apoderarse del futuro - Universidad de Granada

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CAPÍTULO 11
APODERARSE DEL FUTURO
Hasta el momento hemos ido reflexionando sobre todas las circunstancias que creemos que, de una u otra forma, pueden afectar a la
construcción de un mundo más justo y pacífico. Lo hemos hecho
desde la perspectiva de nuestros conocimientos sobre la Paz y los
Derechos Humanos. Tal como hemos advertido en la propia introducción de este libro, hemos trabajado con los enfoques que teníamos
disponibles, los de nuestras propias biografías como investigadores,
los que proceden de nuestras disciplinas, de nuestra formación y de
nuestras opciones axiológicas, ontológicas, epistémicas, académicas,
sociales y políticas. Somos conscientes de ello, por tanto asumimos
que hubieran sido posibles —y deseamos que lo sean— otros enfoques
que en definitiva contribuirán a enriquecer nuestra mirada. Igualmente
somos conscientes de que existen ciertos debates por resolver que no
hemos sabido abordar con toda la profundidad necesaria y que, incluso, lo hemos hecho contradictoriamente, en una parte porque nuestras
formaciones son diversas, porque no hemos sabido resolverlos adecuadamente, pero, por otra parte, creemos que no es negativo dejar debates pendientes de ser resueltos, abiertos.
En los capítulos iniciales hemos visto un «estado de la cuestión»,
revisando los recursos disponibles para la Investigación para la Paz y
los Derechos Humanos. A partir de ahí, con la intención de tener una
perspectiva holística, hemos ubicado a los humanos en la complejidad
del universo, en el planeta tierra y en la Naturaleza. Esto nos ha
permitido reubicar nuestros modelos antropológico y ontológicos y
ver la necesidad de pensarnos bajo una perspectiva trandisciplinar.
Tambien, por otro lado, hemos querido pensar la «mediación» como
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un espacio amplio de reubicación de los seres humanos y, finalmente,
nos hemos planteado el problema del cambio social, del poder, a
través de empoderamiento pacifista.
En un segundo bloque, en los capítulos del ocho al diez, hemos
realizado un balance de las posibilidades de acción, de empoderamiento institucional y académico, desde la política académica, especialmente de las Universidades y de nuestra Comunidad Autónoma, Andalucía. Para ello hemos visto las Declaraciones Institucionales internacionales, europeas, españolas y andaluzas; las actividades llevadas
a cabo por la propia Comunidad y por las Universidades andaluzas.
Asimismo, hemos dedicado un espacio especial al Plan Andaluz de
Educación para la Cultura de Paz y la Noviolencia, al Instituto de la
Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada y a la Red Andaluza
de Investigación de la Paz y los Derechos Humanos. Por último, hemos
apuntado las perspectivas y desafíos de las políticas de investigación
andaluzas en Paz y Derechos Humanos, en las que prestamos especial
atención a lo que creemos que podía ser un eje articulador de estas
investigaciones, de una docencia especializada y de un asesoramiento
al respecto: un Centro Andaluz de Investigación de la Paz y los
Derechos Humanos.
En este capítulo, apoyándonos en el anterior balance, nos toca
mirar hacia el futuro, hacia las posibilidades de avanzar en los próximos meses, años, lustros, decenios y siglos, ya que algunos problemas
que denunciamos no tendrán solución si no es a lo largo del tiempo.
Es importante saber que muchos de nuestros deseos y propuestas sólo
serán resueltos, con esfuerzo y suerte, en los próximos años. Por ello
es fundamental distinguir entre lo que es importante, aquello que debe
de ser mantenido o modificado por encima de las emergencias que
aparezcan, y lo que no lo es tanto. Igualmente lo es hacer propuestas
desde una autocrítica, análisis, evaluación, deconstrucción y reconstrucción, de nuestro pensamiento y los modelos de acción que lleva
asociados. Recuperar la valía de todas las ideas filantrópicas de justicia, equidad o felicidad, liberalizadoras o emancipadoras, y desactivar todas aquellas que sean contrarias a estos preceptos. Finalmente
creemos que el reconocimiento de estos recursos de la praxis disponibles nos permite implemetar aquellos que nos sean útiles y desactivar
aquellos que frenen nuestro avance hacia futuros mejores. Es por esto
último por lo que preconizamos un optimismo inteligente basado en
las posibilidades de sustentar una praxis liberalizadora.
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11.1. EMERGENCIAS, URGENCIAS E IMPORTANCIAS.
