REHENES, PAGO DE RESCATE E IMPUESTO A LA RENTA H UMBERTO M EDRANO C ORNEJO 1. INTRODUCCION Lamentablemente nuestro país ha ingresado en los últimos años en una espiral de violencia de todo orden. La delincuencia común ha experimentado un severo y preocupante aumento, produciéndose violaciones a toda clase de normas penales con la comisión frecuente de delitos que antes ocurrían sólo muy esporádicamente. Una de las modalidades delictivas más reprobables que viene presentándose con inusitada reiteración es, sin duda, la del secuestro de personas con el objeto de solicitar el pago de un ilegal rescate. En esta modalidad existe jurídicamente un concurso de delitos, tal como se define en el art. 105 y siguientes del Código Penal, ya que de un lado el secuestro implica un delito contra la libertad individual y la ilegal exigencia del rescate constituye una forma de delito contra el patrimonio. Obviamente, no nos corresponde analizar ni especular sobre las posibles causas del incremento del índice de criminalidad ni nos proponemos tampoco hacer un ensayo sobre los as- pectos jurídicos de esta peculiar modalidad delictiva, porque ni tenemos los conocimientos suficientes ni esta revista es el lugar adecuado para ello. Sin embargo, como quiera que inevitablemente estos hechos delictivos habrán de tener en algún momento incidencia tributaria, nos proponemos formular algunas consideraciones sobre la posibilidad legal que tendría una empresa de deducir como gasto para fines de Impuesto a la Renta las sumas que, eventualmente, tuviera que pagar para poder rescatar a un ejecutivo que hubiera sido secuestrado por delincuentes. No existe, que sepamos, ningún antecedente administrativo ni jurisprudencia del Tribunal Fiscal o del Poder Judicial acerca de este específico punto, de manera que puede resultar de interés iniciar el estudio de la cuestión propuesta. Naturalmente, lo deseable sería no tener que ocuparse de este aspecto por no ocurrir la comisión de este reprobable delito, pero infortunadamente nuestra realidad social contradice este deseo, de manera que no resultaría impertinente hacer un enfoque de sus consecuencias tributarias. 39 2. EL CONCEPTO DE RENTA Como quiera que jurídicamente no toda ganancia debe necesariamente calificarse como renta, importa establecer los parámetros que existen para identificar el concepto, ya que según el criterio que adopte la norma legal positiva estará más cercana o más remota la posibilidad de deducir de la renta bruta la suma pagada por la empresa a título de rescate. 2.1 Las teorías sobre el concepto de renta Como se sabe, la determinación del concepto jurídico de renta varía según la teoría que sirva para explicarla. La teoría “de la fuente”, sólo considera renta la utilidad periódica o susceptible de producirse periódicamente de una fuente más o menos durable. Ello significa que, dentro de esta teoría, para que exista renta es menester la periodicidad del beneficio y el mantenimiento de la fuente generadora. Con arreglo a la misma no se considera renta la ganancia derivada de un premio de lotería o carrera de caballos ni el beneficio que se genera para el causa-habiente por una herencia recibida. Tampoco puede reputarse como renta la utilidad obtenida por una empresa que enajena su activo fijo, pues se trataría de una ganancia aislada, eventual, que no tendría periodicidad ya que daría lugar a la desaparición de la fuente generadora del beneficio. La teoría “del balance” o “del incremento patrimonial” identifica 40 el concepto de renta con el de beneficio, prescindiendo del carácter periódico o eventual de éste y al margen del mantenimiento o no de la fuente productora. Lo expuesto tiene importancia por cuanto si una determinada legislación positiva adhiere a la teoría de la fuente, las pérdidas sufridas por delitos en agravio de la empresa no serían deducibles en ningún caso. En efecto, si la norma legal sólo considera como pérdidas de un negocio las que provengan exclusivamente de su explotación normal, o sea de su actividad comercial habitual, el perjuicio causado a raíz de la comisión de un delito sería técnicamente sólo una pérdida de capital cuya deducción no sería admisible para los fines del tributo. En cambio, dentro de la teoría del incremento patrimonial, como quiera que todo beneficio se considera renta, todo perjuicio (inclusive el originado en un delito) debe tener la condición de deducible. Nuestra