¡Despierta Satín!— Satín manoteó el aire con

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—¡Despierta Satín!— Satín manoteó el aire con fuerza intentado asirse a la
realidad que se le escapaba, abrió los ojos con fuerza y se llevó las manos al pecho con
un grito agónico.
—No ocurre nada, es la misma pesadilla— la voz pausada consiguió calmar su
desenfreno y volvió al presente con un suspiro de aflicción extrema.
Lee estaba reclinado sobre ella sujetándole las manos que habían asido las
solapas de su cuello con una fuerza anormal.
—¡Dios mío!— el largo suspiro logró aminorar los latidos desbocados de su
corazón, que seguía saltando en su pecho completamente atribulado.
—Es sólo un maldito sueño, pequeña— Satín estalló en lágrimas ácidas, llenas
de desesperación e impotencia.
—No pude salvarla Lee, no pude hacer nada contra la bestia— los sollozos
entrecortados seguían sacudiéndola sin piedad.
—No tuviste la culpa cielo, eras solo una niña, incluso ahora sigues siendo
muy joven para la misión tan importante que realizas— Satín buscaba el consuelo de
sus palabras, pero la amargura hizo presa de ella desbordándola. Saltó de la cama de un
salto y cogió el revólver del cajón de su mesita con una premeditada resolución en su
semblante.
—¿A dónde crees que vas?— ella no le respondió, encauzó sus pasos hacia el
corredor y enfiló las escaleras de hierro con prisa hacia la planta baja— ¡Detente
Satín!— estaba sorda a la orden, seguía bajando los escalones con una determinación en
su mente y una letanía en su corazón ¡acabar de una vez por todas con la bestia! Lee
comenzó una carrera detrás de ella intentando detenerla, pero Soul que había oído sus
gritos la esperaba al pie del primer escalón con los ojos llenos de decisión. No era la
primera vez que ella se sentía vapuleada por pesadillas que la mortificaban. Satín trató
de esquivarlo pero Soul era más alto y más fuerte a pesar de sus cincuenta años. La
rodeó con sus fuertes brazos al mismo tiempo que la consolaba.
—Si lo haces perderemos nuestra oportunidad— ella seguía ciega a todo lo
que no fuese la aplastante necesidad de acabar con todo; elevó sus ojos hacia el rostro
de Soul y forcejeó para soltarse sin conseguirlo. —¡Cálmate pequeña!... No debes
matarlo aún, si lo haces, el Príncipe habrá vencido— cuando Soul mencionó el nombre
odiado, Satín se quedó inmóvil en sus brazos. —Eso es, tranquilízate, ha sido otro mal
sueño— al fin había recuperado el control sobre sus emociones de nuevo, la opacidad
de sus pupilas había desaparecido por completo y reapareciendo el brillo incandescente
de ira.
—A veces no puedo controlar mi odio— Lee había logrado bajar las escaleras
con sorprendente rapidez a pesar de su cojera.
—Ven, vamos a tomar un chocolate caliente, te reconfortará— Satín se dejó
guiar hacia la improvisada cocina habilitada en una de las habitaciones. La cueva larga
y profunda estaba completamente equipada para cubrir todas las necesidades físicas, se
podía estar oculto en ella durante semanas sin necesitar nada del exterior.
Satín se abandonó en la silla completamente afligida, las pesadillas conseguían
extenuarla por completo, hacía mucho tiempo que no le ocurría de nuevo, y que
hubiesen regresado de pronto con tanta brutalidad lograba desconcertarla.
«Es porque estoy cerca del inmundo, bajo el mismo techo» ese pensamiento
no logró que se sintiese mejor.
—Ya falta poco Satín— ambos amigos se sentaron frente a ella con sendas
tazas de chocolate en las manos.
Satín tenía la certeza de que a Soul le asistía la razón, pero tratar de sujetar su
voluntad cuando estaba controlada por la aversión y el desprecio, era del todo difícil por
no decir imposible.
—Aslhem está dispuesto a cooperar— dijo de pronto Soul. Satín asintió al
mismo tiempo que se llevaba la taza a los labios. El dulce y caliente líquido suavizó su
garganta reseca y dolorida.
—¿Qué ha pedido a cambio?— al fin la ironía floreció en los labios de Satín y
salió por su boca abruptamente para responder la pregunta de Soul.
—Aprecia demasiado su vida y las de sus congéneres para arriesgarse a una
negativa tajante.
Lee suspiró profundamente antes de decirle.
