LA SALVACIÓN CRISTIANA EN EDWARD SCHILLEBEECKX: APORTES A LAS EXPECTATIVAS DE SALVACIÓN Y LIBERACIÓN DE LOS HOMBRES Y MUJERES DE NUESTRO PAÍS Monografía para optar por el título de Magíster en Teología Hernán Yesid Rivera Roberto, O.P. Director: Rodolfo de Roux Guerrero, S.J. Segundo lector: Luis Alfredo Escalante Molina, S.D.S. Fecha de sustentación: 28 de abril de 2011 Hernán Yesid Rivera Roberto, O.P. Candidato a la Licenciatura en Filosofía, Ética y Valores, Universidad Santo Tomás, Bogotá; Magíster y Licenciado en Teología, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá; Bachiller en Sagrada Teología, Uni­ versidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Sacerdote dominico de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia. Correo electrónico: [email protected] Rodolfo Eduardo de Roux Guerrero, S.J. Doctor en Teología, Universidad Gregoriana (Roma); Licenciado en Filosofía y Letras, Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá). Correo electrónico: [email protected] Luis Alfredo Escalante Molina, S.D.S. Doctor en Teología, Universidad de Friburgo, Suiza; Magíster en Teología, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Profesor de tiem­ po completo, Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana. Correo electrónico: [email protected] RESUMEN Este trabajo monográfico contiene una exposición sobre el tema de la salvación cristiana en el teólogo dominico Edward Schillebeeckx, y los aportes que tal interpretación puede brindar a las expectativas de salvación, liberación y emancipación de los colombianos. Schi­ lle­beeckx, para hablar de salvación cristiana, utiliza diferentes ca­te­ go­rías teologales y antropológicas que –considero– deben inte­grarse proporcionalmente para una aplicación conveniente y contextualizada a la realidad colombiana. De esta manera, toda la exposición aquí desarrollada gira en torno de tres ideas fundamentales que tienen que ver justamente con el tema de la salvación cristiana: (1) La salvación como don gratuito de Dios para todo ser humano; (2) la salvación como propuesta integradora para vencer el dolor, el sufrimiento y la violencia en el pueblo colombiano; y (3) la salvación y algunas de las implicaciones eclesiales, sociales y culturales para nuestro país. Al asumir el presupuesto teológico de una resistencia explícita al sufrimiento y al dolor de tantas víctimas en nuestro país, este trabajo plantea a nuestra Iglesia colombiana la responsabilidad de ser, entre nosotros, testigos y agentes históricos de salvación cristiana y de liberación sociopolítica de los hombres y mujeres de nuestro país, desde la perspectiva de las víctimas. CONTENIDO Introducción Capítulo 1 La salvación en la tradición cristiana, eclesial y teológica 1. Algunas interpretaciones sobre la salvación en las tradiciones antigua y moderna 2. Algunas interpretaciones sobre la salvación en las últimas décadas 3. La salvación cristiana según Edward Schillebeeckx 4. Categorías fundamentales de la salvación cristiana 4.1Soteriología 4.2 Salvación cristiana 4.3Redención 4.4Liberación 4.5 Emancipación o autoliberación emancipadora 4.6 Salvación escatológica Capítulo 2 Relación y analogicidad de las categorías principales de la salvación cristiana en Edward Schillebeeckx 1. El camino a seguir para una analogía de las categorías de salvación cristiana 1.1 La hermenéutica analógica 1.2 Interpretación analógica de las categorías de salvación cristiana 1.2.1 Salvación, redención y liberación 1.2.2 Salvación, redención y autoliberación emancipadora la salvación cristiana en edward schillebeeckx 237 1.2.3 Redención y salvación escatológica 2. Jesucristo nuestro salvador 3. La historia, lugar donde se realiza la salvación 3.1 El ser humano como ser histórico 3.2 Fuera de la historia no se puede comprender la salvación cristiana 3.3 El curso de la historia como historia de la salvación Capítulo 3 La salvación cristiana, un aporte a las expectativas de salvación y liberación de los colombianos 1. Salvación y sufrimiento humano 1.1 El sufrimiento humano 1.2 El sufrimiento humano según la fe cristiana 1.3 ¿Puede el sufrimiento humano dar sentido a la vida? 1.4 El sufrimiento como realidad humana 1.5 Resistencia cristiana al mal y al sufrimiento de las víctimas en Colombia. Algunas implicaciones 2. La salvación y la redención incluyen al ser humano en su integridad 3. Nuestro compromiso como Iglesia: ser testigos y signos visibles de salvación y liberación para las víctimas, los marginados y los más pobres 3.1 La Iglesia como comunidad de fe y amor salvíficos 3.2 Una Iglesia que vive la salvación que celebra Conclusiones Bibliografía EXTRACTO Capítulo 3 La salvación cristiana, un aporte a las expectativas de salvación y liberación de los colombianos Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Jn 3,16-17 1. SALVACIÓN Y SUFRIMIENTO HUMANO La salvación que Dios ha dado al mundo en su hijo Jesucristo atañe a cada persona humana en su integridad, y es liberación y redención de toda forma de dolor y sufrimiento. Esta es una máxima que se­ gu­ramente todos los creyentes podemos compartir desde nuestra experiencia de fe. No obstante, cuando una afirmación así es pronunciada, leída o dicha a un grupo de personas que a diario sufren el dolor, la muerte, el sufrimiento y la desesperanza, en nuestro país, tal contenido puede resultar de difícil comprensión y poco asimilable. Porque la experiencia del sufrimiento no deseado ocasiona escepticismo y desconfianza en las víctimas que lo padecen, de forma que los men­ sajes de esperanza, consuelo y aliento se pueden tornar sospechosos y de difícil convencimiento. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 239 En las víctimas del dolor, del sufrimiento, de la violencia, de la corrupción, de la marginación y de la pobreza, de nuestro país, hay interrogantes, cuestionamientos y preguntas sin respuestas, hay sentimientos encontrados de impotencia, venganza y tristeza, hay deseos de liberación, pero también pretensiones de hacer justicia por las propias manos; hay fe, pero a la vez un deseo exaltado de que el Dios en el que creen tome venganza, y acabe de una vez para siempre con todos sus victimarios. El sufrimiento y el dolor tienen distintos rostros en Colombia, y esos rostros se encarnan a diario en cada persona que sufre las distintas maneras de injusticia, muerte, pobreza y marginación. Vio­ lencia, corrupción, opresión y carencia de oportunidades para todos al no encontrar solución, continúan siendo factores principales que atentan contra la dignidad de los hombres y mujeres de nuestro país. Y hasta este momento, la historia de violencia y las víctimas nos ha enseñado de manera explícita que cada uno de estos factores no se soluciona de forma inmediata, ni tiene una única manera de tratarse, pues la atención y solución a estos problemas –especialmente al del sufrimiento– involucran contenidos, comprensiones y actores que deben integrarse e interactuar en un proceso armónico y permanente, y con el mismo fin común. Por esta razón, en especial quienes son víctimas o causantes y autores de sufrimiento (los victimarios: los movimientos subversivos de guerrillas, los grupos de autodefensas o paramilitares, grupos de “paz” armada y “limpieza social”, las milicias urbanas, las bandas criminales, Bacrim), y toda persona que en su vida tiene grandes ex­pectativas de salvación y liberación, es conveniente, necesario y urgente recordarles que desde la fe cristiana existe una propuesta de salvación incluyente, capaz de luchar contra el dolor, el mal y el sufrimiento, y que puede brindar a la vez una nueva forma de comprender nuestra existencia y nuestra misión en el mundo. 1.1 EL SUFRIMIENTO HUMANO Según E. Schillebeeckx, aunque la humanidad, a lo largo de su emo­cionante y deplorable historia, ha buscado y encontrado dis­ tintas prácticas encaminadas a superar el sufrimiento, hasta hoy no ha podido ofrecer una buena teorización racional de todos los 240 hernán yesid rivera roberto, o.p. sufrimientos, y cuando se ha intentado llevar a cabo tal teorización, el sufrimiento se ha minimizado o reducido a ciertas manifestaciones del mismo. El ser humano ha buscado superar el sufrimiento valiéndose de muchos medios, pero a lo sumo, hasta hoy, lo que en verdad se ha producido son interpretaciones particulares del sufrimiento, y no soluciones exactas al mismo. En la historia de la humanidad, vemos por ejemplo que las religiones del mundo se han esforzado por descubrir las causas del sufrimiento humano y por hallar una praxis adecuada para eliminar tales causas: si ven la causa de sufrimiento humano en el pecado (el judaísmo y el islamismo), la praxis lógica para superarlo es no pecar; si lo consideran producido por los deseos y las pasiones del ser humano (el caso del budismo), o por la avidez, el egoísmo y las bajas tendencias (estoicismo, cínicos), la praxis correspondiente consistirá en triunfar sobre la avidez y los deseos desordenados.1 Otro tanto ha hecho el marxismo, y algunas otras ideologías históricas de emancipación sociopolítica. Marx y otros pensadores racionales ven, en el sufrimiento social y en el sistema económico del capitalismo, la causa principal de los sufrimientos del ser humano. En su manera de comprender las relaciones humanas, Marx encuentra desequilibrio e injusticia económica entre burguesía y proletariado, y este desequilibrio es el productor principal de sufrimiento del ser humano. En este sentido, la manera lógica y racional de eliminar el sufrimiento será –para él y otros pensadores– la emancipación de toda forma de alienación sociopolítica y económica a través de la lucha de clases, de manera que, gracias a este tipo de revolución sociopolítica, el ser humano logre para todos una igualdad de las condiciones de vida, e igualdad de relaciones económicas. A causas distintas de sufrimiento corresponden, entonces, pra­ xis distintas para remediarlo, bien de tipo ascético y personal (desde la dimensión religiosa humana), o bien de tipo sociopolítico. Sin 1 Para una comprensión más amplia del tema del sufrimiento humano, en algunas de las religiones del mundo, en el pensamiento griego, en los romanos y en el marxismo, ver la síntesis que Schillebeeckx presenta en Cristo y los cristianos. Gracia y liberación, 653-697, o puede verse también en la revista Concilium el artículo escrito por John Browker, “Cruz de Cristo y sufrimiento humano”, 414-422. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 241 embargo, aunque formas prácticas como éstas se proponen vencer el sufrimiento humano, no es posible que las causas del sufrimiento y la correspondiente praxis redentora y salvífica se limiten o reduzcan a una acción meramente histórica y personal, o por el contrario, ex­ clusivamente sociopolítica.2 Si bien la salvación significa también remedio y solución a los dolores e igualdad de condiciones de vida, exclusivamente así entendida corre el riesgo de quedar reducida a una o dos dimensiones del ser humano, sea sociopolítica o personal, con todo lo que esto lleva consigo, es decir, de no incluir al ser humano es su integridad, y por tanto, ser una salvación a medias, y eso va absolutamente en contra de la salvación que Dios ofrece al ser humano. Mientras junto a la felicidad personal de algunos siga habiendo (de cerca o de lejos) sufrimiento, opresión, y marginación en otros, o mientras el precio del bienestar de unos sea el dolor de los demás, no se puede hablar, en sentido estricto, de condiciones humanas que posibiliten coherente y visiblemente la salvación, o por lo menos, no si nos referimos a la salvación cristiana. 1.2 EL SUFRIMIENTO HUMANO SEGÚN LA FE CRISTIANA Frente al sufrimiento humano, la fe cristiana no tiene ni pretende tener una respuesta exacta que dé soluciones inmediatas o lo eli­ mine totalmente. De cara a esta situación, el cristianismo carece de una explicación racionalmente perfecta. Ante el sufrimiento, el creyente no argumenta, sino narra un hecho y comenta las propias experiencias, sin dar de ellas una explicación exacta. Sin embargo, hay algo claro para la fe cristiana: Dios no quiere el sufrimiento del ser humano; el sufrimiento, en cuanto resulta de nuestra criaturalidad –y la del cosmos total– tampoco tiene su fundamento en Dios. De esto tenemos conciencia gracias al testimonio y las enseñanzas de Jesús. La opción radical y preferente de Jesús por los pobres y los que sufren (Mt 6,33; 11,4-5; Jn 8,1-11) da cuenta explícita de la oposición directa que Dios tiene ante el sufrimiento humano. 2 Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, 698-699. 