derogada Ley 7904 recogía la teoría de la fuente: “el criterio de renta adoptado por nuestra legislación fiscal es el de riqueza obtenida periódicamente o susceptible de obtenerse también periódicamente de una fuente durable” (Juan Lino Castillo “Tributación y Derecho”, pág. 9). En consecuencia, durante la vigencia de tal ley, resultaba inadmisible la deducción de las pérdidas que hubiera podido sufrir un contribuyente como consecuencia de un delito cometido en su perjuicio ya que, naturalmente, la teoría que recogía nuestra norma pero no se limita a ella sino que recoge también una parte de la teoría del balance. positiva no permitía tal posibilidad. A título de ejemplo podría citarse la Resolución del Tribunal Fiscal 3361, según la cual: “de acuerdo a ley y de conformidad con la jurisprudencia establecida por el Tribunal Fiscal, no son deducibles los robos de dinero”. Véase también la Resolución del Tribunal Fiscal 1224 de 6 de mayo de 1965. En consecuencia, con arreglo a nuestra ley, se considera renta toda ganancia periódica que al obtenerse no altere la fuente productora, pero, además, se grava también determinados otros beneficios, aunque éstos tengan carácter aislado o eventual. En cambio, si un ordenamiento positivo adoptara la teoría del incremento patrimonial, definida como “La diferencia entre el valor en capital del conjunto de bienes en poder del contribuyente al final de un período determinado y el existente al comienzo de dicho período” (Juan Lino Castillo, obra citada), la deducción tendría que admitirse. Así, por ejemplo, es gravable la utilidad obtenida por una empresa en la venta de bienes que forman parte de su activo fijo, tal como aparece del artículo 3 inciso b) numeral 6 del mencionado Decreto Legislativo. Existiendo una combinación de ambas teorías, el legislador podía o no admitir la deducción de las pérdidas sufridas por el contribuyente a raíz de hechos delictuosos en su agravio. Nos ocuparemos de este aspecto en los puntos siguientes. 2.2 La Ley peruana vigente El concepto recogido por nuestro legislador combina las teorías reseñadas, según aparece del artículo 1° del Decreto Legislativo 200, de acuerdo con el cual el impuesto grava: “a) Las rentas que provengan del capital, del trabajo y de la aplicación conjunta de ambos factores, entendiéndose como tales aquellos que provengan de una fuente durable y susceptible de generar ingresos periódicos”. “b) Las ganancias y beneficios considerados en los artículos siguientes...”. Como se aprecia, la solución peruana es ecléctica pues asume el íntegro de la teoría de la fuente 3. LOS DELITOS Y NUESTRA LEY DEL IMPUESTO A LA RENTA Al recogerse en nuestra ley, aunque en forma parcial, la teoría del incremento patrimonial, no resulta sorprendente que se permita deducir de las rentas de tercera categoría las pérdidas generadas por delitos en agravio del contribuyente. Así, el inciso e) del artículo 40 señala que son deducibles: “Las pérdidas extraordinarias sufridas por caso fortuito o fuerza mayor en los bienes productores de renta gravada o por delitos cometidos en perjuicio del contribuyente por sus 41 dependientes o terceros, en la parte que tales pérdidas no resulten cubiertas por indemnizaciones o seguros y siempre que se haya probado judicialmente el hecho delictuoso”. A pesar que las pérdidas derivadas de delitos constituyen en rigor “pérdidas de capital”, en una estructura jurídica como la nuestra, admitir su deducción no resulta incongruente, pues también se gravan algunas ganancias de capital. La norma transcrita permitiría responder afirmativamente a la pregunta sobre la posibilidad de deducir las pérdidas sufridas por delitos. Sin embargo, es indispensable analizar el texto para establecer si existe posibilidad de deducción en el caso específico del delito que motiva este artículo. 3.1 ¿Quiénes deben ser los sujetos activos del delito? La norma se refiere a los delitos cometidos “por dependientes o terceros”. En consecuencia, la posibilidad de deducción se presenta prácticamente en todos los casos en que el contribuyente perjudicado sea una sociedad y aun cuando los autores sean los socios o accionistas ya que éstos tendrían que calificarse como terceros respecto de la empresa. Al margen de considerárseles o no como contribuyentes, la norma no sería aplicable -desde luegoen el caso de un negocio individual o de una empresa individual de responsabilidad limitada si el delito es cometido por el titular, porque él no puede ser calificado como dependiente o tercero. 