juventud rebelde SEXO SENTIDO SÁBADO 07 DE MARZO DE 2015 ESPECIAL 05 A cargo de MILEYDA MENÉNDEZ [email protected] Nos pasamos la vida esperando que pase algo, y lo único que pasa es la vida. Bob Marley SI difícil es encontrar a una persona que nos inspire amor, deseo y admiración, más difícil es aceptar cuándo es tiempo de dejarla ir y dar un nuevo curso a tu vida. El tema afloró durante la charla de la semana pasada con estudiantes de la Ciudad Escolar Ernesto Che Guevara, de Villa Clara, que incluye al Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas, un pre urbano y una secundaria. La curiosidad adolescente llenó un cajón de preguntas en pocos minutos y varias de estas tenían que ver con el desasosiego de romper una relación amorosa y seguir viendo a esa persona en la misma aula, o en un noviazgo con alguien que hasta ayer te juraba amistad incondicional. Ese sufrimiento recibe el nombre de apego: una emoción aprendida desde la primera infancia, que nos impulsa a acaparar objetos, sensaciones, recuerdos, y a asumir que la gente amada también nos pertenece, aun cuando el sentido común indique la toxicidad de esas relaciones. El desapego es una ley universal, pregonada por las antiguas civilizaciones como imprescindible y rescatada por la ciencia del nuevo siglo desde diversos paradigmas para paliar los desafueros de nuestra especie y devolvernos a una existencia en armonía con la naturaleza. Dejar ir, perdonar, aceptar la lección y reconstruir las expectativas son los frutos de su aplicación consciente en todas las esferas vitales, incluida la amorosa y erótica, que tanto apego suele generar en un corazón inmaduro. AUNQUE ME ARRANQUES LA PIEL A los seres humanos nos cuesta mucho cerrar ciclos. A veces el corazón se niega a reformular el vínculo y no quiere ver cómo la otra persona puede seguir sin ti y tú sin ella sin que eso signifique borrarla de tu lista de contactos. A ese proceso de desprendimiento la adolescencia se enfrenta con ventaja, dada la flexibilidad de sus valores en formación y porque muchas relaciones no tienen aún raíces formales. ¡Te dejo ir! Para aceptar que una historia acabó es preciso entender su origen y cuáles fueron sus fronteras desde el primer momento. La mayoría de las relaciones empiezan porque estar junto a esa persona te hace feliz, aunque sea unos minutos al día: amas al ser en que te conviertes a su lado y te aferras a esa fuente de placer, que brota sin esfuerzo porque todo lo demás pasa a un segundo plano. Luego pasa la embriaguez del enamoramiento inicial y sin querer asumimos que poseer o ser poseídos es la única forma de vivir el amor romántico, pero ese instinto no proviene de la realidad, sino de una fuente mucho más profunda: el miedo a la soledad, al decir de la escritora colombiana Hortensia Galvis Ramírez. ENCUENTROS IRÁN dice que ser un buen amante depende de la genética más que de la suerte o el refinamiento. Conozco a alguien dispuesta a probarle cuánto vale la imaginación en esos menesteres, y a ayudarlo a reescribir su otra geografía. Nos vemos este martes a partir de las 4:30 p.m. en la peña habitual de la sección, que por esta vez será en la sede de JR (Poligráfico VUELA MUY ALTO, NO TE DETENDRÉ La dicotomía entre lo que es y lo que uno desearía genera estados de angustia, dolor, miedo, insatisfacción sin sanar… y así es difícil llegar al perdón. Según el psiquiatra cubano Oscar Ojeda, perdonar no es solo dejar pasar intelectualmente, sino sacar desde la esencia de la vida: arrancar las decepciones en el pensamiento y en las emociones. Hacer que salgan del sistema límbico, pero también de nuestro cerebro de reptil, a cargo de funciones vitales y órganos que se perjudican con el rencor. «Lo que quedó atrás no debe ser alimentado con la energía del pensamiento por más tiempo. No es posible avanzar por el camino con la mirada fija en el espejo retrovisor», afirma Ojeda desde su experiencia como conferencista de temas de autoayuda en la radio y espacios presenciales. Las imágenes repetitivas del pasado indican que queda algo pendiente por disolver y transformar: «Con la ceremonia del perdón sanamos