Para entender un poco más la adhesión que

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LA ESCALINATA DE LOS LAMENTOS
¿evidencias de suplicios rituales en Roma?
(a partir de sendos poemas de Catulo y Ovidio)
Ricardo D. Rabinovich-Berkman (UBA, UMSA, USal)
“Has postquam maesto profudit pectore voces,
supplicium saevis exposcens anxia factis”
Catulo (LXIV, 202-203)
1. INTRODUCCIÓN
He de comenzar por pedir disculpas. Había anunciado que presentaría a este
ínclito Congreso un estudio sobre los elementos de interés jurídico en la obra poética de
Catulo, y no voy a cumplir. Sucede que la referida investigación cobró tales
dimensiones, en virtud de la riqueza del material analizado, que ha excedido con creces
los límites (a mi humilde entender estrechos) que se han impuesto para las
comunicaciones de los participantes.
Así que debí limitarme a tomar un aspecto en particular, de aquella pesquisa
mayor. Por una mera cuestión cronológica, dado que mi columna vertebral
metodológica es la vida del poeta Catulo, elegí este tema, que se desprende del más
temprano de sus epigramas. Se trata, creo, de un tópico de bastante interés, desde varios
puntos de vista (jurídico, político, social, etc.), y no ha sido muy considerado en la
doctrina, ni en sí mismo ni en sus implicancias.
Este humilde trabajo permanece fiel, por otra parte, a una línea de investigación
que he seguido en estudios anteriores, fundada en la creencia de que los factores
jurídicos, al ser el Derecho un componente socio-antropológico-cultural, pueden y
deben ser rastreados en todas las facetas de la civilización, y no solamente en las
evidencias directamente vinculadas a lo normativo. De entre esos vestigios, cuando se
labora sobre instituciones jurídicas pretéritas, cobran relieve los puramente literarios,
entendiendo por tales aquellos que se suponen, por la intencionalidad de sus autores, por
las características de éstos, o por las circunstancias del testimonio, absolutamente ajenos
al mundo del Derecho (como ciencia o como praxis, en cualquiera de sus formas).
En esta pesquisa, pues, hemos partido de sendas poesías de Catulo y de Ovidio,
que veremos a la luz de varias de las principales fuentes historiográficas de la antigua
2
Roma (Suetonio, Tácito, Dión Casio, Plinio, Salustio) y de algunos autores posteriores y
contemporáneos.
2. LAS OBRAS LITERARIAS COMO FUENTES HISTÓRICO-JURÍDICAS
Las obras literarias no son fuentes convencionales para la Historia del Derecho.
Muy rara vez figuran entre las que los profesores mencionan a los alumnos en los cursos
universitarios, y no son tampoco de las más empleadas por los historiadores jurídicos en
sus trabajos. Sin embargo, varios de los primeros testimonios que se suelen citar en los
manuales de la asignatura, porque corresponde a los más antiguos escarceos de la
filosofía jurídica occidental, son piezas literarias. Tal el caso paradigmático de la
tragedia Antígona, de Sófocles1.
Nadie puede seriamente controvertir la relevancia señera de las obras literarias
como fuentes historiográficas jurídicas. Dejando de lado las muchas menciones al
Derecho insertas en la Ilíada y la Odisea, contamos en Los trabajos y los días, de
Hesíodo, con una de las más antiguas referencias judiciales helénicas. Ello sin soslayar
que una de las pocas huellas de la existencia real de Sócrates, cuya importancia para la
historia de las ideas jurídicas es sustancial, provienen de comedias de su época,
especialmente de Las Nubes, de Aristófanes2.
Las obras literarias, pues, si bien no son fuentes normales para el iushistoriador,
sí son vestigios importantes, más de lo que podrían parecer a primera vista. Más aún:
estoy convencido de que posee numerosas ventajas frente a las evidencias ortodoxas
(textos normativos, trabajos de doctrina, sentencias). Especialmente, su espontaneidad,
su “frescura”, por así llamarla3. Es que estas piezas suelen constituir puertas abiertas a la
realidad social pretérita, notablemente anchas, porque no son ni expresiones legales
(con su inevitable carga de instrumentación lógica) ni doctrinarias (que son siempre,
inevitablemente, ideológicas). Normalmente resultan más llanas, más corrientes, que las
1
v. por ej. Levaggi, Abelardo, Manual de Historia del Derecho Argentino (castellano indiano / nacional), Bs.As., Depalma, 1986, I, p 31, y también mis propios Un viaje por
la Historia del Derecho (Bs. As., Quorum, 2002, pp 102 ss) y Recorriendo la Historia
del Derecho (Quito, Cevallos, 2003, pp 128 ss).
2
Armstrong, A.H., Introducción a la filosofía antigua, Bs.As., EUDEBA, 1993, p 51;
Mondolfo, Rodolfo, Sócrates, Bs.As., EUdeBA, 1996, pp 16 ss
3
He desarrollado estas cuestiones, en relación con el teatro en particular, en El Derecho
en el teatro de Ruiz de Alarcón, trabajo presentado a las XIX Jornadas de Historia del
Derecho Argentino (Rosario, 2002), publicado en Persona, XXXI, 2004
(www.revistapersona.com.ar)
3
fuentes convencionales, y calan harto más profundo en los verdaderos conflictos
humanos que dan tela al tejido de las relaciones inter-proyectuales que, como bien
advertía el maestro Carlos Cossio, son la materia que interesa y conforma al Derecho4.
No se crea que los textos literarios no presentan, sin embargo, problemas para
ser usados como fuente histórica. Por empezar, ha de considerarse que, como no
constituyen
productos
jurídicamente
elaborados,
ni
fueron
confeccionados
necesariamente por juristas (tal el caso, por ejemplo, de Catulo, que carecía de una
formación especial en Derecho), requieren de un tipo y un grado de crítica diferentes,
que ha de abarcar desde lo propiamente idiomático (la lengua suele emplearse con más
laxitud, y sin pretensiones de exactitud técnica) hasta los aspectos inherentes a la
ideología sustentada por su autor, cuya subjetividad normalmente fluirá mucho más
libre en ese tipo de obras, de lo que lo haría en otras más científicas5.
