PARADIGMAS CONTENMPORANEOS Grupo Coppan SC Octubre 24, 2008 Posguerra sin guerra: el blast financiero En la primera mitad de la segunda década del siglo XX, en una ranchería del estado de Nuevo México, surgió un brote de gripa aviar. Uno de los individuos contagiados por el virus fue reclutado en una base militar, en ese mismo Estado, desde donde se enviaban tropas estadounidenses a Europa para apoyar a sus aliados, en la primera gran guerra. Por esa vía el virus viajó a Europa y de ahí al resto del mundo. Se estima que cinco millones de personas murieron a causa del virus. Casi un siglo después, el mal manejo del sistema financiero estadounidense generó una grave enfermedad en el sistema financiero internacional. De la noche a la mañana se derrumbaron los mercados de valores en el mundo y millones de personas, como por arte de magia, se encontraron con su patrimonio mermado y sus expectativas desvanecidas. Existe una gran diferencia entre las dos catástrofes: los responsables. En la primera, difícilmente se puede culpar a alguien del surgimiento y expansión del virus. De hecho no fue sino hasta la última década del siglo pasado que se logró establecer, científicamente, lo que había provocado la pandemia que se sumó a los horrores de la guerra. Mientras que en la segunda, es claro que todo fue producto de una secuencia de malas decisiones tomadas por actores, oficiales y no oficiales, responsables del sistema financiero. La primera seguramente fue inevitable, mientras que la segunda se construyó. La actual crisis refleja un drástico cambio de paradigmas, cuando el autodesignado “guardián” de la seguridad y la estabilidad internacional, sea precisamente el responsable de poner al mundo en una situación de posguerra: en este caso a través de la devastación financiera. Hablar de posguerra no es una exageración: países enteros en bancarrota, inevitable intervención del estado, urgentes llamados a reordenar el sistema internacional, temor, preocupación e incertidumbre entre la población mundial. El primer referente obligado de esta crisis es la globalización. A diferencia de la catástrofe biológica de hace un siglo, que se concentró en algunos países, ahora el virus penetró a todos los sistemas financieros, sin excepción, y afectó en mayor o menor medida a todo el planeta. La globalización es un hecho innegable, para bien y para mal. Una pandemia biológica, como la de 1914, hoy en día acabaría con la civilización como la conocemos actualmente. El segundo gran referente, que salta la vista, es la caducidad del modelo unipolar. Particularmente en los últimos 8 años - coincidentes por cierto con Analítica Internacional la administración de George W. Bush - Estados Unidos se ha conducido frente al mundo haciendo caso omiso de lo que piensa y siente el resto de los habitantes del planeta, sean gobiernos o individuos. Como nunca, el gobierno de Washington convirtió el multilateralismo en un “mal innecesario”. Esta situación incrementa el nivel de rendición de cuentas del gobierno estadounidense frente a la crisis mundial provocada. Afloraron también en esta crisis las paradojas del capitalismo. En la economía clásica, la más conservadora, la riqueza se debe generar arriba y las fuerzas del mercado y la mano invisible encargarán de distribuirla hacia abajo. La crisis financiera se generó con la misma lógica. Las decisiones se tomaron en el centro del poder mundial, y los costos se distribuyeron entre todos los habitantes del planeta. La teoría clásica si funciona. Como en cualquier situación de posguerra, sin intervención decidida del estado no hay reconstrucción. Paradójicamente, en la nación en donde el libre mercado era religión, el gobierno realiza la mayor intervención de la historia en la economía como única vía de salvación lo que, sumado al déficit fiscal y comercial acumulado en los últimos ocho años, elevará el déficit de esa nación a la estratósfera. Al menos una generación quedará endeudada de por vida gracias a la sabiduría del libre mercado. La situación ha obligado a seguir el mismo rumbo a los gobiernos en Europa, Asia, América Latina y África. Sin la intervención del estado no hay salvación. Las grandes guerras han generado procesos de pauperización y de pérdida de nivel de vida en las poblaciones de los países involucrados, por lo menos en una generación completa. Mantener vivo un sistema financiero a través de inversiones fiscales multimillonarias de los gobiernos puede evitar una catástrofe todavía mayor, pero no cura al enfermo. El padecimiento es crónico y durará por muchos años. Como en el cado de las pandemias, nadie que haya estado expuesto quedará a salvo. En el lado bueno, las catástrofes financieras no producen la devastación física y moral que producen las grandes guerras y las pandemias. Esto significa que los recursos humanos y materiales para la recuperación están en buen estado. En unos días se decidirá el nuevo liderazgo en Estados Unidos. Todo indica que el partido del gobierno que provocó la catástrofe quedará fuera. Esa es una buena noticia. Se requiere frescura y creatividad para enfrentar una crisis de esta magnitud. Eso no impedirá pasar por la recesión económica y pagar los costos de la catástrofe. La parte optimista es que puede significar iniciar una nueva etapa habiendo aprendido de la inmediata anterior. En México aún no se ha sentido el rigor de esta crisis pues nuestro sistema financiero es pequeño y son pocos los involucrados. Se sentirá en unos meses por los inevitables vínculos con la economía estadounidense. Los ingresos del exterior disminuirán por vía precios del petróleo, remesas, turismo, exportaciones manufactureras, inversión extranjera y menor de demanda de mano de obra en Estados Unidos. La recesión en México es también inevitable. Nos esperan tiempos aún más difíciles y, cuando la crisis es mundial, nadie hará por nosotros lo que nosotros no seamos capaces de hacer. Con la colaboración especial de Luis Herrera- Lasso M.