Su jefe de la mafia rusa

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Su Jefe de la Mafia Rusa
Serie de la Mafia Volkov #1
por Bella Rose y Leona Lee
Todos los derechos reservados. Copyright 2015 Bella Rose, Leona Lee
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Indice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
OTRO LIBRO QUE PUEDE GUSTARTE:
Capítulo Uno
El olor a alcohol y cigarrillos la alcanzó ya en el aparcamiento. Se filtraba a través del aire fresco, asaltando sus sentidos y provocando que
volviera a cuestionarse una vez más esa noche el motivo de su presencia allí. Alana era licenciada en administración de empresas. Se suponía
que debía acudir a entrevistas con compañías incluidas en la lista Fortune 500, no a un club nocturno en mitad de la ciudad.
Pero ya había pasado un año desde su graduación. Había enviado cientos de solicitudes de empleo, pero ninguna había recibido
respuesta. Era la paradoja de todos los licenciados. Necesitaba experiencia para obtener experiencia. Y aunque el empleo no llamaba a su
puerta, los acreedores sí lo hacían. Aún debía decenas de miles de dólares del préstamo que había solicitado para pagar los estudios, por no
mencionar el alquiler. Las facturas se acumulaban a gran velocidad y Alana sabía que los pobres no podían permitirse el lujo de elegir.
Aún indecisa junto a su coche, aprovechó para alisar las arrugas de su camisa. Había elegido una escueta blusa negra anudada al cuello
que contrastaba con la palidez de su piel y pantalones ajustados oscuros que acentuaban sus rotundas caderas. Aunque era bastante alta,
llevaba botas de tacón a juego con su chaqueta negra de piel. No era un atuendo propio para una entrevista como el que había adquirido en el
centro comercial hacía unos meses, pero tuvo que improvisar en el último minuto. Hacía casi dos meses que había contestado a un anuncio en el
que se requería camarera y el sector de la restauración se movía deprisa. Tras dos semanas, asumió que no conseguiría el trabajo.
Pero, ¡sorpresa!, alguien había llamado esa misma mañana preguntando si podía ir a una entrevista a Seven, la discoteca más de moda
de la ciudad. No esperaba que hubiera tanta gente un jueves, pero la cola ya daba la vuelta al edificio. Agarró su bolso firmemente contra su
pecho y cruzó la calle. El corazón le latía con fuerza al acercarse al portero.
“Vete al final de la cola,” le dijo en tono áspero, sin apenas molestarse en mirarla. Alana frunció el ceño y le tocó el hombro.
“Tengo una entrevista. Me llamo Alana Jameson.”
Rebuscó entre los folios de su portapapeles y la observó con detenimiento. Alana sintió escalofríos bajo la intensidad de su mirada. Puede
que se tratara solo de un portero, pero había algo oscuro y peligroso acechando tras aquellos ojos. No dudaba que, a pesar de su imponente
tamaño, se movería de forma rápida y silenciosa.
Sintió una gran sensación de alivio al verlo asentir bruscamente y abrirle paso. Varias personas en la cola empezaron a decir que también
tenían entrevistas, pero Alana apenas las oyó al abrirse las puertas. Hizo una mueca al sentir el estruendo de la música techno en sus oídos. Era
horrible y las luces estroboscópicas tampoco se quedaban atrás. ¿Podría soportar aquello una noche tras otra?
Los cuerpos se retorcían en la pista de baile y Alana comprobó que atravesar la discoteca no sería tarea fácil entre aquella multitud.
Apretando los dientes, empezó a abrirse camino a empujones. Más de una vez, sintió que le tocaban el pecho o el trasero, pero al volverse para
enfrentarse a su agresor, estaba claro que nadie se daba por aludido. Justo antes de llegar al bar, algo húmedo y pegajoso rozó su pecho,
goteando por su escote.
Alana bajó la vista, disgustada. Era cerveza. “Joder,” gritó. Vaya forma de empezar una entrevista.
