SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO LA DESAMORTIZACION La desamortización fue todo un proceso que se desarrolló en varias etapas desde finales del siglo XVIII hasta la segunda mitad del XIX, aunque la más conocida y estudiada fue la desamortización eclesiástica que llevó a cabo el jefe del gobierno de la Regente María Cristina de Nápoles, Juan Álvarez Mendizábal, entre 1835 y 18371. El término desamortización no supone solamente el acto jurídico mediante el cual los bienes de manos muertas adquieren la condición de bienes libres para sus propietarios, como ocurrió por ejemplo con el caso de los mayorazgos, sino que implica también que los propietarios pierden la propiedad que pasa al Estado, bajo cuyo dominio se convierten en bienes nacionales. El Estado los vende a particulares y es entonces cuando, al adquirirlos los compradores, se convierten en bienes libres. Así pues, la desamortización fue una operación complicada cuyo principal beneficiario era el Estado que fue el que expropió los bienes para venderlos posteriormente a terceros. Ese complejo proceso se explica, no ya solamente por el deseo de poner en circulación una masa de bienes que se hallaban vinculados por ley a una serie de instituciones u organismos, sino por la necesidad que tenía el Estado de sacar un beneficio importante para sus arcas por la venta de unos bienes ajenos. Este fue, y no otro, el principal objetivo de sus impulsores, y especialmente de Mendizábal, cuando pusieron en marcha la elaboración y aprobación de una serie de decretos que afectarían especialmente a los bienes amortizados a la Iglesia2. Las desamortizaciones del primer tercio del siglo XIX.Las causas de las desamortizaciones, como se ha dicho, fueron fundamentalmente financieras. La urgente necesidad de incrementar los fondos del Estado venía siendo patente desde los inicios del reinado de Fernando VII. El déficit publico, es decir, la diferencia entre los ingresos y los gastos del Estado se había incrementado espectacularmente después de la Guerra de la Independencia. Sin embargo, ya venía arrastrándose una insuficiencia de la disponibilidad económica de los distintos gobiernos para atender a los crecientes gastos provocados por las guerras contra Francia y Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos IV. Se llevaron a cabo entonces algunas medidas desamortizadoras por parte del primer ministro Manuel Godoy con la finalidad de obtener fondos supletorios, pero con escaso resultado. Pero esa incapacidad para afrontar los gastos crecientes del Estado se hizo más evidente con motivo de la Guerra de la Independencia y la catástrofe que supuso la paralización económica de país durante el conflicto. Las Cortes de Cádiz dictaron algunas medidas desamortizadoras, suprimiendo conventos y apropiándose de sus bienes para atender a las necesidades de la guerra, con la vaga promesa de “restituirlos a su tiempo”. El rey José I también inició simultáneamente un proceso desamortizador en la España ocupada, pero la brevedad de su reinado impidió que pudieran aplicarse en toda su extensión las medidas que emitió en este sentido3. Una vez 1 Todos los especialistas, desde el ya clásico estudio de Francisco TOMÁS Y VALIENTE El marco político de la desamortización en España, Madrid, Alianza, 1977, coinciden en considerar la desamortización como un largo proceso que conoció varias etapas y ya podemos saber hoy que, aunque la más conocida es la que llevó a cabo Mendizábal, no fue la que movilizó mayor cantidad de bienes. 2 Los estudios sobre la desamortización se intensificaron extraordinariamente durante los años ochenta y noventa del pasado siglo XX y fueron muchas las tesis doctorales y las publicaciones de todo tipo que se llevaron a cabo en toda España y que contribuyeron a ampliar el conocimiento que teníamos sobre este fenómeno. Para consultar una relación bibliográfica sobre el tema, véase RUEDA HERRANZ, Germán, La desamortización en España: un balance, Madrid, Arco Libros, 1997. También, coordinado por el mismo autor y por otros, La desamortización en la Península Ibérica, número monográfico de la revista de la Asociación de Historia Contemporánea Ayer, nº 9, Madrid 1994. 