Teresa de Lisieux

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Teresa de Lisieux: belleza humana y esplendor divino
Secundino Castro.
Quiero
reflexionar
sobre uno de los
momentos de Teresa
en que en su rostro
resplandece
lo
humano y lo divino
como bello. A lo
largo de su vida esto
sucedió
siempre
-incluso
en
la
primera fotografía de
muerta,
aparecía
más
bella
que
nunca-, pero me ha
llamado
particularmente
la
atención el espacio
que va desde la
famosa noche de
Navidad hasta su
entrada
en
el
Carmelo. Tiempo que
ha
quedado
inmortalizado en esa
fotografía
con
el
broche de plata en
forma de mariposa,
que se compró en
Génova en su viaje a
Roma, y su hermosa
cabellera
recogida
sobre su cabeza para
simular
ante
las
autoridades
eclesiásticas
más
edad.
El texto de Ezequiel El texto de Ezequiel 16,5-14, que Teresa había leído en Juan
de la Cruz, la cautivó y pensó que estaba escrito para ella, y se lo
aplicó a sí misma a la edad de catorce años, con resonancias del
Cantar de los Cantares. No pienso que esas dos mujeres –la que
refleja el texto de Ezequiel y la del Cantar- alcanzaran la fascinación de
Teresa, que revelan la historia y la fotografía. Este tiempo marca en
ella un cambio tal que a partir de él va a comenzar lo que ella
denominará "una carrera de gigante".
Poco antes de cumplir esa edad tendrá lugar la famosa
conversión de la noche de Navidad de 1886. Noche inolvidable.
Verdaderamente noche pascual. Se sintió transformada y fortalecida
por dentro. Y se dio cuenta también de que se había convertido en una
joven bella, llena de ilusiones y proyectos. Sabemos que su belleza
llamó la atención en Italia en su peregrinación a Roma. En una de las
estaciones, al descender del tren un estudiante se la llevó unos
momentos en sus brazos hasta que ella le fulminó con su mirada. La
actitud del joven es absolutamente reprobable, pero fácilmente
comprensible. La sed de Jesús
A Teresa le entra la pasión por la lectura y las ansias de saber.
Son los primeros pasos de la Doctora de la Iglesia, erudita y bella.
Siente su vocación misionera ante la contemplación de una estampa
que representaba a Jesús crucificado, de cuyas manos manaba sangre,
que se perdía en la tierra. Teresa quedó impresionada por el hecho de
que nadie la recogiera. Y sintió en su interior, que Jesús le pedía que
ejerciera ese precioso oficio. A raíz de este hecho comenzó a
comprender el sentido de la sed de Jesús. Ese grito de Cristo
crucificado conmovía continuamente sus entrañas. Los labios resecos
de Jesús tenían sed de “almas Se estaba fraguando su vocación
misionera. La conversión de Pranzini la convenció de que ese era
verdaderamente el deseo de Jesús; y sus ansias de ser carmelita se
acrecentaban de tal modo, que percibía en su interior que Jesús le
pedía que se fuera al Carmelo cuanto antes. Era una llamada tan
apremiante que la sobrepasaba y por eso estaba dispuesta a hacer
cuanto fuera para ponerla por obra. La idea de Jesús como meta de
todos sus afectos era un hecho al que ella ahora se adhería con toda su
pasión juvenil. Su amor iba creciendo tanto que no fue posible
retenerlo en el interior. Las conversaciones del Mirador Las conversaciones con su hermana Celina en el mirador son
expresión de estas experiencias que no podemos menos de bautizar de
místicas. Teresa llegará a decir que la fe se había convertido en un velo
transparente; tocaban con la mano la eternidad. Belleza física, ansias
de saberes humanos, experiencia mística. ¿Cómo serían aquellos ojos,
aquella mirada, aquel rostro? ¡Dichosos los que te vieron!, como dice la
Escritura.
Teresa confesará que recibían gracias muy grandes: “de un
orden tal elevado como las concedidas a los grandes santos... ¡Pero
que fino y transparente era el velo que ocultaba a Jesús de nuestras
miradas...! No había lugar para la duda, ya no eran necesarias la fe ni
la esperanza: el amor nos hacía encontrar en la tierra al que
buscábamos" (A 48r). Una verdadera transfiguración.