—Creo que hemos ganado un enemigo peligroso, no le ha gustado nada tu
demostración, y tampoco la noticia de que tenemos a Ersad y Barik en nuestro poder—
Satín recordó con precisión absoluta el profundo escalofrío que la había recorrido al
recordar la furia negra que había poseído a Aslhem cuando fue consciente de ese hecho.
Esperaba no volver a presenciarla en mucho tiempo, quizás, hasta que acabase con él.
—El trato incluía perdonarle la vida, no lo olvides–– los ojos de Satín volaron
al rostro de Lee completamente atónitos, sus palabras la habían dejado sin capacidad de
reacción.
¿Dejar a un inmundo libre?
—Eso es una quimera— Lee resopló con cierto malestar cuando probó la
acidez de las palabras de ella.
—Siempre hay una forma hábil y sagaz de tratar los asuntos con las partes
implicadas sin llegar a los extremos del asesinato— Satín pifió de forma ostensible.
Sabía de los intentos de Lee para hacerle abandonar la lucha armada, pero ella estaba
absolutamente convencida de sus razones, con las bestias no se podía exponer ningún
argumento factible de reflexión. Sólo se entendían con la muerte. Y ella se había
prometido exterminarlos.
CAPÍTULO IV
La brisa mecía las hojas de los árboles. La sensación de paz la llenó por
completo, y la sobrecogió en el mismo momento que se asomó al mar desde el
acantilado. La altura era muy considerable, pero deseaba sentir el viento fresco y suave
en su rostro al margen del peligro que suponía la ausencia de protección. Contempló las
aguas bravas del atlántico que llegaba hasta los peñascos para abrazarlos con un beso y
despedirse al momento con un rugido de amante despechado. Lo observó en callado
silencio, el mar volvía con encendido ímpetu pero sin lograr enamorar a las rocas que se
mantenían inmovibles a pesar de sus continuos reclamos. Le gustaba la isla de El
Hierro, por sus impresionantes acantilados escarpados, provocadores e inaccesibles, por
sus calas escondidas e irresistibles. El aire fresco jugaba con algunas mechas sueltas de
pelo que no había logrado sujetar con las horquillas. Le azotaron el rostro pero no le
importó, no le molestaba el aire ni en los días en los que se mecía fuerte y temerario.
Satín sabía que se debía a las corrientes marinas del banco sahariano y los vientos
alisios, recordaba esos datos desde bachiller, pero parecía que habían pasado años. Satín
había aprobado selectividad con la mejor nota de su clase, según sus profesores, era una
estudiante de primera, con un futuro brillante, pero ella había abandonado los estudios
en el primer año de periodismo. Cuando fue capaz de comprender y valorar su
capacidad de conexión con Lee, supo que su destino no era seguir estudiando, si no
cazar inmundos con ayuda de sus amigos.
Satín volvió sus pensamientos a la isla.
Adoraba cada rincón oculto de una de las islas llamadas afortunadas, era
perfecta para la base secreta. La isla no sufría la constante visita de turistas porque estos
preferían la Palma o Tenerife, solo algunos buceadores y montañistas se acercaban hasta
El Hierro, pero no resultaban una amenaza para ellos.
Pasó la mano por su brazo desnudo tratando de borrar la sensación de
cansancio que comenzaba a menguar su empuje. Llevaba dos años luchando sin
cuestionarse la ética moral de sus métodos, y ahora, cuando la ausencia de fuerzas
resultaba desesperanzadora, volvían las mismas pesadillas de siempre. Los mismos
miedos e impotencia que la acompañaban desde la niñez. Se sentía agotada
emocionalmente, la lucha no había hecho más que empezar, y su enfado, por el injusto
asesinato de su madre, seguía engulléndola con una avaricia de lobo hambriento.
Odiaba el sentimiento vulnerable de soledad, pero esa inquina no curaba sus
temores esculpidos por una vendetta siniestra. Desmerecida. Odiar agotaba, y la
sumergía en una vorágine de vacilaciones constantes. Le gustaría tanto ser una joven
corriente como tantas otras, y preocuparse únicamente por el viaje de fin de curso, por
los besos del cachas de turno, pero Satín había elegido vivir al margen de las jóvenes de
su edad porque las bestias debían de ser exterminadas.
—Lee me dijo que te encontraría aquí— Satín no se volvió, siguió mirando la
sabina milenaria inclinada por el viento, formaba un medio círculo entre el horizonte y
la tierra sin una protesta, resignada. Como las humanas a las que daban caza las bestias,
pero el inmundo que se dirigía hacia ella en es preciso momento, no representaba
ningún peligro…, aún.
