El Problema del Sufragio en Nuestros Días: El Sufragio

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El
Problema del Sufragio en Nuestros Días:
El
Sufragio Inorgánico
y el Sufragio Orgánico
Por rl nlitl~z.izoFrnizcisco PORXCTA.
1. INTKODUCCION
de los problemas inás interesantes y de 1nayo.r trascendencia,
que se plantea en el campo de la Teoría General del Estado, y inás concretamente, en el del Derecho Constitucional, es el que se refiere a la
representación política del pueblo, como parte integrante de la sociedad estatal, en los regímenes que se califican cle deinocráticos.
Y el tema, a inás de ser interesante, adquiere perfiles de palpitante
actualidad en los días que corren, en que tanto se habla de la democracia como forma ideal de gobierno, y en que, sin embargo, no se sabe a
ciencia cierta qué es la democracia -definida por el gran estadista norteamericano Lincoln como "el gobierno del pueblo por el pueblo y para
el ptieb1o"- bien por ignorancia u olvido involuntario de todo lo que
sobre la materia han dicho y elaborado los que la han estudiado, o bien,
como sucede con desgraciada frecuencia e11 estos tiempos, por ser totalmente tergiversados los conceptos por quienes tratan de aparecer como sus clefensores, siendo en realidad sus peores enemigos.
El propósito que perseguiremos, pues, en este modesto estudio
-atenta !a desorientación reinatite arriba apuntada- será tratar de po-
Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, núm. 2, México, 1939.
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ner en claro algunos conceptos fundamentales, particularmente en lo
relativo a la organización del szifragio o votación, que, como muy atinadamente ha dicho un gran autor: "es el fundamento de toda la organización política en las democracias representativas".
Partiendo del principio de que la concepción moderna de la democracia es la base de la organización política de la gran mayoría de los
Estados contemporáneos, y de que es el régimen político más deseado
en la actualidad -sin meternos a discutir si la democracia es o no la
mejor forma de gobierno- dejaremos a Jellinek, que con su acostumbrada maestría, nos describa los caracteres esenciales que en la actualidad reviste esa forma de poder, tanto para introducir mayor claridad
en este estudio, cuanto para dejar asentado definitivamente el p'i-incipio
que constituye nuestro lugar de inicio: "La democracia moderna -dice
el gran maestro teutón- vuelve a tomar su punto de partida en e1
Derecho Político del moderno Derecho Natural, o sea en el principio de
que el poder del Estado deriva originariamente de la voluntad soberana,
pura, de los hombres que han pasado del estado de naturaleza al estado
político. Por esto el derecho político de participar en el poder del Estado,
es un derecho general que nace de la misma naturaleza humana y que
necesita ser atribuido a todo individuo que vive en la asociación estatista, quien por este hecho es elevado a la categoría de ciudadano".
Ahora bien, habiendo dejado asentada esta base, importa fundamentalmente saber de qué manera debe participar el pueblo -titular
de la soberanía, en cuanto conjunto de homb.res dotados de derechos políticos- en el poder del Estado: si de una manera directa, es decir,
expresando de un modo inmediato su voluntad, como órgano primario,
o bien por medio de los representantes que él mismo elige para que
manifiesten sus deseos. "El caso más frecuente en esto, diremos con
Jellinek, es la designación del órgano secundario mediante elección".
