asalto al cuartel de la montaña

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ASALTO AL CUARTEL DE LA MONTAÑA (MADRID)
Valentina Orte
En origen el lugar fue conocido como altos de San Bernardino y después como Montaña del Príncipe Pío por
uno de sus propietarios, el príncipe Pío de Saboya1. Ocupa parte de la antigua posesión del Real Sitio de la
Florida. Fue el lugar donde Francisco de Goya situó los Fusilamientos del tres de mayo de 1808. En 1860 fue
construido en lo alto el cuartel de la Montaña por Ángel Pozas, terminando en 1863 una obra que fue
financiada en buena medida con los fondos obtenidos por el Estado tras la desamortización civil y
eclesiástica de 1858–1863 (conocida como desamortización de Madoz) y resultará destruida el 19 de julio de
1936 por las hordas no contenidas, curiosamente por otro Pozas, el general jefe de la Guardia Civil,
participante de la defensa de Madrid quien finalmente se negó a secundar la intentona militar, al igual que
también hizo el jefe de la policía, el general Miguel Núñez de Prado. Algunos aseguran que su fidelidad
permitió una transferencia de poder pacífica del gobierno Portela Valladares al Frente Popular. (Otros
historiadores, más objetivos en el desarrollo de su trabajo y conocedores de los múltiples asesinatos que
causaron los simpatizantes de la República, se niegan a considerar dicho traspaso de poderes con el
eufemismo de “pacífico”).
En julio de 1936 el cuartel era sede del Regimiento de Infantería “Covadonga” nº 4, bajo el mando del
coronel de infantería Moisés Serra Bartolomé, quien había participado en la Guerra de Marruecos. En julio
de 1936 Serra formaba parte de la conspiración militar que desembocó en la Guerra Civil. La noche del 18 de
julio, cuando el Ministro de la guerra ordenó a Serra la entrega de 45.000 cerrojos de fusil al teniente
coronel Gil Ruiz2, quien coordinaba las milicias socialistas y las MAOC (milicias Antifascistas Obreras y
Campesinas, que tuvieron gran importancia en la sofocación del levantamiento en Campamento y
Carabanchel). Serra desobedeció la orden de entregar los cerrojos. A partir esa acción dio comienzo la
sublevación militar en Madrid. A la mañana siguiente se unieron a los sublevados varios centenares de
militares y falangistas.
Por la tarde del mismo día 18, Dolores Ibarruri, diputada del Partido Comunista por Asturias, desde un
despacho del Ministerio de la Gobernación donde se instaló un improvisado estudio radiofónico, se dirige al
pueblo de Madrid y al de toda España en nombre del Partido Comunista:
1
Se refiere a Francisco Pío de Saboya y Moura Nacido en 1672, falleció el 18 de Septiembre de 1723 en Madrid. De linaje italiano originario de Padua,
lleva además el título de Príncipes de San Gregorio Ostentaba los siguientes títulos: VI Marqués de Castel-Rodrigo, G.E. (12-XI-1720), III Marqués de
Almonacid de los Oteros, V Conde de Lumiares, IV Duque de Nochera, Señor de las Islas Terceras, III; Mariscal de Campo y Lugarteniente General del
Ejército Español (1703), Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro (1707), Capitán General y Gobernador de Cataluña (1715), Gran Escudero de
la Princesa de Asturias (1721). Parece ser que el tal príncipe Pío, como Capitán General de Felipe V en Cataluña, dictó las normas fundamentales del
Decreto de Nueva Planta con el objetivo de unificar las costumbres del principado de Cataluña a las del resto de los dominios de Felipe V una vez el
rey abolió los últimos rastros de las leyes propias de la Corona de Aragón en el principado. Así mismo se cree que fue el creador del cuerpo de los
mossos d'esquadra.