Pero esa misma problemática, tampoco es mala en sí. Tal vez, incluso, todo lo
contrario. No hay quehacer humano que no sea, en alguna medida, subjetivo. En otras
palabras: es imposible que el científico reporte el fenómeno tal cual es. Siempre traerá
su observación del fenómeno (sentido que evoca la etimología de este último vocablo,
derivado del verbo griego feno: dar luz, alumbrar; hacer brillar, encender; hacer ver,
hacer visible; mostrar, indicar, señalar, designar; manifestar, demostrar; hacer claro o
audible, exhibir, explicar, anunciar, denunciar, hacer conocido, etc.6). Recuérdese el
Principio de Heisenberg (de indeterminación o incertidumbre), para tener más en claro
que la inevitable presencia de la subjetividad no es, por cierto, patrimonio exclusivo de
la Historia7.
Lo subjetivo, pues, siempre estará, pero en el terreno literario es explícito,
admitido por el autor, sin vanas o falaces pretensiones de objetividad, de pureza. El
doctrinario normalmente se presenta como imparcial, y acaba vertiendo un producto
rebosante de ideología. El legislador, si bien menos enmascarado, a menudo también se
4
En mi Derecho Romano (Bs. As., Astrea, 2001), he empleado profusamente fuentes
literarias, justamente porque son las que mejor reportan la realidad social.
5
Dejo de lado aquí, por ser ajeno al tipo de fuente literaria que usaré en este trabajo
(poesía), el problema de la imputación de pensamientos a los personajes, y hasta qué
punto pueden ellos serle atribuidos al autor (“ser o no ser” no lo dijo Shakespeare, sino
Hamlet...)
6
Diccionario manual griego (griego clásico – español), Barcelona, Vox, 2000, p 615;
cf. Feyerabend, Karl, Langenscheidt´s Pocket Greek Dictionary, Classical Greek English, Maspeth, Langenscheidt, ?, p 399
7
He desarrollado este tema en Recorriendo..., pp 40-43
4
procura un disfraz científico. En cambio, el literato desnuda su corazón sin tapujos,
especialmente en la poesía.
Además, suele desfilar en las fuentes que nos ocupan la sociedad. Creo que el
factor sociológico (la realidad social, vivencial, de una comunidad determinada) es uno
de los objetos prioritarios de estudio del jurista8. Bien lo destacaba en su “trialismo” el
gran Werner Goldscmidt9, y en el campo iushistoriográfico lo hace mi maestro
Abelardo Levaggi10. En la huella de Cossio, prefiero dejar “de lado al normativismo
mecanicista como objeto de la ciencia jurídica para estudiar el derecho comprendiendo e
interpretándolo mediante una teoría del conocimiento, respecto de la conducta humana
en interferencia intersubjetiva”11. Aún más, centro mi óptica en el carácter del Derecho
como ciencia social, cuyo objeto se vincula con la resolución del más grande de los
conflictos: la tensión entre la individualidad inherente a cada humano, que se siente uno,
único e irrepetible, y su necesaria “gregariedad”, la presencia inevitable de los otros,
nuestro complemento proyectual por un lado (sin el cual la existencia misma sería
impensable, como lo explica Jacquard12), y por el otro nuestro infierno, según la famosa
frase de un personaje teatral (fuente literaria) de Sartre13.
Entonces, así como las antiguas leyes nos reportan, en terminología de
Goldschmidt, datos del aspecto “normológico” del Derecho pretérito (pero sólo de ese
aspecto), y las viejas obras doctrinarias nos hablan del pasado “dikelógico”, entre las
fuentes idóneas para llegar a la faceta “sociológica” de lo jurídico de antaño, poseen un
lugar destacado las fuentes literarias.
3. EL PRIMER EPIGRAMA DE CATULO
Nuestro primer autor literario será, en esta oportunidad, Cayo Valerio Catulo, un
personaje interesantísimo. Nació en Verona, entre el 87 y el 82 a.C., probablemente en
el 84, en una familia de buena situación económica, tan vinculada a César que éste,
8
Este tema lo desarrollo en mi Derecho Civil, Parte General (Bs. As., Astrea, 2001), pp
3 ss
9
Goldschmidt, Werner, Derecho internacional privado (Derecho de la tolerancia),
basado en la teoría trialista del mundo jurídico, Bs.As., Depalma, 1982, pp 3-26
10
Manual ..., pp 9-12
11
Corbière, Emilio J, Carlos Cossio, de la “fenomenología” de Husserl a Marx, en
Argenpress.Info (www.argenpress.info/nota.asp?num=007008), 15/12/2003
12
Jacquard, Albert, Petite philosophie à l’usage des non-philosophes, (París, CalmannLevy, 1997), pp 15/16
13
Sartre, Jean-Paul, A puerta cerrada, Bs.As., Orbis, 1983, p 186; ver: Fatone, Vicente,
Introducción al existencialismo, Bs.As., Columba, 1953, passim.
5
durante la campaña de Galia, pasaba el invierno en su casa14. Cursó sus primeros
estudios en provincia, para trasladarse a Roma ya cumplidos los místicos 17, y vestida
la toga viril, seguramente para estudiar retórica.
Lo encontramos, en efecto, en la urbe en el 66. Sucede que ese año surgió un
escándalo típico de aquellos tiempos: Cominio, un anciano conocido por su conducta
inmoral, acusó públicamente al tribuno de la plebe saliente, Cayo Cornelio. A la hora de
sostener la acusación, bandas armadas proclives a Cornelio le salieron al paso, y le
impidieron presentarse (aunque, dados sus antecedentes de corrupción no faltaron
quienes atribuyeron su deserción más a la recepción de cohecho, que al temor físico).
Pero al año siguiente, sin embargo, Cominio reiteró la imputación contra Cornelio. Esta
vez, la acusación sí se sostuvo, pero la defensa estuvo a cargo de Cicerón, y Cornelio
fue absuelto.
En medio de estos hechos, el adolescente Catulo tomó partido decididamente por
el tribuno acusado, redactando este epigrama (108, en su nomenclatura), el primero
suyo que se conoce15:
“Si por decisión del pueblo acabara tu vejez canosa,
Cominio, tan sucia de costumbres asquerosas,
no tengo dudas que, ante todo, esa enemiga de la gente honrada
tu lengua, extirpada, al ávido buitre será dada;
en su garganta negra, el cuervo devorará tus ojos, arrancándolos antes,
como los intestinos los perros, y los lobos, los miembros restantes”16.
14
Della Corte, Francesco, Introduzione, cronologia, bibliografia essenziale, en Catulo,
Poesie, Verona, Mondadori, 1999, pp 9-15 [en adelante, citaré esta obra como “Catulo”]
15
Siguiendo con un estilo que empleara ya en obras anteriores, traduzco al castellano
las poesías. Bien se ha dicho que la poesía es un género intraducible, porque responde a
la melodía peculiar de cada idioma. Pero algo hay que hacer. Los poemas latinos no
tenían rima, sino ritmo (dado por la acentuación y la forma de pronunciar las frases) y
particulares reglas de extensión silábica, que sólo tienen sentido en la versión original.
