EXCESO Y PRECARIEDAD REPRESENTATIVA. APUNTES PARA LA COMPRENSIÓN DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICAMENTE REPRESENTATIVA DEL PERÚ (1) César Delgado-Guembes (*) Dedicado con agradecimiento intelectual y personal a Max Hernández Camarero, pionero e intérprete de la historia constitutiva del inconsciente peruano RESUMEN: ¿Qué es lo constitucionalmente novedoso del régimen parlamentario que se inicia en 1993? El concepto de Constitución como símbolo, como pacto y creación política, y como producto en constante elaboración cultural le sirve al autor para evaluar el funcionamiento y desempeño de la institución parlamentaria, a partir de la propuesta contenida en la Constitución de 1993. El enfoque teórico utilizado se beneficia interdisciplinariamente de los aportes del psicoanálisis para examinar la naturaleza y la calidad de los resultados de la representación política. Este ensayo postula que la institución parlamentaria muestra déficits de performance representativa cuya comprensión y causa trasciende las normales posibilidades explicativas del derecho (en especial la de las escuelas cuya concepción del derecho y cuya metodología hermenéutica es fundamentalmente documental o proposicional). Se incide por lo tanto en expresiones y manifestaciones indiciarias de las carencias políticamente representativas, y se examina la hipótesis de que la representación parlamentaria tiene carácter especular de los déficits en la calidad del vínculo ciudadano con la comunidad. Complementariamente se examina el nexo sintomático entre los quiebres o rupturas constitucionales y la cíclica irrupción del trauma instalado desde la fundación del Estado y la nación peruanos. La propuesta del autor es que la calidad del vínculo representativo sólo puede corregirse u optimizarse tomando consciencia de la patología, y la adopción de respuestas radicales que enderecen tanto la calidad del vínculo ciudadano con la comunidad como el ejercicio representativo no en función del uso privado de la función y de las prerrogativas parlamentarias sino en su orientación a la finalidad estrictamente pública del mandato y la confianza encomendados por el pueblo. PALABRAS CLAVE: Democracia representativa, soberanía parlamentaria, primer poder del Estado, ruptura democrática, ciclo constitucional, representación política, crisis representativa, irrepresentabilidad, constitución psíquica, inconsciente político, trauma fundacional, psicoanálisis y derecho, psicoanálisis y política. * Funcionario del parlamento peruano y profesor de derecho y gestión parlamentaria en varias universidades peruanas. Ha sido Sub Oficial Mayor de la Cámara de Diputados (1991-1992), Oficial Mayor del Congreso (2003), Director General Parlamentario, y asesor de Comisiones Ordinarias, de Acusación Constitucional, de Inmunidades, e Investigadoras. 1 Este trabajo está publicado virtualmente en el blog del autor y puede accederse a él a través del enlace http://es.scribd.com/doc/164032039/CDG-Veinte-anos-de-representacion-parlamentaria-1993-2013 1 La Constitución es pues, sobre todo, expresión viva de un statu quo cultural ya logrado que se halla en permanente evolución, un medio por el que el pueblo pueda encontrarse a sí mismo a través de su propia cultura; la Constitución es, finalmente, fiel espejo de herencia cultural y fundamento de toda esperanza. Peter Häberle, Teoría de la Constitución como ciencia de la cultura SUMARIO: 1. Anverso y reverso de los ciclos constitucionales 2. Origen y finalidad de la Constitución de 1993 y su régimen parlamentario 3. La articulación histórica del proyecto político 4. La articulación política del proyecto histórico 5. Remedios postraumáticos y mantenimiento del malestar representativo 6. Dimensiones sintomáticas del exceso representativo 7. Del exceso a la precarización representativa 8. Del fantasma representativo a la representación esperada ¿A qué reflexiones convoca la pretensión de expresar comentarios sobre el funcionamiento del Congreso peruano, a propósito de la conmemoración de los veinte años de vigencia de la Constitución de 1993, y también a los cuarenta años de los inicios precursores en la inversión del paradigma hegemónico global (2)? Lo que el Congreso haga regularmente pasa políticamente desapercibido, pero el mínimo movimiento, mueca o ruido atípico inquieta, moviliza, desconcierta o indigna. Cada quien ha tenido un importante conjunto de impresiones, fábulas, experiencias, mitos y anécdotas sobre la performance del Congreso en estos veinte últimos años. Me tocó vivir hasta tres modelos de experiencia parlamentaria en lo que llevo de vida, cada uno de los cuales asociado a una distinta Constitución (3). El cúmulo de asociaciones al recuerdo de lo que es, 2 No debe pasarse por alto que si bien se señala que las eras Thatcher y Reagan, la disolución del imperio soviético, la caída del muro de Berlín, junto con la revolución de las nuevas tecnologías de la información, y el predominio de la producción de contenidos, valores y significados globales por la industria mediática, marcan hitos históricos en la conclusión del paradigma de la guerra fría, de las luchas ideológicas entre capital y trabajo, y del inicio de las eras de la transparencia política y también de la hegemonía del mercado y de la macdonalización del mundo, un suceso precursor de ese nuevo mundo lo constituyeron los esfuerzos realizados en Chile, a partir del derrocamiento de Salvador Allende en 1973, con los llamados chicago boys, de cuyo expertise, paradójicamente, se valió la dictadura de Pinochet para ordenar la vida económica de ese país. 3 Los sentimientos e ideas que afloran y se asocian espontáneamente a la evocación del Congreso son conflictivos, porque no son precisamente la satisfacción ni el orgullo los que toman la memoria por asalto de manera inmediata. La gastronomía y los sucesos nacionales de carácter deportivo son, en este sentido, antagónicos a los sentimientos que vienen 2 hizo y significó el Congreso la más de las veces va integrándose a las nubes negras del olvido. La historia sin embargo cumple con sus némesis recordándonos sin perdón los sucesos trágicos y sus recurrentes mutaciones interpretativas. Los congresos peruanos de los que puedo dar fe, paradójica, decepcionante, dolorosa, vergonzosa y horrorosamente, nunca han gozado de niveles aclamatorios de aprobación o favor popular (4), ni ha sido moneda corriente que los trate amablemente la opinión que cubren o fabrican las empresas mediáticas (5). Advertir esta realidad plantea la necesidad de examinar el punto más neurálgico de la vida parlamentaria. vinculados a la constatación de la actividad del Congreso peruano. Por el contrario, porque lo que se siente es o desencanto o vergüenza. Si bien muchos de los actos del parlamento son insuficientemente comprendidos por desinformación de quienes los evalúan, y en muchos más casos la ridiculización, la sátira y el sarcasmo que despierta es más una forma de catarsis pública que un esfuerzo sincero y deliberado de explicar qué hace y por qué se hace, a pesar de contar con información razonable sobre los hechos y sustento de la acción parlamentaria y, por lo tanto, de tener bajo control cognitivo y emocional las opiniones y comentarios que de manera periférica circulan en la esfera pública, existe un núcleo de carencias y déficits de performance corporativa inocultables y, también, difícilmente permisible o aceptables. Por esta razón deviene en compartido el padecimiento cuando se califica como desaprobatorio el desempeño de la institución parlamentaria ya que si bien mucha de la crítica es insuficientemente fundada, no es menos cierto que contar con información de primera mano también arroja un balance negativo aunque por razones y sustento diversos. 4 Con criterio meramente indicativo cabe anotar que, según la firma IPSOS APOYO S.A., a mitad del período constitucional 2011-2016 el nivel de aprobación del Congreso llegaba sólo a 11 por ciento, con 86 por ciento de desaprobación. Considerando que la tendencia regular es que los niveles de desaprobación suben y los de aprobación bajan conforme se desgasta el plantel elegido a inicios de cada período constitucional, la medición efectuada poco antes de la mitad del período representa una muestra promedio apropiada para presentar el tipo de valoración popular media que tiene la percepción colectiva sobre el funcionamiento y desempeño político del Congreso peruano. Estas tendencias son constantes, en el sentido que se producen con variaciones prácticamente poco significativas, período tras período. Por ello cabe la generalización en el sentido de que el descrédito, la suspicacia, la desconfianza y la desesperanza, que genera el Congreso define un perfil permanente que no afecta sólo a un partido sino que atraviesa a todas las agrupaciones que participan como actoras en los procesos parlamentarios. 5 Dejo expresada mi persuasión sobre la tendencia que genera el papel que asumen en principio los medios de comunicación (pero también el entorno de los organismos no gubernamentales como autoproclamados vigilantes de la salud pública) como medios que favorecen la masificación de tendencias homogéneas y globales de pensamiento. Sin ser parte de su especialidad ni de sus competencias comparativas, y sin la capacidad de evaluación de los hechos y pruebas que les corresponde a los tribunales de justicia, los medios tienen el poder concreto, real y efectivo de definir agendas públicas, crear u olvidar temas de interés público, producir masivamente contenidos de verdades colectivas, y de fabricar también valores de alcance universal en la población que los legitima como canales representativos de su voluntad política. El despropósito de los excesos que cometen, por esta razón, más de una ha sido la vez que actúan como en el medioevo lo hizo el Tribunal de la Santa Inquisición. No son pocos los daños morales que nos dispensan cuando, por ejemplo, ponen en primeras planas de diarios y noticieros de televisión a personas de las que se sospecha como responsables haciendo escarnio público de las supuestas faltas, de modo similar como lo hacía antes la Inquisición mandando que el inculpado sea paseado por las calles de la ciudad sentado al revés sobre la montura de un equino. Las tecnologías mediáticas se han convertido de esta forma en una agencia políticamente dominante, y amenazadora también, por su omnipresencia masiva y global de la verdad y de la característica quizá más valiosa de nuestra humanidad que es la singularidad e individualidad de la persona humana y de su consciencia. 3 La legislación y el control político son aspectos estatal y funcionalmente característicos de la institución parlamentaria en la modernidad, pero legislar y controlar son expresiones de una tarea primariamente anterior. El Congreso es en esencia y fundamentalmente, antes que la agencia legislativa del Estado, y antes que el aparato de control del ejercicio del poder, el lugar en el que el pueblo está representado ante el Estado. El Congreso es el pueblo y la voluntad popular representados. Si la representación es inexistente, falla o deviene en ineficaz, la naturaleza misma del régimen político y democrático pierde sentido y genera una sociedad constitucional, política y virtualmente desconectada de poder y privada de Estado representativo (6). La razón de ser del Congreso en las sociedades modernas es asegurar la soberanía representativa del pueblo en el Estado. La legislación y el control son dimensiones comparativamente adjetivas del núcleo de la misión política de la institución parlamentaria. El denominador común de la capacidad representativa del Congreso es la constante de su desajuste con las demandas y expectativas de la colectividad. La recurrencia histórica es un indicador políticamente importante porque a la vez que expresa malestar e inconformidad la reiterancia y permanencia del síntoma también es fuente que los aumenta. Negarlo es una manifestación de poca salud política. Es debido al significado y trascendencia que tiene para nuestra comunidad que la atención de las expresiones y testimonio de descontento continuo y crónico del Congreso sean objeto de análisis especial. No para negar el malestar ni para ocultar el síntoma de males que se expresan en él, sino para realizar un examen de las características de la operación de nuestra representatividad popular ante el Estado. El propósito de estas reflexiones, en consecuencia, será concentrar el recuerdo y análisis de sucesos y testimonios sobre esas manifestaciones visibles o perceptibles de la representación política cuyo carácter presumiblemente patogénico configura problemas constitucionales de riesgo alto para el régimen político peruano (7). La premisa será que la indagación sobre las fallas y carencias permitirá 6 De modo complementario al presente estudio puede revisarse igualmente el análisis que el autor publica en el enlace http://es.scribd.com/doc/123335126/CDG-Cuatro-lustros-de-cultura-constitucional-en-el-parlamento-peruano1993-2013, también en relación con el vigésimo aniversario de la Constitución de 1993, y la evaluación sobre el rol del parlamento y los principales aspectos organizacionales que debieran merecer reformas para mejorar su funcionamiento. 7 Son las muecas más minúsculas los datos más significativos que esconden las palabras. Las palabras y los documentos encubren bajo la formalidad de su letra los contenidos esenciales agazapados. El disparate, la broma, los actos fallidos (la gaffe del juramento por Dios y por la plata, cometida por el congresista Gerardo Saavedra Mesones en julio del 4 concentrar los esfuerzos en el remedio, toda vez que la simple exposición de lo que nos genera niveles razonables de satisfacción constitucional es, comparativamente, menos trascendente y requiere menos concernimiento ni preocupación colectivos (8). Seleccionar la dimensión constitucionalmente patogénica no tiene ánimo ni finalidad de fomentar ni propiciar el descrédito, ni de la institución parlamentaria ni de ninguno de los representantes que cumplen con honorabilidad y decencia el papel político que la comunidad les confía, sino de aislar lo que marcha tan mal que concentra masivamente la atención de los medios y de la opinión pública. La imagen institucional refleja en gran medida las expresiones patogénicas del mandato, y son esas mismas expresiones las que revelan la precariedad del desempeño sobre cuya base se sustenta el descrédito general (9). 2001, luego replicada a nivel provincial por el Alcalde de Arequipa Simón Balbuena Marroquín, y distrital por el Teniente Alcalde Juan Llanos Paz en el distrito de Pocollay en Tacna, el año 2010, por ejemplo) pueden ser políticamente más importantes que los mejores instrumentos normativos aprobados por el Congreso cuando de lo que se trata es de descubrir la calidad y constitución dura de la representación política. De ahí que se opte por estos datos de otro modo irrelevantes y hasta insignificantes para descubrir qué hay detrás de nuestra representatividad política. No es menosprecio por los productos institucionales ni negligencia metodológica, sino el carácter de la premisa de estas reflexiones según la cual el detalle de lo atípico o patogénico lo que mejor muestra la dimensión concreta de la calidad política de la experiencia parlamentaria en el período estudiado. Lo atípico y lo anómalo, en efecto, son el registro del síntoma del malestar. Ignorar los síntomas es también privar de remedio, o de cirugía, la enfermedad que debe curarse. 8 El propósito y premisas que por prurito metodológico se dejan expresados pretende salvaguardar la idoneidad, decencia y honorabilidad de representantes cuyo ejercicio supera los estándares de performance promedio. El enfoque que realizo se concentra y resalta las señales sintomáticas del aparentemente mal funcionamiento político del régimen representativo. Definir que el centro de atención de este ensayo es la dimensión respecto de la cual existe malestar colectivo y signos de la poca o deficiente calidad representativa en el funcionamiento de nuestra Constitución política tiene la ventaja de desarrollar el análisis respecto de las imágenes y percepciones del fantasma que causa insatisfacción política, antes que respecto de la exposición exegética sobre la normatividad vigente y sus variantes hermenéuticas. La posición desde la que se prefiere examinar el comportamiento de la institución parlamentaria en el período histórico revisado tiene carácter antropológica y culturalmente clínico y quirúrgico antes que jurídicamente heurístico o complaciente. 9 Al identificar el problema del descrédito y de la desaprobación del Congreso como una cuestión central de imagen y de percepción popular se ha creído que el medio para revertir los resultados debía ser contratar asesores de imagen o jefes de prensa que en base a su especialidad y contactos personales fueran capaces de controlar y minimizar los daños en la cobertura que los medios realizan de los sucesos parlamentarios. Se optó por crear el canal en señal abierta del Congreso (Canal 56), en la expectativa que la cobertura televisiva permitiría difundir mejor los intereses del parlamento. También se ha tenido la idea de que para reducir la brecha entre el pueblo y el Congreso debían realizarse gestos como abrir las rejas de la Plaza Bolívar, o la realización de ferias, y otros encuentros artesanales de las distintas localidades del país en las plazas delantera y posterior de la sede del Congreso. Obviamente opciones y alternativas empleadas han sido ineficaces porque el descrédito y la desaprobación no sólo continúan sino que aumentan, en especial cuando se pasa por alto que la tecnología y la lógica de la transparencia permite accesos directos a través de las redes sociales a lo que se hace en el Congreso. Pero además, y lo que es más importante, se pierde de vista que la imagen y la percepción resultan de la realidad reflejada en las imágenes y en las percepciones. Si los problemas ocurren en la realidad lo que hay que cambiar es la realidad, no su imagen. Equivocar en el diagnóstico la fuente del problema sólo lo mantiene. Y mantenerlo sólo agudiza e incrementa el mal. No lo reduce ni lo elimina. 5 Es a través del enfoque en lo singular de experiencias de malestar que se intuye que puede encontrarse mayor provecho para comprender mejor por qué estamos inconformes y descontentos con nuestras posibilidades y escasos logros en cuestión de nuestra representación política. Es necesario conocer por qué es que los representantes tienen preferencias, prioridades y preocupaciones tan diferentes que las que tiene la voluntad popular, y cómo así es que puede ser que el análisis y explicación de las causas de nuestro malestar nos muestra y revela una condición políticamente más profunda que la que simplistamente y con ligereza suele endosarse a la institución parlamentaria (10). Al emprender estas reflexiones se espera que éstas no formen parte, aumenten ni agudicen las dimensiones del problema ni del desencanto que pretende remediarse. 1. Anverso y reverso de los ciclos constitucionales Con cada quinquenio se inicia un proceso dual de deslumbramiento, renacimiento o encantamiento mágico, y a la vez también de desdibujamiento y olvido de los sucesos escandalosos que tapa y borra selectivamente la memoria. Del mismo modo también cada nueva Constitución tiene propiedades renovadoras de la esperanza colectiva, porque el pueblo necesita creer que los anuncios violentos de cambio radical significan algo más que la pedestre reiteración de un ciclo pendular en el que a la ilusión sucederá la reprobación y la vergüenza (11). Es la dualidad que lleva el alma humana de no 10 En estas reflexiones se adopta el criterio de que el propio malestar público que se siente y se reconoce con las deficiencias en nuestra representación política son un síntoma de experiencias, problemas y situaciones constitutivamente subyacentes en nuestra comunidad. Al poner al Congreso en la posición de chivo expiatorio suspendemos la angustia que padecemos con nuestra propia incapacidad de resolver de una vez y para siempre nuestros malestares y miserias colectivas, algunas de la cuales, ciertamente, se condensan en lo que en este trabajo, siguiendo a Max Hernández, se designa como nuestro trauma fundacional. Transferir en el Congreso los vacíos y agujeros de nuestra constitución psíquica colectiva es parte del problema, y por ello es necesario confrontarlo sin desplazar la atención ni incurrir en el error de quedarnos en la concepción que califica al Congreso como causa de problemas políticos. Por el contrario, el Congreso no es propiamente la causa sino la consecuencia de problemas políticos diacrónicamente anteriores en nuestra constitución psíquica, porque en el Congreso sólo se manifiestan, depositan y recogen los errores anidados en un espacio anterior al estatal. El síntoma es precisamente el indicio mediante el cual se expresan sucesos reprimidos o inhibidos con la presencia del superyó. El proceso de transferencia de la subjetividad colectiva al sujeto representativo es el motor que transforma lo colectivamente reprimido en síntoma de la miseria o malestar en el sujeto de la transferencia. 11 El sentido mágico que acompaña a la ilusión del orden político que supuestamente se renueva con el texto constitucional juega el papel que tiene la creencia en el valor fáustico que tiene y acompaña a los objetos técnicos. Esto es, el valor y garantía optimistas de estabilidad indefinida que promete mecánicamente un objeto inerte, artificial, inanimado y estático al que se endosan, proyectan y depositan atributos esencial y realmente incapaces de ser soportados por el documento técnico al que se adjudica propiedades míticas o prometeicas de operar, funcionar y producir efectos como si tuviera voluntad propia. La técnica y biología de la textualidad recibe así una identidad vital por virtud de la sola creencia 6 poder deshacerse de su urgente necesidad de preferir creer, esperar, ilusionarse y llenar de optimismo su actitud ante la vida. Necesitamos y preferimos creer para que nuestra existencia mantenga el equilibrio libidinal y para que la pulsión de vida no se apague con el realismo, el desencanto y las tendencias autodestructivas que anidan agazapadas en los rincones del espíritu humano. Pero como siempre, sin embargo, la historia se encarga de inocular la dosis necesaria de memoria terrenal y humana para que las ilusiones y las esperanzas neutralicen su natural disposición al delirio. En este trabajo corresponde inyectar a la valoración del Congreso algo del realismo que la experiencia y la reflexión histórica abrigan, para aportar en el proceso gradual y lento de maduración colectiva en la constitución de nuestra vida política. Conviene en efecto a nuestra propia constitución colectiva explicarnos qué hay más allá de los procesos de infatuación y de desencanto en los que operamos y funcionamos, y de qué modo las instituciones que pretenden enderezar nuestra acción y también nuestros deseos y nuestras pretensiones más íntimas, escondidas o inconfesadas, no tienen más poder que la aptitud cívica de los sujetos que integramos y vivimos en la historia la construcción de nuestro país. La premisa que subyace a esta propuesta es que constitucionalmente el Perú y los peruanos somos bastante más que lo que dice el texto constitucional. El papel del Congreso como espacio político de representación tiene un rol constitucionalmente establecido, pero es en la experiencia y en la vida política en la que cabe observar tanto la vigencia y realidad de su capacidad representativa como el papel que cumple en la afirmación y fortalecimiento de nuestro modelo democrático. El esfuerzo explicativo que se emprende en este ensayo debe dar especial atención al hilo conductor que subyace a la espasmódica identidad en nuestra historia política, así como al valor que tienen los ciclos entre los que nacen y se suceden los quinquenios constitucionales o, con mayor razón, cada en sus propiedades generativas. La biologización de la cosa constitucional pasa a integrar la categoría del pensamiento animista, en la medida en que la creencia en el objeto totémico crea efectos performativos sin que el objeto textual y técnico, privado de vida, tenga capacidad real de operar cambios. La Constitución, de este modo, calma la ansiedad colectiva con el discurso elaborado desde la creencia y la cultura general de que la magia legal es eficaz para crear una realidad que los operadores son impotentes para constituir. La precariedad de la cosa concreta que es el texto es más potente que la capacidad humana, porque los especialistas en constitucionalidad actúan como sacerdotes del culto mágico en el tótem en que convierten el libro constitucional. 7 origen y cada destrucción de una nueva Constitución (12). Los textos constitucionales y la valoración de sus aniversarios o conmemoraciones son sólo un pretexto para revisar con perspectiva y distancia la dimensión de su valor, sin el reduccionismo de quienes esotéricamente proyectan sobre su carácter propiedades oraculares que sólo existen en las ilusiones colectivamente compartidas de los especialistas, o en el encantamiento y conjuros retóricos de los políticos que los auspiciaron. Los inicios de cada experiencia constitucional están inevitablemente ligados a traumas que se desatan con los golpes de estado que rompieron con la continuidad y con los que se pretende fundar o reiniciar una aparentemente nueva formalidad constitucional (13), pero los golpes y los periódicos reinicios políticos son datos que apuntan e indican hacia una realidad subyacente que se incuba en la oscuridad del inconsciente colectivo nacional, y que permanece latente desde la fundación de nuestra existencia nacional (14). 12 La Constitución en su dimensión textual es parte de la gramática moderna de control de la vida política. Si la sociedad contemporánea se define como una sociedad de control, a las Constituciones se las usa y valen en tanto documento que fija reglas de cálculo y de previsión conforme a las cuales se reconocen, adjudican, gestionan, distribuyen y limitan los distintos tipos y cuotas de poder en la sociedad, los mismos que se administran y regulan conforme al monopolio de la fuerza estatal. El objetivo inherente a la textualidad de la Constitución es permitir previsibilidad y cálculo, y por ello son un instrumento y un producto moderno en cuya racionalidad se deposita la ilusión de orden colectivo. Lo que no suele ocurrir con el carácter textual de las Constituciones, sin embargo, es la integración de la dimensión libidinal, emocional o afectiva de la subjetividad en las comunidades cuyo ordenamiento se pretende ordenar mediante la lógica del cálculo y del control. En este sentido escapa de la capacidad ordenadora de las Constituciones su eficacia y poder regulador efectivo en la subjetividad desatendida en el proceso de su pensamiento, concepción, elaboración y aplicación. Las Constituciones en este preciso sentido tienen una dimensión cognitiva o mental porque se dirigen a la abstracción del sujeto como si existiera privado de la subjetividad en la que se constituye el vínculo colectivo y también la identidad y pertenencia a la misma comunidad cuyo orden pretenden ilusoria y ficticiamente regular las Constituciones. 13 La fragilidad tanto de la memoria como de la capacidad reflexiva nacionales causan el olvido de patrones y tendencias comunes en la conducta parlamentaria, y también la falsa ilusión de que los cambios o reformas constitucionales tienen el poder mágico de conjurar la raíz de los problemas representativos. El deseo de tener una representación idílica nos impulsa a creer y a engañarnos. La médula de los problemas representativos no se encuentra exclusivamente en los representantes, sino en el cuerpo político del cual se seleccionan, postulan y escogen en el sufragio. Es un problema, entonces, esencialmente asociado a la calidad de los ciudadanos de un mismo país. Los representantes no son una especie humanamente distinta del cuerpo político en el que se generan los candidatos, los partidos, los líderes y también los electores con los mismos déficits de ciudadanía que reproducen los representantes cuando les toca desempeñarse públicamente en un puesto público por mandato directamente emanado de la voluntad y facultades del pueblo. Es por estas razones que cabe comprender las insatisfacciones con el desempeño parlamentario como una proyección del malestar subjetivo de una ciudadanía que aún no termina de conocerse y menos de aceptarse. Lo cual supone, además, la aceptación no sólo de nuestras propias inconsistencias o incongruencias morales como el carácter mestizo o criollo de nuestra cultura nacional. En un sinnúmero de casos la desaprobación, e incluso el desprecio, por el ejercicio imperfecto de la representación política es una forma deprecatoria de una identidad personal inadecuadamente procesada ni elaborada. 8 Parte del propósito de estas reflexiones es presentar, detrás del modelo supérstite que se fundó con la instalación del orden impuesto con el autogolpe de 1992, y por lo tanto también del juego de relaciones en la interacción entre el gobierno y el parlamento a lo largo de los últimos veinte años de vida constitucional, las secuelas de esa constitución política que atraviesa, que permanece residual e inerradicablemente, y que trasciende, el propio episodio y coyuntura que se inicia el año 1992. Se trata pues de dos capas que se superponen y conviven una con la otra: la constitucionalidad próxima que tiene como inicio convencional la Constitución de 1993, y la otra constitucionalidad remota, originaria y primitiva que subyace y soporta tanto las reglas de 1993 como todo el aparato constitutivo de carácter documental desde el período incluso anterior al inicio del Estado peruano hace ya más de cinco siglos (15). En el caso particular del inicio del actual modelo parlamentario, cuyo vigésimo aniversario se cumple en 2013, el factor común que marca el hito de las reflexiones es el autogolpe del año 1992. El 14 La propuesta reconoce como origen y guarda filiación con los planteamientos de Max Hernández en la obra que publica en el 2012, En los márgenes de nuestra memoria histórica (Fondo Editorial de la Universidad San Martín de Porres, Lima), que de algún modo continúa la que iniciara en la obra colectiva Entre el mito y la historia. Psicoanálisis y pasado andino (1987), y a la que le sucediera Memoria del bien perdido. Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega (1991). El esquema central de Hernández es que el Perú se estructura como colectividad a partir de una doble y complementaria experiencia primitiva u original en el encuentro de dos culturas básicas, la occidental y las andinas o amazónicas. Esas experiencias son las de la fundación traumática de nuestra cultura, y la del trauma fundacional que inaugura violentamente el contacto entre ambos pueblos. La extensión del material empírico que sería necesario acumular para documentar sosteniblemente una tesis de tal proporción debe ser objeto de un esfuerzo prolongado que excede las dimensiones y propósito de estas reflexiones. La inmensidad de la tarea, sin embargo, no excluye ni inhibe la formulación de la visión y de la dirección que es necesario asumir en las investigaciones sobre la constitución psíquica del Perú que es presupuesto de sus constituciones documentales, a las que suele conocérselas con la designación de Constitución política. La constitución del Perú, en efecto, que tiene una esencia inocultable e inevitablemente política no puede conocerse ni regularse independientemente ni desconociendo el carácter subjetivo de los sujetos en los que esa misma constitución se arraiga y de la que se derivan las conductas que tratan de ahormar o encarrilar los intentos de regulación institucional. La naturaleza simbólica de la Constitución política no puede conocerse ni comprenderse al margen de la dimensión subjetiva de la experiencia histórica del pueblo y de la nación en proceso de construcción. Entre los esfuerzos previamente realizados en este sentido pueden consultarse trabajos previos con la misma orientación y propósito en enlaces como http://es.scribd.com/doc/143945840/CDG-La-Constitucion-del-Peru-24-Mayo-2013, o http://es.scribd.com/doc/154172489/CDG-Sentido-y-actividad-del-TC-en-el-Peru-Valparaiso-18-de-Julio-del-2013 15 Las dos capas constitucionales importan el reconocimiento de dos distintos conceptos de Constitución. Uno formal que es el que es objeto de estudio de la ciencia jurídica, y otro material cuya sustancia es eminente pero no exclusivamente política, y que existe en períodos históricos muchísimo más largos en el proceso de afirmación de la identidad comunitaria. Este último tipo de concepto debe examinarse en la esfera de las subjetividades colectivas y se afirma y soporta en la estructura psíquica de los sujetos en los procesos históricos de una nación. El autor tiene consciencia plena de las dimensiones que importan un reto de este alcance, pues tiene como presupuesto que será posible documentar la identidad y singularidad del carácter unitario de nuestra historia constitucional a partir de la fundación del Estado peruano en el siglo XV. 9 autogolpe es un quiebre explícito de la regularidad política y constitucional. Se instala un régimen excepcional. Un régimen cuya emergencia, existencia, mantenimiento y términos de conducción son definidos por quien cuenta con los medios materiales para sostenerlo según las reglas de la fuerza. En la historia política del Perú los regímenes excepcionales han sido recurrentes y tienen carácter más o menos cíclico (16). Las llamadas “rupturas del orden democrático” constituyen un síntoma que sella y marca nuestra identidad colectiva (17). El quiebre que se produce con un golpe de Estado no es propiamente el problema, sino la señal tangible y externa de un problema subyacente y más profundo que se mantiene velado y pendiente de escritura (18). Los regímenes sucedáneos a un suceso 16 Cuando lo excepcional adquiere la condición de cíclico se diluye la frontera entre lo ordinario y lo extraordinario, o lo regular y lo irregular. Las sucesivas emergencias de rupturas en la constitucionalidad se convierten por esta razón en una señal propia de la dimensión de lo real. Es decir de sucesos o experiencias que no han alcanzado a la simbolización propia del orden normativo. Lo real irrumpe como u acontecimiento atípico en la normalidad y, por ello, tiene la capacidad de sorprender y de alarmar. Lo real de las rupturas son, en este sentido, excepciones que emergen con frecuencia para recordarnos que a lo que se denomina Constitución u orden constitucional carece del poder integrador de impulsos o pulsiones que no han llegado a sujetarse a la regularidad o normalidad del orden. Otra forma de expresarlo sería reconocer que las pulsiones del ello no han sido arbitradas con claridad por el yo, a la vez que un superyó débil carece de la capacidad de contención y represión de la estructura psíquica colectiva, como resultado de lo cual el ello avasalla el escenario colectivo con expresiones culturalmente contaminadas de impulsos primarios privados de interdicción. 