“LA IMPORTANCIA DE LAS REDES UNIVERSITARIAS ESTABLECIMIENTO DE SINERGIAS INSTITUCIONALES” PARA EL Apuntes para el discurso del Rector de la USC en el ACTO CONMEMORATIVO del XX ANIVERSARIO del CGU (26 de septiembre 2014, Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, Polonia) Muy buenas tardes, Rector Magnífico de la Universidad Adam Mikiewicz en Poznan, Presidente del Grupo Compostela de Universidades, Excelentísimo Consejero de Educación, Cultura y Ordenación Universitaria, Ilustrísimo Secretario General de Universidades, Secretaria Ejecutiva del Grupo Compostela, miembros del Comité de Honor, miembros del Comité Ejecutivo del Grupo Compostela, anteriores presidentes de la Red, anteriores Rectores de la Universidad de Santiago de Compostela aquí presentes, Rectores, Vicerrectores, demás delegados de las universidades del Grupo Compostela, autoridades locales, queridos compañeros. Es un placer para mí compartir esta XX Asamblea General del Grupo Compostela con ustedes. El concepto de red es clave en la sociedad actual. La socialización se produce de forma creciente a través de la Red y de redes de diversa índole, como las redes sociales a través de la que se comunican la mayor parte de las nuevas generaciones. Hablamos también de redes de políticas como método eficaz de gestión pública, como es el caso de buena parte de las políticas públicas de la Unión Europea que nos afectan como ciudadanos. En todos los casos, al utilizar el concepto de red, se alude a la importancia del trabajo conjunto, superando las barreras nacionales a través del intercambio directo de información y conocimiento en tiempo real. Los Estados vieron ya clara esta idea tras la II Guerra Mundial, cuando comienza el desarrollo de las Organizaciones Internacionales con las que se articula la colaboración transfronteriza en distintos ámbitos materiales y espacios geográficos. Sin embargo, sorprendentemente, y a pesar de su propia naturaleza de creadoras y transmisoras de conocimiento científico, la cooperación internacional entre universidades canalizada a través de redes es un fenómeno relativamente tardío. En 1977, representantes de varias Instituciones de Educación Superior, reunidos en la Conferencia de Rectores de Universidades Europeas se mostraban favorables al desarrollo y la intensificación de una cooperación entre todas las universidades europeas. No obstante, tales deseos y propósitos encontraban en aquel entonces una dificultad casi insalvable: el Telón de Acero que dividía Europa. En tanto que en aquel momento la cooperación interuniversitaria se desarrollaba exclusivamente sobre la base de acuerdos de carácter bilateral o multilateral entre Estados, quedaba condicionada a las relaciones políticas y a las afinidades ideológicas. Aun así, se entendía ya, que no era posible concebir una Universidad sin relaciones más allá de las propias fronteras. Por esta razón, investigadores de uno y otro bloque, aprovechaban para reunirse los seminarios y simposios que organizaban periódicamente algunas entidades, como el prestigioso Instituto Pasteur de París o la Unión Matemática Internacional. En ellos, y a pesar de la carencia de canales de comunicación como los que disponemos hoy en día, las relaciones universitarias surgían de forma paralela a las vías “oficiales” a través de lazos y contactos personales establecidos entre docentes e investigadores de los diferentes países, unidos por el interés común en los mismos temas de investigación y progreso científico. Por esta razón, no será hasta los años 90, con el fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, cuando el trabajo en redes universitarias se convertirá en una de las principales claves de la Educación Superior en Europa y más allá de sus fronteras. Superados los escollos ideológicos rápidamente, las universidades trataron de agruparse para establecer canales de cooperación permanentes e independientes de las vicisitudes políticas de cada momento. En cierta manera, se trataba de una vuelta al origen de la propia institución universitaria en la época medieval, cuando alumnos y profesores de Bolonia, Paris, Cracovia, Oxford, Salamanca o Praga viajaban entre ellas buscando el saber. Pero ahora, en un mundo cada vez más globalizado, las universidades eran conscientes de que necesitaban uniones fuertes que beneficiarían tanto a la educación como a la investigación. Es en este momento cuando la Universidad de Santiago de Compostela, ya entonces cinco veces centenaria, recoge la invitación lanzada por el filósofo alemán Jürgen Habermas, animando a la constitución