2
Nació en Madrid en 1878. Ingresó en el Ejército y se convirtió en oficial de artillería. Fue miembro de la masonería. De ideología socialista, durante la
Dictadura de Primo de Rivera estuvo implicado en las conspiraciones contra el régimen, en el marco del conflicto que el dictador tuvo con el cuerpo
de artilleros. Tras la proclamación de la República, se afilió a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). En julio de 1936 ostentaba el rango de
teniente coronel y estaba al frente del Parque de Artillería de Madrid. Cuando se produjo el estallido de la Guerra Civil, Gil Ruiz repartió armas entre
la población para hacer frente a la sublevación militar. En septiembre de 1936 fue nombrado Subsecretario de Guerra en el gobierno de Francisco
Largo Caballero, dimitiendo poco después del puesto. Durante la contienda ascendió a coronel. En marzo de 1939 apoyó la sublevación de Casado y al
final de la guerra embarcó en el Galatea junto a otros militares republicanos, viviendo durante algún tiempo exiliado en el Reino Unido.
1
“…El Partido Comunista os llama a todos a la lucha. Os
llama a todos, trabajadores, a ocupar un puesto en el
combate para aplastar definitavemente a los enemigos de
la república y de las libertades populares. ¡Viva la unión de
todos los antifascistas! ,¡Viva la República del Pueblo!
El 19 de julio de 1936, el general Fanjul, militar sin mando
de tropas en Madrid, pero encargado de la sublevación de
la ciudad, entró, vestido de civil, en el cuartel de la
Montaña. Tras la victoria del Frente Popular en febrero de
1936, Fanjul se convierte en uno de los defensores más activos y concienciados de la sublevación y se ofrece
abiertamente para dirigirla bajo cualquier circunstancia. "Cualquier puesto me parecerá bueno para servir a
España contra esta tiranía insufrible", asegura. Sin embargo, llegado el momento, en lugar de salir del
cuartel con las tropas para tomar los puntos vitales de la capital, proclamó simplemente el estado de guerra
y se hizo fuerte junto con 1500 de sus hombres (de los cuales, unos 140 eran solo cadetes de permiso en la
capital) y unos 180 falangistas en el Cuartel de la Montaña como si de una asonada decimonónica se tratara.
Redacta de su puño y letra un bando en el que declara el estado de guerra "para salvar de la ignominia a
España" y se nombra a sí mismo "autoridad" sobre "todas las Fuerzas
Armadas y todos los organismos políticos y administrativos del Estado" y
arenga a sus tropas, confiado en la pronta llegada de refuerzos desde las
guarniciones de Campamento, Getafe y Cuatro Vientos,( lugares todos
ellos en donde la rebelión sería sofocada poco después) y en el auxilio de
las columnas de Burgos, Valladolid y Andalucía, que ya habían partido en
dirección a la capital. Sin embargo, los refuerzos nunca llegan, y la división
interna que existe entre sus propios colegas y el sitio al que poco a poco
van sometiendo ciudadanos armados y guardias de asalto al cuartel van
minando paulatinamente la moral de los allí atrincherados. Expertos
militares consideran que fue un error fatal encerrarse en el Cuartel y
pensar que con una simple cuartelada cumplía con su compromiso de
conjurado. Error que costó muchas vidas entre presos políticos y
militares, la suya propia y la de su hijo.
Manuel Azaña, presidente de la República, encargó al masón Giral3 la formación de un nuevo gabinete.
Como primera medida (a pesar del repetido lema del que tanto alardean los de su secta), decidió armar a las
3
José Giral Pereira (1879-1962) Catedrático, Rector de la Universidad Central, Diputado en Cortes, Ministro y Presidente del Gobierno. Iniciado el 5
de diciembre de 1926 en la logia Danton nº 7 de Madrid, con el nombre simbólico de Nobel.
Giral, que llegó a ser amigo íntimo de Manuel Azaña, participó junto con éste en la creación del partido Acción Republicana. Tras la proclamación de
la Segunda República el 14 de abril de 1931, ocupó los puestos de consejero de Estado y de rector de la Universidad de Madrid. Fue ministro de
Marina en todos los gobiernos presididos por Azaña, tanto en el que fue de octubre de 1931 hasta septiembre de 1933, como en el que salió de la
victoria del Frente Popular en febrero de 1936. Como diputado por Cáceres, representó en el Parlamento a Acción Republicana primero y
posteriormente a Izquierda Republicana. Siguió ocupando la cartera de Marina cuando, en mayo de 1936, formó gobierno Casares Quiroga.