3 Para conocer las medidas que se tomaron en Sevilla con respecto al patrimonio de los conventos sevillanos durante la ocupación napoleónica, véase FERRIN PARAMIO, Rocío, El Alcázar de Sevilla en la Guerra de la Independencia, el Museo Napoleónico, Sevilla, Ayuntamiento, 2009. Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 1 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO restablecida la paz y restaurado en el trono Fernando VII, se le planteó al rey la necesidad de hacer frente al problema financiero y económico del país en un momento en el que, además de la ruina causada por la guerra, comenzaba a surgir el problema de la independencia de las colonias de América. Sin embargo, el dilema con el que se enfrentaba el monarca para continuar la política desamortizadora con el objeto de incrementar los ingresos del Estado era el siguiente: si tocaba los bienes vinculados a la Iglesia o a otras instituciones, rompía con los principios que sustentaban el Antiguo Régimen y en los que se basaba la Monarquía absoluta restaurada en 1814; si no lo hacía, se consumaría la ruina y la quiebra del Estado absolutista. Atrapado por esta contradicción, como ha señalado Josep Fontana4, la Monarquía absoluta acabaría por derrumbarse ante el embate de las corrientes revolucionarias en 1820. Así pues, el restablecimiento del absolutismo significó la anulación de todas las medidas desamortizadoras. El rey ordenó que se devolviesen a los conventos lo bienes que se les habían incautado, e incluso mandó establecer en cada capital de Audiencia una Junta de ministros que se encargasen de la devolución de los bienes vendidos durante el reinado de José I. A los compradores de estos bienes se les impuso una sanción por la cuantía igual a la que los bienes hubieran producido durante el tiempo que estuvieron en su poder. Los adquirentes también tuvieron que sufrir la pérdida de toda mejora que hubiesen introducido en estos bienes y fueron castigados con la inhabilitación temporal para el desempeño de cargos públicos. De esta forma, las órdenes religiosas y las corporaciones eclesiásticas recuperaron la casi totalidad de los bienes que les habían sido confiscados, además de conseguir nuevas donaciones. En 1820, con el triunfo de la Revolución, después del levantamiento de un sector del ejército al mando de Rafael de Riego en las Cabezas de San Juan, los liberales volvieron a emprender una política desamortizadora en el llamado Trienio constitucional, pero la brevedad de este periodo impidió que esa política pudiera aplicarse y por tanto no obtuvo ningún resultado apreciable. No sería ya hasta la muerte de Fernando VII, después de haber vuelto restaurar por segunda vez al régimen absolutista en 1823, cuando se abordará la desamortización sin ningún tipo de cortapisa. Su impulsor principal, aunque no el único, fue el ministro del Gobierno de la Regente María Cristina, Juan Álvarez Méndez, más conocido por Mendizábal. Esta desamortización afectó principalmente a los bienes de la Iglesia y se llevó a cabo mediante la promulgación de tres decretos que se aprobaron entre 1835 y 1837. La desamortización de Mendizábal Mendizábal era miembro de una familia de comerciantes afincados en Cádiz y que había tenido que marchar a Inglaterra durante el reinado de Fernando VII a causa de sus ideas liberales5. Allí alcanzó una gran reputación como destacado economista y como experto gestor de las actividades financieras. En octubre de 1835 fue nombrado jefe del gobierno, con la esperanza de que su experiencia y la fama con la que venía precedido fuesen capaces de poner una solución definitiva al problema que representaba la creciente deuda del Estado y la necesidad de afrontar la guerra carlista que amenazaba con impedir la subida al trono de la hija y heredera del monarca Borbón. Sin embargo, como ha señalado Tomás y Valiente, poco antes de la subida al poder de Mendizábal se aprobaron dos reales decretos (15 de julio de 1834 y 4 de julio de 1835) mediante los cuales se suprimía definitivamente la Inquisición y se abolía de nuevo en España la Compañía de Jesús6. Los bienes de ambas instituciones se dedicaban por parte del Estado a la 4 Cfr. FONTANA LAZARO, Josep: La quiebra de la Monarquía absoluta. 