discurso acto de entrega del premio internacional garcía

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DISCURSO ACTO DE ENTREGA DEL PREMIO INTERNACIONAL GARCÍADIEGO
Juan Luis Delgado Macías
Octubre 2010
Madrid
Permítanme, antes de todo, agradecer a la Fundación Juanelo Turriano y al Colegio y la
Asociación de Ingenieros de Montes la organización de este evento; a la Fundación
Juanelo Turriano por fomentar los estudios en Historia de la Técnica y de la Ciencia a
través de las actividades entre la que se incluye el Premio Internacional García-Diego,
a cuyos miembros del Jurado de esta V Edición agradezco haber elegido como
laureado a mi trabajo sobre la “Historia técnica de la resina en España (1826-1936)”.
Y finalmente también a todos ustedes por su presencia.
Desde mis primeros años en la Universidad Autónoma de Aguascalientes he
considerado junto a varios compañeros que el trabajo del historiador requería
someterse a los rigores de la luz pública tanto para ser compartido como para ser
criticado. En ese sentido creo que con esta sobresaliente distinción, mi trabajo
empieza un recorrido por sí mismo concediendo al público interesado la posibilidad
de conocer la información contenida y también la posibilidad de criticarlo. Como autor
espero que ambas situaciones se den a borbotones. Esta circunstancia, no obstante,
era impensable al iniciar esta investigación; en aquél momento lo que yo buscaba era
cumplir dos metas: la primera era aprobar el Máster en Historia Contemporánea en el
que estaba matriculado en la Universidad Autónoma de Madrid, y la segunda era
cimentar las bases de mi futura tesis doctoral empezando por digerir y cohesionar en
un discurso lógico la información tecnológica consultada sobre la primera
transformación industrial de la resina en España. Por mi parte di por cumplidos
ambos objetivos y en ningún momento imaginé que un año después estaría reunido
con ustedes celebrando un galardón tan importante como éste. Esto ha sido para mí
una recompensa tan inesperada como gratificante que especialmente me anima a
continuar con la labor.
Ahora bien, seguramente muchos de ustedes se preguntarán por qué llegué a
investigar un tema tan específico como éste. La respuesta es sencilla: por inercia. Si
bien mis intenciones académicas apuntaban desde hacía varios años la intención de
investigar el papel que los bosques en su sentido más amplio habían jugado en la
historia no terminaba de focalizar un punto de mira concreto del cual partir para
emprender el estudio de esa relación a través del tiempo, pues las perspectivas desde
las cuales abordar al bosque son muchas y muy variadas. Mi tesina de Licenciatura
abarcó todas estas posibilidades concentradas en la Sierra Fría, la mayor zona boscosa
conservada del estado de Aguascalientes. Al llegar a España tuve la grata sorpresa de
encontrarme con una historiografía forestal bastante nutrida. Mi pasión por el siglo
XIX llevó a concentrarme en la dedicada a esta centuria, la cual estaba ocupada en
estudiar el papel del Estado español y de los ingenieros de montes en la
administración y gestión de los recursos forestales, y también, pero en menor medida,
en el desarrollo de algunas industrias forestales como la madera, el corcho, la pasta
celulosa o la resina. Este fue mi primer acercamiento al mundo de la resina sin
embargo no fue el definitivo. Al comenzar a colaborar en el proyecto de digitalización
de los fondos del Archivo Histórico de Patentes y Marcas tuve por vez primera
contacto con documentos sobre propiedad industrial, entre ellos las patentes. Ellas
fueron las que me empezaron a suscitar el interés por investigar la historia de la
tecnología forestal. En un principio comencé a recolectar las referentes a madera,
corcho y resina, pero la cantidad de información era tan compleja y voluminosa que
hacía imposible realizar una investigación medianamente seria para obtener el título
de Máster. Fue entonces cuando empezó a surgir la idea de concentrarme en un solo
recurso forestal: la resina.
Esta resina es la que se extrae de ciertas coníferas, en España especialmente
del pinus pinaster; sus principales componentes son el aguarrás y la colofonia, a los
cuales desde finales del siglo XVIII se les fue encontrando una enorme versatilidad
industrial, razón por la cual su consumo fue aumentando durante el siglo XIX a medida
que el bien estar y el lujo se iban generalizando, según las propias palabras del
ingeniero de montes Ramón de Xérica en 1869. Muy seguramente fue esta creciente
demanda la que orilló a buscar nuevas alternativas tecnológicas para producir ambos
componentes. En la parte correspondiente a la extracción los sistemas de resinación
experimentaron un cambio radical de un método considerado muy perjudicial para la
vida del árbol, a otro que al contrario, desde finales del siglo XVIII, buscaba prolongar
la vida y la explotación del pino el mayor tiempo posible; desde la segunda mitad del
siglo XIX a estos sistemas se les bautizó como resinación a muerte y resinación a vida.