Conociéndose la preparación de una sublevación militar contra la República, Giral, como ministro de Marina, fue responsable, en los días anteriores
al levantamiento de julio de 1936, de la prohibición de las maniobras navales previstas en las costas marroquíes y Canarias. Colocó en las estaciones
radiotelegráficas, especialmente en la madrileña de Ciudad Lineal, a operarios de su absoluta confianza, con el fin de seguir de cerca cualquier
movimiento de los militares rebeldes.
El 18 de julio de 1936, tras el alzamiento de las guarniciones del Protectorado de Marruecos, ordenó a los destructores Lepanto, Sánchez Barcaiztegui
y Almirante Valdés, atracados en Melilla, así como al destructor Churruca y al cañonero Dato, próximos a la costa de Ceuta, abrir fuego sobre
campamentos, destacamentos regulares, centros militares o cualquier agrupación de fuerzas sospechosa de secundar la rebelión. Los comandantes
de los navíos no cumplieron la orden. La situación crítica de la guerra provocó finalmente la dimisión de Giral como presidente del gobierno el 5
septiembre de 1936. El encargado de sustituirle fue el dirigente socialista Largo Caballero. En los dos gabinetes que formó este último, Giral participó
como ministro sin cartera. Durante el gobierno de Juan Negrín (1937-1938), Giral dirigió el ministerio de Estado y más tarde participó en los consejos
de ministros sin cartera definida. En 1939, Giral acompañó a Manuel Azaña al exilio francés. Ambos se refugiaron en la embajada española en París.
Poco tiempo después, Giral se trasladó a México, país en el que residió hasta su muerte. Allí enseñó bioquímica en el Colegio de México, en el
Instituto Politécnico y en la Universidad Nacional Autónoma. El 18 de septiembre de 1945 ocupó la presidencia del gobierno republicano en el exilio,
2
masas obreras y a los sindicatos, con el objetivo de evitar que la sublevación se
propagase sin resistencia, para lo cual necesitaba las varias decenas de miles de
cerrojos de fusiles que se guardaban en el Cuartel de la Montaña, cuya falta
hacía inútiles los correspondientes fusiles en manos del gobierno. Esta medida
resultó impopular entre la casta política, incluso entre los miembros de su
propio gabinete. Otra de sus disposiciones del todo infructuosa, fue ordenar la
disolución inmediata del ejército sublevado. Giral se apresuró a solicitar la ayuda
de Francia contra el avance del fascismo. Más tarde hizo la misma petición a la
Unión Soviética. Sus siguientes actuaciones estuvieron encaminadas a
normalizar la revolución libertaria que se estaba produciendo en muchos
lugares de la zona republicana, mediante la incautación y expropiación de tierras
e industrias. Destituyó a todos los funcionarios públicos sospechosos de apoyar el alzamiento y sustituyó a la
Guardia Civil por la Guardia Nacional Republicana.
Los nacionales intentaron lanzarse a las calles de la capital, pero para entonces ya se había reunido ante las
puertas del cuartel una inmensa multitud organizada por los sindicatos UGT, CNT y otros partidos políticos.
La mayoría iban armados con los 5 000 fusiles que les habían repartido y con armas propias de los sindicatos.
Por otro lado estaban presentes numerosos miembros de la Guardia de Asalto y de la Guardia Civil. En total
unas 8 000 personas asediaban el cuartel.
