Polución en Cádiz

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Cádiz, ciudad andaluza de algo más de 150 000 habitantes, ostenta desde hace muchos años fama merecida
por diferentes motivos. No sólo se trata de la ciudad viva más antigua de todo occidente, sino que también se
la conoce por su importancia como puerto en la época colonial y por ser la cuna del parlamentarismo
constitucional español. En términos más populares, la belleza de esta ciudad la hizo digna del sobrenombre de
la tacita de plata. Además, sus gentes pasan por ser de entre las más festivas y optimistas del país como lo
demuestra, por ejemplo, el derroche de alegría de los archiconocidos carnavales de Cádiz.
Por desgracia, no todos los motivos que dan renombre a Cádiz son tan dignos de celebración. En los últimos
años, Cádiz es tristemente famosa por padecer la tasa de desempleo más alta de España, con un índice de paro
que algunos han llegado a evaluar en el 40% de la población activa y que convertiría a Cádiz, según ciertas
campañas informativas, en la "capital europea del desempleo". Desde hace unos años (1997), esta bella ciudad
se ha hecho conocida por la voracidad con que consume luz eléctrica con fines presuntamente ornamentales.
No deja de ser paradójico que una de las urbes económicamente menos favorecidas de España sea también la
que quema energía con más ahínco, y la que con menos reparo agrede de noche la naturaleza, el medio
ambiente y el paisaje de los que en buena parte depende su subsistencia. Sin duda alguna, Cádiz se ha ganado
el título de "capital europea de la contaminación lumínica".
Contaminación lumínica
Tal vez valga la pena aclarar someramente a qué nos referimos al hablar de contaminación lumínica. La
contaminación o polución lumínica consiste en la emisión de luz artificial con intensidades, direcciones o
colores que resultan innecesarios para la realización de las actividades propias de la zona iluminada. La forma
más evidente de contaminación lumínica consiste en la difusión de flujo luminoso hacia el cielo, un fenómeno
que ocurre, por ejemplo, en las farolas de tipo "globo", que envían gran parte de su luz hacia el firmamento,
donde no hace ninguna falta, con lo que se induce un gasto innecesario de energía y, además, se destruye el
paisaje celeste: la luz que ilumina el cielo impide la visión del firmamento nocturno. No obstante, el malgasto
de energía y la pérdida del firmamento nocturno no son las únicas formas perniciosas en que puede
presentarse la contaminación lumínica. Cabe considerar también la intrusión lumínica, esto es, la invasión de
viviendas por luz indeseada procedente del exterior, un factor perturbador de la vida cotidiana, muy en
particular del descanso nocturno. Y debe tenerse en cuenta, finalmente, el deslumbramiento, una forma de
contaminación lumínica que suele darse en la vía pública, que afecta tanto a viandantes como a
automovilistas, y que se deriva del mal diseño de las instalaciones de alumbrado.
Los efectos de la contaminación lumínica, en cualquiera de sus formas comentadas, pueden clasificarse en tres
grandes grupos: económicos, culturales y naturales. El coste económico del derroche de energía es evidente en
sí mismo. Las pérdidas culturales causadas por la contaminación lumínica están relacionadas con la
destrucción del paisaje celeste, del firmamento nocturno, patrimonio a cuyo disfrute tienen derecho las
generaciones futuras y que, por tanto, ha de ser protegido, tal y como lo han puesto de manifiesto instituciones
internacionales como la Unesco, Greenpeace o la Unión Astronómica Internacional. La luz artificial aplicada
de manera irreflexiva causa, además, efectos nocivos sobre la vida natural, al perturbar los ciclos naturales de
día y noche, y al alterar multitud de procesos biológicos (de apareamiento, pautas alimenticias, movimientos y
migraciones, etc.)
¿Qué pasa en Cádiz?
Desde 1997, Cádiz cuenta con una gran instalación luminotécnica pública que bien puede calificarse como el
ejemplo paradigmático, de libro de texto, de todos los males provocados por la contaminación lumínica, tanto
desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. La contaminación lumínica está presente ahora en Cádiz
en todas sus formas, todos sus efectos nocivos se manifiestan sin excepción, y lo hacen además con el apoyo
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activo de las autoridades locales. La instalación en cuestión es el sistema de alumbrado de las playas urbanas
occidentales: dos kilómetros y medio de costa iluminados por meses enteros durante noches completas, con
una calidad y cantidad de luz comparable a la de las pistas deportivas, con una emisión de radiación directa
hacia el firmamento del todo desproporcionada, con unos costes tanto económicos como paisajísticos y
ecológicos muy difíciles, si no imposibles, de justificar. Pasamos a describir con algo más de detalle las
características de esta instalación, verdadera "galería de horrores" que pondrá el vello de punta a todas las
personas con cierta sensibilidad por el ahorro de recursos no renovables, por el respeto a los demás, por el
paisaje natural y por la defensa de la biodiversidad.
