hemos perdido en el vacío de nuestra
convivencia política que nos resignamos a repetir el malestar y, no obstante ello, seguimos
102
Las tendencias psicotizantes en la estructura constitutiva de la representación política aparecen como resultado de
los deficientes procesos de individuación del sujeto, en los que prevalece y domina la relación del individuo con la madre
y la ausencia de interdicción paterna. Sin interdicción domina la fantasía de omnipotencia. El poder del individuo aquiere
una dimensión alucinatoria desde la que se figura omnipotente. En efecto, sin interdicción se pierde contacto con los
límites de la realidad y del orden, y se asume la autonomía. Se cree que lo imaginado equivale a lo real o a lo normal. La
existencia minimiza el vínculo con la colectividad, la historia y la realidad. La analogía del proceso en el plano colectivo
asume que la dimensión libidinal de la madre se concreta en el estado previo al orden civilizatorio que se genera con la
capacidad ordenadora e interdictora del Estado. La proyección de las tendencias psicotizantes que son consecuencia de la
ausencia de interdicción paterna y del triunfo del deseo devorador de la madre puede apreciarse y quedar adecuadamente
ilustrada en los filmes Psicosis (1960), dirigido por Alfred Hitchcock, y el español La residencia, dirigida por Narciso
Ibañez Serrador el año 1969, en los cuales el sujeto no se separa de la madre y, por lo tanto, sobrevive en un universo
alucinatorio, narcisista y omnipotente construido desde la indiferenciación con el deseo de una madre intrusa y
fagocitadora.
71
diciéndonos lo inconformes que nos encontramos con quienes elegimos de entre nosotros, y que son
como nosotros, para que nos devuelvan la imagen reflejada de lo que somos nosotros?
Si el contenido y núcleo esencial del trauma es la falta de reconocimiento colectivo, el fantasma de su
existencia se revela a través de los desbordes que dan cuenta del vacío de identidad que estructura
históricamente los déficits de ciudadanía. El trauma maneja la subjetividad colectiva a través de los
excesos a los que se recurre para suplir el vacío o la carencia de reconocimiento e identidad. El
mestizaje esencial de la identidad histórica del Perú reproduce la falta como exceso o abuso en el
ejercicio del poder desde la posición representativa (se compensa y equilibra la dolencia con
desbordes del plus de goce en el arrebatamiento de beneficios propios del rol público a favor de las
carencias privadas del sujeto de la representación). En la médula de los desvíos y distorsiones
representativas, en consecuencia, puede apreciarse las distintas apariciones fantasmáticas del trauma
originario en la fundación de nuestra esencia colectiva.
El esquema señalado es un balance provisional de la propuesta explicativa que es materia de esta
exploración pero, a la vez que pretende dar cuenta y explicar una lógica de funcionamiento y
operación de la calidad constitucional de nuestra representación política, también plantea desafíos,
demandas y propuestas. La omnipresencia del trauma fundacional no reduce el horizonte histórico del
porvenir a las fatalidades de su indetenible repetición. Se presume que también el trauma es posible
analizarlo, elaborarlo, procesarlo y curarlo. No estamos condenados a no poder dejar de repetirlo.
Cabe que en algún momento de nuestra historia el cambio se fabrique con actos conscientes y
deliberados de corrección, del mismo modo como a pesar del paradigma hegemónico contemporáneo
es también posible fortalecer la dimensión comunitaria y cívica de la que carece nuestra experiencia
política tanto en representantes como en representados.
Más allá de la racionalidad sobre la cual se predican beneficios o ventajas en el funcionamiento del
Estado, el sistema representativo que simboliza el Congreso está destinado a atender un servicio
público. El diseño y los arreglos institucionales y normativos suelen plantearse en el marco o en el
plano de supuestos de una idealidad que debe procurar alcanzarse. Pero los datos y la evidencia que
hemos traído en este ensayo muestra las instituciones son más que solamente las estructuras
72
normativas, la asignación de funciones, los mecanismos, los arreglos o los procesos que recogen los
diversos instrumentos de gestión organizacional.
