El desarrollo de la táctica

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Capítulo 34
El desarrollo de la Táctica
El Cuarto Congreso de la Comintern empezó en noviembre de 1922. Por la primera vez desde su
fundación, la Internacional parecía estar en una posición de llegar a acuerdos sobre las diferencias que
habían emergido durante los tres años precedentes. Dieciséis meses habían pasado desde el Tercer
Congreso; estos habían sido ricos en eventos y en lecciones, marcados por importantes progresos,
especialmente en Alemania, pero también por la tirantez de las disputas entre tendencias en el seno de
la Internacional. Todo conducía a los comunistas a creer que una vez más se situaban en el umbral de
grandes batallas de clase.
Radek redactó algunos comentarios preliminares para los delegados. Enfatizó la importancia del
programa, tal como sería presentado luego a la Internacional. En su opinión, los años previos habían
mostrado a los Comunistas que no podían confinarse a sí mismos, sea en su propaganda o en su
estrategia global, a análisis generales del período:
El período de revolución social a nivel mundial, que es probable que dure varias décadas, no
nos permite, aunque sólo sea por su duración, contentarnos con perspectivas generales.
Plantea un cierto número de cuestiones concretas a los Partidos Comunistas, cuestiones que
hasta ahora éstos han respondido sólo empíricamente… Subyacente a todas, está la cuestión
del carácter especial de las fases presentes del desarrollo de la revolución mundial, la de
saber si debemos plantear demandas transicionales que, aunque no propongan la dictadura
del proletariado como, por ejemplo, en el programa de los Espartaquistas, llevará a la clase
obrera hacia luchas que promoverán la dictadura como su objetivo sólo después que esas
luchas hayan sido suficientemente profundizadas y generalizadas.
Radek sugería que había tres cuestiones de principio que la experiencia le planteaba a los
Comunistas. En primer lugar, ¿podían los comunistas en la lucha contra gobiernos burgueses promover
demandas transicionales que no correspondían a lo que ellos mismos harían si estuvieran en el poder?
En segundo lugar, ¿cuál debería ser su actitud hacia las cuestiones de “capitalismo de estado” que
surgían de la existencia de tendencias hacia el monopolio o de la resistencia obrera a la reducción de
los salarios? Finalmente, ¿en qué forma, aparte de las demandas transicionales económicas generales
con respecto al capitalismo de estado y el control obrero de la industria, era correcto elevar demandas
transicionales políticas equivalentes, como aquella por un gobierno obrero?
Radek criticó la interpretación, que era corriente en la Internacional –y que Bukharin defendió en
el Congreso– que relegaba esas cuestiones a la discusión sobre tácticas:
No aceptamos esta interpretación. Trazar una distinción tan clara entre cuestiones de táctica y
cuestiones de programa ha sido hasta ahora una de las características del oportunismo. El
oportunismo alegremente resguardaba la “pureza” del programa, con el propósito de
permitirse todo tipo de cosas vergonzosas en el trabajo práctico, y en esta forma transformaba
el programa en ilusorio e impotente.
Por lo tanto demandó del Congreso una clara descripción del carácter específico de la situación
general que enfrentaba la Internacional en el período dado, entre la segunda y la tercera ola de la
revolución mundial. Usando este marco, sugirió que un programa transicional fuese redactado. Este
determinaría consignas que ayudarían a movilizar las masas trabajadoras con la perspectiva de la lucha
por la dictadura del proletariado:
La revolución mundial no pudo triunfar de un solo golpe. Cualquiera sea el ritmo de su
desarrollo, necesitamos un programa de transición. La tarea de un programa consiste en
establecer una línea de demarcación entre los esfuerzos de un partido determinado y aquellos
de los demás. Nos distinguimos a nosotros mismos de todos los demás partidos obreros, no
sólo por la consigna de la dictadura del proletariado y el poder Soviético, sino también por
nuestras demandas transicionales. Mientras las demandas de los Partidos Socialdemócratas
no sólo están concebidas para ser realizadas dentro del capitalismo, sino que también sirven
para reformarlo, las nuestras apuntan a facilitar la luchar por la conquista del poder político
por parte de la clase obrera, por la destrucción del capitalismo.