Si utilizáramos la criteriología de Juan de la Cruz, seguramente
había que inscribir estas gracias en la línea del desposorio. Por estas
fechas dice ella que sentía ciertos trasportes de amor. La santa no nos
aclara mucho, pero parece que hay que situarlos dentro de este estado
de desposorio.
Este momento de su vida encuentras fáciles parangones con la
marcha de Israel por el desierto tal como la han contemplado algunos
profetas y la búsqueda de la amada del Cantar. Así se siente ella
reflejada. El amor divino y el amor humano Teresa ha descubierto el amor divino en el momento que
hubiera tenido que encontrar el amor humano. En ella se han juntado
estas dos realidades. Teresa nunca tuvo un amor terreno. Lo humano
ha quedado asimilado por lo divino. En Jesucristo se han fundido
ambos amores.
Esta actitud la asimila a la Iglesia en sentido pleno: orientada
totalmente a Jesús. Teresa ha sido muy parca en expresar cuanto
estaba sucediendo en su alma por esas fechas. Cuando nos habla de
las conversaciones del mirador o de los trasportes de amor no se
detiene mucho en esos fenómenos; las conversaciones, como hemos
dicho, las asimila a las gracias concedidas a los grandes santos, y en
los trasportes veo alusiones a San Juan de la Cruz. Teresa se descubre
en la amada del Cantar y del Cántico espiritual.
A los catorce años se siente enardecida por Jesús y ha
descubierto su vocación misionera. Todavía no se siente llamada a orar
por los sacerdotes que será otra de las facetas esenciales de su vida,
pero en líneas generales el marco de su vocación y de su sentido en la
existencia está trazado. Contemplación y misión son los dos elementos
esenciales de la Iglesia.
El poner por obra el llamamiento de Jesús al Carmelo no le fue
fácil. Los superiores eclesiásticos se oponen y se ve obligada a
pedírselo al mismo papa León XIII. En este viaje Teresa descubrió el
mundo. El contacto con las diversas personas de la peregrinación,
principalmente de los sacerdotes, le abrió nuevos horizontes sobre el
sentido de su vocación. En primer lugar la gloria humana o el gozo que
puede proporcionar una vida en la tierra, no le decía nada. Una vez
más descubrió que su corazón ansiaba lo infinito. Aquellas personas
que en Lisieux pensaron que su padre le había proporcionado este viaje
para disuadirla de sus propósitos religiosos quedaron decepcionadas,
pues le sirvió más bien para afianzar su vocación y ponerla en
ejecución cuanto antes.
Teresa revela que hubo momentos, no nos dice cuáles ni de
qué clase, que hubieran podido debilitar una vocación no tan fuerte
como la suya. Todo este proceso que acabamos de ver ha sido obra del
Espíritu que ha ido modelando su creación (Teresa), y orientándola a
Cristo. En estos momentos los sentimientos de Teresa se van
acercando a los de Jesús. Esa pasión por Jesús la ha depositado el
Espíritu Santo en su corazón haciendo de ella una pequeña Iglesia en
germen. El contacto con el mundo era necesario para que la llamada
cobrara más entidad y adquiriera un sentido más realista de la
proporción. Era una vocación para salvarle, al mismo tiempo que se dio
cuenta de que enterraba por Jesús una vida que se podría bien
defender en esa sociedad. Al igual que la Iglesia, que no debe huir del
mundo porque no sea capaz de vivir en él, sino porque la entrega
libremente. El servicio al mundo no debe nunca olvidar que se trata de
una ofrenda, no de una huida. Igual Teresa; la niña de hace un año, se
desenvuelve magníficamente en esos ambientes, atrayendo las
miradas
y
haciendo
saltar
los
corazones
de
no
pocos. Los sacerdotes Pero Teresa hizo otro descubrimiento en la peregrinación en la
que había muchos sacerdotes. Hasta entonces pensaba que eran poco
menos que ángeles. Allí se dio cuenta de su condición humana; y si
bien pudo ver ejemplos admirables también contempló no pocas
deficiencias. En una palabra, halló que eran hombres como los demás.
E hizo su gran descubrimiento: su vocación misionera iba a tener por
objeto también la vida de los sacerdotes; se escondería para siempre
con su belleza junto a Jesús en el Carmelo para ofrendarse por ellos.
Más información en la web:
La oración de Teresa e Lisieux
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Información extraida del sitio web: CIPE
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