Todo este recorrido, tanto en su aspecto más teórico como en el
más práctico, lo hemos realizado con la mirada puesta en el Futuro, en
los días, meses y años venideros donde la Investigación para la Paz y
los Derechos Humanos se pueden convertir en una contribución más
o menos significativa al bienestar social y la paz en nuestra Comunidad y, ojalá por extensión, en su entorno más inmediato y mediato. El
Futuro es el espacio de la confluencia, del encuentro, de la reconciliación de actores, conflictos, necesidades, proyectos o percepciones
de diversa consideración y alcance. Porque de poco servirían todas las
reflexiones anteriores sin la praxis, si no tuvieran un reflejo práctico
y unas consecuencias, si no sirvieran para transformar la realidad.1
Por lo tanto es necesario pensar, accionar y apoderarse de un futuro
que deberá atender las emergencias y urgencias, pero sobre todo, lo que
es más importante, utilizar la valoración crítica del pasado para detectar
las normas, los sistemas y las estructuras en los que se apoya la benevolencia y malevolencia humanas. Utilizar este aprendizaje crítico para
reconstruir las premisas para los días venideros. Un futuro solidario con
las generaciones venideras, en el que prime la justicia y la equidad, en
el que los conflictos sean regulados por vías pacíficas y en el que esos
conflictos —signo de nuestra condición «imperfecta»— nos den la posibilidad de imaginar y crear nuevas situaciones deseables de acuerdo
con nuestros valores de Paz y Derechos Humanos. El Futuro se convierte,
en sentido estricto, en la única propuesta posible de transformación de
la realidad, por ello es necesario pensarlo y trabajarlo con los mejores
recursos a nuestro alcance. El presente es la realidad que vivimos ahora
mismo y puede que el futuro —mañana, el mes que viene, dentro de un
año o de cincuenta— sea la única realidad que podemos cambiar y que
por lo tanto no puede estar ineludiblemente «secuestrado» por las realidades del presente. Este va a ser siempre un debate delicado, cómo ligar
las «imperiosas» demandas del presente con la construcción de futuro,
puesto que en muchos momentos se van a presentar como incompatibles.2
1. MUÑOZ, Francisco A. (2004) «Futuro, Seguridad y Paz», en MOLINA
RUEDA, Beatriz, y MUÑOZ, Francisco A., pp. 445-470.
2. Cf. BOULDING, Elise - BOULDING, Kenneth E. Op. cit; SÁNCHEZ, Jesús
- MUÑOZ, Francisco A. - JIMÉNEZ, Francisco - RODRIGUEZ, Javier. (eds.) Op.
Cit.
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MUÑOZ-HERRERA-MOLINA-SÁNCHEZ
Es necesario, en consecuencia, preparar los instrumentos, los espacios y las conciencias para poder diseñar opciones de futuro, alejadas
de los convencionalismos conservadores —que a veces son demasiado
condescendiente con la injusticia—, más audaces y atrevidas, en suma.
Buscar decididamente alternativas a las preocupaciones reales de las
gentes que sufren cualquier forma de injusticia. Para alcanzar estos
fines, es importante que el máximo posible de actores sociales se vean
involucrados en la creación de un nuevo futuro. Aquellos que padecen
cualquier forma de discriminación y todos los que solidariamente
quieren un mundo mejor. Se trata en definitiva de proyectar futuros
imperfectos, pero deseables, perdurables, justos y pacíficos.
Como señalábamos más arriba, a lo largo de todos los capítulos que
componen este libro hemos ido haciendo un cierto balance del estado
de los conflictos, la paz y la violencia. Una conflictividad amplísima
como corresponde a una especie humana que tiene en el conflicto una
de sus bases de existencia. Demasiada violencia sin duda. A la «aprehendida» a lo largo de los siglos sumamos nuevas formas, muchas de
ellas ligadas al neoliberalismo y a la globalización. Y, por suerte, una
mayoría, real pero no del todo reconocida –y aquí reside el «giro
espistemológico» que propugnamos, en tener capacidad de detectarla
y empoderarla— de regulaciones pacificas de los conflictos, de prácticas pacíficas. En la planificación que hagamos del futuro tendremos
que tener en cuenta estas circunstancias: aceptar la conflictividad,
intentar frenar la violencia y potenciar al máximo la construcción de
paz y la promulgación y respeto de los derechos humanos. Lo que
hemos llamado matriz comprensiva y unitaria, que añade a los conflictos la paz y la violencia, las mediaciones y el empoderamiento, y el
diamante ético, nos suministra instrumentos intelectuales para facilitarnos esta tarea.
Energías limitadas, demasiadas urgencias por resolver, son ingredientes para la desesperanza. Nos equivocaremos una y otra vez.
Acertaremos muchas veces, puede que la mayoría, porque estamos
bastante entrenados para cooperar e intentar alcanzar el máximo de
bienestar personal y colectivo. Pero creemos que sólo podremos conservar la esperanza si poseemos estrategias de cambio. Las urgencias
son las alarmas que nos indican que algo está fallando, nos reclaman
soluciones. Pero estas últimas no pueden venir guiadas por las apariencias de la gravedad coyuntural. Hay que intentar no confundir las
apariencias —que engañan— con las causas reales y a veces profun-
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das. Los investigadores no podemos convertirnos en «bomberos» de
las injusticias, es necesario tener mecanismos de respuesta ante el
sufrimiento de las personas pero, asimismo, hay que planificar el futuro para que no ocurra ninguna tragedia.