242 hernán yesid rivera roberto, o.p. Por otra parte, desde la comprensión cristiana de la vida, tam­­poco se puede afirmar que todo sufrimiento sea consecuencia del pecado o de la fragilidad humana. Esta es otra de las grandes en­señanzas que también hemos recibido gracias al Evangelio de Jesús. Según las narraciones de los evangelios, Jesús rechaza la idea religiosa y moral de que el sufrimiento va unido forzosamente al pecado. En el texto del ciego de nacimiento (Jn 9,1-7) y en otro, en el cual aparece Jesús, una de tantas veces, enseñando a sus discípulos (Lc 13,1-5), se indica claramente que del pecado se puede inferir un sufrimiento, pero no al contrario: que del sufrimiento se suponga de suyo un pecado. Por una parte, el sufrimiento derivado del pecado debe mover a la conversión (metanoia) (Lc 13,3-5); y por otra, el sufrimiento, al margen de su relación eventual con el pecado, es algo que Dios quiere eliminar (Jn 9,3-4): el sufrimiento manifiesta las obras de Dios, porque Dios remedia y elimina el sufrimiento, y manifiesta también la gloria de Dios, porque Jesús mismo carga libremente con el sufrimiento de los demás en beneficio de ellos.3 Como vamos viendo con lo dicho hasta ahora, la interpretación cristiana del sufrimiento tiene algunas diferencias, incluso respecto de la manera como muchos de nosotros, creyentes, lo asumimos o lo aceptamos. La interpretación del sufrimiento humano, que desde la fe cristiana se hace, se fundamenta en el Evangelio, y directamente, en la persona de Jesús. Él es el prototipo y la interpretación encarnada de la manera como se ha de entender y asumir el sufrimiento. Así, la interpretación que Jesús hace del sufrimiento va a estar, en primer lugar, relacionada directamente con el trato íntimo y personal que tiene con Dios. Para Jesús, Dios y el sufrimiento son diametralmente opuestos: en cada momento y lugar en los que Dios aparece, el mal y el sufrimiento no caben y sencillamente deben reti­ rarse. La esperanza futura y escatológica que comienza a hacerse visible y presente, de forma parcial, en este mundo y en su historia, consiste en que durante el Reinado de Dios, o Reinado mesiánico, no tienen cabida el sufrimiento o las lágrimas, y tampoco la muerte. Se trata de una profunda vivencia de comunión que tiene la actitud de 3 Ibid., 677. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 243 sanar (Hch 2,42-43; 3,1-10), hasta que al fin desaparezcan los males, sufrimientos y lágrimas (Ap 21,3-4). La venida mesiánica de Dios –vencedor del mal– en la persona de Jesucristo es una venida destinada a destruir el mal, no con las armas de un mesianismo nacionalista, sino con la conversión (me­ tanoia), categoría que tiene por cierto una fuerza especial para Jesús y para los evangelistas. La victoria sobre el mal se consigue mediante la obediencia a Dios, y no con las simples fuerzas humanas. Por esta razón, incluso además de los evangelios, para los otros escritos neotestamentarios, es claro que todo creyente deberá asumir en su vida, no sus unívocas maneras de pensar y actuar, sino la postura de Jesús, es decir, amar sin límites ni restricciones al pró­ jimo (Mt 5,43-48), incluso aunque ello implique el sufrimiento de y por los demás. Relacionarse íntimamente con Dios y amar a los demás sin límites, hasta las últimas consecuencias, es entonces la manera más cercana y adecuada de comprender el sufrimiento, según el propio mensaje y testimonio de Jesús. Amar al prójimo puede llevarnos a sufrir por él, y a asumir una vida llena de obstáculos y dificultades en beneficio de él; pero una vida así, de entrega generosa por el otro, aunque cueste lágrimas y dolor, vale la pena ser asumida, pues ella supone vivir más auténticamente, la opción salvífica y liberadora de Jesús por nosotros (en el siguiente numeral trataré nuevamente esta idea). El camino de liberación recorrido por Jesús es el sufrimiento, como consecuencia afectiva de su compromiso total con la causa de la justicia y con la denuncia de la injusticia. Pero Jesús, a diferencia de otros personajes y grupos humanos de su tiempo, mantendrá siempre esa credibilidad de salvación y liberación, sin necesidad de recurrir a las armas de la injusticia. Y es tal la fuerza de ese convencimiento y testimonio, que el sufrimiento se va entender en adelante como el dolor de parto que anuncia una nueva era de verdadera paz y justicia (Mc 13,8; Mt 24,8; Rm 8). En este sentido, al asumir Jesús de esta forma su compromiso por los demás, cabe anotar que no solo será un “liberador” de aquel tiempo, sino –más aún– el redentor del sufrimiento, que mueve (metanoia) a quienes le escuchan a cumplir la tarea de liberar del sufrimiento a los demás: hernán yesid rivera roberto, o.p. 244 …el valor redentor y, en definitiva, realmente liberador del sufrimiento consiste precisamente en asumir personalmente ese sufrimiento con un esfuerzo responsable por superarlo. En cambio, el sufrimiento causado a los demás cae bajo el anatema de la Biblia cristiana. Nunca podrá separarnos de Dios el sufrimiento de y por los demás (Rm 8,35-39); así, el Nuevo Testamento puede hablar incluso de una alegría en el su­ frimiento (Col 1,24; Rm 5,2-5; St 1,2-3), no en un sentido masoquista, sino debido a la fuerza redentora y a la convicción de que Dios tiene secretamente en sus manos a ese hombre como partícipe del sufrimiento redentor de Jesús (Flp 3,10).4 El sufrimiento que vive y asume Jesús es, entonces, un sufrimiento redentor no buscado ni deseado por sí mismo. Por tal razón, es ilógico e incoherente que hoy un cristiano sostenga la idea de que Dios mismo exigió o quiso la muerte de su Hijo, como compensación al pecado de la humanidad de aquel tiempo, o por los pecados y maldades que, él “sabía” que nosotros cometeríamos en nuestra historia. Un pensamiento que concibe la muerte y el sufrimiento de Jesús como queridos por Dios es un pensamiento de cierta mística sádica que invita a buscar en Dios el fundamento del sufrimiento, y tal pensamiento no tiene nada que ver con la tradición cristiana. Un creyente puede dedicarse a contemplar la pasión y muerte de Jesús, y afirmar que éstas deben tener un sentido, aunque nadie sepa cómo y por qué razón suceden, y aunque se admita el presupuesto fundamental de que no se puede minimizar el sufrimiento. La fe en Jesucristo es una respuesta sin argumentos: un “a pesar de todo”, dirá Schillebeeckx5, un “a pesar de” incluso la misma cruz en la que murió Jesús. El cristianismo no da una explicación del sufrimiento, pero muestra un camino: …el sufrimiento es trágicamente real, pero no tiene la última palabra. El cristianismo no mantiene, ni pretende mantener dualismos o dolo­ rismos, ni teorías ilusorias –sufrir es sufrir y es inhumano–, pero hay más: está Dios tal y como se manifiesta en Jesucristo.6 4 Ibid., 678. 5 Ibid., 680. 6 Ibid. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 245 En lo no divino del dolor y la muerte inmerecida, en el misterio ines­crutable, es donde Jesús “sostuvo” y mantuvo su identificación personal con el misterio del Reino de Dios. La revelación suprema y definitiva de Dios tiene lugar en una cercanía de Dios, silenciosa pero extremadamente íntima, con el Jesús que sufre y muere, y que, así, vive hasta el fondo la “condición humana” a la par que su inviolable pertenencia a Dios. Esto no se puede integrar teóricamente a un sistema racional. Aquí solo cabe un testimonio de fe. Aquí comienza nuestra historia. Y, además, esta conciencia nos hace ser más cautelosos al intentar precisar teóricamente el significado soteriológico de la muerte de Jesús.7 Como bien afirma Christian Duquoc, la cruz no se reduce a un símbolo de reparación o de expiación en una abstracción cuasi geométrica de la relación del ser humano pecador con Dios, sino es un acontecimiento histórico, consecuencia de los conflictos provocados por la acción y la predicación de Jesús frente a los intereses religiosos, económicos, políticos o mesiánicos de los diri­ gentes del pueblo judío en aquel tiempo. En otras palabras, La cruz, no es una necesidad impuesta des­ de fuera por una divinidad ansiosa de compensación a su honor ofendido, sino es la consecuencia de la predicación y acción de Jesús contra los opresores.8 Este es otro de los sentidos que son el fundamento y la base para una comprensión cristiana del sufrimiento a partir de Jesús y el Evangelio. ¡Dios no quiere que sus hijas e hijos sufran! La mayoría de los colombianos tenemos puesta nuestra fe y esperanza en el Dios de Jesucristo. Es en el hombre llamado Jesús en quien seguimos creyendo, y es a partir de él y en él que encontramos la respuesta salvadora de Dios frente al sufrimiento y al dolor extremos e inexpresables de las víctimas. La cercanía de la misericordia de Dios tiene en Jesús su manifestación más densa. Para Jesús hay algo claro: el padre Dios no quiere el sufrimiento de los seres humanos. Por eso, diremos nosotros: Dios tampoco quiere el sufrimiento de los hombres y mujeres colombianos. 7 Schillebeeckx, Jesús, historia de un viviente, 611. 8 Duquoc, “Cruz de Cristo y sufrimiento humano”, 412. 246 hernán yesid rivera roberto, o.p. Dios desea que la humanidad se salve. Las escrituras nos enseñan que Jesús tuvo especial predilección por los marginados y sufrientes: pobres, pecadores, enfermos… Estos son los que más necesitaban la salvación de Dios en su propia vida. Por tanto, también hoy es precisamente a las víctimas del sufrimiento, de la muerte, del dolor, de la violencia, de la corrupción, de la marginación y de la pobreza de nuestro país, a quienes va en primer lugar y de manera especial el mensaje de salvación de Jesús, y por tanto, el consuelo y la esperanza de parte de Dios, en medio de la dificultad, del dolor y de la desesperanza. Las voces de tantas víctimas del sufrimiento, de la violencia, y del dolor en nuestro país continúan clamando cada día al Cielo, para pedir liberación y salvación. Esta voz afligida, para bendición nuestra, ¡Dios la escucha siempre! Dios no permanece inmóvil ni callado ante el dolor y sufrimiento de su pueblo: está presente y se compadece cada día de las angustias y el sufrimiento que padece su pueblo (Ex 3,7-10; Dt 26,7). Es claro en los evangelios que Jesús tiene compasión preci­ samente con los más frágiles y sufrientes. Él estuvo siempre atento al clamor de las víctimas del sufrimiento y de la marginación. Incluso, en la cruz, Jesús asume compasivamente el dolor de los otros y clama también al padre Dios para que no se vaya de su lado. Dios está ahí, solidario con Jesús y con la humanidad, y muestra que, en medio de la dificultad, el dolor y el sufrimiento, él no desaparece, sino que se hace presente, sin violentar nunca la libertad humana. No obstante, en algunos ambientes religiosos y sociales de nuestro país y en otros lugares del mundo, se continua afirmando que los sufrimientos y dolores que padece el ser humano, y las distintas formas como tales sufrimientos se manifiestan, son una manera de vivir, e incluso una manera de unirse a los dolores, la pasión y la muerte de Jesús en la cruz. En consecuencia, tal comprensión literal del sufrimiento ha permitido –entre otras cosas– que por una parte las víctimas y los sufrientes se mantengan en una actitud de vida resignada, y, por otra, que muchos cristianos permanezcamos indiferentes ante el dolor y sufrimiento de los demás; pues si el dolor y el sufrimiento no buscados ni queridos son la manera de asumir la pasión del Señor, la salvación cristiana en edward schillebeeckx 247 entonces –como afirman algunas personas– hay que “aceptarlos” en la vida, tal y como llegan. Por tanto, es necesario y urgente enfatizarlo una vez más: nada más alejado a la voluntad salvífica de Dios o a la manera como Jesús comprendió el Reino de Dios que una interpretación literal del sufrimiento y del dolor como aquélla. Nuevamente, es necesario afirmar que Dios no quiere el sufrimiento del ser humano. Y mucho menos hay algo nuevo que añadir a la pasión de Jesús. Todo lo que sucedió con Jesús, en su pasión y muerte, fue contrapuesto por el Dios de la vida al resucitarlo. Dios nos permite comprender que nada, ni siquiera la muerte o el dolor, nos aleja o sepa­ra de la vida y del amor en él: el sufrimiento del prójimo causado por los demás cae bajo el anatema de la salvación cristiana. Nun­ca podrá separarnos de Dios el sufrimiento en favor de los de­ más (Rm 8,35-39). Dios salva en la historia, y esa historia se resignifica por la salvación. De tal forma, ante cualquier manera histórica de sufri­ miento y dolor excesivos (como los producidos en Colombia por las muertes violentas, la maldad, la corrupción, la marginación, la pobreza, los asesinatos, etc.), Dios, por su voluntad salvífica y liberadora, actúa siempre para cambiar y resignificar dicha historia de deshumanización. 