1814-1820, Barcelona Crítica, 1972. Para seguir la trayectoria biográfica de Mendizábal, véase la obra de JANKE, Peter, Mendizábal y la instauración de la Monarquía Constitucional, Madrid, Siglo XXI, 1974. Sobre los orígenes de la familia Mendizábal: RAVINA MARTIN, Manuel, Un laberinto genealógico: la familia de Mendizábal, Cádiz, Diputación Provincial, 2004. 6 TOMÁS Y VALIENTE, F., ob. cit. p. 75. 5 Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 2 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO extinción de la deuda pública. El mismo mes de julio de 1835 se decretó la supresión de conventos y monasterios que tuviesen menos de doce profesos, aplicándose sus bienes a la misma finalidad que los anteriores. Mendizábal, pues, no adoptó una política absolutamente novedosa: lo que hizo el político gaditano fue más bien sistematizar y radicalizar estas medidas de sus antecesores. El 11 de octubre de 1835, es decir inmediatamente después de haber tomado posesión de la jefatura del gobierno exaltado, Mendizábal promulgó un decreto mediante el cual se suprimían las órdenes religiosas y se justificaba la medida en tanto se consideraban desproporcionados sus bienes a los medios que entonces tenía la nación. Así, el decreto decía textualmente: ‹‹…el número de casas monásticas que queda, cuán inútiles e innecesarias son la mayor parte de ellas para la asistencia espiritual de los fieles, cuán grande es el perjuicio que al Reino se le sigue de la amortización de las fincas que poseen y cuanta conveniencia pública de poner éstas en circulación para aumentar los recursos del Estado y abrir nuevas fuentes de riqueza›› 7. Mediante un segundo decreto, promulgado el 19 de febrero de 1836, se declaraban en venta todos los bienes de las ‹‹ …Comunidades y corporaciones religiosas extinguidas››, y también aquellos que ya hubiesen pasado a la consideración de bienes nacionales o la adquiriesen en el futuro. La venta debería hacerse de forma pública, partiendo de una tasación oficial a partir de la cual los posibles adquirentes pujarían por esos bienes mediante subasta, adjudicándoseles a quienes ofreciesen un precio más alto por ellos. El decreto regulaba también la forma en la que debería hacerse el pago, estableciendo dos procedimientos diferentes. En primer lugar, para aquellos que efectuasen el pago en títulos de la deuda, y en segundo lugar para aquellos que lo hiciesen con dinero en metálico. Los primeros deberían abonar una quinta parte del precio total en metálico antes de que se les otorgase escritura pública, y el resto en ocho años de plazo en títulos de la deuda a su valor nominal. En realidad, los títulos de la deuda se habían depreciado de tal manera que se habían llegado a convertir en papel mojado del que sus tenedores no sabían como desprenderse. Ahora se les ofrecía esta oportunidad de efectuar un buen negocio, ya que no sólo se les permitía pagar con ellos los bienes eclesiásticos desamortizados a un precio razonable, sino que se les reconocía su valor nominal. El Estado rescataba también de esta forma la deuda que tenía pendiente con estos particulares, aunque sin duda no era éste el procedimiento que prefería, ya que lo que pretendía era obtener el dinero contante y sonante para satisfacer los pagos más urgentes, y ello debía hacerlo en metálico. De ahí que ofreciese mayores facilidades a los compradores que efectuasen el pago en dinero y así estableció otro procedimiento por el que los compradores que lo hiciesen mediante esta segunda fórmula pudiesen contar con el doble de plazos, es decir con dieciséis años. La quinta parte debían abonarla también al rematar la subasta. Estas medidas se completaron con otros decretos que venían a ampliar las disposiciones ya promulgadas, como el que se aprobó el 29 de julio de 1837, mediante el cual se suprimía el diezmo y se extendían las medidas desamortizadoras a los bienes del clero secular. Todavía habría otra importante desamortización durante el reinado de Isabel II, en