Estamos convencidos de que una buena planificación salvará más
vidas, nos liberará de más sufrimientos, que todas las acciones de
emergencia posibles. Al fin y al cabo esto es lo que reclaman todas las
organizaciones que hacen un trabajo de campo en el voluntariado. Los
disfrutes y sufrimientos dependen de las condiciones concretas de cada
momento, pero éstas están sustentadas por sistemas que organizan y
orientan las posibilidades en una dirección u otra. De nuevo el pensamiento sistémico, relacional y «estructural» —que no estructuralista— de la paz imperfecta y la violencia estructural nos puede ayudar
para discernir los caminos del futuro. Saber los escenarios de las paces,
de las violencias, los espacios de la mediación, los actores, los intereses en juego, las dinámicas y regulaciones posibles de los conflictos,
es algo imprescindible.
Sabemos que cada sociedad, cada cultura, ha necesitado vitalmente
explicar su pasado y prever su futuro, como una manera de darle
sentido a su presente y sus aspiraciones. Para ello ha creado sus
propias imágenes de Paz, de bienestar, de «edades de oro», a través de
cuentos, mitologías, utopías o historias. Porque donde se crean esperanzas y modelos de ser y estar caben las expectativas de búsqueda de
la satisfacción máxima de sus deseos y sus necesidades, de la reproducción de sus condiciones de existencia en el mañana, para sí y para
sus descendientes; en ello consume gran parte de sus energías. El
aprendizaje, la transmisión del conocimiento, la mejora de sus avances
culturales, científicos y tecnológicos, no tienen otro sentido si no es
el bienestar y la continuidad de la especie.
Identificar, ordenar y jerarquizar los conflictos, las paces y las
violencias es importante, como lo es identificar sus relaciones, sus
interacciones y la cualidad de las mismas. Y desde ahí, hacer propuestas de un desarrollo que favorezca la equidad, dotarnos de formas de
pensamiento que nos ayuden a estas tareas, empoderar las paces y
proyectarlas hacia el futuro, puede ayudarnos en nuestros objetivos.
Aunque no estamos solos en esta tarea, ya que podríamos decir que la
mayoría de los campos del saber tienen como objetivo potenciar las
mejores condiciones posibles para la vida de los humanos. Este presupuesto está claramente especificado para las Ciencias Humanas y
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Sociales, e indirectamente para las Ciencias de la Naturaleza que
buscan el «control», la mejor relación posible con el universo, la tierra
y el resto de los seres vivos. Por tanto, desde una perspectiva constructiva inter y transdisciplinar las posibilidades de que se alcance la paz,
y el cumplimiento de los derechos humanos, dependen directamente
de la capacidad de comprensión del funcionamiento de los conflictos
(pacíficos y violentos) a cualquiera de sus escalas. Y esto sólo será
posible, de acuerdo con lo que hemos venido defendiendo aquí, reconociendo nuestra propias realidades e historias, nuestros pasados evolutivos e históricos y sus circunstancias y, desde ahí, promover herramientas útiles del presente y diseñar futuros deseables y posibles
desde tales presupuestos.
El derecho, al elevar a relación social los anhelos y valores de una
sociedad determinada, nunca nos dice lo que es, sino que nos plantea
cómo debe ser regulada dicha relación. Así, en el caso del reconocimiento de los derechos fundamentales —entendibles como concreción de los derechos humanos a una cultura o formación social dada—, lo que se nos plantea es el establecimiento de dos cosas: primero, un marco de transparencia desde el que visualizar los problemas y
conflictos; y, segundo, un marco de responsabilidad que nos impele
a garantizar medios de acción para la solución de los mismos desde
límites y fines prefijados en la concepción que de los derechos tengamos. Por esa razón, los Derechos Humanos figuran siempre como la
«utopía», como el horizonte utópico realizable, aunque sometido a
obstáculos que impiden constantemente su plena satisfacción. Los
derechos, y podríamos decir el derecho en general, siempre son un
proceso, nunca el resultado neutral de una decisión arbitraria del
poder. Beneficie a quien beneficie, la norma resulta necesariamente de
un proceso dinámico de confrontación de intereses que, desde diferentes posiciones de poder, luchan por elevar sus anhelos y valores, o sea
su entendimiento de las relaciones sociales, a ley. Sea como sea y, sea
para quién sea, el derecho conlleva siempre un componente utópico
e ideológico que hay que saber descifrar. Los Derechos Humanos, por
tanto, si queremos definirlos, o lo que es lo mismo, delimitarlos de los
intereses de los poderosos y acercarlos a las reivindicaciones, anhelos
y valores de las víctimas, debemos entenderlos dentro de esa concepción contextualizada del derecho: es decir, derecho como conjunto de
procesos dinámicos de confrontación de intereses que pugnan por ver
reconocidas sus propuestas partiendo de diferentes posiciones de po-
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der. Desde aquí los Derechos Humanos deben ser definidos como eso,
como sistemas de objetos (valores, normas, instituciones) y sistemas
de acciones (prácticas sociales) que posibilitan la apertura y la consolidación de espacios de lucha por la dignidad humana. Es decir, marcos
de relación que posibilitan alternativas y tienden a garantizar posibilidades de acción amplias en el tiempo y en el espacio en aras de la
consecución de los valores de la vida, de la libertad y de la igualdad.
