¿Qué significa ser mexicano? Julieta Lechuga El mexicano no tiene una clara identidad; ya que no se logra definir a sí mismo, por un lado hay cierta negación de su pasado indígena, creando así un rechazo a su propia cultura. Desde la conquista hasta la Revolución, la cultura mexicana no ha cesado su ansiedad por la búsqueda de su ser, de su identidad que, queramos o no, hemos deformado o incluso enmascarado impidiendo expresar nuestra realidad y verla tal y como es. Definir la identidad del mexicano no es algo sencillo. Esto porque el mismo mexicano no sabe cómo definirse a sí mismo. Proviene de un pasado que no logra asimilar ocasionando una severa crisis de identidad que arrastra hasta nuestros días. Para nosotros, el problema principal es que el mexicano no ha logrado definir cuáles son sus raíces, de dónde viene y por lo tanto a dónde va, ya que un pueblo sin pasado no puede tener presente y mucho menos futuro. De acuerdo con Octavio Paz en su libro El Laberinto de la Soledad, el mexicano es producto de una mezcla de dos culturas opuestas entre sí. Dos culturas que de entrada el mexicano rechaza. Reniega del legado español debido a la violencia con la que este “violó” y sometió a la tradición indígena, por considerarlos asesinos de un pasado glorioso e imponente. Sin embargo, este orgullo no se perpetúa, concluye con el último imperio pues el indígena subyugado, violado, servil y a merced del conquistador no es un modelo con el que el mexicano pueda o quiera identificarse. Más aún lo rechaza por ser el débil, aquel que terminó doblándose frente a los intereses del conquistador. La influencia que esta dualidad ha tenido en la concepción que el mexicano tiene de sí mismo se traduce en un constante sentimiento de inferioridad que no le deja avanzar. Él mismo pone “trabas” a su crecimiento o se excusa en esta situación, consciente o inconscientemente, para achacar sus derrotas o sus proyectos frustrados a un pasado que no puede aceptar pero del que tampoco puede huir. Otra de las grandes influencias que han determinado la identidad del mexicano es el liberalismo europeo que se empieza a acoger desde tiempos independentistas. Los reconocidos como libertadores tanto de México como de América, desde Hidalgo hasta Bolívar pasando por San Martín, fueron fuertemente influenciados por los ideales de libertad, justicia e igualdad que presentaban los liberales franceses. El más claro ejemplo de esta influencia es como nuestra constitución es básicamente una réplica de la Constitución Francesa. El gran problema de esto es que una constitución es resultado de las situaciones, contexto, historia de un país; ya que se trata del documento rector de la vida nacional. La Constitución Francesa fue hecha como resultado de las luchas y problemas de Francia y buscaba resolver los problemas de este país. Sin embargo, en México se impuso una réplica casi exacta de esta, que no respondía a las necesidades del país. Esto obviamente trajo muchos problemas pues en lugar de resolver las diferencias y los conflictos internos lo único que hizo fue agravarlos. Es hasta a partir de la revolución, cuando se empieza a conformar la verdadera esencia del mexicano, pues esta etapa marca el principio de una nueva era en la que el mexicano deja a un lado sus sentimientos de inferioridad para dar paso a la creación de una identidad propia, y comienza a despertar en el pensamiento crítico tanto de su pasado como de su presente y se da cuenta de que tiene que encontrar esa identidad, que le permita avanzar hacia el tan anhelado progreso. Esto lo podemos ver en los trabajos de intelectuales y del gobierno que se esforzaron por definir ese ser del mexicano: el movimiento académico que comenzó después de la revolución con José Vasconcelos a la cabeza, continuando la labor de Justo Sierra. Se buscaba un nuevo espíritu, bajo el argumento de la “raza cósmica”, una raza que conjugaba lo mejor de dos grandes culturas tradicionalmente encontradas, la europea y la indígena, y que representaba el fin de este conflicto. Vasconcelos fue quien encabezó un ambicioso proyecto de difusión cultural en el país, con programas de instrucción popular, edición de libros y promoción del arte y la cultura. El objetivo era integrar a México al mundo y recuperar su pasado. Trabajando con maestros rurales que fomentaban la instrucción se ganó el apodo de "apóstol de la educación". Además, inició un ambicioso programa de intercambio educativo y cultural con otros países americanos, o "embajadas culturales”. La influencia de José Vasconcelos también se tradujo en el crecimiento de muchos artistas e intelectuales que se quedaron en México a trabajar y con ellos logró idear nuevas fórmulas de expresión artística, masiva, con tintes políticos y de propagada pero de gran valor artístico. Prueba de ello son los murales de los muralistas como Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Otro punto que creemos tiene gran influencia hasta nuestros días fue la llegada de cientos de intelectuales españoles exiliados tras el comienzo de la Guerra Civil Española. Lo fundamental de este movimiento es que no buscaban instaurar cierta filosofía, si no que enseñaron a los estudiantes mexicanos y futuros pensadores a desarrollar sus capacidades intelectuales, como diría Octavio Paz los “enseñaron a pensar” y esto se tradujo en el surgimiento de nuevas ideologías y corrientes que diseñaron lo que hasta hoy conocemos como lo mexicano y que nos permiten tener una nueva perspectiva y ser críticos de nuestra propia identidad. Así pues, el mexicano no tiene una clara identidad ya que no se logra definir a sí mismo, ya que hay cierta negación de su pasado indígena, creando así un rechazo a su propia cultura, provocando esto a su vez la adopción de otras culturas como la suya. Desde la conquista hasta la Revolución, la cultura mexicana no ha cesado su ansiedad por la búsqueda de su ser, de su identidad que, queramos o no, hemos deformado o incluso enmascarado impidiendo expresar nuestra realidad y verla tal y como es. “…vivimos, como el resto del planeta, una coyuntura decisiva y mortal, huérfanos de pasado y con un futuro por inventar...”, Octavio Paz, “El laberinto de la soledad”, Colección popular , 3a ed, México D. F, 1999 (pp.187).