viejas heridas, aquellas que solo con el roce del recuerdo sangran nuevamente», dice, y nos sugiere trabajar en la aceptación de la ausencia del ser querido, además de reconsiderar nuestras quejas, que casi siempre brotan cuando alguien cercano a nuestro corazón no cumplió bien con el rol asignado. Pero «esa culpa es solo nuestra, pues nuestra es la tarea de aceptar que cada ser nace con el derecho y la libertad de ser él mismo». Y CADA QUIEN QUE SIGA SU CAMINO Desapego no significa renunciar a la intención de cumplir un deseo, sino tomar distancia emocional del resultado y dar más confianza al Yo, que no se aferra a los símbolos, sino a las esencias. Dejamos pasar el pasado cuando comprendemos su significado: no se trata de renunciar a nuestra historia, sino de no repetirla, insiste Ojeda. «Es soltar y dejar ir, agradecer lo que se tuvo, disfrutar lo que se tiene y saber que lo que viene puede ser mejor. «En las parejas, el sentimiento es más enriquecedor que la presencia física constante, pero cuesta trabajo renunciar al ser que amamos y hasta le hacemos daño al no liberarlo de un pasado que no tiene cabida en el presente por diversas razones», explica Ojeda. Así perdemos la posibilidad de compartir lo que aún es posible, ya sea una amistad, un proyecto profesional o la educación de los hijos, y hasta la posibilidad de un futuro común, construido desde otros modelos que contemplen las necesidades de ambos. Cada problema que se nos presenta en la vida es la semilla de una oportunidad para un gran beneficio. Una vez que tengamos esta percepción, nos abriremos a toda una gama de posibilidades, lo cual mantendrá vivos el misterio, el asombro, la emoción y la aventura. Granma, en Territorial y General Suárez, Plaza de la Revolución) como parte de la celebración del Día de la Prensa cubana. Hablemos de qué no han visto aún en Sexo Sentido y habrá un premio para quien lleve más páginas coleccionadas. El jueves 12 estaré en Ciego de Ávila, invitada al pleno de la Asociación Nacional de Ciegos, ANCI. ¿Qué tal si nos vemos a las 8:30 p.m. junto a la fuente de la entrada del Bulevar? Llevaré materiales digitales que podrán copiar. Escriban a [email protected]; [email protected]; [email protected]; Mandy,[email protected]; [email protected]; [email protected]; REINIER, [email protected]; [email protected]; [email protected]; [email protected]. Pregunte sin pena A. D.: No la tomaba en serio y nunca le demostré que sí me gustaba mucho. Ella me soportó innumerables acciones. Pero me fue infiel hace dos meses y no tuve valor para renunciar a quien me ha despertado emociones tan intensas. Cuando le hago el amor exploto en una descontrolada pasión y su compañía también me es superagradable. Nunca había sentido así con nadie, pero jamás se lo comenté. El problema es que no puedo dejar de pensar en lo ocurrido y sufro mucho sin poder confiar en ella, aunque sigue mostrándose enamorada de mí. Esta situación está acabando conmigo en silencio. Tengo 26 años. Cuando esa emoción intensa es despertada por una mujer, se pone en juego algo muy íntimo de ese hombre. Pero también mortifica a quien tendrá que tomar partido más de una vez y volver a elegirla a pesar de los pesares, o perderse ese goce especial que con ella disfruta. Suele resultar muy difícil aceptar ese deseo, porque pone de relieve nuestra vulnerabilidad y carencia, contradice normas e ideales establecidos y nos lleva a lazos también complejos. De modo que si antes fue fácil aparentar indiferencia, ahora estás obligado a asumir esa pasión que ella te despierta, como solo lo hace una mujer cada vez y pocas en la vida. No te está acabando la situación, sino el exceso de pensamiento. Te resistes a aceptar que hace tiempo ya una parte de ti eligió. Ahora tendrás que estar a la altura de tu deseo, que no es más que aceptar lo que sucede contigo cuando vas a su encuentro. Antes y ahora te defiendes buscando pretextos para no entregarte a esa pasión que hace a esta mujer exclusiva para ti. La elección no es tanto de una mujer, como de ti mismo como ser que ama. Mariela Rodríguez Mén dez, máster en Psicología Clínica