¿Definición utópica? Claro está. Pero nuestra definición opta por
una delimitación de los derechos en función de una elección ética,
axiológica y política: la de la dignidad humana —que vimos en el
apartado 2.3— de todos los que son víctimas de violaciones o de los
que son excluidos sistemáticamente de los procesos y los espacios de
positivación y reconocimiento de sus anhelos, sus valores y su concepción acerca de cómo deberían entenderse las relaciones humanas en
sociedad. Ir viendo en la escuela, en el aula universitaria o en la sede
de movimientos y asociaciones de defensa y promoción de los derechos y la paz, cuáles han sido los procesos históricos y normativos que
han dado lugar a una determinada configuración de derechos; analizar
detenidamente qué tipo de relación social es la que se está estableciendo y, finalmente valorar la cercanía o la lejanía de dicha normativa
con respecto a la lucha por la dignidad humana (vida, libertad e
igualdad), puede ofrecernos un marco pedagógico y práctico que facilite entender los derechos en toda la complejidad y profundidad de
su naturaleza. ¿Cómo llevar a la práctica en la escuela, en la universidad y en la «calle» esta concepción de los derechos?
Podríamos hablar de horizontes utópicos o de futuros de acuerdo
con la pluralidad de proyectos abiertos y posibles de ser revisados de
acuerdo con la marcha de los acontecimientos. Futuros plurales frente
a todos aquellos proyectos —incluidas las utopías— cerrados y controlados por elites o vanguardias no democráticas. Futuro, o los futuros
deseables, perdurables, justos, pacíficos, pero además impuros o imperfectos. Un futuro solidario con las generaciones futuras, en el que
prime la justicia y la equidad, en el que los conflictos sean regulados
por vías pacíficas y en el que los conflictos —signo de nuestra condición «imperfecta»— nos den la posibilidad de imaginar y crear
nuevas situaciones deseables de acuerdo con nuestros valores de paz.
Un futuro en definitiva abierto a viejos y nuevos conflictos, siempre
en «proceso» de regulación pacífica de los mismos. Un futuro perdurable en cuanto que la actitud, los esfuerzos y los recursos destinados
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a reconocer y abordar los diversos intereses y conflictos sean, mayoritariamente, dinamizadores de estos como fuente de creación y bienestar.
En consecuencia, es necesario apropiarse del Futuro, pero no sólo
a impulsos de deseos, o utopías, sino con métodos científicos de
aproximación y evaluación tales como la Prospectiva (o Estudios del
Futuro) que nos posibiliten relacionarnos desde el presente, con todo
el abanico de realidades y circunstancias que representa, con la construcción de la Paz. Desde una u otra perspectiva, la paz no debe ser
considerada «total», cerrada, como punto final acabado, como objetivo «utópico» difícilmente alcanzable —si no es a costa de muchos
sacrificios—, poco realista y en consecuencia frustrante, si no contraproducente en tanto que puede ser fuente de violencia.
De esta manera la paz imperfecta podría servir para proporcionar
una vía intermedia entre el utopismo maximalista y el conformismo
conservador: se trata de ir cambiando la realidad a partir del conocimiento de las limitaciones humanas y de los escenarios presentes (un
conocimiento que nos proporcionan las distintas ciencias, la prospectiva y los estudios del futuro), pero sin renunciar a planear el futuro
ni a tener un objetivo: la paz imperfecta, que, aunque más modesto,
sigue siendo un objetivo global y deseable (por ello también con una
dimensión normativa).
Una Cultura y una Educación para la Paz y los Derechos Humanos
es la mejor inversión de futuro. Adquirir una formación que facilite la
transformación del conocimiento, la conciencia, y la actitudes frente
a los conflictos personales, grupales y de especie en todos los centros
de educación, escuelas, institutos, universidades, es una garantía de
bienestar futuro. Pero asimismo lo es hacerlo para el conjunto de la
sociedad a través de la enseñanza no formal que puede capacitar al
conjunto de la población para estos cometidos. Lo cual implica compromisos políticos y sociales, tomas de decisiones para construir una
sociedad y un mundo mejor.
Pensar en el poder de la paz, el empoderamiento pacifista, que sólo
puede ser proyectado hacia un futuro más o menos cercano de acuerdo
con las dimensiones de los problemas, de los conflictos, es una línea
esencial de este debate. Que cada acción de paz y de defensa de los
derechos humanos tenga la mayor repercusión posible, que incida en
las decisiones personales, grupales, de las asociaciones, organizaciones, ayuntamientos y gobiernos es el camino. El «poder» se convierte
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en un eje central para cambiar los futuros, un poder basado en el
crecimiento de la conciencia pacifista noviolenta.