42 Igualmente creemos que la norma no resulta aplicable cuando la empresa es de propiedad de varios individuos que no han constituido una persona jurídica. Si el delito es cometido por uno de los copropietarios (imaginemos el caso de los condóminos) la pérdida no sería deducible en tanto que el autor tampoco puede ser calificado como dependiente ni como tercero y, por lo tanto, no se presentaría la hipótesis prevista en la norma para permitir la deducción. 3.2 La parte no cubierta por indemnizaciones o seguros La ley permite deducir las primas que la empresa pague por los seguros contratados. Producido el siniestro con las consiguientes pérdidas, éstas -en definitiva- no incidirían en los resultados impositivos en la medida en que el seguro cubre el monto de las mismas. Igual razonamiento debe seguirse en caso que el daño sea reparado con una indemnización abonada por quien causó el perjuicio. Evidentemente, en ninguno de estos dos supuestos la pérdida generada afecta la renta gravable habida cuenta de la restitución (parcial o total) a través de las indemnizaciones o seguros. Sin embargo, cabe preguntarse cuál sería la actitud a adoptar cuando producido el delito y la consiguiente pérdida, la compañía de seguros al cierre del ejercicio no ha cumplido todavía con pagar la suma prevista en la póliza correspondiente o, aún más, si la com- pañía de seguros se ha negado formalmente a tal pago iniciándose un proceso judicial. Nosotros estimamos que en estas hipótesis no debería existir inconveniente para cargar las pérdidas derivadas del delito causado en perjuicio del contribuyente, extremo que la ley permite mientras dichas pérdidas “no resulten cubiertas” por indemnizaciones o seguros. Si posteriormente, la compañía de seguros paga el monto respectivo, las pérdidas resultarían cubiertas en el ejercicio en que se produce el pago, oportunidad en la cual se abonaría a resultados. 3.3 ¿El texto legal se refiere sólo a pérdidas en los bienes? Nosotros creemos que no, ya que, en nuestra opinión, el legislador no se ha limitado a regular las pérdidas por caso fortuito o fuerza mayor que afecten los inmuebles o bienes muebles de propiedad del contribuyente, sino que permite la deducción de las pérdidas ocurridas en razón de cualquier delito que importe un perjuicio económico al contribuyente, aunque se trate del robo de una determinada cantidad de dinero. Es decir que a la legislación vigente ya no resultaría aplicable la jurisprudencia fiscal que señalamos en el acápite 2.1. En efecto, nosotros creemos que el artículo 40 inciso e) se refiere a pérdidas derivadas de dos situaciones: 3.3.1 Las pérdidas sufridas por caso fortuito o fuerza mayor en los bienes productores de renta gravada. ¿Cuáles son los bienes que producen renta? Creemos que la frase debe tomarse en sentido amplio; es decir que aun cuando existiría la tentación de limitarla al activo fijo es evidente que no habría razón para excluir las pérdidas que pudieran derivarse respecto de la mercadería; en especial si se recuerda que nuestra ley grava la utilidad derivada de la venta de cualquier clase de bienes que formen parte del activo de empresas. El asunto tiene importancia porque según veremos más adelante, en la legislación argentina se alude en un caso a “bienes que producen ganancia” y en otro caso a “bienes de explotación” con lo cual parecería referirse a activo negociable y fijo respectivamente. Como quiera que el Decreto Legislativo 200 no efectúa tal precisión debemos concluir que se trata de toda clase de bienes. Sin embargo habría que indicar que si se trata de bienes que producen renta no gravada la pérdida no sería deducible. 3.3.2 “O por delitos cometidos en perjuicio del contribuyente”. Obsérvese que en este párrafo no existe ya el requerimiento de que la pérdida esté ligada a los bienes productores de renta gravada sino que lo único que importa es que la comisión del delito haya significado una pérdida para el contribuyente. 