La institución representativa es políticamente de servicio público por su valor agregado a la
colectividad; esto es por los resultados beneficiosos que procesa, gestiona y entrega a la comunidad
mediante las tareas que protagonizan los representantes en ejercicio del mandato y confianza que
reciben del pueblo. La institución representativa es una inversión en modos de organizar la demanda
de intervención política. El tipo de servicio que debe atender es de carácter público. La finalidad de su
existencia y mantenimiento como institución estatal es una finalidad política. Debe ser de mayor y
mejor servicio a la comunidad que su inexistencia, desaparición o reemplazo por medios social o
públicamente menos onerosos o más beneficiosos que el mantenimiento de su agencia. Si el servicio y
la utilidad no son visibles, tangibles, verificables ni medibles, hay tres opciones: primera, se convive
con el sinsabor de la inconsistencia e insatisfacción; segunda, se reforma en su operación y
desempeño la institución representativa; o, tercera, se la reemplaza por instrumentos más eficaces de
organización y gestión política. El reto, en este último supuesto, consistiría en determinar cuál sería la
alternativa que ofrezca el rendimiento que el actual modelo político no alcanza o es incapaz de
proveer, y que a la vez no signifique pérdida política significativa de las promesas inherentes al
modelo democrático.
Es una regla sustancial de la democracia que las decisiones estatales o públicas deben tomarse según
el criterio de la voluntad popular. La Constitución dice que el origen del poder es la voluntad popular,
no la de los sabios, de los hombres virtuosos y la de los técnicos o de los especialistas. La voluntad
popular se expresa mediante las preferencias del pueblo. En unos casos esas preferencias se
materializan en el sufragio general, en otras a través de su opinión favorable o de rechazo respecto del
las decisiones de la autoridad elegida en el sufragio. Si es cierto que instituciones de la democracia
representativa reemplazan al mercado de la democracia directa cuando los costos administrativos de
su funcionamiento son menores que los costos de transacción del ejercicio popular directo del poder, y
que recíprocamente la democracia directa reemplaza a las instituciones de la democracia
representativa cuando los costos de transacción de la democracia directa son menores que los costos
administrativos de la democracia representativa, no debiera en efecto ni favorecerse el fortalecimiento
de la democracia representativa excluyendo variantes de la democracia directa ni, al revés, favorecerse
73
alternativas de democracia directa en detrimento del funcionamiento efectivo de la democracia
representativa, porque optar por una u otra de las opciones en reemplazo, beneficio o perjuicio de la
otra, impediría que la voluntad ciudadana resuelva sus demandas políticas de acuerdo a sus
preferencias.
De otro lado es imposible que los textos constitucionales no contengan arreglos concretos sobre el
ejercicio del poder, sea a través de la democracia representativa o de la democracia directa. Si la
Constitución opta por un modelo en vez del otro la intervención del constituyente no puede dejar de
tener efectos en la claridad del ejercicio del poder popular, porque al preferir uno sobre el otro será
consecuencia inevitable que impida a través del modelo favorecido la posibilidad del pueblo de
ejercitar sus preferencias según las modalidades propias del postergado. Al proceder de este modo,
por lo tanto, se quebrantará la regla del menor costo social de la democracia porque en nombre de uno
de los modelos el sistema político traerá consecuencias y resultados políticamente menos eficientes.
En efecto, toda vez que los costos administrativos más altos de las instituciones representativas no
podrán ser reemplazados por los costos de transacción más bajos del mercado de la democracia directa
e inversamente, a la vez, la mayor eficiencia de los costos de transacción de la democracia directa no
tendrá posibilidad de mejorar las ineficiencias de la democracia representativa. Y al revés, favorecer
la democracia directa sobre la democracia representativa impide que las ventajas administrativas de
esta última generen mayor eficiencia y beneficien más al pueblo que las opciones de democracia
directa cuyos costos de transacción sean pública y comparativamente más onerosos (103).
