RELACION PROGRESO Y DESARROLLO Rubby Esperanza Gómez H. Agosto 2005 Presentación Aventurarse por el camino de la deconstrucción del Desarrollo como “régimen de representación, como una nueva invención que resultó de la posguerra y que moldeó la concepción posible de la realidad y la acción social de los países que desde entonces se conocen como subdesarrollados”(Escobar,1996:14), implica reconocer los pilares básicos en que se sustenta este discurso y práctica mundial. La literatura existente sobre el Desarrollo es inagotable y comprende desde la perspectiva económica, hasta la postura más religiosa posible. Se cuestiona sin cesar los efectos que tal modelo genera en todos los ámbitos de la vida social, se promueven posibles alternativas a este desarrollo basado en el crecimiento económico, por una perspectiva más humana, sostenible, endógena, etc. Pareciera imposible pensar la sociedad desde una postura que no sea el desarrollo, y, efectivamente es así, no es posible salirse del ciclo infinito y paradigmático de éste, si no es a partir de su desmantelamiento progresivo, de hacer una lectura detallada de lo que ha permitido hacer del desarrollo una “certeza en el imaginario social, a partir del cual se ha configurado unos modos posibles de ser y pensar otros”(Escobar, 1999:35). al tiempo que descalifica e imposibilita Esta búsqueda interna, requiere establecer relacionamientos con diversos contextos históricos, económicos, políticos y culturales de carácter multidimiensional, de tal forma que se supere la crítica estructuralista per sé y se propongan otras formas de entender, aprender y comprender la vida pasada, presente y futura de los países africanos, latinoamericanos y asiáticos. A partir de la lectura detallada del texto “Historia de la Idea de Progreso” de Robert Nisbet ( 1981), en la cual se identifican personajes, textos, concepciones, climas intelectuales y discusiones filosóficas de esta idea, durante los últimos veinticinco siglos, en los que la esta idea ha sido parte central de la historia de occidente, ante la que, Nisbet advierte un arrinconamiento y persecución enconada que en gran medida la pone en riesgo de morirse y que según él, sería morirse con ella muchas cosas queridas por al civilización, encuentro una relación problemática entre esta idea de progreso y el discurso pronunciado por Truman el 20 de Enero de 1946 como nuevo presidente de los Estados Unidos. Plantear como lo hizo el señor Truman, que la pobreza como fenómeno mundial podría ser esta vez superada gracias a un programa de desarrollo que llevaría a mejores niveles de prosperidad nunca alcanzados, significó una resignificación de la idea de progreso esta vez como desarrollo, entendido como un estado de prosperidad nunca antes alcanzado, y que para ser logrado, era menester, establecer una nueva forma de religiosidad basada en el poder de la ciencia, la tecnología y la transformación de todos los recursos del planeta en bienes económicos, sujetos a una evolución gradual pero imparable, hacia el crecimiento productivo, clave para alcanzar una vida mejor. Sin embargo, no es mi interés, adentrarme a profundidad en tal continuidad, pues estaría siendo muy solidaria con Nisbet y me olvidaría de mi propósito, que es develar en que medida, la pretendida continuidad de la idea de progreso es en sí misma la prevalencia del hegemonismo de occidente, manifestado en lo que se conoce y practica como ciencia y como modelos de sociedad avanzada impuestos a otras sociedades y naciones del mundo. Acerca de la idea de progreso, según Nisbet(1981:219), existe un debate epistemológico entre quienes afirman que esta idea fue acuñada en la antigua Grecia y otros que aseguran fue en el renacimiento. Esta disputa propia del siglo XVII, estaba ganada por el que demostrara, quien había aportado mayores avances en materia de civilización y en dónde estaba situada la mejor intelectualidad. Los defensores de la naciente edad moderna negaban que hubiese habido progreso en la edad clásica porque la edad media trajo consigo un periodo de retroceso y atraso. Sin embargo los defensores de dicha época como Perrault, sostiene que durante la edad media el conocimiento siguió avanzando sólo que como “ríos que de repente desaparecen de la superficie de la tierra pero que, tras haber recorrido cierta distancia de forma subterránea, vuelven a reaparecer, tan caudalosos como en el punto donde desaparecen de vista” (Nisbet, 1981:219), a lo cual Nisbet cuestiona que no siendo un debate nuevo en esta época, la historia se ha encargado de darle la victoria a los modernos. La noción unilineal del progreso según Nisbet, surge a partir de una categorización secuencial en la que se sitúa a la humanidad en un proceso de avance continuo que comenzó con una situación de primitivismo, barbarie y que luego ha pasado a otras fases y seguirá dice avanzado en el futuro. El progreso