—Me gusta contemplar este árbol— Aslhem siguió mirándole la espalda sin
interrumpirla— parece quebrado en su esencia, y sin embargo sigue contemplando el
horizonte con una tenacidad que me subyuga, plantándole cara al tiempo y a los
elementos.
Lo oyó suspirar, pero siguió mirando el horizonte.
—Muchos ignoran— continuó hablándole al viento pero sabiendo que él la
escuchaba— que por el faro de Orchilla cruzaba el meridiano cero hasta el siglo pasado,
se consideraba la tierra más occidental del mundo desde tiempos de Ptolomeo— Satín
cejó en su explicación cuando sintió los ojos vítreos clavados en su espalda.
––Deberías de estar en la universidad.
Esa verdad le resultaba demoledora, pero no lo demostró.
––Continúo con mis estudios, a pesar de no asistir a las clases–– le respondió
ella con un tinte de añoranza en la voz.
––Este trabajo no es para ti pequeña–– el apelativo hizo que Satín alzase la
barbilla resabiada.
—Hicimos un trato Aslhem— Satín se giró apenas un cuarto y quedo de perfil
frente a él.
—Siempre cumplo mis promesas aunque vayan contra mis principios— esas
palabras le hicieron mirarlo con obstinada atención y excesiva prudencia. Él le llevaba
mucha ventaja en experiencia, en madurez y en años.
—Las bestias no tienen principios— Aslhem no tomó en cuenta las palabras
despectivas, sabía que estaba herida, entendía mucho más de lo que ella se imaginaba.
—Principios, sentimientos, somos almas que sufren los mismos miedos e
inquietudes— Satín apretó los labios y entrecerró los ojos con recelo. Él, nunca sabría el
dolor que la traspasaba cada vez que recordaba a su madre muerta. Su mente se aliaba
con su flaqueza para producirle una sensación de derrota extrema, humillante.
Cuando volvió a suspirar, ella misma se sorprendió de su ansiedad vehemente.
Aslhem se acercó un poco más.
—Piensas que soy un monstruo, pero no te atreves a comprenderme, tratas de
herirme con tus palabras, y te enfurece que no me rinda a tu indiferencia aunque en el
fondo me alegra que no creas en nosotros. En cierta forma te lo agradezco— Satín
cuadró los hombros con cautela a sus palabras. ––No necesito usar máscaras para vivir
la vida, acepto el lugar que me corresponde sin cuestionarme siempre el por qué, sin
esconder mi vulnerabilidad por temor a la incomprensión de almas atormentadas, de
prejuicios que nos aíslan en la soledad más absoluta— Satín no pudo parar la réplica
que salió de su garganta como un ladrido.
—Resulta fácil ignorar el peligro cuando se es el rey de la camada— Aslhem
se acercó un poco más a ella.
—Te escondes tras una falsa valentía.
—Tengo un propósito en la vida Aslhem, y tus palabras no hacen sino
acrecentar mis ganas de culminarlo.
—De poco te sirve esa cruz que abanderas si no eres un mártir de ella—
Aslhem la vio encogerse de miedo y lo lamentó, trataba de encontrar un resquicio en la
armadura que se había colocado ella a golpe de fragua. ––Yo también abandero una
cruz aunque, desde hace tiempo, ya no me siento muy devoto…— calló un momento
antes de continuar— salvo con una excepción, le tengo devoción a tus ojos— Satín hizo
amago de irse— no, no los cierres de mí ni te ocultes entre suspiros de indiferencia.
Podría calmar el dolor que sientes— la joven ya comenzaba a negar con la cabeza de
forma enérgica. Las palabras de Aslhem le producían en su interior un sufrimiento
físico que le resultaba difícil de ignorar. ––No tengas reservas de lo que tú eres y de lo
que soy yo, porque ya no importa, no ahora que somos aliados y tenemos un trabajo que
realizar juntos— Satín entrecerró sus ojos con una furia nacida de su debilidad.