43 Sin embargo, una óptica distinta podría llevar a interpretar que el texto se refiere siempre a pérdidas en los bienes a raíz de caso fortuito, fuerza mayor o delitos; es decir que las pérdidas para admitirse como tales deben sufrirse siempre respecto de bienes productores de renta y originarse en las causas indicadas. Creemos que se trataría de una interpretación poco plausible ya que si esa hubiera sido la intención del legislador, las causas se habrían enunciado en forma continua concluyendo el párrafo con la mención de los bienes sobre los que se produce el efecto. En lugar de ello, el inciso comentado se descompone en dos párrafos separados por la conjunción “o” que denota diferencia, separación o alternativa entre las dos ideas. Por otra parte, la norma no exige que se trate de un delito tipificado de una cierta manera sino que basta que ocurra un ilícito penal en perjuicio del contribuyente. De acuerdo con ello, no existiría duda respecto a la deducción de la pérdida sufrida a raíz de un robo o hurto de una determinada suma de dinero: ¿qué razón habría para no admitir la deducción si la pérdida de la misma suma de dinero tiene su origen también en un delito contra el patrimonio aunque de una tipificación específica distinta? Obviamente no cabe distinguir donde la ley no lo hace y si la norma -en esta parte- sólo supedita la deducción al hecho de la comisión de un delito, no ha- 44 bría razón para condicionar dicha deducción sólo a cierta clase de delitos y respecto de sólo cierta clase de bienes. Repárese en que el texto tiene una cierta deficiencia técnica ya que se alude solamente a “delitos” omitiéndose las “faltas” que también son ilícitos penales, aunque de menor entidad que los primeros pero capaces también de generar perjuicios al contribuyente. Nos interesa subrayar que con arreglo a nuestra ley no existe duda que la pérdida sufrida a raíz de delitos es deducible sea cual fuere la clase de bienes afectados y aun cuando el sujeto activo no sea empleado del contribuyente. Destacamos esto por cuanto en la legislación comparada existen otros parámetros. En efecto, la ley Argentina del impuesto a las ganancias, citada por Reig, permite deducir: “Las pérdidas extraordinarias sufridas por caso fortuito o fuerza mayor en los bienes que producen ganancias, como incendios, tempestades u otros accidentes o siniestros en cuanto no fuesen cubiertos por seguros o indemnizaciones”. (art. 75 inciso c). Más adelante, el mismo autor señala que son deducibles: “Las pérdidas debidamente comprobadas, a juicio de la Dirección, originadas por delitos cometidos contra los bienes de explotación de los contribuyentes, por empleados de los mismos, en cuanto no fuesen cubiertas por seguros o indemnizaciones”. (art. 75 inciso d). empleado, ya que de no serlo se encontraría en calidad de tercero, lo que también hace posible la deducción. (Reig Enrique Jorge “impuesto a las ganancias”, Ediciones Contabilidad Moderna, 1979). Obsérvese que la ley argentina restringe la posibilidad de deducción a la pérdida en los bienes que producen ganancias y en los bienes de explotación de los contribuyentes. En el primer caso la causa de tales pérdidas está circunscrita a caso fortuito o fuerza mayor, mientras que en el segundo caso la pérdida -para ser deducibletiene que originarse en delitos cometidos por empleados de los contribuyentes. El requisito de que el sujeto activo sea un empleado, ha dado lugar a dificultades de interpretación cuando el autor del delito ha sido un director de la sociedad que, ciertamente, no puede calificarse como empleado. Enrique Jorge Reig señala que en tal caso la entidad acotadora y el Tribunal Fiscal rechazaron la deducción pero que la misma fue admitida por el Poder Judicial, considerando que el desempeño simultáneo de las funciones de gerente de un director hace que deba ser considerado como empleado de la empresa. Tal dificultad de interpretación no puede presentarse con arreglo al texto de nuestra ley, pues ésta alude claramente a las pérdidas sufridas por delitos cometidos en perjuicio del contribuyente “por sus dependientes o terceros”, de manera que en ningún caso interesaría analizar si el Director-Gerente es o no un Es obvio que la norma argentina restringe la posibilidad de deducción por estimar que sólo cuando el delito es cometido por servidores del contribuyente el hecho está vinculado con la generación de renta, mientras que si el delito es perpetrado por terceros, se trataría de una pérdida de capital. 