se supone entonces como una tendencia intrínseca a pasar por una serie de fases de desarrollo a través de su historia, de su pasado, su presente y su futuro en la que siempre “las fases últimas son superiores a las primeras” (20). El paso de lo inferior a lo superior como se verá más adelante, se va convirtiendo en algo natural como una ley y es el afán de perfeccionamiento y plenitud lo que sustenta la idea de progreso, la necesidad de continuidad, de búsqueda permanente del paraíso perdido o de la edad de oro. En el mundo clásico se daba por supuesto que el progreso se alcanzaba en tanto el hombre dominara su estado natural y accediese a la civilización, condición dada por el dominio de las artes y las ciencias. Este valor que los Griegos dieron al crecimiento natural del conocimiento y del consecuente desarrollo natural de la humanidad, fueron retomados por los cristianos (siglos XII-XIV), y complementados con la idea de progreso como “la visión de la unidad de la humanidad entera, el papel de la necesidad histórica, la imagen del progreso como el despliegue a lo largo de las épocas de un presente desde el principio de la historia del hombre, y por último, una creciente confianza en el futuro y un interés cada vez mayor por la vida de este mundo”(Nisbet:78). Se trataba entonces, para los cristianos, de ver la historia como algo sagrado, un proceso necesario, y desde su legado judío, esperar la edad de oro en la tierra. En las postrimerías del siglo XVI y el XV, se produce lo que Johan Huizinga (Nisbet:151) llamó “el otoño de la edad media”, para describir aquél periodo en el que el renacimiento hizo su aparición y en el que la idea de progreso como continuidad histórica hizo crisis, pues para los renacentistas, el respeto por el pasado era algo abominable. Nisbet enfatiza en que el predominio de las emociones, las pasiones, la caída de la autoridad religiosa y la pérdida generalizada de la fe en la autoridad espiritual y moral, trajo que la imaginación de los hombre s se dispara incontroladamente (156). El lugar de la providencia fue cedido al de la fortuna, el ocultismo y la creencia en el destino. A su vez, también se produjo las bases del pensamiento y la ciencia positivista. Según Nisbet. Fue Bacón que al igual que los de su época denigró del mundo clásico y medieval, quien sostenía que todo lo anterior había sido especulaciones ya que no contaban con un método de investigación adecuado que para él era “el método de la observación empírica y, sobre todo, de la experimentación”(166). Desde esta perspectiva Bacón defendía una sociedad gobernada única y exclusivamente por ala ciencia y por los guardianes, los científicos. Ahora bien, esta perspectiva del progreso como proceso cíclico en el que hay un tiempo de crecimiento y luego vuelve lo degenerativo para comenzar una vez más, fue revaluado en la mitad del siglo XVI al XVIII y resurge nuevamente la idea de progreso en su carácter evolucionista. Para Bodín “la evolución de la humanidad no es regresiva sino todo lo contrario: es una evolución hacia el progreso que se aleja cada vez más de sus primitivos comienzos” (Nisbet,1981: 177). La secularización de la idea de progreso tiene su mayor esplendor a partir del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX. Dice Nisbet que la idea de progreso se convierte en un “proceso histórico motivado y mantenido por causas puramente naturales...un deseo manifiesto de liberar el progreso de toda relación con la providencia” ( 44). Este naturalismo en la idea de progreso se afianza con la del desarrollo progresivo y como consecuencia de una selección natural, de la libertad de cada individuo, cada nación y del desarrollo de las artes, las ciencias y el crecimiento económico. Es durante estas centurias que el componente económico se maximiza. El papel de la riqueza y la libertad individual soportan los pilares del pensamiento liberal económico y del papel residual del Estado, Nisbet dice que no comienza con Smith sino con Turgot quien sostiene que es necesario crear “un sistema económico basado en la libertad individual, la autonomía del individuo respecto a los decretos y caprichos gubernamentales, y, sobretodo, la libre empresa” (261). El progreso esta vez es opulencia y se logra mediante la riqueza y la prosperidad. En este sentido, Smith defiende al aumento gradual y progresivo de los medios de la riqueza nacional “permitiendo a cada hombre que, sin dejar de observar las reglas auténticas de la justicia, persiga sus propios intereses a su manera y lleve tanto su industria como su capital al campo de la libre competencia con los de sus conciudadanos” ( 269). Otro teórico que afianza esta visión liberal de mercado es Herbet Spencer, quien según Nisbet se le considera la encarnación en el siglo XIX del liberalismo individual, evolucionista en la que el Estado aparece como innecesario. Según él el Estado