—¿Qué ya no importa?— Inspiró hondo para que las palabras no saliesen a
borbotones por su garganta y saliesen como puñales. ––Sois parásitos que viven a costa
de otros. Tenemos un trato pero, como cruces la línea…— ella dejó la amenaza sin
concluir. El rostro sereno de Aslhem le mostró que no lo había ofendido en absoluto y
Satín no supo cómo controlar sus sentimientos. —No importa cuánto me esfuerce, no te
alcanzan mis insultos ¿verdad?— al momento se percató de la ropa que vestía él y
volvió a enfurecerse de nuevo. Nadie debería mostrar esa pulcritud y elegancia
enfundado en un traje de ejecutivo solo apto para cuerpos esculturales. La ausencia de
corbata le daba una apariencia informal y muy seductora, el color índigo de la tela
realzaba el brillo de sus ojos, ¿por qué maldita sea la apariencia del inmundo hacía
revolotear mariposas en su estómago?
—¿No te parece apropiado?— le dijo él. Satín redujo los ojos a una línea.
—Para lo que me importa, daría igual que fueses desnudo bailando una
samba— Aslhem alzó una ceja con burla sopesando la sugerencia. ––Yo que tú no me
mostraría tan poco afectado por la amenaza que pende sobre tus amigos— Satín quería
molestarlo pero él no se dejó manipular.
—Sé con absoluta certeza que no vas a matarlos, los necesitas igual que me
necesitas a mí. Somos el conducto que te llevará hasta Erikem y la conclusión de tu
venganza.
—Mi venganza se completará cuando haya exterminado al último de los
inmundos— Aslhem inspiró hondo ante la terquedad de ella y su furia desmedida,
habían hecho un trato y él pensaba cumplir una parte, pero la cazadora no tenía que por
qué conocer esa pequeña diferencia.
—Nuestro vuelo sale dentro de dos horas— Satín comenzó a enfilar el sendero
de piedra que conducía a la cueva, no esperó que la siguiera.
***
Volar siempre la ponía de muy mal humor; no soportaba las aglomeraciones de
gente, y en Madrid disfrutar de un poco de soledad resultaba imposible. El vuelo desde
Gando hasta Barajas había resultado sin novedad, pero la irritabilidad se había instalado
en ella desde la espera en la zona de embarque. Le parecía un desperdicio de energía
estar sentada y no hacer nada salvo admirar el polvo que se acumulaba en el gastado
suelo. Satín inhaló profundamente y exhaló muy despacio, siempre le había tenido
miedo a los aviones y ese temor en ella se había vuelto atávico, un miedo continúo y
lacerante que no podía controlar aunque se armaba de valor y lo abordaba siempre que
las circunstancias lo requerían, pero cuando era estrictamente necesario y con una
oración en los labios. Le suponía un suplicio estar encerrada en un habitáculo
claustrofóbico, aunque fuera por un corto tiempo, y cuando el aparato se ponía en
movimiento la sensación de vacío espantoso que le revolvía el estómago le duraba
varios días. Había intentado vencer la fobia que le producía volar, pero era inútil.
Dentro de un avión se sentía irremediablemente vulnerable.
Se abrochó el cinturón con un chasquido y desvió sus ojos hacia la pequeña
ventanilla junto a su butaca, el suelo gris de la pista del aeropuerto le parecía mucho
más interesante que el bullicio que creaban los pasajeros acomodándose en la aeronave,
lograban ponerla aún más inquieta. No sabía cómo tranquilizar sus nervios ante las
horas de vuelo que tendría que soportar. Suspiró impaciente tratando de serenarse
aunque estaba llena de contradicciones. Tenía que meditar mucho en la situación tan
extraña que se había planteado con respecto a Aslhem. El acuerdo al que habían llegado
no era del todo satisfactorio para ella, pero Erikem estaba más cerca de su mano y suplía
con creces las posturas que había tenido que ceder con el maldito. El intercambio le
parecía sumamente satisfactorio, la vida de Akmal, Ersad y Barik por la de Erikem,
Boraj y Nasdio. Cuando los motores rugieron al llegar al final de la pista de aterrizaje,
cerró los ojos a las sensaciones y aferró con las manos los brazos del asiento, su
aprensión a volar la superaba pero la distancia que la separaba de Boston resultaba
demasiado grande como para optar por otra ruta de viaje. Aslhem ocupó su asiento un
segundo antes de que comenzase el despegue, Satín se percató de que trataba de asir su
mano pero, no se lo permitió, le importaba demasiado su contacto pues, con un solo
roce podía someterla.
Erikem trabajaba en el Children Holpital de Boston, y hacia allí se dirigían
ambos.