realidad la más cuantiosa en cuanto a volumen de bienes de cuantas se habían llevado a cabo hasta entonces. Fue la llamada desamortización de Madoz, por ser este el ministro que la impulsó y que tuvo lugar en 1855. Sin embargo, esta desamortización se refería esencialmente a los bienes pertenecientes a los ayuntamientos, aunque también se incluyeron los bienes del clero que no 7 Real Decreto de 11 de octubre de 1835. Colección legislativa de España (Decretos de la Reina Nuestra Señora Doña Isabel II dados en su Real Nombre por su augusta madre La Reina Gobernadora), Madrid, Imprenta Real, 1835. Volumen 20, p. 458 Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 3 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO hubiesen sido anteriormente desamortizados, así como los de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Montesa y San Juan de Jerusalén, de cofradías, obras pías y santuarios. En su conjunto, la desamortización constituyó una operación de extraordinaria envergadura que contribuyó a paliar los problemas financieros del Estado liberal, pero que al mismo tiempo tuvo unas consecuencias de enorme trascendencia desde el punto de vista de configuración de la sociedad, de la transferencia de la propiedad agraria y hasta de la consolidación del régimen político de la Monarquía parlamentaria. La aplicación de los decretos desamortizadores en Sevilla Sabemos que Andalucía era una región en la que abundaban los establecimientos religiosos y en la que las propiedades y las riquezas que éstos atesoraban constituían uno de los patrimonios más valiosos de todo el país. Y dentro de esta región, especialmente Sevilla destacaba por la importancia que la ciudad había alcanzado gracias a su protagonismo en la Carrera de Indias durante los siglos XVI y XVII y que había dado lugar al aumento de gran cantidad de conventos que se sumaron a los que ya existían en ella y en su entorno desde la Edad Media. A finales del siglo XVII se contabilizaban en Sevilla algo más de medio centenar de conventos masculinos8, a los que había que añadir los también numerosos establecimientos de religiosas. La pujanza de la ciudad y de su comercio había propiciado las donaciones piadosas a la Iglesia y contribuido a aumentar su riqueza. En efecto, como afirma Alfonso Lazo, la iglesia sevillana era, junto a la grandeza española, el primer propietario agrícola de la provincia cuando se inician en España las medidas desamortizadoras. ‹‹Si eran extensas las fincas que poseían diversas grandes casas aristocráticas, no menos extensas eran las tierras acumuladas en manos del clero sevillano››”9. Esa riqueza de sus propiedades territoriales estaba, sin duda, en consonancia con la cantidad y calidad de las obras de arte y otros elementos que formaban su patrimonio cultural, como eran sus bibliotecas y archivos. Sin embargo, cuando llega la desamortización, la principal preocupación de aquellos que la ponen en marcha es la obtención de beneficios inmediatos, propósito que se consigue esencialmente mediante la venta de las propiedades agrícolas. Pero también los edificios que albergaban a estas órdenes religiosas fueron objeto de venta pública y, de esta forma, los conventos y monasterios cambiaron su uso en manos de particulares para convertirse en buena parte de los casos en almacenes, fábricas, o simplemente viviendas. En otros casos fueron cedidos a instituciones que los dedicaron a cuarteles, como el convento del Carmen en Sevilla, o museos, como ocurrió con el convento de la Merced, también en la capital andaluza. Después de las, en gran parte fallidas, medidas desamortizadoras que habían tenido lugar durante el primer tercio del siglo XIX, la más importante etapa de este proceso tendría lugar durante la Regencia de María Cristina. En efecto, el primer paso se dio cuando en Junio de 1835 fue nombrado jefe de Gobierno el Conde de Toreno, el cual aprobó un decreto el 4 de julio, cuyo primer artículo suprimía 8 Puede encontrarse una relación de los conventos masculinos sevillanos, así como la fecha de su respectiva fundación en FERNÁNDEZ ROJAS, Matilde, Patrimonio artístico de los conventos masculinos desamortizados en Sevilla durante el siglo XIX: Benedictinos, Dominicos, Agustinos, Carmelitas y Basilios, Sevilla, Diputación Provincial, 208, págs. 37-39. 