Por esa razón, trato de trasladarlas al castellano incorporándoles los cánones que
caracterizan al género poético clásico en nuestra lengua (es decir, fundamentalmente, la
rima). De lo contrario, pierden toda sonoridad, y causan un pobre efecto de oraciones
sueltas. A continuación, en nota, vierto el texto en latín.
16
“Si, Comini, populi arbitrio tua cana senectus
spurcata impuris moribus intereat,
non equidem dubito quin primum inimica bonorum
lingua execta avido sit data vulturio,
effossos oculos voret atro guture corvus,
6
Este poema juvenil posee interés para la pesquisa jurídica. Porque aparece en él la
idea de una muerte (que es vista por Catulo como valorativamente correcta), decretada
por populi arbitrium contra un anciano cuyo crimen (además de una vida escandalosa)
era el de ser difamador de personas decentes. Mucho es lo que de aquí surge. Ante todo,
veamos el concepto del arbitrium populi.
A su respecto, Della Corte, al editar el poema, introduce una interesante nota17.
Tras remitir, vía una cita de Fordyce18, a un concepto de Paulo Festo: “llámase arbitrio a
la sentencia establecida por el árbitro”, lo rechaza, prefiriendo una interpretación
poética, con el sentido de condena penal.
La expresión arbitrium, en un contexto político, y referido a un escenario
tumultuoso, puede poseer a veces una connotación negativa. Tal el caso en la Guerra de
Iugurtha, de Salustio (41): “Por el arbitrio de pocos [paucorum arbitrio], se resolvían
las cosas en la guerra y en la paz”19. Aún sin tenerla, conlleva generalmente el sentido
de un gran poder de decisión, absoluto. Así, la frase de Ovidio “arbitrium urbis habere”
se traduce por “ser el dueño, tener la autoridad suprema en una ciudad, en un Estado”. O
la de Tito Livio “arbitria belli, pacisque agere, gerere”, se vierte: “ser el árbitro de la
paz y la guerra”20. “En Catulo no asume significado despreciativo, sino que crea la
atmósfera de indignación popular, de suplicio público, de castigo ritual inferido por el
pueblo”, dice Della Corte (y coincido plenamente)21.
4. VINCULACIÓN CON EL IBIS DE OVIDIO
Sin dudas, impactan en el poema de Catulo sus truculentas imágenes punitivas. A
primera vista, éstas parecerían literarias. Su autor es aún un adolescente, su obra
intestina canes; cetera membra lupi” (Catulo, p 210 [108])
Catulo, p 276
18
Fordyce, C. J., Catullus. A Commentary, Oxford, 1961, p 396; cit. en Catulo, p 276
19
Para no dejar dudas, se aclara acto seguido que estos pocos disponían “del erario, de
las provincias, de las magistraturas, de las glorias y los triunfos [los desfiles y honores
así llamados]: para el pueblo quedaba soportar el servicio militar y la indigencia”
(Salluste - Jules César - C. Velléius Paterculus - A. Florus, Oeuvres complètes, París,
Firmin, 1879, p 87). Todas las traducciones del latín serán mías, salvo indicación
contraria.
20
Valbuena, Manuel de, Diccionario universal latino-español, Madrid, Real, 1817, p
63. Siempre que tome como ejemplo frases latinas de esta excelente obra clásica, las
traducciones vertidas serán las de Valbuena.
21
Catulo, p 276
17
7
posterior siempre lo mostraría vehemente, agresivo al extremo22. Con tanto más razón lo
sería al calor de la primera juventud... Además, su tono resulta coherente con la actitud
violenta, sanguinaria, acorde al clima socio-político de fines de la República. Pero, ¿será
eso todo? ¿Hemos de atribuir ese despliegue de espanto a la pluma revuelta de un
muchacho voluptuoso? ¿O habrá algo más allí detrás?
Della Corte hace notar la vinculación con un trozo (165-172) del poema Ibis, una
de las obras menores del gran Ovidio23. Este autor, que pertenece a la generación
siguiente, pues nació en 43 a. C., no necesita mayores presentaciones, por ser uno de los
literatos más conocidos de la antigua Roma. El Ibis, por su parte, es una composición
satírica en verso, breve en relación a otras piezas de Ovidio24.
En esta obra, el insigne poeta lanza sobre un sujeto, una serie de terribles
maldiciones, imprecaciones y amenazas. Dice Charles Nisard: “El triste héroe de este
poema es desconocido; algunos dicen que se llamaba Hygin. Era el amigo de Ovidio
que, en desmedro de esa amistad, lo destrozó con sus calumnias, procurando su
desgracia e insultando a su mujer. El nombre que le da el poeta, ha sido tomado de un
poema del mismo género escrito por Calímaco, poeta elegíaco griego, contra Apolonio
de Rodas. Fuera quien fuera, parece que ese nombre, Ibis, designa al país de aquel a
quien Ovidio maldice en este libelo. Deuys de Salvaing, autor del mejor comentario
sobre el Ibis, sostiene que el enemigo de Ovidio era de Alejandría, en Egipto, donde se
sabe que el ibis era un ave muy venerada”25.
22
Valgan algunos versos como muestra:
“Pero eres de Celtiberia - y en esa tierra las gentes,
con aquello que orinan - se lavan los dientes,
frotándose la encía - que queda roja oscura,
así, cuanto más blanca - esté tu dentadura,
será porque bebiste - porciones más ingentes” (39).
“No se ofendan los dioses - pero el distingo es nulo
entre olerle a Emilio - su boca, o su culo,
nada más limpio que éste - ni más sucio que aquello
(en realidad, el culo - es más limpio y más bello)” (97).
(Catulo, pp 82 y 202)
23
Catulo, pp 276/277
24
Les métamorphoses d’Ovide, París, Garnier, ?, p XVI
25
en Ovide, Oeuvres complètes, París, Firmin, 1881, p 960
8
En medio de la temible retahíla de improperios, Ovidio desea a su enemigo jurado
un horrendo castigo, que habrá de concretarse “por la mano del verdugo, ante el aplauso
del pueblo” [“carnificis manu, populo plaudente”]. Y esta sanción es así descripta:
“En tus huesos, un garfio, habrá de ser clavado,
las llamas que devoran todo, huirán de tu lado.
Rechazará tu vil cadáver la tierra, justamente,
y un buitre te irá arrancando, lentamente,
las vísceras, con sus uñas y su pico corvo.