17 Más bien cabe afirmar que la constancia cíclica o la tendencia a la frecuencia de los golpes de Estado, como lado políticamente oscuro desde el que emergen las Constituciones, explican la aún irresuelta continuidad de sentido fundacional en la identidad misma de nuestro país. En particular cuando se toma en consideración que la irrupción más o menos cíclica de golpes de Estado forman parte de la experiencia traumática en el choque de las civilizaciones europea y nativa. El estado latente del trauma que empieza a reconocerse manifiestamente cuatro siglos después de la conquista con la explosión bélica y política del rechazo del conquistador que instaló el virreinato del Perú, no ha podido aún superarse. De ahí que el complejo del guerrero conquistador o libertador se mimetiza y disfraza su mensaje fundacional cada vez que se repudia mesiánicamente el orden viejo en nombre de uno nuevo con los levantamientos contra el orden simbólico de una Constitución que representa formas de acomodo de fuerzas políticas cuyo reemplazo se materializa con la facción que desconoce o somete a la que lo precedió. En la repetición de la experiencia traumática las Constituciones tienen el papel del síntoma del mal político nacional, y en la pugna por el papel del conquistador o del libertador la lucha fraternal para ocupar el lugar del padre totémico a cuya omnipotencia le corresponde la propiedad de fundar una y otra vez el orden político. Vista de esta manera la historia constitucional del Perú los documentos constitucionales carecen de valor y eficacia genuinamente normativa porque su uso es eminentemente instrumental y adhocrático o coyuntural. Las Constituciones peruanas, desde este enfoque, a duras penas dejan de pertenecer a la categoría de Constituciones trucha (esto es, elaborada con intención simulatoria, defraudatoria, mentirosa o tramposa), chicha o bamba (adulterada, falsa o trucada), porque en realidad no integran en su capacidad normativa la dimensión subjetiva del trauma irresuelto en la identidad colectiva irreconocida de un Perú plural e inaceptado y que, por lo tanto, sobrevive en la fragmentación de celos, envidias e inequidad inherente a sus propias rivalidades fraternas. Vistos desde esta perspectiva los diversos documentos constitucionales, el Perú puede tener en ellos la expresión de su propia miseria simbólica; es decir la precariedad del valor normativo de sus pactos fundamentales de carácter constitutivo, precisamente por la ausencia de la dimensión subjetiva traumática que queda aún sin integrar ni elaborar en la estructura identitaria colectiva. Si las Constituciones adolecen de déficits simbólicos los documentos constitucionales se reducen a hacer las veces que cumplen las narrativas derivadas de la dimensión onírica, imaginaria o alucinatoria en los propósitos políticos del sujeto constituyente. 18 El carácter subterráneo de las energías que periódicamente irrumpen y desarticulan el orden simbólico en la existencia colectiva, forma parte de la experiencia constitucional. Es la constitución a prueba. La cultura constitucional no 10 traumático como lo son los quiebres constitucionales llevan inscrito el sello y el ADN (19) de su origen histórico y político y, por la misma razón, es difícil comprender la regularidad de los distintos períodos constitucionales posteriores al golpe sin entender los propósitos o principios del quiebre (20). Los documentos constitucionales, como los episodios de ruptura constitucional, son lados complementarios de un mismo fenómeno e indican la dimensión de naturaleza histórica y políticamente constitutiva de los arreglos y de la temática que los documentos registran en su texto. Es necesario mirar las Constituciones, y también los quiebres de su vigencia, como parte de una misma experiencia política y desde una perspectiva que trascienda el fenómeno de la contradicción entre la se limita a la dimensión que forma parte de los hábitos y de las prácticas consuetudinarias, menos aún al carácter formal y episódicamente textual de su reconocimiento. Son dos modos de existencia constitucional, la de las pruebas que filtran y sedimentan el orden constitucional, y también las pruebas de exigibilidad en las que los actores depuran el valor efectivo que los discursos levantan. La dimensión libidinal y pulsional no está excluida de la experiencia humana ni de los fenómenos colectivos o sociales que constituyen la cultura política del pueblo. El descuido de su inerradicable presencia conduce a diagnósticos erróneos en la existencia constitucional. Quienes se especializan en el estudio de la Constitución, por esta razón, sólo alcanzan a examinar una minúscula fracción de la cultura constitucional que define la identidad política de nuestro pueblo, en particular cuando su análisis se circunscribe a la dimensión proposicional o hermenéutica de los documentos o de los textos. El orden simbólico del que es parte la Constitución (si alcanza a tener naturaleza simbólica) no sólo trasciende el espacio de los textos, porque los significados constitucionales se fabrican a través de una red de valores, intereses, deseos y pulsiones que no llegan a recoger los documentos. El texto de una Constitución incluye sólo una parte limitada de la sustancia y de la materia constitutiva de la cultura e historia de un pueblo. De ahí que la irrupción de los golpes de Estado expresen energías o pulsiones constitucionales pendientes de inscripción en el registro constitucional cuya lectura sea un requisito exigible en la comprensión del orden constitutivo. 19 Alberto Borea Odría señala que la Constitución de 1993 no sólo tiene el ADN de Alberto Fujimori, sino también el de Vladimiro Montesinos y Nicolás de Bari Hermoza Ríos, y que, por lo tanto, ese documento debiera registrar la firma de los tres. Ver sus comentarios en https://www.facebook.com/albertoboreao/posts/449857885112993. De modo similar, Javier Valle Riestra decía en el artículo El caos en el Perú de su columna La Tribuna, en la edición del diario Expreso del 6 de Agosto del 2013 (p. 14), que (…) estamos en el prólogo de la caída del sistema semidemocrático que tenemos actualmente, y digo semidemocrático porque vemos la anarquía del Tribunal Constitucional, un parlamento hemipléjico sin Senado y un Poder Judicial represivo, del viejo estilo totalitario, autocrático, colonial e insensible ante los derechos humanos. Se dan todos los temas y frases para un manifiesto que ponga fin a este sistema y convoque una constituyente para restaurar el democrático mellado desde 1992. (…) se ha querido introducir una [democracia] ficticia dentro de una arquitectura constitucional fujimorista, la Constitución de 1993. Si no recurrimos a una cirugía constituyente, democrática, en que se apele a las mejores mentes y reconstruyamos un estado de derecho indoamericanista, continental, en que el parlamento sea primum inter pares y el poder judicial un protector de los derechos del hombre y no un rodillo opresor, el destino del Perú será incierto. 20 No puede obviarse la referencia a que el recurso a los golpes expresa la mayor confianza en las transacciones basadas en reglas de informalidad que en el mantenimiento y respeto del orden constituido. El insuficiente arraigo normativo de la Constitución incentiva el recurso a recursos más expeditivos y pragmáticos que llevan a tramitar la disconformidad con la violencia de la ruptura normativa. En este sentido el recurso y también el respaldo a los golpes de Estado son síntoma que traduce la tendencia a la viveza o a la criollada, como formas cínicas de resolución de problemas de convivencia política, bajo la lógica de que cuando las cosas no salen como a mí me gustan me constituyo en árbitro y en juez y tomo la decisión conforme a mi solo saber y entender, y a los medios que me facilitan quienes tienen el poder de desconocer la norma e imponer con la fuerza de las armas nuevas reglas supuestamente más fieles a la naturaleza colectiva que las que desconoce quien se pone por encima de la norma. 11 regularidad y la ruptura. No se contradicen sino que uno explica al otro y lo complementa. Uno y otro son lados que integran la misma experiencia y vida colectiva del Perú mestizo (21). Las Constituciones no sólo fijan reglas de uso y límites del poder, sino que también son consecuencia de la recomposición de las relaciones históricas de dominio en la sociedad. Por esta misma razón expresan formas pendulares del equilibrio circunstancial entre las fuerzas políticas, según los grupos que asuman un rol hegemónico y los que queden excluidos o en una posición subalterna en la estructura de poder. Las relaciones de dominio político que empiezan con la catástrofe en que se convierte el golpe de Estado contra la normalidad constitucional apunta el sentido de la transformación estructural y los esquemas o moldes conforme a los cuales los sucesivos sujetos o protagonistas de la acción estatal rigen sus estrategias y experiencias de participación, operación e intervención política. El propósito de este aporte es plantear resumida y simplificadamente los rasgos más saltantes respecto del funcionamiento del Congreso peruano teniendo presente la continuidad y las diferencias entre el Congreso que aparece el año 1993 y los Congresos que lo precedieron, en especial los del período 1979 a 1992 (22). Un intento de esta naturaleza corre el riesgo que advertía Aristóteles respecto de toda pretensión de síntesis de la realidad. Decía el filósofo que el error tiene lugar siempre en la síntesis (τὸ γὰρ ψεὑδος ἐν συνθέσει ἀεί, De Anima ϒ 3, 427b12). Una presentación global o de conjunto del modelo parlamentario de diseño y de desempeño del Congreso peruano a partir de 1993, importa un gran riesgo de expresar generalidades e inexactitudes que es preciso anticipar y, en lo posible, reducir (23). 21 Siendo el objeto de estas reflexiones la problemática y experiencia política y culturalmente representativa, es importante dejar claramente expresada y establecida la afirmación de que es pretensión del autor que el análisis que se realiza quede explícitamente enmarcado dentro de la disciplina del derecho constitucional. Si bien los alcances o enfoque de este ensayo puedan no resultarles familiares a quienes conciben el derecho como una rama exegética, es necesario exponer y sustentar que el reclamo de pertenencia e inscripción en el ámbito del derecho constitucional tiene sustento en la comprensión del derecho y de la Constitución como una expresión cultural. Se parte pues del supuesto que para comprender la capacidad ordenadora de la Constitución es necesario asociar la normalidad o normalización de la sociedad política como parte de un pacto esencialmente anclado en la historia, en los hábitos, en la cultura y, ciertamente, también en el inconsciente de un pueblo. 22 El eje del análisis se concentrará y mostrará los vacíos representativos propios del funcionamiento del Congreso. No es objetivo de estas reflexiones, por lo tanto, abocarse a la tediosa e improductiva enumeración de las disposiciones normativas conforme a las cuales se crea el conjunto de relaciones entre el Congreso y el gobierno. 12 2. Origen y finalidad de la Constitución de 1993 y su régimen parlamentario No parece una hipótesis descabellada afirmar que la Constitución de 1993 no tiene un propósito independiente del que se deriva de la justificación del autogolpe de 1992, y en tal supuesto la realidad que sucede al proceso de su aprobación tiene el carácter de consecuencia del diseño de sus instituciones y reglas. Ella misma fue parte de la metodología y de la estrategia que sirvió para desmontar el régimen político que se inició en 1980, bajo el régimen de la Constitución de 1979. Se previó y usó para normalizar la situación de excepción creada. Es más. Cabe incluso proponer que la Constitución de 1993 es una continuación de la dinámica política que se inaugura, o que se subraya, desde el autogolpe de 1992. Las rupturas en la regularidad normativa o institucional tienen la propiedad, o la finalidad, de provocar situaciones próximas o funcionalmente similares a las que tienen las catástrofes emocionales en la vida individual. La catástrofe desestabiliza y quiebra el horizonte de predecibilidad y de regularidad en el desempeño personal, y en los proyectos construidos en el tiempo. Lo inesperado de las separaciones con lo que fue objeto de apego se constituyen como una forma de despellejamiento del cuerpo. El deseo de lo que se quiso se esfuma e invade el vacío y una sensación generalizada de pérdida y de desorientación. Toda coordenada conocida desaparece. La provocación del cambio y la aparición de la ruptura se presenta como una medida excepcional cuyo provecho debiera constituir la realización de cambios radicales y el reemplazo de objetivos, de personas y de reglas colectivas. Con catástrofes como las que produce un golpe contra el orden político se desplazan y reemplazan las elites, y se recompone la estructura de poder en las colectividades. Los golpes de estado son funcionalmente catástrofes en la vida política, y tanto como 23 El gran costo de la simplificación, de la síntesis y de la generalización es la pérdida de valor de la singularidad, que trae como efecto la inequidad que genera en las personas cuyos actos quedan sin reconocimiento ni valoración. El aislamiento de los aspectos relevados en estas reflexiones, en este sentido, son estrictamente predicables respecto de los sujetos que los protagonizan y que son parte del material cuyo detalle es objeto de análisis. 13 suponen una indeseable transgresión que violenta el orden convenido, también generan efectos en la visión, estrategias y composición de las agrupaciones que dirigen la vida política (24). Pero la dimensión colectiva de las catástrofes que traen consigo cambios como los propiciados e instalados con los golpes de Estado y los cambios de Constitución, tienen también una dimensión subjetiva en la estructuración de los sujetos que viven desde y con el nuevo orden hegemónico. Los sujetos que reconocen y se sujetan a una Constitución se comprometen con formas de conducta y hábitos de producción social o comunitaria conforme a reglas y a una regularidad que supone también la transformación (metanoia dirían los griegos a partir de los textos de los padres de la iglesia) según un sustento de carácter distinto, que es el carácter fundacional con el que nace un nuevo documento constitucional luego de la destrucción del orden precedente. Si bien no hay ruptura o golpe a la institucionalidad que se produzca por generación espontánea, porque son necesarios uno o más sujetos que dirijan y cuenten con la fuerza elemental para que se materialicen, el solo y nudo hecho de que ocurran es un indicador elocuente de pulsiones, impulsos, tendencias, vivencias o sentimientos que deben reacoplarse y adecuarse, de forma que queden articulados y que fluyan y funcionen efectivamente en el discurso y en la acción de los operadores del sistema político y constitucional. Los golpes no tienen éxito independientemente de los autores y de los destinatarios que los soportan con su asentimiento, convicciones, y compromisos. El suceso ocurre porque el acto de ruptura se llena de sentido y plenitud en la existencia de los actores, operadores, o 24 Concebir los golpes de Estado que preceden a la elaboración y vigencia de un nuevo documento constitucional como una catástrofe, y para estos efectos también como expresión episódica de un trauma colectivo, permite comprender la repetición de este tipo de experiencias políticas como el síntoma en el que se traduce la presencia de pulsiones libidinalmente reprimidas o desatendidas. Las catástrofes o los traumas de los golpes de Estado y el anuncio del nacimiento de nuevos órdenes constitucionales manifiestan la presencia de esas pulsiones históricamente desarticuladas de nuestra identidad nacional. En este sentido toda nueva Constitución es representativa de ánimos pulsionalmente vivos que continúan violentando con energía el aparato psíquico o espiritual de nuestro pueblo. Freud (1915) dice que la pulsión no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante. Puesto que no ataca desde afuera, sino desde el interior del cuerpo, una huida de nada puede valer contra ella. Será mejor que llamemos «necesidad» al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la «satisfacción». Esta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a a meta (adecuada), de la fuente interior del estímulo. «Pulsiones y destinos de pulsión», en Obras Completas, tomo XIV, 1976, Amorrortu editores, p. 114. La ausencia de trabajo, reflexión crítica y elaboración espiritual de nuestra sociedad explica que quede desatendida la inmensa e histórica necesidad de fabricar humana, equilibrada y equitativamente nuestra identidad colectiva, y por ello mismo la recurrente explosión del trauma a través de catástrofes que violentan los órdenes aparentes de una constitución psíquica volátil y falaz. La constancia histórica de los golpes y de nuevos documentos constitucionales son el síntoma en el que se representa la pulsión latente de una identidad insatisfactoria que no se resigna a documentos insuficiente e irrealmente constitutivos de una estructura aún desarticulada de las patrias y nacionalidades que nos habitan colectiva y personalmente. 14 protagonistas de la vida política que sustentan sus actos, su narrativa, sus propósitos y sus fantasías según los nuevos símbolos que la Constitución inscribe en el imaginario comunitario. La modalidad catastrófica en la que ocurre el golpe es una circunstancia irruptiva de deseos incumplidos que abortan porque la regularidad constitucional no satisfizo la voluntad política de la colectividad. Los golpes, en este sentido, expresan el ánimo que no llegó a reprimir el orden simbólico que se concreta en la Constitución. Son expresión de factores propios de la dimensión real; es decir, los golpes traducen con su irrupción lo que no llega ni alcanza a sostener el orden simbólico. Los golpes son experiencias indetenibles que permiten el acceso a la satisfacción plena en una meta que no puede ser acogida por el orden. Los golpes son formas de desorden, de desapego y de disidencia, que no sólo cortan y explotan contra el orden existente, sino que expresan el deseo de un reacomodo para generar un tipo distinto de equilibrio político que posicione más favorablemente a quien ha sido privado de acceso al poder y al goce por su detentación. En este orden de ideas la Constitución de 1993 fue un instrumento que sirvió para sustituir el régimen socio-económico propio del paradigma intervencionista de la posguerra, con el de liberalización del capital, la privatización de las empresas públicas y la hegemonía del mercado cómo árbitro del uso eficaz y equilibrado de bienes, recursos y servicios. Ella expresa el paradigma que aparece desde fines de los años 80s y que en su momento históricamente lideraron, primero, Chile, el Reino Unido y los Estados Unidos de América (25). Según el proyecto que se inaugura con el paradigma cuya hegemonía marca su comienzo con el modelo económico recogido en la Constitución de 1993, concluye un episodio histórico caracterizado por la prevalencia de la dimensión colectiva sobre la individual. Conforme lo señala Portocarrero, la ideología neoliberal instala, induce y favorece la lógica de la maximización de beneficios individuales y generaliza el debilitamiento de los vínculos sociales, a la 25 Como se ha adelantado en páginas precedentes, suele olvidarse que antes que Margaret Thatcher (1978) y Ronald Reagan (1980), el carácter precursor de las políticas económicas del neoliberalismo actualmente globalizado y mundialmente hegemónico las lideró Chile, donde economistas formados en la escuela de Chicago, y en particular con los escritos de Milton Friedman, proponen y ejecutan las más importantes reformas en materia de políticas públicas desde el inicio del régimen de Pinochet el año 1973. Chile debe pues en justicia ser considerado como el lugar en que el neoliberalismo se experimenta exitosamente antes que en otras latitudes del planeta, y ello no obstante el carácter autoritario del modelo político con el que forzó el cambio bajo el liderazgo del general Pinochet. Es elocuente, por otro lado, coherencia plena con el lema nacional chileno que dice por la razón o la fuerza. Para complementar el desarrollo del impacto que el modelo neoliberal genera en la estructura mental de nuestra época véase el ensayo «La noción de acontecimiento» de Gonzalo Portocarrero (2007), colgado en el enlace http://gonzaloportocarrero.blogsome.com/2007/12/16/la-nocion-de-acontecimiento/. 15 vez que el aumento radical del miedo y de la desconfianza, junto con la urgencia de goce como la consigna con la que somos invitados a vivir de manera de evitar el aburrimiento producido por la precarización de las creencias y los deseos (26). La dinámica del mercado se convierte en la regla de asignación de réditos y pierde hegemonía el papel del Estado como agencia de redistribución o de homogenización de costos y de beneficios colectivos. Cae así el modelo de Estado social de derecho, de economía social de mercado y la prevalencia de opciones socialmente progresistas, socialdemócratas, social-cristianas o socialistas, y se abre paso un espacio de abierto pragmatismo político cuyos actores dejan de lado el discurso principista o ideológico para recurrir a estrategias de posicionamiento electoral basadas en la producción industrial de símbolos (27) y en el marketing político, en la manipulación de la imagen y de la propaganda, y en el desarrollo y anteposición de la ética del beneficio privado e individual en las relaciones sociales (28). 26 Ver el texto citado de Portocarrero (2007) en http://gonzaloportocarrero.blogsome.com/2007/12/16/la-nocion-deacontecimiento/, p. 2 27 Recurro a la noción de miseria simbólica que formula Bernard Stiegler (2004) en relación con la época hiperindustrial contemporánea, en su De la misère symbolique. L´époque hyperindustrielle, ed. Gallimard. Dice este autor que la crise écologique qui résulte de la production industrielle des symboles est l´epoque de la grande misère symbolique mondiale (…). Par misère symbolique, j´entends donc la perte d´individuation qui resulte de la perte de participation á la production des symboles, ceux-ci désignant aussi bien les fruits de la vie intellective (concepts, idées, théorèmes, savoirs) que ceux de la vie sensible (arts, savoir-faire, moeurs). Et je suppose que l´état présent de perte d´individuation généralisée ne peut que conduire à un effondrement symbolique, c´est- à-dire à un effondrement du désir –autrement dit à la décomposition du social à proprement parler: à la guerre totale (pp. 25-26). Estrategias de posicionamiento político y electoral derivadas de esta miseria simbólica, por lo tanto, no escapan de la violencia o guerra total que se extienden en todo el tejido cultural y técnico del cuerpo social, en el cual el marketing y la industria de la imagen es una herramienta importante para ganar la competencia electoral entre los actores políticos. La anteposición del marketing sobre los contenidos programáticos es un método que conduce al derrumbe o al colapso de la sociedad política, en la medida que prioriza la herramienta sobre el fin y, por lo tanto, la imagen sobre la sustancia, y la creencia sobre el saber. La devaluación de la política es resultado de este escenario hiperindustrial caracterizado por la miseria de la cultura política colectiva. 28 La hegemonía del mercado como método colectivo de organización de bienes políticos tiene potencialmente en sí misma la formación tendencial de una sociedad afectada de autismo en los individuos que la conforman. El autismo individualista de un tipo ideal de sociedad con este rasgo constitutivo trae como consecuencia sociedades en las que el vínculo se basa en la dinámica basada en la dualidad del miedo - ganancia. El nivel precario y paranoide de individuación que resulta del desconocimiento de la participación y pertenencia a una comunidad histórica y política determinada, que antecede y en la que se inserta humanamente el sujeto, sólo difícilmente soporta la calificación semántica de tal tipo de agrupación como una sociedad. Sin afecto ni reconocimiento de pertenencia una sociedad de tal naturaleza se reduce a la mera agregación de individualidades optimizadoras de beneficios. En buena cuenta un ordenamiento regido más por las leyes del Estado de naturaleza que por el Estado de derecho, en el que la ley del más fuerte amenaza y lleva, por lo tanto, a desarrollar mecanismos de defensa más altos que permitan la propia sobrevivencia. En otras palabras, una sociedad conformada de individuos autistas con niveles agudos de mecanismos paranoides en su relación colectiva. Esto es, una sociedad patogénicamente estructurada, cuyos electores, naturalmente, no podrán hacer otra cosa que elegir 16 El proyecto político que se inaugura con la marca del golpe de estado el 5 de Abril de 1992, como para estos efectos lo son todos los golpes que precedieron a éste, es un intento de direccionar las energías y la visión colectiva en un sentido opuesto, diferente al que venía llevando el Perú, en general durante el período precedente por lo menos desde el golpe de Sánchez Cerro en 1930 contra Augusto Leguía. Este proyecto, como todo acto de violencia y de fuerza, necesitaba normalizarse colectivamente mediante la aprobación de reglas fundamentales y básicas que ordenaran el nuevo espacio de convivencia colectiva. El instrumento natural debía ser el documento escrito de la constitución de los propósitos que justificaron el rompimiento con la visión y el paradigma inmediato anterior. O, siguiendo a Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, o conforme a Foucault, la política es la continuación de la guerra por otros medios, pero en cualquiera de los dos casos guerra y política son semblantes de una misma e idéntica dimensión en el continuo de nuestra humanidad: el reconocimiento de que el entorno humano es uno en el que si no transamos y cooperamos entre nosotros no queda más remedio que la confrontación, el enfrentamiento y la dominación del más fuerte sobre los demás. Si las rupturas constitucionales son fenómenos en los que se manifiesta y emerge el deseo de confrontación, y si el nuevo orden constitucional nace de la lucha por la dominación, parece natural que el documento de constitución de la pretensión de una nueva dirección colectiva reproduzca también la estructura y reglas de sobrevivencia basadas en la visión de quien se valió del golpe para reformar el orden colectivo. La Constitución de 1993 es dentro de este entorno político la gramática en y con la que se reproduce la reforma y reacomodos en el proceso histórico de dominación. Su texto retrata en el plano más periférico y superficial el episodio que protagonizan los autores del golpe; en el plano intermedio los rasgos ideológicos estructurales del paradigma hegemónico en el que se inserta y del que es parte el quiebre constitucional; y en el hueso hondo de su escritura condensa y reafirma también la estructura profunda del proceso de identidad aún irresuelto desde la fundación de nuestro origen colectivo. representantes que reflejarán especularmente la misma patología paranoide y agresiva en la institución políticamente representativa de la sociedad. 17 La Constitución de 1993 es, en este preciso sentido, instrumento de normalización generado desde la posición de dominio, símbolo del paradigma global en la cultura hegemónica, y también síntoma de las dificultades en la construcción de nuestra pertenencia e individuación como colectividad con un mismo destino histórico. Ella, por eso, contiene fórmulas similares a la de los armisticios según las cuales la convivencia entre los distintos habitantes de un mismo territorio se rige por quien es reconocido con criterio hegemónico, no obstante los conflictos, por la mayoría. Por eso es que en la raíz de la fundación del orden político hay núcleos de confrontación y de competencia por la sobrevivencia en un entorno que, si no puede ser cooperativo, reflejará la lógica de la sumisión y de la hegemonía de unos sobre otros. El golpe de 1992 es el episodio que grafica la reivindicación de visiones, de ideas y de intereses que reemplazarán a los que antecedieron en el orden político destruido, pero también reedita el proceso de construcción de una identidad política incompleta y fragmentada desde su fundación. La Constitución que resulta del nuevo patrón de dominio político es el símbolo de contenidos hegemónicos que sujetará con sus reglas la libidinalidad y las subjetividades de quienes operen el tejido colectivo bajo su texto. La Constitución de 1993 se convierte así en el útil que servirá para asegurar la instalación del patrón hegemónico bajo cuyo orden prevalecerá la ideología global y el imaginario colectivo del paradigma del cual es símbolo. El imaginario colectivo que produce núcleos de sujetos desconfiados, subjetividades regidas por el miedo y la sensación de inadecuada protección del tejido social es el telón sobre el que funcionará el sistema político cuyos actores están contaminados por el modelo y visión basados en el patrón de un sentido común del goce individualista y de la economía de mercado. Este tejido es con el que se urde la trama representativa de la vida política y las articulaciones entre la voluntad popular y sus representantes ante el Estado. La dirección y reproducción del modelo es asegurada por el Estado a través de los dirigentes en posiciones de gobierno, a los que respaldan quienes desempeñan funciones representativas. Frente al papel predominante del régimen representativo basado en la influencia de las elites parlamentarias y en la capacidad decisoria del Congreso, el paradigma que emerge en los 90s exige la presencia dominante del gobierno en la dimensión legislativa como característica del régimen político. La reducción y mayor eficiencia del aparato estatal, sumado a las ventajas financieras y tecnológicas, 18 así como la profesionalización en los distintos ministerios y otras agencias estatales, fortalecen el posicionamiento del gobierno en el régimen político (29). En el plano político sirvió, en esencia, para fortalecer el régimen presidencial (30), disminuir la capacidad autorregulatoria y la autonomía del Congreso (31), fijar la necesidad para que el parlamento coordine con el gobierno (32), disminuir el costo fiscal del sistema representativo (33), acelerar entrópicamente los procesos de toma de decisión parlamentaria (34) e introducir más elementos de la 29 Es en este contexto y sentido que cabe concebir la Constitución de 1993 como un instrumento de curación respecto del malestar que dominaba masivamente la escena pública peruana hasta 1992. Ella constituye el objeto sobre el que se vierte la alucinación de un país que, buscando su cura, proyecta en el documento las propiedades que tienen los conjuros y las pócimas mágicas. Wilfrid Bion (2006) refiere que las alucinaciones son formas de desdoblamiento y disociación cuyo propósito último es la salud buscada a través del uso evacuatorio de las alucinaciones a favor del deseo de curación. Ver Volviendo a pensar, Ediciones Hormé S.A.E., p. 96 30 La Constitución de 1979 ya había logrado niveles más altos de fortalecimiento del Poder Ejecutivo en comparación con el régimen establecido en la Constitución de 1933, pero la Constitución de 1993 sinceró mucho más la tendencia luego de la experiencia entre 1980 y 1992. En particular porque el estilo histórico del régimen político siempre se ha basado en modalidades de caudillismo y clientelismo que mejor se adaptan al gobierno presidencial, pero además porque precisamente quien tuvo la capacidad de definir los contenidos constitucionales fue el propio autor del golpe de 1992, con el que colaboró eficientemente la mayoría parlamentaria elegida en el Congreso Constituyente de ese mismo año no menos que la propia aprobación popular y el importante sector mediático que ajustaba y producía contenidos, señales, imágenes y significados públicos conforme al modelo favorecido por el fujimorismo. 