Más allá de la lógica y racionalidad de la ingeniería constitucional no debe descuidarse la naturaleza
histórica de una constitución psíquicamente afectada por el trauma fundacional, el mismo que opera
eficazmente en los procesos políticos que atraviesan y trascienden a las Constituciones y también la
sucesión los distintos períodos históricos estatales y nacionales. Si bien ese trauma fundacional no se
103
Según los patrones de operación de una democracia espontáneamente concebida cualquier regulación que
favoreciera el modelo representativo sobre el participativo, o al revés, atentaría contra reglas de eficacia social, porque la
iniciativa individual se vería restringida o compelida a restricciones contrarias a la libre expresión de las preferencias de la
colectividad. Con reglas que garanticen la espontánea adjudicación de preferencias políticas la ganancia de bienestar y
satisfacción políticos debiera ser superior que si, con afán mercantil, paternalista o proteccionista, se estableciera un
régimen artificial de funcionamiento cuya operación produciría resultados no precisamente fieles a las preferencias
colectivas y a la voluntad popular.
74
concreta ni agota en caras, personas, partidos ni etapas, su intervención no puede ignorarse. De ahí
que mientras su devenir recurra junto con la existencia colectiva, la opción más sana es mantener el
sentido de alerta de sus emergencias y brotes, de modo tal que precavidos de sus intempestivas,
sorpresivas e insospechadas oportunidades y maneras de aparecer y manifestarse estemos en mejor
capacidad de medir, calcular y también dirigir o direccionar sus efectos.
La apuesta contenida en estas reflexiones es la del rescate, la renovación y, si cabe, la refundación de
la institución representativa. La apuesta por la reforma supone el direccionamiento de sus prácticas y
operación
para
alcanzar
rendimientos
existencial,
representativa
y
públicamente
menos
insatisfactorios que el actualmente mostrado. No hay otro modo para mejorar la calidad de la
representación y de la representatividad política que optimizar, primero, la calidad cívica de nuestra
ciudadanía, y segundo las capacidades y procesos de toma de decisión de las agencias de
intermediación entre la sociedad y el Estado que son los partidos políticos.
Sólo en la gradualidad del crecimiento político en plazos largos, y ello no obstante el pesimismo que
retratan las tendencias recogidas en las encuestas de opinión, será posible contar con ciudadanos más
nobles, sacrificados, virtuosos, y mejor preparados en el ejercicio de la convivencia pública. Los
tremendos costos de coexistencia en dinámicas de escasa cooperación, hace predecible que si todos y
cada uno de los ciudadanos mantenemos el clima de descortesía e insuficiente cooperación colectiva
para con nosotros mismos, la apuesta por un futuro mejor se despeña en nuestra propia decadencia
humana. Dejar que las solas fuerzas del individuo rijan el destino colectivo, sin atención a la
comunidad en la que enclavan el destino de sus proyectos personales, no es una sabia receta sino por
el contrario patente para nuestra propia destrucción y descomposición comunitaria. La medicina que
no nos animamos a tomar es que para alcanzar calidad, y no sólo cantidad representativa, sólo con el
heroísmo ciudadano y con la resistencia contra los mandatos hegemónicos y planetarios se alcanzará
mejor calidad representativa.
La racionalidad del autismo individualista desconoce una regla elemental de la aritmética política: que
en materia del interés público el todo no es igual sino superior a la suma de sus partes y que, por lo
tanto, la maximización de beneficios individuales no es igual al mayor bienestar colectivo en el que el
individuo puede gozar de un clima más favorable y cooperativo para su propia prosperidad y
75
bienestar. Pero para que el todo sea posible, y mejor, que la suma de las partes, se requiere que la
razón del individuo comprenda que la limitada y chata satisfacción de sus intereses personales e
inmediatos es a la larga un costo que no le será posible cubrir cuando nadie anticipe que la protección
y consideración del otro es la antigua y sagaz regla del buen gobierno que en último término equilibra
el desarrollo personal con los beneficios de la interacción cooperativa con otros individuos (104). Es
decir que las preferencias, prioridades y preocupaciones de los representantes empiecen a ser más las
de la voluntad popular que representan que el mandato de goce privado a las que los reduce la simple
reproducción de las contingencias inherentes a la máquina electoral que transforma votos en escaños
cuyo desempeño y ejercicio queda a la sola y libérrima disposición del sujeto de la representación
política.