Te quitarán perros ávidos, el corazón torvo,
y aunque tu sabor, ha de ser desagradable
reñirán por tus jirones, los lobos insaciables”26.
Las similitudes entre ambos poemas son más que evidentes. Vamos a ponerlas de
relieve:
5. ELEMENTOS COMUNES ENTRE AMBOS POEMAS
En primer lugar, se destaca en ambos suplicios la intervención del verdugo, si bien
ésta es explícita en Ovidio, e implícita (pero obvia) en Catulo. El autor del Ibis elige,
entre las palabras que le ofrece el latín para designar al ejecutor, “carnifex” (en vez de
“tortor”, principalmente). Es el vocablo más truculento. Derivado de caro-carnis (la
carne, el cuerpo), posee en Marciano el sentido de “carnicero, desalmado, cruel y
sanguinolento”, y en Silano, empleado como adjetivo de manus, da “manos
sangrientas”. Inmediatamente evoca el término derivado carnificina, que en Cicerón
significa “la crueldad, carnicería, destrozo, matanza de gente”. Y su verbo emparentado,
el deponente carnificor, que Livio emplea para decir “descuartizar, dividir el cuerpo en
cuatro partes, hacerle cuartos”27.
“Infixusque tuis ossibus uncus erit.
Ipsae te fugient, quae carpunt omnia, flammae:
Respuet invisum iusta cadaver humus.
Ungibus et rostro tardus trahet ilia vultur;
Et scindent avidae perfida corda canes.
Duoque tuo flet, licet hac sis laude superbus,
Insatiabilibus corpore rixa lupis” (Ovide, p 848)
27
Valbuena, p 120
26
9
La elección no parece casual, porque el suplicio que se describe en ambos poemas
es, en efecto, una carnificina. Veámosla en forma comparativa, mediante un cuadro
sinóptico:
CATULO
Corte de la lengua, y entrega al buitre
OVIDIO
-
El buitre extrae las vísceras
Extracción de los ojos por el cuervo
Los perros comen los intestinos
Los perros comen el corazón
Los lobos comen los demás miembros
Los lobos los demás miembros
Es notable que, de los cuatro animales mencionados por Catulo, tres aparezcan
en Ovidio, y en el mismo orden. En cuanto a la coincidencia animal-órgano, ella se da
solamente en el caso de los lobos, que aparecen devorando los miembros restantes. Otra
congruencia interesante, es que los dos autores destacan el hambre de estas bestias. El
buitre es “ávido” en Catulo, mientras que para Ovidio ese es el estado de los perros, y
los lobos resultan “insaciables”. ¿Son imágenes literarias, o evocan animales reales,
subalimentados adrede, para tornarse más sanguinarios, como se hacía con las fieras del
circo?
El tercer aspecto común es la participación activa del pueblo. En Catulo, como
vimos, el suplicio de Cominio deriva del arbitrium populi. Es decir, que el pueblo
mismo es quien lo decide. En Ovidio, la diferencia es sutil, pues la ejecución es
concretada “populo plaudente”, con el aplauso, la conformidad expresa y feliz, del
pueblo, aunque no por orden de éste.
Finalmente, hay una cuarta correlación, muy importante, y es que en ambas
piezas el delito de que se trata es la difamación. Con efectos públicos inmediatos y
obvios, en el caso de Cominio, pues el injuriado era un carismático tribuno de la plebe
(de hecho, como ya lo dijéramos, grupos populares efectivamente intervinieron, de
manera amenazante, en apoyo de Cornelio). En lo atinente a Ovidio, no sabemos.
Podríamos, sin mayores fundamentos, jugar con la hipótesis de que las calumnias de
este misterioso sujeto hubiesen tenido algo que ver con el exilio del poeta, que fuera
desterrado por Augusto a Tomis, en la actual Rumania, en 8 d. C.
Ovidio imputó la medida a su Ars amatoria, contraria al espíritu de moralización
de las costumbres sexuales que pretendía imponer el príncipe. Pero esta obra llevaba ya
diez años circulando para entonces y, si bien fue retirada por orden del gobierno de las
10
bibliotecas públicas, el destierro de su autor parecería una reacción exagerada, y además
no se vería la razón para que Augusto no la hubiese declarado abiertamente. Parece,
pues, que la causa de la sanción (que llevaría al poeta a morir fuera de Roma, pues
nunca, ni él ni sus amigos, lograron que se la revocara) era otra, y posiblemente más
grave, por lo menos a los ojos del hijo adoptivo de César. El propio Ovidio escribe:
“Me perdieron dos crímenes: un poema y un error,
un hecho cuya culpa en silencio he de guardar”28.
En general, se ha pensado que alguien reveló al príncipe que Ovidio estaba al
tanto, por sus muchas relaciones y aventuras, de los escándalos en que se hallaba
involucrada Julia, la hija de aquél29. Charpentier se pregunta: “¿Cuál fue este error de
Ovidio y su crimen involuntario? Testigo indiscreto y desafortunado de los excesos
imperiales, ¿sorprendió acaso, como se ha dicho, el secreto de los incestos o de los
adulterios de Augusto? No lo sabemos. Pero el cuidado mismo que se toma Ovidio de
recordar su error, probaría que este error nada tiene de ofensivo para el honor y la
conciencia de Augusto”. En efecto, sostener que, “para justificarse, para desarmar el
enojo de Augusto, Ovidio le haya hecho recordar, tan a menudo y de tantas formas, un
recuerdo que debería haberlo hecho sonrojar”, carecería de sentido30.
Este último estudioso prefiere otra teoría. Él cree que Ovidio no habría debido su
exilio a sus amores e intimidades con Julia, la hija de Augusto (ya desterrada para el año
8), sino al ser testigo de los desórdenes de Julia la Menor, la nieta del príncipe. Algunos
versos del poeta en su exilio, parecerían evocar con tristeza su error de haber dejado
deslizar estos secretos a sus amigos y domésticos, que los habrían develado
públicamente, para horror de Augusto. “Yo no garantizo esta conjetura, pero me
inclinaría a pensar que entre el destierro de Julia [la Menor] y el exilio de Ovidio hay
una relación difícil de probar, pero muy probable”, concluye Charpentier, con un juego
de palabras31. Uno no puede dejar de preguntarse: si ésta tesis fuera la correcta, ¿habrá
28
Les métamorphoses... , p X
Tal la opinión en la Enciclopedia Microsoft Encarta 2001 (“Ovidio”).