La noche del 19 al 20 de julio, los partidos obreros tenían el control efectivo de la capital mientras los
republicanos leales consolidaban su posición en los ministerios, particularmente en el Ministerio de la
Guerra. Poco a poco se fue calentando el ambiente. Al Cuartel de la Montaña se le puso un cerco por
la Guardia Civil y de Asalto, seguido del batallón de socialistas y detrás los nuevos grupos armados del
pueblo de Madrid. Los republicanos emplazaron en la plaza de España dos piezas de artillería del 105 y una
más del 155, único calibre capaz de atravesar los muros del acantonamiento. El teniente Urbano Orad de la
Torre, en conjunción con el teniente Vidal, fueron disparando contra los muros del Cuartel con esas tres
piezas de artillería que llegaron al lugar arrastradas por un camión de cerveza; más tarde contaron con la
aviación de Getafe, que se había mantenido fiel al gobierno bajo la acción de Ignacio Hidalgo de Cisneros.
Surge así en el aire el avión de Antonio Rexach, un
capitán muy revolucionario y muy bragado que dio
una vuelta por encima de la fortaleza sitiada y lanzó
sobre los patios octavillas que pedían el cese de la
actitud sediciosa. Su segunda aparición, en vuelo
rasante, resultó más dañina pues en vez de octavillas,
lanzó dos bombas, una en cada patio, que causaron
algunos heridos más pero, sobre todo, influyó en la
moral de los sitiados que cayó en picado ante el
empeoramiento de la situación. La artillería estaba
siendo eficaz.
A las siete menos cuarto del día 20,
los sitiadores decidieron enviar un parlamentario
al Cuartel. El emisario avanza hacia él llevando al hombro, en un garrote, un pañuelo blanco; salen al paso
varios Oficiales y lo conducen a presencia del Coronel Serra. Éste, con afable indiferencia, le
pregunta: Vamos a ver. ¿Qué quiere usted de mí? – Responde el sindicalista, mi Coronel, de parte de los
Comandantes, que si dentro de cinco minutos, usted y sus Fuerzas no se rinden al Gobierno legítimo, serán
con el reconocimiento único del gobierno mejicano. No dio entrada en este gabinete a los exiliados comunistas, apoyándose sobre todo en
republicanos, socialistas moderados y algunos representantes del sindicato anarquista CNT. Ello hizo que el movimiento de los exiliados españoles se
dividiera y enfrentara. Giral no pretendía reanudar una nueva lucha intestina, pero, pensando en el apoyo de los estados aliados para derrocar al
franquismo, dejó fuera a los comunistas totalitarios. En 1947 abandonó la presidencia del gobierno republicano. La muerte le llegó en su destierro
mejicano en 1962.
3
bombardeados con tiro de cañón y aéreo. ¿Nada más? – preguntó el Coronel. Nada más, respondió
el emisario. Pues diga usted a los que mandan –contestó el Coronel- que yo no sé si son Comandantes, y si lo
son, los desconozco, que las Fuerzas a mi mando no obedecen las órdenes de un Gobierno de asesinos.
Estamos al lado del General Franco, que acaudilla el Movimiento, y la Guarnición que en toda España se ha
sublevado para terminar con el deshonor y la ruina en que la República nos ha sumido. Diga usted a los que
le envían que pueden empezar a bombardear cuando quieran. Nosotros no nos rendimos.
Una rociada de tiros hacia el Cuartel, contestó a semejante arenga. La primera granada que entró en
él perforó el muro de los pabellones donde se encontraba la Oficialidad. Al sentir la explosión, varios
jóvenes falangistas se lanzaron a tierra. El Caballero Cadete Luis Barberán, que más tarde había de ser
asesinado, les gritó: ¡Arriba todos! ¡Arriba España! ¡Los Cadetes no se tiran al suelo! Reaccionan y la agresión
fue bravamente repelida. Se generalizó la lucha. Un grupo de Falangistas y Caballeros Cadetes, con el
Teniente Grifoll a la cabeza, hizo una salida por el gimnasio hasta la explanada del Cuartel y logró que se
replegaran los milicianos que les hostigaban desde la
arboleda de la plaza de España.