Una "galería de horrores"
La instalación luminotécnica que estamos comentando se extiende a lo largo de unos dos kilómetros y medio
de playas que, en bajamar, llegan a tener hasta ciento cincuenta metros de anchura libre. El área máxima de
terreno afectado ronda, pues, las cuarenta hectáreas, aunque en rigor a ello habría que añadir una superfície
muchísimo mayor de aguas marinas invadidas por esta luz artificial.
La potencia luminotécnica instalada quita el aliento. A lo largo de esta longitud de playa se alinean casi
doscientos focos alimentados por lámparas de descarga, cada una de ellas de 2000 vatios de potencia. Casi
todos estos focos están montados en báculos de proporciones colosales, instalados expresamente para este fin,
y de unos 15 metros de altura. La potencia total instalada ronda los cuatrocientos mil vatios.
Las lámparas de descarga empleadas son del tipo de halogenuros metálicos, reconocidas como las más
perjudiciales desde el punto de vista de la contaminación lumínica debido a su espectro de emisión
fuertemente sesgado hacia el ultravioleta, lo cual favorece la dispersión hacia el cielo de la radiación y,
además, multiplica los efectos nocivos sobre las especies nocturnas, muchas de ellas extremadamente
sensibles a la luz ultravioleta (luz que, por cierto, es invisible para el ojo humano, aunque no pueda decirse lo
mismo del bolsillo humano: a pesar de ser inútil para alumbrarnos, la luz ultravioleta emitida se paga
íntegramente). Por sus características nocivas, el informe técnico elaborado hace bien poco en Cataluña para
asesorar al gobierno autónomo acerca de la contaminación lumínica, se refiere a estas lámparas en los
términos siguientes: "Las lámparas de halogenuros metálicos presentan un perfil espectral muy sesgado hacia
la banda ultravioleta, lo cual las convierte en grandes contaminantes: se hace recomendable prohibir en
general su uso al aire libre y restringirlo a circunstancias muy especiales y a la iluminación de interiores."
(Las cursivas son nuestras.) Mientras en Cataluña se insta a prohibir este tipo de luces, en Cádiz se usan por
centenares y sin pudor alguno.
La instalación de los focos en sus báculos difícilmente podría ser más inconveniente desde el punto de vista de
la contaminación lumínica: casi todos están instalados con el cierre trasparente vertical. Remarquemos lo
obvio: en estas condiciones, el 50% de la luz emitida se fuga directamente por encima del horizonte y no
presta servicio alguno desde el punto de vista luminotécnico. La mitad de la potencia gastada se convierte
directamente en contaminación lumínica por difusión hacia el cielo. A esta difusión galopante hay que añadir
la luz reflejada por el suelo, que para niveles de iluminación tan intensos es más que considerable. Toda esta
luz mata el paisaje nocturno, hace desaparecer las estrellas y la Vía Láctea, invade el hábitat natural de aves e
insectos voladores nocturnos, y todo ello sin beneficiar directamente a nadie... como no sea la compañía
eléctrica responsable del suministro. Ni uno solo de los casi 200 focos de 2000 vatios de halogenuros
metálicos está apantallado para evitar, siquiera mínimamente, la difusión de luz hacia el cielo.
La instalación de alumbrado de las playas se complementa con las luminarias del paseo marítimo contiguo,
una instalación previa pero igualmente desastrosa. El paseo marítimo cuenta con casi 500 puntos de luz
montados en farolas de tipo "globo", que desperdician más de la mitad de la energía que consumen. Por cierto,
este tipo de luminarias será prohibido en ciertas partes de España al entrar en vigor normativas avanzadas para
la lucha contra la contaminación lumínica. En Cádiz, en cambio, los "globos" dominan las noches del paseo.
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Como detalle final, debemos comentar el régimen horario y estacional de funcionamiento del alumbrado
playero. Permanece encendido sin interrupción todas y cada una de las noches veraniegas, completas, entre el
ocaso y el alba. Además, se pone en marcha en otras fechas señaladas del año.