Entendida la regla sobre la inconvertibilidad cualitativa de la mediocridad masiva en grandeza
colectiva, las condiciones en las que podremos atender mejor el problema secular de nuestro trauma
fundacional debe suponerse que se optimizarán y estaremos en mejores condiciones tanto de
reconocer y admitir nuestra identidad plural y mestiza (105), como de permitir la aparición de
singularidades, líderes y de elites políticamente más valiosos. Hoy carecemos de la capacidad de
renovar nuestros líderes y nuestras elites pero, contradictoriamente, a la vez esperamos y exigimos
104
Dicho en términos más sencillos, el cambio se realizará cuando los congresistas recuperen la fe y compromiso en
el Congreso antes que en la disposición autocomplaciente respecto al uso excesivo de las prerrogativas inherentes a los
puestos representativos en el Estado. En buena cuenta, cuando crean en el Congreso y cuando crean lo suficiente en el
papel noble de la representación antes que en el usufructo de las ventajas inherentes al rol representativo, llámese la
aspiración a la reelección, la exposición frecuente a los medios y la fama, o el mayor acceso a beneficios materiales de
contar con recursos de los que antes de su elección estuvo privado. Mientras a los congresistas no les importe el vínculo
espiritual con la comunidad y con sus representados el parlamento seguirá siendo considerado como un botín o presa qué
consumir y de la cual apropiarse.
105
El mestizaje en efecto está íntimamente vinculado a la experiencia traumática, porque en el mestizo anida la
confusión identitaria. La singularidad de la identidad mestiza consiste en que la mezcla de historias, narrativas y culturas,
además de los orígenes geográficamente diversos y el distinto tipo de relación con las tecnologías, genera la ausencia de
coordenadas psíquicas que desorientan a quienes son las dos culturas y son una cultura nueva carente de precedente e
historia. Cuando la relación se instala a partir de la lógica de la conquista es inevitable que una cultura pretenda imponer
como patrones dominantes, y que a la otra le quede como alternativa la sumisión y la obediencia o la insurrección o
rebelión contra la subalternidad que causa el dominio. Al inicio del Perú como cultura mestiza se añaden factores
adicionales tales como el racismo y la esclavitud. La diversidad de expresiones y efectos de la conquista, por lo tanto,
genera también respuestas adaptativas con las que se pretende minimizar el dolor y sufrimiento de la sumisión o
sometimiento. Entre este tipo de respuestas adaptativas cabe incluir el desarrollo de conductas colusivas basadas en el
miedo, entre las que probablemente la más común y extendida sea la corrupción o la felonía. Esto es, el “arte” de
sobrevivir escindido, aparentando o simulando coincidencias que en el fuero interno se reprueban. El sujeto corrupto que
se incuba, nace y se reproduce con el anidamiento del trauma en la psiquis colectiva no es más que la expresión
sintomática del malestar irresuelto, y aún irremediado, de la desadaptación cultural entre los dos mundos cuyos primeros
contactos fueron de colisión y de sometimiento violento.
76
excelencia en quienes nos dirigen y representan. La pregunta es si acaso la democracia sea un sistema
capaz de asegurar que las insuficiencias igualitariamente repartidas de calidad cívica del elector y del
ciudadano se transforme como por arte de magia en un régimen dirigido por líderes y elites que
destaquen por su nobleza humana y excelencia en el desempeño y ejercicio ejemplar de la autoridad, o
si la pretensión o ilusión democrática no puede ser más que el pretexto entre cínico o irónico de
energías perversas orientadas a capturar el poder en nombre de un pueblo que nunca podrá tener
representantes capaces de honrar un mandato legítimo y genuino.