30
Les métamorphoses... , p X
31
Idem, pp XI/XII. Charpentier refiere aún una tercera teoría, “ingeniosa, si no más
sólida que las otras conjeturas”. El exilio del poeta se debería, no a sus amores con Julia
la Mayor, ni a su vínculo con la Menor, sino a su amistad e intento de protección del
infortunado Póstumo Agripa, hijo de aquélla y hermano de ésta, a quien los planes
29
11
tenido algo que ver el destinatario del Ibis, ese amigo suyo, con la revelación de las
íntimas confesiones de Ovidio? Si así fuese, la injuria aquí también hubiese tenido una
faceta pública...
Pero no sólo no lo sabemos, sino que parece poco plausible. Los versos iniciales
del poema parecen restringirse a hechos acaecidos en Roma con posterioridad al
destierro de Ovidio, sin referencia alguna a una conducta anterior del difamador:
Mi décimo lustro, ya se haya cumplido,
Hasta hoy, mi Musa, a nadie lleva herido,
Entre mis mil escritos, no se halla una letra
Que a persona alguna cualquier daño perpetra.
A nadie más que a mí, destruyeron mis frases,
El artificio ha matado, al artista que lo crease.
Un hombre, y esto sólo, es ya injuria gigante,
Me obliga a desmentir, mi bondadoso talante.
No importa quién él sea, su nombre no lo diga,
A tomar un arma que nunca usé, me obliga.
Impide a un desdichado, relegado en las duras
Zonas del frío Aquilón, pasar su vida a oscuras.
Heridas que paz piden, irrita de cruel modo,
Y hace sonar mi nombre, en el Foro todo.
A la que en pacto eterno, a mi lecho se ha unido,
Veda el llanto fúnebre, por quien fue su marido.
Mientras, en mi naufragio, me abrazo a cada astilla,
Él procura quitarme hasta la última tablilla.
Las llamas incipientes, apagarme debiera,
Mas viene a depredar, en medio de la hoguera,
políticos de Livia y Tiberio llevaron al destierro, a pesar del amor que, según parece,
siempre le guardó su abuelo Augusto. Alguien habría llegado a insinuar, incluso, cierto
protagonismo de Ovidio en la decisión del príncipe de visitar, de incógnito y en la sola
compañía de su íntimo amigo Fabio Máximo, al joven desterrado en la isla de Planasia.
Como es sabido, esta entrevista fue conocida por la indiscreción de la esposa de
Máximo, a quien éste había contado el secreto. Ante esto, Máximo se suicidó y, sostiene
esta interpretación, Ovidio, su más estrecho amigo, habría sido enviado al exilio.
12
A dejar hambrienta, en fin, mi vejez extranjera”32
Lo cierto, pues, es que en ambos casos nos hallamos ante el delito de
difamación. Recuérdese lo que a su respecto decía Cicerón, contemporáneo de Catulo, y
defensor, como viéramos, de Cornelio frente a las calumnias de Cominio: “Cuando
nuestras Doce Tablas sancionan la pena de muerte para pocos casos, entre ellos, sin
embargo, consideraron éste punible: si alguien hiciese canciones satíricas, o
compusiese versos, los cuales comportasen una difamación o una injuria a otros. Muy
sabiamente. Puesto que es al juicio de los jueces legítimos, y de los magistrados, que
debemos exponer la vida, y no a la inspiración de los poetas; ni hemos de oír insultos
como no sea, según dicha ley, de tal modo que sea permitido responder la acusación, y
defenderse judicialmente”33.
Se trata, pues, de una conducta para la cual ya el ordenamiento antiguo
establecía la sanción capital, y ello parecía satisfactorio a espíritus como el de Cicerón.
¿Por qué no, pues, a personas instruidas y cultas como nuestros dos poetas? ¿Cómo no
pensar, pues, que se estaban refiriendo a procedimientos concretos y reales, y no a
meras figuras literarias?
Soy consciente de que las coincidencias entre ambas obras podrían deberse al
simple conocimiento, por parte de Ovidio, del poema de Catulo. Sin embargo, aunque
es muy posible que hubiese existido tal lectura, otra alternativa me parece más potable:
Ovidio, en el primero de sus versos citados, se refiere al “uncus”. Éste era un
bastón, terminado en un garfio, con el cual eran arrastrados, de un modo infamante, los
cadáveres de los criminales muertos en la cárcel, para ser arrojados o expuestos en las
Escaleras Gemonías, que se hallaban, aparentemente, en una ladera del Capitolio34.
A partir de este dato, se ha planteado, desde la Edad Media, si no existirá una
referencia implícita, en ambos textos, a una forma de linchamiento, con caracteres
jurídico-rituales, que habría tenido lugar por aquellos años, en las Gemonías35. Esa será,
pues, mi hipótesis de trabajo.
32
Ovide, p 845
Cicerón, Pensées, París, c.1744, pp 304-306 (trad. nuestra del latín)
34
Valbuena, pp 317; Diccionario ilustrado latino-español español-latino Spes,
Barcelona, Biblograf, 1964, p 529. Sobre las muchas otras acepciones de uncus, ver
Valbuena, p 793
35
Catulo, p 277. La palabra “gemonías”, incluso, pasó al castellano como sustantivo
común, con el sentido de “castigo muy infamante” (Diccionario enciclopédico ilustrado
33
13
6. EL SUPLICIO DE LAS GEMONÍAS
Sin embargo, este suplicio de las Gemonías nos es prácticamente desconocido. En
general, las fuentes del Principado mencionan estas escaleras infamantes como un sitio
donde, en las primeras décadas de ese período (por lo menos, hasta el advenimiento de
Vespasiano), se habría realizado la exposición de cuerpos de ajusticiados, ya sin vida.
Pero hay fuertes indicios de que existió algo más...
Así, Valerio Máximo (De los hechos y las palabras memorables, VI.3.3) habla de
la colocación insultante del cadáver en ese sitio público36, pero en el punto 9.13 del
mismo Libro, dice que el cuerpo de Quinto Cepio, “lacerado por la mano funesta del
verdugo, yacente en las Escaleras Gemonías, fue contemplado con gran horror por todo
el foro romano”37.
Valerio dice “corpusque eius funesti carnificis manibus laceratum”, frase de la
que podemos extraer dos conclusiones. Primera, que lo lacerado parece haber sido el
cadáver de Cepio (corpus eius). Segunda, que efectivamente hubo una laceración, y de
efectos terribles, porque los romanos, que estaban acostumbrados a ver cosas duras, lo
contemplaron cum magno horrore. En efecto, laceratio es “la acción de hacer pedazos,
de maltratar, estropear, romper”, y laceratus se dice de quien está “maltratado, hecho
pedazos”. La palabra madre, lacer, posee más contundentemente el significado de
“desmembrado, mutilado”38.