no tiene ningún derecho a supervisar la educación, la manufactura, la religión, la salud pública o siquiera la guerra (322). Otra tendencia que se advierte según el mismo autor, es aquella que considera el progreso como poder que surge con las doctrinas nacionalistas y estatistas y con las tendencias utópicas y racistas; “es un poder que trata no tanto de limitar o constreñir el campo de las acciones humanas como de dirigir y dar forma a la conciencia humana”(332). Lo que quisiera destacar es que el núcleo del progreso una vez secularizado, se sitúa en un algo o en un alguien. Por ejemplo en la igualdad como en el caso de Rousseau, en la ciencia para Saint Simón y Comte, en la lucha de clases para Marx, en el poder del Estado según Herder para quien “la nación no es tanto un ente político como una unidad de lengua, literatura, tradiciones y cultura”(377). Igualmente para Hegel para quien además el progreso humano no es la civilización occidental en conjunto, sino el pueblo germano(388). Es en la modernidad cuando se afirma la creencia en el progreso como fuerza providencial pues se logra el círculo entre lo económico, lo estatal y lo social. Gracias a la idea de progreso, las ideas de libertad, igualdad y soberanía popular, dejaron de ser anhelos para convertirse en objetivos que los hombres querían lograr en la tierra. Turgot, Condorcet, Saint Simon, Comte, Hegel, Marx y Spencer, entre muchos otros, mostraron que toda historia podría ser interpretada como un lento, gradual ascenso necesario e interrumpido del hombre hacia cierto fin (Nisbet, 243). Si bien se produjo una gran secularización de la idea de progreso, también se produjo a la par, una gran extensión de nuevas religiones, como los mormones, los adventistas, la ciencia cristiana, etc, es más, se habla de una gran religiosidad “la ciencia¨”. Según lo anteriormente expuesto en la obra de Nisbet, la etiqueta del progreso como algo lineal, continuo y acumulativo es constante en este desenvolvimiento histórico de occidente, y en tanto, que únicamente aparecen las sociedades europeas, lo que se muestra es la historia de la idea de progreso que consolidó Occidente, y, que fue trasplantada a los demás pueblos del mundo, desde una perspectiva etnocéntrica y eurocéntrica del mundo. Esta traspolación automática a los demás pueblos del mundo que fueron tomando existencia en la medida en que se les “descubría” y colonizaba, obedece a que subyacía un modelo de sociedad avanzada. Este modelo societal, siempre estuvo como parte inherente en la idea de progreso y se expresó en que para lograr ser como ésta sociedad a imitar, se debía pasar por una serie de etapas. Los Griegos por ejemplo, tenían el modelo de sociedad avanzada en su punto ejemplar, a la raza de oro. El mito histórico de las eras, planteado por Hesíodo, filósofo de quien Nisbet dice, muestra que la raza de oro fue la que vivió en un clima de honradez moral, paz y felicidad, y que luego, mediante un proceso degenerativo vinieron otras razas, la de plata, bronce, la de los héroes y luego la de y hierro que al culminar el ciclo, daría origen a una nueva raza de oro. No obstante, lo que privilegia en este mito de las razas, es la conciencia moral, la necesidad de dedicarse a una vida recta y las prosperidades que a cambio se pueden obtener. El segundo mito que marca la era de la civilización, es el de prometeo, quien viendo a la humanidad en desdicha, roba el fuego a Zeus y se lo regala a los hombres para generar civilización, produciéndose así el paso de los hombres que vivían en las cuevas, en los montes como fieras salvajes, a los hombres que gracias al legado de las artes y las técnicas viven cómoda y pacíficamente(Nisbet: 37). De esta manera la distinción entre salvaje y civilizado queda muy bien expuesto en la cultura occidental clásica. Por otra parte, la civilización de la mano con la técnica alcanza su mayor auge en la Edad Media, cuando se inventa en el siglo XVII, el instrumento de la labranza hecho en hierro y que marcó la separación de la naturaleza y el hombre, dos cosas separadas en la que el último es quien domina. Es en la edad media que aparece el individuo como base de la especie humana, y la fé en el progreso económico y humano, encuentra su mayor exponente en San Agustín, para quien la evolución humana se producía en seis etapas: la primera de Adán a Noé, al segunda de Noé a Abraham, la tercera de Abraham hasta David, la cuarta de David hasta la cautividad judía en Babilonia, la quinta de la cautividad al nacimiento de Cristo y la sexta empieza con Cristo (102-103). No se promulgará tanto un ideal de sociedad sino de hombre, de humanidad entendida como una sola, regida por el poder de Dios, cristiano por supuesto. Con el advenimiento de la modernidad, luego de la ruptura que se plantea con el pensamiento escolástico, el individuo reaparece esta vez dotado de razón, ésta se traslada