Y es natural que así sea, pues, como dice un distinguido autor de
Derecho Constitucional: "Si en las pequeñas repúblicas de la antigiiedad, como en Atenas y Esparta, y aun en la misma Roma, pudo haber
el gobierno directo, especialmente en lo que toca al ejercicio de la función legislativa, en los Estados modernos, tan complicados y tan llenos
de problemas y responsabilidades, no cabe suponer la posibilidad de
que el pueblo tenga ni el espacio adecuado para ejercitar en un momento dado todas las funciones políticas, ni el tiempo necesario para
dedicarse a las mismas, pues necesita llenar las otras mil funciones de
carácter doméstico, económico y social que dekmpeñan los ciudadanos
actualmente; ni po,r último, puede tener los conocimientos y la capa-
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'
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cidad intelectual bastantes para el ejercicio de las difíciles funciones gubernamentales. Por lo tanto, en razón de todas esas imposibilidades que
presenta el gobierno directo, el pueblo en la actualidad ha sido admitido simplemente a desigiiar representantes, es decir, Izon~brcs ilwtrados, especializados, dispursfos a coizsagrar todo s u tiempo a las f~incioilcs públicas y qzíe posean n la v e z apfitudes suficientes para dirigir los
~irgociosdel Estado".
Conviniendo, pues, en que la única forma p.racticable de democracia en la actualidad es la representativa, heinos cle aclarar que, aun
cuando "la idea de representación es meramente jurídica", como dice
Jellinek, desde el punto de vista en que 110s colocamos clebenios verla
bajo otro aspecto distinto: el político. Diremos entonces, con el coilstitucionalista ya citado: "En su acepción política, que es también su
acepción corriente y vulgar, el término régimen representativo designa
de una manera ya hoy de tradición, un sistema constitucional en el
cual el pueblo se gobierna por medio de sus elegidos, en oposición.
sea al régimen de despotisn~o,en el que el pueblo no tiene ninguna acción sobre sus goberilaiites, sea al régimen de gobierno directo, en el
que los ciudadanos se gobiernan por sí mismos".
"El régimen representativo implica, pues, zílza participacióit de los
riiídada~zosclr la gestióil de la cosa pública., participación que se ejerce
bajo la forma de sufragio, o sea, por medio del de.rec110 de voto conferido a los gobernados electores".
E n conclusión, de todo lo anteriormente expuesto, podemos deducir que el meollo del problema que se presenta a nuestra consideración
es el siguiente: Si e11 las clemocracias modernas, de carácter representativo, el pueblo sólo puede ejercitar la soberanía que la Constitucióil
teóricamente le asigna, mediante el voto, por medio del sufragio, o, diremos el1 el lenguaje de Jellinek: ya "que la asamblea popular, como
tal, no se reúne jamás de modo visible, sino que sólo se hace activa
mediante la votación", importa de manera capital que ese sufra,gio esté
de tal inatzera regulado, que produzca los resultados apetecidos, es decir, que a s e p r c al pueblo .zriia efectiva reprcseiztació~sy, por ende, ztila
aztthztica parfiripacióiz e n la,s fztizciones del gobicr~lo.
Dos soluciones principales se han dado a este problema. Una, inspirada en la doctrina liberal e individualista que arranca de fines del
siglo XVIII y. pasando por todo el' siglo pasado, llega hasta nuestros
días. 1115s o menos desvirtuada, se concreta en el sistema conocido con
el nombre de siifragio ~íii~vcrsa~l
ii~on&nico. L a otra, que tiene hondas
raigambres en la historia, 1m-o que sólo ha tenido su realizacióii prác-
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tica en nuestros días, ganando cada día mas terreno en los países civilizados, se hace efectiva en el sistema que 'se denomina sufragio orgánico. Hablaremos brevemente de cada una de ellas.
11. EL SCFRAGIO INORGANICO
Es la manera como se determinan los individuos que han de gobernar e2 las democracias de tipo liberal e individualista. Como punto
previo bosquejaremos la situación de la sociedad de cuyo seno ha de
emanar quien se haga cargo de las funciones públicas.