4. CONCRETAMENTE, EN NUESTRO PAÍS ¿LO PAGADO POR UNA EMPRESA COMO RESCATE PARA OBTENER LA LIBERACION DE UN FUNCIONARIO ES DEDUCIBLE COMO GASTO? Adelantaremos que nuestra respuesta es afirmativa; es decir, consideramos que la ley peruana permite deducir como gasto las pérdidas que una empresa sufre cuando se ve obligada a pagar a delincuentes un rescate para conseguir la liberación de un funcionario. El fundamento legal de nuestra posición reposa en el varias veces citado artículo 40 inciso e), que permite la deducción de las pérdidas extraordinarias sufridas por delitos causados en perjuicio del contribuyente por sus dependientes o terceros. Ahora bien, la condición esencial para la deducción es la inevitabilidad del egreso; es decir que en vista de la capacidad intimidatoria de la acción criminal la empresa -razonablemente- no puede eludir el pago. Este extremo tiene importancia para evitar que el egreso pueda ser calificado como una liberalidad y, por lo tanto, no 45 susceptible de deducción de acuerdo con lo previsto por el artículo 50 inciso d) del Decreto Legislativo 200. Para apreciar la inevitabilidad del pago es evidente que debe tomarse en cuenta la posición que la víctima tenga dentro de la empresa ya que mientras más importante sea para el negocio, mayor será el perjuicio que el delito cause. A una posición más elevada de la víctima corresponderá una mayor presión contra la empresa. berá procurarse por la empresa la intervención de autoridades policiales o del Ministerio Público que permitan a las autoridades tributarias llegar al convencimiento que el delito realmente se ha producido. Asimismo, la intervención de la Policía y el Ministerio Público podría permitir establecer, con razonable margen de exactitud, el monto realmente pagado por la empresa que se deduciría de la renta bruta. Como puede observarse, existe un ancho margen para la discusión, de manera que deberá analizarse caso por caso para establecer en cada oportunidad la procedencia de la deducción. Al respecto Giuliani señala que para aceptar el egreso es requisito que: Si por la particularidad de un caso concreto, no se avisa a la policía o al Ministerio Público, tendría que agenciarse otro medio pues en caso contrario no se aceptaría el egreso porque no se habría acreditado el perjuicio “b) El secuestrado sea persona que, por sus calidades y actividad, asuma importancia fundamental para la marcha de la empresa; esto es, que constituya un elemento indispensable para el desarrollo de los negocios”. Conviene anotar que si bien nuestra ley permite la deducción “siempre que se haya probado judicialmente el hecho delictuoso”, también es verdad que según el artículo 67 del Reglamento: (Carlos Giuliani Fonrouge y Susana Navarrine, “Impuesto a la Renta” Ediciones Depalma, 1973). Sin embargo, existen algunos aspectos que deben aclararse. Por ejemplo, ¿Cómo establecer que, efectivamente, el secuestro ha ocurrido? ¿Cómo establecer el monto realmente pagado a título de rescate, donde obviamente no existirá ningún comprobante sustentatorio? ¿Debe aceptarse sea cual fuere la persona víctima del secuestro o sólo para determinados funcionarios? En cuanto a las primeras cuestiones, nosotros consideramos que se trata esencialmente de un problema de prueba. Por tal razón, estimamos que de- 46 “No será exigible la probanza judicial del hecho delictuoso a que se refiere el inciso e) del artículo 40 del Decreto, en los casos que el contribuyente demuestre a satisfacción de la Dirección que es inútil ejercitar la acción judicial correspondiente”. Como quiera que la acción penal, excepto en los delitos contra el honor, se sigue de oficio y no a instancia de parte, es evidente que la intervención de la Policía o del Ministerio Público asegurará el inicio de la acción judicial cuando pueda identificarse a los autores del delito, ya que, de acuerdo con el artículo 77 del Código de Procedimientos Penales, ya no es posible abrir instrucción simplemente “contra los que resulten responsables” si- no que el auto apertorio debe ser nominal. (Decreto Legislativo 126). Ahora bien, si acreditada la comisión del delito las autoridades no pueden identificar a los autores y por lo tanto no puede abrirse instrucción contra ellos, esta circunstancia de manera alguna puede enervar el derecho de la empresa contribuyente a practicar la deducción, ya que se presentaría el supuesto considerado por el Reglamento para no hacer exigible la acción judicial. Si bien es cierto que nuestra ley se refiere a delitos cometidos “por dependientes o terceros”, también puntualiza que debe ser “en perjuicio del contribuyente”. Esto motiva las consideraciones siguientes: 4.1 Cuando la víctima