Desgraciadamente, Valerio (quizás por delicadeza) no nos describe más en detalle
el estado del corpus de Cepio tras la laceratio. No podemos dejar de preguntarnos:
¿sería semejante al que surge de los poemas de Catulo y Ovidio?
También para Suetonio, las Gemonías son principalmente un lugar de exposición
de cadáveres de criminales (el de Agripina, en Tiberio, 53; los de decenas de personas,
incluidas mujeres y niños, luego arrastradas con el uncus y arrojadas al Tíber, en
Tiberio, 61; el del propio cuerpo del príncipe muerto, al que algunos querían llevarlo
de la lengua española, Bs.As., Sopena, 1970, II, p 1561), y en tal sentido aparece, por
ejemplo, en el panegírico A Hidalgo, del poeta mexicano José Juan Tablada: “Pon en tu
pecho, entre tus dioses lares, a Hidalgo, que arrasó tus gemonías” (XIII).
36
Cornelius Nepos, Quinte Curce, Justin, Valère Maxim, Julius Obsequens, Oeuvres
complètes, París, Firmin, p 710
37
Idem, p 726
38
Valbuena, p 401
14
con el uncus, en Tiberio, 7539). Pero en Vitelio, 17, narra cómo ese breve césar “en las
Gemonías fue finalmente despedazado [excarnificatus] con pequeñísimas heridas
[minutissimis ictibus, obviamente con la idea de demorar el suplicio], hasta morir, y
luego arrastrado con el uncus hasta el Tíber”40.
En el caso de Vitelio, a diferencia del de Cepio, el despedazamiento se habría
producido en vida. Suetonio dice claramente: “minutissimis ictibus excarnificatus atque
confectus”, frase donde las últimas dos palabras confieren la idea de que el desdichado
príncipe falleció consumido por las múltiples heridas inflingidas por el verdugo41.
Coincide Tácito (Historias, III, 85), aunque es muy posible que su fuente en este
aspecto sea Suetonio mismo. Dice que Vitelio fue desgarrado, destruido (“concidit”)
“ingestis vulneribus”, frase que Dureau de Lamalle traduce “de mille coups”, pero que
más me inclino a verter como “con cortes profundos”, aunque comparto el sentido de
muerte lenta y dolorosa que se desprende del texto42. Sin embargo, tampoco sabemos
más sobre el procedimiento empleado.
Es digno de consideración el comentario de Tácito, en Anales, III, 14, acerca de lo
sucedido con Pisón. Acusado de envenenar al carismático Germánico, parecía gozar del
apoyo de Tiberio, que podría implicar su absolución. Mientras era juzgado, una multitud
se congregó a las puertas de la Curia, exclamando que, si Pisón no era condenado, el
pueblo sabría hacer justicia por mano propia. “Trajeron estatuas de Pisón a las
Gemonías, y las hubiesen destrozado, si el príncipe no hubiera dado orden de que fuesen
protegidas y devueltas a su sitio43”.
Dos factores de interés para nosotros aparecen aquí. Por un lado, la intervención
popular, clamando ante el Senado, y amenazando con matar al acusado. Esto recuerda al
arbitrium populi de Catulo, y al populus plaudente, de Ovidio. Por otra parte, está
presente la idea de destrucción corporal, que en este caso, al no tenerse al sujeto, se
traslada, al mejor estilo de las quemas en efigie de la Inquisición, a sus estatuas. Nótese
que Tácito emplea el verbo divello, que posee el sentido violento de “arrancar, separar,
apartar, quitar por fuerza”, e incluso, en Horacio, “arrancar con los dientes a bocados”44.
39
Suétone, Les Douze Césars, Paris, Garnier, 1931, I, pp 294, 304, 320
Idem, II, p 296
41
Valbuena, p 174
42
Tacite, Nouvelle Traduction, París, Guiguet, 1808, III, p 482
43
Tacite, I, p 312
44
Valbuena, p 243. Así lo entiende C. D. Fisher (Cornelii Taciti Annalium, Oxford,
1906, en The Latin Library, www.thelatinlibrary.com/tacitus/tac.ann3.shtml#14). En
40
15
7. CARACTERES DE PROCEDENCIA DEL SUPLICIO
Las Gemonías conservan en Tácito, paralelamente, su triste carácter de sitio de
exposición de los cadáveres de las víctimas de las ejecuciones. Pero es muy notable que,
en general, igual que en Suetonio (recuérdense los ejemplos que diéramos antes), se
trate de casos que presentan dos peculiaridades. A saber:
Por un lado, las ejecuciones son resultado (directo o indirecto) de intervenciones
populares, o bien de gestos políticos con clara intención de dar ejemplo público. A las
muestras ya vertidas, podrían agregarse muchas otras. Así, por ejemplo, cuando Dión
Casio reporta la caída de Sejano (Historia romana, LVIII, 11, 4), dice: “Por el
momento, es verdad, sólo fue arrojado a la prisión; pero un poco más tarde, ese mismo
día, el Senado, congregado en el templo de la Concordia, no lejos de la cárcel, al ver la
actitud del populacho, y notar que ninguno de los pretorianos se hallaba cerca, lo
condenó a muerte. Por orden suya, fue ejecutado, y su cuerpo lanzado por las
escalinatas, donde la multitud abusó de él por tres días enteros, y finalmente lo arrojó al
río”45.
Por otra parte, estos supuestos presentan un fuerte aroma de ilegalidad, de ilicitud,
cuando no constituyen lisa y llanamente terribles atrocidades desde la óptica jurídica (y
así son percibidos por sus narrado46res). Por ejemplo, en Anales, V, 9, Tácito dice que
allí fueron arrojados los cuerpos de los hijos de Sejano, un jovencito y una niña
pequeña. A ésta última, que no entendía qué estaba pasando (“¿Qué falta he cometido?
¿Adónde me llevan? No lo volveré a hacer, acepto que me castiguen”, repetía, mientras
la acarreaban a la prisión), el verdugo, según Suetonio, la violó antes de matarla,
cambio, Jean-Baptiste Dureau de Lamalle, en su famosa edición de 1808, que es la que
en general empleo (cita anterior), vierte el verbo devello, cuyo sentido es muy próximo:
“tirar, arrancar, sacar, coger tirando con fuerza” (Valbuena, p 227), aunque un ápice
menos violento. La idea de despedazamiento, sin embargo, es común a ambos (cuya raíz
seguramente sea la misma).