¿En qué perjudica, y a quién?
Pero, ¿de verdad es tan nociva esta macroinstalación luminotécnica? Veamos en síntesis por qué la respuesta
es un rotundo sí.
En lo económico, este montaje solo puede calificarse de oneroso. A los 120 millones de pesetas de inversión
inicial, hay que sumar los gastos de mantenimiento (sobre los cuales carecemos de datos) y los costes de
consumo que, según el equipo de gobierno municipal, ascienden a un millón de pesetas mensuales (durante la
temporada veraniega), aunque la oposición ha hecho constar sus dudas en los medios de comunicación locales
y opina que tal vez cueste más. Cómo no preguntarse cuántas cosas podrían haberse hecho en la ciudad de
más paro de España con 120 millones de inversión inicial y varios millones anuales más. Cómo no soñar con
una ciudad en que tales cifras se destinen, por ejemplo, a la lucha contra la contaminación lumínica, al
fomento del ahorro energético, a la defensa de la naturaleza, a la difusión de la cultura, a la divulgación de la
ciencia...
En lo cultural y paisajístico, la iluminación de las playas de Cádiz ha asesinado sin compasión el espectáculo
del firmamento. En otra época, los navíos españoles iban y venían entre Cádiz y las Américas siguiendo el
curso de los astros. Hasta no hace tanto, la población podía disfrutar de la visión de las estrellas a la orilla de
la playa, contemplar la Luna y la Vía Láctea, asistir a la caída de los meteoros de agosto (las Lágrimas de San
Lorenzo)... Ahora las grandes playas de Cádiz no tienen noches. Su ambiente lumínico equivale al del cercano
estadio Ramón de Carranza en noches de partido. La playa en una noche de verano invitaba antes a perder la
vista en la inmensidad de la Tierra y del cielo, a contemplar la puesta de las estrellas y la Luna en el horizonte
lejano, a ver, con Neruda, cómo "tiritan, azules, los astros a lo lejos". Ahora en Cádiz la playa es un parque
urbano duro más y sus visitantes deber recurrir a la poesía urbana de Joaquín Sabina y "perseguir el mar
dentro de un vaso de ginebra", pues a ninguna otra cosa convida el espectáculo de luz, que convierte los
chiringuitos en el único y etílico atractivo del paraje. Un edil del gobierno municipal defiende expresamente la
"urbanización" de la playa: "Cádiz no tiene sitio para parques, tendremos que aprovechar la playa." La
alcaldesa declara que su intención era lograr "el uso intensivo de la Playa que se va a producir como
consecuencia de la iluminación." Los vecinos se defienden: "Nos hemos quedado sin noche ni estrellas que
mirar." "La playa no es una carretera, pero como nos descuidemos veremos que terminan pavimentándola y
poniéndole banquitos y árboles." No puede trivializarse la pérdida cultural que supone ocultar el firmamento.
Cuando se destruye el bosque, pierden sentido tradiciones populares, cantos y recuerdos. Si muriera la última
golondrina dejaríamos de comprender a Bécquer. Cuando se pierde el cielo dejamos de entender muchos
poemas; pasajes enteros de obras como, por ejemplo, El Quijote, dejan de tener significado; las generaciones
siguientes dejan de entendernos cuando hablamos de las Lágrimas de San Lorenzo, de las Siete Cabrillas, de
las Tres Marías...
La pérdida cultural afecta a los individuos y los trasciende, porque es colectiva. Pero no debemos
menospreciar otros perjuicios de la contaminación lumínica estrictamente privados, que alteran la vida
cotidiana de las personas y suponen una agresión directa a sus derechos y a su intimidad. La intrusión
lumínica es el peor de ellos. La intensidad de la luz reflejada en la playa y en las aguas es tal que perturba el
libre desenvolvimiento de los ciudadanos en sus viviendas: "La fluorescencia de las olas desborda la visión;
habría que pedir a un oftalmólogo que dijera si tanta potencia no daña la vista", declara una vecina. Para
dormir con normalidad, los vecinos deben mantener las persianas bajadas aun en pleno estío. Como efecto
colateral de la luz, la organización ecologista local, Agadén, destaca: "En las zonas inmediatas a las torres que
soportan los focos, existe una inusual abundancia de insectos voladores, con la consecuente molestia para las
personas que por allí transitan."