de una “opinión pública europea” para crear un estado de opinión pública netamente europeo, y propone la creación del Grupo Compostela: una red de universidades que actuaría como foro de debate sobre los temas candentes en Europa. La Asociación se constituyó en 1994 en la línea de otras redes universitarias ya existentes en la península pero, en esta ocasión, teniendo como base el Camino de Santiago y su espíritu: el impulso del reconocimiento mutuo de las diferencias y semejanzas existentes entre los distintos pueblos. De esta forma, y como afirmó el entonces Rector de la institución compostelana aquí presente, el Prof. y académico de la lengua española, Dario Villanueva, en la Asamblea fundacional, el Grupo Compostela colocó a Santiago en la cabeza de la vanguardia europea y universitaria. Y lo hizo no sólo mediante la creación de la Red, sino elevando a través de ella y desde sus mismos comienzos, propuestas innovadoras que se fueron instalando lentamente en las relaciones europeas universitarias, hablando de forma anticipada y novedosa de la creación de un “sistema universitario europeo”, de la homologación de planes de estudio o de un “doctorado europeo”. La formación de una red de estas características constituía una idea tan innovadora y necesaria que desde el momento fundacional se quisieron unir a ella universidades que no se encontraban en las rutas tradicionales de la peregrinación a Compostela pero sí compartían el deseo de comunicar ideas y opiniones. De los desarrollos del Grupo Compostela a lo largo de estos veinte años hablará su presidente, Maurits van Rooijen, más tarde, pero es evidente que el proyecto ha seguido despertando a lo largo de todos los años de su existencia el interés de la comunidad universitaria, contando hoy con una dimensión trasatlántica e incluso con un miembro en Asia Central. Algunos se preguntarán cuál es la utilidad de una asociación como la nuestra en el contexto actual, cuando hay grandes programas de movilidad y cooperación financiados por organismos públicos, cuando viajar es cada vez más barato y la comunicación con cualquier parte del mundo es instantánea a través de la web. La respuesta está en que, aparte de los programas de intercambio que realiza en su seno (algunos de ellos, pioneros en el momento de su creación) y otras actividades de promoción de la educación, cultura y valores éticos, el Grupo Compostela constituye una garantía, un aval para sus miembros. En la unidad, la independencia de la universidad sale ganando, las grandes ideas tienen más opciones de convertirse en proyectos y nuestros miembros, del más grande al más pequeño, pueden apelar a un respaldo internacional que multiplica su influencia. Esto es, les permite participar en la determinación de las políticas de educación y llevar a cabo acciones e iniciativas que por sí solos no hubieran podido afrontar. Permítanme que ponga por ejemplo los recién estrenados “Compostela Dialogues on Higher Education”, concebidos para la elaboración de posiciones conjuntas del Grupo Compostela que, por el peso de la red, encuentren cabida en medios de comunicación y despachos políticos y se traduzcan en cambios y transformaciones que repercutan en el bien común. En realidad, este nuevo camino abierto por los “Compostela Dialogues viene a complementar un área de trabajo que nuestra asociación lleva desarrollando casi desde sus comienzos. En efecto, a través de la entrega anual del Premio Internacional Grupo Compostela-Xunta de Galicia, hemos destacado y reconocido la labor de determinadas personas en la promoción de lo que se comenzó denominando valores europeos en la cultura y educación universitaria, pero que hoy en día se comparten por todas las instituciones de educación superior. Afortunadamente, el Grupo Compostela cuenta con una fuerte base de miembros que lo vienen sosteniendo e impulsando desde hace dos décadas. Con ellos, su implicación y claros objetivos, parece una apuesta segura concluir que nuestra asociación seguirá estando en la vanguardia de la educación internacional, puede que incluso más allá de los próximos veinte años. Como Rector de la Universidad de Santiago de Compostela, quisiera tomar un último minuto para agradecer a los diferentes colaboradores a lo largo de estos años (muchos de ellos, en esta sala) su confianza en este proyecto, del que se han ocupado con dedicación e ilusión. Asimismo, creo que es necesario felicitar a la Universidad Adam Mickiewicz por la impecable organización de un evento tan especial como este, que siempre quedará en nuestra memoria. Gracias a todos.