La geopolítica de la paz que hemos desarrollado en el capitulo
siete enlaza con todas las líneas y escenarios que hemos descrito con
anterioridad, pero además es absolutamente necesaria. Estamos abordando un problema complejo que afecta a toda la especie humana y
debemos comprender que las esperanzas de avanzar hacia un mundo
más justo, de regulaciones pacíficas de los conflictos en los que estamos inmersos, pasan necesariamente por la acción global.
11.2. UN FUTURO TRANSMODERNO.
Igualmente, a lo largo de todo este libro hemos abundado sobre la
imperiosa necesidad de constatar y hacer confluir las experiencias y
recursos aprendidos y disponibles. En ese sentido cabe recordar cómo
en el capitulo quinto, La Paz y los Derechos Humanos desde un campo
transdisciplinar, se ha insistido en el imperativo de cooperar, entrelazar, debatir y negociar entre los múltiples y variados conocimientos.
Unos aprendizajes serán estrictamente culturales y otros lo serán científicos y académicos; en ambos casos propugnamos que se establezcan
relaciones trans que deben de ir acompañadas de evaluaciones y autocríticas para que los enlaces sean todo los fructíferos que queremos.
También a lo largo de todo el escrito se ha deslizado una crítica
a la modernidad y al capitalismo, y las reconocidas por muchos investigadores como sus nuevas formas: el neoliberalismo y la globalización. Que estos sistemas tienen una relación directa con la gestión de
muchas de las formas de violencia está fuera de toda duda. Entre otras
razones por las interacciones causales que se producen desde una
perspectiva de la «violencia estructural». Éstas han sido las razones
por las que muchos intelectuales han reclamado la necesidad de un
cambio de paradigma. Pero quizás desde la otra perspectiva que venimos desarrollando a lo largo del libro, de reconocer las paces por muy
pequeñas e imperfectas que sean, también podríamos —y deberíamos— ver cómo las diversas formas de capitalismo construyen y proponen regulaciones pacíficas de los conflictos que se interaccionan a
lo largo de todo el sistema. Esta perspectiva es la que nos permitiría
hablar de la «transmodernidad».
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Como hemos apuntado anteriormente, la modernidad articuló toda
una visión paradigmática del mundo que, al igual que en cualquier
otro cambio «revolucionario», supuso la ruptura con algunos hábitos
previos, la continuidad de algunos de otros, y la renovación de muchos de ellos.3 Con respecto a nuestro campo de preocupación supuso
el mantenimiento de muchas de las formas de regulación pacífica de
los conflictos y la aparición de nuevas propuestas para alcanzar mayor
bienestar, y de otras que sin embargo acarrearon mayor violencia.
Obviamente, las consecuencias de este cambio de paradigma son cuanto menos contradictorias.
Es muy difícil hacer un balance global de lo que ha supuesto la
modernidad para el mundo, sobre todo si lo que queremos preguntarnos es si ha contribuido a generar más paz y respeto a los derechos
humanos o si, por el contrario, ha generado más violencia. Como
hemos apuntado, la mayor parte de los intelectuales comprometidos
con un mundo más justo piensan que el que la violencia haya crecido
es responsabilidad del capitalismo y la modernidad. Nosotros mismos
hemos afirmado que puede que vivamos el momento más violento de
la historia de la humanidad. Pero esto no quiere decir —aunque pueda
darse por entendido— que toda la responsabilidad es del pensamiento
y las prácticas «modernos». Y, dada la trascendencia que estas cuestiones tienen para la Paz y los Derechos Humanos, es necesario realizar
una revisión de los presupuestos sobre los que se sustenta. Para ello
es de suma importancia —huyendo de las teorías conspirativas de la
historia, que explican la realidad bajo las sospecha de que una mano
negra intencionada mueve todos los hilos de acuerdo con sus intereses— reconocer las aportaciones que el capitalismo o la propia modernidad han realizado para el bienestar de la humanidad.4
Los estudios de la Paz, al investigar la violencia y los conflictos
de los que esta última procede, nos han hecho comprender cómo hay
algunas manifestaciones de la misma que hunden sus raíces, tal como
3. Véase el epígrafe 2.5 «Desde las religiones a la postmodernidad».
4. Puede que sobre este asunto haya tanta información y controversia que
nosotros mismos —los autores de este libro— no tenemos una postura unificada,
entre otras razones porque no hemos tenido la oportunidad —serían necesario al
menos varias sesiones intensas de trabajo— de debatirlo con todo el detenimiento
y profundidad necesaria. Por lo tanto optamos por un texto relativamente equidistante de nuestras posturas.