1.3 ¿PUEDE EL SUFRIMIENTO DAR SENTIDO A LA VIDA? Aunque hemos dicho ya que Dios no quiere el sufrimiento del ser humano, y que es una responsabilidad del creyente prevenir y evitar el dolor y el sufrimiento del prójimo, también vale la pena reafirmar ahora que existen determinadas formas de sufrimiento que pueden enriquecer positivamente al ser humano e incluso pueden ayudarle, de mejor manera, en el proceso de madurez de su personalidad. Incluso –como bien afirma Schillebeeckx– cierta dosis de sufrimiento nos transforma a nosotros mismos y a los demás, no solo en aquello que concierne a cosas pequeñas, sino especialmente cuando se sufre por una causa buena y noble, justa o santa, que llega al fondo del corazón. Por ejemplo, un ser humano puede padecer en su vida el su­ frimiento “por” o “en beneficio de los demás”, como el caso del 248 hernán yesid rivera roberto, o.p. sufrimiento de Jesús en su pasión y en la cruz, o también del sufri­ miento de los mártires cristianos o de tantas personas que en la actualidad, al luchar por la vida, la dignidad y el bienestar de otras, son silenciadas, secuestradas, torturadas o asesinadas. Aunque esta forma de sufrimiento no es deseada ni buscada para nadie, desde este otro sentido puede ayudar a reorientar el horizonte y sentido de vida de los hombres y mujeres quienes, por desgracia, en distintas ocasiones con nuestras actitudes y acciones inauténticas, conducimos el mundo a la decadencia y deshumanización. Desde esta otra comprensión se habla entonces de un sufrimiento “por” o “en beneficio de los demás”. Por otra parte, también se puede hablar del sufrimiento que se padece “de los demás”, es decir, el causado por otros, pero que a nosotros nos duele, pues no queremos que ellos sufran (la enfermedad, el pecado, los errores, etc.): la compasión y sufrimiento de Jesús por los enfermos, los niños, las mujeres o los pecadores; un papá o una mamá que sufren por los dolores o enfermedad de sus hijos; el creyente que sufre por la deshumanización y decadencia del mundo; el hijo o la hija que sufre cuando ve a sus papás hundirse en el alcohol, y no puede hacer algo para evitarlo. Este tipo de sufrimientos son los que se pueden padecer “de los demás” y que, desde el testimonio compasivo de Jesús, dan también sentido reorientador a nuestra vida. Si analizamos nuestra realidad humana, especialmente en los contextos de los países en vía de desarrollo, notaremos que las cosas grandes e importantes van acompañadas de cierto grado de sufrimiento, y en consecuencia, este sufrimiento muchas veces per­ mite que nuestra vida adquiera un mayor sentido, y que demos más valor a cada cosa realizada en beneficio personal y en beneficio de los demás. Cuando una persona sufre por el bienestar y supervivencia de los miembros de su familia, o cuando alguien trabaja asiduamente para que sus familiares no sufran ni padezcan hambre, en esas per­ sonas se hace visible de qué manera el sacrificio que hacen por otros da sentido a su existencia, aunque tal esfuerzo y tal sacrificio les demanden sufrimiento y lágrimas. Entonces, sufrir significa también una implicación práctica de la vocación y una dedicación asidua a alguna causa que sea buena y la salvación cristiana en edward schillebeeckx 249 justa (Dios y el prójimo). De esta manera, el sufrimiento será algo positivo no buscado, y además, algo asumido voluntariamente como posible consecuencia de un compromiso concreto. Este es el sentido del sufrimiento redentor de Jesús y de los sufrimientos del apóstol Pablo (Col 1,24). En este tipo de sufrimiento el ser humano no se centra en su sufrimiento o en sí mismo, sino en la causa por la cual se com­ prometió (la misma que le implica incluso el sufrimiento). Tal es el verdadero sentido del compromiso de todo cristiano: entregar la vida como ofrenda de amor, desgastarse en favor del prójimo, ser el buen samaritano del que sufre (Lc 10,29-37), sufrir con el que sufre, teniendo que participar al mismo tiempo, la mayoría de veces, en los sufrimientos de Jesucristo, que no se reducen simplemente al momento histórico y puntual de la cruz, sino a los distintos momentos de su vida en los cuales sufre por los demás (Mt 9,12-13.35-36; 14,14; 15,32; Mc 1,41-42; 10,21; Lc 7,13; 10, 33; Jn 11,33-35). 1.4 EL SUFRIMIENTO COMO REALIDAD HUMANA Al ir un poco más al fondo de la vida humana, al tratar el tema del sufrimiento, una de las conclusiones a la que algunos teólogos, filósofos y psicólogos, han llegado, consiste en que el sufrimiento, en definitiva, ha recorrido y recorre la historia de principio a fin; y que es el hilo rojo que permite reconocer cada fragmento histórico precisamente como historia humana.9 J.-B. Metz, en uno de sus ensayos, “Redención y emanci­ pación”10, argumenta que, por una parte, la redención liberadora en y por Jesucristo, también llamada historia de la liberación so­ teriológica, y por otra parte, la autoliberación emancipadora, revolucionaria y acrítica del ser humano, llamada historia de la liberación emancipadora, deben entenderse como historia del su­ frimiento humano, teniendo en cuenta que esta historia redentora y emancipadora solo se da en plural, es decir, como historias del su­ frimiento que súbitamente se interrumpen y se derrumban, que cada 9 Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, 707. 10 Metz, La fe en la historia y la sociedad, 129-145. 250 hernán yesid rivera roberto, o.p. persona a lo sumo puede narrar consternada, pero nunca sistematizar en forma de verdadera argumentación.11 Esta línea de pensamiento de Metz también es compartida por Schillebeeckx, pues el sufrimiento y el mal –para él– son “un misterio insondable y teóricamente inexpresable”.12 Frente al su­ frimiento, el dolor y el mal, la razón humana se queda corta en sus apreciaciones: fracasa el logos humano, pues el ser humano no en­ cuentra explicación alguna a estas realidades. Schillebeeckx, argumenta además que las ideas y expectativas de salvación y de felicidad humana hacen que un creyente, en el momento en que padece una realidad concreta de calamidad, dolor, miseria, y alienación, reviva por ejemplo imágenes de personajes como Job y Jesús: cuando una persona creyente padece algún tipo de sufrimiento en su vida, o cuando analiza las diversas experiencias negativas de la misma, personajes como Job y Jesús se le presentan como los paradigmas y testimonios de fe y esperanza, para su salvación, redención y liberación. Las ideas y expectativas de salvación y liberación de un pue­blo están marcadas por una larga historia de dolor, con breves momentos de esperanzadora felicidad, y por pequeñas experiencias de salvación, en una multisecular historia de esperanzas frustradas, de pecado y de maldad. En este proceso humano de experiencias de dolor, sufrimiento y calamidad, y en parte, de salvación, es interesante cómo las ideas de una comunidad sobre la salvación quieren explicar e interpretar, no solo la profundidad e inmensidad de la desgracia pasada y presente, del dolor, del mal y de la muerte, sino también sus causas, su origen y consecuencias. Este es el caso concreto de Job. Él nos enseña que también las personas justas, fieles y buenas sufren, y que el sufrimiento es, por tanto, una realidad que acompaña al ser humano, independientemente de su pecado. Job no tiene maldad, es un hombre de fe, bueno, piadoso y justo, y sin embargo, sufre, y su sufrimiento es real. Por tanto, a partir de la narración de la vida de Job se comprende que el sufrimiento no depende exclusivamente de la maldad, sino que es parte de nuestra vida, y que hay que asumirlo como tal y combatirlo. 11 Ibid., 134. 12 Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, 707. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 251 Por otra parte, en el sufrimiento de Job, encontramos también que sus dolores y angustias no son ni han de ser motivo de rechazo a Dios, sino todo lo contrario, motivo de total confianza y cercanía a él. El justo sufre, pero el origen del sufrimiento de Job es intención no de Dios sino del mal (demonio). Dios admite el sufrimiento, pero no lo causa ni se lo añade al justo Job. En su sufrimiento inmerecido, Job va descubriendo que el pecado de sus amigos e incluso de su familia está caracterizado por la tentación de rechazar a Dios en los momentos de mayor dificultad, y aunque sin lugar a dudas esto es también una tentación para Job, la narración de su vida y sufrimiento nos enseña que la fidelidad y el servicio del ser humano a Dios dependen claramente del amor y de la confianza hacia él, y no del bienestar material o corporal que se tenga. Job, a partir de su sufrimiento, comprende el sentido de su exis­tencia y de la de su familia, en relación con Dios y con los de­ más seres de la Tierra.13 De esta manera, en Job, encontramos un prototipo importante en la historia de salvación. De ahí va surgiendo un proyecto antropológico, una imagen de lo que se considera una existencia humana auténtica, feliz y buena.14 En este orden de ideas, la historia humana comprende, en­ tonces, una historia efectiva y universal del sufrimiento, que está presente en la memoria cristiana de la redención, y que incluye también sufrimientos por la finitud y la muerte. El mensaje cristiano de redención, como mensaje liberador que da sentido a la vida del creyente, se articula ante el sufrimiento, y esta dimensión de la historia humana del sufrimiento no es un elemento agregado o sobrepuesto a las historias concretas de sufrimiento, ni algo simplemente teori­ zado, como desde fuera, por la soteriología cristiana. La historia de la libertad humana es siempre historia del sufrimiento. Por ende, agrega Metz: …cualquier historia emancipadora de la libertad que elimine o reprima esta forma de la historia de sufrimiento, no pasa de ser una historia de la Para un acercamiento más amplio a estas ideas sobre el sufrimiento de Job, puede tenerse en cuenta el libro de Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Ver Bibliografía. 13 14 Schillebeeckx, Jesús, historia de un viviente, 16. hernán yesid rivera roberto, o.p. 252 libertad abstracta y a medias; su “progreso” termina siendo una entrada triunfal en la inhumanidad.15 Sin embargo, aunque la realidad del sufrimiento es un com­ ponente más de la historia humana, y no se puede dar una explicación racional o argumentativa sobre ella, no significa que el creyente deba vivir en la desesperanza o en una actitud de vida simplemente pasiva frente al sufrimiento. Al continuar con la reflexión que Schillebeeckx y Metz proponen al respecto, diremos que si no somos capaces de justificar el mal y la inconmensurable cantidad de sufrimiento inmerecido, o de explicarlos como reverso inevitable del proyecto fundamental de un Dios que quiere el bien y la salvación, entonces lo único que cabe, frente a esta realidad e historia de sufrimiento, es una “praxis de resistencia”, es decir, una acción empeñada en dirigir la historia siempre hacia el bien.16 Para el caso nuestro, en Colombia, muchos hombres y mu­ jeres experimentan en sus vidas un sufrimiento inexpresable, que no puede soportarse ni siquiera “por una buena causa”, y en el cual estas personas, sin razón alguna, son simplemente víctimas de la brutalidad de una causa malvada que beneficia a unos pocos. Existe en el mundo, y en nuestro país, un exceso de sufrimiento y de maldad, una exuberancia salvaje de dolor, que se resisten a cualquier explicación e interpretación. Este tipo de sufrimiento es precisamente el que Dios reprocha y no desea para el ser humano, y es justamente frente al cual –como creyentes– debemos ejercer una incesante praxis de resistencia. 1.5 RESISTENCIA CRISTIANA AL MAL Y AL SUFRIMIENTO DE LAS VÍCTIMAS EN COLOMBIA. ALGUNAS IMPLICACIONES Todos los cristianos tenemos la tarea de resistir, combatir, y vencer el mal y el sufrimiento (Rm 12,21); todo aquel que profese la fe en el Dios de Jesucristo está incluido en esta tarea. Si bien no podemos dar una explicación concreta al problema del mal y del sufrimiento en el mundo, hemos de asumir y realizar, en nuestra existencia, acciones 15 Metz, La fe en la historia y la sociedad, 140. 16 Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, 708. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 253 empeñadas en resistir al exceso de dolor y sufrimiento que hay en el mundo y en nuestro país. En este sentido, una primera tarea que conviene –como inicio de la praxis de resistencia al sufrimiento– es la escucha atenta y comprensiva a las narraciones de sufrimiento que las víctimas padecen o han padecido. El sufrimiento humano se narra, mas no se explica ni se teoriza. Por tal razón, el hecho de que cada víctima tenga la oportunidad de narrar su historia personal de dolor y desventuras puede ser para nosotros la principal fuente de comprensión de su sufrimiento, y para la víctima, la mejor posibilidad liberadora que dé inicio a una salida del dolor y sufrimientos inmerecidos e inexpresables. Si se tiene en cuenta que, frente a los grandes excesos de su­ frimiento, una víctima de la violencia, la pobreza o la marginación en Colombia pueda narrar, al no haber en nosotros una expresión exacta que dé total consuelo, ni comprendamos la magnitud que tienen esos sufrimientos para quien los padece, la mayoría de las veces solo podremos decir: ¡Eres mi prójimo, aquí estoy contigo! La narración que una víctima haga sobre sus sufrimientos padecidos es, pues, significativa. Mediante la narración del sufri­ miento, la víctima puede iniciar un proceso de liberación y alivio a muchos de sus dolores. Además, por el recuerdo y la evocación que debe hacer, para narrar los acontecimientos de dolor padecidos, podrá, por sí misma, descubrir cómo encuentra o encontró la acción salvadora y redentora de Dios en ese sufrimiento inexplicable. De esta manera, a partir de la narración de las experiencias personales de dolor, angustia u opresión, incluidas las experiencias de fe del narrador, tendremos nosotros el lugar principal desde donde se puede comenzar a hablar de resistencia al sufrimiento y redención del sufrimiento. En la memoria o evocación del dolor y del sufrimiento que cada víctima puede narrar, está también la memoria o evocación que un pueblo tiene y debe tener sobre sus historias de sufrimiento u opresión. Y en este recuerdo, que según J.-B. Metz es memoria passionis17 o evocación del sufrimiento, está la base principal desde En la tercera parte de su libro La fe en la historia y la sociedad, el teólogo con­ temporáneo J.