Encuestas: ¿verdad o mentira? Nicolás Lynch Nuevamente se discute con especial pasión el tema de las encuestas sobre la popularidad del Presidente. Algunos dicen que estas se fabrican, otros que nos muestran la verdad objetiva. Pero el caso es que llama la atención que se tomen hasta dos y tres encuestas semanales sobre la popularidad presidencial, cosa que, como ya se ha dicho, no ha sucedido antes en nuestra vida política fuera de época electoral. Lo primero, ¿se fabrican las encuestas? Efectivamente, las encuestas se pueden fabricar, distorsionando la muestra, el propio cuestionario o algún otro truco que pueda que se pueda usar. Pero la fabricación, por lo que esta significa como engaño directo a la opinión pública en una democracia, es un asunto difícil de sostener. Diría más bien que lo que se fabrica es la opinión pública a la cual luego se consulta para obtener, con mayores o menores grados de conciencia, determinados resultados. Pero ¿se puede fabricar la opinión pública? Porsupuesto que sí. Esta es siempre un producto artificial creado por diversas fuerzas sociales y políticas y no una creación natural que exista más allá de nuestra voluntad. El caso es que como creación artificial la opinión pública depende para su independencia de los poderosos en cada sociedad, de un alto grado de institucionalización social y política. En contextos de bajo grado de institucionalización las posibilidades de fabricar o distorsionar la formación de la opinión son bastante altas. Este es, exactamente, el caso del Perú actual. Quizás la situación alcanzó su extremo durante el régimen autoritario de la década pasada. Allí se hacían verdaderas acciones de “corte y confección” de la opinión de las gentes mostrándonos, vía las encuestas, una opinión pública, la mayor parte de las veces, abrumadoramente favorable a la dictadura. Pero donde se incidía era en la formación de la opinión, en este caso sí podríamos decir fabricación de la opinión, “la fábrica” del SIN queda como triste recuerdo para corroborarlo. Todo lo anterior no excluía también la compra de encuestas e incluso de empresas encuestadoras como lo empezarían a revelar las investigaciones anti-corrupción en curso. Ahora bien, ¿cómo se incidía o fabricaba? En contextos de baja institucionalización, sobre todo por la ausencia de un sistema de partidos y la extrema debilidad de los existentes, vía los medios de comunicación, de allí que la dictadura se preocupara tanto de controlar a los mismos. Sin embargo, ya no estamos en dictadura sino en democracia, pero por las pecualiaridades de esta transición que no supusieron una ruptura legal con el régimen autoritario, varios medios usados por el régimen pasado han sobrevivido y continúan en las andanzas de distorsión de la opinón ciudadana. A esto se agrega una cultura de sospecha, que inunda incluso medios democráticos, contra todo aquel que ocupe posiciones de poder. Esta actitud heredada, paradógicamente, de la lucha contra la dictadura persiste con el actual régimen democrático, quizás porque no hemos sabido dar las suficientes muestras de ruptura con el pasado. La situación nos brinda una opinión pública descreída y exigente, que tiene razón para no confiar y prefiere al contestatario que a la autoridad porque sencillamente no recuerda que esta última le haya brindado algo positivo. Esto nos pone un reto, que no tiene que ver necesariamente con las encuestas y supone más bien la disputa, por todos los medios democráticos existentes, de la opinión en cuestión, luchando, por lo menos, para que sea pública y no la creación de algún laboratorio autoritario.