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hemos visto en el capítulo primero, en normas culturales construidas
a lo largo de toda la historia. La violencia estructural articula viejas
—aprehendidas a lo largo de los siglos— y nuevas violencias. Posteriormente hemos sabido apreciar cómo la paz imperfecta nos explica,
igualmente cómo la raíces de muchas regulaciones se encuentran en
tiempos remotos y se renuevan con propuestas contemporáneas. Todo
lo cual nos permite matizar el pensamiento establecido de que la
modernidad es responsable directa de toda la violencia, y sólo de ella.
No de otras mediaciones o instancias. Y desde este punto de vista es
desde el que podríamos hablar de «transmodernidad» como la posibilidad de denostar todo lo negativo y utilizar todo lo positivo de la
modernidad desde una posición severamente critica.
A lo largo de todo este escrito hemos intentado reconocer todos los
recursos axiológicos (valores), epistémicos (filosofía del conocimiento) y prácticos (ligados a la praxis), hemos revisado los conceptos de
conflicto, paz, violencia, derechos humanos, dignidad humana, ... En
gran medida para poder reactualizar toda esta ingente cantidad de
información hemos adoptado una posición «transmoderna», porque
criticamos con claridad y contundencia todas las consecuencias violentas de esta modernidad, pero asimismo estamos utilizando todos los
recursos de la misma que creemos liberalizadores.
Tendencias intelectuales, y también sociales y políticas, como el
feminismo, el pacifismo, los estudios postcoloniales, las propuestas
del desarrollo sostenible, y la seguridad humana, contribuyen a desconstruir y reconstruir nuestro pensamiento y hacer nuevas propuestas
que podrían ayudar a la emergencia de los reclamados nuevos paradigmas con la capacidad de condicionar y reestructurar otras formas de
pensamiento y acción hacia la construcción de un mundo mejor. Visto
así, una transmodernidad reconstruida con las aportaciones de todos
los movimientos «práxicos» por un mundo más justo, igualitario,
equitativo y pacífico, intentaría reconocer las aportaciones y los retos
de la Modernidad tras la crítica de este proyecto ilustrado. Por lo tanto,
no renunciar o asumir las aportaciones de la razón a la teoría, la
historia, a la justicia social y a la autonomía del sujeto y las críticas
postmodernas, significa delimitar un horizonte posible de reflexión
que escape del nihilismo, sin comprometerse con proyectos caducos,
pero sin olvidar sus causas justas.
Entendemos que la transmodernidad, consecuentemente construida
desde lo trans personal, cultural, disciplinar, es el paradigma para
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afrontar los desafíos de la globalización, para adentrarse en esta contemporaneidad contaminada y penetrada por todos los aprendizajes,
tendencias, recuerdos y posibilidades, transcendente y aparencial a la
vez, voluntariamente sincrética en su multicronía. La transmodernidad
coincide con lo postmoderno en su critica a la Modernidad, pero sin
su inoperante negación y ruptura con su propia procedencia.
11.3. UN FUTURO ONTOLÓGICAMENTE OPTIMISTA
Todo lo visto, propuesto, criticado y revisado en este libro no son
ni más ni menos que vías indagatorias para poder acceder a la paz.
Caminos de la praxis para movilizar recursos por la paz. Saber que los
conflictos están abiertos y que su transformaciones son indeterminadas, que existen mediaciones donde se decide sobre qué caminos
elegir, que la paz es el trayecto elegido en la mayoría de las ocasiones
y que la violencia pudiera ser frenada o corregida, nos indican espacios de trabajo para poder seguir avanzando. Coincidimos con algunos
autores que piensan que el optimismo está ligado a la disponibilidad
de recursos para cambiar el curso de los acontecimientos, a que existan
vías de acción y transformación.
El propio reconocimiento de la paz, del cumplimiento de los derechos humanos, no es ni más ni menos que saber, hacer palpable, que
en nuestras acciones se toman opciones para conseguir el máximo de
bienestar posible. La paz puede ser generadora de optimismo, y éste
da confianza y fuerzas para continuar, en el futuro, por este camino.
Concederle poder a la paz, darle cada vez más espacio público y
político, el empoderamiento pacifista, tal como hemos visto, se convierte en el instrumento principal para el cambio. Empoderar a las
personas y a todo tipo de grupos, asociaciones, organizaciones e instituciones es la garantía de los mejores futuros posibles.
En fin, un futuro que esté lo más cercano posible, pero también
alejado de la ingenuidad, lo que nos obliga a ser profundamente
críticos y combativos con la violencia del presente, pero también con
la que podamos «escenificar» en el futuro. Aprovechar al máximo las
posibilidades que la realidad nos ofrece en el presente para proyectarlas a un futuro en el que estemos lo más próximos posibles a la paz.
En cualquier caso, a través de un proceso, un camino, lleno de inconvenientes, dificultades, ventajas, facilidades —conflictivo en definiti-
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va—, abierto y sujeto a evaluación permanente, pero que siempre debe
estar presidido por la búsqueda creativa.