CAPÍTULO V
Un cálido sopor se fue apoderando de ella y le producía una sensación
chispeante, como una explosión de burbujas a punto de estallar cuando se descorcha una
botella de cava muy fría. Cuando el corazón comenzó a latir desacompasadamente,
abrió los ojos aturdida, pero sin moverse de la postura rígida que había adoptado en
sueños. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de él que mantenía los ojos cerrados, y la
boca relajada en una sonrisa que no permitía que floreciese del todo.
Satín temía moverse pues podría despertarlo.
Se miró las manos entrelazadas y rígidas, apenas podía mover los dedos para
asir el brazo del sillón. Al momento notó que él se sacudía con inquietud, en un sueño
agitado. Satín se quedó inmóvil tratando de pensar en cómo despertarlo sin tocarlo. No
podía rozarlo porque de hacerlo, él, tendría el poder sobre ella para dominar sus
pensamientos, Satín no se atrevía a considerarlo siquiera. Aslhem comenzó a gruñir de
forma ininteligible, movía la cabeza de un lado hacia otro con frenesí al mismo tiempo
que apretaba los puños a sus costados y murmuraba un nombre entre dientes, Maelka.
Satín supo que estaba sufriendo una pesadilla, y se encontró con la circunstancia de no
saber qué hacer a continuación. Había resultado toda una sorpresa comprobar que el
inmundo padecía pesadillas como ella, y tras valorar las posibles consecuencias, se
armó de todo el valor que pudo y con su mano cogió su mandíbula cuadrada para
despertarlo con suavidad. La descarga la pilló por sorpresa a pesar de que la esperaba, le
recorrió el brazo por entero hasta llegar a su corazón, sufrió.
Aslhem, incluso dormido, podía dominar la voluntad de ella.
—¡Despierta, tienes una pesadilla!— no se permitió volver a tocarlo, con el
codo lo golpeó con suavidad en las costillas, él, abrió los ojos de golpe y se volvió hacia
ella que no pudo retroceder a tiempo, se inclinó y se acercó tanto, que Satín podía
percibir con absoluta claridad el fuego que emanaba de su cuerpo que se había puesto
tenso como si fuese un metal helado tras tomar forma en la fragua. Cuando Aslhem
posó su mano en su muslo cientos de agujas comenzaron a aguijonearla sin compasión y
sin escapatoria posible, Satín ahogó un gemido estrangulado y le apartó la mano con
brusquedad como si la hubiese quemado.
El inmundo la miró tan intensamente que parecía que estaban ellos dos solos
en el avión, sin gente, y suspendidos en la emoción de la irracionalidad. Satín se asustó
por el brillo de reconocimiento que asomó a las pupilas de él y que no llegó a
comprender, aunque sí fue capaz de atisbar el abismo que le mostraban y que contenía
en su profundidad, el dolor, la pasión y el olvido al mismo porcentaje.
Aslhem parpadeó recuperando la sonrisa, y de nuevo el control.
—Lo lamento, he tenido un sueño agitado— Satín conocía demasiado esa
sensación, sus pesadillas la acosaban desde que era una niña y no podía deshacerse de
ellas por más empeño que pusiese. Seguían torturándola y pulverizando sus defensas.
—En el futuro, procura no volver a tocarme— aunque viviese durante una
eternidad, nunca podría olvidar la mirada de dolor lacerante que se reflejó en los ojos
zafiro de Aslhem cuando terminó de pronunciar las palabras. Él, volvió su vista al frente
sin responder al agravio con una serenidad en el rostro que lograba enfurecerla.
¡Esa fuerza de control la desquiciaba!
—¿Sabes lo que es la soledad?— Satín no había entendido la pregunta, lo miró
de pronto con la sorpresa dibujada en el rostro, esperando…— ¿Alguna vez la carencia
de amigos o de un compañero te ha conmovido hasta el punto de producirte un ahogo
físico?
—No me asusta la soledad— le dijo ella. Aslhem mostró apenas una sonrisa
que no dejó entrever del todo, sus pupilas se mantuvieron fijas en la distancia.
—Comencé a sentirme solo cuando fui consciente de que mi razón se volvía
locura. La pureza en el mundo, maldad. La virtud en las personas pecado–– Aslhem
inspiró antes de continuar. ––Cuando la desilusión se adueñó de mi corazón, me
convertí en un preso de mis deseos insatisfechos. Las personas creen en la soledad
cuando el sentimiento de vulnerabilidad se cierra sobre ellos mismos de forma
aplastante.
Satín comenzó a tragar con cierta dificultad, no quería que sus palabras
hicieran mella en su alma, que suscitaran empatía.
