CHURCHILL NO SE RINDIÓ Después de la derrota de los franceses y de la expulsión de los ingleses del continente europeo, Hitler estaba convencido que la guerra había finalizado. Aguardaba que Churchill, con su temperamento realista impulsivo, sacaría las consecuencias de los factores adversos que jugaban en contra de la Gran Bretaña y entraría en el terreno de las negociaciones para buscar una salida a la dificilísima situación en que se hallaba Inglaterra. El general Jodl, que por su condición de asesor militar de Hitler recibió muchas de sus confidencias, declaró en Nuremberg: «El Führer estaba dispuesto a concluir la paz con Inglaterra en la playa de Dunkerque.» Durante un mes se paralizaron las operaciones. Sólo la Luftwaffe realizó unos vuelos de reconocimiento sobre Inglaterra, arrojando algunas bombas. Hitler recorrió los campos de batalla y recibió varios homenajes como premio a sus grandes triunfos. Esperaba que Londres aprovecharía esta tregua militar para establecer contactos diplomáticos, en las capitales neutrales, para conocer cuáles eran sus intenciones. Pero Churchill y sus principales colaboradores se mantuvieron en silencio y no dieron un solo paso que les traicionara. Finalmente, el 19 de julio se reunió el Reichstag en sesión extraordinaria para que los diputados nazis escucharan la palabra de su Führer. Un lugar especial de la sala fue ocupado por los doce nuevos mariscales que ganaron su bastón de mando en las recientes operaciones de la Wehrmacht. Naturalmente, se refirió a la guerra, pero la parte sobresaliente del discurso del Führer tuvo por tema la paz. Después de recordar que nunca fue intención suya destruir o dañar un imperio mundial, lanzó solemnemente su ofrecimiento: «En esta hora me siento obligado, ante mi conciencia, otra vez a dirigir a Inglaterra un llamamiento a la razón»; y puntualizó «No veo ninguna razón para proseguir esta lucha». (En los círculos diplomáticos berlineses, donde acostumbraban a oírse rumores interesados, se decía que Hitler estaba dispuesto a reconocer el Imperio británico a cambio de ceder a Berlín el control sobre Irak y Egipto; también se decía que apoyaría la vuelta del duque de Windsor al trono británico y que sus candidatos para reemplazar a Churchill eran Samuel Hoare y Lloyd George.) Londres no respondió al ofrecimiento de paz lanzado por Hitler. Churchill permaneció callado aceptando el consejo de sus íntimos de que la mejor replica a las palabras del Führer era el silencio, después de recordarle que el canciller alemán no había cumplido ninguna de las promesas que formuló a partir de 1933, cuando subió al poder. Con impaciencia se aguardó en Berlín la reacción inglesa, que no se produjo, y Hitler se sintió obligado a exponer cuál era la nueva situación a sus colaboradores. El 21 de julio reunió a sus principales jefes militares y les indicó cuáles eran los motivos de los británicos para continuar la guerra: Churchill esperaba la entrada en la lucha, cosa improbable, de Norteamérica y de Rusia. Luego trató de la invasión de la isla británica, «una empresa peligrosa, pues si bien es corta la distancia que se debe recorrer, no se trata de cruzar un río, sino de un mar controlado por el enemigo ferozmente decidido y detrás de sólidas defensas, que nos hace frente». Se refirió a las dificultades que se debían vencer en cuanto a los refuerzos y suministros, después del desembarco. Subrayó que se debía obtener un completo ·«dominio del aire», antes de lanzar la acción de desembarco. La operación principal debería estar terminada antes del 15 de septiembre, pues a partir de la segunda quincena de septiembre el tiempo generalmente es malo. Finalmente, como si dejara hablar a su subconciencia, concluyó: «Si no estamos seguros de completar los preparativos para los comienzos de septiembre, será