45
Tomo el texto de Dión Casio del sitio de la Universidad de Kansas:
www.ukans.edu/history/index/europe/ancient_rome/E/Roman/Texts/Cassius_Dio/58*.ht
ml#5.6 (traducción mía del inglés, los destacados en itálicas son nuestros).
46
El mero hecho de la destrucción de los cadáveres, o su lanzamiento al Tíber, ya
resulta contrario a los criterios de Ulpiano y Paulo recopilados en el Digesto (48.24.1 y
48.24.3), cuyo principio es que “los cuerpos de los delincuentes, pedidos por sus seres
queridos para darles sepultura, han de serles entregados” (Paulo). Tomo el Digesto de:
www.thelatinlibrary.com.
16
“porque era inaudito que una virgen recibiera la pena capital” [triumvirali supplicio]. Es
decir, un acto aberrante, desde cualquier óptica jurídica de entonces47.
Y Dión Casio (Historia romana, LVIII, 1, 3), al referirse a un hombre que fue
objeto de una delación por parte de un informante del mismo Sejano (sic transit gloria
mundi), narrra que “fue puesto en prisión ese mismo día, y luego murió sin juicio,
siendo su cuerpo arrojado por la escalinata” (es decir, las Gemonías)48.
Sobreviene, pues, una pregunta inevitable: ¿Cumplía, en esos casos, la exposición
del cadáver en las Gemonías una cierta función de “blanqueo” jurídico de las
ejecuciones concretadas ilícitamente49? Y, muy vinculada con ella, otra cuestión:
¿Poseían las ejecuciones por despedazamiento algún valor ritual, ancestral, que las
relacionaba, en el inconsciente cultural romano, con alzamientos populares contra
elementos peligrosos?
Los ejemplos son muy numerosos. En las Historias de Tácito (III, 74), se narra el
episodio de Sabino. Atrapado ese hombre prominente por la gente de Vitelio, en el
transcurso de los tumultos que terminarían con el gobierno y la vida de éste, sus
captores exigen del príncipe la ejecución inmediata. Vitelio parece dudar, y entonces la
“sordida pars plebis” (recuérdense el arbitrium populi y el populus plaudente) le exige
a gritos el suplicio. Ante lo cual el gobernante cede, y deja hacer al pueblo, que toma al
cautivo, lo hiere (el sustantivo “confossus”, que emplea en este punto Tácito, da la idea
de perforaciones, aberturas en el cuerpo50: ¿para extraerle los órganos o las vísceras?) y
lo despedaza (otra vez el verbo “lacero”). Luego lo decapitan, y arrastran su cadáver
mutilado a las Gemonías51.
8. LOS MUERTOS NO GIMEN
47
Según Dión Casio (Historia romana, LVIII, 11, 6), Apicata, la mujer de Sejano, que
no había sido condenada, al ver los cuerpos de sus hijos expuestos en las Gemonías,
cometió suicidio (Idem nota anterior).
48
Idem nota anterior (itálicas nuestras).
49
Según Tácito (Anales, VI, 25), por ejemplo, Tiberio se jactaba de no haber expuesto
el cadáver de su nuera Agripina, oficialmente muerta de hambre en el exilio de la isla
Pandataria, en las Gemonías (Tacite, II, p 186). Sin embargo, como ella había sido
objeto de acusaciones graves que, reales o no, brindaban un revoque de legitimidad a su
deportación, y, en la versión del gobierno, ella se había acarreado el fin a sí misma, al
rechazar los alimentos, el ritual de las Gemonías hubiera carecido de sentido.
50
Valbuena, p 176
51
Tacite, IV, p 464
17
Hay, todavía, un factor de interés inherente al nombre de estas escalinatas,
inseparablemente ligadas a los castigos que nos ocupan. Tenemos evidencias de que los
romanos del Principado lo vinculaban con el verbo gemo (gemir), y con el sustantivo
gemitor (gimiente).
Así, por ejemplo, Plinio (Historia natural, VIII, 61, 3), las llama directamente
gradus gemitoriis (la “escalinata de los gimientes”)52. Tal etimología popular, según
sostiene Platner (fundado en Schulze), y probablemente con razón, era equivocada, y
seguramente la designación derivaba, sin que sepamos en razón de qué, del nombre
propio “Gemonius”53.
Pero lo que aquí nos importa es que los muertos no gimen. De modo que, si en la
mente del romano de entonces esas escaleras evocaban gemidos y gimientes, tal vez
fuera porque, de hecho, había quienes gemían en ellas. Lo que bien se conjuga con los
testimonios sobre suplicios lentos y penosos llevados a cabo allí.
9. UNA REMINISCENCIA MUY LEJANA
Estas concepciones sobre la prolongación de los castigos corporales tras la
muerte de los ejecutados, con fines infamantes y ejemplares, y también vinculados a la
cosmovisión metafísica del grupo en relación con la vida ultraterrena, se observan en
otras culturas muy diferentes de la romana, y que no se suponen influidas por ésta, ni
viceversa. En concreto, he tenido oportunidad de estudiar un sacrificio ritual bastante
52
Histoire naturelle de Pline, París, Firmin, 1865, I, p 342. La narración que vierte aquí
este autor es notable. Se está refiriendo, elogiosamente, al comportamiento de los
perros, y cuenta: “Bajo el consulado de Apio Junio y de Paulo Silio, Ticio Sabino y sus
esclavos fueron condenados a muerte a causa de Nerón, hijo de Germánico; un perro
perteneciente a uno de esos esclavos, no pudo ser echado de la prisión, ni alejado del
cuerpo de su dueño, cuando éste fue arrojado en las Gradas de los Gimientes. Allí
lanzaba aullidos de dolor, en medio de la gran multitud de ciudadanos romanos, y
cuando uno de ellos le lanzó comida, la llevó a la boca del difunto. Incluso, al ser tirado
el cadáver al Tíber, el perro se zambulló, e intentó sostenerlo, ante una multitud
emocionada al contemplar la fidelidad del animal”. Si creyésemos que había perros
implicados en el descuartizamiento de las Gemonías, esta anécdota poseería, además, un
interés doble para su autor, por el contraste de esos canes famélicos con el héroe del
relato.
53
Ball Platner, Samuel, A Topographical Dictionary of Ancient Rome, Londres, Oxford
University, 1929, p 466 (completado y revisado por Thomas Ashby). Según este autor,
digámoslo de paso, la ubicación geográfica de la escalinata es incierta. “Una escalinata
subiendo el Monte Capitolio, más allá de la cárcel, sobre la cual los cuerpos de ciertos
criminales, que habían sido ejecutados, eran arrojados y dejados expuestos por un
tiempo — una práctica frecuente durante el Imperio. Son mencionadas a menudo,
primeramente bajo Tiberio”.