31 Principalmente con la mayor injerencia, intervención y control funcional del Tribunal Constitucional, de la Contraloría o de la Defensoría del Pueblo, en la organización, procesos y productos institucionales del Congreso. 32 A través, básicamente, de la sujeción normativa y funcional de los diversos sistemas administrativos a los organismos y sectores de tercer nivel del Poder Ejecutivo. 33 Se asumió que el unicameralismo haría más barato el sistema representativo. Lo que no se tuvo en cuenta era que una cámara, además de menos representantes, no sólo no aseguran la calidad de los resultados organizacionales sino que si los representantes reflejan la cultura o hábitos de los representados nada impedirá que los recursos estatales se orienten a usos ineficientes, si no además dispendiosos, que no se ajustan a la misión y funciones que deben gestionarse con frugalidad. La tendencia ha sido hacia el crecimiento presupuestal del Congreso, la construcción de mayor número de edificios, el aumento de espacio disponible en las oficinas de los despachos parlamentarios, no menos que la mayor cantidad de personal en las oficinas parlamentarias o de coordinadores en las circunscripciones y el más alto nivel remunerativo de los asesores parlamentarios. A pesar de la ley 28212, del 26 de abril del 2004, denominada ley Pease, que fijaba máximos remunerativos para los emolumentos de los funcionarios y empleados públicos, existen métodos para reconocer montos mayores no sólo a través de los antes denominados gastos operativos que hoy se llaman asignaciones por función congresal, sino también mediante beneficios menores que sumados generan totales mayores en el presupuesto del parlamento. 34 Si tuviera que seleccionarse el factor institucional más importante que haya dañado la finalidad y razón de ser del Congreso en el Perú quizá uno de los daños más grande haya sido el erróneo diagnóstico primero del fujimorismo y luego sostenido por la diversidad de agrupaciones parlamentarias en los sucesivos períodos constitucionales sobre la rapidez, la velocidad, la aceleración y el tiempo que debe tomarse el parlamento para tomar decisiones propias de su misión política. El desempeño, funcionamiento o rendimiento del parlamento no puede valorarse según el número de minutos necesarios para resolver la demanda que deben procesar quienes representan a la sociedad. Las decisiones no son mejores porque se tomen en menos tiempo, sino porque se toman las decisiones correctas en el tiempo necesario para tener la seguridad que son las alternativas apropiadas para la gravedad de los problemas que se deben resolver. La ineficiencia de la que Alberto 19 democracia directa o participativa. Más allá de la diversidad idiosincrásica de las peculiaridades organizacionales de los sucesivos congresos peruanos, el modelo parlamentario que se establece con la Constitución de 1993 mantiene una y la misma identidad y teleología. En la capacidad de sobrevivencia del modelo debe reconocerse algún crédito al promotor, independientemente de que se comparta o no los motivos que éste tuvo para generar la ruptura del régimen en 1992, o de la proyección que se estimó que tendría más allá del vencimiento del período de su mandato. Ahí cabe encontrar el éxito de un autogolpe cuyos efectos han continuado largamente más allá del período de su promotor. Si la finalidad de la Constitución de 1993 fue favorecer y habilitar condiciones que faciliten la estructura de permanencia de un proyecto político hegemónico, el logro se alcanzó (35). La realidad Fujimori increpó en 1992 al Congreso se caracterizó más por las alegaciones de que contar con dos Cámaras deliberativas hacía demasiado lentos los procesos legislativos. Suprimir una Cámara ya habría sido bastante osado, pero a ello se añadieron modificaciones sustantivas en la tramitación de los proyectos de ley, eliminando el trámite de admisibilidad que coincidía con la definición de las Comisiones competentes, o la supresión del debate artículo por artículo transformando todos los debates en un debate por la totalidad de la iniciativa, pero sobre todo la significativa disminución en los tiempos de debate. Si el régimen bicameral preveía que cada Diputado podía hacer uso de la palabra hasta media hora durante la estación de Orden del Día el Congreso unicameral actual racionaliza y adjudica tiempos no en función de cada representante, sino del número de temas a debatir en una sesión, y el total de tiempo por cada tema. Una vez fijado el monto de debate por tema, esa cantidad se divide proporcionalmente entre el número de grupos parlamentarios según el número de escaños que integran el grupo. Como resultado de este sistema ocurre que a los grupos más pequeños puede tocarles en promedio entre 3 y 5 minutos para el debate. La combinación del procedimiento de debate por totalidad y la distribución del tiempo de debate según la fuerza de cada grupo parlamentario trae complicaciones en la calidad de los contenidos de la ley además de la escasa calidad también en la capacidad de entendimiento y concertación entre los grupos para definir la versión final del texto de la ley. De ahí que para agenciar mejor la rapidez legislativa se urdan tramas como la de concederle la facultad al Presidente de la Comisión para definir por cuenta del pleno de su Comisión la redacción final de los textos que se votan, y también la de los que el Pleno del Congreso aprueba antes del envío de la autógrafa de ley al Poder Ejecutivo. El proceso es efecto ahora mucho más rápido (y por lo tanto mayor automatismo en la acción), pero la ineficiencia anterior no ha sido superada porque ahora hay que añadir la prisa y la falta de niveles suficientes y satisfactorios de reflexión y pensamiento sobre el texto y los efectos de la ley en la sociedad. Esta es una forma de recalentar el proceso representativo en el ejercicio de la función legislativa. La circulación de bienes organizacionales (léase, el procesamiento de iniciativas legislativas y de acciones de control) ha aumentado, sin que exista mayor capacidad de entender y de pensar qué se está haciendo, ni menos aún sin posibilidad de evaluar qué efectos e impacto causa en la sociedad la prisa con la que ahora se resuelven más asuntos, pero de penosa calidad política e intelectual. Esta es la dimensión entrópica del incremento descontrolado en la aceleración de los procesos de toma de decisión colectiva, porque se decide sin capacidad de medir el desorden que se genera ni las consecuencias colectivas e históricas del acelerado proceso de toma de decisión. El pensamiento tiene tiempos, en particular cuando debe coordinarse en un grupo numeroso, que la aceleración procesal no puede suprimir. El Congreso no es una máquina reducible a una industria de producción a escala. No puede dejar de ser una unidad de elaboración artesanal de productos políticos. De ahí que no quepa imaginar a esta institución como una máquina privada de la necesaria lentitud con la que el pensamiento y el lenguaje valoran qué es lo políticamente óptimo para la totalidad del colectivo nacional. 35 El proyecto político se define a partir de la consolidación de un régimen económico basado en la hegemonía del mercado y en el régimen político del fortalecimiento del poder presidencial (más allá de retoques cosméticos que maquillen del régimen de gobierno con mecanismos de control parlamentario que no conceden más que la apariencia de control porque en la práctica el Congreso los procesos de control son improductivos e ineficaces y se lo reduce a una 20 muestra, sin embargo, que el proyecto político se escapó de las manos de sus fundadores y promotores, porque lo que ha sobrevivido es la lógica básica y central que estructura tanto las relaciones económicas bajo el modelo de una economía de mercado, y las relaciones políticas entre los órganos del Estado (36). El supuesto principal de estas reflexiones es que según el modelo del sujeto constituyente de 1993 debía asegurarse la mayor sintonía y capacidad de interacción posible entre el Congreso y el Poder Ejecutivo, para que las funciones representativas (que se concretan en la legislativa y de control) sintonizaran con las exigencias de dirección requeridas por el gobierno. El objetivo se cumplió en un doble sentido. Primero, porque el marco constitucional y el carácter estructurante de las normas constitucionales se ha mantenido y ha sido usado y respetado con niveles sistémicos y aceptables de regularidad. Y segundo, porque en el plano microscópico de la agencia los operadores han internalizado un mismo patrón de reconocimiento al que sujetan las relaciones de dominio de la mayoría (37). La hipótesis es que la subordinación se da aún cuando el Poder Ejecutivo no cuente con mayoría absoluta entre las agrupaciones parlamentarias, y se reproduce como consecuencia de la interacción recíproca entre las perspectivas macro y micropolíticas. situación de impotencia funcional). El mismo modelo ha cumplido con reemplazar eficientemente la capacidad de dominio del titular del poder ejecutivo cada cambio de período constitucional satisfaciendo la permanencia y reproducción del modelo diseñado a partir del golpe de 1992. 36 Según Richard Sennet (1998) la economía de mercado bajo el signo del capitalismo es un sistema que corroe la confianza, la lealtad y la reciprocidad de los compromisos, a la vez que significa impredecibilidad, incertidumbre e inestabilidad, desapego y niveles superficiales de cooperación. Este tipo de actitud resulta ser un mecanismo de defensa contra la corrosión que es causada por la desconfianza que el capitalismo instala en el espíritu humano. Ver The corrosion of character. The personal consequences of work in the new capitalism, W. W. Norton & Company, Londres. El sujeto que opera en un sistema de estas características por lo tanto tendrá poca disposición para la cooperación en entornos colectivos y, por el contrario, desarrollará tendencias antropológicas próximas al canibalismo licántrope. Un modo de graficar el entorno en el que prospera un sistema de tal perfil podría constituirlo el film dirigido en 1963 por Peter Brook, y en 1990 por Harry Hook, El señor de las moscas, basado en la novela del mismo nombre del premio nóbel, William Golding, publicada en 1954. 37 En los planos macro o sistémico, y micro o de la agencia, el proyecto político se ha reproducido en piloto automático, pasivamente, o ha existido un uso deliberado y consciente de las provisiones y arreglos constitucionales para articular la agenda e intereses de los actores con las posibilidades de legitimación de los actores de los sucesivos procesos políticos. La resignación de unos se ha sumado al miedo y al pesimismo de otros, y todos juntos han sido el mejor aliado de quienes desde posiciones aventajadas en la estructura de poder se valen de la sumisión, el temor reverencial y la obediencia pasivas para camuflar el apetito por el desborde excesivo que condonan y le permiten en papel de siervos quienes sostienen dócilmente la vigencia del aparato de dominación forjado y diseñado con la Constitución de 1993. Sobre estas reglas de construcción colectiva es que opera la relación señor-siervo que nace con la fundación del Estado peruano, conforme a la cual existe un grupo que se somete y el otro que es dueño de vidas, cuerpos, almas, patrimonios y destinos colectivos. Trauma fundacional y régimen constitucional operan como cómplices en el aparato de dominio colectivo, basado en la ruptura radical en la identidad subjetiva y constitucional. 21 Tanto el gobierno de Alberto Fujimori, como en su momento el del general Juan Velasco, tenían una preconcepción negativa respecto de la democracia representativa. Velasco y Fujimori, gobernantes de signo ideológicamente contrario (uno estatista e intervencionista, y el segundo privatista y liberal), tenían en común el estilo pragmático de gobierno, pero también justificaron los movimientos que protagonizaron a partir de una fuerte crítica al sistema representativo, al sistema partidocrático, y por consecuencia al parlamentarismo. El sistema representativo, para ambos, era insuficientemente democrático porque anteponía la intermediación de las dirigencias partidarias a las preferencias e intereses del pueblo. En este contexto el parlamento se convertía en el espacio de reproducción de la lógica de dominio de la oligarquía partidaria. El parlamento tenía la propiedad de legitimar, afianzar, consolidar, sellar y hacer irreversible el poder de los partidos en el Estado. El mal principal del Estado según ambas visiones consistía en la apropiación que hacían los partidos de los procesos políticos, que terminaban desconectándose del vínculo con la comunidad. El acto de apropiación se iniciaba con la competencia para ocupar puestos estatales, los que luego de obtenidos por las mayorías partidarias se usufructuaban autista e inconspicuamente, en una lógica de deterioro de la lógica representativa que acababa transformando la democracia representativa en un sistema en el que la legitimidad tenía sustento meramente legal (por oposición a la legitimidad material de índole política). Los representantes en esta dinámica lo eran básicamente porque eran representantes para otros representantes, y no porque representaran auténticamente a la población representada. Por esta razón debía cortarse con el tejido que anudaba el Estado a las cúpulas partidarias, facilitando canales paralelos y factibles de acceso a los procesos de toma de decisión estatal, que limiten la capacidad hegemónica o monopólica de las dirigencias políticas en el parlamento. El medio para asegurar la neutralización de la partidocracia tenía que habilitar la minimización de su capacidad de control. Entre las herramientas que han servido con mayor impacto ideológico a este propósito han sido las varias formas de participación directa en los procesos estatales como lo son la iniciativa popular, el referéndum, la consulta popular, la consulta previa, la revocatoria y vacancia de los puestos de gobierno y representativos, y el presupuesto participativo o comunal. Son formas de democracia participativa que se basan en las ineficacias políticas que se reprocha al funcionamiento y efectividad de la democracia representativa. Pero a estas formas participativas se sumaron también 22 reformas importantes en el régimen electoral. En particular el voto preferencial como mecanismo de compensación participativa de las listas presentadas por los partidos, y luego el uso del distrito múltiple a partir de las elecciones del año 2001. Pero la estrategia de desmantelamiento del gobierno de Alberto Fujimori contra el régimen parlamentario existente hasta 1992, ha contado con algunos otros importantes componentes que han aprovechado circunstancialmente las debilidades del modelo de la institución parlamentaria, a los que se ha sumado la alianza de otros elementos ajenos a la organización estatal, como son los medios de comunicación, el mayor y más democrático acceso que las tecnologías de la información facilitan a la población de la vida política y estatal, y el impacto que genera la difusión de las encuestas de opinión como instrumento de medición de la percepción política. El resultado de la acción concurrente de las debilidades institucionales del Congreso, y de factores externos a su desempeño, termina en un entorno contrario y amenazador al florecimiento del sistema representativo y a la prosperidad institucional del parlamento. En este contexto la Constitución de 1993, a diferencia de lo acontecido con la Constitución de 1979, imprime de manera directa, nítida e inmediata la visión y programa político del gestor del viraje y cambio de paradigma. Eso quizá explica la mayor pertinencia de su propósito y de su eficacia instrumentales como método legítimo de estructuración de los comportamientos y conductas en los actores políticos que continúan reconociéndola y rigiéndose en sus transacciones y tareas cotidianas. Comparativamente, la Constitución de 1979, no obstante el reclamo de quienes se mantienen en el núcleo duro de su inderogabilidad, la permanencia de su vigencia y la necesidad de su restauración, ha regido por menor tiempo; probablemente porque, además, sólo sirvió como parte del epílogo del paradigma intervencionista en eclipse, al que sirvió de obituario. 3. La articulación histórica del proyecto político El proyecto político al que se aspiró con el autogolpe de 1992 tenía una doble dimensión. Por un lado se planteó la reversión de la situación anómica causada por la combinación letal de inseguridad y descontrol de la acción terrorista, y la indócil e inmanejable inflación, que precipitaban al país a una 23 ausencia de viabilidad colectiva y a la imposibilidad de anticipar cualquier tipo de destino de mejora en el horizonte. El Perú era una experiencia y se vivía como una sensación de vacío en el alma. Por otro lado, el proyecto político venía ligado al protagonismo de quien se jugó por una solución contra toda esperanza y contra la ausencia de destino. El reto que había que enfrentar era la perentoriedad del fracaso con que la desesperanza abrumaba a la población. El autogolpe de 1992 tuvo como base el interés en que las cosas cambien radicalmente, para lo cual había que erradicar la fatalidad del hábito y de la rutina psíquica colectiva. Lo que se buscó fue desarraigar la impotencia y la costumbre del fracaso, pero también el enderezamiento estructural de la mentalidad y de los patrones y costumbres históricos de la sociedad hacia una visión con proyectos y promesas de progreso colectivo. El éxito del autogolpe de 1992 ha consistido en superar la tendencia al aborto de todo intento de subvertir el paradigma estatalmente intervencionista, y de enfrentar a los poderes constituidos, llámense partidos políticos, sindicatos, u opinión pública. La experiencia de 1992 demostró no sólo que la realidad no abortó el intento de sustituir el paradigma, sino que se lideró el cambio hacia una economía de mercado y niveles de cooperación política hasta entonces dominados por la ideología del conflicto y el antagonismo partidario. Los logros, además, han trascendido al autor del quiebre de timón, porque no obstante el colapso del año 2000, la dirección de las más importantes políticas públicas en materia socio-económica, y los arreglos institucionales de la relación entre el gobierno y el parlamento han subsistido y trascendido a los autores del cambio. Se trata de un caso exitoso de transferencia de una visión que ha llegado a grado tal que el mantenimiento, corrección y mejoramiento del sistema ha permitido niveles sin precedentes de desarrollo nacional. La comunidad ha convertido en suya la visión germinal que, de paso sea dicho, fuera formulada por el Movimiento Libertad que liderara Mario Vargas Llosa en el proceso electoral de 1990. El interés del autor del autogolpe era desafiar la historia política reciente, oponiéndose a un paradigma hegemónico basado en el atávico intervencionismo estatal, y también la complacencia en la costumbre y el gozo invencible del fracaso. El objetivo deseado era cambiar la historia pública realizando acciones extraordinarias y excepcionales acordes con el tipo de mal que debía erradicarse y revertirse. Parte de ese mismo designio consistía en acumular tanta fuerza colectiva como la que era preciso para que el cambio se mantenga y que las posibilidades de retorno del daño colectivo se hagan efectivas. 24 Es en este último terreno que el diseño y el mantenimiento de una nueva Constitución política tenía un papel estratégico en planeamiento del éxito. ¿Qué papel tiene el diseño constitucional en la lógica de la ruptura democrática? Detrás del innegable impulso tanático del autogolpe (38), la pretensión omnipotente de eternidad (39) hace de la Constitución un instrumento de perpetuación. Se proyecta sobre el documento constitucional capacidades similares a las que se endosa al universo onírico cuando la alucinación realiza los deseos reprimidos o de imposible cumplimiento (40). 38 Si bien la formulación del acto se presenta como una cuestión de cirugía moral, cuya exigibilidad se sustenta en la proporcionalidad del mal que se identifica y que se pretende erradicar, la dimensión destructiva o tanática no deja, paradójicamente, de formar parte del escenario porque integra también la negación de un sistema político vivo no menos que un orden cuyo reconocimiento se expresó y con el que se comprometió el cirujano. No debe olvidarse que las cirugías morales o políticas tienen también previsión en un orden de vida que se juró o prometió observar. La dimensión destructiva, en consecuencia, se materializa en la extirpación del universo simbólico de los hábitos y prácticas que los operadores sostienen según los procesos que la Constitución política recoge y fija. La infracción de un precepto constitucional, en este sentido, pone al infractor en la condición de transgresor del pacto de vida política en la comunidad. Con mayor razón el desconocimiento y la destrucción total de la Constitución y su sustitución inicial por el solo y mero designio o voluntad supuestamente superior de un sujeto, así sea o se trate del Presidente de la República, pone al transgresor en la complicada e inevitable posición del sátrapa cuya decisión se antepone encima de la voluntad del pueblo y también de las instituciones cuya vigencia juró o se comprometió a respetar. Independientemente del lado libidinalmente benéfico conforme al cual se justifica una medida excepcional como un golpe de Estado, el lado pulsionalmente oscuro no puede ignorarse. Y este tipo de pulsiones están innegablemente asociadas a la pulsión de muerte, esto es, a la pulsión autodestructiva del propio sistema de vida del cual el transgresor es parte. 39 La expresión hace referencia a la aspiración de perennidad o de permanencia más allá del período regular de dominio en el sistema político. Es una forma de materializar la ilusión y deseo de vivir más allá de la propia muerte. En consecuencia, se funda en la fantasía de ser inmortal. La fantasía omnipotente de inmortalidad se basa en la disociación que tiene lugar en el sujeto que, excluyendo el malestar indeseable de su propia mortalidad, se identifica alucinatoriamente con un supuesto objeto que le aseguraría inmortalidad. La fantasía de la omnipotencia en la que se sitúa quien proyecta su existencia más allá de la física y de la naturaleza, a partir de una concepción mágica del mundo, es un rasgo de fusión edípica (identificación e indiferenciación con la madre), en la que cabe advertir la ausencia de castración (no hay separación entre el deseo de la madre y el hijo), esto es, del carácter interdictor del padre que impide la relación incestuosa. Este tipo de esquema señala o indica una tendencia perversa en la que prevalecen vectores psicotizados de la personalidad, debido a la permanencia en la relación creada por la sola mirada de la madre que crea a un sujeto imaginariamente omnipotente. 40 Conforme a esta analogía se atribuye a la Constitución una dimensión imaginaria, por oposición a la que le corresponde a la dimensión simbólica. Vale decir, se concibe a la Constitución como una herramienta elaborada en la dimensión del deseo pendiente de sujeción al carácter normativo o superyoico y, por lo mismo, exenta de interdicción o del mandato de represión. De ahí que con el mismo carácter analógico se postule su inserción en la dimensión onírica. Tratar la Constitución como parte de la fantasía o de los sueños introduce en el análisis el vector o componente del deseo que inconscientemente permanece en el terreno de lo inefable. Pensar la Constitución como fenómeno onírico permite examinar en su texto las proyecciones internas o subjetivas de los actores, a partir de las cuales se concibe y se redacta el documento al que se adscribe la potencial capacidad de asegurar la duración del deseo. El sujeto que concibe el uso instrumental de la Constitución como garantía de perduración convierte su deseo en una fuente de goce libidinal. En este sentido la Constitución condensa también y se convierte en el objeto del goce de quien desde el golpe de Estado utiliza su supuesta y suprema capacidad normativa para dominar masivamente la historia y al pueblo más allá de su esfera directa e 25 De este modo la Constitución adopta el papel de artefacto en el aparato ideológico del Estado, y la ocupación y usos de su capacidad hegemónica con instancias de intención, de sentido y de propósito articula el proyecto político del autor de la ruptura constitucional, a la vez que acondiciona, antes y además, su propia posición de dominio, legitimándolo con el mismo instrumento normativo cuyos contenidos textuales generó y retuvo la potestad de acuñar. El artefacto constitucional funge de medio técnico para la instalación de una lógica de uso, acumulación, afianzamiento, distribución y diseminación del poder (41). El primer logro y relativamente más sencillo de conseguir es la aprobación y vigencia de la Constitución en la que queden inscritas las premisas y coordenadas para el uso y estructuración regular del poder. El segundo y algo más difícil de asegurar es la dócil reproducción del sistema ideológico y la regularidad en el trámite de la demanda procesal de intervención política, por o a través de los operadores que se sucedan en el decurso de los sucesivos períodos constitucionales. El éxito en ambas esferas define la consolidación de la dinámica libidinal que se fundó originalmente en el quebrantamiento del orden pasado y la construcción artificial de la legitimación de la transgresión (42). inmediata de influencia. Valernos del símil de la perspectiva onírica es una forma de reconocer la experiencia política como un fenómeno alucinatorio, o delirante, en el cual es posible identificar el propósito, generalmente inconfesado o disimulado pero no menos real, de ejercitar, cuando menos ilusoriamente, el poder del amo o patrón, conforme al cual, sin embargo se crean efectos reales, primero en el texto constitucional, pero además en los procesos y en la acción colectiva que adopta el mismo texto como fuente operativa de sus programas, narraciones y conductas personales. 41 El carácter instrumental y no teleológico de la Constitución convierte al sujeto en el operador discrecional del discurso que ella registra. El operador puede tener el semblante concreto de una persona a cargo de funciones de gobierno o de representación, pero también cabe reconocer que el aparato ideológico del cual la Constitución forma parte integra un sistema de dominación culturalmente más extenso. La instrumentalidad de la Constitución es útil, en este sentido, porque genera efectos políticos necesarios al patrón hegemónico de dominio. Los operadores concretos forman parte del sistema y obtienen alícuotas de poder según la pauta de reproducción del dominio. Son pues dos formas de dominio operativo disponibles desde el texto constitucional, primero porque las reglas relativas al régimen económico y político son instrumentos que facilitarán el mantenimiento y reproducción de la economía de mercado y el fortalecimiento del poder presidencial, bajo la lógica del Estado constitucional de derecho, y segundo porque más allá del tipo de paradigma y estructura de poder existen operadores concretos cuyo dominio estructural se agenciará usando instrumentalmente el texto constitucional de manera que su proyecto se materialice o mantenga en el tiempo. 42 En la base de la transgresión debe advertirse tanto la hegemonía de un sistema económico basado en el consumo y en el mercado, que produce sujetos debilitados en su proceso de individuación (esto es, regidos por la falacia de la maximización del beneficio individual inmediato que niega la participación y efectos en el individuo de los resultados colectivos), como en la subsistencia sostenida del trauma histórico de nuestra fundación colectiva en el que nuestra identidad no supera la relación odio-venganza inherente a la identidad mestiza de nuestra sociedad. La individuación supone antes el reconocimiento de la pertenencia y aceptación psíquica del vínculo constitutivo. Si no cabe individuación a 26 Para que una Constitución dure y mantenga su vigencia se necesita, en principio, operadores capaces de identificarse en los contenidos, deseos y propósitos que ella recoge en su texto. Debe recoger creencias y convicciones extendidas y asumidas de modo uniforme en la cultura y hábitos de los operadores. Una visión compartida y sostenida de futuro permite el mantenimiento de las pautas estructurantes consignadas en el documento constitucional. De ahí la trascendencia de que el cambio de la mentalidad pública se asimile y reproduzca por operadores clave. Entre los operadores críticos del éxito cabe enumerar los poderes fácticos del sector empresarial y de emprendedores populares, a los medios de comunicación, al sector académico (en especial los economistas e ingenieros, pero también a los abogados), las iglesias, las fuerzas armadas y policiales y, por supuesto, a los cuadros de líderes de los partidos políticos. El consenso público es el mejor aliado del proyecto político que debía iniciarse y mantenerse a lo largo de los años. Pero, alternativamente, es posible que una Constitución rija cuando los operadores la usan sin criterio crítico para afirmar pragmáticamente pretensiones en el escenario competitivo entre mayorías y minorías. El “dueño” de la Constitución (esto es, quien la impulsó y quien tuvo capacidad hegemónica para inscribir contenidos propios de su plan), en este tipo de escenario, triunfa cuando los operadores pragmáticos no se cuestionan sobre el primer impulso libidinal que determinó la construcción del documento portador de permanencia. No se cuestionan y hacen parte de sus hábitos la repetición de las rutinas y prácticas políticas que no dudan ni ponen en tela de juicio la dirección del modelo y el tipo de sujeto histórico que debe hacerlo efectivo. Con picos altos y bajos el consenso ha sido efectivo y regular a lo largo de los últimos veinte años, gracias a la mayor comodidad que a la insatisfacción con la Constitución de 1993. Contrariamente la menos que se acepte la pertenencia a una comunidad, no es posible la diferenciación respecto de la comunidad de la cual se es parte, se pertenece y se participa. Los individuos afectados por la falta de reconocimiento y aceptación de su pertenencia a una comunidad se mantienen en una subjetividad constitutivamente subdesarrollada. A nivel colectivo una sociedad integrada por individuos insatisfactoria o deficientemente constituidos en su estructura psíquica resulta en una sociedad política y constitucionalmente desacoplada. Los déficits constitucionales no permiten la documentación de un orden constitucional efectivo a menos que resulten y sean producidos por sujetos razonable o apropiadamente diferenciados o individuados. En este sentido la transgresión es consecuencia de la falta de individuación porque niega la pertenencia y participación en la sociedad en la que la subjetividad del individuo se constituye. De ahí la tendencia al desborde y a la apropiación de lo que es un bien común como si fuera parte de la esfera de derechos del individuo sin que tal apropiación tenga justificación ni sustento constitutivo en la polis o colectividad. 27 Constitución de 1979 ha quedado relegada en razón fundamentalmente a la carga ideológica específica que porta su texto en relación con la dimensión social e intervencionista que se atribuye y reconoce al Estado. Una demostración irrefutable de ese éxito es que los modelos económico y político se han mantenido virtualmente inalterables. ¿Qué es lo peculiar y qué es lo novedoso del modelo político acuñado en la Constitución de 1993? Lo central del modelo político es la capacidad que recibe el gobierno para dirigir de modo inconfundible las políticas públicas. El correlato de esta capacidad fortalecida importa el desbalance y asimetría de la capacidad del parlamento para afectar la conducción y dirección del país, para definir los contenidos legislativos de los instrumentos clave y más importantes, minimizando la capacidad de ejercer el control de la actividad del gobierno (43). La sobrevivencia del texto unitario de la Constitución de 1993, por ello, es un hito que materializa de modo efectivo el éxito en la articulación del proyecto histórico en la cotidianeidad de la colectividad política y, también es, a la vez, salvo las capacidades resurreccionales de sus impulsores, una lápida para las pretensiones de su expulsión de la vida política nacional (44). Por la adecuación pragmática que realizan los operadores de la Constitución la articulación se mantiene en circuito automático (45). Sus postulados tienen vida independiente en el registro de los 43 El modelo preveía una lógica de dominio y control concentrado en el gobierno. Desde el punto de vista formal e institucional el dominio queda personificado en las posiciones del jefe de Estado y el jefe de gobierno, y por ello el poder que corresponde a estas posiciones aumenta la capacidad del Presidente de la República, y con este arreglo se genera el fortalecimiento del tipo presidencial en el régimen de gobierno. Y desde el punto de vista material de la cultura y práctica del régimen el poder queda en manos de quienes tengan mayor capacidad de influenciar en el Presidente de la República o que gocen de su confianza en tal grado que reciban por endose cuotas importantes o significativas de acceso y participación en el poder. La cúpula, en este último sentido, es el círculo dorado de una oligarquía que comparte intereses en el ápice o jerarquía del sistema. 