El hecho de que la delegación rusa, después de un largo debate interno, hubiese apoyado a Radek
contra Bukharin, y el hecho de que Radek haya jugado un rol predominante en la redacción de
resoluciones sobre cuestiones tácticas, particularmente en relación a Alemania, dio la impresión de que
el ECCI abordaba la discusión de estos puntos de la misma manera que Radek. De hecho, todos
aceptaban que la revolución mundial estaba en la agenda en Alemania. Zinoviev lo enfatizó de nuevo
en su charla inaugural: “Si todos los signos no nos han engañado, el camino de la revolución proletaria
que empezó en Rusia va por el camino de Alemania”.
Los debates en el Cuarto Congreso
El ECCI consideraba que el curso de la revolución mundial no había cambiado significativamente
desde 1920. El discurso de Radek, titulado "La ofensiva del capital", explicaba:
El principal aspecto del período en el que vivimos es que, incluso si la crisis del capitalismo
no ha sido todavía superada, incluso si la cuestión del poder está en el centro de todos los
problemas, los estratos más amplios del proletariado han perdido confianza en su habilidad
de ganar el poder en el futuro previsible. Son forzados a retroceder a la defensiva... La
conquista del poder no está en la agenda como una tarea inmediata para hoy. La retirada del
proletariado todavía no ha acabado.
Como en el previo Congreso de la Comintern, el debate sobre la táctica habría de convertirse en
la principal preocupación del Cuarto Congreso. Fue precedido por largas discusiones preparatorias en
el ECCI y en las comisiones. Había fuertes desacuerdos en los que Zinoviev y Bukharin se oponían a
Radek porque aparentemente estaban impresionados por algunos de los argumentos de la izquierda
alemana, y particularmente por la interpretación que ella daba de la consigna del gobierno obrero. Estos
acuerdos no habrían de ser claramente confirmados hasta un tiempo después.
No podía haber duda de que los líderes del KPD eran los partidarios más fuertes de la política del
frente único. Meyer habló para insistir sobre la necesidad de acuerdos por arriba para preparar y
realizar el frente único. Enfatizó que ninguno de los éxitos del KPD en esa esfera habría sido posible si
la Conferencia de Berlín y las discusiones entre los líderes de los partidos no hubieran abierto el
camino hacia ello. Se oponía a la opinión –que había sido avanzada por Zinoviev en la comisión, como
los debates en el Quinto Congreso de la Comintern darían testimonio– de que el gobierno obrero no era
más que un pseudónimo de la dictadura del proletariado. Dijo: "El gobierno obrero es una consigna que
hemos formulado para ganar a los trabajadores para nuestra causa, y para mostrar que la clase
trabajadora necesita estar unida en su lucha contra la burguesía".
Fischer, hablando por la izquierda, replicó que la táctica del frente único sólo reforzaba las
ilusiones características del movimiento obrero alemán sobre la "unidad de los trabajadores", y que su
principal resultado durante los dos años precedentes había sido conducir a los Independientes a la
reunificación con los Socialdemócratas Mayoritarios. Acusó al KPD de haber escondido su pancarta y
abandonado su línea revolucionaria en su campaña luego del asesinato de Rathenau. Creía que existía
muy concretamente un peligro de que el KPD de nuevo adoptara un rumbo hacia el oportunismo y el
parlamentarismo, en su deseo de "adoptar un estilo occidental".
Respondiendo a Fischer, Radek adhirió firmemente a la explicación del frente único que él había
desarrollado contra Vandervelde, y defendió la corrección de su propia tesis de la lucha en unidad para
defender "el pedazo de pan": "Entramos en discusiones con los Socialdemócratas sabiendo que
seguirán engañándonos. Y advertimos a las masas por adelantado para no parecer que hemos sido
engañados. Pero sólo rompemos con los Socialdemócratas cuando podemos hacer por nosotros mismos
lo que ellos se niegan a hacer con nosotros".
En lo que respecta a la consigna del gobierno obrero, Radek criticó de manera similar la
interpretación de Zinoviev, que lo hacía no más que un sinónimo de la dictadura del proletariado.