9 Las consecuencias sociales, económicas y políticas de las desamortizaciones han sido ampliamente estudiadas y hoy se puede contar con una extensa bibliografía sobre estas cuestiones. Especialmente, para el caso de la desamortización eclesiástica en Sevilla puede consultarse el estudio pionero de Alfonso Lazo Díaz, La desamortización eclesiástica en Sevilla, Sevilla, Universidad, 1970. Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 4 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO ‹‹… todos los monasterios y conventos de religiosos que no tengan doce individuos recesos, de los cuales dos terceras partes a lo menos sean de coro››. Por ese mismo decreto, se suprimía la Compañía de Jesús. En Sevilla, el decreto se recibió el 14 de julio y en su virtud se intervinieron ‹‹las pinturas, librerías y objetos de Bellas Artes››”, pero no se consumó la supresión hasta el 19 de agosto. La medida afectó al Colegio de San Luis y a una escuela de humanidades que regía la orden, situada en la casa profesa. Ese verano, la falta de control por parte del Gobierno desembocó en una revuelta protagonizada por los elementos más radicales del liberalismo que se sentían defraudados por la lentitud por la que se llevaba a cabo la implantación de una Monarquía plenamente constitucional. La revuelta dio lugar a que se formasen en cada provincia unas Juntas Revolucionarias, las cuales actuaron como soberanas en casi todo el país y tomaron, entre otras, una serie de medidas encaminadas a la supresión de los conventos. En Sevilla, la Junta revolucionaria se constituyó el 1 de septiembre ‹‹para gobernar la provincia con quietud››. Esta Junta ejercería el poder hasta el 5 de octubre y una de sus primeras decisiones fue la de la exclaustración de todos los religiosos ‹‹interviniendo conventos y patrimonios de éstos››10. Así pues, cuando Mendizábal publica sus decretos desamortizadores, todos los conventos masculinos de Sevilla estaban ya suprimidos. En cuanto a los conventos femeninos, una vez emitidos los decretos por el político gaditano, se constituyó en Sevilla una Junta diocesana compuesta por dos eclesiásticos (el Ordinario y un canónigo) y tres civiles: el Gobernador, el Intendente y un vocal de la Diputación. Esta Junta procedió a la supresión de diversos conventos femeninos y al secuestro de los bienes que poseían. Según María Luisa Fraga, fueron nueve en total, aunque las causas por las que se suprimieron unos y no otros, no parecen estar claras11. No es éste el lugar para detenerse a pormenorizar la auténtica dimensión de esta operación llevada a cabo a lo largo de estos años en lo que se refiere a la venta de las tierras de los conventos suprimidos12. Pero si interesa hacer referencia, precisamente aquí, a una de las más importantes secuelas que trajo aparejada la supresión de las órdenes religiosas. Me refiero a lo que supusieron las desamortizaciones para el patrimonio de los bienes muebles que había permanecido hasta entonces en manos de los conventos y que ahora se vio afectado por las sucesivas expropiaciones y posteriores ventas de que éstos fueron objeto en las diferentes etapas en las que se llevaron a cabo. Aspecto éste, menos estudiado que el de los bienes rústicos y urbanos que habían pertenecido a las órdenes religiosas y al clero en general y que fueron objeto de estas medidas desamortizadoras. La cuestión que hay que plantearse es la siguiente: ¿Dónde fueron a parar las obras de arte, los enseres de diverso tipo y, sobre todo, las bibliotecas y los archivos de los conventos suprimidos? Lo que ocurrió con el contenido de estos establecimientos religiosos fue otra historia, ya que muchas de sus obras de arte y de su riqueza bibliográfica se dispersaron, se perdieron, o simplemente se destruyeron por diversos motivos. Ya en tiempos de Carlos IV se fundió una parte de la orfebrería de conventos e iglesias para sufragar los cuantiosos gastos que originaron las guerras finiseculares con Francia e Inglaterra. Con motivo de la invasión napoleónica, las autoridades francesas saquearon las iglesias y se apropiaron de las mejores piezas de arte para trasladarlas a Francia y en algunos casos para engrosar sus colecciones particulares. No obstante, en algunas ciudades las gestiones de las autoridades civiles pudieron conseguir el rescate de algunos de los bienes muebles de valor que fueron desamortizados durante el reinado 10 FRAGA IRIBARNE, María Luisa, Conventos femeninos desaparecidos. Sevilla- siglo XIX, Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1993 11 Ibidem, p. 48. 