44 La Constitución de 1993 tiene cronológicamente vigencia más larga que la Constitución de 1979, cuyas virtudes políticas y conceptuales pueden ser superiores a la de 1993, pero no tiene la fortuna de que su aparición coincida con la emergencia de un paradigma histórico que interpreta ajustadamente los nuevos modos de vida que privilegian la ganancia, la maximización del beneficio particular, el hedonismo individualista, el materialismo y la anteposición del goce privado y utilitario del sujeto sobre la responsabilidad y compromisos colectivos con la comunidad histórica que imprime la identidad personal y comunitaria de la sociedad histórica a la que se pertenece. Parte de su vigencia se advierte también en el tipo y calidad política del sistema representativo que no produce representantes capaces de priorizar la calidad del vínculo y del pacto colectivo sobre la conveniencia y el interés privado en la acción política del parlamento. 45 Es válido distinguir entre creencias internalizadas por cuestiones de principio, y el reconocimiento de reglas por razones eminentemente instrumentales y pragmáticas. En el primer supuesto existe una dirección teleológica en la conducta y actos del sujeto. En el segundo la teleología del sujeto no es respecto de un principio que lo trasciende en el 28 símbolos colectivos, y su incorporación en el discurso público sirve para acoplar los intereses singulares de los titulares de los procesos políticos. Existe por lo tanto una actitud de acomodamiento y complacencia que no llega a ponerse en cuestión ni discutirse en la esfera pública (46). Puede afirmarse que integra la categoría de las creencias generales asumidas, toleradas y reconocidas. 4. La articulación política del proyecto histórico Si 1992 es el hito que marca en el Perú un quiebre ostensible en nuestra continuidad, ¿qué significados tiene ese quiebre y cómo es que se articula la experiencia de la representación política en nuestra trayectoria histórica? ¿Cómo se manifiesta la crisis traumática de nuestra fundación colectiva a partir del paradigma que instala la ruptura constitucional de 1992 en la representatividad política del Perú? La ruptura política de 1992 trae consigo un nuevo tipo de organización colectiva desde el punto de vista estatal. Es un distinto tipo de Estado, más concentrado en funciones públicas centrales, esenciales y críticas, públicamente menos dispendioso y orientado prioritariamente al crecimiento macroeconómico del país. Con la ruptura política y económica se dan signos que marcan una historia distinta. Siguiendo a Pessoa, Danilo Martucelli dice de la matriz y dualidades de la modernidad que es la experiencia del desasosiego (47), porque el sujeto que vive a partir de la ruptura experimenta una tiempo histórico y en el espacio material sino del interés de su beneficio práctico, porque se valora la utilidad de las reglas como medio (y no como fin en sí mismo), y un medio útil para alcanzar metas de horizonte individual o privado. Son dos aproximaciones oponibles desde una perspectiva axiomática, pero en el plano fáctico su coincidencia permite reconocerlas como indiscernibles y sometidas, a pesar de todo, a un mismo patrón. De ahí la factibilidad y verificabilidad de la aseveración que sostiene que los supuestos de la Constitución de 1993 rigen la conducta de los distintos y sucesivos operadores a cargo de puestos públicos más allá de los distintos períodos constitucionales. Finalmente el mantener vigente el texto constitucional es una forma también de perpetuar y asentir al goce político de quien quebró el orden constitucional cuya ruptura se remendó y camufló con el simulacro constitucional de 1993. 46 El acomodamiento o complacencia son concesiones respecto de un conjunto supuesto de creencias a las que se da la categoría de normales o correctas. En gran parte el valor de las creencias incuestionadas es consecuencia de la influencia que la opinión pública o mediática circula colectivamente. El respeto por el gusto, las tendencias o las modas es sostenido por los diversos grupos políticos que, carentes de liderazgo moral, se convierten en seguidores de las encuestas o de los titulares que presiden los medios de comunicación. El carácter representativo, con este tipo de actitud, queda menoscabado en una forma degenerativa o corrupta porque el líder estatal cuyo perfil es parte del puesto se convierte en seguidor de la calle. Si la comodidad o la complacencia desvirtúan el ejercicio crítico inherente a la autorización para representar el resultado obvio es la desvalorización del papel y de la integridad del sistema representativo. 29 doble pertenencia y vive también una ruptura en su identidad interior. El mundo político que empieza en 1992, en medio de la continuidad escatológica de la nuestra constitución psíquica, a la vez que mantiene la mancha del trauma fundacional añade al difícil trámite de la ruptura secular la escritura de la desadaptación y el vacío de pertenencia y certeza. El ingreso al mundo que se inicia en 1992 remueve y desequilibra las subjetividades, y en vez de las seguridades y certezas del mundo que se conoció aparece una demanda de actitudes nuevas, junto con una oferta de bienes con los que se tientan nuevos comportamientos y tendencias en el sujeto. El exilio es parte de esa vivencia de incertidumbre porque debe convivirse con el desajuste en la perentoriedad omnipresente del instante. El vacío agujerea las certezas sobre las que se edificó la ilusión de un porvenir predecible y seguro. El ciudadano se encuentra en escenarios radicales de exploración y la suya es una experiencia constante de sobrevivencia y de atención inmediata de necesidades que surgen de improviso (48). Por consiguiente la representación política reproducirá en el representante las urgencias de adaptación, de sobrevivencia y de inmediatez. Si el escenario genera un clima favorable a relaciones y condiciones de hostilidad, desconfianza, miedo o desapego, la inseguridad constitucional dominante incentiva y propicia también disposición personal hacia conductas odiosas de sobrevivencia, que a su turno favorecen también actitudes de depredación y del saqueo maximizador de beneficios individuales del sujeto (49). 47 Martucelli, Danilo (2005); La consistance du social. Une sociologie pour la modernité, Presses Universitaires de Rennes, p. 263. L´expérience matricielle a permis tout à la fois de rendre compte historiquement du sentiment de l´entredeux, de socialiser l´épreuve de desasosiego, de donner un debut de sentiment de maîtrise subjective face au monde. C´est dans ce sens précis qu´elle est inévitablement un mélange d´inquietude politique, de jugement moral et d´aventure existentielle. 48 Para Kenneth Minogue (2012) el ciudadano democrático de la modernidad es un vulgar utilitario. Ver The servile mind. How democracy erodes the moral life, Encounter Books, p. 61. La aplicación de esta noción supone la comprensión de que cada individuo es un objeto o un útil para otro individuo. La existencia humana, así, se reduce a la valorización del hombre como portador de utilidad o de beneficios para otros. Esto es, es parte de la técnica de conquista y apropiación del mundo, que porta ventajas para quien la usa. Dentro de esta lógica es que las técnicas de recursos humanos conciben el trabajo como un espacio de evaluación de rendimientos y de productividad, independientemente del carácter trascendental que tiene la esencia humana. 49 El modelo aísla y abstrae rasgos o aspectos que plantean esquemáticamente un tipo puro y general. En este sentido el comportamiento de la realidad no es reductible ni queda cubierto íntegramente en la lógica universal del modelo. A pesar que las asimetrías o equivalencias entre modelo y realidad no tienen naturaleza biyectiva, sin embargo, siempre existen y se detectan en la realidad los aspectos que definen, caracterizan y están presentes en él. La hipótesis de trabajo en estas reflexiones asume la verificabilidad y capacidad explicativa del modelo, y no desconoce que la realidad admite construcciones o alternativas interpretativas paralelas, distintas u opuestas. La finalidad y utilidad del modelo se propone con el objeto de atender las características subjetiva y políticamente patogénicas del desempeño representativo. No 30 Es esperable y consistente con este tipo de escenario y de clima histórico predominante que la representación política de la ciudadanía intensifique también manifestaciones en el desempeño funcional de los representantes congruentes con la emergencia de este nuevo paradigma y visión del mundo. Por consiguiente habrá también condiciones contrarias a la instalación y escritura del orden, de la norma, de la interdicción y de la represión de conductas contrarias al pacto político. Sin un clima general de acogimiento, acomedimiento o de contención del individuo por una comunidad protectora o fraternal no es extraño que el polvo y los ruidos de la incertidumbre, de la zozobra y del miedo, no menos que de odios, rencores y ánimos de revancha, impulsen una agenda en la que se priorice y se expandan las lógicas de la sobrevivencia y de la ganancia personal. Curiosa y sintomáticamente el entorno y disposición licantrópicas que condicionan el desarrollo de nuevas subjetividades, además de agudizar el impacto del trauma fundacional en las vivencias y experiencias del sujeto, incidirán y se reproducirán inevitable y fielmente en la representación política a través de la priorización de sus agendas privadas, en vez de acciones y desempeño acordes con la responsabilidad y funciones públicas que constitucionalmente le corresponden. ¿Cómo se entronca y zurce la performance de la representación en el tejido del nuevo paradigma? ¿Qué equívocos cose en la esfera pública dominante el impacto del paradigma contemporáneo que integra como parte de su aparato ideológico la Constitución de 1993, y de modo singular la institución representativa del Estado? ¿Qué es pues el parlamento peruano en medio del pesar y del desencanto que carga como parte de su experiencia representativa nuestra colectividad? Para asimilar y valorar la experiencia ominosa en que se puede convertir el funcionamiento del Congreso es necesario contrastar el resultado residual de su funcionamiento efectivo con el ideal y los principios en cuyo nombre se justifica la persistencia de la institución parlamentaria, porque la pretensión es lo que ha carecido de incorporación en el modelo de acción política y en la carne de los operadores de los procesos representativos. El balance entre el maximalismo normativo y los recesos pretende ni aspira a sistematizar reglas organizacionales de orden exegético, ni comportamientos funcionales asimilables a la regularidad normativa. La virtud de la perspectiva y tipo de aproximación hacia las patologías representativas radica en la capacidad de enfocar y desempolvar formas de acción representativa generalmente próximos a las informalidades que se desarrollan en la dimensión clandestina de la cultura colectiva. 31 de la realidad es una estrategia útil para hacer el seguimiento a las sinuosidades que sirven para deformar los ideales con la inevitable mancha de nuestra humanidad. La manera clásica de concebir al parlamento en el sistema político moderno ha sido como parte de una de las ramas del Estado democrático, la que conforme al principio de la independencia o separación de poderes, tiene la misión especial de funcionar como la suprema instancia representativa del poder popular. Para oponerlo a las formas políticas cuya legitimidad es externa a la comunidad, el parlamento es el órgano en que se condensa el ejercicio del poder por el pueblo. Si el pueblo es el soberano y el ejercicio de su poder es no directo sino representativo, la soberanía del poder popular también es una soberanía que se delega a los mandatarios que por cuenta del pueblo hacen ejercicio del poder. El pueblo, en un Estado democrático representativo, no detenta directamente el poder sino por sus intermediarios o delegados quienes, en virtud del mandato soberano del pueblo, tienen también la posición privilegiada que lo ha llevado a asumir, por endose del proceso representativo que se materializa en el sufragio universal, el carácter soberano propio del titular. Este tipo de concepto que traslada la supremacía del titular a su representado ha sido conocido como soberanía parlamentaria. ¿Y, de modo simple y directo, a qué se le llama y cómo se entiende la idea de la soberanía parlamentaria? Usualmente se habla de la soberanía popular, la soberanía de la nación o de soberanía estatal. La expresión alude al carácter final del poder político. La instancia suprema de decisión puede ser el pueblo, la nación o el Estado. Sin embargo, como consecuencia del desarrollo del tipo representativo de democracia se entendió que el pueblo, la nación o el Estado tienen carácter representativo, y por ello son quienes tienen el mandato y potestad de representar al pueblo, a la nación o al Estado, a los que se traslada finalmente el carácter soberano del poder político. La soberanía parlamentaria, de este modo, expresa la concreción del poder supremo del pueblo, de la nación y del Estado. La doctrina de la soberanía parlamentaria asume que la potestad abstracta se concreta en la autoridad concreta de los titulares de la representación de la comunidad (50). 50 De modo general se conviene en reconocer que quien define la doctrina de la soberanía parlamentaria fue William Blackstone, durante la segunda mitad del siglo dieciocho, en su obra Las leyes de Inglaterra. 32 Esta misma doctrina va estrechamente emparentada con la que se conoce también como la teoría del primer poder del Estado, que reserva para la asamblea de representantes la precedencia sobre los titulares de los otros órganos estatales de gobierno y administración de las funciones estatales. El parlamento se convierte según estas construcciones doctrinarias, teóricas o ideológicas, en la instancia política de mayor autoridad en la dirección y gestión del Estado y de la sociedad. Soberanía parlamentaria y primer poder del Estado son ideas políticas y visiones complementarias que se deducen de la lógica inherente a la democracia en general, y del modelo de democracia representativa en particular. Expresan y explican el carácter operativo del principio de organización política que se sustenta y que se basa en la preferencia por el origen popular del poder, por oposición a otras concepciones como las basadas en el origen divino, tradicional, estamental, étnico o cualquier otra modalidad de sesgo oligárquico (51). El peligro de la doctrina de la soberanía parlamentaria en el contexto del paradigma que emerge a fines de los años 80s y que epitomiza el modelo representativo desprendible de la Constitución de 1993 es que potencialmente convierte los usos políticos de su construcción en una forma usurpativa y fraudulenta de la democracia representativa. El uso del sistema representativo en nombre de la presunta soberanía parlamentaria es, según el patrón democrático fundamental, una deformación política que termina anteponiendo y privilegiando el papel del representante a expensas del titular de la representación que es la comunidad (52). Es la impropia comprensión de que el Estado y la 51 De modo específico los atributos de la soberanía parlamentaria y el primer poder del Estado se concretan en dimensiones de autonomía, y de excepcionalidad respecto del orden general de la república. La autonomía se expresa, por ejemplo, en la capacidad autorregulatoria del Congreso, la que se concreta en el carácter efectivo de la voluntad representativa como criterio de orden (lo que la mayoría decide eso es una regla y estándar de procedimiento en las transacciones cotidianas del parlamento). Y la excepcionalidad a su vez se expresa en el régimen foral y de inmunidades que rige para el estatuto de los parlamentarios. Esto último se concreta en las prerrogativas y las inmunidades parlamentarias (no obstante que en jurisprudencia constitucional reciente se deslice la idea de que estas últimas se encuentren en proceso de obsolescencia). 52 El impropio uso de las doctrinas de la soberanía parlamentaria y del parlamento como primer poder del Estado es tanto más clamoroso si, precisamente como parte del paradigma contemporáneo, son los medios de comunicación los que hoy ocupan espacios públicos y de poder más gravitantes y eficaces que los que tradicionalmente se asigna al Congreso. Comparativamente, en este sentido, la institución parlamentaria se encontraría en proceso de obsolescencia y deterioro políticos. Consecuente con esta tendencia actual no es extraño que sean los medios los que mayor capacidad de agencia tengan para diseñar, definir o influenciar en la agenda política de la representación, y a la vez no es extraño tampoco que los representantes construyan su propia identidad representativa a través de su presencia y reconocimiento en los medios de comunicación. Al asumir que el principal problema del Congreso es un problema de imagen los representantes agravan la naturaleza del diagnóstico en cuanto sobrevaloran el papel de los medios y de la comunicación mediática, porque permitan que su valor como representantes se mida conforme al valor que los medios y que las encuestas de opinión marcan y miden. El valor intrínseco de la representación, de este modo, se proyecta fuera de sí 33 democracia representativos son formas auxiliares, vicarias o supletorias de ejercicio del poder por cuenta e interés del titular. El ideal democrático puede no requerir de una institución estatal a la que se invista y sobre la que se proyecte atributos o propiedades inherentes a las virtudes propias e incompartibles exclusivamente a la totalidad del modelo político, y el convertir al parlamento en el espacio absoluto de concreción de un sistema democrático puede conducir a distorsiones conceptuales y funcionales que precipiten el sistema político hacia su corrupción y perversión. El parlamento es una instancia cuyo fin es distribuir tareas de gobierno y de gestión pública, y definitivamente puede coincidir que su operación sea útil para acercar a la sociedad a resultados democráticos. Pero la democracia no admite reducción a la experiencia política del parlamento, porque puede haber parlamento sin democracia, aunque algo más complicado en el mundo contemporáneo es encontrar democracias sin parlamento (53). Si la funcionalidad del parlamento en un régimen democrático no se cumple y, subvirtiendo su papel organizacional, se disocia de su compromiso representativo, no hay modo que la doctrina ni el principio del origen popular del poder y el ejercicio representativo salven ni rediman al parlamento de las fallas en su desempeño. La creencia en las doctrinas de la soberanía parlamentaria, o del parlamento como primer poder del Estado, engañan a quienes en su nombre exceden los alcances de la autorización que genera la mecánica del sistema electoral, y a través del cinismo o excedencias de los operadores de los procesos parlamentarios el descrédito de la institución parlamentaria, mismo. Se trata del ejercicio éxtimo de la representación y, por eso, de un modo de enajenación y disociación de la representación porque el representante se priva a sí mismo de poder representativo al negar la corrección del mandato popular recibido y pretender representar la voz, la imagen y la escritura de los medios a quienes se adjudica mayor poder que a la consciencia representativa que se origina en el voto popular. En contraste con lo que ocurría hasta antes del papel hegemónico que hoy tiene la industria mediática, hasta 1992 el papel era al revés, porque no valía más un representante por su comunicación y presencia mediática, sino que se destacaba la calidad y prestigio de un medio según que los más ilustres representantes tuvieran la disposición de colaborar en él. 53 Se trataría fundamentalmente de democracias no representativas, en las que el sujeto político ejercita directamente su poder soberano. La dificultad de encontrar experiencias de democracia directa es consecuencia de la intensidad demográfica y de la creciente tendencia a la despoblación rural y la sobrepoblación metropolitana. La proyección de alternativas de democracia directa en la sociedad contemporánea es imaginable a partir de los progresivos desarrollos tecnológicos. Los futuribles de la democracia, en consecuencia, con dichos desarrollos podrían configurar como alternativa y opción futura los modelos de ciberdemocracia, según los cuales el elector contaría con posibilidades efectivas de expresar sus preferencias en diversidad de temas de interés público valiéndose de programas y redes de interconexión pública aptos para la agregación de votos mediante un sistema de toma de decisiones colectivas. 34 La continuidad del proyecto político que se registra e inscribe en el texto constitucional tiene como principal expresión de su realidad la sumisión a su adhesión por la sucesión de las distintas fuerzas políticas que han operado y procesado la demanda colectiva bajo sus reglas. Luego de la caída del gobierno de Fujimori el año 2000 han transcurrido tres períodos constitucionales más, en los cuales ningún Congreso ha tenido la capacidad de reemplazar la Constitución de 1993. Complementariamente ningún Congreso ha superado el malestar y las ineficiencias que en su oportunidad denunció quien lo disolvió en 1992. El malestar político y popular subsiste. El Congreso sigue siendo unicameral; el número de miembros ha aumentado de 120 a 130; como nunca antes la tasa de aprobación de leyes se incrementa con mínimos nominales de debate o de estudio; la institución parlamentaria sigue sin responder a la exigente demanda y expectativas populares de representatividad (54); los mecanismos de democracia participativa no mejoran significativamente los resultados, la calidad ni la capacidad de respuesta política del Congreso; y no importa qué tanto más se consolide el papel de los grupos parlamentarios para la presentación y debate de las iniciativas, qué tan fluida sea la aprobación de los proyectos de legislación (55), ni qué 54 Debido al carácter crónico de la desaprobación del Congreso cabe graficar esta situación como una de cosificación del desencanto en la representatividad parlamentaria. Esta petrificación o cosificación del desencanto y su concreción general en el Congreso va asociada a la sensación de decadencia y de desengaño colectivo. Las mayores posibilidades de acceso a la información de la población y la mayor cobertura que por razones de transparencia puede tener la actividad parlamentaria, tanto el ciudadano socialmente conectado a redes sociales, como el que mantiene a los medios de comunicación como su única o principal fuente de información son formas se aumentar la expectativa de rendimiento. El ciudadano y la sociedad en general son más exigentes respecto de las posibilidades del sistema representativo. Comparativamente podría decirse que el tiempo presente es hiperdemocrático en sus exigencias, y que la representación política aún no alcanza a honrar las nuevas expectativas del representado. De alguna forma, teniendo presente el modelo representativo que culmina a fines de los 80s y comienzos de los 90s , podría decirse que con el impacto tecnológico y mediático ahora nos encontramos en una época trans o posdemocrática, porque los estándares previos de rendimiento democrático esperado se han empequeñecido y ahora el Congreso debe actualizar sus capacidades y competencias para producir resultados acordes con los nuevos niveles de la demanda colectiva. Los niveles acumulativos de petrificación del desencanto se expresan en el recalentamiento institucional incapaz de atender la demanda colectiva, no obstante la aceleración en los procesos mediante los cuales desesperadamente se trata de satisfacer la inacabable y voraz voluntad popular. El reciclaje que intentó generar la generación política que inicia su período histórico en 1993 ha clausurado su ciclo prematuramente porque no ha encontrado la visión prospectiva necesaria para adelantarse a las exigencias de nuestro tiempo, y ha recurrido a herramientas viejas e improductivas para atender demandas insólitamente novedosas en la historia de la humanidad. El paradigma contemporáneo, en suma, no ha sido correctamente comprendido por los operadores de la representación que, en este sentido, se han quedado cortos y no cumplen bien el papel dirigencial que la vida política espera que cumplan. La sociedad cuenta por eso con un parlamento competencialmente discapacitado para atravesar el océano de demandas colectivas, porque le resulta imposible procesar la demanda con valor agregado en tal calidad que le permita producir los resultados que el sistema político y representativo le fija. 55 La celeridad procesal en materia legislativa es una causa de la baja calidad de los contenidos legislativos. Ello se expresa en las deficiencias de concepto sobre lo que es y debe ser una ley. Los déficits de concepto generan la producción de leyes como alternativas equivocadas para la solución de problemas sociales y políticos, en razón de lo cual aumenta el número de leyes socialmente ineficaces e inadecuadas como alternativa para los problemas colectivos. Con respuestas 35 tan lacónicas sean las intervenciones en el debate, prolifera abundante número de leyes de desconocido o dudoso impacto social. No hay visos de mejora en el ejercicio de la capacidad representativa del Congreso. Más aún, las ineficiencias en la gestión representativa e institucional del Congreso se agravan cuando se tiene a la vista que los recursos de que dispone la organización parlamentaria no se escatiman, tanto en el plano de las asignaciones, emolumentos o remuneraciones que se prevén para los congresistas, como la logística en materia de edificios, útiles de oficina o de recursos humanos (56). ¿Cómo explicar los déficits de resultados, rendimiento, logros y performance representativos cuando no dejan de contar con mejores recursos y tecnología a su disposición? Un dato que ilustra bien cómo se articula políticamente la visión de país que se entronca en el Perú desde 1992 es la bipolaridad del régimen nacional. La dinámica económica tiene reglas y operadores que se mantienen no obstante, y a pesar, de las inestabilidades entrópicas del régimen político (57). Es legislativas ineficaces e inadecuadas es previsible que los problemas sociales no sólo queden sin una solución apropiada sino que además se conviertan en parte del problema. Por lo tanto los representantes terminan generando más problemas con el concepto equivocado de ley con el que desempeñan su función y así termina siendo que también los representantes son parte del problema y no un medio útil para solucionarlos. De esta manera se elevan los costos administrativos que el Estado debe abonar para garantizar el gobierno representativo de la comunidad, que no rinde conforme a las necesidades de la población y los recursos con los que ésta aporta mediante el sistema tributario para contar con una representación efectiva en su régimen de gobierno. Esto es lo que explica los reclamos periódicos de la colectividad para que se cierre el Congreso. 56 Es parte segura del folklore en las crónicas parlamentarias las noticias sobre la cantidad de metros cuadrados de las oficinas congresales, o el número de edificios que se construyen, alquilan, o expropian para el Congreso, si no de la renovación constante de recursos tecnológicos como equipos telefónicos, laptops, tablets o similares, beneficios como viajes, o viáticos, si no de la cantidad de personal, o del incremento de niveles o aumentos salariales para éste, a lo que se suma el uso impropio del personal del servicio parlamentario en relaciones, roles o papeles de confianza política ajenos a su misión estatal. 57 De manera sencilla puede explicarse la bipolaridad del régimen nacional y la inestabilidad entrópica del régimen político recordando cómo así es que el crecimiento económico se produce a pesar y no obstante el desorden en materia de relaciones sociales y políticas. Los niveles de entropía política son comparativamente más altos y más visibles que los del régimen económico. Son dos lógicas inconexas de operación y funcionamiento que, sin embargo, se integran porque en ambos casos existe una premisa hegemónicamente dominante, que es la de la maximización de beneficios privados en la economía de mercado. El error sin embargo es que en la vida política las transacciones se realizan sobre bienes públicos que no son susceptibles de apropiación, ni menos de maximización, con fines privados. El dominio de la política tiene una dimensión humana trascendental, y sus resultados no se miden ni se agotan en las relaciones cuantitativas. En el plano representativo el tráfico organizacional se establece con el criterio de economizar pensamiento, debate y estudio, en nombre de la producción a escala del mayor número de actos legislativos o de control con el dispendio meramente cuantitativo del menor tiempo posible. Jeremy Rifkin diría que el trabajo parlamentario se organiza en una estructura de altos niveles de entropía. Dice este autor en Entropy. A new world view, que work in a high-entropy society is 36 más, son reglas económicas las que definen y constituyen los comportamientos del mercado político. Es la supeditación o sumisión del régimen y de los actores políticos a las reglas del crecimiento económico. La hegemonía del mercado es tal que cubre incluso el proceso de estructuración de la subjetividad y de los deseos de los sujetos del subsistema político. Los partidos y los líderes políticos operan como si el procesamiento de su demanda se rigiera, no por principios o virtudes políticas, sino por las reglas de la ganancia y del beneficio privado. Se usan los puestos de representación como espacios de transacción en el que los actores tienen posibilidades de maximizar su interés en el mercado de votos, de prerrogativas y de beneficios que el poder facilita. La bipolaridad eficiencia económica-inestabilidad política, en este sentido, se complementan a favor de un equilibrio regulado por las reglas del mercado. Para graficar la complementariedad de la articulación política del proyecto histórico que nace en 1992, cabría referir el funcionamiento en lo que coloquial y mediáticamente se conoció como el incidente de “la repartija”, relacionado con la distribución de cuotas en la asignación de puestos de los más altos funcionarios públicos que debe designar el Congreso (58). Si bien el cuoteo consensuado, o asignación de cupos o espacios de poder secularized; it is divided and measured by the clock and the output; and it is a burden because it has no transcendent significance (Bantam books, New York, p. 207). 