El reconocimiento del papel de los conflictos, de que el conflicto
ha estado ineludiblemente ligado a la historia de la humanidad, que
ha sido un factor esencial de creatividad, de adaptación al medio
ambiente, de evolución, contribuye a cambiar sin duda la percepción
que tenemos de nosotros mismos. Si reconocemos que las regulaciones
pacíficas, la Paz, tal como queremos demostrar en este volumen, han
sido esenciales en todo este proceso histórico, no cabe el menor atisbo
de duda de que el «espejo» en el que nos miramos puede cambiar en
algunas de sus cualidades espectrales. Es más, estamos convencidos,
desde nuestra posición de investigadores de la Paz, de que este paso
es completamente necesario por el «poder» añadido a que tal punto
de vista tiene para la regulación pacífica de muchos de los conflictos
violentos que padecemos actualmente, y la prevención de otros que
existen o que se puedan plantear. Tal puede ser la potencia de modelos
de pensamiento adaptados a nuestras posibilidades filantrópicas y
liberalizadoras.
Si estamos empeñados en comprender mejor los conflictos es con
la convicción de que de esta manera podremos alcanzar las mejores
condiciones de vida para el máximo de población. Nos permite tener
expectativas de la transformación pacífica del máximo número posible
de conflictos; y si a esto añadimos que, tal como pensamos, la mayoría
de los conflictos se regulan pacíficamente, tenemos posibilidades reales de conseguir un futuro más justo y perdurable.
Se impone un optimismo inteligente, que esté sustentado en razones científicas y también, por qué no, en presupuestos éticos que
discriminen y orienten su discurso, que crean que la especie humana
tiene suficientes recursos —tal como se puede deducir del estudio de
su historia— para regular los conflictos pacíficamente. La comprensión abierta de los conflictos, en la que concurre una multiplicidad de
circunstancias, nos muestra más claramente todos estos recursos disponibles, y utilizados en diversos momentos históricos y en diversas
culturas.
Optimismo –que, acudiendo a su etimología, procede de optimus,
a, um— quiere decir muy bueno, muy bien, que a su vez viene del
superlativo de bonus, promotor de lo bueno. Queremos interpretar este
concepto como la actitud activa en la búsqueda de lo «bueno», no
como la sola actitud basada en las emociones que nos hacen tener este
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MUÑOZ-HERRERA-MOLINA-SÁNCHEZ
estado de ánimo. Aunque no vamos a ser nosotros quienes neguemos
el papel de las emociones en la regulación de los conflictos. Una
gestión adecuada de los conflictos nos obliga a hacerlo con los sentimientos. Por qué no darle importancia a los sentimientos de bondad,
de felicidad, de alegría, que nos facilitan la relación con los demás.5
Pero no reivindicamos solamente esta clase de optimismo sino también
uno que sea además «inteligente» porque existen razones —muchas de
ellas vistas aquí— para poder dirigir esfuerzos hacia lo bueno, hacia
lo que valoramos como respetuoso con la paz y los derechos humanos.
En definitiva, tal como intentamos defender a lo largo de todo el
texto, estamos proponiendo una nueva aproximación a la Historia del
la Humanidad —de las culturas humanas— desde la que podamos
apreciar una nueva variable: la establecida por las vías alternativas de
regulación de los conflictos y, particularmente, por las vías pacíficas.
Como hemos afirmado en otras ocasiones, a través de ella podríamos
contribuir a redefinir el modelo antropológico dominante que tiene
como uno de sus pilares fundamentales la violencia, la fuerza, hacia
otros humanos y hacia la naturaleza.
Sin duda, una concepción abierta del conflicto, de sus regulaciones,
de la paz, tal como hemos apuntado en las páginas anteriores, no sólo
es incompatible con los rasgos descritos del modelo dominante, sino que
apunta a un tipo de relaciones humanas diferentes. Existen numerosas
razones que hacen aconsejable dotarnos de un nuevo modelo antropológico. De hecho, éste no es un canon fijado sino a través de un debate
abierto en el que participan intelectuales, políticos, mujeres, hombres,
religiosos, hombres de negocios, trabajadores, etc., de todos los confines
del planeta. Las interdependencias de la globalización hacen que las
ideas y las prácticas —es posible que éstas aún más— contribuyan a
cambiar nuestros modelos antropológicos y/o ontológicos.
Las diversas culturas llevan implícitos modelos antropológicos en los
cuales se articulan las características que se reconocen como seres humanos. Todos ellos son fruto de su interacción con el medio y de sus
vivencias experienciales e históricas. Los astros, la lluvia, los ríos, las
plantas, los animales, etc., los acontecimientos vividos y percibidos son
almacenados en las cosmovisiones y cosmologías. De esta manera, ya
5. Cf. ACOSTA MESAS, Op. cit.
INVESTIGACIÓN DE LA PAZ Y LOS DERECHOS HUMANOS...