del secuestro es un funcionario de la empresa y se solicita a ésta el pago de determinada suma por rescate ¿se trata de un delito cometido en perjuicio del contribuyente? En nuestra opinión la respuesta es afirmativa ya que, como señalamos al principio, se trata de un concurso de delitos. Sin embargo, conviene indicar que el eminente profesor Roy Freyre considera que en este caso no existe concurso de delitos sino que “de conformidad con el principio de subsidiaridad el hecho se encuadraría definitivamente en el artículo 249 del Código Penal (delito de extorsión), pues aquí el secuestro sería sólo un medio para obligar a la entrega de una ventaja pecuniaria”. una persona, la obligase a otorgar... una ventaja pecuniaria a que no tenía derecho, será reprimido con penitenciaria...”. Del texto parece fluir que para tipificar el delito de extorsión la violencia, intimidación o secuestro deben tener como destinatario al sujeto a quien se obliga a otorgar la ventaja. En el caso que nos ocupa, el secuestro afecta a una persona (el funcionario por ejemplo) para conseguir de otra (la empresa) una ilegítima ventaja pecuniaria. Nosotros creemos que el funcionario secuestrado es sujeto pasivo de un delito contra la libertad individual. Desde este ángulo, se trataría de un delito no cometido contra la empresa. Sin embargo, la ilícita exigencia de una suma de dinero a la empresa por rescate tipifica una modalidad de delito contra el patrimonio que, evidentemente, tiene como sujeto pasivo al contribuyente, cumpliéndose así el supuesto previsto en la ley tributaria para permitir la deducción de la renta bruta. En resumen, bien sea que el secuestro sea sólo un medio para el delito de extorsión o que haya un concurso de delitos, en ambos casos se produce el perjuicio al contribuyente, que es la condición para admitir que la suma pagada se considere como gasto para fines del impuesto. Dicho artículo establece: “El que por violencia o intimidación o manteniendo en rehenes a Resulta interesante anotar que las autoridades tributarias argentinas han rechazado la deducción de 47 las sumas pagadas en caso de secuestro: “por no encuadrar en el régimen general ni en los casos especiales que la ley respectiva instrumenta al efecto”. Ya hemos visto que el texto de la ley argentina difiere sustancialmente de la nuestra en este punto, lo cual explicaría la interpretación hecha por el Fisco de aquel país. En efecto, la ley argentina solamente se refiere a los delitos en los bienes del contribuyente cometidos por empleados de tal contribuyente. Nuestra ley tiene un alcance mayor pues alude a las pérdidas por delitos cometidos en perjuicio del contribuyente por sus dependientes o terceros, de manera que no existe duda que de acuerdo con nuestra ley la deducción sería perfectamente posible. Reig comparte la tesis de la administración argentina pero sólo en caso que el secuestro fuera del propio empresario o del presidente del directorio y a la vez accionista mayoritario de una sociedad anónima, pero no encuentra igual fundamento tratándose de ejecutivos o empleados secuestrados. Para llegar a tal conclusión, no se basa en el texto que permite la deducción de las pérdidas ocasionadas por delitos, sino que se fundamenta en el artículo que permite deducir los gastos y contribuciones realizados en favor del personal de la empresa. Es nuestra impresión que las contribuciones en favor de los empleados que el legislador tuvo en 48 cuenta no abarcaban el pago de rescate por un secuestro. En el caso de nuestro país, la norma equivalente a la señalada por Reig, sería la contenida en el inciso m) del artículo 40 del Decreto Legislativo N° 200 que permite deducir: “Los gastos y contribuciones destinados a prestar al personal servicios de salud, recreativos, cultural, educativos y otros servicios asistenciales similares, así como los gastos de enfermedad de cualquier servidor”. Nosotros consideramos que en el caso concreto de la ley peruana, no podría encontrarse en este inciso una justificación para deducir las pérdidas originadas como consecuencia del pago de un rescate en las circunstancias anotadas. En efecto, el inciso comentado se refiere a la prestación de servicios asistenciales por lo cual debe entenderse los destinados a recuperar la salud, la asesoría jurídica, el financiamiento de espectáculos culturales, etc. 4.2 ¿Si el rescate no es pagado por la empresa sino exigido por