58 La “repartija” es el término denigratorio que se acuñó mediáticamente para definir la práctica a la que se recurrió con el objeto de cumplir con la obligación constitucional de nombrar a los titulares de diez de los puestos constitucionales cuya elección le confía la Constitución al Congreso. El suceso consiste fundamentalmente en la comprensión inadecuada de las dificultades para designar diez distintos puestos para altos funcionarios de órganos constitucionales autónomos, que comprendían al Defensor del Pueblo, seis de los siete magistrados del Tribunal Constitucional, y tres de los directores del Banco Central de Reserva. Se criticó dos cosas fundamentalmente, primero que el proceso no haya consistido en una postulación libre de candidatos, sujeta a un período de tachas y de evaluación, sino a la invitación a personas propuestas por los distintos grupos parlamentarios; y segundo que para alcanzar el número de votos exigidos por la Constitución haya sido necesario hacer concesiones entre los grupos parlamentarios de forma que la asignación de cargos sea distribuida proporcionalmente entre ellos. La eficacia en la obtención de votos se consideró cualitativamente deficiente porque si bien pudo elegirse a los funcionarios cuya falta de designación dificultaba el desempeño regular de responsabilidades previstas en la Constitución, la idoneidad de los candidatos elegidos no satisfacía las calidades técnicas, políticas, democráticas y profesionales esperadas. Claudicar ante la presión social luego del esfuerzo logrado fue un serio revés, porque nunca se pudo defender ni comunicar eficazmente la propiedad del método usado para elegir los diez puestos pendientes. Fue un caso de pérdida del sentimiento de autoridad y, por lo mismo, de vaciamiento de la capacidad representativa del Congreso. En resumen detrás del escándalo puede advertirse en el revuelo mediático y de las redes sociales, la falta de consecuencia con el modelo de democracia representativa que rige en el Perú, no menos que la intolerancia con las pluralidades políticas que, en un acto de consecuencia con sus propias opciones, designan a quienes mayor afinidad tienen con las líneas programáticas de los partidos representados en el Congreso. Colateralmente puede advertirse además la ineptitud política de los representantes a cargo del proceso de elección que se dejaron someter por la presión pública y no tuvieron la capacidad de sostener y explicar la corrección política y legal del proceso parlamentario aplicado. Las deficiencias de representación, en este caso, muestran que el cargo representativo no fue motivo de honor ni de orgullo sino de lo contrario, porque sólo por vergüenza o por culpa en la acción y desempeño es que se retrocedió sin haber denunciado la ignorancia e inconsecuencia con las premisas de un régimen político representativo. Para mayor desarrollo refiero al lector 37 en puestos estatales, es una modalidad organizacional propia del régimen representativo y de la fragmentación del sistema de partidos, hay situaciones en las que la lógica de los cupos sostiene una dinámica perversa, porque se antepone el beneficio que genera ocupar puestos y las prerrogativas que les corresponden a las agrupaciones parlamentarias o sus integrantes, encima de los costos organizacionalmente altos que el uso de cupos causa en los procesos institucionales. Otro caso ilustrativo es el referido la denominada comisionitis, que expresa el inconveniente número de grupos de trabajo, Comisiones Ordinarias e Investigadoras, que resulta desproporcionado cuando se repara en la distribución eficiente de las tareas y del trabajo, la capacidad real de ocupar los cupos o puestos por los grupos parlamentarios, y las exigencias de disponibilidad de tiempo en el titular de cada puesto para atender correctamente la carga de trabajo asignada al puesto ocupado (59). Para que la organización parlamentaria se gestione eficientemente es previsible que se estime un orden mínimo de puestos en unidades orgánicas entre las que se distribuya tareas, los mismos que deben desempeñarse por actores competentes a los que pueda exigírseles excelencia en la entrega de resultados indispensables no sólo conforme a las necesidades de producción de la organización, sino también en función de la satisfacción de las demandas del principal cliente de la institución representativa que es la sociedad en su conjunto. Sin embargo, cuando la lógica de creación de puestos la decide la repartición de cuotas de poder, sin evaluación de la calidad de las tareas ejecutadas ni de los resultados alcanzados, es posible reconocer cómo así la maximización autista de ganancias privadas es un costo colectivamente perdido para la organización y, naturalmente, también para el país. De modo similar otro rasgo político del proyecto histórico basado en la hegemonía del mercado y de la cultura maximizadora e individualista, lo expresa el denominado transfuguismo parlamentario, que al enlace http://es.scribd.com/doc/154172489/CDG-Sentido-y-actividad-del-TC-en-el-Peru-Valparaiso-18-de-Julio-del2013. 59 Ver el análisis y la propuesta que presento en mi artículo “Reformas estratégicamente críticas para optimizar la gestión del Congreso peruano”, que se publica en la Revista de la Red de Expertos Iberoamericanos en Parlamentos, Primer semestre 2011, N° 8, publicada digitalmente por el Congreso de los Diputados de España, la Fundación Manuel Giménez Abad, y la Fundación CEDDET, pp. 33-37 (ver el enlace en http://www.fundacionmgimenezabad.es/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=88&Itemid=1 00449). Igualmente mis comentarios al Artículo 94 de la Constitución que compendia el segundo volumen de la obra colectiva La Constitución comentada. Artículo por artículo, editorial Gaceta Jurídica, segunda edición, Enero del 2013, en especial las páginas 539 a 564, que además han sido publicados en el enlace http://es.scribd.com/doc/8837902/CDGComentarios-al-Art-94-de-la-Constitucion-del-Peru. 38 se concreta en la ilusión del «grupo parlamentario propio», en particular cuando emerge el proyecto de la propia reelección (60). De modo similar a lo que acontece con la fragmentación en el sistema de partidos (61), el Congreso refleja la misma tendencia a la atomización partidaria a nivel nacional y regional, con la proliferación de agrupaciones parlamentarias en el plano institucional (62). Ni una ni otra situaciones se ha eliminado con la regla de los umbrales porcentuales, porque a pesar de la “tranca” normativa (valla electoral) la tolerancia con las condiciones de aplicación incentiva el rédito de quienes ganan más apartándose y creando una nueva bancada que manteniéndose dentro de un bloque más numeroso (63). Finalmente otro caso expresivo del abuso privado del espacio parlamentario son los excesos que se comete en el desempeño de las funciones del Consejo Directivo, en el que al amparo del mayor grado de reserva en que tienen lugar sus sesiones se resuelven discrecionalmente situaciones que correspondiera decidir el Pleno del Congreso (64). Quienes forman parte del Consejo Directivo 60 Generalmente durante el desarrollo del período constitucional se multiplica el número de grupos parlamentarios a partir de disidencias en las agrupaciones que llegan al Congreso como consecuencia de las elecciones. Comúnmente la justificación que se ofrece para cancelar adhesiones, marcar distancia y apartarse del grupo original es la discrepancia ideológica. En realidad la tendencia a la separación expresa los insuficientes niveles de coherencia organizacional entre los miembros de una organización. De ahí que en realidad la constitución de los grupos sólo exprese una asociación en la que convergen intereses a los que más les conviene presentarse en grupo que mantenerse aislados, porque sólo los grupos tienen determinadas facultades (oficinas, potestad de presentar iniciativas, tiempo en el debate, etc.) 61 A nivel nacional en el Perú son 16 los partidos políticos formalmente inscritos en el sistema electoral. 62 De los 16 partidos políticos inscritos sólo seis obtuvieron presencia y escaños en el Congreso en las elecciones de 2011, de los cuales ninguno alcanzó mayoría absoluta. Al tercer año del período el número aumentó a ocho debido a la división y separaciones entre sus integrantes. El equilibrio en los procesos de toma de decisiones se alcanza en este escenario mediante el respaldo de grupos minoritarios según los temas, las concesiones y los arreglos recíprocos a cambio del apoyo a las políticas públicas y acciones de control. 63 Sobre la naturaleza del transfuguismo como estrategia de comportamiento colectivo en el parlamento peruano puede revisarse los enlaces http://es.scribd.com/doc/8663425/CDG-Fragilidad-partidaria-y-transfuguismo-en-el-sistemalatinoamericano, http://es.scribd.com/doc/8637342/CDG-La-matriz-historica-del-transfuguismo, y http://es.scribd.com/doc/8608754/CDG-Transfuguismo-y-crisis-post-electoral-2000. 64 Fue en el período 2001-2006 a iniciativa del congresista Carlos Ferrero Costa que las sesiones del Consejo Directivo tenían cobertura en el canal de televisión del Congreso. Desde el inicio del período 2006 con la congresista Mercedes Cabanillas se canceló esta modalidad de cobertura así como la publicación de las Actas de Mesa y de Consejo Directivo), y también a partir de este mismo período se agudizó el uso del Consejo Directivo para resolver o dilatar el curso de mociones de interpelación, levantamiento del fuero parlamentario (casos José Luna Gálvez y Rocío González), archivamiento de informes de Comisiones Investigadoras (como la relativa al gobierno de Alejandro Toledo en el período 2006-2011), o derivación a las Comisiones de las mociones que proponían la creación de comisiones investigadoras. Mayor información sobre el exceso discrecional del Consejo Directivo puede encontrarse en el ensayo del autor colgado 39 asumen la atribución de aliviar la carga procesal que le corresponde al Pleno, y con este propósito resuelven y toman decisiones sobre materias naturalmente asumibles por la totalidad de la representación parlamentaria. La usurpación y el copamiento consentido de competencias del Pleno es un arreglo organizacional mediante el cual se genera la apariencia de que la carga procesal de la organización se atiende dentro de niveles razonables de eficiencia, pero la pregunta es si acaso la intensidad y magnitud del número de demandas organizacionales resueltas reúne las condiciones básicas y esenciales para considerarse que el rendimiento y los productos institucionales son la respuesta que satisface la necesidad, expectativas y calidad de las necesidades políticas de la sociedad. Cuando el Consejo Directivo se apropia de las competencias del Pleno se produce pues un fenómeno de expansión ilimitada del papel de los voceros que toman para sí funciones y facultades de otros miembros del Congreso, y además del propio Pleno como instancia distinta a todos los miembros que lo integran. Parece natural asumir que parte de la explicación por los excesos disfuncionales en los arreglos organizacionales deba verse en el plano de las carencias competenciales del cuerpo de representantes, y de las falencias en el terreno de las habilidades y destrezas que el Estado y la sociedad exigen para ocupar puestos respecto de los cuales el documento constitucional sólo exige nacionalidad, edad, y capacidad de voto. La brecha entre los requisitos constitucionales y las competencias inherentes al puesto público puede señalarse como causa de los desencuentros en el desempeño por el que se responsabiliza a los congresistas (65). Ser un candidato popularmente elegido no es lo mismo que ocupar un puesto políticamente representativo en el Estado. Los requisitos competenciales para uno y otro rol son distintos. La brecha entre uno y otro roles y puestos es un error grave de diseño organizacional que en la práctica ocasiona costos enormes en el funcionamiento del Estado y en la producción de bienes y servicios que la sociedad debe recibir de aquél. en el enlace http://es.scribd.com/doc/30942152/CDG-Limite-a-la-discrecionalidad-del-Consejo-Directivo-en-el-Congresoperuano, así como la versión digital de mi Manual del Parlamento, colgado en http://es.scribd.com/doc/111263619/CDGManual-del-Parlamento, en especial pp. 116 a 119. 65 Es parcial la explicación porque quizá lo central de las deficiencias representativas tiene carácter cultural. Es decir, es parte del minimalismo ético e institucional en los hábitos de desempeño de los representantes que tienen como máxima el engolosinamiento y voracidad de las cuotas de poder que forman parte de un perfil de comportamientos mediocres y competencialmente reprobables. Sin embargo, conforme se sostiene en este trabajo la calidad cultural de los representantes es constituida y precedida por la calidad del cuerpo de ciudadanos entre los cuales son propuestos primero los candidatos y posteriormente son elegidos los representantes. 40 Ahora bien, las ineficiencias y los desencuentros que resultan de la aplicación maximalista del principio democrático del origen popular del poder, que podrían minimizarse, neutralizarse o eliminarse si los partidos políticos presentaran opciones de candidatos con experiencia, competencias y aptitudes para desarrollar satisfactoriamente las capacidades inherentes a los puestos representativos, deforman aún más el sistema representativo cuando las desviaciones o las potenciales distorsiones no filtradas con sus propuestas de candidatos convierten al plantel de congresistas en un aparato disfuncional, productor de excrecencias organizacionales inadecuadamente representativas para la comunidad representada (66). La agregación de arreglos o usos distorsivos por los partidos, y por los propios candidatos que, operando sin diligencia suficiente aumentan la ineficiencia representativa (67), desconociendo y corroyendo con sus actos y conducta el vínculo representativo, 66 La participación de los partidos políticos como agentes de intermediación entre la sociedad y el Estado es un arreglo constitucional cuya finalidad es reducir la incertidumbre y mejorar el grado de predecibilidad en el mercado político. En este sentido son un arreglo organizacional que es componente esencial de la sociedad de control, en la medida que su funcionamiento y papel tiene previsión en el marco de un régimen estatal, y también en la medida que sus operadores cuentan con la capacidad de definir proyectos políticos, políticas públicas, y también expectativas y carreras en la vida de sus integrantes. Los partidos políticos justifican su existencia como instancias alternativas para corregir las fallas de un mercado político que, sin ellos, aumentarían el grado e intensidad de comportamientos no cooperativos y agudizarían la reproducción de la incertidumbre. El propósito colectivo de los partidos políticos es trasladar a la organización jerárquica de su asociación la economía del costo colectivo, porque ellos asumen en sus procesos de toma de decisión los costos más altos que significarían dejar a la incertidumbre e impredecibilidad de comportamientos políticamente no cooperativos de la población la resolución de diferencias o disputas constitutivas mediante las solas transacciones del mercado de preferencias políticas. Es por la misión administrativa que deben cumplir los partidos que sus fallas organizacionales aumentan exponencialmente las ineficiencias básicas del mercado ciudadano. 67 Modos de agregación distorsiva en los partidos los constituyen, por ejemplo, la concepción de las agrupaciones y movimientos políticos como asociaciones constituidas y organizadas principalmente para el “lucro” electoral y, complementariamente, la designación de candidatos según su capacidad para contribuir en las campañas electorales. Factor que incide en la perversión de esta mecánica es el arreglo del voto preferencial, que incentiva y facilita no sólo las posibilidades de descuartizamiento interno entre los candidatos al interior del mismo partido, sino también que candidatos con mejores recursos económicos o financieros, o con mejor capital en materia de su perfil público, pueda asegurar que el partido acumule mayor cantidad de votos con los cuales jalar al grupo a mayor número de escaños. El perfil del candidato invitado, quien por tratarse de su popularidad como deportista (Cecilia Tait, Gabriela Pérez del Solar, Cenaida Uribe, o Leyla Chihuán), o por su fácil identificación como comunicador o periodista (casos de Humberto Martínez Morosini, o de Guido Lombardi), representa mejores niveles de visibilidad y atractivo en el menú de opciones que el partido ofrece al elector. Un caso destacado de este tipo de desviación puede ser la postulación y elección de una vedette en el período 1995-2000, Susy Díaz, quien para atraer el voto de los electores no tuvo más ingenio que emular a la actriz de cine porno italiano conocida como Cicciolina pintándose el número de su postulación sobre una de sus nalgas, y pasearse vestida en lentejuelas en un vehículo descapotado por las calles de Lima. Tendencias en sentido similar son la disposición favorable al reconocimiento como candidatos y representantes idóneos entre conductores de programas radiales o televisivos, como Jaime Bayly, Raúl Vargas, Gisella Valcárcel, o Magaly Medina. De este modo puede verse como las reglas equivocadas y la cultura o estilo de los actores son una dinámica de desequilibrios organizacionales entrópica y políticamente explosiva. Sobre la percepción mediática de los efectos distorsivos por los partidos políticos puede verse el artículo de Juan Paredes Castro, “Poderes de veto”, publicado en la edición del diario El Comercio, del día 26 de agosto del 2013, p. A-7 41 explica parcialmente la desaprobación popular (68), pero la base de la ineficiencia y de las imperfecciones del sistema representativo tiene como causa última la condición cívica de quienes como representados son la fuente de la que se toma y de la que salen los representantes. El denominador común en la continuidad histórica del modelo representativo nacional, en consecuencia, se repite, se mantiene y trasciende las medidas de reestructuración y reingeniería organizacional. La estructura libidinal de la experiencia representativa permanece en el mismo registro subjetivo. No obstante, y a pesar, tanto de la frontalidad de las críticas que se plantearon para justificar la ruptura democrática, como de la aclamatoria efusividad de la población que respaldó en su oportunidad dichas rupturas, las reformas organizacionales no atacaron el mal denunciado como justificación para disolver el Congreso el año 1992. El remedio que se recetó y aplicó a la vida política del país luego del quiebre en la constitucionalidad fue inocuo. Las nuevas agrupaciones y movimientos políticos no han conseguido eliminar, esencialmente, las mismas pulsiones e impulsos en que se fundaron las prácticas recusadas. Las viejas prácticas de las que se avergonzó y abominó quien protagonizó los golpes de Estado no han sido reemplazadas por prácticas idóneas. La dimensión pulsional permanece sin interdictar y permanece también la ausencia de sujeción simbólica a una norma con capacidad colectivamente regulatoria (69). 68 Si pudiera deslindarse materialmente cuánto de la desaprobación popular del Congreso se debe a actos propios de los representantes, cuánto a la desinformación de la población sobre el contexto y dificultades en medio de las cuales se realizan los actos representativos, cuánto a la agregación de ignorancias del elector sobre las consecuencias institucionales del proceso electoral en el que participa y que define, y cuánto más a la deformación de la información que resulta de la influencia que generan los productores de tendencias de opinión pública desde las corporaciones cuyo fin social es la información y comunicación mediática (y que, además, miden y pretenden reproducir las encuestadoras de opinión), probablemente, el resultado sería una calificación menos inexacta sobre la responsabilidad que efectivamente debiera atribuírseles a los representantes por el cumplimiento imperfecto, incorrecto, ineficiente o irregular de su mandato. La calidad del juicio sobre la idoneidad del cumplimiento del mandato representativo no admite simplificaciones consecuencia de la ligereza o de la superficialidad o insuficiencias en el proceso de elaboración del juicio público. No basta ni los índices demoscópicos ni el número de tweets (o tuits) que abundan en las redes sociales para que el juicio honre la verdad y justifique la desaprobación. El daño público que se comete al descalificar o llevar al descrédito a una institución estatal crítica para la salud política del país es inmensamente incalculable, porque desvaloriza la identidad colectiva e histórica del país y lleva a la desinteligencia de la naturaleza, límites y condiciones en las cuales es posible el ejercicio de la actividad representativa. 69 El despliegue irrestricto de la dimensión pulsional equivale a una estructura colectiva dominada por los impulsos del ello, que no llega a ordenarse ni conducirse por un yo débil o por una superyó insuficientemente presente. En términos políticos la acción masiva del ello puede entenderse como la intervención incontenible del Estado de naturaleza, y la incapacidad del Estado de derecho para interdictar apropiada y eficientemente las pulsiones que emergen de la naturaleza. Otro modo de plantear este mismo tipo de relación es la prevalencia del deseo de la madre y la incapacidad del padre para fijar el orden colectivo. Si el deseo de la madre es representado por los impulsos de la naturaleza en el sujeto histórico y colectivo nacional, las ineficiencias representativas en el Estado (esto es, el Congreso) a través de leyes de escaso valor 42 5. Remedios postraumáticos y mantenimiento del malestar representativo Lo que no suele percibirse suficientemente es cuánto de la vida y experiencias corrientes bajo las reglas de una Constitución repite y mantiene la dinámica con la que se funda la etapa histórica que nace con la catástrofe que originó e inició el golpe (70). Se asume, por el contrario, que luego de concluido el período del autor del golpe la historia se separa y adquiere autonomía de la raíz e hipótesis políticas que vinieron con la ruptura constitucional. No se tiene suficiente consciencia que, sin reparar el sentido de las normas constitucionales y las prácticas que ellas inauguran, los titulares del poder representativo pueden continuar actuando según el guión predefinido desde el conductor del cambio constitucional. En este sentido los sucesivos períodos constitucionales resultan operando como meras réplicas o reflejos especulares del diseño del constituyente. Los gobiernos y los representantes que suceden al régimen primitivo funcionan u operan, en algún sentido, como súbditos del patrón estructuralmente constitutivo, en la medida que carecen de la capacidad de corregir el carácter fundacional del documento constitucional (71). Tienen interdictor generan como efecto correlativo la ausencia del Estado de derecho si no, en casos agudos, el decaimiento del superyó interdictor en formas próximas al Estado fallido. 70 Es necesario aclarar que el uso que se da de la noción de catástrofe se distingue del concepto de trauma. La referencia a los remedios postraumáticos, sin embargo, es una licencia que pretende expresar sonoramente de modo menos aparatoso lo que de otro modo se habría formulado como remedios postcatastróficos. No se trata de un uso conceptualmente inconsistente con la noción de trauma, la que en este trabajo se asocia a la fundación del Perú. En este ensayo se aplican las categorías que plantea Max Hernández, fundación traumática, y trauma fundacional, las que previamente he utilizados de modo explícito en mi trabajo La Constitución del Perú, publicado en el enlace http://es.scribd.com/doc/143945840/CDG-La-Constitucion-del-Peru-24-Mayo-2013. Catástrofe, en este contexto, apela y mantiene el significado del concepto desarrollado por Wilfred Bion, para quien consiste en la situación crítica que posiciona al sujeto ante un trance terminal en el que le urge y le resulta imperativo asumir una transformación en relación con el sentido habitual de sus experiencias en grado tal que le exige la ruptura con supuestos (o paradigmas) mentales cuyo mantenimiento le impediría exponerse a un aprendizaje vital. La catástrofe, en este sentido, es un detonante que explosiona en la subjetividad y tiene la función potencial de impulsar al sujeto a romper con resistencias opuestas al cambio. La referencia que se hace en el acápite a los remedios postraumáticos tienen mayor relación con la apertura potencial al aprendizaje que posibilita la experiencia de la catástrofe en la subjetividad política, que a la experiencia traumática a la que se refieren los conceptos que plantea Max Hernández. En cualquier caso es importante y necesario reparar que si bien las catástrofes son trances en los que debe optarse por el cambio, nada impide que la potencialidad del aprendizaje inherente a una catástrofe no represente aprendizaje deliberado del sujeto sino, por el contrario, que subsista la resistencia al cambio y que el aprendizaje no se produzca en la experiencia del sujeto. 71 El carácter históricamente permanente del trauma fundacional asociado a los problemas de enfrentamiento en el choque cultural que nace en la fundación traumática del Perú, se complementa con la inevitable rivalidad fraternal de los 43 el poder de hacerlo, pero están en situación capitisdisminuida porque, como parte de la impotencia de su posicionamiento, no llegan a advertir cuánto de sus propias conductas es parte de una reacción automática o mecánica. La experiencia política que se inicia en 1995, luego de concluidas las funciones del Congreso Constituyente Democrático, deja una estela relativamente uniforme e inconfundible de huellas que inscriben, indican y sellan un tipo de identidad y de relaciones entre el gobierno y el parlamento. Ese tipo no es precisamente uno que haga al parlamento más representativo ni, para el caso, funcionalmente más competente. Sobre los golpes del 3 de Octubre de 1968 y del 5 de Abril de 1992, los protagonistas y conductores de su ejecución dijeron que aquellos se realizaron para corregir una situación masivamente insostenible, pero también para neutralizar el afianzamiento de una clase política que no conseguía solucionar los problemas críticos de la sociedad, y en ambos casos se dieron pretextos que detonaron su perpetración. Las consecuencias visibles de los remedios alcanzados luego de concluidas las etapas “reformadoras”, sin embargo, distan no poco de los resultados contra los cuales se dieron los golpes o autogolpes de Estado, y han devuelto parlamentos que repiten errores de eficiencia representativa. El golpe de 1968 encontró a un Congreso bicameral enfrascado en maniobras en tal grado de confrontación contra el Poder Ejecutivo que le merecieron la calificación como un parlamento obstruccionista, caracterizado por la pertinacia en el recurso a las interpelaciones y censuras ministeriales. La dinámica adversarial entre ambos órganos estatales jugó en contra de la capacidad de grupos que compiten por el poder hegemónico. De ahí que las exigencias del alternabilidad en el sistema democrático favorezca la sucesión de agrupaciones en el dominio político, a partir de una rivalidad similar a la que se constata entre los hermanos en el entorno doméstico. El favor del soberano, en este sentido, es disputado fraternalmente a través de los celos y de las envidias por los logros que el desposeído carece. El mercado de sufragios, del favor y de la aprobación popular, por eso, puede ser un escenario cruel y violento donde los éxitos no suele conseguirlos quien más méritos alcanza o mejores razones tiene para convencer. Prueba reciente de esto último son las experiencias electorales de 1990 o del 2011, donde las ideas del perdedor fueron usurpadas y ocupadas por quien, con un mensaje contrario, obtuvo mayor cantidad de votos. Las ideas y propuestas de Vargas Llosa en el primer caso, y de Kuczynski en el segundo, dirigieron las políticas de Fujimori y de Humala, no obstante el discurso antishock y antiliberal del primero y a favor de la “gran transformación” nacionalista y también antiliberal del segundo. El modelo que caracteriza estrategias electorales como la de Fujimori y Humala corresponde al arquetipo de orientación conforme al cual prevalece la actitud cínica para la cual se desconoce al Otro, o la dimensión simbólica de la cultura colectiva, en beneficio del goce privado del sujeto que no duda en mentir para ganar ventajas o posiciones particulares. Sobre este último aspecto es útil la presentación que realiza Juan Carlos Ubillúz Raygada (2006) en Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea, editorial IEP, Lima, en especial las páginas 37 a 62. 44 ambas instancias para atender a la solución de problemas sociales, económicos y políticos como el agrario, el petrolero y el de la inseguridad causada por los movimientos guerrilleros de los 60s. Uno de los pretextos invocados como causa del golpe fue la incapacidad del Congreso para plantear una solución clara contra la injusticia en el ámbito rural, y contra la indefensión en el uso del recurso petrolero por la International Petroleum Company. Entre 1990 y 1992 el Congreso tampoco contó con una mayoría favorable al gobierno, aunque el grado de cooperación entre ambos órganos estatales era notablemente superior al que se advirtió en el golpe inmediatamente anterior. No obstante el autogolpe fue sustentado en la insuficiente radicalidad y grado de cooperación parlamentaria para combatir frontalmente los dos más importantes problemas nacionales, el terrorismo y la hiperinflación. El pretexto para la disolución del Congreso fue lo que se llamó el golpe parlamentario que supuestamente habría generado la promulgación de la Ley 25397, de control de las potestades normativas del Poder Ejecutivo, así como la revisión que había realizado el Congreso respecto de decretos legislativos con los que se pretendía controlar el terrorismo y el desmanejo económico. Tanto en 1968 como en 1992 el argumento común fue el malestar por la ineficacia, e ineficiencia, del sistema representativo, dominado por un sistema de partidos que manejaba el parlamento con fines de su propia autorreproducción, y un sistema que dilataba los debates retrasando la aprobación de las leyes. El golpe y el autogolpe utilizaron el pretexto de la ineficiencia representativa de las asambleas congresales para cambiar y transformar los déficits y la insatisfacción política contra las incapacidades o incompetencias de la institución parlamentaria. Si asumimos que la continuidad histórica del proyecto que consigue consagrar la Constitución de 1993 se inicia mediante la acción violenta, irruptiva e irregular del golpe, y que su continuidad se asegura por la condescendencia o complacencia de los operadores, si no por la inercia automática de actores que no enfrentan la violencia ni irregularidad para recuperar el orden destruido, o que no cuentan con la fuerza, habilidad ni voluntad suficiente para recuperarlo, la cuestión es precisar cuáles 45 son los supuestos remedios que la Constitución plantea para curar los males cuya existencia se invocó como causa para el quiebre o ruptura del orden constitucional (72). Como consecuencia del juego y funcionamiento de la estructura de dominio durante la vigencia de la Constitución de 1979 y de la expiración del paradigma que concluye a fines de los 80s, se reacomodan las pulsiones colectivas latentes en el trauma fundacional (73) y se alcanza una vez más el clímax histórico que se expresa en el autogolpe de 1992 y la reedición de un nuevo intento constitutivo. El pueblo se identifica con el líder y vocero de la ruptura porque, nuevamente, al cumplirse un ciclo psíquico más se levanta la represión del trauma, emerge la capacidad de reequilibrar y canalizar las energías de la lesión histórica, y se abre un espacio más de liberación contra la opresión política ( 74). El quiebre y la irrupción permiten la recomposición de las relaciones de dominio, la liberación de 72 Nótese que el planteamiento incide en la identificación de los medios con los cuales se propone corregir las deficiencias de funcionamiento criticadas por quien disuelve el Congreso en razón de sus ineficiencias organizacionales. Se asume que la definición de la misión política o la razón de ser de la organización parlamentaria (es decir, qué hace y para qué lo hace en el sistema político) no cambia, porque sigue consistiendo en permitir la representatividad del pueblo soberano, mediante la satisfacción de las necesidades de legislación y de control en el uso del poder por cuenta e interés del pueblo, con el propósito de garantizar el origen popular y la calidad del uso representativo del poder del poder en el Estado. El énfasis específico es en los arreglos con los que se pretende superar las ineficiencias, sea que se trate de la lentitud de los procesos, de la extensión improductiva en los procesos del debate parlamentario, o del costo presupuestal del sistema bicameral y del número de representantes en función del número de ciudadanos representados. 73 Esto es, se camuflan y encubren los sentimientos primarios de odio fraterno que despierta el ánimo y deseo de venganza. Cuando no se admiten ni reconocen el odio y venganza permanecen milenariamente y recrudecen el trauma fundacional que se mimetiza y emerge en diversidad de formas o acontecimientos históricos, sean episodios de violencia interior generalizada como durante los años de terrorismo, o en relaciones socialmente microscópicas como los niveles extensos y latentes de racismo que subsisten larvariamente en el tiempo y en el espacio social del Perú. Precisamente las catástrofes políticas inherentes a un golpe de Estado se basan en la desesperación angustiosa de una identidad pendiente de aceptación (el mestizaje, consecuencia del sometimiento de unos por otros con el dominio del conquistador sobre el poblador nativo) que busca a un salvador omnipotente capaz de controlar la angustia con la oferta de un orden que no ha conseguido alcanzarse en el desarrollo histórico. En la página web de Iván Thays (http://ivanthays.com.pe/post/59526297897) se reseña las opiniones del escritor español radicado en Méjico, Fernando Vallejo, para quien España no merece el título de madre patria, precisamente por el carácter depredador con el que se estableció la relación con el continente americano. En dicho enlace se consigna la cita del autor que afirma que cuando estalló la independencia, al abrigo de la invasión napoleónica de la península, los españoles se fueron con lo que pudieron y san se acabó el asunto, dejándonos en pago un espíritu burocrático de tinterillos públicos y la plaga del cristianismo. Así que al diablo con el cuento de la madre patria. España no es patria nuestra ni nunca ha sido. Este sentimiento solidario con el continente hispanoamericano de un español contemporáneo confirma las ambigüedades aún pendientes de trámite y escritura en el proceso de identidad colectiva, en particular en el Perú, ambigüedades que se expresan en una discriminación y en un racismo con los que se pretende blanquear el mestizaje del cual se abomina en la entraña y en las reconditeces aún disociadas de la intimidad del sujeto nacional. El trauma fundacional se expresa en la pobreza contemporánea del hombre peruano cuando protagoniza y reedita escenas y discursos de choleamiento, esto es, el alivio que el cholo pretende encontrar para su dolor choleando a otro. 74 Sobre este tópico se ha revisado el artículo “Opresión política y represión psíquica”, de Max Hernández. Es un texto inédito que compartió el autor, que fue materia de una ponencia suya en Santiago de Chile en Junio de 2013. 