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aun a riesgo de simplificar mucho, podríamos distinguir entre los postulados más o menos optimistas o pesimistas que pudieran condicionar
los posicionamientos ante los retos del futuro y del presente. Las religiones son sin duda uno de los transmisores principales de tales visiones.
Creemos que hay un bagaje cultural suficiente en la Historia de la
Humanidad como para pensarnos con cierto optimismo. También una
perspectiva abierta del conflicto nos permite ver la ingente cantidad
de problemas que hemos resuelto y los caminos por los que transitar
para los que nos quedan por resolver. Pero además, esta perspectiva
puede ser optimista basada en el conocimiento intelectual y científico
de nuestras circunstancias e historia.
Por tanto, la elección de un modelo optimista o pesimista no es una
elección que esté en función de las emociones que sintamos en cada
momento o de los presupuestos sobrevenidos, sino en función de los
recursos, y proyectos disponibles para actuar. Sobrevalorar la violencia puede que conlleve, implícita y explícitamente, un cierto pesimismo ya que las grandes dimensiones de las dificultades la hacen casi
insoslayable. Esto podría estar condicionado a su vez por las herramientas intelectuales de que dispongamos para investigar en un sentido u otro. Creemos que el mismo pensamiento pacifista occidental
podría estar articulado en torno a la negación de una violencia real y
milenarista frente al deseo de una paz utópica e inalcanzable. Nos
encontraríamos con una paz fuertemente deseada y sentida frente a una
violencia grandemente pensada e investigada.6
Puede existir una gran ingenuidad en la sentencia anterior, ya que
se presupone que para comprender la violencia es necesario sensibilidad, buena capacidad de observación, categorías analíticas adecuadas, metodología y presupuestos epistemológicos actualizados. Todo
porque la violencia es muy compleja. Mientras que se deja para los
ingenuos y «desarmados» pacifistas que reconstruyan —sin todas las
anteriores herramientas intelectuales a su disposición— la paz, y que
sean capaces de aplicarla en sus diversos ámbitos de actuación. La
ingenuidad se transforma en cierto mesianismo primitivista, en el que
bastaba con dar un mensaje sencillo, con cierta carga moral, para que
6. La llamada Declaración de Sevilla científicos y especialistas de diversas
disciplinas afirmaron taxativamente que no había ninguna razón en la que se
pudiera asentar la idea de una violencia natural.
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MUÑOZ-HERRERA-MOLINA-SÁNCHEZ
por sí mismo conectara y movilizara las conciencias. Y en todo caso
en denuncias apocalípticas cargadas de un pesimismo descorazonador.
Esta perspectiva «violentológica» no está exenta, como hemos
afirmado en nuemerosas ocasiones, de una cierta disonancia cognitiva
a veces cercana a la esquizofrenia. Puesto que se desea, se busca, se
valora más la paz, pero sin embargo se piensa en claves de violencia,
lo que finalmente acarrea —después de un proceso corrupto— la visión de que esta última está más presente. Muchos de los «prejuicios»
con los que se percibe la paz dependen pues no sólo de los presupuestos éticos y axiológicos de partida sino de las metodologías empleadas
para su aproximación, de los postulados epistemológicos y ontológicos que los sustentan.
Como hemos indicado, la Paz y los Derechos Humanos podrían ser
interpretados, por tanto, como una aceptación de los conflictos y un
intento de gestionar, regular y «mediar» los conflictos entre diversas
entidades humanas, en busca de una justa dignidad humana. Puede
que en el mismo proceso de acercarnos a la Paz y los Derechos Humanos deseados necesitemos ir redefiniendo, afinando, los modelos
ontológicos sobre los que nos sustentamos. Un modelo holístico, en
la medida en que reconocemos la inserción de la especie humana en
el universo, en sus destinos y sus incertidumbres físicas; naturalista—
evolucionista, en cuanto que nos reconocemos como seres vivos incluidos en el proceso de la existencia de la vida en el planeta tierra
y sujetos a leyes de la evolución de la naturaleza; humanista, por
reconocernos como unas criaturas conscientes y privilegiadas, y en esa
medida responsables con el universo, la tierra y la naturaleza que nos
acunan. Una visión de unos humanos «afortunados» por ocupar este
espacio y por las cualidades con las que han sido dotados.
Creemos, en definitiva, que, desde este optimismo inteligente, existen
abundantes recursos para Investigar la Paz y los Derechos Humanos,
para promocionar una praxis individual, social y política acorde con
estos principios. En Europa, en el Estado español y en Andalucía. A
pesar de que reivindicamos, sin ninguna duda, un mayor porcentaje
del I+D dedicado a la investigación para la Paz y los Derechos Humanos, existen muchos espacios y recursos que pueden ser utilizados para
estas investigaciones. Y parafraseando el título del libro, la Paz y los
Derechos Humanos puede ser investigados desde Andalucía, para el
bienestar de la Comunidad Autónoma y, solidariamente, del resto del
Estado español y del planeta.
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APÉNDICE:
ALGUNAS CONTRIBUCIONES
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