Los perfeccionamientos sobre este último fueron sobre todo una labor forestal, entre
otras cosas se experimentó con la aplicación de nuevas medidas para realizar los
cortes y las sangrías por donde exudaría la resina bruta, llamada en este momento
miera.
La recolección de ésta era un tema de la mayor trascendencia que fue resuelto
desde 1844 colocando por debajo del punto de secreción un recipiente especial,
vidriado en su interior, ligeramente achatado para adaptarlo al tronco de donde se
colgaba sujeto de un clavo; la miera caía en el interior dirigida por una grapa o
crampón en forma de V incrustada en el tronco justo encima del recipiente. Para
entender la enorme transcendencia de esta sencilla innovación que revolucionó la
industria resinera hay que tener en cuenta: que anteriormente la recolección se
realizaba en hoyos practicados a pie de árbol; que en el camino desde el punto de
secreción hasta el punto de recepción la acumulación de insectos, agua y otras
impurezas era enorme (afectando profundamente a la calidad de los productos
finales), pues las sangrías se practicaban a partir del medio metro de altura del tronco
hasta los más de tres metros.
Los perfeccionamientos a este conjunto instrumental versaron sobre todos y
cada uno de los detalles posibles, sin embargo ninguno pudo superar la “rústica
sencillez” del llamado método Hugues, en honor a su inventor de origen francés. Pues
bien, si ya no se podía implantar ninguna innovación de relevancia a la recolección,
aún era posible aumentar los rendimientos por pie resinado; esto “sencillamente” se
logró mediante la aplicación de productos químicos para estimular la secreción. Fue el
Dr. Hessenland, desde Alemania, la persona que patentó en España este sistema en
1935.
Hasta entonces todo lo dicho corresponde a la primera parte del proceso,
todavía resta separar la miera para obtener finalmente el aguarrás y la colofonia.
Ambos derivados eran producidos de antiguo, la diferencia radicaba en que el proceso
para su elaboración se realizaba por separado; si se buscaba la colofonia, la miera era
simplemente cocida en una caldera abierta para privarla de su contenido volátil; al
contrario si era el aguarrás la finalidad se cocía la miera en el interior de una alquitara
para destilar el componente volátil, es decir, el aguarrás. La primera innovación
relevante, originada en Francia a principios del siglo XIX, fue unificar su producción en
el alambique mediante la destilación fraccionada. El asunto capital en la destilación
radicaba en la fuente calórica aplicada y en la regulación de la temperatura según el
punto de ebullición de la trementina (nombre de la miera limpia de impurezas).
Así, el criterio de clasificación de los alambiques se sostenía en el medio de
caldeo, mientras que los métodos de destilación se catalogaban según la manera de
controlar la temperatura. Los alambiques se clasificaban entre aparatos a fuego
directo y aparatos de vapor, mientras que con arreglo al método de destilación los
aparatos funcionaban con adición de agua, por arrastre con vapor, de agua o mixtos,
por gas inerte y al vacío. El sistema de aplicación del vacío, inventado por el francés
Louis Castets y registrado en España en 1909, fue sin duda el más innovador de todos
los sistemas de destilación y también la última adaptación clave en materia de
destilación; al reducir la presión atmosférica también reducía la temperatura del
punto de ebullición de la trementina mejorando muy notablemente los productos
finales. En España no obstante para ese año apenas se estaba generalizando el uso del
vapor en la destilación.
Si bien es cierto que en este país no se generó ninguna nueva tecnología para la
industria resinera, lo cierto es que se distinguió por ser una tierra fértil, con
abundantes pinares y una resina de calidad superior; destacando por ello únicamente
en la primera transformación industrial. Así pues, como sucede en toda trayectoria
tecnológica, una vez asimiladas las innovaciones más importantes hubo quien intentó
perfeccionar los sistemas de la extracción, recolección y transformación para darle a
esas técnicas un sabor nacional. En este camino fue más que relevante el papel que
jugaron los ingenieros de montes. El Estado español desde mitad del siglo XIX tuvo en
ellos un brazo científico y técnico que colaboró considerablemente en la
modernización del sector resinero. Muchas de las cosas que sabemos sobre esta
industria en el pasado las sabemos gracias a ellos; sin embargo esta información,
además de proveernos de datos, nombres y otras delicias, también nos provee líneas
sobre su forma de pensar y sus creencias. Sin duda alguna, a través de los artículos
publicados en sus longevas revistas, contribuyeron a escribir la historia de la industria
resinera española, pero por lo mismo debemos tener en cuenta que solamente es la
historia contada por los ingenieros, falta escuchar la historia contada por los
resineros, o bien, la historia contada por los historiadores, entre los cuales
evidentemente yo me encuentro, y que, desde otra perspectiva y también con nuestras
limitaciones y subjetividades, pretendemos aportar nuestra parte en el conocimiento
de la relación entre el bosque y la gente.
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