-B. Metz, presenta la explicitación de algunas categorías tratadas por él 17 254 hernán yesid rivera roberto, o.p. la cual debemos partir para hablar del sentido de la salvación y liberación cristianas a las víctimas de la violencia, la pobreza y la marginación de nuestro país. Se trata, entonces, de permitir a la víctima narrar la experiencia personal o comunitaria que ha tenido y tiene del sufrimiento vivido, sin desconocer –claro está– el contexto y ambiente que le rodea. La memoria y la evocación permitirán comunicar a cada víctima, por medio de un lenguaje existencial, la acción o no acción del Dios salvador en su vida e historia concretas. De tal forma, este tipo de narración, más cercana al lenguaje literario que al científico18, le ayude a descubrir que dichas experiencias límite vividas se oponen totalmente a los ideales de una nueva humanidad que la salvación y redención cristiana propone y promueve. Una segunda actitud del cristiano, que se desprende lógicamente de la anterior, es el rechazo directo y explícito a los dolores y su­ frimientos excesivos de cualquier ser humano. Como bien afirma Schillebeeckx, oponerse y resistirse al mal o al sufrimiento no queridos para el ser humano, sea cual sea la modalidad que adopten, constituye el presupuesto –si no la cara oculta– de una auténtica fe en Dios y de una confesión sincera de Cristo.19 Sin embargo, tal oposición directa y explícita a todo exceso de sufrimiento y dolor humanos no deberá realizase por la violencia física o de las armas. Dios no nos ha dado armas para liberarnos o salvarnos, ni (para bendición nuestra) nos las dará nunca. Este es el mensaje vivo y el testimonio que encontramos en Jesús. La justicia salvadora y liberadora de Dios no tiene que ver nada en absoluto con la búsqueda de la justicia por medio de la violencia armada, en ese texto. Ahí habla del “recuerdo” y de “la memoria” como categorías que integran los temas de salvación, redención, y liberación emancipadora (Metz, La fe en la histo­ ria y la sociedad, 192-227). Estas ideas las aborda años más adelante en otro libro suyo cuya traducción al español lleva el título de Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista. Ver Bibliografía. Lonergan describe el lenguaje literario como medio de significación, en este caso, de la experiencia de fe, que oscila entre la lógica y el símbolo. Éste es ese medio signi­ ficativo que –en palabras del jesuita canadiense– “satisface una necesidad” humana que la lógica no alcanza, esto es, la existencia de tensiones internas en el ser humano (Lonergan, Método en teología, 70-76). 18 19 Schillebeeckx, Jesús, historia de un viviente, 580. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 255 que los seres humanos proponemos o realizamos la mayoría de ve­ ces (Jn 18,1-11; Lc 9,54-55). Jesucristo no nos salvó ni liberó con armas ni con violencia física. Esto tiene mucho que decirnos a los colombianos, y de manera especial, a cada uno de los actores armados del conflicto y de la violencia en nuestro país. Dios, para salvar al mundo, dio a su Hijo –y también a no­ sotros– el don y la fuerza del amor irrestricto, sin límites ni con­ diciones (Mt 5,43-48). Esta es la verdadera y única “arma” de la cual disponemos los cristianos. Y aun cuando la aparición histórica de Jesús y su oposición apasionada y combativa noviolenta, a todo tipo de mal y sufrimiento, suscitó a su vez una oposición violenta sin armas, porque contradecía los intereses de individuos o grupos poderosos, las consecuencias del rechazo y asesinato violento a Jesús son resultado, no de la voluntad de un Dios de violencia, sino de la acción y ejecución violentas de algunos líderes políticos y religiosos contra Jesús. El mismo mensajero de la Buena Nueva de salvación, de la llegada del Reinado de Dios al mundo, y de la paz universal, termina siendo violentamente asesinado; pero la reacción del padre Dios no es violenta, ni vengativa. Él enseña al mundo que la salvación solo se manifiesta con el bien y la vida en el amor. Esto es lo que significa el amor sin límites ni restricciones, y por tanto, aquello que significa el carácter no teorizable de la redención cristiana, en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La respuesta de Dios al mal y al sufrimiento extremo es la resurrección de Jesús (Rm 8,35-39). El rechazo de Jesús por los se­ res humanos tiene su contrapeso en la pertenencia de Jesús a Dios. La resurrección, que es acción de Dios en y con Jesús, no solo corrobora su vida y mensaje de salvación, sino también revela que su persona está inseparablemente unida a Dios y a su Palabra. “En la muerte y la resurrección de Jesús confluyen el extremo rechazo del ser humano a la salvación que Dios le ofrece, y la permanente oferta de tal salvación en Jesús resucitado.”20 En este orden de ideas, se comprende que justamente en es­ ta lógica, la lógica del amor, todo cristiano debe fundamentar 20 Ibid., 602. hernán yesid rivera roberto, o.p. 256 su vida para combatir y resistir el mal y el sufrimiento. Tal es la lógica del amor cristiano, que no consiste en meras pretensiones de bondad humana, sino que le es dado directamente como don infinito y gratuito de Dios; y que le ayuda además a oponerse siempre a todo intento, teórico o práctico, de establecer prematuramente un sentido totalizante de todo; es decir, a todo sistema unitario, y a todo programa totalitario de acción, que pretenda poder realizar “el” sentido de la historia: …pues, el sentido de la historia de que habla el cristianismo partiendo de Jesús de Nazaret, es no solo promesa de sentido total, por lo cual el cristianismo no identifica lo ya alcanzado con el sentido escatológico prometido ni se deja descorazonar por fallos ni fracasos, sino también y al mismo tiempo “instancia de juicio profético” o “crítico” frente a todas la totalizaciones prematuras (en el mundo o en las iglesias).21 En síntesis, para todo cristiano, y de manera específica, para nosotros los colombianos, el compromiso en contra del sufrimiento de las víctimas y la oposición práctica a toda forma de sufrimiento, pobreza o marginación, como caminos de salvación, liberación y emancipación desde el Evangelio, deben implicar, por una parte, la escucha atenta y compasiva del recuerdo y las narraciones personales de las víctimas del sufrimiento y del dolor; y por otra, la liberación de las dolencias físicas o psicológicas del individuo o de la comunidad. Ha de tenerse en cuenta, a la vez, que no se pueden asumir los esfuerzos humanos como único sentido total y salvífico de la historia, y desentenderse del sentido cristiano y escatológico del “cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1-4), que es sentido total de la historia y de la existencia humanas, y que solo en y desde Dios se puede ser pleno. En otras palabras, como creyentes debemos tener siempre presente que no se pueden desligar las dos dimensiones de nuestra salvación: histórico mundana y transhistórico-celestial. Ellas siempre se articulan y se complementan. Toda resistencia u oposición directa al sufrimiento, opresión o marginación del ser humano, todo cuanto hagamos en la historia y en el mundo en favor de los demás, el amor que tengamos por el prójimo, sin límites ni 21 Ibid., 580-581. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 257 restricciones, en cuanto propios de nuestra humanidad, son siempre acciones y signos parciales de la salvación y liberación cristianas. No podemos comprender estas acciones histórico-mundanas como el sentido total y perfecto de la salvación, pues el sentido pleno y total de nuestra salvación y liberación solo se da en Dios. Esta es nuestra esperanza escatológica: La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano… Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra… Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al Reino de Dios. Pues, los bienes de la dignidad hu­ mana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor, y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, ilu­ minados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eter­ no y universal: “Reino de verdad y de vida; Reino de santidad y gracia; Reino de justicia, de amor y de paz”.22 Resistencia al mal y al sufrimiento: una actitud incluyente Si bien la reflexión sobre el sufrimiento humano y la salvación cristiana expuesta aquí está orientada especialmente a las víctimas de la maldad, la marginación, la corrupción, el dolor y el sufrimiento en nuestro país, no queda de ningún modo reducida solo a ellas; esta reflexión incluye también un segundo grupo de sujetos (los victimarios) que, paradójicamente, pueden pasar de ser los agentes autores de dolor y sufrimiento, a padecer, ellos mismos, tales situa­ ciones en su propia vida. Concilio Vaticano II. Documentos conciliares completos, “Constitución dogmática Gaudium et spes, No. 39. 22 258 hernán yesid rivera roberto, o.p. Por ejemplo, en algunas regiones del país, muchos de los que han sido o son victimarios de la violencia desean salvarse y liberarse de tantas maldades cometidas o vividas en la clandestinidad. Ellos, aunque no sean tan explícitos, dada su realidad y el enfrentamiento a su humanidad (incluso como los creyentes que algún día fueron) desean también ser liberados de sus maldades, sufrimientos y dolores. Decenas de los llamados “desmovilizados y desmovilizadas de la violencia” padecen en su vida un terror muy grande por el futuro, y el sinsentido que encuentran a su existencia: ¿Qué es la vida humana en medio de las tantas muertes y sufrimientos causados? ¿Existirá para ellos alguna manera de reparación y de redención? ¿Vale la pena seguir viviendo? Sufren porque no saben cómo reparar tanto daño hecho. Ellos o ellas, en su mayoría, han sido promotores y agentes de sufrimiento, y como paradoja, ahora son quienes sufren y padecen una terrible angustia: no viven tranquilos, sueñan con espantos, tienen alucinaciones, y son propensos a adquirir trastornos de doble personalidad, psicosis, y delirios de persecución.23 En este orden de ideas, a hombres y mujeres como ellos hay que decirles también que la salvación de Dios no es excluyente, que el mensaje de salvación, si lo aceptan en su vida, también los incluye (Mt 5,45). Todos los seres humanos, por voluntad divina, tenemos derecho y acceso a la salvación que Dios da gratuitamente a la humanidad. Tanto la víctima como el victimario pueden en verdad lograr su salvación, siempre y cuando haya en su vida un proceso de conversión (metanoia), coherente a aquella gracia salvadora que Dios ha dado a sus criaturas, sin exclusivismos ni contraprestación alguna. Esto lo hacen en total libertad y en la medida en que estén dispuestos a abrirse a la gracia. En particular, el victimario necesita reparar sus faltas, no solo consigo mismo, sino también, de manera principal, con las víctimas. Y esto no se logra simplemente con el hecho de que el victimario sea González Uribe, Los niños de la guerra, 54; Revista Cambio, “Más de 3,1 millones de colombianos sufren trastornos mentales por conflicto armado.” Cambio.com, 4 de abril de 2008, http://www.cambio.com.co/salud_cambio/770/ARTICULO-PRINTER_ FRIENDLY-PRINTER_FRIENDLY_CAMBIO-4067312.html (consultado el 22 de agosto de 2010). 23 la salvación cristiana en edward schillebeeckx 259 privado de su libertad, y esté como recluso en una penitenciaría, sino con la convicción personal de su conversión y con una nueva actitud de vida que le muevan a dejarse orientar en su proceso cambio, consciente de que él no lo hace solo con sus propios deseos y fuerzas, sino de manera especial por la gracia de Dios, que lo acompaña y lo conduce. La salvación de Dios puede liberar al victimario de los males que lo acechan y lo oprimen; y una vez experimentada tal liberación, podrá además reparar el daño causado a las víctimas, y ser en adelante testimonio de paz, caridad, justicia, vida y esperanza en medio de los suyos. 2. LA SALVACIÓN Y la REDENCIÓN INCLUYEN AL SER HUMANO EN SU INTEGRIDAD La salvación de Dios, y la correspondiente resistencia al mal y al sufrimiento no tienen que ver solo con la dimensión religiosa o es­ piritual del ser humano, sino las integra todas. El valor redentor y salvador de Jesucristo involucra a toda la persona humana. Aquí te­ ne­mos nosotros una idea fundamental que enriquece y da identidad a nuestra existencia. Según Roger Haight, “la salvación ha de ser completa; no puede tocar una denominada dimensión espiritual de la vida de una persona y no incluir su actividad en este mundo.”24 En la historia de vida de cada persona, y en su humanidad íntegra, es donde sucede la salvación. Para todo cristiano, el compromiso en contra del sufrimiento de las víctimas y la oposición práctica a toda forma de sufrimiento, como caminos de salvación, liberación y emancipación desde el Evangelio, deben implicar siempre la liberación de las dolencias físicas, psicológicas o morales, tomando en cuenta las condiciones es­pecíficas de cada contexto cultural y social. La misión y la tarea que de esto se deriva deben hallar su inspiración y orientación, para cada cristiano, tanto en el Evangelio de la salvación de Dios, como en la idea o comprensión que actualmente se tiene del ser humano y de los procesos humanizadores que realiza. 24 Haight, Jesús, símbolo de Dios, 374. 260 hernán yesid rivera roberto, o.p. No es mi intención, ni el objetivo del presente trabajo, proponer ahora toda una reflexión sobre antropología filosófica o teológica (ya en otros textos que se quieran elegir, el lector podrá abordar estos dos temas de una forma más amplia25). Solo quiero subrayar que, en el momento de reflexionar algún tema que tenga que ver con la persona humana, es necesario saber desde qué tipo de antropología nos posicionamos para tratarlo, pues según la noción y comprensión que tengamos del ser humano, así mismo serán las ideas y conclusiones a las que lleguemos sobre el tema que nos hemos propuesto tratar. En consecuencia, respecto del tema sobre la salvación cris­ tiana, la opción que tomo personalmente es la de una antropología fundamentada en la tradición cristiano-tomista, que comprende al ser humano como hijo de Dios, y que integra en su ser, cuerpo, alma, espíritu, razón y sentimientos. Hemos dicho en repetidas ocasiones que la salvación y re­ dención cristianas son entendidas como el don amoroso y gratuito de Dios en Jesucristo para todo ser humano, y a esta comprensión hay que enfatizarle, además, que es para el ser humano en su integridad. Dios, según la comprensión antropológica tomista, salva al hombre en su unidad e integridad de cuerpo y alma.26 La comprensión tomista del ser humano tiene sus bases en las Sagradas Escrituras. El ser humano, según la interpretación de los autores bíblicos, es creación de Dios, y por ende, hijo suyo. Tanto el Entre los autores que abordan los temas sobre antropología filosófica y antro­ pología teológica, están los siguientes: Ponce Cuellar, El misterio del hombre; Coreth, ¿Qué es el hombre?; Maritain, Humanismo integral. Problemas espiritua­ les e integrales de una nueva humanidad; Ruiz de la Peña, Imagen de Dios. An­ tropología teológica fundamental; Yepes, Fundamentos de antropología. Un ideal de la excelencia humana; Cervera Espinosa, ¿Quién es el hombre? Antro­pología filosófica; Valverde, Antropología filosófica; Jolif, Comprender al hombre; Haeff­ ner, Antropología filosófica. 