46 energías reprimidas y la reformulación de los términos opresivos en una nueva estructura de dominio cuya formalización se recogerá en la Constitución de 1993. El reacomodo y recomposición pulsional van de la mano con el paradigma neoliberal, la desregulación de la economía y las políticas de favorecimiento del empleo y consumo gracias a las inversiones nacionales y extranjeras. En el plano político el autogolpe significó el sepultamiento de la clase política educada bajo el paradigma precedente y su reemplazo general con noveles outsiders descontaminados de las experiencias y conocimiento parlamentario previo. En las esferas económica y política la renovación configuró una plataforma beneficiosa para la emergencia de nuevos voceros políticos e intérpretes del régimen de dominación. El propio Fujimori gana las elecciones porque se presentó como un agricultor, como un hombre de pueblo, como el chinito del tractorcito, o como lo decía en su slogan de campaña, como un hombre como tú. La naturaleza entrópica de las fuerzas pulsionales del inconsciente histórico anidadas en el trauma fundacional, se apoderan, encarnan y toman la voz del mestizaje irresuelto e inaceptado de nuestra identidad, y cosen su escritura en los programas políticos de los personajes que reivindican la transformación y reconstrucción del Perú en 1992. El dominio del conquistador que funda con el trauma el nuevo país y el nuevo Estado es de esta manera golpeado y neutralizado. La pulsión emancipatoria del yugo fundacional emerge una vez más y deja que se movilicen las patrias oprimidas para asumir el dominio de la estirpe secularmente vencida. El neoliberalismo será el nuevo episodio para el emprendimiento del capitalismo popular del cual nazca la nueva burguesía peruana en la que queden incluidos los colores del tawantinsuyo. El Congreso será en adelante el lugar en el que empiece a aparecer el liderazgo de los antiguos dueños del Perú, y el lugar también que cada vez traducirá con mayor nitidez y exactitud las taras, costumbres, corruptelas y mañas del criollo. Más allá de la sinceridad u honestidad con que la recomposición de los liderazgos parlamentarios inicia la transformación del parlamentarismo peruano, algunos de los rasgos más importantes del modelo que se postula como alternativa efectiva para cambiar la calidad del régimen representativo nacional pueden ser los siguientes: (1) La sustitución del bicameralismo por el unicameralismo (para suprimir la yuxtaposición de bases de representación, y también la duplicidad de funciones). 47 (2) La disminución del número de representantes de 240 a 120 (con el propósito de que, de este modo, el Congreso signifique menor costo fiscal). (3) Fortalecimiento de la dimensión participativa en el ejercicio de la función representativa (es decir, la previsión de mecanismos adicionales de consulta e interacción entre el representante y la población, como la consulta popular, la iniciativa legislativa popular, el referéndum, las audiencias públicas y, recientemente, la denominada “semana de representación”). (4) Uso intenso de la tecnología para fomentar la transparencia de la acción y gestión de los procesos parlamentarios y facilitar la comunicación entre los representantes y la colectividad. (5) Simplificación del proceso legislativo con la eliminación del debate de admisibilidad por el Pleno, con la asignación de Comisiones por la Primera vicepresidencia, y la creación de un procedimiento acelerado basado en la exoneración de requisitos mediante acuerdos virtuales. (6) Reducción del tiempo de deliberación mediante el sistema de debate y voto por la totalidad, en vez del debate y voto artículo por artículo. (7) Mayor gravitación de los grupos parlamentarios en la distribución del tiempo de debate, en la determinación de la agenda, y en general en la dirección institucional (disminuye la gravitación del papel individual del representante quien no puede presentar proyectos de ley por sí mismo, y pierde el reconocimiento como criterio de distribución del tiempo en el debate) (8) Asignación de más recursos humanos (hasta dos asesores, un técnico, y dos auxiliares en los Despachos, y un coordinador en las oficinas descentralizadas, cuyas remuneraciones en total alcanzan el monto de alrededor de 27 mil soles mensuales) y logísticos (espacio particular para Despachos que en promedio alcanza, aproximadamente, a los 120 metros cuadrados; material y útiles de oficinas; y presupuesto para actividades representativas distinto al previsto para emolumentos). (9) Extensión de la presencia institucional a través de las oficinas descentralizadas del Congreso, de la oficina de participación ciudadana, del sistema informático digital y de la red de comunicaciones en la web. (10)Mejoramiento del nivel de ingresos por el ejercicio de la función representativa (aproximadamente 15 mil soles, además de alrededor de 7 mil soles de asignación por función congresal). 48 Además de los cambios dirigidos a la finalidad correctiva y a la renovación institucional del parlamento, algunos otros cambios cuentan también en el perfil del nuevo tipo de parlamento. Cabe referir los arreglos vinculados al régimen parlamentario, como lo son la investidura, la estación de preguntas, y al reconocimiento explícito de la facultad legislativa del gobierno a través de decretos de urgencia, pero también la disminución de exigencias para la disolución del Congreso (dos censuras al gabinete en vez de tres) (75). Las variantes parlamentarias del régimen, sin embargo, no han tenido el peso suficiente como para inclinar el carácter históricamente presidencial en el desempeño del régimen político peruano. Aunque de menor impacto organizacional o de gestión representativa en el régimen político, también cabe mencionarse cambios como el carácter vinculante de las decisiones del Congreso en relación con los procesos de acusación constitucional, o la sustitución del período de vacatio legis entre la publicación y la vigencia de la ley del decimosexto día posterior al día siguiente de su publicación. En el plano propiamente normativo se establece la estructura orgánica y los parámetros de funcionamiento de los órganos estatales alrededor de dos ejes básicos. Uno primero es el eje legislativo, y el segundo el de los actos de control político interorgánico. En ambos ejes la relación presenta un balance equilibrado y simétrico entre el gobierno y el parlamento, que no permite distinguir con claridad que uno de los dos tenga competencias específicas de las que el otro esté privado (76). 75 Generalmente quienes estudian los pormenores de los cambios constitucionales magnifican el impacto que tienen los diseños institucionales y sobredimensionan el efecto que son capaces de generar las aparentes atribuciones de facultades o de atribuciones a uno u otro órganos del Estado. Existen, en efecto, algunas invariantes en los modelos o regímenes políticos, que tienen base cultural, las que difícilmente se erradican en virtud del rediseño organizacional en las relaciones de interacción de los operadores o de los órganos estatales. Si bien las reglas y los modelos institucionales tienen la propiedad de encarrilar, ahormar o enderezar el sentido de las conductas individuales y colectivas en sentidos más o menos predecibles y uniformes, por sí mismas esas reglas son inadecuadas e insuficientes para eliminar tendencias basadas en profundidades atávicas o fundacionales. El supuesto de este trabajo es que el régimen presidencial peruano no sólo se sustenta en hechos comprobadamente manifiestos de afirmación de la figura o del rol conductor del Presidente de la República como caudillo carismático, sino en el carácter eminentemente autoritario de la colectividad, al que acompañan eficientemente tanto una estructura psíquica de desvalorización y subestima, las propias escaseces cívicas de una población que desconocen los efectos de las reglas políticas cuyo uso genera los patrones deficitarios de gobierno y deficiencias de representación política, no menos, ciertamente, que el estilo de maximización individual y temporal de beneficios a los que se accede en posiciones de poder cuyo efecto es la apropiación irracional de bienes públicos con fines privados (signo poco dudable del uso corrupto del poder). 76 Sobre las relaciones entre el gobierno y el parlamento alrededor de los ejes de competencias legislativas y no legislativas puede consultarse el texto del autor publicado en el enlace http://es.scribd.com/doc/8970675/CDG-Regimende-gobierno-y-poder-presidencial-en-el-Peru. 49 En el eje legislativo cabe, por ejemplo, que tanto el gobierno como el parlamento compartan y tengan facultades legislativas (el ejecutivo, en calidad de colegislador en el Estado, legislar con habilitación por el Congreso, dictar decretos en general, y por razones excepcionales puede decretos de urgencia con rango de ley), además ambos pueden presentar proyectos de ley (que cuando los presenta el ejecutivo con carácter de urgencia merecen un tratamiento acelerado en sede parlamentaria), y una vez que éstos son aprobados se requiere la concurrencia de la voluntad del Poder Ejecutivo mediante la promulgación si está de acuerdo, o la observación si disiente, respecto de lo cual el Congreso puede allanarse o disentir. A su vez en el eje no legislativo, o de control, ocurre que tanto el Presidente de la República como el Congreso participan en el proceso de designación y de remoción del gabinete, tanto a través de la investidura como mediante el no otorgamiento de confianza, a la vez que la propia sobrevivencia de uno y otro está entrelazado y es interdependiente mediante el juego entre la censura del gabinete y la disolución del Congreso. En la dimensión normativa, por lo tanto, el diseño y la ingeniería presenta y plantea un juego de relaciones abstractas e ideales que dejan la impresión de que tanto el gobierno como el parlamento están potencialmente equilibrados en el juego de sus relaciones orgánicas y funcionales, aunque las bases y principios políticos sobre los que el texto constitucional edifica la construcción normativa declara la posición preferente del parlamento en relación con el gobierno, precisamente, primero, porque los cimientos del orden estatal tienen base democrática e igualitaria que se manifiesta en la regla de que el poder tiene origen en la voluntad popular y que ésta existe a través de la voluntad representativa que tienen que honrar quienes cuentan con el mandato que surge del voto en las urnas; y, en segundo lugar, por los rezagos de las doctrinas de la soberanía parlamentaria y la del primer poder del Estado. Uno de los objetivos inherentes a la catástrofe provocada, e inherente a la ruptura y al subsecuente esfuerzo de restructuración del régimen representativo, era que las fallas y carencias de desempeño se corrigieran satisfactoriamente con alternativas y medidas organizacionales, porque se asumía que éstas serían suficientemente eficaces para cambiar las ineficiencias institucionales desaprobadas por la 50 población. Pero para que los cambios organizacionales alcanzaran dicha eficacia, naturalmente, era necesario y se debía añadir el recambio en la renovación de los planteles y de las agrupaciones con acceso a los puestos representativos abiertos y accesibles con el cambio constitucional, y la consiguiente posibilidad de sustitución en el clima cultural de la vida práctica y hábitos concretos en el plano operativo del sistema parlamentario. Cambiar las reglas con operadores portadores de la misma cultura y hábitos de comportamiento no es una medida organizacionalmente idónea para que la transformación tenga efectos concretos (77). Indicios de la improductividad de los remedios propuestos pueden serlo los crónicos escándalos y reproches sobre la acción parlamentaria que son el denominador común de todo período constitucional desde el año 1993, que se concreta en un mismo patrón y tendencia, en la mayoría de los casos asociados a diferencias de conducta en general relacionadas con el uso impropio o poco transparente de recursos públicos (78), que no dejan de presentar rasgos reivindicatorios vinculados a la emergencia súbita desde posiciones ajenas a privilegios privativos de los grupos dominantes. En el período constituyente que fue de 1993 a 1995, por ejemplo, se recuerdan los casos dispendiosos que protagonizó un congresista al que se conocía como “el pollero”, a quien se responsabilizaba por haber recibido viáticos para un viaje al exterior que no realizó y que tampoco devolvió. En 1997 fue enorme el descontento con la aprobación de la ley sobre la tercera elección de Alberto Fujimori, que culminó con la destitución de los magistrados del Tribunal Constitucional que declararon inaplicable dicha norma por inconstitucional, y en terreno del anecdotario el caso del 77 La manera más segura de asegurar el favor y apoyo popular es crear la ilusión de que los cambios normativos son un indicador adecuado de la voluntad de cambiar lo que causa malestar. La voluntad encubierta, sin embargo, es disfrazar con la apariencia lo que la decisión real niega. El espíritu de una decisión, por lo tanto, no puede leerse en el texto ni en los arreglos institucionales sino en el ámbito de los intereses que se protegen detrás de actos cuya función es generar una creencia para no delatar la pretensión que se mantiene oculta y que no se declara. Si los operadores de las reglas no cambian las reglas por sí solas no garantizan la optimización de los procesos. Sólo si existe disposición interna, convencimiento y compromiso a favor de una reforma tiene sentido confiar en las reformas institucionales. Incluso la previsión de incentivos y desincentivos inductores del cambio pueden resultar engañosos si los sujetos sostienen su conducta en una cultura extendida contraria o paralela a la regulada en las normas de reforma. 78 Para graficar este tipo de situaciones puede revisarse, por ejemplo la publicación reciente en el enlace http://www.revistavelaverde.pe/?p=4821, sobre un caso de adquisiciones inmobiliarias sin aparente sustento financiero, o el artículo sobre el boom vehicular en el Congreso que publica la revista Caretas, edición del jueves 15 de Agosto de 2013, pp. 18-20. 51 congresista Noriega Febres (“santo cachón”), a quien se imputaba la presunta participación en el asesinato de un monja católica. En el período 2001-2006 constató el repudio por casos como el del congresista Torres Ccalla (“el violín”), acusado de violar a una menor de edad en su despacho parlamentario, y se denunciaron los casos de supuesto nepotismo protagonizados por las congresistas Jesús Alvarado, Doris Sánchez y Enith Chuquival. En este mismo período empiezan a notarse señales y tendencias a integrar el hinterland del país con la geografía y la arquitectura estatal, en particular a través de la creación de las oficinas parlamentarias descentralizadas del Congreso, el reconocimiento oficial de la llamada “semana de representación” destinada al contacto intenso de los representantes con sus electores, y también con las ferias costumbristas y artesanales en los propios patios frontal y posterior en la sede principal del Congreso (79). En el período 2006-2011 el número de denunciados se incrementó hasta 60 congresistas a los que se imputaban irregularidades de diversa naturaleza principalmente por el número de viajes al exterior, o los casos de contrataciones irregulares de personal como los que se atribuyó a las congresistas Elsa Canchaya y Tula Benitez, y otras irregularidades de comportamiento en congresistas a los que se los conoció como el “paparazzi”, la “eléctrica”, la “robacable”, el “traficante de enfermeras”, el “mataperro”, el “comepollo”, la “lavapiés”, el “malpadre”, el “espía informante”, o el de “chapatín” el “planchacamisas” (80). 79 No puede quedar sin apuntar que el discurso que encomia los beneficios y las virtudes de la democracia participativa, y del reconocimiento reglamentario del deber del congresista de mantenerse en comunicación con los ciudadanos y las organizaciones sociales, en base al cual se establece la “semana de representación” (artículo 23 inciso f) del Reglamento del Congreso), tiene también un lado oscuro, que consiste en el uso de esta modalidad de interacción política para fines reelectorales, es decir, para aprovechar los recursos y facilidades disponibles y previstas en el presupuesto del Congreso con el objeto de adelantar la campaña electoral de los congresistas. En consecuencia cabe, una vez más, el uso de recursos públicos con vista al beneficio particular del viaje de representación para facilitar la propia reelección. Con la característica singular de que es el propio Estado el que en el Reglamento del Congreso provee la mejor excusa para cumplir la finalidad particular bajo la figura de una función organizacional conforme a la cual se prevé una estructura de viáticos y también de personal al que se encomienda el cuidado con los vínculos en la circunscripción por la que es elegido el congresista. Se dan casos, incluso, en que son los coordinadores de los congresistas quienes viajan y se entrevistan con las organizaciones locales por delegación del representante, con lo cual la calidad indelegable del mandato es afectada y pierde sustancia y calidad representativa. 80 Como muestra del tipo de indignación recogida en medios de comunicación puede revisarse la versión de quien fuera director de El Diario, el órgano mediático de Sendero Luminoso en la década de los 80s, Luis Arce Borja en su 52 En el período 2011-2016 la situación no varió con los casos de adulteración de información en las hojas de vida, el “blindaje” de los aliados (81), o los casos del “comeoro”, el “cogotero”, el “proxeneta”, el “violador”, el “cuidamadre”, los “juegamichi”, o la “venderrifas”. Todos los períodos tuvieron en común críticas sobre los montos asignados en remuneraciones, beneficios o gastos operativos, el elevado número de viajes al extranjero sufragados con presupuesto del Congreso (82), a los que se suman la liviana y superficial actitud de quienes durante las sesiones juegan tres en raya, michi o venden rifas, o la gravedad de los déficits de calidad en las leyes aprobadas, el número de erratas en las autógrafas promulgadas, las ineficiencias en el control político y, por supuesto, los uniformemente bajísimos índices de aprobación en las encuestas de opinión (83). La referencia precedente es una advertencia de que los anuncios de reforma y renovación política con los que se justificó la insurgencia contra la Constitución de 1979 y la disolución del supuestamente artículo «Parlamentarismo corrompido http://eldiariointernacional.com/spip.php?article2714 en Perú», colgado en el enlace 81 Los dos principales casos son los de la desaprobación del Informe Final de la Sub Comisión de Acusaciones Constitucionales en el que se encontraba sustento para acusar constitucionalmente al ex vicepresidente Omar Chehade Moya, en el que el voto del congresista Yehude Simon Munaro decidió la votación contraria al informe; y el de la investigación de la procedencia del dinero en el caso de las compras inmobiliarias de Eva Fernenbug, suegra del ex presidente Alejandro Toledo, en el que el grupo nacionalista Gana Perú cerró filas con Perú Posible para dificultar dicha investigación en el período 2012-2013. 82 Aunque igualmente debe añadirse casos como el de los llamados “los romanos” cuyo viaje a Italia en el año 2007 motivó la presentación de una moción de orden del día que proponía la creación de una Comisión Investigadora para determinar la finalidad y el financiamiento de dicha excursión internacional (Moción de Orden del Día 5612, presentada el 2 de Octubre del 2008). La moción nunca se procesó y, por lo tanto, ni se creó la Comisión Investigadora, ni se conoció el propósito del viaje, ni se supo cómo se financió el viaje de “los romanos” a Italia. 83 Por supuesto que es solamente justo señalar que las referencias se incluyen a título del carácter escandaloso que incentivó el sector mediático, y que en ningún modo suponen la minusvaloración de dignos y decentes representantes cuyo desempeño y esfuerzo son comparativamente proverbiales. La mención de la dimensión anecdótica y escandalosa sí es pertinente y relevante para enfatizar y describir la decadencia y el desencanto en la capacidad y posibilidades representativas del parlamento. El escándalo, en este contexto, es un dato expresivo del sentimiento popular en la historia reciente del régimen representativo que opera como síntoma de la época y como parte integrante del paradigma cultural de nuestro tiempo. Así como coexisten estas manifestaciones atípicas pero no menos características de la identidad cultural de la representación parlamentaria, junto con los casos de desempeño funcional y éticamente correctos, forma parte del perfil del plantel general de los congresistas el aspecto eminentemente utilitario, mercantilista o populista de quienes supeditan su labor representativa a los modos en los que pueden complacer más al electorado de quien depende su permanencia en el Congreso, independientemente del efecto que su acción representativa causa al país. Para graficar la situación puede consultarse el reporte que apareció en Diario16, en su edición del 16 de Agosto del 2013, titulado “Otra burla de los 'otorongos': prefieren ver TV en vez de escuchar a Pedraza”, p. 4; en Perú21, de la misma fecha, p. 4; en El Comercio, sección A, p. 4; y en La Primera, p. 2. Además, el enlace que aparece en http://noticias.pe.msn.com/peru/luz-salgado-escaptada-vendiendo-rifas-durante-interpelaci%C3%B3n-a-pedraza-1 53 ineficiente parlamento del período 1980-1992, no fueron honrados. La ineficacia de la herramienta o alternativa no ha curado el mal denunciado. El mal continúa y, en algún sentido, ha empeorado la calidad de los productos institucionales y de la satisfacción con el rendimiento del sistema representativo (84). Si el malestar continúa y si en el Congreso sigue concentrándose y focalizándose la fijación y repetición de experiencias de desasosiego y de repudio generalizado, ¿síntoma de qué es el fenómeno de fijación y repetición de los excesos en la representación política? 6. Dimensiones sintomáticas del exceso representativo Representar es una tarea que se desempeña para cumplir una gestión en beneficio no propio sino de terceros. Cuando quien representa antepone el goce individual de su papel representativo falla en el compromiso que asume porque descuida al tercero en beneficio de su interés privado. Un sistema en 84 Esta afirmación, sin embargo, debe tomarse con precaución, porque el sistema representativo funciona a partir de una contradicción. Si bien por un lado el sistema electoral no permite que el elector seleccione a sus candidatos según la confianza que ellos puedan merecer. Los electores no pueden conocer a los candidatos de tal modo que puedan llegar a afirmar y estar seguros que saben quiénes son y que les pueden representar mínimos indispensables de confianza. Por eso es que tiene sentido aseverar con sustento que en la democracia representativa los representantes no tienen capacidad de representar, porque los electores son concreta, efectiva y realmente irrepresentables cuando no pueden conocer, ni menos confiar su mandato, a quienes no conocen. La ficción de la confianza en el mandato representativo sirve sólo en la mecánica electoral, pero en realidad la confianza no se presume cuando quien elige a un representante no tiene posibilidad efectiva de saber quién es el que pretende la confianza para representar. Además no deja de ser cierto que el azar distorsiona aún más la calidad del vínculo representativo, porque los elegidos nunca saben quiénes pretendieron confiar en ellos. En este sentido la democracia representativa genera la paradoja de producir representantes sin representados; esto es, representantes ficticios que pretenden representar a quienes nunca pudieron elegirlos con confianza de que puedan actuar u operar funcionalmente como representantes ante el Estado en el sistema político. Pero la contradicción se produce porque no obstante la imposibilidad de la representación y lo irrepresentable del acto presuntamente representativo, el sistema electoral sí es muy eficiente para trasladar del pueblo al Estado una muestra adecuadamente representativa de la calidad ciudadana y, por lo tanto, de la capacidad, posibilidad y competencias representativas de quienes resultan elegidos representantes. La imposibilidad de la representación (irrepresentabilidad política del elector presunta o hipotéticamente representado) va de la mano, por lo tanto, con la eficiencia representativa del mecanismo muestral según el cual quienes llegan a un puesto representativo son portadores de las condiciones, competencias, virtudes y también defectos e ineptitudes que existen en el caudal ciudadano del pueblo. La consecuencia será un vínculo carente de confiabilidad y legitimación potencial, pero especularmente potente como reflejo de la calidad política y cultural de la población presuntamente representada. 54 el que predomina el goce privado del desempeño del papel representativo es políticamente perverso porque reproduce regular y sistemáticamente conductas ajenas al interés público (85). El poder es un medio socialmente importante, útil, eficaz y valioso para mejorar la calidad de la vida política de los pueblos. Siendo el poder un bien público el juicio sobre el desempeño de quienes lo detentan debe ser intolerante, severo y riguroso. El riesgo de quien enjuicia con blandura o flexibilidad el dispendio o la apropiación del poder yerra en la voluntad de cura, porque cuando la cirugía es la única alternativa la condonación de la falta es la vía segura hacia la extinción. Para afirmar la vida sobre la muerte sólo la mutilación y extracción radical del mal son la alternativa adecuada. La corrupción de la vida política tiene propiedades oncogénicas en el tejido social porque su tolerancia expande el mal como lo hacen las pandemias en la salud pública (86). Los malos o excesivos usos políticos, tanto de la ciudadanía como los de la representación, son actos de rapiña y quienes los perpetran tienen la condición de hampones que vulneran la confianza pública (87). 85 El goce privado no es un mero y simple uso impropio de un bien con fines distintos a los que se lo concibió. El goce privado es la ganancia recóndita que se cree obtener de modo supletorio. El mehrplus del goce, es decir esa ganancia adicional o excesiva, como lo es la plusvalía en el uso del trabajo dentro del sistema capitalista según Marx, es la búsqueda de algo adicional a lo que externamente se obtiene. El plus del goce es el disfrute adicional más allá de la satisfacción o de la insatisfacción que se da con el intercambio o la interacción. El goce está aún más allá del beneficio económico o material. Es un goce más allá de los términos de una relación, porque se trata de un goce íntimo e inconfesado (aunque no menos manifiesto u observable a través de los síntomas de anomalía, por ejemplo), en el que se regocija el sujeto más allá del nombre, del discurso y de la narración de su conducta. El goce privado, en este sentido, es un modo de absorber, arrancar o arrebatar al acceso a una posición una satisfacción funcionalmente omitida o silenciada. Se goza con lo que se obtiene de lo que queda sin nombrarse en el ejercicio de la posición representativa desempeñada. De ahí la natural insuficiencia del análisis jurídico para determinar en qué consiste la democracia representativa en la dimensión existencial y concreta de su funcionamiento y operación por quienes con su experiencia dan vida al modelo constitucionalmente concebido y diseñado normativamente. 86 En encuesta que se difundió en los medios de comunicación en agosto del 2013 se mostró algunos datos relevantes sobre la relación entre la corrupción, el Congreso y la sociedad. La empresa IPSOS APOYO elaboró por encargo del Comité Pro Ética una encuesta a nivel nacional según la cual el Congreso era considerado la institución más corrupta del Perú para el 55 por ciento de los encuestados; para el 71 por ciento entre los políticos existe más corrupción que en el resto de la sociedad; el 55 por ciento cree que dentro de cinco años la corrupción en el Perú habrá aumentado; el 91 por ciento considera que las leyes no se respetan; y, curiosamente, el 83 por ciento tolera o puede tolerar dar un obsequio o pagar dinero para agilizar un trámite público, y el mismo porcentaje tolera o puede tolerar que un funcionario público favorezca a parientes o amigos. Ver los diarios Gestión (pp. 2-3); Perú 21 (pp. 2-3); y La República (p. 10), en su edición del 22 de agosto del 2013. Probablemente el dato más expresivo sea el que el 83 por ciento de los encuestados reconoce que sí protagonizaría actos de corrupción, o toleraría actos de corrupción. Este dato muestra que la corrupción no está sólo aquellos a quienes se sindica y reprocha como responsables de la corrupción, sino también en quienes participan o toleran su práctica. No debería hablarse con propiedad, en este sentido, de la corrupción como un mal de la clase política sino recíprocamente de un mal extendido, por lo menos, desde el punto de vista estadístico, en más del 80 por ciento de la sociedad. Este indicio es en el que cabe reparar cuando se afirma que quienes nos representan sólo reflejan especularmente al representado que los elige de entre la propia sociedad que integran representantes y representados. 87 Sin caer en los excesos del juicio sádico sobre el ejercicio impropio del poder, el uso imprudente, desmedido, o excesivo genera males colectivos y políticos estructuralmente nocivos. Si en la racionalidad política de la sociedad 55 Se dice generalmente que las sociedades, a diferencia de los individuos, carecen de la capacidad de aprender de sus errores, y que por ello estos últimos se repiten sin mayor posibilidad de control. Este decir se basa en la supuesta inubicabilidad de la conciencia en un cuerpo colectivo o, lo que es similar, en el supuesto de la inexistencia de una consciencia colectiva central, capaz de coordinar o integrar las mentalidades, intereses, valores, afectos o pulsiones de la totalidad histórica de individuos de la comunidad. Reafirma la sospecha la volatilidad de los escenarios públicos en los que los actores alternan y cambian incesantemente. De modo específico ese es el caso en los regímenes democráticos en los que los principios de igualdad y de alternabilidad en el poder incentivan la movilidad en el ejercicio de los puestos representativos, de gestión y de gobierno. Si es tan difícil determinar la presencia de la consciencia colectiva, dónde se ubica, o si acaso ésta no existe, en efecto, difícil sería asumir error o falta alguna porque no existe sujeto ni instancia autónoma capaz de elaborar sobre los actos que realiza o desarrolla, ni de reparar los daños que eventualmente le cupiera cometer. Sin embargo, la aparente invisibilidad del sujeto y de la consciencia colectivos no parece impedir que se concreten presencias conductuales difícilmente atribuibles sólo, única ni exclusivamente a los individuos, o partes, del todo comunitario. En efecto, al parecer, la acción del inconsciente colectivo es más tangible, ubicable y compartida que la que se pretendería imputar a la consciencia colectiva. La existencia del inconsciente es por sí misma cuestionable para quienes comparten una epistemología basada en la medición operativa de fenómenos observables. El conocimiento, a pesar de esta línea de pensamiento, no excluye el de carácter intuitivo que es el moderna el monopolio legítimo de la violencia lo detenta el Estado, y si éste es un Estado representativo basado en la capacidad y autorización del representante para actuar en el Estado por cuenta e interés de la voluntad popular, cuando los representantes incurren en actos de desborde institucional anteponiendo el mandato pulsional de las fuerzas de su interés privado, el Estado que ellos representan deja de cumplir con la función normalizadora e interdictora, para convertirse en un aparato que reproducirá el mismo tipo de tendencias pulsionales en la sociedad cuyo poder se ejercita por delegación. Cuando los representantes se apropian del poder público los efectos miméticos que se reproducen en la sociedad irán en correlación con las energías que emanan de las pulsiones de los agentes que desempeñan con carácter representativo la función estatal. En niveles agudos este tipo de ejercicio del poder produce y refuerza subjetividades colectivas con comportamientos disociativos (y no sólo ambivalentes o ambiguos) en un esquema conductual próximo a funcionamientos colectivamente psicóticos. La salud política de un país, en este sentido, puede en gran parte observarse a través del tipo de representante y de sus actos y funcionamiento representativo. A la vez que el sistema electoral traduce en el Estado el tipo de ciudadano del que se extrae y eligen a los representantes, una vez que ellos llegan al Congreso operan como generadores del círculo vicioso reproductor de disfuncionalidades políticas. Esquemáticamente cabría expresarlo afirmando que el malestar colectivo se reproduce a sí mismo cuando los representantes inciden en funcionamientos psicotizantes. 