Durante horas es incesantemente bombardeado desde el
aire y desde tierra y asediado por la presión de las hordas
rojas. En el interior, Fanjul, no tenía ningún medio de
comunicarse con las demás guarniciones de la capital. En
aquellos momentos, las guarniciones solo podían
comunicarse entre ellas por medio de señales hechas por
encima de los tejados. A pesar de todo, de esta forma
Fanjul imploró al general García de la Herrán (que se
encontraba en Carabanchel) que le enviase refuerzos. No
sabía que los milicianos de las MAOC se habían adueñado de las instalaciones.
A primeras horas de la tarde, una compañía de la Guardia Civil consigue penetrar en el patio principal desde
el parque del Oeste, al tiempo que se abrieron las puertas que daban a la plaza de España. Algunos
miembros de las fuerzas del cuartel consiguen escapar
mimetizándose con los propios milicianos. El asalto popular sí fue,
entonces, masivo: la carnicería que se produce en su interior, tras
la rendición de los nacionales, es una de las más crudas y salvajes
de toda la contienda, bala, bayoneta, hacha... todo vale. La
masacre se inició en el patio central del cuartel, donde los
defensores, que ya se habían rendido, empezaron a ser asesinados
cuando se entregaban a los sitiadores, muchos inmolados con
disparos a quemarropa. Otros no tuvieron tanta suerte y murieron
a manos de una parte de la turba que, no habiendo llegado a
tiempo al reparto de armas, entraron con hachas, cuchillos y
mazos.
A otros prisioneros los agrupan y, tras unas horas de encierro en el nº 7 de la Plaza de España, acaban en la
cárcel Modelo, de donde serán “sacados” para ser asesinados4. Hoy reposan en el Cementerio de los
Mártires de Paracuellos del Jarama. La izquierda siempre ha justificado la matanza arguyendo que se trató
de un movimiento espontáneo llevado a cabo por una población indignada... pero nadie ha explicado quien
azuzaba su indignación, ni por qué, quien detentaba el poder del gobierno de España, no hizo nada por
detenerlos. Se vivieron escenas de especial crueldad, como cuando varios de los oficiales que se habían
rendido fueron arrojados desde las ventanas del tercer piso al patio y luego rematados a patadas por la
turba. O la subasta de algunos prisioneros para decidir quién de los asaltantes le rajaba el vientre con una
bayoneta.
4
Memoria histórica: EL CUARTEL DE LA MONTAÑA; http://www.viejaguardia.es/cuartelhist.html
4
Cuando las fuerzas del Gobierno toman el cuartel, hacia el mediodía del 20 de julio, algunos militares
sublevados se suicidan, otros son asesinados y varios son detenidos, entre ellos Fanjul. El teniente Moreno,
de la Guardia de Asalto, capturó al general, a su hijo, teniente médico, y a otros oficiales, enviándolos
a prisión. Tras ser juzgados el 15 de agosto en juicio sumarísimo por rebelión militar, se les condenó a
muerte y al alba del 18 de agosto de 1936, Joaquín Fanjul es ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Los
mandos de los otros cuarteles conocieron por teléfono lo que pasaba en la Montaña y capitularon
incondicionalmente. Al fin acabaron los tiros y los asesinatos en el Cuartel (quizás ya habían satisfecho con la
orgía de sangre, su odio y su rencor). Aunque tarde, los de Asalto tratan de dominar la situación, pero se ven
desbordados y tienen que pedir refuerzos. Llegó un comandante con una compañía, y desplegando un gran
valor pudieron echar a los incontrolados de todo el edificio, y quitarles el armamento que se querían llevar
para hacer la revolución por su cuenta.
Después del asalto, el cuartel quedó abandonado, como aislado fortín, lleno de cadáveres que comenzaban a
pudrirse. Había soldados de la guarnición, unos cuarenta sobrevivientes, que no tenían familia en Madrid y
no sabían a dónde ir, a pesar de haberles eximido de lo que les restaba de servicio el Ministerio de la Guerra.