25 Santo Tomás de Aquino logra una síntesis entre la noción de hombre platónica y la noción de hombre aristotélica. El hombre es unidad irreductible de alma y cuerpo, donde el alma es la forma del cuerpo. El alma separada del cuerpo no está en su estado perfecto. El cuerpo identifica al hombre y lo hace capaz de relación con los otros, con el mundo y con Dios. El hombre es imagen de Dios por su men­ te. La imagen perfecta es solo Jesucristo, pero el hombre, por su mente, se ase­meja a Dios, pues puede conocerlo y amarlo (Aquino, Summa theologiae, I. q. 90-93). 26 la salvación cristiana en edward schillebeeckx 261 hombre como la mujer, creación de Dios, son una unidad e integridad de cuerpo y espíritu, y no una dualidad (Gn 1,26, 2,4a; 2,4b-25). Por tanto, cuando se habla del hombre, imagen de Dios, se hace referencia directa al cuerpo, al alma y al espíritu en su integridad, nunca separados, ni solo uno de ellos. Una de las ideas principales de la comprensión antropológica de las Sagradas Escrituras consiste en que el hombre, como creación e imagen de Dios, tiene su fundamento y punto culmen en la persona de Jesucristo. Él, según cita San Pablo, “no hizo alarde de su categoría de Dios, y al pasar por uno de tantos, tomó la condición de ser hu­ mano como nosotros” (Flp 2,6-11). Todo el mensaje del Génesis es ahora interpretado a la luz de Cristo. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es la imagen perfecta y auténtica de Dios, y el paradigma salvífico para nosotros los seres humanos. Para hablar del ser humano y de la acción misericordiosa y salvadora de Dios en él, los escritos neotestamentarios no hacen separación alguna entre alma y cuerpo. La salvación de Dios es sal­ vación para la persona humana en su totalidad. El amor, la mi­se­ ricordia, el perdón, la salvación y redención, son acciones de Dios para toda la persona humana. Un ejemplo claro de esto lo en­contra­ mos en los milagros realizados por Jesús: cada milagro obrado por él permite entender que el sufrimiento humano se vence no solo salvando el espíritu, sino también la carne, el cuerpo (Mc, 2,1-11; Lc 17,11-19). Así obra el Dios de Jesucristo: salva, sana y libera al ser humano en su integridad. Sabe que el ser humano necesita ser bueno, pero que también necesita amar, compartir, caminar, ver, comprender y comer (Mt 9,12-13.35-36; 14,14; 15,32; Mc 1,41-42; 10,21; Lc 7,13; 10,33; Jn 11,33-35). En este orden de ideas, cada ser humano ha de comprenderse a sí mismo como unidad en la pluralidad, de lo cual se deduce que nuestra experiencia testifica que toda acción, pasión o vivencia humana es corpóreo-espiritual, y esto implica que nuestro espíritu y nuestra corporalidad van unidos y se condicionan mutuamente. Cada ser humano, en el ejercicio de su libertad y por la opción que libremente tome, bien se salva todo (cuerpo y espíritu), o bien se condena todo. Aquel cambio de corazón del cual hablan los evan­ 262 hernán yesid rivera roberto, o.p. gelios es un cambio de actitudes prácticas (metanoia), que involucra al cuerpo y al espíritu. Por otra parte, una comprensión integral e incluyente de la salvación que parte de una concepción antropológica, también in­ tegral, es otro aspecto irrenunciable para hablar sobre la acción salva­dora de Dios en medio de este mundo sufriente y enfermo. De hecho, para el caso concreto de la Iglesia colombiana, en el momento en que ella elabore sus reflexiones teológicas sobre nuestra realidad, puede encontrar en esta comprensión un aporte significativo que le permita ayudar, de forma más oportuna y eficaz, a tantas víctimas del sufrimiento, la violencia y la marginación. Sobre todo, si tenemos en cuenta dos de las muchas otras problemáticas actuales de nuestra nación: por una parte, los ideales equívocos de “salvación” personal o de emancipación individual, proclamados en Colombia y en América Latina durante las últimas décadas, por los distintos movimientos revolucionarios y armados; y por otra parte, el pensamiento subjetivo de algunos sectores sociales y políticos del país, que suponen que la paz y el bienestar para las víctimas del sufrimiento y la violencia serán solucionados únicamente con la eliminación del “conflicto armado”, con la fuerza de las armas y de la violencia. Gracias a las distintas reflexiones filosóficas, antropológicas, bíblicas y teológicas, que en estos últimos tres siglos se han dado so­bre el ser humano, hoy sabemos que las realidades humanas deben ser tratadas desde distintos ángulos y con respeto a los diferentes puntos de vista que se tengan sobre cada realidad. Esto es claro en algunas tradiciones de pensamiento contemporáneas (por lo menos de manera teórica) y en la mayoría de las disciplinas que tienen que ver con el ser humano o que hacen referencia a él (antropología, psicología, religión, ética, política, sociología, historia, cultura, eco­ logía, entre otras). La búsqueda de posibles soluciones a las problemáticas humanas, o los aportes que se hagan a las expectativas de liberación, justicia, paz y salvación de un grupo humano determinado, deben integrar las distintas disciplinas humanas, porque el ser humano no es solo religioso, político o económico, sino una unidad integral.27 Se 27 Ver Maritain, Humanismo integral, 21-129. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 263 hace necesario, entonces, recurrir a una opción interdisciplinar que nos ayude en estas tareas, porque hacemos referencia al ser que vive en una sociedad y cultura determinadas. La teología, igual que otras ciencias que tienen que ver con el ser humano, necesita mantener un diálogo incluyente con las otras, porque es en la persona humana en quien se integra lo político, lo social, lo ecológico, lo económico, lo cultural, lo corpóreo, lo físico, lo psicológico, lo trascendente.28 Por eso, un saber como el teológico debe tener herramientas discursivas y metodológicas de diálogo con las ciencias naturales y las ciencias sociales. De esta manera, el diálogo de la teología soteriológica con las demás ciencias humanas nos posibilitará una comprensión inter­ disciplinaria y transdisciplinaria de la salvación humana y cristiana. Es decir, ayudará a esclarecer las reflexiones que cada disciplina aporta, integrando estos aportes y puntualizando las acciones a las cuales nos han de conducir tales comprensiones. Desde el punto de vista teológico, la comprensión de salvación cristiana es ya una forma amplia e incluyente de comprender la vida humana en relación con el Dios de Jesucristo, pero a la vez, para que esta comprensión adquiera un lenguaje amplio que se adapte a los contextos culturales de nuestro mundo actual, y pueda por tanto tener acciones más eficaces en realidades humanas como las de nuestro país, debe también escuchar aquello que las ciencias humanas y sociales cada día van analizando y comprendiendo. Edward Schillebeeckx, a cada una de estas dimensiones las denomina “coordenadas o constantes antropológicas”, y las agrupa en seis: (1) Corporalidad humana, naturaleza y entorno ecológico. (2) Convivencia humana. (3) Relación con las estructuras sociales e institucionales (política y sociedad). (4) Estructura espacio-temporal de la persona y de la cultura. (5) Teoría y praxis humana. (6) Conciencia religiosa y “pararreligiosa” del hombre (Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, 716-724). 28 264 hernán yesid rivera roberto, o.p. 3. NUESTRO COMPROMISO COMO IGLESIA: SER TESTIGOS Y SIGNOS VISIBLES DE SALVACIÓN Y LIBERACIÓN PARA LAS VÍCTIMAS, LOS SUFRIENTES, LOS MARGINADOS Y LOS MÁS POBRES Ser Iglesia implica siempre un movimiento: es “ser llamado” a salir, “Éxodo”, “alzar la cabeza”, “conversión del corazón”, “seguimiento”, “aceptación” de la vida y su historia dolorosa a la luz de una gran promesa. J.-B. Metz29 La Iglesia es la primera responsable de que las reflexiones teológicas no se queden solo en teoría, sino tengan una acción práctica en la realidad que vive el pueblo de Dios. Todo cuanto hemos reflexionado hasta ahora nos debe recordar que es justamente a nosotros, miembros de la Iglesia, a quienes corresponde vivir, comunicar y compartir el mensaje de salvación dado por Dios a la humanidad. Por tal razón, esta reflexión ha sido pensada principalmente para aportar a la autenticidad de la Iglesia colombiana, en su tarea y compromiso, de ser signo y testimonio de salvación para nuestros hermanos y hermanas compatriotas, especialmente los sufrientes, mar­­ginados y desprotegidos de las distintas regiones del país. La persona que sufre, en su cuerpo o en su espíritu, necesita de un mensaje sanador y liberador de nuestra parte, y además, como comunidad eclesial hemos de mostrarle signos visibles de compasión, paz y caridad fraterna. No solo hemos de dar palabras, sino también testimonio de fraternidad, solidaridad, caridad y misericordia entre nosotros mismos. La Iglesia tiene como misión el compromiso profético de anun­ciar la salvación y la esperanza de Dios a todo ser humano, especialmente al que sufre, y a la vez, debe denunciar todo aquello que margina, oprime y violenta la dignidad humana. Los anhelos humanos de liberación y sus grandes expectativas de emancipación, frente al dominio, la marginación y la opresión, deben merecer siempre la atención de nosotros los cristianos; porque la desesperanza, el su­ frimiento, la marginación y la pobreza, muy evidentes, de manera 29 Metz, La fe en la historia y la sociedad, 149. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 265 especial, en los contextos latinoamericano y colombiano, impiden el progreso y la promoción de la dignidad de miles de hombres y mujeres, cada día. La salvación, redención y liberación cristianas, según hemos ve­nido considerando, no parten de un proyecto humano, o de so­ las intenciones de emancipación y liberación humanas, sino se en­ tienden, en primer lugar, como iniciativa del amor infinito de Dios al ser humano, y a la vez, como don gratuito, expresado en gracia y liberación para la humanidad. Por tanto, la Iglesia y todo cristiano tenemos, en el amor infinito de Dios (caritas), la fuerza impulsora y verdadera que nos permite dar testimonio de salvación, justicia y fraternidad a los seres humanos de nuestro tiempo, especialmente a los menos favorecidos de la sociedad. Así lo entiende el papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate: La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es solo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y polí­ ticas. Para la Iglesia –aleccionada por el Evangelio–, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera carta encíclica “Dios es caridad” (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.30 La oferta salvífica de Dios en nuestra vida nos invita, cada día, a no permanecer en una actitud pasiva o egoísta. Aceptar a Dios, aceptar su amor (caritas) y su oferta de salvación implica en nosotros, como creyentes, una actitud permanente de caridad y servicio a nuestro prójimo, así como a nosotros mismos. Quien acepta en su vida al Dios de Jesucristo, no puede permanecer inmóvil. El dolor, el sufrimiento, los problemas propios, y los de los demás, se convierten para cada creyente en una tarea a solucionar cada día. 30 Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, No. 2. 266 hernán yesid rivera roberto, o.p. La oferta salvífica de Dios para los seres humanos de todos los tiempos lleva siempre consigo la liberación de todo aquello que ata o aliena a la persona, y que le produce sufrimiento. Cuando un ser humano experimenta en su vida que la salvación o redención que Dios le da gratuitamente es una realidad, y comprende que dicha salvación le va haciendo cada vez más libre, lo más lógico es que, por la experiencia que vive, comunique a los demás aquello que sucede en su existencia. Todo ser humano que tenga sed de liberación, con grandes expectativas de salvación y sanación, busca salir de toda forma opre­ siva de dolor, angustia, injusticia, esclavitud, miseria o indiferencia, camina en tal sentido y en la búsqueda de tal objetivo, e incluso puede, a la vez, reflexionar, acompañar y apoyar procesos de salvación y liberación de otras personas. Dice el Concilio Vaticano II: Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la per­fección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos.31 Como podemos apreciar en esta cita tomada de la Lumen gentium, hay un aspecto que debe ser claro para todos los que hemos decidido optar por Jesucristo: cada creyente que camine hacia su santidad o autenticidad de vida tiene la tarea y la responsabilidad de amar y servir al prójimo, sin límites ni restricciones, sin condiciones ni reservas. Como creyentes en el Dios de la vida tenemos un com­ promiso libre y responsable de ser generadores de vida, salva­ción, comunión, paz y justicia, y de denunciar todo lo que va en contra de estos principios y valores del Reino de Dios. Concilio Vaticano II. Documentos conciliares completos, “Constitución dogmática Lumen gentium, No. 40. 