E1 pueblo, elemento básico que entra en la composición de la asociación estatista, no representa un todo homogéneo: hay en él múltiples grupos que representan diversos intereses. asta diversidad es debida a la división del trabajo, que opera como principio básico de la
solidaridad. El productor representa un interés adverso, en cierto sentido, al inte.rés del consumidor; el trabajador de una industria metalúrgica tiene un interés contrapuesto al del trabajador de una industria extractiva de carbón, pongamos por caso (el mayor precio del
combustible significará una disminución de la potencialidad económica
de la industria metalúrgica y en consecuencia, un empeoramiento de las
condiciones de trabajo en la misma), y esta situación de heterogeneidad social no se traduce en unión de quienes tienen intereses comunes,
sino que el principio liberal que aísla a los individuos, hace que la sociedad se presente como un todo i~aol-gálzico.
En esta situación, al plantearse el problema de la representación
de dicha sociedad, nos encontramos con que es imposible que los diversos grupos sociales que se encuentran en el seno del pueblo, envíen
al gobierno a un verdadero representante de sus tendencias e ideales,
porque al no haber cohesión en dichos grupos inferiores, dejan llano
el camino a los únicos individuos que se aprovechan de la desorganización social y se unen para medrar a costa de ella: tales son las agrupaciones conocidas con el nombre de partidos políticos.
Quienes forman dichos partidos tienen un interés común: asaltar
los puestos públicos, y a ello dirigen sus esfuerzos, organizando campañas y valiéndose de todos los medios aconsejados por Maquiavelo para conseguir el poder y mantenerse en su posesión.
Ahora bien, c. tales individuos representan en realidad al pueblo?,
¿encarnan sus tendencias e ideales?, ¿no son más bien los representantes del partido político profesional de cuyo seno han partido?, ¿habrá
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que estraiiarsc si iildivicluos tales en vez de gobernar en forma que
produzca el bienestar del pueblo, tan sólo buscan su medro pe.rsona1
y la satisfacción de bastardos intereses?
Nuestra conclusión es evidente : el sufl.agio iritivcrsal iizorgcitlico,
practicado en las democracias de tipo liberal, no asegura la representación del pueblo en el poder del Estado, sino que es un adillirable instrumento al servicio cle la demagogia y de los políticos de profesión,
que llevan al poder, no al más apto para gobernar, sino al que más conviene a sus designios. Y esto sucede aun en las democracias más prestigiadas.
Pero todavía más. El vicio que podetnos cunsiderar como fuiiclamental de este sistema y que viene a dar al traste con la pretendida organización democrática, es la falta de prcparaciólz civica adccziada de
los clccho~mfluya cjcvcifai* szrs d c ~ ~ e c h opoliticos,
s
falta que coiiduce a
situacior?es tan absurdas y risibles, pero que se p.resentan a diario en
la realidad, coiiio la que describe el licenciado don Nemesio García Naranjo en un artículo suyo: "Mr. Kenneth Simmons-dice el jurista mexicano- alcalde del pueblecillo de Milton, Estado de Washington, en
la gran Unión norteamericana, es un hombre de buen humor. Desde
hace tiempo, viene proclamando que los ciudadanos de los Estados Unidos no saben a quiénes eligen y, para demostrar su tesis, recoii~endó
como candidato a un puesto público, a un tal Boston Curtis, completamente desconocido por el pueblo. Pero lo recomendaba el alcalde y eso
bastó parz que resultase electo por una mayoría de 57 votos. Cna vez
que se efectuar011 los cómputos, y el rito cívico fué un hecho consumado, el alcalde Siinmons declaró, entre carcajadas, que Bostoii Curtis
era una mula de su propiedad, que él había tenido el capricho de llamar de esa manera. Naturalmente, Mr. Siinmons ha sido acusado de
frívolo y hasta de falsario: pero. . . ¡allí están la mula y los 57 votos
como revelación sensacional del funcionamiento de las instituciones de
los Estados Unidos!" Y si esto sucede, diremos nosotros, en pueblos
cuy3 organización social y política es tan adelantada, i qué no sucederá
en países sin preparación cívica adecuada!