a todas las esferas de la vida pública y privada, en una sociedad en la que se conjugan los poderes del estado y los del mercado, como fuerzas en tensión permanente. La gran revolución de occidente se produjo como efecto de su fé en el estado democrático, la consideración del crecimiento económico como pilar fundamental para lograr la abundancia, y la convicción de que la mayor fuente de veracidad estaba en la ciencia positivista basada en la observación y la experimentación. Estos modelos de sociedad y hombre civilizado que se han descrito anteriormente, son los que han caracterizado la expansión de Europa en diversas partes del mundo. Lo que ocurrió en América con la llegada de los españoles en el siglo XV, es el mayor reflejo de expansión imperial de Europa, baste recordar, en los relatos que Anzoátegui recoge de los cuatro viajes de Colón y su testamento, texto en el que se hace una descripción de los pueblos indígenas en palabras del Almirante: “gente mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley”(1946:54), expresiones de una mezcla de admiración y compadecimiento por su estado de inmadurez “salvaje”, dada su coexistencia con el mundo natural, pero que además justificó la imposición de la religión cristiana para sacarles de su estado de barbarie. Aún así, la mayor expropiación a que fueron sometidos nuestros aborígenes, fue el de la cultura “el trabajo del naturalista clasificando y nombrando objetos naturales, facilitaría el control no sólo de la naturaleza, sino de otras culturas”,(Nieto,2001). La domesticación del salvaje se realizó a la par de la apropiación de la naturaleza, expropiándoles de sus conceptos y sus prácticas, “las prácticas y procesos culturales lo que hicieron fue hacer comprensible el Nuevo Mundo, ordenado y accesible para los conquistadores”(Nieto, 2004:5). En este sentido ordenar, clasificar y nombrar fueron las formas de facilitar el control español sobre nuestros pueblos indígenas y de la mano y a la par de la extracción de minerales, se consolidó el poderío de España en Europa y el afianzamiento del mercantilismo, es decir el capitalismo mundial. Lo nefasto de la invasión española fue el colocarnos en el lugar de los bárbaros y salvajes, y expropiarnos no sólo de las riquezas materiales, sino de las riquezas culturales en las que el conocimiento propio fue siendo aniquilado paulatinamente. Como se sabe, igual suerte corrieron los pueblos africanos, para quienes la colonización dejó empobrecimiento material y grandes fisuras sociales. Ahora bien, esta colonización tuvo su base en los valores religiosos, en la imposición de una organización social específica, y fundamentalmente, se apoyó en la ciencia como método para conocer, describir y dominar los nuevos territorios. Esta relación directa entre ciencia y progreso se produce por la concepción de que el avance en el conocimiento permite un lento y gradual perfeccionamiento del saber en general, a través de los conocimientos artísticos y científicos y de las múltiples armas con que el hombre se enfrenta a los problemas que plantea la naturaleza o el esfuerzo humano por vivir en sociedad. Desde Hesíodo, y con mayor intensidad desde Protágoras, pasando por romanos como Lucrecio y Seneca por San Agustín y sus descencientes medievales y modernos y los puritanos del siglo XVII, hasta llegar a los grandes profetas del progreso de los siglos XIX y XX, como Saint Simon, Hegel, Marx y Herbert Spencer, podemos constatar la presencia de una convicción casi omnipresente según la cual el carácter mismo del conocimiento – del conocimiento objetivo como el de la ciencia y la tecnología – consiste en avanzar, mejorar y perfeccionarse. (Nisbet p. 20). Tal perfeccionamiento se hace posible con la existencia de los artefactos, que han servido para dominar la naturaleza y afianzar la fantasía de que somos los seres humanos los que dominamos el tiempo y el espacio. Ahora bien sin pretender demeritar los aportes de la ciencia en diversos campos de la vida humana, es importante poner en cuestión lo que fue y ha sido la ciencia. Se parte de la base que el conocer , ha significado para los seres humanos, adentrarse en el mundo de las certezas, de los dominios y del control a los desconocido, igualmente ha permitido a los hombres, adueñarse de una sobrevaloración de sí mismo y representar “el afuera” como un escenario inhóspito que se debe controlar. La ciencia como concepto en constante elaboración desde el siglo XVI, ha tenido según Jaspers(1959:399-400)tres características: el ser descubridora como investigación que confirma o rechaza por medio de la experiencia, que recurre a la descomposición del objeto para observar lo que oculta y que como esfuerzo por la matematización y la cuantificación, aumenta la exactitud de la experiencia. En segundo lugar, la cientificidad universal que había existido hasta entonces, propia del mundo