Un capitán que pusieron al frente del cuartel, utilizó a aquellos muchachos con licencia y sin destino, para
que pusieran los muertos en hilera, por si alguien venía a reclamar alguno. La temperatura de julio era
extremada y aquellos patios cada momento olían peor e impresionaban más, de modo que el Ministerio de
la Guerra dispuso que llevaran los cadáveres al cementerio, en las camionetas del servicio municipal de
limpieza.
Sobre el carácter extremadamente cruento de aquella salvaje acción,
quedó el testimonio de uno de sus protagonistas: el comunista Enrique
Castro Delgado, creador del 5º Regimiento de Milicias y miembro
del Comité Central del Partido Comunista de España. Así lo explicó en
un célebre pasaje de su libro “Hombres made in Moscú”:
Ya dentro del Cuartel, alguien dice: “Allí están los que no han escapado,
serios, lívidos, rígidos… Castro sonríe al recordar la “fórmula”. “Matar…,
matar, seguir matando hasta que el cansancio impida matar más…
Después… Después construir el socialismo.” […] Que salgan en filas y se
vayan colocando a aquella pared de enfrente, y que se queden allí de
cara a la pared… ¡Daros prisa! La fórmula se convirtió en síntesis de
aquella hora…, luego un disparo…, luego muchos disparos… La fórmula
se había aplicado con una exactitud casi maravillosa.” Y, efectivamente,
así fue:
Los dirigentes del cuartel, además de Fanjul, acabaron hechos prisioneros o muertos, como fue el caso de los
coroneles Tomás Fernández de la Quintana (Regimiento de Zapadores-Minadores), Pedro Ramírez
Ramírez (Regimiento de artillería de Getafe) y Enrique Cañedo Argüelles (Regimiento de Artillería a Caballo).
En total, los caídos fueron:
DEL REGIMIENTO DE INFANTERÍA DE COVADONGA NÚMERO 4:
Un coronel muerto, un comandante muerto, tres capitanes muertos, tres capitanes heridos, un capitán
prisionero, once tenientes muertos y cinco alféreces muertos, un brigada muerto y otro herido; cinco
sargentos muertos, veintitrés cabos muertos, dos cabos heridos y prisioneros durante toda la guerra y un
soldado muerto y dos heridos.
REGIMIENTO DE ZAPADORES MINADORES:
Muertos: un coronel, un teniente coronel, un comandante, seis capitanes, ocho tenientes, siete alféreces, un
profesor primero de Equitación, dos brigadas y tres sargentos. Heridos: un capitán, un teniente y un cabo.
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GRUPO DE ALUMBRADO E ILUMINACIÓN
Dos capitanes muertos, siete tenientes muertos, dos alféreces muertos, un capitán herido, un comandante
prisionero, un capitán prisionero, dos tenientes prisioneros, un maestro armero muerto, un brigada herido,
un sargento muerto, un cabo prisionero y un soldado muerto.
GENERALES, JEFES, OFICIALES, CADETES, SUBOFICIALES, CABOS Y SOLDADOS QUE VOLUNTARIAMENTE SE
PRESENTARON EN EL CUARTEL Y TOMARON PARTE EN SU DEFENSA:
INFANTERÍA:
Un comandante muerto, tres capitanes muertos, un teniente muerto, veinticuatro cadetes muertos, cuatro
cadetes heridos, y de ellos, dos heridos y prisioneros y un cadete prisionero.
CABALLERÍA:
Un comandante
ARTILLERÍA:
Un comandante, un capitán y un cadete, muertos, y dos capitanes heridos.
INGENIEROS:
Un comandante herido, un capitán muerto, un capitán herido, un teniente de complemento muerto, un
teniente de complemento prisionero de guerra, un alférez de complemento muerto, tres cadetes muertos,
un cadete prisionero de guerra, cinco brigadas muertos, tres brigadas heridos, dos soldados heridos y dos
soldados muertos.
SANIDAD:
Un capitán médico muerto
FALANGE ESPAÑOLA:
Cincuenta y cinco falangistas muertos y once heridos.