Insistiendo que el gobierno obrero en ninguna circunstancia constituía "una almohada suave de aspecto
inocente", proclamó: "El gobierno obrero no es la dictadura del proletariado. Es una posible transición
hacia la dictadura del proletariado". Criticó el purismo de aquellos que rechazaban la idea misma del
parlamentarismo. Afirmó que un gobierno obrero podía igualmente surgir de la lucha de las masas
trabajadoras fuera del parlamento o de una alianza parlamentaria entre los partidos obreros que
emergiera de una elección exitosa. En cualquier caso, el factor esencial era la influencia de la acción de
masas de la clase trabajadora sobre este gobierno, y ésta estaba fundada en la política del Partido
Comunista. La consigna de un gobierno obrero se basaba en la experiencia de las luchas en Occidente.
Tomaba en cuenta que Occidente difería de Rusia, donde la mayoría de los trabajadores podían ser
ganados directamente para el comunismo, mientras que en Occidente los trabajadores mostraban
fuertes lealtades a varios partidos. Sin embargo, era necesario entender que el gobierno obrero no era
una necesidad, sino sólo una posibilidad histórica, como Radek explicó con su habitual ingenio: "Sería
incorrecto decir que la evolución del hombre, del mono al comisario del pueblo, debe pasar
necesariamente a través de la etapa del ministro en el gobierno obrero. Pero esta variante es posible".
Entonces, hablando por el ECCI, Radek se oponía tanto a la intransigencia de aquellos que
estaban por el "todo o nada", que aceptaban la idea de un gobierno obrero sólo como un sinónimo de la
dictadura del proletariado, como a los oportunistas que enfrentados a la acción deseaban retirarse y
usarlo como un "paracaídas". Terminó dirigiéndose a la Izquierda:
La táctica del frente único es más difícil que la táctica que usamos en 1919 cuando dijimos
"¡Tiremos todo abajo!" Es más fácil y más agradable tirar abajo todo, pero cuando no eres lo
suficientemente fuerte para hacerlo, cuando tu única opción es ir por este camino, tienes que
hacerlo convencido de que los peligros que enfrentamos vienen de la Derecha, y que no es a
nosotros sino a los Socialdemócratas a quienes esta táctica daña.
Las resoluciones finales
El Congreso respaldó las tesis sobre el frente único que el ECCI había adoptado en su reunión de
diciembre de 1921. La táctica del frente único significaba que la vanguardia comunista marcharía "a la
cabeza de las luchas cotidianas de las masas por sus intereses más inmediatos":
La táctica del frente único no es nada más que la propuesta hecha por los comunistas a todos
los trabajadores, sean miembros de otros partidos o grupos o de ninguno, para pelear junto a
ellos, para defender los intereses elementales y vitales de la clase trabajadora contra la
burguesía. Toda acción incluso por la demanda más pequeña es una fuente de educación
revolucionaria, porque la experiencia de combate convencerá al pueblo trabajador de la
necesidad de la revolución, y demostrará el significado del comunismo para ellos.
Esto significaba concretamente que los comunistas no deberían dudar en "entrar en discusión con
los traidores", pero también que bajo ninguna circunstancia el frente único sería interpretado como una
fusión de los partidos obreros, ni que debería justificar "acuerdos electorales". Las condiciones para el
éxito de esta táctica, que podría tener una "importancia decisiva para todo un período", era "la
existencia de Partidos Comunistas independientes y su completa libertad de acción hacia la burguesía y
la Socialdemocracia contrarrevolucionaria".
La resolución sobre la táctica incluía una sección detallada dedicada a la consigna del gobierno
obrero. Como una "consigna de propaganda general", tenía importancia particular en los países en los
que la relación de fuerzas entre las clases, y especialmente la crisis de la burguesía, la colocaran en la
agenda. La consigna era "una consecuencia inevitable de toda la táctica de frente único", puesto que los
comunistas contraponían "el frente único de todos los trabajadores y la coalición política y económica
de todos los partidos obreros" al dominio de la burguesía y por su derrocamiento, y a "cualquier
coalición abierta o disfrazada de la burguesía con la Socialdemocracia".