31 la salvación cristiana en edward schillebeeckx 267 E. Schillebeeckx afirma que para captar lo que en la vida cristiana se comprende como redención (salvación), se requiere de la experiencia de algún tipo de liberación y amor humanos; pero a su vez plantea el interrogante de qué significa una categoría como “el amor de Dios” para alguien que, como ser humano, nunca ha experimentado el amor.32 Si la salvación de Dios obrada por Jesucristo es consecuencia de su gracia, es decir, del don de su amor ilimitado e irrestricto, necesariamente el ser humano debe experimentar primero ese amor de o en otro ser humano, para que proporcionalmente pueda degustar la experiencia amorosa de la salvación. En este sentido, la consecuencia de una experiencia concreta del amor de Dios y del Jesús salvador, en la vida de una persona, ha de ser necesariamente la de sentirse salvado y liberado en medio de su historia y contexto. Es la experiencia que debe hacerse experiencia de gracia y praxis de liberación del hombre y la mujer cristianos.33 Sin embargo, difícilmente puede haber una auténtica experiencia de salvación y liberación en la vida del ser humano si no hay ex­ periencia y encuentro personal con Dios en la vida y testimonio de los hermanos. 3.1 LA IGLESIA COMO COMUNIDAD DE FE Y AMOR SALVÍFICOS Nuestra Iglesia y nuestra religión no están integradas por “super­ héroes” salvadores de historias asombrosas; somos tan solo testigos humildes de la esperanza, la misericordia y la salvación del Dios de la vida, y este testimonio humilde es justamente el que debe identificarnos frente a los victimarios, los opresores y los poderosos de nuestro país (algunos líderes políticos corruptos, bandas criminales, grupos guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, entre otros). La oferta salvadora y redentora de Dios tiene en cuenta prin­ cipalmente a quienes sufren injustamente, pues la redención, libe­ ración y salvación que Jesucristo nos dio va dirigida con especial predilección a toda aquella víctima del sufrimiento y del dolor in­ 32 Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, 728. 33 Gibellini, La teología del siglo XX, 361. 268 hernán yesid rivera roberto, o.p. merecidos (Lc 5,31). A la vez, se dirige a toda persona que la acepte libremente en su vida. La salvación incluye a la persona individual y al mismo tiempo a la comunidad o sociedad con la cual vive y comparte. El mundo y todos los seres humanos estamos capacitados para amar y liberar, porque Dios nos salvó y liberó primero. Si afirmamos que somos obra de la mano y palabras creadoras de Dios, y que esta obra creadora tiene un sentido plenamente salvífico, quiere decir que nosotros tenemos todas las condiciones y la responsabilidad de vivir y comunicar a los demás la salvación. Además, si nuestra Iglesia es sacramento universal de salvación (LG 1), esto significa también que todos los que estamos posicionados en la fe cristiana y pertenecemos a la Iglesia universal, estamos libremente movidos y motivados a ser signo eficaz de salvación para los demás, especialmente, los su­ frientes, los desprotegidos y los marginados de nuestras regiones, independientemente de su credo, raza, lengua o condición social. La Iglesia, al ser sacramento de salvación, debe significar –en su propia estructura interna– la salvación cuya realización anuncia. Como signo y símbolo de liberación del ser humano y de la historia, en su existencia concreta ella misma debe ser un lugar de liberación. Concebir a la Iglesia como sacramento de la salvación del mundo hace más exigente la obligación de transparentar, en sus estructuras visibles (jerarquía, magisterio, sacramentos, liturgia, entre otras), el mensaje de que es portadora.34 El significado universal único de Jesús, que según nuestra fe cristiana afecta a todos los seres humanos en la determinación de su destino, tiene una mediación histórica: la asamblea escatológica de los fieles, la “Iglesia de Cristo”. La mediación entre el significado histórico de Jesús y su significado universal consiste en la misión histórica de la Iglesia en el mundo. La universalidad de Jesucristo, “la catolicidad” de su Iglesia y la misión testimonial (especialmente, mediante la praxis del Reino de Dios), son otros tantos aspectos de una misma realidad de fe, su­je­ta siempre a una mediación histórica: nuestro servicio fiel y es­ pe­ranzador bajo la guía del espíritu de Cristo. De esta manera, la 34 Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, 323. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 269 Iglesia, por la fuerza del espíritu de Jesús, expresa el modo como Dios se ocupa de los seres humanos. La universalidad del mensaje salvador de Jesús es un quehacer histórico de los cristianos, gracias a la praxis del Reino de Dios realizada en la Iglesia (Jn 17,3).35 Así entendida, la verdadera Iglesia pueblo de Dios, por su fidelidad al Evangelio de Jesucristo, debe ser el signo visible de la presencia del Señor en la aspiración por la liberación y en la lucha por una sociedad más humana y más justa. Solo así la Iglesia hará creíble y eficaz el mensaje de amor del que es portadora.36 Por esta razón, nuestra Iglesia colombiana ha de ser la Iglesia de los signos proféticos de amor, humildad, liberación y fraternidad, y en este sen­ tido, será fiel a Jesucristo, pues ¿qué tenemos que no hayamos re­ cibido de él? (1Co 4,7). Nuestra Iglesia, como comunidad integrada por hombres y mujeres de distintos contextos culturales, debe estar siempre atenta al clamor de las víctimas en cada lugar. La Iglesia no está –ni puede estar– alejada de la realidad, porque la conformamos hombres y mujeres, pueblo de Dios, que vivimos inmersos en este mundo y en esta historia, en ambientes y contextos vitales reales. En Colombia, cada región, y por ende, cada Iglesia local, tiene determinados contextos de sufrimiento. Los fieles que viven en los diferentes lugares de nuestro país no solo sufren por causa de la violencia o por el conflicto armado, sino también por los problemas medioambientales, la explotación a los trabajadores, la corrupción política, la violencia intrafamiliar, el olvido de las instituciones gubernamentales, la carencia de condiciones básicas de vida, entre otros. Cada uno de estos factores de sufrimiento merece la atención especial de la Iglesia, y ella debe realizar acciones eficaces frente a los mismos, de tal forma que sea visiblemente un verdadero signo de salvación, caridad y liberación para nuestros hermanos y hermanas. La Iglesia, como comunidad de fe y caridad, no puede perma­ necer callada ante la opresión, la marginación y el sufrimiento de tantas víctimas en Colombia. Cada creyente ha de rechazar y denun­ ciar toda estructura política, social, económica, o incluso religiosa 35 Schillebeeckx, Jesús, historia de un viviente, 629-630. 36 Gutiérrez, Teología de la liberación, 324. hernán yesid rivera roberto, o.p. 270 que vaya en contra de la dignidad de los colombianos. Frente a las diferentes formas como la corrupción se hace visible en las diferentes instituciones de nuestro país, los miembros de la Iglesia debemos tener una postura clara, que paralelamente rechace y denuncie a los corruptos, y también se muestre como un signo de caridad, justicia y liberación. No obstante, …la Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar.37 En otras palabras: …la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los estados”. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación… La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cfr. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral.38 Si como Iglesia perdemos de vista a las víctimas reales, no a las que desde la teoría intentemos comprender sino las de carne y hueso de nuestros campos, pueblos y ciudades de Colombia, si no es por ellas por quienes sentimos compasión, correremos el riesgo de teorizar de manera lógica y gramaticalmente correcta temas co­ mo el sufrimiento, la pobreza o la marginación, pero ignorando el sentimiento y dolor de las víctimas reales, cuya experiencia es tan particular, extrema y límite, que tal vez no la lleguemos a comprender totalmente, ni a expresar con palabras exactas lo que tal experiencia ha significado o ha dejado como marca en cada una de las víctimas de nuestro país. 37 Benedicto XVI, Carta encíclica “Deus caritas est”, No. 28a. 38 Idem, Carta encíclica “Caritas in veritate”, No. 9. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 271 3.2 UNA IGLESIA QUE VIVE LA SALVACIÓN QUE CELEBRA Quienes de alguna manera somos representantes de la Iglesia, agen­ tes de pastoral y fieles cristianos comprometidos, tenemos princi­ palmente la responsabilidad y el compromiso libre y voluntario de entregar nuestro amor, nuestro servicio y nuestra vida entera a las demás personas.39 El Dios de la vida nos ha dado gratuitamente dones y ca­rismas para comunicar su mensaje de salvación y liberación; por tanto, es deber nuestro dar a nuestro prójimo de aquello que hemos recibido, pues, “a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más” (Lc 12,48). Si nos quedamos hablando siempre de la “Iglesia” en su término general, y en abstracto, corremos el riesgo de no situarla y encarnarla en cada uno de nosotros; y por tanto, las responsabilidades y las tareas que se pidan en favor del prójimo quedarán siempre asignadas a la palabra “iglesia” en abstracto, y no a la Iglesia que se encarna y se hace visible en cada uno de nosotros con nombre propio: comunidad de fieles cristianos, diáconos, presbíteros y obispos. En este sentido, los aportes que brindemos a las víctimas ex­ pectantes de salvación y liberación, la escucha atenta a sus dolores y angustias, la resistencia cristiana al sufrimiento inmerecido de tantas personas, son principalmente tarea y responsabilidad de quienes de forma libre hemos optado por ser guías espirituales y servidores de las comunidades cristianas. Gratis recibimos del Señor su amor y la vocación al servicio, y por tanto, nos corresponde dar también ese amor y ese servicio a los demás de manera gratuita, especialmente a los más necesitados de ellos (Mt 10,8). Para tal efecto, la Iglesia universal cuenta con diferentes sig­ nos y símbolos salvíficos que se hallan, de manera especial, en Hace cuatro décadas, a propósito de nuestra responsabilidad como evangeli­ zadores, y como responsables del pastoreo de nuestras comunidades, la Iglesia latinoamericana había dicho explícitamente que “a nosotros, pastores de la Iglesia, nos corresponde educar las conciencias, inspirar, estimular y ayudar a orientar to­ das las iniciativas que contribuyen a la formación del hombre. Nos corresponde también denunciar todo aquello que, al ir contra la justicia, destruye la paz” (Ce­lam, II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Medellín: Conclusiones, No. 20). 39 272 hernán yesid rivera roberto, o.p. los sacramentos y la liturgia, y en la predicación de la Palabra. La Iglesia se vale de la pedagogía litúrgica y sacramental para mostrar de una forma visible y análoga aquello que significa la salvación de Dios en la vida de sus hijos e hijas, y el culto que ellos le rinden y celebran, como agradecimiento a su amor salvífico.40 Cada vez que un creyente recibe un sacramento o participa en la liturgia, no solo está celebrando la presencia de Dios en su vida y en la de sus hermanos y hermanas, sino que además el sacramento o el acto li­ túrgico le invitan y estimulan a comprometerse voluntariamente con el llamado que Dios le está haciendo a asumir una vida más auténtica en favor del prójimo. Los diferentes signos, palabras y gestos que contiene un sacra­ mento o una celebración litúrgica muestran al creyente, de manera pedagógica, la acción salvífica de Dios en su vida, y a la vez, lo que tal acción le invita a asumir cotidianamente consigo mismo y con su comunidad. Los sacramentos y la liturgia son signos visibles de la acción salvadora y santificadora de Dios en cada persona que los recibe y celebra, y a la vez, están llenos de enseñanza, para que el creyente comprenda la respuesta coherente que debe dar cada día, al haberlos recibido o al participar en ellos. Cristo inspira y promueve la unión, la fraternidad, la mise­ ricordia, la caridad y el servicio entre la comunidad que se reúne (tal es la fe de la Iglesia contenida en los sacramentos, de un modo especial, en el bautismo y la eucaristía). Cada celebración litúrgica y sacramental de la Iglesia no se realiza como acto aislado, apartado de los demás, sino como contacto íntimo y muy personal entre Dios Ibid., No. 2: “La presencia del misterio de salvación, mientras la humanidad peregrina hacia su plena realización en la parusía del Señor, culmina en la celebración de la li­ turgia eclesial (SC 8,12). La liturgia es acción de Cristo cabeza y de su cuerpo que es la Iglesia (SC 7). Contiene, por tanto, la iniciativa salvadora que viene del Padre por el Verbo y en el Espíritu Santo, y la respuesta de la humanidad en los que se injertan por la fe y la caridad en el Cristo recapitulador de todas las cosas (cfr. Ef 1,10). Como quiera que no vivimos aún en la plenitud del Reino (LG 3,5), toda celebración litúrgica está esencialmente marcada por la tensión entre lo que ya es una realidad y lo que aún no se verifica plenamente (SC 8); es imagen de la Iglesia a la vez santa y necesitada de purificación (LG 8; SC 2); tiene un sentido de gozo y una dolorosa conciencia del pecado. En una palabra, vive en la esperanza (LG 48; SC 8).” 