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No menos importante es la pérdida natural y ecológica. Numerosos estudios científicos elaborados tanto en
España como en el extranjero han puesto de manifiesto los efectos perniciosos de una iluminación mal
diseñada sobre la fauna y la flora nocturnas. Estos efectos conciernen a aves (tanto migratorias como no
migratorias), a mamíferos voladores y, sobre todo, a insectos nocturnos. Más del 90% de las especies de
lepidópteros son de costumbres nocturnas, y de su existencia dependen muchas especies de plantas con flores
que se abren de noche, así como multitud de depredadores. Al perturbar la vida de los insectos nocturnos se
está desequilibrando la base de la cadena trófica. Los ecologistas gaditanos han podido constatar que "en las
proximidades de los focos hay nubes de estos insectos, entre ellos mariposas nocturnas, chocando contra ellos
y casi con seguridad abrasándose. También se observa la presencia de murciélagos depredándolos. De ello se
desprende que para numerosos insectos (...) los focos instalados suponen una trampa mortal." Como insinúa
este comentario, las concentraciones de insectos nocturnos atraen a los murciélagos, que de este modo
proliferan y constituyen una competencia oportunista, inflada artificialmente, para las aves nocturnas
insectívoras, incapaces de predar insectos en las mismas condiciones. Remarquemos que los efectos nocivos
sobre los insectos nocturnos se incrementan por la gran cantidad de radiación ultravioleta emitida por las
lámparas de halogenuros metálicos, un tipo de luz a la que son muy sensibles los animales de esta clase. Los
mismos vecinos son conscientes de que "la nueva iluminación rompe el ciclo natural del día y la noche, con el
consiguiente daño que puede provocar a la fauna marina." Agadén informa de que "la iluminación ha
permitido que numerosos mariscadores esquilmen todas las noches los arrecifes existentes entre Santa María
del Mar y San Felipe Neri, (...) recolectando todo tipo de moluscos, crustáceos e incluso pececillos que
quedan en las pozas y entre las piedras durante las mareas bajas. Este hecho sólo se había presenciado antes de
manera ocasional, por muy pocas personas y provistas de focos luminosos muy reducidos, ya que utilizaban
linternas."
Al ser interpelada sobre los estudios de impacto ambiental realizados para conocer los efectos que
pudiera suponer la iluminación, la alcaldesa de la ciudad respondió por escrito en documento público
firmado de su puño y letra: "No se ha realizado ningún estudio de impacto medioambiental, dado que
la zona carece de vida animal y vegetal, no considerándose, por tanto, necesario." El lector deberá
encontrar para esta afirmación, procedente de un alto cargo público (y que además aspira a puestos de aún
mayor responsabilidad política), un calificativo adecuado, porque los autores de este informe no encuentran
palabras.
Intrusión lumínica directa. La luz de estos focos incide directamente sobre la fachada de un hotel: en el
interior de varias habitaciones se dificulta el desenvolvimiento normal de las personas. El puntito luminoso
de la derecha es la humilde Luna llena. Pululan los insectos. Ninguna estrella a la vista.
¿Beneficios?
Hacemos constar ahora algunos de los supuestos beneficios alegados en defensa de la iluminación de las
playas de Cádiz. La alcaldesa afirma: "Estamos seguros que al estar la playa alumbrada, el deterioro que se
realiza en la actualidad al permitirlo la oscuridad nos ahorraría muchos gastos, tanto en limpieza como en
reparación de mobiliario de la playa, que durante los años anteriores hemos tenido que reparar." Salvando la
sintaxis algo inconexa, debe entenderse que la iluminación disuadirá a maleantes y gamberros de frecuentar la
playa de noche para perpretrar sus acciones. Sin embargo, los ciudadanos normales declaran: "La playa ha
dejado de ser un lugar tranquilo para convertirse en un campo de concentación donde constantemente todo el
mundo está a la vista y es observado." Otro vecino añade: "Nos encontramos con que la intimidad y la
oscuridad han desaparecido." Otra afectada afirma: "Con la nueva iluminación, parece que estemos
permanentemente vigilados."
El escritor gaditano Fernando Quiñones opina: "La iluminación de la playa supone un efecto estético
excelente." Respetamos el criterio de Quiñones, aunque declaramos públicamente que preferimos el efecto
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estético de la Vía Láctea y las estrellas, al de los focos de halogenuros metálicos de 2000 vatios.