56 dominio propio de la dimensión clínica en el que se observan y ocurren las manifestaciones en las que se registra la presencia e interpretación sobre la intervención del inconsciente. Ese residuo colectivamente intocable, ineliminable, e irreductible, que se manifiesta, aparece, muta y sobrevive, no obstante qué rechazos se expresen en el discurso sobre su difícilmente verificable materialidad, emerge más allá del espacio de las individualidades en que se concreta, y se sostiene a partir de señales y de la solidez icónica de una presencia estructuralmente tenaz, privada de mortalidad. La pluralidad y la diversidad tienen existencia efectiva y concreta en dimensiones ajenas a la individual en el sistema histórico y la totalidad común a quienes comparten el mismo tiempo y el mismo territorio bajo un mismo Estado. La subjetividad colectiva, sea como inconsciente o como consciencia histórica, no obstante lo conceptualmente inasible y difícilmente comprobable de su realidad, no deja de ser una intuición que referencia su capacidad operativa y explicativa de sucesos o de conductas que trascienden la dimensión propiamente individual de los miembros de una colectividad. La base popular y representativa del Estado es parte de la narrativa acordada en el plano simbólico o ideal. Por eso integra el universo conforme al cual se contrastan los actos de desempeño de los operadores de los procesos. Las abstracciones normativas contenidas en el banco de fantasías o deseos de quienes diseñan la Constitución tienen el carácter de un instrumento o herramienta para la acción, pero la acción misma es en la que se concreta prácticamente la abstracción o idealidad documental. Es por ello que evaluar los logros, avances o ventajas de una Constitución puede no tener mayor valor que el que tienen las fábulas o quimeras. Si bien los mitos tienen un poder social y políticamente ordenador en las conductas colectivas de las comunidades tradicionales, las Constituciones carecen del mismo grado, nivel e intensidad de ascendiente en las sociedades modernas como criterio ordenador. Las Constituciones no llegan a integrar el nivel afectivo o emocional, porque el valor preeminente con el que se conciben es de naturaleza fundamentalmente racional (88). No resultan de las creencias, 88 Es una tendencia común y general sostener que las conductas personales y estatales deben desarrollarse según parámetros de racionalidad. La comprensión de los productos culturales como creación racional de la sociedad, en este sentido, contradice la funcionalidad que necesita la colectividad para integrar y armonizar las distintas dimensiones de la existencia humana. Asumir la racionalidad política del sujeto puede no consistir en una premisa válida de análisis. Por esta 57 compromisos o cultura generalmente compartidas por las comunidades, sino que las proponen y redactan quienes tienen un carácter conductor de la actividad colectiva, como consecuencia del carácter representativo del proceso político, mediante el cual las comunidades ejercitan su poder a través de quienes el sistema electoral califica como autorizados para representarlas conforme al criterio cuantitativo de las mayorías. Si el sistema político y constitucional modernos se basan en las reglas de racionalización del proceso político, la dimensión racional de la Constitución, y de la integridad del aparato normativo que construyen los mandatarios de la voluntad popular, son en realidad un fragmento de la dimensión normativa, porque la racionalidad del aparato constitucional y normativo son una dimensión escindida de la vida y de la existencia concreta de la sociedad. Esta fragmentación y escisión se agrava como consecuencia de la compartimentalización de las esfera política entre representantes y representados, que tiene como resultado el aislamiento potencial entre unos y otros. La segregación entre ambos cuerpos políticos, representantes y representados, determina a la vez excesos y precariedades cuya presencia disminuye la calidad del vínculo político en la comunidad. Los excesos, porque el sobredimensionamiento del poder representativo que se escuda o ampara en la lógica de la soberanía parlamentaria y del primer poder del Estado aliena en realidad a la sociedad de su capacidad representativa cuando los representantes secuestran el mandato y lo utilizan sin conexión con los intereses de la comunidad a la que representan. Y las precariedades, porque el receso de representatividad en la relación entre la sociedad y sus representantes es una fuga severa en la vigencia de los sentidos constitucionales, como también resulta ser una fuga de sentido la pretensión de reducir la constitución efectiva del pueblo a reglas en las que se pretende reducir el marco cierto de significados procurando la identidad entre el lenguaje normativo y la realidad cultural que siempre escapa y excede al ámbito de las reglas positivamente encuadradas. razón la ingeniería constitucional que conciba los textos de las constituciones como si se tratara de un holograma normativo contiene una falla esencial de construcción porque su aplicación e interpretación se realizará por un sujeto impregnado de afectos, emociones, intereses y valores cuya racionalidad no es apropiadamente integrada en la frialdad de los modelos racionales que, además, se trasladan poco menos que mecánicamente de otras latitudes olivando que las instituciones no tienen carácter portátil. 58 En el exceso documental, por consiguiente, no se encuentra sino lo que no huyó a tiempo y que las palabras consiguieron retener. La constitucionalidad, en este sentido, es a la vez que un resto o sobra de letra también una ausencia de realidad simbolizada. La Constitución engaña en cuanto no alcanza a decir la constitución que vive más allá de las palabras que quedaron detenidas estáticamente en una sintaxis histórica. El sentido constitucional, en este contexto, es un objeto que se perdió desde que la Constitución empezó su supuesta vigencia. De ahí la paradoja más grande que consiste en que la vigencia de la Constitución inicia la reducción y la pretensión de dominio de la realidad a través del texto muerto de las palabras que alcanzaron su consagración en el mausoleo de la letra privada de vida política. ¿Qué significan pues las Constituciones escritas desde el hemisferio racional del constituyente sino el carácter emocionalmente hipotónico de contenidos normativos concebidos y escritos desde una perspectiva básicamente utilitaria o instrumental? Cuando la norma es escrita como parte de un imaginario desarraigado de capacidad ordenadora la Constitución se convierte en un régimen hipertrófico. Hay exceso de norma y déficit de reconocimiento, de capacidad y de poder ordenador. La Constitución tiene carácter disfuncional, porque se ha fabricado de tal manera que servirá para repetir y para fijar aún más el malestar del cual ella misma es parte, en tanto que su escritura es producto de sujetos que expresaban con su propia existencia y reconocimiento representativo el síntoma colectivo. La dimensión imaginaria en la que se la concibe forma parte de la posición de omnipotencia en la que se alucina el constituyente que la redacta (89). El circuito que así se configura define, describe y replica la escisión desde el que se estructura la constitución de la función políticamente representativa. La escisión sostiene de esta forma dos órdenes inconexos, desintegrados y superpuestos: el orden alucinatorio de normas racionales inscritas por los representantes en el 89 Cuando el constituyente imagina su papel desde la burbuja de una autoridad excesiva el producto normativo que elabora tiene naturaleza no simbólica sino imaginaria. Carece de poder ordenador en la subjetivización de individuos y colectividades. La posición imaginaria del constituyente, desde la que se alucina omnipotente, resulta de una estructura primariamente narcisista, que desconoce la mortalidad del sujeto. En este clima se escribe la ausencia de identidad colectiva, porque el sujeto constituyente no ha logrado elaborar, previamente, su pertenencia a una comunidad y a una historia de pluralidades y de patrias históricamente incomunicadas. Naturalmente una Constitución que resulte de deficiencias como las apuntadas difícilmente tendrá carácter normativo y adolecerá de radicales posibilidades de concretar parte del universo simbólico de la sociedad a la que se pretende interdictar y regular. Será, en este sentido, un producto normativamente disfuncional, imaginario, e hipertróficamente superyoico. 59 registro del documento constitucional (90), y el orden de la realidad en el que funciona con eficacia la constitución psíquica de la comunidad representada. Como puede advertirse van de la mano los fenómenos excesivos del desempeño representativo, es decir los comportamientos extraños e inaceptables de los representantes, y los productos que colectivamente elabora la institución representativa. Así como el carácter bizarro y atípico de los comportamientos representativos son públicamente censurados por la colectividad, por otro lado quedan en el ámbito de la regularidad formal los productos corporativos que adopta y acuerda el Congreso. Una y otra esferas o aspectos del funcionamiento representativo marchan juntas en el mismo sujeto de la representación política que es el Congreso. La pregunta es si acaso los productos formales de la institución representativa no están contaminados por la misma subjetividad que emite expresiones extrañas, bizarras o inaceptables de conducta que rechaza o reprueba la colectividad. Las dos dimensiones conviven en el mismo sujeto y el enigma de su convivencia plantea la hipótesis de faltas o carencias en el carácter escindido y fragmentario con el que se vive la representación. El sujeto de la representación es un sujeto atravesado por su propia carencia, una carencia que no es sino la reproducción de la misma estructura fragmentada de la sociedad a la que el sujeto representa. La constatación del exceso en la conducta representativa y los productos que el sujeto de los excesos protagoniza y produce indican que, en efecto, existe un síntoma cuyo abordaje debe emprenderse. 7. Del exceso a la precarización representativa Según la línea esbozada en el acápite precedente es necesario trascender el análisis del discurso normativo si se pretende explicar y comprender qué finalidad ha atendido, y qué ha significado, el Congreso peruano en los casi últimos 20 años, a partir de la vigencia de la Constitución de 1993. Es 90 La referencia al carácter alucinatorio del ordenamiento constitucional expresa la inscripción de la producción documental de la Constitución como una creación gestionada con primacía de la función imaginativa, y por lo tanto con valor similar al que, forzando relativamente la analogía de los tipos creados por Karl Löwenstein, les es adjudicable a las Constituciones tipificables dentro de la categoría nominal, no normativa. A las Constituciones normativas les correspondería la inscripción en el dominio propiamente simbólico, y a las semánticas el dominio de lo no simbolizado y, en consecuencia, de lo real que se resiste y es imposible simbolizar (por lo tanto, el traje del sinthome que grafica el hueso del goce). 60 por esta razón que más allá de la dimensión propia y exclusivamente normativa, debe atenderse a los usos y al comportamiento efectivo del modelo, sea en el funcionamiento operativo de los actores en los procesos políticos como en la estimativa o percepción popular. Estas últimas fuentes manifiestan un marcado y significativo contraste con el conjunto de aspiraciones propias de los principios, de las teorías, de la doctrina o de las normas. La idealidad de los principios y de las normas no basta para calificar positivamente el cumplimiento de la finalidad, ni la satisfactoria calidad, en el desempeño del sistema representativo (91). La legitimidad de la representación medida conforme a su impacto, su rendimiento y sus resultados se define no por la nobleza de los principios sobre los que se construye el sistema, ni tampoco por la racionalidad o consistencia de las normas conforme a las cuales se prevé o desea el funcionamiento. Se define conforme al ejercicio que de la representación hacen quienes el pueblo elige para que lo representen, y tal definición se aprecia conforme a la conformidad o desaprobación que la colectividad representada expresa o percibe. Los actos presuntamente representativos y el juicio de los representados sobre dichos actos es el factor crítico en la evaluación del válido, correcto y suficiente ejercicio de la representación. De la infinidad de actos en que participan los representantes existen muchísimos que se mantienen en niveles de normalidad tal que pasan desapercibidos. Sin embargo el juicio sobre la calidad representativa se forma más respecto de las aparentes insignificancias de la actuación, que paradójicamente son mucho más expresivos del tipo de goce que tiene el representante en el uso de la autorización y mandato que recibe (92). La autorización genera autoridad. Y la 91 Repárese que se ha planteado que en la escisión del sujeto representativo la Constitución, así como todo otro producto normativo, la operación del sistema representativo adopta una dimensión alucinatoria, porque el orden normativo pertenece a la dimensión del imaginario o imaginativo antes que al propiamente simbólico. Rasgo en el que cabe advertir la presencia de mecanismos de funcionamiento psicóticos en la constitución psíquica de la colectividad. La idealidad y racionalidad normativa se conceptualizan, en este sentido, como expresiones esencialmente carentes de fuerza y poder normativo porque resultan de la proyección que emana de un sujeto constituido desde la falta de integración en el cuerpo al que representa. 92 Siendo reprochable la emisión ligera de juicios generales a partir de situaciones particulares, los detalles en el enfoque que se presenta en este trabajo tienen mayor elocuencia que los promedios estadísticos de producción o de comportamientos colectivos, en la medida que lo que se pretende resaltar es precisamente el borde o límite entre lo normal y lo excepcional en el ejercicio representativo. La premisa es que por lo excepcional se descubren las pulsiones reprimidas e incontenibles que explotan irruptivamente en el escenario político cuando la normalidad ya no puede contenerlos más. La lógica que se sigue es la que permite acceder a los núcleos de subjetividad colectiva y política en los que, a través de las huellas o manchas es posible rastrear y encontrar los sentidos y signos de la representación que delaten y que hagan menos invisible la experiencia representativa. 61 autoridad detentada debe cumplirse conforme a las prerrogativas estatales presupuestas en el sistema normativo. De ahí que la clave en la que debe leerse el papel efectivo del parlamento es el desciframiento de su presunta soberanía política. Soberano es quien se sitúa en el ápice de la jerarquía de poder. Es el nivel supremo en la cadena políticamente valorativa. Si el parlamento ejercita su supuesta condición soberana en el régimen político a través de los actos que protagonizan sus representantes en los procesos estatales en que participan y que tramitan, la cuestión es contrastar la performance de desempeño esperada de una instancia soberana con los actos y conductas públicamente observados. La convivencia del modelo de soberanía parlamentaria de la mano con las carencias y precariedades del desempeño representativo arroja como balance que la doctrina es un exceso imposible de contener en comparación y contraste con la inmensidad de desbordes y de excesos del ejercicio representativo. Cuando los representantes se conducen como si sus actos fueran los de una instancia estatalmente soberana y cuando asumen una posición supernumeraria a los solos y únicos posibles soberanos en una república democrática que son los ciudadanos, la doctrina del primer poder del Estado genera efectos engañosos en el discurso político porque no está amparada en actos que quepan incluirse en la categoría de los que puede predicarse que generan valor público. De la potestad para actuar como soberano a los actos del sujeto que ocupa el puesto de la autoridad para representar existe una tensión expresiva de la distancia entre el presupuesto normativo y la conducta representativa. En la percepción pública de la colectividad la existencia y permanencia del Congreso no tiene suficiente justificación en vista de la precaria calidad de los resultados que entrega a la población que lo eligió (93). No son extraños comentarios populares que lo califican como un nido de víboras, como un pretexto para sangrar los recursos del Estado y a mantener a más de mil comechados (94), ni ha sido atípico que el pueblo exprese su disconformidad en relación con sus representantes con expresiones como somos el pueblo y estamos asados, no nos gusta que nos timen ni ser manipulados, 93 No existe período constitucional en el que los titulares de los diarios no hayan episodios en los que se reclame el cierre del Congreso. De modo similar también se constata que en las protestas sociales en las que el Congreso está involucrado alguna pancarta en la que se exija su cierre. 94 Ver por ejemplo el enlace https://www.facebook.com/#!/pages/Luchemos-por-el-Cambio-HatunPer%C3%BA/283115361737682, en el que simulando un titular del diario La República, supuestamente del miércoles 16 de Noviembre del 2011, se presentan conceptos como los glosados en el texto. 62 no queremos escenas, desazón ni repartijas, no queremos seguir gobernados por sabandijas (95), y de este tipo de sentimientos no es ajena la población quechua con expresiones como ñoqata ama jodiwaychu, rimanamruna llulla (a mí no me jodan, congresistas mentirosos) (96). Pero si de la percepción insatisfactoria se pasa a la denostatoria, la más grande precariedad representativa es la que resulta observable o verificable empíricamente por los propios actores del laberinto parlamentario. Precisamente el año del vigésimo aniversario de la Constitución de 1993 ocurre un suceso proverbialmente elocuente de las profundidades que subyacen a las imperfecciones representativas en el parlamento peruano: la detención en julio del 2013 de la ex congresista Nancy Obregón, miembro del partido nacionalista Gana Perú, acusada de estar presuntamente comprometida en actividades de narcotráfico (97), ocasionó urticantes declaraciones de un prominente líder de ese mismo partido, y ex Presidente del Congreso, quien dijo que tire la piedra el que esté libre de coca (98). La referencia del congresista Daniel Abugattás aludía a una presencia no sistemática sino casual 95 Rap de los asados, diario Trome, página 9, columna Pepitas, edición del 24 de Julio del 2013. 96 https://fbcdn-sphotos-b-a.akamaihd.net/hphotos-ak-frc3/969527_10151780364786535_702425478_n.jpg 97 Como antecedente de la detención de la ex congresista Obregón debe recordarse el incidente ocurrido el año 2010, cuando se detuvo al asistente parlamentario de dicha congresista con 141 kilogramos de cocaína. Si bien a Nancy Obregón se la identificó como dirigente cocalera, al igual que al congresista Walter Acha, referencias mediáticas postulaban que existe conexión entre las diversas agrupaciones parlamentarias y el narcotráfico (ver http://elcomercio.pe/actualidad/1618210/noticia-congresista-nacionalista-walter-acha-aspira-formar-bancada-cocalera_1). En el caso del congresista Walter Acha se lo asociaba con su colaborador Miguel Ángel Espino Torres quien lo apoyó en su campaña electoral, y cayó en setiembre del 2011 con 168 kilos de insumos químicos. En entrevista a Jaime Antezana, especialista en temas de narcotráfico, el diario El Comercio, en su edición del 19 de agosto del 2013, consigna que dicho especialista afirma que el narcotráfico ha buscado presencia propia y también alquilada en el Congreso. Su papel es defender los intereses del narcotráfico, filtrando información, bloqueando algunas leyes. Fuerza 2011 tiene de tres a cuatro. También Gana Perú, Perú Posible y Alianza para el Progreso. Estamos hablando de diez a doce “narcocongresistas” (…). Hay un congresista cuyo financista es un alcalde provincial que en los 90 estuvo detenido por droga robada de una avioneta. En la provincia todos saben del financiamiento. Otro congresista tiene como seguridad personal a un hombre que fue herido a balazos por sicarios en Tabatinga. Parece que a Humala no le interesa mucho este punto. Cuando le advertí de Nancy Obregón, en el 2006, sonrió (ver El Comercio, edición del 19 de agosto del 2013, p. A2). Las declaraciones del entrevistado no quedaron, obviamente, sin reacción entre las agrupaciones parlamentarias, que consideraron que se trataba de una maniobra para desprestigiar al Congreso, lo insultaron (Daniel Abugattás lo calificó de payaso), demandaron disculpas, le requirieron notarialmente la relación de nombres de los congresistas vinculados con el narcotráfico, y le pidieron que se calle la boca, respecto de lo cual el especialista indicó que la información se la proporcionaría al Procurador Público encargado de asuntos contra la corrupción. En ampliación de los alcances que adelantó a El Comercio, en artículo que publica sobre el tema el 29 de agosto el semanario Caretas, se refiere el nombre de los congresistas Josué Gutierrez Cóndor, Teófilo Gamarra, y Wilder Ruiz, del grupo nacionalista Gana Perú; Federico Pariona, y Magdalena López, del grupo fujimorista Fuerza Popular; Norman Lewis, de Perú Posible; y de Elías Rodríguez del partido aprista, respecto de quienes afirmaba Jaime Antezana contar con indicios razonables y elementos suficientes que podrían dar pie a una investigación profunda (pp. 20-21, y 75). 63 de circunstancias en las que personajes vinculados al narcotráfico tendían redes de contacto en la esfera estatal a través de beneficios o vínculos con los partidos políticos. El dato y referencia que aparece con la detención de la ex congresista Nancy Obregón opera como lo hacen los destapes de sucesos bloqueados y reprimidos por el deseo de vivir ajenos al malestar, al sufrimiento o a la propia miseria. El volumen y la fuerza de lo que permanece tapado tiene tales dimensiones que no puede contenerse más en la cobertura simbólica del orden y regularidad y termina reventando la capa de normalidad para expresar con su irrupción un signo inapropiadamente tramitado en la experiencia política. La subjetividad colectiva se escribe a través de las emergencias imprevistas que exigen lecturas integrales de lo excepcional. Lo falaz de lo normal queda descubierto y denunciado. Se abre la herida insuturable de experiencias en las que lo real de la vida niega lo aparentemente racional de la normalidad constitucional. Si bien la mecánica electoral tiene por objeto asegurar un método eficiente de reproducción de la voluntad popular ante el Estado, y en este sentido no hay duda alguna que la función descriptiva y especular es cumplida con ejemplar suficiencia gracias al método matemático que soporta el modelo de democracia representativa, no obstante además de la dimensión descriptiva y especular existe también la dimensión valórica o ética según la cual hay normas de más alto nivel de exigencia que se les plantea como un estándar universal a todos los representantes. Y es aquí donde el sistema falla, porque para que el estándar universal de ética política que públicamente se demanda y exige a los representantes no parece ser materialmente cumplible por los planteles que período tras período destaca de entre sus ciudadanos el elector en la población peruana. Precisamente por la brecha entre el plantel elegido, y las exigencias y estándares éticos que se les fija, es que la suficiencia cuantitativamente representativa no asegura ni garantiza la calidad de los requisitos éticos y valóricos esperados. 98 Véase la noticia en http://peru21.pe/politica/daniel-abugattas-quien-este-libre-coca-que-tire-primera-piedra2143129, y en http://www.rpp.com.pe/2013-08-04-abugattas-que-tire-la-piedra-quien-este-libre-de-cocanoticia_619149.html. La referencia del congresista Daniel Abugattás aludía a las relaciones de algunos líderes políticos con el narcotráfico, entre los que se recuerda al senador acciopopulista Eduardo Yashimura Montenegro y al narcotraficante Guillermo Cárdenas Guzmán (conocido como Mosca Loca); al diputado también acciopopulista Rivera Romero por el departamento de Huánuco; los supuestos vínculos del partido aprista con el hermano de Demetrio Chávez Peñaherrera, (a) “Vaticano”, el clan de los Sánchez Paredes, y Carlos Langberg (“Juan Pueblo”); las coincidencias de Vladimiro Montesinos con “Vaticano”, y la droga encontrada en el avión presidencial durante el período de Fujimori; la política de los llamados narcoindultos durante el período 2006-2011; los supuestos aportes de los Sánchez Paredes a la campaña presidencial de Keiko Fujimori; la proximidad de la entonces presidenta del Partido Popular Cristiano, Lourdes Flores Nano, con César Cataño; o la droga encontrada en el local de la firma de Kenji Fujimori. 64 Nada más lejano en efecto de los resultados esperados de la democracia representativa, ni de la institución parlamentaria, que incluir entre los representantes a agentes que pueden influenciar en los procesos institucionales con políticas que, invirtiendo la lógica del bien público, conviertan al Perú en un narcoestado. Probablemente entre los más grandes enemigos del Perú el narcotráfico sea el más grande, porque él se vale del sicariato y de los terroristas para neutralizar la capacidad ordenadora del Estado nacional, y por lo tanto también el narcotráfico está en la raíz de los problemas de inseguridad ciudadana. De ahí la especial preocupación en el discurso público cuando afloran indicios del posible nexo, influencia o captura de espacios representativos por el narcotráfico. La falta de un buen diagnóstico conduciría a aislar, como si fueran problemas distintos, los déficits de equidad social, la inseguridad ciudadana y la amenaza de perforación del Estado con los lobbies del narcotráfico. Corolario de estos tres grandes problemas son los efectos del sistema en el desempeño representativo, porque la calidad es tanto más exigible cuanto mejor es el vínculo comunitario. La responsabilidad de la elite representativa del Perú en la solución de problemas colectivos, y la impotencia mostrada en su capacidad para liderar cambios en la esfera pública de estos trascendentales problemas políticos permite asociar a la inacción, a la impotencia y a la aparente ineficacia en la gestión parlamentaria la hipótesis aventurada de que más allá y en el fondo de las conductas manifiestas en el Congreso exista un núcleo duro o plus de goce que se satisface en los actos extraños e incongruentes del desempeño parlamentario, que permita explicar las manifestaciones disociadas o escindidas de la conducta representativa en el parlamento. La precarización y desenvolvimiento disfuncional del Congreso expresaría, bajo la premisa de la hipótesis planteada, no actos propiamente de negligencia política sino, contrariamente, acciones enderezadas de modo automático o inmediato a satisfacer pulsiones, deseos o apetitos no explicitados del sujeto de la representación, que se encuentran más allá de su propia capacidad de manipulación. Se expresa así una realidad de imposible detención por el sujeto que no puede evitar realizar ni ejecutar los actos que protagoniza. Su acción es automática y queda reducido a la situación de víctima 65 del goce desde el que se expresa, y en el que la subjetividad se separa el sujeto y hay fuga total del sentido (99). 8. Del fantasma representativo a la representación esperada La inquietud original que emergió con la elaboración de este ensayo era la pregunta relativa a si había algo novedoso en la experiencia de la representación política, esto es en el modelo de Congreso, a partir de las nuevas y viejas ingeniosidades constitucionales recogidas en la Constitución de 1993. Lo que nació con el vacío ante el que una pregunta como esa pone a quien reflexiona, empezó a colonizarse lentamente de los malestares y los sinsabores experimentados personalmente con ocasión de la quizá ya excesiva estrechez de contacto que mantengo con la institución parlamentaria durante los últimos más de treinta años de mi vida. Pero luego de aplacar las ansiedades personales fue inevitable revisar los inicios del período sobre el que comprometí mis reflexiones y comenzó a tejerse un cúmulo de sucesos no precisamente cómodos ni agradables, algunos pequeños y engañosamente insignificantes y otros pétreos y masivos. La incomodidad, la inconformidad, el malestar y el desagrado debían tener un sentido, y en su búsqueda se escriben estas reflexiones. Quizá lo novedoso del régimen parlamentario cuyo inicio se fija en 1993 es que regresionamos y seguimos repitiéndonos sin buscarnos aún lo suficiente, no obstante la ilusión en la que nos obstinamos de creer que la historia no se repite, que crecemos y construimos un futuro diferente, y que con el ensayo de nuevas fórmulas y ensayos encontraremos la solución a problemas radicales de nuestra existencia política. La solución no viene ni de afuera ni de fórmulas sino de la experiencia íntima de la ciudadanía concreta de cada miembro de la comunidad. La falta de reconocimiento de nuestra pertenencia y de nuestra historia común a un mismo pueblo, con una misma e indivisible fundación y un mismo trauma mancomunada y colectivamente compartido, es el primer peldaño hacia 99 Si esta hipótesis se validara el ejercicio de imposible detención por el sujeto sería calificable con el concepto al que Lacan llama sinthome. El sinthome une al sujeto con la pulsión sin intermediación del inconsciente (de ahí la diferencia con el síntoma, y también con el deseo) y no existe ejercicio de la libertad. El sinthome sería el hueso del goce, según expresión de Lacan, es decir se ubica en un espacio ahistórico, no simbolizable, y por lo tanto, entre los objetos que integran la categoría del vacío que, no obstante, acontecen, como con todo lo real, en el semblante de lo heterogéneamente inesperado, de manera extraña, llamativa, inquietante y sorpresiva. Ver Lacan, Jacques (2006); Seminario 23. El sinthome, ed. Paidós, Buenos Aires. 66 las respuestas que mejoren la calidad de nuestra representación política. Pero el valor para enfrentar esa pregunta en cada uno es una tarea inmensamente larga e inacabable que está asociada a la aceptación del carácter mestizo de nuestro origen y de nuestro destino, no menos que a la construcción de una identidad colectiva en la que la ley no sea instrumento de sumisión, de odios primarios ni de venganzas omnipotentes o narcisistas. Quizá por congruencia con el honor y el respeto que merece el imperativo de preferir la verdad sobre su negación, su ocultamiento o su sustitución por la mentira pueda insinuarse que el balance de los últimos veinte años de vigencia de la Constitución y de funcionamiento del Congreso que planeó y diseñó el constituyente en su texto, permite concluir que existe identificación del sistema representativo con el síntoma o fantasma de la falta en la capacidad representativa. La sociedad es subjetivamente irrepresentable (100), y ello aunque empírica, descriptiva y especularmente represente eficientemente la calidad de la sociedad representada y, también, de la propia calidad de los ciudadanos que la integran (101). No hay nada menos ajeno a nuestras competencias ciudadanas que las carencias que muestran en nuestro nombre quienes nos representan políticamente. 100 Sobre la cuestión de la irrepresentabilidad subjetiva de la sociedad en los procesos electorales puede revisarse la obra del autor, Para la representación de la República (2011), Fondo Editorial del Congreso, también publicada digitalmente en el enlace http://es.scribd.com/doc/61632752/CDG-Para-la-representacion-de-la-republica. 