—¿Comprendes lo que es la soledad?–– continuó–– cuando sientes que la falta
de esperanza te acongoja hasta tal punto desquiciante, que solo puedes levantar el rostro
al cielo en busca de soluciones, pero la respuesta a esos interrogantes puede mostrarte el
vacío. Pero como te sientes débil para comprender, o eres demasiado cobarde para
plantarle cara a su sentencia, la existencia de uno pierde todo significado— él calló
durante un momento que a ella le pareció eterno.
Se sentía incapaz de comprender las palabras de Aslhem.
—¿Conoces lo que es el odio? –– Le preguntó–– ¿Has probado la hiel de su
beso de enamorado?— Satín apretó los labios ante la pregunta descarada. Ella vivía por
y para el sentimiento de aversión y rechazo, su sangre estaba impregnada de él. Sus
sueños se alimentaban del desprecio desde que tenía uso de razón, pero no le respondió.
––Se cree en el odio cuando el pesar y la melancolía te atenaza el corazón con una
marca profunda, negra. Cuando eres consciente de la ausencia del amor correspondido y
en vano esperado— Satín se pegó al lateral de su asiento, sin dejar de escucharlo. Las
palabras de Aslhem le mordían con certera voracidad. ––Pero eres muy joven para
comprender esa necesidad ¿verdad?
Ella seguía en un silencio terco.
—Todos necesitamos compañerismo, fuimos creados con esa divina
necesidad— ella inspiró de forma profunda para evitar ofrecerle una respuesta.
—Levanta por favor, necesito ir al baño— un brillo de lo más extraño se paseó
por los ojos de Aslhem que asintió con la cabeza.
Satín se ahogaba de forma irremediable, las palabras de Aslhem habían
removido un escollo en su interior que creía enterrado para siempre, pero ¡maldita sea!
Durante muchos años la ausencia del amor de su madre, había minado su confianza
femenina. Ahora estaba tan ciega de rencor que no se permitía un hueco en su corazón
para esa necesidad humana de compañerismo fraternal o físico. Lo odió todavía más por
la facilidad con la que le recordaba su frustración y su carencia de lo más elemental en
la vida, el amor de un muchacho hacia ella.
Se mojó la cara en el pequeño lavabo de la nave antes de volver junto al él,
necesitaba recomponer su semblante y esconder sus miedos bajo una máscara de
indiferencia, demostrarle que aún tenía el control sobre sus pensamientos. El viaje iba a
resultar muy largo e incómodo.
Cuando enfiló el pasillo de la primera clase se paró con un terrible disgusto en
sus ojos castaños, una de las azafatas tenía su mano izquierda apoyada en el antebrazo
de Aslhem y lo miraba con el rostro completamente arrobado. Las mejillas de la mujer
estaban encarnadas y el brillo de sus ojos había aumentado hasta el límite de parecer a
punto de sufrir una lipotimia, ¡malditas bestias! Caminó los pasos que la separaban de
su asiento más rápido de lo normal, con su cadera separó la mano de la azafata del brazo
de Aslhem.
Ella parpadeó varias veces.
—Disculpe, ¿qué me había pedido?— Aslhem dirigió su mirada hacia Satín
con un destello travieso en sus pupilas.
—Una botella de agua con gas— la azafata le permitió que tomase asiento en
el pasillo, él se había pasado un asiento hacia la ventanilla.
—¿Y usted…?— Satín no se lo pensó.
—Si fuese posible una botella de cloroformo— Aslhem alzó sus cejas en un
interrogante tras oír la petición de ella.
—Rara elección, cazadora— Satín le mostró una sonrisa ausente de humor.
—Tengo que estar ocho horas sentada a tu lado…— no terminó la oración, la
dejó suspendida en el aire con un suspiro de fastidio.
—No tengas miedo de que trate de controlar tu mente— ¡por supuesto que
tenía miedo! Pero antes iba a tragar quina hirviendo que mencionárselo.
—Me has dado tu palabra— Aslhem chasqueó la lengua con pesar y ella
continuó con acritud. ––Confío que te portarás bien o comprobarás lo caliente que está
el infierno— él le mostró un gesto de enfado casi infantil, e hizo que el estomago de ella
saltase con un júbilo difícil de ignorar ¿por qué tenía que ser tan endiabladamente
guapo?
—No he sido yo quien ha comenzado la pelea— le respondió sapiente, pero la
llegada de la azafata no le permitió ofrecerle una respuesta.
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