12 LAZO, A., ob. cit. p. 49. Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 5 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO de José I para evitar que se perdiesen o que fuesen a parar a manos de los franceses. Así, en Valencia, las autoridades universitarias consiguieron la aprobación del mariscal Suchet para trasladar a la biblioteca universitaria los fondos de conventos y monasterios que habían sido desamortizados. Sin embargo, a la vuelta de Fernando VII en 1814 con la consiguiente restauración del absolutismo, los libros tuvieron que ser devueltos a sus antiguos propietarios 13. Una cosa parecida ocurrió durante el Trienio liberal, pues el intento de crear una biblioteca nueva con los fondos de los establecimientos religiosos desamortizados en esa breve etapa, se vio frustrado por la segunda restauración del absolutismo en 1823 y la consiguiente anulación de las medidas tomadas por los liberales. Así pues, cuando llegó la exclaustración definitiva en 1835, muchos de los conventos habían visto mermado su patrimonio artístico como consecuencia de todos estos avatares que habían tenido lugar desde finales del siglo XVIII. A pesar de todo, el clero regular seguía conservando numerosas riquezas, especialmente en alhajas de oro y plata, como parece deducirse de un documento citado por Simón Segura en su estudio sobre las desamortizaciones en el siglo XIX. Se trata de una orden dada por Antonio María de Seixas el 9 de octubre de 1837, en la que se mandaba que “…en la casa de la moneda de Sevilla se reunirían las alhajas procedentes de las provincias de Aragón, Cataluña, Valencia, Andalucía, Extremadura, Galicia, León, Oviedo, Santander, Vascongadas, Islas Baleares y Canarias. Las alhajas de las demás provincias del Reino se remitirán a la casa de la moneda de Madrid. La conducción se verificaría en cajones precintados, sellados y numerados, rotulándose en la tapa el peso de cada uno; y los inventarios que han de llevar los comisionados expresarán el contenido de cada cajón con referencia al inventario general”14. Las Comisiones y la conservación de los fondos desamortizados. Cuando se puso en marcha la desamortización de Mendizábal y para evitar que los religiosos pudiesen ocultar o malvender las piezas muebles de valor que contenían sus establecimientos una vez decretada la expropiación de sus bienes, las autoridades crearon unas comisiones para inventariar todos estos objetos. En efecto, el 29 de julio de 1835, una Real Orden determinaba la creación en cada una de las provincias españolas de Comisiones civiles para que inventariasen los bienes conservados en los conventos y monasterios desamortizados. Su misión era la de salvar de la destrucción o del saqueo los objetos que pudieran servir para incrementar los fondos de las bibliotecas públicas o para la creación de museos provinciales15 ya que había indicios de que podían ser objeto de apropiación indebida o de robo. Ya en una circular de 25 de enero de 1837 –como señala Simón Segura- se indicaba que muchos libros procedentes de conventos ‹‹han sido sustraídos de ellos, ya para uso de los particulares, ya para venderse, perdiéndose lastimosamente un tesoro literario de gran precio››16. En algunos casos, en efecto, como pusieron de manifiesto las propias comisiones, las cuales detectaron con frecuencia la falta de obras y descubrieron tramas para la sustracción de bienes conventuales que en algunos lugares ‹‹no dejaron ni clavo››. Pero lo más sorprendente es que en algunas de estas tramas participaron los propios funcionarios encargados de inventariar y 13 Cfr. MUÑOZ FELIU, Miguel, “Liberalismo, desamortización y política bibliotecaria. El caso valenciano”, en Anales de documentación, nº 9, 2006, pag. 136. 