Otros argumentos favorables al alumbrado, basados en el incremento del uso de la zona y en su utilización
como parque público nocturno, han aparecido ya anteriormente. Pero, ¿ha aumentado el uso público de la
playa? Las playas de Cádiz han sido lugar tradicional de barbacoas nocturnas incluso antes de la instalación
del alumbrado. Desde luego, el pueblo ha seguido con esta costumbre y sería muy difícil elucidar si el
alumbrado la ha estimulado ligeramente o si, por el contrario, la ha inhibido. Una cosa es segura: antes se
acudía a la playa de noche con barbacoa y nevera, mientras que ahora se hace necesario ir... ¡también con la
sombrilla! Una de las vistas más surrealistas que ofrecen las playas gaditanas es la de sus usuarios nocturnos
defendiéndose del torrente de luz y de la vista de los curiosos mediante las mismas sombrillas que se emplean
de día. En efecto, la muralla luminosa provoca un deslumbramiento muy intenso para los paseantes que osen
adentrarse en las arenas alumbradas. Oficialmente, los altos báculos de más de 15 metros de altura donde van
fijados los focos "vienen justificados por la anchura de la playa(150 metros), una altura menor daría como
consecuencia deslumbramientos a las personas que anduvieran por la orilla en bajamar, puesto que el ángulo
de incidencia de los rayos de luz sería mínimo". Pues bien, el deslumbramiento existe y es intenso. Un cálculo
elemental demuestra que, si se pretendiera que las luces quedaran a más de veinte grados de altura desde la
línea de bajamar (altura que ya es escasa de por sí), los báculos deberían alzarse 50 metros por encima del
nivel del paseo marítimo. Los 15 metros actuales no palían el deslumbramiento y, en cambio, sí intensifican la
contaminación, al hacer visibles los focos desde distancias inmensas.
Aparte de las barbacoas de siempre (más o menos dificultadas por el alumbrado), la afluencia nocturna a la
playa dista mucho de ser "masiva". Aquí y allá se ven grupos de jugadores con pelota, y de vez en cuando
deambulan paseantes (igual que antes). Según las observaciones de Agadén, "en los numerosos muestreos
realizados, se ha podido observar que salvo las zonas habilitadas para chiringuitos sólo se apreciaban algunas
barbacoas en las zonas próximas a Cortadura, grupos que practicaban el fútbol a la altura de Las Caracolas,
edificio Madrid e Isecotel, y unas pocas personas paseando por la zona de playa baja". Agadén concluye, y los
autores de este informe coinciden con ellos, que "es totalmente desproporcionado el consumo de energía de
estas instalaciones en relación con las personas que disfrutan de ellas y los costes ambientales que conllevan".
Conclusión
Tiempos difíciles estos en que pasará por revolucionaria la simple defensa de lo evidente. La iluminación
nocturna de las playas de Cádiz supone un ejemplo (difícil de empeorar) de gestión pésima de los recursos
públicos, del paisaje natural y urbano y de la energía. Constituye una agresión directa contra el medio
ambiente y contra los derechos ecológicos, culturales, estéticos y privados de la ciudadanía. Cae por su propio
peso: tenemos que proponer su reforma inmediata. No defendemos una opción fundamentalista y, por tanto,
no sugeriremos que la playa se mantenga íntegra a oscuras. Pero una gestión mínimamente racional del
dinero, de la energía, del paisaje y del medio ambiente, y una política de respeto por los derechos privados de
los ciudadanos, requieren que la iluminación nocturna de las playas se limite a las zonas que se usan, y que las
instalaciones cuenten con intensidades, espectros y direcciones de iluminación racionales, y con horarios de
funcionamiento justificados. Una reforma bien planteada podría ser un primer paso hacia la racionalización
del consumo energético público en toda la ciudad. Cádiz bien podría pasar de ser la capital europea de la
contaminación lumínica a convertirse en un modelo ejemplar de gestión de la energía.
Fuentes consultadas:
−Diario El País (edición Andalucía), 29 de junio de 1997.
−Diario de Cádiz, 3 de julio de 1997.
−Documentos internos de la Asociación Gaditana para la Defensa y el Estudio de la Naturaleza (Agadén).
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−Documentos públicos del ayuntamiento de Cádiz (Gabinete de Alcaldía y Grupos Municipales).
−Generalitat de Catalunya, Departament de Medi Ambient, Informe tècnic sobre la contaminació lumínica a
Catalunya (1999).
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