los delincuentes a los familiares de la víctima y pagado por éstos? En este caso, obviamente no habría lugar a deducción alguna pues el delito no se habría cometido en perjuicio del contribuyente. Sin embargo, ¿cuál sería el tratamiento impositivo si la empresa posteriormente reembolsa el egreso a tales familiares? Nosotros creemos que en este último caso las autoridades tributarias podrían reparar la deducción porque el delito habría sido cometido en perjuicio de los familiares de la persona secuestrada y no de la empresa misma. El reembolso hecho por esta última a quienes pagaron el ilegal rescate sería, desde esta óptica, considerado como una liberalidad y por lo tanto no susceptible de deducción como gasto, según lo previsto por el artículo 50 inciso d) de nuestra ley del impuesto a la renta que prohíbe deducir de la renta imponible de cualquier categoría: “Las donaciones y cualquier otro acto de liberalidad en dinero o en especie...”. Naturalmente, si para el pago del rescate exigido a la empresa ésta solicita y obtiene un crédito, la suma pagada sería deducible como gasto, de acuerdo con lo señalado anteriormente. Esta última circunstancia obliga a preguntarse si los intereses pagados por el crédito obtenido son deducibles. Creemos que la respuesta es afirmativa porque si, de un lado, se permite deducir el importe de la suma pagada para guardar coherencia tendría que admitirse la deducción del costo para financiar esa misma suma. Por otra parte, y recogiendo el argumento de Giuliani citado en el acápite 4, si el secuestrado es un alto funcionario indispensable para el desarrollo de los negocios, resultaría aplicable el artículo 40 inciso b) que permite deducir: “los intereses de deudas... siempre que hayan sido contraídas pa- ra mantener la fuente productora de renta”. 4.3 Si a la suma pagada por concepto de rescate se le da el tratamiento de una gratificación extraordinaria en favor del funcionario, las autoridades tributarias podrían objetar el egreso señalando que el concepto aparente del pago no se ajusta a la verdad. Sin embargo, si por un instante se asumiera que pudiera dársele tal carácter de gratificación, la empresa podría deducir el egreso pero su importe se consideraría como renta gravable (quinta categoría) del funcionario. 5. ¿CUALES SERIAN LAS CONSECUENCIAS TRIBUTARIAS EN CASO DE NO ADMITIRSE LA DEDUCCION? Si las autoridades rechazaran el egreso de la suma pagada por concepto de rescate, la fiscalización supondría la determinación de una mayor renta de tercera categoría, con la consiguiente exigencia de pago del tributo, recargos e intereses. Al rechazarse la deducción para los fines de establecer la renta neta de tercera categoría, las autoridades tributarias tendrían -de inmediatoque considerar que se trata de un egreso que -por su naturaleza- supone una disposición indirecta de la renta no susceptible de posterior control tributario. Si ello es así, se configuraría un dividendo presunto y se exigiría pagar además del Impuesto correspondiente a la empresa la tasa del 30% a que se refiere el artículo 62 del Decreto Legislativo 200. 49 las actuaciones policiales y del Ministerio Público a lo que podría añadirse algunos otros elementos, tales como el movimiento bancario, la adquisición de certificados bancarios en moneda extranjera, etc. Desde este ángulo se elevaría también la base para el cálculo de las participaciones de los trabajadores y, en su caso, de la respectiva Comunidad y del correspondiente Instituto Tecnológico. 6. CONCLUSIONES a) En nuestra opinión, las sumas que una empresa se viera obligada a pagar para obtener el rescate de un funcionario que hubiera sido víctima de un secuestro, son deducibles para los fines del Impuesto a la Renta. b) Es menester probar que el delito se ha producido y acreditar el monto de la suma pagada. Tal probanza no necesariamente debe efectuarse mediante un procedimiento judicial sino que bastaría 50 c) Si el pago es efectuado por terceros a quienes la empresa reembolsa el monto correspondiente, nosotros creemos -en principio- que la empresa no podría practicar tal deducción, porque en tal caso el delito contra el patrimonio habría sido cometido en perjuicio de tales terceros. En cambio, habría lugar a la deducción si la suma exigida a la empresa es materia de un crédito obtenido por ésta, otorgado por terceros. En este supuesto también se deducirían los correspondientes intereses.