Los liderazgos reproducen los prototipos espirituales y humanos de las comunidades históricas en las
que los líderes y las elites se educan (106). De electores transgresores resultan representantes
simétricamente representativos y equivalentes de esa condición a sus electores. Es más, si la
transgresión se convierte en un falso valor, y la ciudadanía la tolera y la mantiene en sus hábitos de
relación colectiva, los líderes conducirán a niveles más agudos de transgresión y no a su disminución.
La transgresión como regla de normalidad, o como pauta socialmente tolerada y no reprimida de
comportamiento, sólo puede reproducir sintonías políticas acordes con la naturaleza genética y
carácter políticamente patológico de la transgresión (107).
106
No se ignora la circularidad del sistema, porque así como los representantes reproducen la lógica de la comunidad
de la que ellos se seleccionan y se eligen, no dejan de tener una capacidad reformadora o regeneradora del tejido colectivo.
Los representantes no ejercitan la representación de manera pasiva o automática. Como agentes de la representación
también son voceros del cambio. Por lo tanto, también en este sentido los representantes son representativos de la
capacidad emprendedora y creativa de la sociedad a la que pertenecen y en la que adquieren su identidad histórica,
colectiva e individual.
107
El agravante de funcionamientos transgresores, desde una instancia pública como lo es el espacio representativo
del Estado, es la suplantación de la finalidad ordenadora del Estado por una pauta contraria. El mensaje que fluye de la
inversión funcional, consecuencia de la implantación de patrones transgresores, es que el Estado se convierte en un punto
de conversión, retorno y reproducción de comportamientos patogénicos. Si la transgresión es una patología subjetiva y ésta
se proyecta en el escenario político, el Estado queda poco menos que en situación ficcional si no, en el peor de los casos,
en la instancia pulsionalmente reproductora de la descomposición general y de transgresiones colectivas. Vale decir en la
ausencia total de interdicción eficaz de conductas sociopáticas. Correlato de ese tipo de escenarios será la subversión de
quienes no puedan evitar la ira de ser engañados. El engañado, sin embargo, es víctima de grave error cuando omite la
revisión de que él mismo participó en la creación del gran engaño colectivo cuando se sujetó a la regla y métodos
electorales según los cuales su sociedad selecciona del mismo cuerpo a quienes funcionen como muestra representativa de
los déficits de identidad y los patrones de transgresión instalados en el hueso de goce de la subjetividad colectiva. El
engaño colectivo, en su dimensión histórica, toma forma en la indetenible repetición de la relación odio-venganza que se
incuba desde la fundación traumática de una identidad incompleta en nuestra sociedad. Ver sobre estos razonamientos el
texto de Peter Sloterdijk (2007), Crítica de la razón cínica, en especial pp. 587-591.
77
La magnitud de la tolerancia pública y sostenida con la transgresión, no permite prever diferencia
alguna con el tipo de líderes que representen a la colectividad. No hay otro modo para alcanzar
cambios políticamente cualitativos que el cambio material en la calidad del ciudadano. Otro tipo de
método equivoca el diagnóstico y la eficacia de las alternativas que se proponga. Para mejorar la
representación política en el Perú, en consecuencia, se necesita un grado más elevado de exigencia
con los estándares de calidad de vida y de conducta ciudadana. Los partidos y las instituciones sólo
mejorarán los productos estatales que agencian si la ciudadanía eleva la virtud, la nobleza y el honor
de sus propios hábitos colectivos.
Mientras tanto, en nombre de la suprema ley de que todo acuerdo político es inmaculado e inobjetable
y no admite límite alguno, siempre que lo tomen quienes representan a la voluntad popular, sólo se
ahondará y mantendrá a la sociedad en el abismo histórico y aumentará el recalentamiento de la
institución parlamentaria con el plus de goce que obtienen los que llegan a ella como quien, en medio
de bandas, bombos, serpentinas y pica-pica, defrauda la confianza del país, depreda perversamente el
papel representativo, y deja que su ineptitud, indiferencia, negligencia o el apetito de su codicia,
usufructúe medios y recursos públicos destinados al porvenir de la república como si fuera la presa o
el botín que saquea el buitre que se sacia en la carroña.
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