18
parecido en muchos aspectos en el contexto del Tawantinsuyu sudamericano: el suplicio
llamado runatiña, es decir, “tambor humano” (literalmente, “hombre tambor”, en
kechwa)54.
A semejanza del castigo de las Gemonías, el runatiña se reservaba para
delincuentes públicos, que hubiesen atentado contra la estabilidad institucional.
Característicamente, los sediciosos. También como en Roma, sus sujetos podían ser, y a
menudo serían, hombres poderosos. En los Andes, por definición, se trataba de jefes
capaces de concitar la fuerza de grupos, que le permitiesen enfrentar al poder central.
Como las rebeliones, según las fuentes, eran moneda corriente en el
Tawantinsuyu, se procuró un castigo terrible, ejemplar, que transformase al traidor en
un símbolo de la inviolabilidad del gobierno contra el cual se había alzado. Su ejecución
no bastaba, y menos entre gente que creía fervientemente en la vida tras la muerte.
Una vez ejecutado el rebelde, dejándole sus ropas, marca de la pertenencia a su
ayllu o grupo étnico, seguramente para humillación y escarmiento de éste55, su pellejo
era vaciado, y con él se confeccionaba un tambor, cuya caja de resonancia era el espacio
que otrora ocupara la barriga. Las manos se le dejaban colgando, de modo que pudiesen
ser usadas como parches, para golpear en tan macabro instrumento.
Previamente, era decapitado, y con su calavera se hacía un mate para beber
chicha. Se le arrancaban dientes y muelas, y con ellos se confeccionaban gargantillas.
Con huesos de las extremidades, se realizaban flautas.
Es probable que estos despojos quedasen en eterna exposición o depósito, en
poder del monarca, pues el cronista indígena Waman Puma de Ayala dice que aquél los
“tenia”. Parte del castigo, pues, residiría en no devolver los restos a los familiares, para
que los enterrasen de acuerdo con sus ritos, en el terruño original. Los instrumentos,
utensilios y adornos confeccionados con el cadáver serian, seguramente, sólo objeto de
un uso ceremonial, posiblemente público.
El gobernante mismo, según parece, era el encargado de ejecutar estas supremas
demostraciones de su poder. Esta terrible práctica impactó a los europeos
54
Trabajé esta institución primero en Sobre las instituciones penales del Tawantinsuyu
tardío, en RHD, 15 (Bs.As., IIHD, 1987); luego en El publicismo como característica
del Derecho del Tawantinsuyu, en El aborigen y el Derecho en el pasado y el presente
(Bs.As., UMSA, 1990); y finalmente en Matrimonio incaico. El Derecho de Familia del
país de los Incas en sus últimos tiempos (Quito, Cevallos, 2003, pp 52 ss).
55
Aiala, Felipe Guaman Poma, El primer nueva corónica i buen gobierno, México,
Siglo XXI, 1980, I, p 166
19
conquistadores, a pesar de que éstos no eran mojigatos en materia de fiereza. Uno de
ellos, un tal Alonso de Mesa, al declarar, en 1572, ante los escribanos del virrey Toledo,
en las encuestas llevadas adelante por éste, recuerda el curioso incidente que le ocurriera
cuando “entró en una casa y halló una cabeza sacados los sesos de ella y forrados los
cascos en oro y en la boca tenía un canuto de oro, y que tomó esta cabeza y se la llevó al
marqués, y estando comiendo le preguntó a Atawallpa qué era aquello, y él le dijo esta
es cabeza de un hermano mío que venía a la guerra contra mí y había dicho que había
de beber con mi cabeza, y lo maté yo a él, y bebo con su cabeza; y la mandó henchir de
chicha y bebió delante de todos con ella”56.
Parece que habría, en efecto, tras la ejecución del traidor, una ceremonia o un
banquete, donde el monarca pronunciaría una frase ritual semejante a la escuchada por
Mesa: “Beberemos con la calavera del enemigo, nos pondremos por collares sus dientes,
tocaremos la flauta con sus huesos y el tambor con su pellejo, y así bailaremos!”57.
En la sociedad andina, que no concebía ]a existencia de un alma separada del
cuerpo físico, que creía que la suerte del cadáver estaba indisolublemente ligada al
destino post-mortal, este castigo necesariamente generaría un terror inenarrable. Peor
que la muerte, la condena a pasar una eternidad convertido en instrumento ceremonial
que exalta la grandeza del enemigo, objeto ridículo sometido al público escarnio,
vergüenza perenne del propio ayllu, obraría como elemento de disuasión para los
eventuales rebeldes58.
Es obvio que los contextos son diferentes, y las formas del suplicio ritual
también. Pero las actitudes psicológicas inherentes a ambos, sin embargo, parecen
mostrar varios puntos de interesante coincidencia, siquiera al mero efecto comparativo.
10. CONCLUSIÓN
A partir de las plumas poéticas de un Catulo adolescente trenzado en lides
políticas, y de un Ovidio amargado por su destierro misterioso, hemos simplemente
lanzado la hipótesis de una forma de suplicio o desmembramiento post-mortal de ciertos
56
Levillier, Roberto, Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú, su
vida, su obra (1515-1582), Bs.As., 1940, II,, p. 200
57
Aiala, pp 163, 287. 308; Cabello de Balboa, Miguel, Historia del Perú bajo la
dominación de los incas, Lima, 1920, VIII; y el Discurso de la sucesión y gobierno de
los incas (1580?), citado por Levillier, p 240
58
de la Vega, Garcilaso, Historia general del Perú, Segunda Parte de los Comentarios
Reales de los Incas, Bs.As., 1944, I, p 118
20
sujetos en la Roma de fines de la República y las décadas iniciales del Principado. Las
evidencias, creo, invitan a un estudio ulterior de esta posibilidad, que mostraría otra
faceta jurídico-política del contexto romano de ese riquísimo y turbulento período.
Las características descriptas por ambos poetas, y la presencia de estos
elementos en Catulo, es decir, en tiempos de Julio César, hacen colegir la antigüedad de
estas conductas, que bien podrían derivar de tradiciones arcaicas. Creo que estamos ante
algo muy digno de interés, que bien amerita ser profundizado más allá de los límites de
este trabajo.
Valga, pues, el mismo, como mera invitación a hacerlo.
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