En vista de estos desastrosos resultados, los juristas y políticos
han tratado de buscar otras soluciones. Las más defendidas so11 en la
actualidad la rcst~iccióndel v o f o y el sistema de la representarió11 proporriona~l. pero ni una ni otra, aun siendo efectivamente practicadas,
han dado resultado fructífero. Y es que los que defienden esas soluciones no se han querido dar cuenta de que, lo que acontece es c o ~ ~ ~ c y direrfa dc los vicios i1lferi1os del sisfe~tzadel sufracirc~tcia~~ecesaria
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gio uttiversal inorgánico, y que, por tanto, mientras subsistan, seguirán
produciéndose los efectos deplorables que hemos contemplado.
Lo que se impone, entonces, para acabar con dichos efectos deplo.rabies, es modificar radicalmente la defectuosa organización del sufragio, puesto que ella es la causante de todos los males, y construir un
nuevo sistema que, purgado de los vicios del anterior, esté más de
acuerdo con la realidad social y política die los pueblos en que ha de
implantarse.
A bosquejar ese sistema se dirigen los próximos renglones.
111. EL SUFRAGIO ORGANICO
Ailtes de entrar en materia, veremos primeramente la forma en
que debe estructurarse la sociedad estatal para asegurar la realización
de lo que se ha denominado democracia auténtica.
Quienes se encuentran dedicados a un mismo trabajo, adquieren
lazos comunes de gran fuerza, pues una misma posición en la sociedad
da a quien se encuentra en ella rasgos peculiares, por ello es fácil unir
a quienes desempeñan iguales tareas sociales, y espontáneamente surgen las agrupaciones llamadas profesionales, porque en ellas se reúnen
los que desempeñan análoga labor : Colegios de Abogados, sindicatos
de trabajadores, sociedades de artistas, etc.
De lo anterior es lógico concluir, que no pugna con la naturaleza
de las sociedades humanas el pretender estructurarlas promando reunir a los individuos que mayor similitud tienen entre sí, por la comunidad de intereses, haciéndolos miembros de las agrupaciones p,rofesionales respectivas.
Una sociedad organizada de esta suerte, presenta ventajas indudables: la unión profesional asegurará a sus miembros una defensa eficaz de sus intereses ; del fondo económico de cada una de &as irán surgiendo los beneficios mayores que hoy en día aspiran a tener los pueblos, como los seguros sociales, y se p.rocurará, asimismo, el continuo
y eficaz perfeccionamiento técnico de los agrupados. Pero no son éstas
las ventajas más palpables de dicha estructuración social. Quizá la
mayor de ellas es, precisamente, que en dicha forma está preparado el
terreno para el ejercicio del sufragio orgánico.
E n efecto, de cada uno de dichos grupos profesionales, que encuadrarían la total actividad social -pues no tan sólo la actividad económica origina lazos comunes, sí que también la cultural y artística-
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surgirían los representantes del pueblo, pues para serlo, sería requisito
indispensable que se perteneciera a dichos grupos.
De esta manera, todos los grupos sociales resultan verdaderamente
representados, pues el represeatante participa de sus teiideilcias e ideales, y al gobernar procurará defender los intereses del grupo a que
pertenece.
E n una organizacióii similar a la bosquejada en las anteriores 1íileas, desaparecerían por inútiles los partidos políticos. La selección de
los representantes del pueblo se haría en el seno de las seferidas agrupaciones. y si a todo esto se añade que se terminaría radicalineiite, mediante ese sistema, coii la lucha de clases, foine~itáncloseel bienestar de
absolutamente todos los integrantes de la sociedad política, es iácil advertir coii claridad que entonces sí podría llamarse a un régimeii tal
dcniocl-acin, porque el pueblo tendría un gobierno verdaderaineilte einanado de él, y que po.r sus intereses se preocupara. ya que los titulares
del poder público no saldrían de los partidos políticos, sino de las asociaciones profesionales, que sólo habrían de dar cabida a las verdaderas "fuerzas vivas" de la sociedad.
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