14 SIMON SEGURA, Francisco, La Desamortización Española del siglo XIX, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1973, p. 275, nota (184). 15 TEIJEIRA PABLOS, María Dolores, “Las Comisiones de Desamortización y la conservación del patrimonio histórico en el siglo XIX: la Comisión Civil y la Comisión científica y artística de Zamora (aspectos documentales)”, en La documentación para la investigación: homenaje a José Antonio Martín Fuertes, coord.. por Antonia De Morán Suárez y María del Carmen Rodríguez López, Vol. I, p. 541. 16 SIMON SEGURA, ob. cit., p. 274 (nota 184). Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 6 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO clasificar los objetos17. Ese problema fue advertido en lugares como Zamora, en donde la Comisión tuvo dificultades para constituirse por no haber en dicha provincia personas lo suficientemente cualificadas para llevar a cabo la tarea que se les había de encomendar18. Aunque allí este problema de personal pudo solucionarse, no pudo solventarse de igual modo la falta de recursos necesarios para la elaboración de los inventarios y la recogida del material, ya que no pudieron habilitarse fondos para ello. Por esa razón, los bienes seleccionados se dejaban a veces en los mismos conventos, dando lugar a sustracciones o a un grave deterioro a medida que el tiempo transcurría sin encontrarse solución. El panorama no dejaba de ser desolador, como pone de manifiesto el relato de un viajero de nacionalidad rusa que visitó España por aquellos años y cuyo testimonio ha sido recogido por Muñoz Feliu en su artículo ya citado que aquí reproducimos por su indudable interés: ‹‹… Después de que el pueblo soberano, tan clemente, tan moderado y justo, había degollado una buena mañana a los habitantes de algún convento, se retiraba para hacer el reparto en sus casas de lo que cada cual había echado a sus parientes y amigos por las ventanas. Si por descuido o deliberadamente el convento no había sido quemado, la autoridad, nuevamente constituida y escogida entre lo más selecto de la población liberal, llegaba más o menos de prisa para apoderarse de los restos en nombre de la nación. Sin preocuparse de engendrar nuevos enemigos en su propia pandilla, no dejaba de dar parte generosamente de cuanto encontraba al primero que llegaba, sobre todo cuando eran libros, mercancía de poca calidad y de poco valor a juicio suyo. Mientras tanto, como era necesario dárselas de organización, se los amontonaba en cualquier parte y se confiaban a cualquiera hasta nueva orden. Este cualquiera, que cambiaba frecuentemente, mediante dinero e incluso por pura cortesía, los ponía a disposición de usted durante los años que las altas autoridades pasaban en tomar una decisión. Generalmente esta decisión era transportar los libros a una capital de provincia, transporte señalado siempre por los in-folio y los in-4º que el arriero arrojaba durante el camino a los chiquillos o con los que gratificaba a los venteros y mesoneros y a los amigos que encontraba. En la capital de provincia, nuevo amontonamiento de libros en algún almacén muy abierto, nueva aplicación del está a disposición de usted, etc. etc.››19. Testimonios como el que ofrece este observador extranjero, así como los datos que aportan los estudiosos que se han ocupado del rastreo de las bibliotecas de los conventos desamortizados en otras regiones españolas, ponen de manifiesto que esta fue una etapa muy negativa para la conservación del patrimonio cultural español y que se produjeron muchas pérdidas que fueron irreparables. En el caso de Galicia, estudiado por Jesús Ángel Sánchez García20, las Comisiones encargadas de inventariar los ‹‹objetos científicos y artísticos de los conventos suprimidos›› fueron organizadas con presteza y contaron con el apoyo de las Sociedades Económicas de Amigos del País. Sin embargo, a la hora de desarrollar su trabajo, obraron con lentitud y la recogida fue incompleta ya que los medios