101 Una muestra de las consecuencias matemática y empíricamente representativas de la voluntad electoral puede constituir la relación existente entre algunos sectores sociales y la extracción de quienes a ellos pertenecen en el Congreso. Debe esperarse legítimamente que si existen sectores importantes del país en los cuales se opta por la informalidad o la piratería, también los representantes al Congreso provengan de sectores donde la informalidad o la piratería sean la opción predominante, o por lo menos tolerada, por la población. La representación, en este sentido, no puede dejar de estar afectada ni contaminada por los mismos rasgos y características dominantes en el ADN humano de la población. Esta situación pareciera ocurrir con la presencia en el Congreso de representantes cuya actividad económica u ocupacional está asociada a la minería informal. En el período 2006-2011 el partido aprista tuvo entre sus representantes al congresista Tomás Cenzano, y en el período 2011-2016 el grupo nacionalista Gana Perú al congresista Amado Romero, y el grupo fujimorista Fuerza Popular al congresista Francisco Ccama Layme (ver la entrevista a Miguel Santillana, en el diario Expreso, edición del 28 de Agosto del 2013, pp. 2-3). No parece extraño pues que en las localidades donde una parte importante de la actividad económica de la población está asociada con prácticas de minería informal elija como representante a quien es parte también del mismo interés económico. Este dato permite comprobar el carácter representativo del proceso electoral y que la matemática electoral es eficaz para proyectar una muestra del espectro de visiones, hábitos o intereses culturales y económicos del país. De lo que se desprende que quienes llegan al Congreso como representantes reflejan efectivamente quiénes somos como ciudadanos y como electores. Los representantes no son ajenos a la población porque es ella de donde emerge la representación y ella también quien los eligen entre quienes son como ella. Los congresistas, por lo tanto, son sólo lo que el pueblo lleva de sí mismo para que operen en el Estado los más importantes procesos de determinación y aplicación de las políticas públicas nacionales. Un rasgo inconfundiblemente democrático de nuestro sistema político que muchos no están dispuestos a reconocer ni aceptar de buen grado. 67 Es inevitable que nuestros representantes proyecten el síntoma de la contradicción entre la irrepresentabilidad política de la colectividad y la transposición de la calidad de las características y perfiles subjetivos de nuestra ciudadanía histórica. En el parlamento se articula el reflejo de la fragmentación social y de la agregación de carencias subjetivas y humanas que padecemos en nuestra experiencia política. Esta puede ser una razón para comprender por qué es que quien tiene vocación de representar todo lo que le es posible hacer una vez que ocupa el puesto estatal de su mandato representativo es actuar su representación ante otros representantes que poco o nada en realidad tienen disposición, voluntad y capacidad de representar a la voluntad popular gracias a la cual se presume que cuentan con la confianza colectiva de la nación. El exceso de nuestra presencia especular en la organización estatal que encarna el parlamento consiste y se constituye con las escaseces que las redes subjetivas concurren y trasladan en las interacciones colectivas. El exceso de representación son los residuos privados que se obtienen del uso del sistema político en beneficio de los individuos que actúan la representación. La producción del exceso en detrimento de los resultados públicos que correspondería obtener de la representación política muestra los vacíos y la ausencia de representación. La ausencia y precariedad representativa es consecuencia del exceso del sujeto que representa a quien queda como exceso excremental del acto y de la función representativa. El representado se desvaneció con la emergencia del representante que en nombre de su propia autorización se autonomiza de quien lo hizo cuantitativamente representativo. El ejercicio representativo vuelve líquida la solidez de la piedra política porque en su origen la confianza inexistente hacía irrepresentable al representado. El representante es fundamentalmente ejercicio del puro, amplio y extenso gozo de la autorización y mandato para ejercitar el poder sin nexo con la víctima de la representación que son los representados. Esto es, la voluntad popular. Tanto exceso como precariedad y vacío representativos, sin embargo, y paradójicamente, no son otra cosa que la expresión y proyección colectiva de la presencia del síntoma en la intimidad de quienes como sujetos integramos la misma colectividad. Y en este sentido lo que de irrepresentable y fantasmático tiene la voluntad popular es auténticamente representativo de la calidad del ciudadano representado. El sistema sólo opera con carácter especular y por ello nada más representativo de la calidad política de nuestro país que la calidad de quienes como representantes sólo funcionan como 68 funcionaría cualquier ciudadano en el mismo puesto representativo. El fantasma de la representación es sólo poco menos que el cuerpo político del que emerge y se levanta el fantasma y la elocuente ficción representativa. ¿Cuál es el contenido del excedente privado y de la precariedad pública de nuestro sistema representativo? Son varias las dimensiones en las que aparecen ambas características. La primera es en el tiempo largo que empieza con la fundación de la sociedad peruana con la coexistencia de las culturas nativas colonizadas, subalternizadas y sometidas a la cultura occidental del conquistador, en la que el trauma fundacional se manifiesta en la informalidad con que se ejercita la representación para provecho del representante en descuido negligente del beneficiario supuesto del acto representativo. La segunda es en el tiempo medio del paradigma que se inicia a fines de los 80s y que en el Perú tiene como hito el autogolpe de 1992 y la Constitución de 1993, a partir de los cuales el mapa y coordenadas de estructuración de la subjetividad preexistentes se desbaratan y emerge un nuevo y desconocido horizonte de posibilidades, en el que la matriz de relaciones sociales se funda en la prevalencia del criterio económico y utilitario, el hedonismo individualista, y la hegemonía de un sujeto maximizador de ventajas privadas. En el plano específicamente institucional. Y la tercera es el tiempo de la cotidianeidad y de la rutina de las coyunturas en las que se verifican los comportamientos habituales, vale decir la convivencia paradojal y contradictoria de las exigencias del paradigma y de los estándares éticos que rigen la conducta colectiva y pública, junto con los impulsos y las expresiones corrientes de su transgresión o desconocimiento que trae consigo la omnipresencia del trauma fundacional de nuestro mestizaje. Como para dejar planteada la dinámica de funcionamiento patogénico de la representación política, puede esquematizársela resumiendo el proceso y recorrido que genera las fallas y dolencias expresadas en el síntoma de malestar y descontento colectivo con el Congreso. Si el inicio de este proceso generativo son los sucesos y las manifestaciones anómalos, la expresión preliminar serían los usos atípicos de los puestos representativos para beneficio y goce privado de quienes cuentan con autorización representativa, así como la condición hipertrófica de la legislación que los congresistas producen (esto es, exceso de número de leyes, y de leyes funcionalmente ineficaces respecto de los males públicos que se pretende remediar con ellas), consecuencia del exceso y de la hipertrofia será un sistema normativo disfuncional y socialmente ineficiente. Ante la representación ineficaz y leyes 69 normativamente ineficientes, la colectividad no se regula por la ley formal y desarrolla reglas de interacción basadas en un orden informal que le produce mejores resultados y rendimiento colectivo. Con un sistema normativo ineficiente los sujetos a los que aquél se dirige se rigen por una dinámica constitucional basada en la disociación, porque conviven entre la ley formal de exigencia obligatoria pero inaplicable por ineficiente, y la ley subterránea informal, productiva y eficaz. La disociación estructura la constitución subjetiva de la colectividad de manera generalizada y se reproduce masivamente configurando así una norma paralela de imposible reconocimiento ni registro en el universo formal. La ley que hegemoniza y domina en este contexto constituye un régimen paralelo que se sustenta en la mayor confianza e identificación con el Estado de naturaleza (donde prevalece la energía pulsional que mueve y a la que se somete el sujeto) que en el Estado de derecho (ámbito de la racionalidad formal en el que la norma tiene capacidad interdictora). La predominancia e imperio de la informalidad del orden paralelo tiene propiedades disipativas, que consisten en la extensión y reproducción generalizada del doble estándar, mediante el cual la subjetividad colectiva genera y estructura conductas disociadas. La escasez de arraigo formal y la mayor eficacia del orden informal efectivo consolidan hábitos y prácticas colectivas que constituyen, se instalan y se concretan en el perfil del ciudadano. El orden informal prevaleciente adquiere la condición de plaga política cuya vigencia se expande en todo el espectro social. Los partidos políticos se organizan como aparatos para alcanzar y mantenerse en el poder, según las reglas de acceso a puestos públicos. Pero para llegar necesita valerse de opciones políticamente eficaces, como lo son la capacidad de afectar los resultados de la campaña electoral. De ahí la necesidad de recurrir a la postulación de candidatos con capacidad de pagar los costos de la campaña, o con posibilidad de capitalizar resultados mediante su mayor popularidad comparativa ante la sociedad. En tanto elector el ciudadano hace uso de su derecho y preferencia eligiendo entre los candidatos que proponen los partidos a quienes actuarán como voceros del mismo tipo de estructura dual y disociada. Quienes ganan la contienda electoral están afectados por el proceso de obtención de votos (capacidad de financiamiento, o capitalización de popularidad). El perfil de los representantes que acceden a un puesto en el Congreso es representativo de la dinámica disociativa colectivamente instalada en la subjetividad (es decir, de la tendencia psicotizante que resulta del predominio del Estado de naturaleza 70 con el que se fusiona pulsionalmente la subjetividad colectiva, por oposición al reconocimiento del orden interdictor del Estado de derecho) (102). En consecuencia el desempeño representativo replica los mismos excesos y desbordes que resultan de la ausencia de ley en el régimen informal que predomina en la estructura subjetiva colectiva. La ley ausente será por lo tanto sostenida en el vacío e inaplicación de la norma formal, por desplazamiento de la constitución subjetivamente más eficaz. En consecuencia, de la hipertrofia y disfuncionalidad superyoica o normativa se pasa a un orden en el que la impotencia representativa refleja el estado internamente disociado de la subjetividad tanto colectiva como individual. Quien representa cumple antes que un encargo derivado de la confianza depositada en él, un mandato de satisfacer el plus de goce al que accede por imperio de la mecánica electoral. La máquina de sufragio lo selecciona para que él o ella pueda ocupar una parte del poder colectivo con acceso al goce privado e íntimo desde el que se desborda el rol que cumple formalmente para que imperen y se sostengan las reglas paralelas de la pulsión y del Estado de naturaleza. ¿Cómo opera y cómo se manifiesta la presencia del trauma fundacional en estos escenarios? Esta pregunta puede formularse en términos complementarios señalando cómo así es que nuestra sociedad mantiene fijado y repite el malestar enojoso de su representación política insatisfactoria. Esto es, ¿por qué seguimos deseando nuestra representación como si con ella fuéramos más dueños de nuestra propia soberanía e identidad? ¿Por qué permitimos la alienación de nuestro poder político bajo el signo de la democracia representativa? ¿Qué es lo que hemos perdido en el vacío de nuestra convivencia política que nos resignamos a repetir el malestar y, no obstante ello, seguimos 102 Las tendencias psicotizantes en la estructura constitutiva de la representación política aparecen como resultado de los deficientes procesos de individuación del sujeto, en los que prevalece y domina la relación del individuo con la madre y la ausencia de interdicción paterna. Sin interdicción domina la fantasía de omnipotencia. El poder del individuo aquiere una dimensión alucinatoria desde la que se figura omnipotente. En efecto, sin interdicción se pierde contacto con los límites de la realidad y del orden, y se asume la autonomía. Se cree que lo imaginado equivale a lo real o a lo normal. La existencia minimiza el vínculo con la colectividad, la historia y la realidad. La analogía del proceso en el plano colectivo asume que la dimensión libidinal de la madre se concreta en el estado previo al orden civilizatorio que se genera con la capacidad ordenadora e interdictora del Estado. La proyección de las tendencias psicotizantes que son consecuencia de la ausencia de interdicción paterna y del triunfo del deseo devorador de la madre puede apreciarse y quedar adecuadamente ilustrada en los filmes Psicosis (1960), dirigido por Alfred Hitchcock, y el español La residencia, dirigida por Narciso Ibañez Serrador el año 1969, en los cuales el sujeto no se separa de la madre y, por lo tanto, sobrevive en un universo alucinatorio, narcisista y omnipotente construido desde la indiferenciación con el deseo de una madre intrusa y fagocitadora. 71 diciéndonos lo inconformes que nos encontramos con quienes elegimos de entre nosotros, y que son como nosotros, para que nos devuelvan la imagen reflejada de lo que somos nosotros? Si el contenido y núcleo esencial del trauma es la falta de reconocimiento colectivo, el fantasma de su existencia se revela a través de los desbordes que dan cuenta del vacío de identidad que estructura históricamente los déficits de ciudadanía. El trauma maneja la subjetividad colectiva a través de los excesos a los que se recurre para suplir el vacío o la carencia de reconocimiento e identidad. El mestizaje esencial de la identidad histórica del Perú reproduce la falta como exceso o abuso en el ejercicio del poder desde la posición representativa (se compensa y equilibra la dolencia con desbordes del plus de goce en el arrebatamiento de beneficios propios del rol público a favor de las carencias privadas del sujeto de la representación). En la médula de los desvíos y distorsiones representativas, en consecuencia, puede apreciarse las distintas apariciones fantasmáticas del trauma originario en la fundación de nuestra esencia colectiva. El esquema señalado es un balance provisional de la propuesta explicativa que es materia de esta exploración pero, a la vez que pretende dar cuenta y explicar una lógica de funcionamiento y operación de la calidad constitucional de nuestra representación política, también plantea desafíos, demandas y propuestas. La omnipresencia del trauma fundacional no reduce el horizonte histórico del porvenir a las fatalidades de su indetenible repetición. Se presume que también el trauma es posible analizarlo, elaborarlo, procesarlo y curarlo. No estamos condenados a no poder dejar de repetirlo. Cabe que en algún momento de nuestra historia el cambio se fabrique con actos conscientes y deliberados de corrección, del mismo modo como a pesar del paradigma hegemónico contemporáneo es también posible fortalecer la dimensión comunitaria y cívica de la que carece nuestra experiencia política tanto en representantes como en representados. Más allá de la racionalidad sobre la cual se predican beneficios o ventajas en el funcionamiento del Estado, el sistema representativo que simboliza el Congreso está destinado a atender un servicio público. El diseño y los arreglos institucionales y normativos suelen plantearse en el marco o en el plano de supuestos de una idealidad que debe procurar alcanzarse. Pero los datos y la evidencia que hemos traído en este ensayo muestra las instituciones son más que solamente las estructuras 72 normativas, la asignación de funciones, los mecanismos, los arreglos o los procesos que recogen los diversos instrumentos de gestión organizacional. La institución representativa es políticamente de servicio público por su valor agregado a la colectividad; esto es por los resultados beneficiosos que procesa, gestiona y entrega a la comunidad mediante las tareas que protagonizan los representantes en ejercicio del mandato y confianza que reciben del pueblo. La institución representativa es una inversión en modos de organizar la demanda de intervención política. El tipo de servicio que debe atender es de carácter público. La finalidad de su existencia y mantenimiento como institución estatal es una finalidad política. Debe ser de mayor y mejor servicio a la comunidad que su inexistencia, desaparición o reemplazo por medios social o públicamente menos onerosos o más beneficiosos que el mantenimiento de su agencia. Si el servicio y la utilidad no son visibles, tangibles, verificables ni medibles, hay tres opciones: primera, se convive con el sinsabor de la inconsistencia e insatisfacción; segunda, se reforma en su operación y desempeño la institución representativa; o, tercera, se la reemplaza por instrumentos más eficaces de organización y gestión política. El reto, en este último supuesto, consistiría en determinar cuál sería la alternativa que ofrezca el rendimiento que el actual modelo político no alcanza o es incapaz de proveer, y que a la vez no signifique pérdida política significativa de las promesas inherentes al modelo democrático. Es una regla sustancial de la democracia que las decisiones estatales o públicas deben tomarse según el criterio de la voluntad popular. La Constitución dice que el origen del poder es la voluntad popular, no la de los sabios, de los hombres virtuosos y la de los técnicos o de los especialistas. La voluntad popular se expresa mediante las preferencias del pueblo. En unos casos esas preferencias se materializan en el sufragio general, en otras a través de su opinión favorable o de rechazo respecto del las decisiones de la autoridad elegida en el sufragio. Si es cierto que instituciones de la democracia representativa reemplazan al mercado de la democracia directa cuando los costos administrativos de su funcionamiento son menores que los costos de transacción del ejercicio popular directo del poder, y que recíprocamente la democracia directa reemplaza a las instituciones de la democracia representativa cuando los costos de transacción de la democracia directa son menores que los costos administrativos de la democracia representativa, no debiera en efecto ni favorecerse el fortalecimiento de la democracia representativa excluyendo variantes de la democracia directa ni, al revés, favorecerse 73 alternativas de democracia directa en detrimento del funcionamiento efectivo de la democracia representativa, porque optar por una u otra de las opciones en reemplazo, beneficio o perjuicio de la otra, impediría que la voluntad ciudadana resuelva sus demandas políticas de acuerdo a sus preferencias. De otro lado es imposible que los textos constitucionales no contengan arreglos concretos sobre el ejercicio del poder, sea a través de la democracia representativa o de la democracia directa. Si la Constitución opta por un modelo en vez del otro la intervención del constituyente no puede dejar de tener efectos en la claridad del ejercicio del poder popular, porque al preferir uno sobre el otro será consecuencia inevitable que impida a través del modelo favorecido la posibilidad del pueblo de ejercitar sus preferencias según las modalidades propias del postergado. Al proceder de este modo, por lo tanto, se quebrantará la regla del menor costo social de la democracia porque en nombre de uno de los modelos el sistema político traerá consecuencias y resultados políticamente menos eficientes. En efecto, toda vez que los costos administrativos más altos de las instituciones representativas no podrán ser reemplazados por los costos de transacción más bajos del mercado de la democracia directa e inversamente, a la vez, la mayor eficiencia de los costos de transacción de la democracia directa no tendrá posibilidad de mejorar las ineficiencias de la democracia representativa. Y al revés, favorecer la democracia directa sobre la democracia representativa impide que las ventajas administrativas de esta última generen mayor eficiencia y beneficien más al pueblo que las opciones de democracia directa cuyos costos de transacción sean pública y comparativamente más onerosos (103). Más allá de la lógica y racionalidad de la ingeniería constitucional no debe descuidarse la naturaleza histórica de una constitución psíquicamente afectada por el trauma fundacional, el mismo que opera eficazmente en los procesos políticos que atraviesan y trascienden a las Constituciones y también la sucesión los distintos períodos históricos estatales y nacionales. Si bien ese trauma fundacional no se 103 Según los patrones de operación de una democracia espontáneamente concebida cualquier regulación que favoreciera el modelo representativo sobre el participativo, o al revés, atentaría contra reglas de eficacia social, porque la iniciativa individual se vería restringida o compelida a restricciones contrarias a la libre expresión de las preferencias de la colectividad. Con reglas que garanticen la espontánea adjudicación de preferencias políticas la ganancia de bienestar y satisfacción políticos debiera ser superior que si, con afán mercantil, paternalista o proteccionista, se estableciera un régimen artificial de funcionamiento cuya operación produciría resultados no precisamente fieles a las preferencias colectivas y a la voluntad popular. 74 concreta ni agota en caras, personas, partidos ni etapas, su intervención no puede ignorarse. De ahí que mientras su devenir recurra junto con la existencia colectiva, la opción más sana es mantener el sentido de alerta de sus emergencias y brotes, de modo tal que precavidos de sus intempestivas, sorpresivas e insospechadas oportunidades y maneras de aparecer y manifestarse estemos en mejor capacidad de medir, calcular y también dirigir o direccionar sus efectos. La apuesta contenida en estas reflexiones es la del rescate, la renovación y, si cabe, la refundación de la institución representativa. La apuesta por la reforma supone el direccionamiento de sus prácticas y operación para alcanzar rendimientos existencial, representativa y públicamente menos insatisfactorios que el actualmente mostrado. No hay otro modo para mejorar la calidad de la representación y de la representatividad política que optimizar, primero, la calidad cívica de nuestra ciudadanía, y segundo las capacidades y procesos de toma de decisión de las agencias de intermediación entre la sociedad y el Estado que son los partidos políticos. Sólo en la gradualidad del crecimiento político en plazos largos, y ello no obstante el pesimismo que retratan las tendencias recogidas en las encuestas de opinión, será posible contar con ciudadanos más nobles, sacrificados, virtuosos, y mejor preparados en el ejercicio de la convivencia pública. Los tremendos costos de coexistencia en dinámicas de escasa cooperación, hace predecible que si todos y cada uno de los ciudadanos mantenemos el clima de descortesía e insuficiente cooperación colectiva para con nosotros mismos, la apuesta por un futuro mejor se despeña en nuestra propia decadencia humana. Dejar que las solas fuerzas del individuo rijan el destino colectivo, sin atención a la comunidad en la que enclavan el destino de sus proyectos personales, no es una sabia receta sino por el contrario patente para nuestra propia destrucción y descomposición comunitaria. La medicina que no nos animamos a tomar es que para alcanzar calidad, y no sólo cantidad representativa, sólo con el heroísmo ciudadano y con la resistencia contra los mandatos hegemónicos y planetarios se alcanzará mejor calidad representativa. La racionalidad del autismo individualista desconoce una regla elemental de la aritmética política: que en materia del interés público el todo no es igual sino superior a la suma de sus partes y que, por lo tanto, la maximización de beneficios individuales no es igual al mayor bienestar colectivo en el que el individuo puede gozar de un clima más favorable y cooperativo para su propia prosperidad y 75 bienestar. Pero para que el todo sea posible, y mejor, que la suma de las partes, se requiere que la razón del individuo comprenda que la limitada y chata satisfacción de sus intereses personales e inmediatos es a la larga un costo que no le será posible cubrir cuando nadie anticipe que la protección y consideración del otro es la antigua y sagaz regla del buen gobierno que en último término equilibra el desarrollo personal con los beneficios de la interacción cooperativa con otros individuos (104). Es decir que las preferencias, prioridades y preocupaciones de los representantes empiecen a ser más las de la voluntad popular que representan que el mandato de goce privado a las que los reduce la simple reproducción de las contingencias inherentes a la máquina electoral que transforma votos en escaños cuyo desempeño y ejercicio queda a la sola y libérrima disposición del sujeto de la representación política. Entendida la regla sobre la inconvertibilidad cualitativa de la mediocridad masiva en grandeza colectiva, las condiciones en las que podremos atender mejor el problema secular de nuestro trauma fundacional debe suponerse que se optimizarán y estaremos en mejores condiciones tanto de reconocer y admitir nuestra identidad plural y mestiza (105), como de permitir la aparición de singularidades, líderes y de elites políticamente más valiosos. Hoy carecemos de la capacidad de renovar nuestros líderes y nuestras elites pero, contradictoriamente, a la vez esperamos y exigimos 104 Dicho en términos más sencillos, el cambio se realizará cuando los congresistas recuperen la fe y compromiso en el Congreso antes que en la disposición autocomplaciente respecto al uso excesivo de las prerrogativas inherentes a los puestos representativos en el Estado. En buena cuenta, cuando crean en el Congreso y cuando crean lo suficiente en el papel noble de la representación antes que en el usufructo de las ventajas inherentes al rol representativo, llámese la aspiración a la reelección, la exposición frecuente a los medios y la fama, o el mayor acceso a beneficios materiales de contar con recursos de los que antes de su elección estuvo privado. Mientras a los congresistas no les importe el vínculo espiritual con la comunidad y con sus representados el parlamento seguirá siendo considerado como un botín o presa qué consumir y de la cual apropiarse. 105 El mestizaje en efecto está íntimamente vinculado a la experiencia traumática, porque en el mestizo anida la confusión identitaria. La singularidad de la identidad mestiza consiste en que la mezcla de historias, narrativas y culturas, además de los orígenes geográficamente diversos y el distinto tipo de relación con las tecnologías, genera la ausencia de coordenadas psíquicas que desorientan a quienes son las dos culturas y son una cultura nueva carente de precedente e historia. Cuando la relación se instala a partir de la lógica de la conquista es inevitable que una cultura pretenda imponer como patrones dominantes, y que a la otra le quede como alternativa la sumisión y la obediencia o la insurrección o rebelión contra la subalternidad que causa el dominio. Al inicio del Perú como cultura mestiza se añaden factores adicionales tales como el racismo y la esclavitud. La diversidad de expresiones y efectos de la conquista, por lo tanto, genera también respuestas adaptativas con las que se pretende minimizar el dolor y sufrimiento de la sumisión o sometimiento. Entre este tipo de respuestas adaptativas cabe incluir el desarrollo de conductas colusivas basadas en el miedo, entre las que probablemente la más común y extendida sea la corrupción o la felonía. Esto es, el “arte” de sobrevivir escindido, aparentando o simulando coincidencias que en el fuero interno se reprueban. El sujeto corrupto que se incuba, nace y se reproduce con el anidamiento del trauma en la psiquis colectiva no es más que la expresión sintomática del malestar irresuelto, y aún irremediado, de la desadaptación cultural entre los dos mundos cuyos primeros contactos fueron de colisión y de sometimiento violento. 76 excelencia en quienes nos dirigen y representan. La pregunta es si acaso la democracia sea un sistema capaz de asegurar que las insuficiencias igualitariamente repartidas de calidad cívica del elector y del ciudadano se transforme como por arte de magia en un régimen dirigido por líderes y elites que destaquen por su nobleza humana y excelencia en el desempeño y ejercicio ejemplar de la autoridad, o si la pretensión o ilusión democrática no puede ser más que el pretexto entre cínico o irónico de energías perversas orientadas a capturar el poder en nombre de un pueblo que nunca podrá tener representantes capaces de honrar un mandato legítimo y genuino. Los liderazgos reproducen los prototipos espirituales y humanos de las comunidades históricas en las que los líderes y las elites se educan (106). De electores transgresores resultan representantes simétricamente representativos y equivalentes de esa condición a sus electores. Es más, si la transgresión se convierte en un falso valor, y la ciudadanía la tolera y la mantiene en sus hábitos de relación colectiva, los líderes conducirán a niveles más agudos de transgresión y no a su disminución. La transgresión como regla de normalidad, o como pauta socialmente tolerada y no reprimida de comportamiento, sólo puede reproducir sintonías políticas acordes con la naturaleza genética y carácter políticamente patológico de la transgresión (107). 106 No se ignora la circularidad del sistema, porque así como los representantes reproducen la lógica de la comunidad de la que ellos se seleccionan y se eligen, no dejan de tener una capacidad reformadora o regeneradora del tejido colectivo. Los representantes no ejercitan la representación de manera pasiva o automática. Como agentes de la representación también son voceros del cambio. Por lo tanto, también en este sentido los representantes son representativos de la capacidad emprendedora y creativa de la sociedad a la que pertenecen y en la que adquieren su identidad histórica, colectiva e individual. 107 El agravante de funcionamientos transgresores, desde una instancia pública como lo es el espacio representativo del Estado, es la suplantación de la finalidad ordenadora del Estado por una pauta contraria. El mensaje que fluye de la inversión funcional, consecuencia de la implantación de patrones transgresores, es que el Estado se convierte en un punto de conversión, retorno y reproducción de comportamientos patogénicos. Si la transgresión es una patología subjetiva y ésta se proyecta en el escenario político, el Estado queda poco menos que en situación ficcional si no, en el peor de los casos, en la instancia pulsionalmente reproductora de la descomposición general y de transgresiones colectivas. Vale decir en la ausencia total de interdicción eficaz de conductas sociopáticas. Correlato de ese tipo de escenarios será la subversión de quienes no puedan evitar la ira de ser engañados. El engañado, sin embargo, es víctima de grave error cuando omite la revisión de que él mismo participó en la creación del gran engaño colectivo cuando se sujetó a la regla y métodos electorales según los cuales su sociedad selecciona del mismo cuerpo a quienes funcionen como muestra representativa de los déficits de identidad y los patrones de transgresión instalados en el hueso de goce de la subjetividad colectiva. El engaño colectivo, en su dimensión histórica, toma forma en la indetenible repetición de la relación odio-venganza que se incuba desde la fundación traumática de una identidad incompleta en nuestra sociedad. Ver sobre estos razonamientos el texto de Peter Sloterdijk (2007), Crítica de la razón cínica, en especial pp. 587-591. 77 La magnitud de la tolerancia pública y sostenida con la transgresión, no permite prever diferencia alguna con el tipo de líderes que representen a la colectividad. No hay otro modo para alcanzar cambios políticamente cualitativos que el cambio material en la calidad del ciudadano. Otro tipo de método equivoca el diagnóstico y la eficacia de las alternativas que se proponga. Para mejorar la representación política en el Perú, en consecuencia, se necesita un grado más elevado de exigencia con los estándares de calidad de vida y de conducta ciudadana. Los partidos y las instituciones sólo mejorarán los productos estatales que agencian si la ciudadanía eleva la virtud, la nobleza y el honor de sus propios hábitos colectivos. Mientras tanto, en nombre de la suprema ley de que todo acuerdo político es inmaculado e inobjetable y no admite límite alguno, siempre que lo tomen quienes representan a la voluntad popular, sólo se ahondará y mantendrá a la sociedad en el abismo histórico y aumentará el recalentamiento de la institución parlamentaria con el plus de goce que obtienen los que llegan a ella como quien, en medio de bandas, bombos, serpentinas y pica-pica, defrauda la confianza del país, depreda perversamente el papel representativo, y deja que su ineptitud, indiferencia, negligencia o el apetito de su codicia, usufructúe medios y recursos públicos destinados al porvenir de la república como si fuera la presa o el botín que saquea el buitre que se sacia en la carroña. 78 BIBLIOGRAFÍA Bion, Wilfrid (2006); Volviendo a pensar, Ediciones Hormé, sexta edición. Brodocz, André (2003); Die symbolische dimension der Verfassung. Ein beitrag zur institutiontheorie, Westdeutscher Verlag. 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