40 la salvación cristiana en edward schillebeeckx 273 y la humanidad, que encierra toda la vida del sujeto, y que se realiza en una comunidad concreta. Diariamente, algunas veces por semana, los domingos, o en ocasiones especiales, nos reunimos como creyentes para celebrar nuestra fe en comunidad; no la celebramos de manera solitaria, sino con nuestros hermanos y hermanas; y esta comunidad, se supone, debe transparentar la salvación, el perdón, la caridad, la justicia y la paz que Dios nos da a manos llenas. La expresión social del culto es para el grupo que se reúne, movido por la misma fe, principio de unidad del mismo. El uso de los mismos gestos y de iguales símbolos, como manifestación de idénticos sentimientos, supone unidad. Los sacramentos son signos y símbolos en los que se expresa y se comunica la misma acción salvadora de Dios a todos los seres humanos. Aquí no hay distinción: Dios da su gracia y amor salvíficos a todos, sin exclusividad. En este orden de ideas, la Iglesia tiene, en su liturgia y sus sacramentos, dos maneras pedagógicas adecuadas para hacer posi­ ble y visible la salvación de Dios, y con ellas, la posibilidad más indicada de luchar contra el sufrimiento y el dolor de las víctimas de nuestros pueblos. Frente a la marginación y la exclusión que su­fren muchas personas, por citar un ejemplo, la Iglesia contiene signos comunitarios de inclusión e igualdad, como sucede con el sacramento de la eucaristía: “la Iglesia vive de la eucaristía” y tiene un fundamento primordial en ella41. Personas de razas y edades distintas, de estratos sociales o ideologías políticas diferentes, del campo o de la ciudad, nos reunimos en un mismo lugar, para que todos sin distinción, comamos de un solo pan, y podamos alabar y dar gracias a nuestro único Dios y Señor. En efecto, la Iglesia es ante todo un misterio de comunión católica, pues en el seno de su comunidad visible por el llamamiento de la Pala­ bra de Dios y por la gracia de sus sacramentos, particularmente de la eucaristía, todos los hombres pueden participar fraternalmente de la común dignidad de hijos de Dios (LG 9, 32), y todos también, compartir la responsabilidad y el trabajo para realizar la común misión de dar 41 Juan Pablo II, Carta encíclica “Ecclesia de eucharistia”, No. 1. 274 hernán yesid rivera roberto, o.p. testimonio del Dios que los salvó y los hizo hermanos en Cristo (LG 17; AA 3).42 Por medio de nuestras celebraciones o reuniones comunitarias podemos mostrar y pregustar la voluntad salvífica de Dios: él quiere un pueblo unido por el amor, que viva en búsqueda asidua de una nueva humanidad, una comunidad de hermanos y hermanas donde cada uno se sienta partícipe y miembro verdadero de una nueva for­ ma de vida en la caridad y en el servicio. La participación en la fuente del amor une a los cristianos al interior de la Iglesia, y por tanto, ha de encontrar su expresión máxima en la puesta de los dones y carismas recibidos al servicio de los demás, y en la solidaridad y colaboración de los unos con los otros. El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión euca­ rística colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia convival humana.43 Por ejemplo, en la eucaristía, cuando nos acercamos a una per­ sona a darle la paz, aun sin conocerla, le estamos expresando –con ese gesto simbólico– que él o ella es nuestro hermano o hermana, no un enemigo, y que además le estamos deseando lo mejor, es decir, “la paz de Dios”. Este gesto sencillo que no tendríamos –ni tenemos– cotidianamente, en la calle, en el aula o en el lugar de trabajo, es uno de los tantos signos con los cuales podemos mostrar la salvación y el amor real de Dios a los demás. A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comu­ nidad entre los hombres.44 Celam, II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Medellín: Con­ clusiones, No. 6. 42 43 Juan Pablo II, Carta encíclica “Ecclesia de eucharistia”, No. 24. 44 Ibid. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 275 Por otra parte –según dijimos–, otro medio que tiene la Iglesia para comunicar la salvación y liberación de Dios es la predicación de la Palabra. Como creyentes nos vemos enfrentados hoy al reto y al compromiso de la proclamación de la Palabra de Dios en medio de una humanidad que va transformándose a diario, y en la que cada día que pasa se hace más grande su brecha entre ricos y pobres, una humanidad que afronta tanto el dolor y horror de la guerra, como también las distintas formas de violencia en el hogar, en los colegios, en las pequeñas comunidades, en los pueblos, en las veredas, las regiones y los países. Como Iglesia, necesitamos predicar palabras de esperanza, vi­ da y amor que se encarnen en esta Colombia que sufre; palabras de vida que trasciendan los límites de una predicación moralizante o de una catequesis que se enfoca en el aprendizaje memorístico de las doctrinas de fe que contiene el catecismo. Nuestra palabra ha de ser un “anuncio real y alegre del Reino de Dios y una denuncia profética de cuanto contradice las exigencias del Reino”.45 Al respecto, al hablar sobre la necesidad de una renovación de la catequesis, las Conclusiones de la II Conferencia General del Episcopado Latino­ americano, celebrada en Medellín, dicen: De acuerdo con la teología de la revelación, la catequesis actual debe asumir totalmente las angustias y esperanzas del hombre de hoy, a fin de ofrecerle las posibilidades de una liberación plena, las riquezas de una salvación integral en Cristo, el Señor. Por ello debe ser fiel a la transmisión del mensaje bíblico, no solamente en su contenido in­ telectual, sino también en su realidad vital encarnada en los hechos de la vida del hombre de hoy.46 Al dolor y sufrimiento físico y psicológico de las víctimas o de los victimarios no podemos aumentarle un dolor moral con sentimientos de culpa. La resurrección debe motivarnos a optar por la comunión, la vida y la misericordia. Esto implica estar siem­pre atentos al clamor de las víctimas, siendo compasivos con aque­ llos hermanos y hermanas nuestros que sufren, aun cuando no 45 Martínez Díez, Domingo de Guzmán, Evangelio viviente, II, 183. 46 Celam, II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Medellín: Con­­clu­siones No. 3, §6. 276 hernán yesid rivera roberto, o.p. comprendamos ni lleguemos a dimensionar por completo los al­ cances que en la vida de cada víctima puede tener tal sufrimiento. Nuestra existencia en este país no puede ser ajena al dolor y al sufrimiento de los otros. Para cada ser humano, la vida ha de tener y cobrar un sentido que le permita caminar y realizarse como persona. Existir implica ser responsable de los otros con quienes compartimos el mismo ambiente y territorio. Por esta razón, predicar una palabra de vida significa mirar hacia una esperanza nueva, hacia un nuevo horizonte; significa enfrentar y denunciar la injusticia, incluso con sufrimiento y dolor. La humanidad actual no necesita predicaciones moralizantes o predicciones de castigo y desgracias; por el contrario, necesita hombres y mujeres seguidores de Jesús, testigos de Dios y profetas de esperanza (Puebla, 1979). Este es, por ejemplo, el fundamento principal de todos aquellos que, llamados y elegidos por Dios (es­ pecialmente los patriarcas, los profetas y los apóstoles), tuvieron palabras de vida para su pueblo, según lo atestiguan las Sagradas Escrituras. La presencia cotidiana y esperanzada de incontables peregrinos nos ha recordado a los primeros seguidores de Jesucristo que fueron al Jordán, donde Juan bautizaba, con la esperanza de encontrar al Mesías (cfr. Mc 1,5). Quienes se sintieron atraídos por la sabiduría de sus palabras, por la bondad de su trato y por el poder de sus milagros, por el asombro inusitado que despertaba su persona, acogieron el don de la fe y llegaron a ser discípulos de Jesús. Al salir de las tinieblas y de las sombras de muerte (cfr. Lc 1,79) su vida adquirió una plenitud extraordinaria: la de haber sido enriquecida con el don del Padre. Vivieron la historia de su pueblo y de su tiempo y pasaron por los caminos del Imperio Romano, sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo de su vida que los había llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida.47 Necesitamos por tanto comunicar el mensaje salvador de Jesu­ cristo, expresado en palabras inteligibles a los hombres y mujeres de hoy; pero también es necesario ir más allá de la simple pronunciación de frases con sustantivos, verbos y adjetivos, gramaticalmente co­ Celam, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento conclusivo de Aparecida, No. 21. 47 la salvación cristiana en edward schillebeeckx 277 rrectas. Nuestras palabras deben ir impregnadas de vida, a tal punto que, por una parte, muestren nuestra opción personal y radical por el Reino de Dios, reino de justicia, amor, misericordia y perdón; y por otra, hagan conscientes a las personas a quienes nos dirijamos que el hecho de seguir a Jesucristo implica un compromiso por amor y una responsabilidad muy grande con quienes más lo necesitan, esto es –diremos desde el Evangelio–, con nuestro prójimo. CONCLUSIONES Después de haber tratado en este artículo el tema de la salvación cristiana en Edward Schillebeeckx, y los aportes que tal interpretación da a las expectativas de salvación y liberación de los hombres y mujeres de nuestro país, para finalizar, quiero presentar algunas conclusiones generales a las que he llegado y algunas ideas para la reflexión a propósito del tema abordado: 1. La salvación, redención y liberación cristianas no parten de un proyecto humano, o de solas intenciones de emancipación y li­ be­ración humanas, sino que se entienden –en primer lugar– como iniciativa del amor infinito de Dios al ser humano, y a la vez, como don gratuito, expresado en gracia y liberación para la humanidad. En consecuencia, la salvación tampoco es algo que se va “com­prando” por anticipado, por lo menos, no en la fe cristiana. La salvación es don irrestricto de Dios al ser humano. Por esta razón, cada persona debe responder a Dios y a la salvación que él le regala. El amor de Dios y su iniciativa salvífica necesariamente han de tener una respuesta por parte del ser humano, coherente a ese amor y don gratuito de la salvación. Cada persona debe amar a los demás y comunicar la salvación que Dios le ha dado, pues Dios la ha amado primero (1Jn 4,10-11), y la ha amado, salvándola. 2. La salvación cristiana es salvación del hombre y para el hombre en las distintas dimensiones que lo integran. Acontece en medio de la humanidad y no fuera de ella, en medio de los sufrimientos, la opresión, la injusticia y la violencia que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo padecen. Por esta razón, para que comience a hacerse visible dicha salvación y liberación por parte de Dios, todos los creyentes debemos la salvación cristiana en edward schillebeeckx 279 oponernos rotunda y permanentemente a cualquier signo que vaya en contra de ellas, y además, hemos de buscar continuamente estra­ tegias que nos permitan vencer el sufrimiento, la corrupción, la marginación, la pobreza y la opresión que padecen a diario tantas víctimas en Colombia. Con Schillebeeckx, diremos que oponerse y resistirse al mal o sufrimiento no queridos para el ser humano, sea cual sea la modalidad que adopten, constituye el presupuesto –si no, la cara oculta– de una auténtica fe en Dios y una confesión sincera de Cristo.48 Sin embargo, es necesario recordar también que desde la pers­ pectiva cristiana aquello que se comprende por salvación, liberación y emancipación del ser humano se da en la vida histórica y temporal de cada persona, parcialmente y no en su totalidad, pues la salvación plena y total solo tendrá lugar en un futuro que no es temporal sino escatológico. Asimismo, debe saberse que no se puede hacer una equivalencia total entre la historia de la emancipación humana y la historia de la redención que viene de Dios, pero tampoco se puede separar esta última de los procesos de autoliberación del ser humano. La redención cristiana, si bien asume e integra la autoliberación emancipatoria de los seres humanos, va más allá de ésta. 3. A los hombres y mujeres colombianos se nos critica de no asumir de forma responsable nuestra propia historia, bien porque no la conocemos o bien porque nuestra memoria y conciencia históricas son demasiado reducidas y de fácil olvido.49 Ignoramos nuestra his­ toria. Y además, por pretender algunas veces olvidarla u obviarla, no asumimos fácilmente las responsabilidades históricas de nuestra vida y de la vida del país. Se pretende comprender y solucionar muchos de los acon­ tecimientos de dolor y sufrimiento del pueblo colombiano, las causas y las formas de la violencia o de la corrupción, solo en y a partir del presente inmediato. Al parecer, la mayoría de veces no indagamos la historia contenida en cada acontecimiento y preferimos obviarla, 48 Schillebeeckx, Jesús, historia de un viviente, 580. Se podría pensar, por ejemplo, en la obra del escritor y literato colombiano Gabriel García Marquéz, Cien años de soledad. 49 280 hernán yesid rivera roberto, o.p. y en el momento de intentar dar solución a los problemas, se parte tan solo del presente inmediato, para que de forma rápida y también inmediata se obtengan unos resultados. La historia de sufrimiento del pueblo colombiano sigue avan­zando, y al parecer, seguimos ignorando que nuestra historia debe ser conocida y asumida. Valga la oportunidad, entonces, para llamar la atención sobre la importancia que tiene para el ser humano recordar su propia historia y la de su comunidad, haciendo memoria de los hechos positivos y negativos que ella contiene. Porque en esta historia, con sus luces y sombras, Dios actúa y siempre quiere seguir actuando, según su manera de proceder, es decir, sin violentar la libertad humana. 