con los que contaban eran insuficientes. También se detectaron en la región gallega pérdidas de entre los fondos bibliográficos procedentes de los establecimientos religiosos causadas por las humedades, los robos o los incendios. Los avatares de la guerra carlista fueron también causa de la desaparición de alguna que otra biblioteca. En Navarra, donde se está llevando a cabo actualmente una catalogación de los fondos procedentes de los conventos desamortizados, se ha detectado igualmente un patrimonio muy disminuido en 17 Véase BARRIOS ROZÚA, Juan Manuel, Las desamortizaciones y el patrimonio histórico de Andalucía, Granada, Cajagranada, 2009, p. 63 18 TEIJEIRA PABLOS, ob. cit., p. 542. 19 MUÑOZ FELIÚ, ob. cit, pag. 139. El autor ruso que describe esta situación es SOBOLEVSKII, Serguei, Bibliofilia romántica española (1850), Valencia, Castalia, 1951, págs. 65´67. 20 SANCHEZ GARCIA, Jesús Ángel. “Una década trágica para el patrimonio gallego. De la desamortización a las Comisiones de monumentos (1835-1844), en Revista Quintana, nº 3, 2004. Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 7 SALA 4. DESAMORTIZACIÓN. RAFAEL SÁNCHEZ MANTERO relación con lo que existía de acuerdo con los inventarios realizados en las distintas desamortizaciones21. La catástrofe que supuso la desamortización en este dominio de las colecciones bibliográficas y documentales fue denunciada por Claudio Sánchez Albornoz cuando afirmó que ‹‹… la desamortización de Mendizábal, genial en su concepción y torpe en sus medio, había de dañar gravemente el tesoro de la riqueza diplomática y bibliográfica española››22. Las dificultades para buscar una salida a este problema se encontró en aquellas ciudades que contaban con universidad cediendo a estas instituciones las colecciones de libros desamortizadas. Mediante una Real Orden de 22 de septiembre de 1838, el Ministerio de Gobernación determinaba la ‹‹instalación e los libros de los conventos suprimidos en las bibliotecas de las universidades en las capitales de provincia que tengan universidad››. También, la Orden establecía que ‹‹…en las provincias donde hubiere universidad reemplace este cuerpo literario a la comisión artística en la reunión, colocación y arreglo de los libros procedentes de los suprimidos conventos››23. De esta forma, las universidades fueron las beneficiarias de estas bibliotecas, cuyos fondos eran de muy diversa entidad. Lógicamente, la mayor parte de los libros que procedían de los establecimientos religiosos desamortizados debían ser libros religiosos, de oraciones, pero otros eran, sin ninguna duda, ediciones de gran valor y de un interés general. Desgraciadamente, carecemos para Sevilla de estudios que analicen de forma pormenorizada la actuación de la Comisión encargada de hacer el inventario de los bienes muebles de los conventos y desconocemos, por tanto, la trayectoria que siguieron muchos de los elementos de valor que habían ido formando parte, a través de los siglos, de este rico patrimonio de la Iglesia sevillana. De todas formas, se han emprendido en los últimos años interesantes estudios sobre las vicisitudes que siguieron los objetos de arte –cuadros, retablos, imágenes, etc.- de estos conventos. Sin embargo, nada se ha investigado hasta el momento sobre las bibliotecas y los archivos procedentes de los establecimientos religiosos desamortizados, aunque si sabemos que muchos de estos libros fueron a parar a la Biblioteca de la Universidad Hispalense. De ahí que el inventario y la investigación sobre la exacta procedencia y el estudio crítico de estos ejemplares que hoy enriquecen sus fondos son absolutamente necesarios para el mejor conocimiento del rico patrimonio que hoy conserva nuestra institución universitaria. Rafael Sánchez Mantero 21 OSTOLAZA, Isabel, “El patrimonio bibliográfico navarro tras la Desamortización. Seguimiento histórico”, TK. Boletín de la asociación navarra de Bibliotecarios, nº 6, 1998. 22 SANCHEZ ALBORNOZ, Claudio: Españoles ante la Historia , Buenos Aires, 1958, p. 192. 23 Gaceta de Madrid, nº 1407, 23 de septiembre de 1838. Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla [2012] 8