necesario estudiar otros planes.» ¿Cuáles serían los nuevos planes bélicos de Hitler? La respuesta la encontramos claramente en los documentos de la época: Hitler miró hacia Gibraltar como próximo objetivo, pero en su ánimo surgió de nuevo con fuerzas su idea, expuesta en su Mein Kampf, de buscar hacia el Este la solución para el pueblo alemán de su Lebenraum (espacio vital). El origen de la guerra contra la Unión Soviética se encuentra a comienzos de junio, en plena campaña de la Wehrmacht contra Francia. El mariscal Von Rundstedt recordó haber recibido el 2 de junio una confidencia del general Von Sondenstern que oyó del propio Führer estas palabras: «Ahora, que los ingleses se verán obligados a pedir la paz, habrá llegado el momento de empezar a saldar la cuenta con el bolchevismo.» Luego, a comienzos de julio, Churchill dirigió a Stalin, por mediación de su embajador en Moscú, sir Stafford Clipps, un mensaje, cuyo contenido fue comunicado pocos días más tarde al embajador alemán en Moscú; simplemente Inglaterra animaba a Rusia a cambiar de frente y ponerse contra Alemania. Poco después, el 13 de julio, el general Halder, después de entrevistarse con Hitler, anotó: «El Führer se ha ocupado sobre todo de por que Inglaterra no se decide por el camino de la paz... La respuesta a esta cuestión es que Inglaterra todavía confía en Rusia.» A fines de julio expuso la misma preocupación ante sus jefes militares, reunidos en conferencia. Finalmente, el 31 de julio y en su residencia de Berghof expresó cuál era su conclusión: «El factor ruso, sobre el cual se apoya principalmente Inglaterra... Si Rusia es vencida, entonces desaparece la última esperanza inglesa. El amo de Europa y de los Balcanes será entonces Alemania. Decisión: en vista de estas circunstancias, Rusia debe ser liquidada. Primavera de 1941.» (Estos detalles se encuentran en el libro Im Hauptquartier der Wehrmacht, escrito por el general Walter Warlimont, lugarteniente del jefe del Estado Mayor.) La campaña contra Rusia ocupó un lugar preferente en la mente de Hitler. El general Friederick Paulus, que más tarde pasaría a la historia como el mariscal alemán que se rindió a los rusos en Stalingrado, declaró en el proceso de Nuremberg que el 13 de septiembre de 1940 ocupó un nuevo puesto en el Estado Mayor general y recibió el encargo de preparar un plan de guerra contra la Unión Soviética, en el cual se diera preferencia a dos objetivos: a) aniquilación de las partes del Ejército rojo estacionadas en Rusia blanca, y b) impedir que las unidades todavía en condiciones de combatir pudieran escaparse hacia las profundidades del espacio ruso. Tres meses más tarde, la labor de Paulus y otros oficiales del Estado Mayor se transformó en la orden número 21, bautizada como Fall Barbarossa, que, con la firma de Adolfo Hitler, disponía que la Wehrmacht se preparara, antes de finalizar la guerra con Inglaterra, para «terminar con la Unión Soviética en una rápida campaña». El hecho de prestar Hitler una atención especial a los manejos de Stalin y su pretensión de resolver el problema del Lebenraum, hizo que dedicara un interés secundario a la cuestión de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo. Para él, la conquista del Estrecho era una Nebensache (sin importancia); así se explica que fuera aceptando las postergaciones del pleito español, en lugar de lanzarse a la aventura como hizo en todas las cuestiones internacionales sin preocuparse de los obstáculos que pudieran plantearse. Cuando Serrano Suñer visitó, en Berlín, al mariscal Goering, y le explicaba los problemas que tenía que resolver España antes de entrar en la guerra, el jefe de la Luftwaffe le replicó brutalmente: «Si yo fuera el Führer, hace ya tiempo que les hubiera invadido.» Hay que señalar que la orden 18, Felix, con instrucciones