4. Nuestra historia colombiana es también historia de salvación; por tanto, no puede continuar siendo una narración de tragedias diarias que camine hacia el sinsentido, ni tampoco puede ser, por cau­ sa de los victimarios, una historia de condenación. Por el contrario, la memoria histórica y la narración del sufrimiento de las víctimas deben ser el principio fundamental que muestre explícitamente que una historia así, con sucesos degradantes e inexpresables, no es voluntad querida por Dios. En los acontecimientos diarios de dolor y sufrimiento de las víctimas, son las voluntades humanas de los victimarios las que actúan y no la acción salvadora de Dios. Dios no quiere el sufrimiento del ser humano; tampoco el sufrimiento, en cuanto resulta de nuestra criaturalidad o de la del cosmos total, tiene su fundamento en Dios. Este es el testimonio de Jesús: su opción radical y preferente por los pobres, los marginados y los que sufren (Mt 6,33; 11,4-5; Jn 8,1-11) da cuenta explícita de la oposición directa que Dios tiene ante el sufrimiento humano. ¡Dios está con el que sufre! La historia de salvación nos en­ seña que Dios actuó y actúa en la historia humana liberando del sufrimiento, de la marginación y de la opresión. Por tanto, es ver­ daderamente esperanzador para el pueblo colombiano que la historia de tantas víctimas, en nuestro país, ha sido acompañada por un Dios deseoso siempre de que nadie sufra, aunque el dolor y el sufrimiento no les permitan ver con claridad la acción de Dios en su vida personal o comunitaria. En esta historia, en este mundo, y en estas realidades la salvación cristiana en edward schillebeeckx 281 terrenas, comienza, de manera parcial no total, a hacerse presente la salvación definitiva. 5. La redención cristiana es salvación integral e incluye a toda la persona humana. Por esto, aunque nos posicionemos aquí, desde una profesión de fe que es cristiana, es necesario tener presente que no hay salvación para el ser humano solo desde su dimensión religiosa. La salvación, como se ha apreciado en este trabajo, involucra a todas las dimensiones de la persona humana (política, económica, social, cultural, ecológica).50 Que Jesús sea nuestro redentor o que él nos haya redimido significa también, análogamente, que nos salvó y liberó, y esta liberación trae consigo procesos de emancipación y autoemancipación para los seres humanos, la cual –como ya he afirmado– tendrá su plenitud en la consumación de los tiempos cuan­ do Cristo se manifieste, le veamos tal cual es, y sea todo en to­dos (Col 3,4.11; 1 Co 13,12). 6. Cada una de las categorías sobre la salvación cristiana (redención, salvación, liberación, emancipación y autoliberación emancipadora), analogables entre sí, son un todo íntegro que permite ser comunicado o compartido a cualquier ser humano que habite nuestro planeta. Sin embargo, dados los contextos concretos de cada lugar y cada cultura, es decir, si se tienen en cuenta las expectativas y las experiencias salvíficas de las personas –pues, “las ideas y ex­ pectativas de salvación del hombre están siempre determinadas por la cultura”51–, es necesario que, o bien se haga una explicitación más amplia de algunas más que de otras, o bien se haga especial énfasis en aquellas que pueden ser más necesarias de tratar, siempre y cuando ninguna sea excluida, y que al tratar el tema de la salvación sean consideradas en su proporción. “Allí donde se pone como absoluto no a Dios mismo sino a la religión, la ciencia o cualquier otra potencia mundanal, se ensucia, junto con el hombre, también la “ima­ gen de Dios”: el ecce homo en la cruz y en las muchas cruces que los hombres han levantado hasta ahora y siguen levantando; así como también el ecce natura en tanto que creación contaminada (en los animales, en las plantas y en los elementos de la vida).” (Schillebeeckx, Los hombres relato de Dios, 27). 50 51 Schillebeeckx, Jesús, historia de un viviente, 18. BIBLIOGRAFÍA Amaya, Pedro José (dir.). Colombia, un país por construir. Problemas y retos presentes y futuros. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2001. Ancilli, Ermanno y Chiocchetta, P. “Salvación.” En Diccionario de espiritualidad, dirigido por Ermanno Ancilli, Tomo III, 338344. Barcelona: Herder, 1984. Aquino, Tomás de. Opúsculos y cuestiones selectas. Volumen V. Compendio de teología. Madrid: Biblioteca de Autores Cris­ tianos, 2008. _____. Summa theologiae. I, I-II y III. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1994. Bosch, Juan. Diccionario de teólogos/as contemporáneos. Burgos: Monte Carmelo, 2004. Benedicto XVI. Carta encíclica “Caritas in veritate”. Bogotá: Pau­ linas, 2009. _____. Carta encíclica “Deus caritas est” (2a. ed.). Bogotá: San Pa­blo, 2006. Beuchot, Mauricio. Hermenéutica analógica, educación y filosofía. Bogotá: USTA, 2010. _____. Hermenéutica analógico-icónica y teología. Colección Teo­logía Hoy 67. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología, 2008. _____. “La naturaleza de la hermenéutica analógica.” Revista Cuadernos de Filosofía Latinoamericana 82-83/84-85 (2002): 9-13. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 283 Beuchot, Mauricio y Marquínez Argote, Germán. Hermenéutica ana­lógica y filosofía latinoamericana. Bogotá: El Búho, 2003. Boff, Leonardo. Gracia y liberación del hombre (2a. ed.). Madrid: Cristiandad, 1980. Brambilla, Franco Giulio, Edward Schillebeeckx. Traducción de Cons­tantino Ruiz-Garrido Cortés. Colección Teólogos del Si­ glo XX. Madrid: San Pablo, 2001. Brand, Paul. “Para Edward Schillebeeckx de Paul Brand.” Tra­ ducción de Gilberto A. Gutiérrez. Revista Internacional de Teo­logía Concilium, número especial en homenaje a Edward Schillebeeckx (1974): 5-7. Browker, John. “Cruz de Cristo y sufrimiento humano” Traducción de J. L. Zubizarreta. Revista Internacional de Teología Conci­ lium 119 (1976): 414-422. Celam. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Medellín: Conclusiones (14a. ed.). Bogotá: Celam, 1987. _____. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Puebla: La evangelización en el presente y en el futuro de Amé­rica Latina (2a. ed.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1979. _____. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento conclusivo de Aparecida. Bogotá: Celam, 2007. Cervera, Espinosa, A. ¿Quién es el hombre? Antropología filosófica. Madrid: Fax, 1969. Concilio Vaticano II. Documentos conciliares completos. Edición bilingüe. Madrid: Fax, 1967. Coreth, Emerich. ¿Qué es el hombre? Barcelona: Herder, 1980. Cornélis, Étienne. “Soteriología y religiones soteriológicas no cris­ tianas.” En Mysterium salutis, dirigido por Johannes Feiner y Magnus Löhrer, Tomo II, 598-652. Madrid: Cristiandad, 1971. Darlap, Adolf. “El concepto de historia de la salvación.” En Mysterium salutis, dirigido por Johannes Feiner y Magnus Löhrer, Tomo I, 49-204. Madrid: Cristiandad, 1969. 284 hernán yesid rivera roberto, o.p. Denzinger, Enrique. El magisterio de la Iglesia (2a. reimp.). Bar­ celona: Herder, 1961. Doré, Joseph. “Salvación-redención.” En Diccionario de las reli­ giones, dirigido por Paul Poupard, 1587-1596. Barcelona: Herder, 1987. Duquoc, Christian. “Cruz de Cristo y sufrimiento humano” Tra­ ducción de: J. Valiente Malla. Revista Internacional de Teo­ logía Concilium 119 (1976): 403-413. Ediciones Cristiandad. Revista Internacional de Teología Concilium 119. Sufrimiento y fe cristiana. (1976). Ellacuría, Ignacio. “Salvación en la historia.” En Conceptos funda­ mentales del cristianismo, editado por Casiano Floristán, y Juan José Tamayo, 1252-1274. Madrid: Trotta, 1993. Gibellini, Rosino. La teología del siglo XX. Traducción de Rufino Velasco. Santander: Sal Terrae, 1998. Gómez Buendía, Hernando (dir.). El conflicto, callejón con salida. Informe nacional de desarrollo humano para Colombia 2003. Bogotá: UNPD (PNUD, ONU), 2003. González Montes, Adolfo. “Salvación.” En Diccionario de teología fundamental (2a. ed.), dirigido por René Latourelle, Rino Fisi­ chella y Salvador Pié-Ninot, 1301-1310. Madrid: San Pablo, 1992. González Uribe, Guillermo. Los niños de la guerra. Bogotá: Planeta, 2002. Gutiérrez, Gustavo. Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job (6a. ed.). Salamanca: Sí­ gueme, 2006. _____. Teología de la liberación. Perspectivas. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones, 1971. Haeffner, Gerd. Antropología filosófica. Barcelona: Herder, 1986. Haight, Roger. Jesús, símbolo de Dios. Traducción de Antonio Piñero Sáenz. Madrid: Trotta, 2007. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 285 Jolif, J.-V. Comprender al hombre. Salamanca: Sígueme, 1969. Juan Pablo II. Carta encíclica “Ecclesia de eucharistia”. Madrid: PPC, 2003. Lois, Julio. “Salvación.” En 10 palabras clave en religión, dirigido por Andrés Torres Queiruga, 115-148. Estella (Navarra): Verbo Divino, 1992. Lonergan, Bernard. Método en teología. Traducción de Gerardo Re­ molina. Salamanca: Sígueme, 2001. Maritain, Jacques. Humanismo integral. Problemas espirituales e integrales de una nueva humanidad. Traducción de Alfredo Mendizábal. Madrid: Palabra, 1999. Martínez Díez, Felicísimo. Domingo de Guzmán, Evangelio viviente. Tomo II. Bogotá: Cidal, 1987. Martínez Puche, José A. Diccionario teológico de Santo Tomás. Ma­ drid: Edibesa, 2003. Médicos sin Fronteras. Tres veces víctimas. Víctimas de la violencia, el silencio y el abandono. Conflicto armado y salud mental en el departamento de Caquetá, Colombia. Bogotá: MSF, 2010. Disponible en: http://www.msf.es/sites/default/files/adjuntos/ Informe-COLOMBIA-2010.pdf Medina Ferrer, Nelson. “Experiencia en E. Schillebeeckx.” Trabajo inédito, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, octubre de 1996. 94 pp. Metz, Jahannes Baptist. La fe en la historia y la sociedad. Traducción de M. Olasagasti y J. Maria Bravo Navalpotro. Madrid: Cris­ tiandad, 1979. _____. Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista. Traducción de José Manuel Lozano Gotor. Santander: Sal Terrae, 2007. Metz, René y Schlick, Jean (dirs.). Ideologías de liberación y men­ saje de salvación. Salamanca: Sígueme, 1975. Orden de Predicadores. “Actas del Capítulo General Providence, Estados Unidos.” En Orden de Predicadores. Urgidos por la 286 hernán yesid rivera roberto, o.p. justicia y la paz, compilado por Pedro J. Díaz. Bucaramanga: Litografia La Bastilla, 2001. Capítulos II y III. Ponce Cuellar, Miguel. El misterio del hombre. Barcelona: Herder, 1997. Restrepo, Luis Carlos. Más allá del terror. Abordaje cultural de la violencia en Colombia. Bogotá: Aguilar, 2002. Revista Cambio. “Más de 3,1 millones de colombianos sufren tras­ tor­nos mentales por conflicto armado.” Cambio.com, 4 de abril de 2008, http://www.cambio.com.co/salud_cambio/770 / ARTICULO-PRINTER_FRIENDLY-PRINTER_FRIENDLY _CAMBIO-4067312.html (consultado el 22 de agosto de 2010). Ruiz de la Peña, José L. Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental (3a. ed.). Santander: Sal Terrae, 1996. Schillebeeckx, Edward. Cristo y los cristianos. Gracia y liberación. Traducción de A. Aramayona. Madrid: Cristiandad, 1982. _____. “Cuestiones sobre la salvación cristiana” Traducción de J. Grimaldos. Revista Internacional de Teología Concilium 138 bis. (1978): 164-183. _____. Dios futuro del hombre (3a. ed.). Traducción de Constantino Ruiz-Garrido. Salamanca: Sígueme, 1971. _____. Dios y el hombre. Ensayos teológicos (2a. ed.). Traducción de Alfonso Ortiz García. Madrid: Sígueme, 1969. _____. “El magisterio y el mundo político.” Revista Internacional de Teología Concilium 35 (1968): 404-427. _____. Interpretación de la fe. Aportes a una teología hermenéutica y crítica. Traducción de José M. Mauleón. Salamanca: Sígueme, 1973. _____. Jesús, historia de un viviente. Traducción de A. Aramayona. Madrid: Cristiandad, 1981. _____. Los hombres relato de Dios. Traducción de Miguel GarcíaBaró. Salamanca: Sígueme, 1994. la salvación cristiana en edward schillebeeckx 287 _____. Revelación y teología. Salamanca: Sígueme, 1968. _____. Soy un teólogo feliz. Entrevista con Francesco Strazzari. Introducción (2a. ed.). Madrid: Atenas, 1994. Sedano G, José de Jesús. “Salvación y liberación en la teología la­ tinoamericana”. En Teología y liberación, Perspectivas y desafíos: Ensayos en torno a la obra de Gustavo Gutiérrez, diri­gido por Paulo Evaristo Arns, 191-214. Lima: Instituto Bartolomé de las Casas-Rímac-Centro de Estudios y Publi­ caciones, 1989. Simon, Derek J., “Salvation and Liberation in the Practical-critical Soteriology of Schillebeeckx.” En Theological Studies 63 No. 3 (2002): 494-520. Studium Thomisticum Virtuale. Revista E. Aquinas. Naturaleza y gracia en Santo Tomás. Época I, Año 5, No. 1 (2007). Disponible en: http://www.e-aquinas.net/epoca1/naturaleza-y-gracia-en-san to-tomas (consultado el 22 de agosto de 2010). Torres Queiruga, Andrés. “Edward Schillebeeckx: Una teología ac­ tualizada desde la búsqueda del ‘Dios humanísimo’.” Revista Selecciones de Teología Vol. 49, No. 196 (2010): 280-284. Valverde, Carlos. Antropología filosófica. Valencia: Edicep, 1994. Winling, Raimond. La teología del siglo XX. La teología contem­ poránea. Salamanca: Sígueme, 1987. Yepes, Ricardo. Fundamentos de antropología. Un ideal de la exce­ lencia humana. Pamplona: Eunsa, 1996.