El gobierno obrero, entonces, surgiría de la lucha de los trabajadores contra la burguesía. Su
programa mínimo era simple: "Armar al proletariado, desarmar a las organizaciones
contrarrevolucionarias de la burguesía, instalar el control obrero de la producción, poner el peso de la
carga impositiva sobre los ricos, y romper la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria". El
gobierno obrero no podría ser nunca un medio para una transición pacífica hacia el socialismo, una
receta para evitar la guerra civil, incluso si emergiera de una situación favorable dentro del marco
parlamentario:
Un gobierno de este tipo es posible sólo si nace de la lucha misma de las masas, si atrae el
apoyo de las organizaciones obreras que pueden luchar, que son creadas por los estratos más
amplios de las masas trabajadoras oprimidas. Un gobierno obrero que resulte de un acuerdo
en el parlamento puede del mismo modo ofrecer la oportunidad para revivir el movimiento
revolucionario de los trabajadores. Pero naturalmente se sigue que el nacimiento de un
verdadero gobierno obrero y la continuación de un gobierno que lleve a cabo una política
revolucionaria debe conducir a la lucha más desesperada y posiblemente a la guerra civil
contra la burguesía. El mero intento del proletariado de formar un gobierno obrero desde el
principio encontrará la resistencia más violenta de la burguesía. La consigna del gobierno
obrero puede concentrar y desatar las luchas revolucionarias.
La participación de los Partidos Comunistas en gobiernos obreros podría ser concebida, siempre
que las otras organizaciones proveyeran garantías de que realmente tuvieran la intención de pelear
contra el capitalismo, y si se observaban las siguientes condiciones: que la participación estuviera
sujeta a la aprobación de la Internacional, que estricto control partidario fuera mantenido sobre los
miembros comunistas del gobierno, que un contacto estrecho fuera establecido entre estos últimos y las
"organizaciones revolucionarias de las masas", y que el carácter específico y la absoluta independencia
de los Partidos Comunistas fueran mantenidos.
La resolución advertía a los comunistas contra los peligros que, como cualquier consigna o
táctica correcta, la consigna del gobierno obrero presentaba: "Cualquier gobierno burgués es un
gobierno capitalista, pero no es verdad que cualquier gobierno obrero es un gobierno auténticamente
proletario, es decir, un instrumento revolucionario del dominio proletario." De hecho, muchas
posibilidades existían. Podía ocurrir, como en Australia y probablemente pronto también en Gran
Bretaña, un "gobierno obrero liberal". En 1918-19 Alemania había experimentado un "gobierno obrero
Socialdemócrata". Éstos no son gobiernos obreros revolucionarios, sino "coaliciones disfrazadas entre
la burguesía y los líderes obreros contrarrevolucionarios":
Estos gobiernos obreros son tolerados en períodos críticos por la burguesía debilitada, para
engañar al proletariado acerca del verdadero carácter de clase del estado, o incluso para
desviar la ofensiva revolucionaria del proletariado y ganar tiempo con la ayuda de los líderes
obreros corruptos. Los comunistas no deben formar parte de estos gobiernos. Por el contrario,
deben demostrar implacablemente a las masas el verdadero carácter de estos falsos gobiernos
obreros. En el período de declinación del capitalismo, en el cual nuestra principal tarea es
ganar a la mayoría del proletariado para la revolución, estos gobiernos pueden contribuir
objetivamente al proceso de descomposición del régimen burgués.
El Congreso señaló otros tres tipos de gobiernos obreros: un gobierno de obreros y campesinos,
que podía ser previsto como una posibilidad en Checoslovaquia o los Balcanes; un gobierno obrero con
participación comunista; y finalmente un "gobierno obrero verdadero y proletario" que, "en su forma
más pura", podría ser "sólo personificado por un Partido Comunista". En los primeros dos casos, los
comunistas estaban en condiciones de marchar con los elementos de la clase trabajadora que todavía no
habían reconocido la dictadura del proletariado, e incluso, "en ciertas condiciones y bajo ciertas
condiciones", estaban en condiciones de apoyar gobiernos obreros no comunistas: "Pero los comunistas
deben explicar a la clase trabajadora que su liberación sólo puede ser asegurada por la dictadura del
proletariado".
Era importante entender claramente que los diferentes tipos de gobiernos obreros en los que los
comunistas podían participar no eran dictaduras del proletariado: "No constituían todavía una forma
necesaria de transición hacia la dictadura, sino que constituían un punto de partida para el triunfo de la
dictadura. La dictadura completa del proletariado sólo puede ser realizada por un gobierno obrero
formado por los comunistas".
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