a la Wehrmacht para la toma de Gibraltar y el cierre del Estrecho, la firmó Adolfo Hitler el día 12 de noviembre de 1940. Debe añadirse que esta orden 18, junto con la 16, de fecha 16 de julio, con instrucciones para la invasión de Inglaterra, son las dos únicas que no se ejecutaron. Las tropas de la Wehrmacht no pisarían suelo Inglés porque Goering no logró conquistar con su Luftwaffe los cielos británicos; en cambio, las divisiones acorazadas germanas no pasaron los Pirineos porque Hitler, obsesionado con el problema de Rusia, fue aceptando los repetidos argumentos de Franco y Serrano para postergar el cumplimiento de su Plan Felix. Napoleón se lanzó primero contra España y luego contra Rusia; Hitler se enfrentó primero con Rusia y su Wehrmacht careció de la fuerza necesaria cuando Mussolini, en 1943, le pidió llevar la guerra a la Península a fin de aliviar la presión que los aliados ejercían sobre Italia. Se trata de un hecho histórico que se debe tener bien presente. La batalla para el control aéreo de Gran Bretaña empezó, según los ingleses, el 10 de julio; para los alemanes comenzó el 13 de agosto. En esta última fecha, Goering concentró sus grandes ataques al suroeste de la isla inglesa: empleó grupos de bombarderos escoltados por cazas. El 18 de agosto, los números señalaban que la Luftwaffe no obtendría una fácil victoria; los alemanes habían perdido 236 aviones contra 89 por parte de los ingleses. Se puso en evidencia que para alcanzar la superioridad aérea prometida por Goering era menester eliminar los cazas de la RAF. Hubo un cambio de táctica por parte germana: la Luftwaffe se dedicó a destruir las bases desde donde operaban los cazas, en Kent, y se apuntaron un buen éxito (las pérdidas, entre el 30 de agosto y el 6 de septiembre, fueron de 224 aparatos alemanes por 185 británicos). Pero los cazas de la RAF no desaparecieron del horizonte y Goering, el 7 de septiembre, llevó a término la primera gran acción de terror contra la población civil de Londres: 300 bombarderos y 600 cazas alemanes, en dos incursiones, atacaron la capital londinense. Se registraron 13 000 incendios, lo que hizo afirmar a Goering que «Londres está en llamas», pero el balance de los combates fue favorable para la RAF: la Luftwaffe perdió 40 aparatos por 28 los ingleses; además, al concentrar su acción contra Londres, abandonó Goering su ofensiva contra las bases de los cazas de la RAF y, de acuerdo con los cálculos de las frías mentes de los responsables de la batalla, la perdida de un avión y la muerte de un piloto tenía mucha más importancia que la destrucción de una vivienda londinense con sus moradores. El 14 de septiembre Hitler informó a sus mariscales, en una conferencia celebrada en Berlín, que se habían completado todos los preparativos navales y, añadió, que en su opinión se necesitarían sólo cuatro o cinco jornadas de buen tiempo para que la Luftwaffe completara su superioridad aérea. Sin embargo, el 17 Hitler postergó la invasión hasta «nuevo aviso», pero la batalla no había terminado, porque el Führer confiaba poder lanzar la invasión de la isla en los primeros días de octubre. Hasta el 12 de octubre no se canceló oficialmente la operación, a causa de la llegada del frío y sus inconvenientes para una tan complicada operación naval como era el paso del canal de la Mancha. Un día antes de tomarse en Berlín la decisión de aplazar la Acción 16 Seelöwe (León de mar), hizo su entrada en Berlín el ministro español Serrano Suñer, acompañado de un numeroso sequito. El panorama bélico se había modificado y Hitler, al tener que renunciar a la invasión del Reino Unido, buscó acabar con el único punto que en el Continente seguía en poder de los ingleses: Gibraltar. Y de la batalla aérea sobre Gran Bretaña se pasó a una dura pugna en el tablero diplomático.