Conviene recordar que, aunque el III Convenio de
Ginebra sobre el trato debido a los prisioneros, se firmó
en 1949, seguía en vigor, por haber sido asumidos en el
III, los términos expresados en 1899, 1907 y 1929 por el
que los países firmantes se comprometían a que: “Todas
las personas que no participen en las hostilidades,
incluidos los miembros de las fuerzas armadas que
hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera
de combate, serán tratadas con humanidad, sin
distinción alguna. Se prohíben los atentados contra la
vida y la integridad corporal, la toma de rehenes, los
atentados contra la dignidad personal, las condenas
dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante tribunal
legítimo y con garantías judiciales. Los heridos y los enfermos serán recogidos y asistidos”. Ni caso, claro. Las
hordas supongo que desconocían estos extremos tan humanitarios y el gobierno de la República fue incapaz
6
de controlar la situación. Ante esta afirmación conviene aclarar que el gobierno de la República sí que
contaba con gente preparada, no eran, podríamos decir, podemitas incultos, de modo que cabe la duda de si
esa incapacidad para hacer cumplir los Acuerdos internacionales firmados, fue intencionada. Lo del respeto
a los Derechos Humanos les quedaba, evidentemente, muy lejano a pesar de la cantidad de miembros del
gobierno vinculados a esa secta que tanto dice defenderlos en virtud de su fraternidad.
La derrota del Cuartel de la Montaña fue el icono de la victoria gubernamental y de las masas obreras frente
a la rebelión nacional. Contrariamente a lo que se piensa, los milicianos no se hicieron con un gran número
de armas y municiones porque las preciosas reservas de municiones y armas que había presentes en el
cuartel pudieron ser llevadas al ministerio de la Guerra por los guardias de Asalto. Las demás guarniciones de
Madrid no corrieron mejor suerte: un intento de sublevación en la base aérea de Getafe fue aplastado por
los militares leales a la República. Los cuarteles de Carabanchel se mantuvieron fieles tras la muerte del
general García de la Herrán a manos de sus propios soldados cuando intentaba sublevar los cuarteles. La
excepción fue el Regimiento de Transmisiones de El Pardo que, siguiendo las instrucciones dadas por Mola,
se embarcó en camiones y se dirigió al Puerto de Navacerrada (llevando prisionero a un hijo de Largo que
prestaba servicio en dicho Regimiento), y allí convencieron a las tropas de Asalto que se dirigían a La
Granja para cortar el avance de una columna nacional procedente de Valladolid, para que se les uniera.
La victoria republicana al aplastar la sublevación militar en Madrid fue decisiva para poder reorganizar las
fuerzas de la capital y trasladarlas a la sierra, donde frenarían a las tropas de Mola, o para aplastar a las
guarniciones de Guadalajara y Toledo que se habían sublevado también.
Esto es un resumen fiel en recuerdo de lo que el Gobierno en manos del Frente Popular llamó, lacónica y
fríamente, “el episodio del Cuartel de la Montaña”. Lo cierto es que fue una epopeya y el martirio de un
puñado de héroes. Por ello, en su honor, el 20 de julio de 1972 fue inaugurado el parque del Cuartel de la
Montaña y en él una placa en la que se recuerda que allí estuvo el cuartel de la Montaña, sin más
explicación. También inauguraron un sencillo monumento realizado por Joaquín Vaquero Turcios que se
compone de una figura de bronce que representa el cuerpo de un hombre mutilado, colocada en el centro
de un paredón construido en forma de sacos terreros. Personalmente considero que es un monumento
representativo siempre que se conozca lo que significa, pero dudo mucho que los visitantes del parque,
autóctonos o no, conozcan la historia y puedan comprenderlo, si es que se fijan en él, porque la mayoría solo
tiene interés por el Templo de Debod. Claro que todavía tendremos que dar gracias que no lo arranquen,
dado lo “cumplidores” que son los concejales podemitas madrileños con la malhadada Ley de Memoria
Histórica.
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