Griego, como cosmos cerrado, se opone a la nueva disposición de no realizar un cosmos, sino a realizar el mundo abierto, la de un “cosmos” de los métodos científicos, y de las ciencias en su conexión sistémica y en tercer lugar, la nueva cientificidad pone en libertad un sentido completamente distinto del pensar, es así que ciencia en el sentido más amplio, se llama a toda claridad surgida por la vía racional, por medio de conceptos. Según lo anterior en la ciencia se cifran todas las posibilidades de ser y de existir de los hombres, el modo de obrar de los científicos, pone de manifiesto que la verdad está sujeta a comprobación y que mientras ésta no se logre, aquella verdad sigue inalterada. Esta perspectiva de ciencia fue la que se difundió en América latina y que hoy se constituye en lo que podríamos llamar la cultura científica. George Basalla(1997) presenta a través de un modelo que según él, lo constituyó analizando eventos repetitivos y que le llevaron a plantear tres fases de tal expansión. En la primera fase correspondió con un modelo no científico de exploración sistemática de la naturaleza como extensión de la exploración geográfica; en una segunda fase se trató de aumentar el número de investigadores, ya no sólo colonizadores, sino colonizados que se formaron en Europa y que apropiaron para sí esta forma de hacer ciencia, lo cual significó hacer ciencia dependiente. En la tercera fase que sería lo que se produce dentro de las fronteras nacionales, se construye ciencia con muchas dificultades, pero además con la mentalidad occidental. Según lo anterior, es posible afirmar que la ideología del progreso se logró instaurar también mediante una ciencia que ideológicamente tenía a su haber: el repudio por los saberes que no hubiesen pasado por el método experimental, el patriarcalismo y finalmente la dependencia de los artefactos para hacer de ellos los fetiches de la vida social, se parado totalmente de la naturaleza. Sandra Harding (1996) señala que en la modernidad se asiste a un reconocimiento de la racionalidad científica y de la cultura científica, presentes tanto en lo público como en lo privado y como en ese uso racional de la ciencia pasa a prevalecer la investigación aplicada, pero que sin embargo esta masificación de la ciencia no ha significado mejores condiciones del progreso social y que ésta, se ha constituido en el camino para legitimar una forma única de producir conocimiento, un método mediante el cual explicar, predecir y apropiarse de la naturaleza, para trasladarse luego al mundo de lo social como una proyección de lo natural. Desde esta perspectiva, Harding es clara cuando afirma que la ciencia asumida como dogma viola las mismas categorías que produce, en tanto que “la comprensión humana disminuye, en vez de aumentar” (35), dejando así por fuera lo que es más importante: el mundo de la vida en lo cotidiano público y privado. En la medida en que desde la ciencia se construyen realidades y estas realidades se vuelven las únicas maneras de entender y de habitar el mundo, se instrumentaliza la cotidianidad y entra a operar la acción en relación a los fines. Lo que se produce es una deshumanización que la ciencia genera, esta vez como tecnología, que siendo creada, inventada para facilitar las actividades humanas, nos ha llevado a esclavizarnos, tras el supuesto de una prosperidad nunca antes alcanzada. El mundo que ofrece la vida moderna para la mayoría de la población mundial es como bien lo define Weber “una jaula de hierro” únicamente que esa jaula no es sólo la sociedad moderna, sino que “todos los que habitamos están configurados por sus barrotes... la jaula no es una prisión simplemente ofrece a una raza de nulidades, el vacío que necesitan y anhelan” (Berman, 1988:14-15). Es en la sociedad moderna en la que el Desarrollo se proclama como la forma más avanzada de la Idea de Progreso. Sin embargo, sí los dos pilares del progreso han sido el poder del conocimiento objetivo basado en saberes y la consecución de virtudes morales o espirituales hacia la perfección humana, me atrevería a afirmar que el Desarrollo, es un paradigma que redujo tal ideal y que lo empobrece hasta para la misma sociedad occidental, puesto que prevalece el afán de crecimiento económico y lucro individual a partir de lo cual se da por hecho una expansión de beneficios para todos los ámbitos de la vida humana y porque además el ascenso social está basado en una profunda alienación y fetichización de los artefactos que dan la sensación de hacer la vida más fácil. Finalmente, el desarrollo que surge en la década del cuarenta, prolonga la idea de progreso de la sociedad occidental, en su perspectiva más reducida y decadente frente a cualquier proyecto de humanización que hubiese propuesto la modernidad en su surgimiento. Bibliografía referenciada ANZOATEGUI; B. 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