Siguió abriéndose paso entre los clientes del bar, intentando captar la atención del personal, pero estaban demasiado ocupados sirviendo
bebidas y cobrando. Alana estaba a punto de rendirse y regresar a casa cuando alguien la agarró bruscamente del brazo y le dio la vuelta.
“¿Qué está haciendo?” protestó, pero sabía que las palabras se perderían en el estruendo de la discoteca, Un hombre corpulento de
brazos fornidos le indicó con un gesto de la cabeza la puerta tras el bar y, sin soltarla, la arrastró entre la multitud. Cuando llegaron a la otra
habitación, la liberó. “¿A qué demonios ha venido eso?” exigió.
“Lo siento,” dijo encogiéndose de hombros. “Danny la verá ahora.”
Estaba claro que no trabajaba en atención al cliente. Su disculpa no alcanzó sus ojos y Alana se frotó la muñeca, con la certeza de que le
quedaría un moratón. “¿A dónde lleva?” preguntó al ver la escalera tras él.
“A la zona VIP.”
“Bueno, será la única oportunidad que tenga de estar allí,” murmuró. Ya que estaba, no perdía nada por hacer la entrevista. Con un suspiro,
se subió la cremallera de la chaqueta para tapar la mancha de cerveza de su blusa y subió los escalones de dos en dos. Conducían a una
habitación bellamente iluminada, recubierta de cristal en toda su extensión. Aunque aún se escuchaba vagamente el sonido de la música de la
discoteca, el silencio reinante era una auténtica bendición. “Gracias a Dios,” tomó aire.
“Siento mucho lo ocurrido.” Se volvió y vio a un hombrecillo acercándose a ella a la carrera. “Se supone que el portero de abajo debía
conducirte a la puerta trasera. Cuando nos avisó de que estabas aquí, ya habías atravesado media discoteca.” Arrugó la nariz. “¿Paraste a tomar
una copa?”
Hizo todo lo posible por no entornar los ojos mientras bajaba la cremallera de su chaqueta. “Por desgracia no llegó a mi boca. Al menos no
la pagué.”
“Oh. Nos haremos cargo de la factura de la tintorería. Me disculpo una vez más.”
El hombrecillo al menos no paraba de pedir disculpas. Medía apenas 1,67 y con su piel macilenta y pelo oscuro, no podía destacar más en
una discoteca llena de individuos altos y bronceados. “¿Es usted Danny?”
“Disculpa mi falta de modales…” Sonrió y le tendió la mano. “Soy Danny Sylvester, el gerente en la sombra de Seven.”
Alana sonrió y le tendió la suya. Por alguna razón, le caía bien aquel hombre. “Alana Jameson. Aunque seguro que eso ya lo sabe.”
“Sí. Sé bastantes cosas, de hecho. Alana Jameson, veintitrés años de edad, oriunda de Boston, licenciada con honores en UCLA, soltera,
sin hijos, sagitario.” Alzó la vista del papel que sostenía y sonrió. “Pero nada de esto me dice qué buscas e n un trabajo. Tomemos asiento y
charlemos.”
Alana frunció el ceño. En ninguna parte de la solicitud mencionaba su estado civil o si tenía hijos. Aun así, lo dejó pasar. No era un secreto
ni nada por el estilo. Se sentó en una de las lujosas sillas junto a la pared de cristal y quedó asombrada ante la opulencia que la rodeaba. “Es
precioso.” Se sonrojó, intentando incorporarse.
“No, no. Por favor. Nos gusta que nuestros empleados queden impresionados. Bueno, Alana, lo cierto es que cubrimos el puesto de
camarera hace un mes, pero estábamos buscando a alguien para dirigir el bar y tu solicitud estaba ya en los archivos. Es un puesto remunerado.
Compartirías responsabilidades con otras dos personas. El trabajo consiste en revisar el precio de las bebidas, hacer los pedidos, encargarse
de la programación y de contratar y despedir a los camareros. ¿Te interesa?”
Alana hizo un gesto de asentimiento, echando los hombros hacia atrás. Todo estaba yendo mejor de lo que esperaba . El miedo a
convertirse en su madre la había estado rondando al aceptar la entrevista para el puesto de camarera, pero esto era mucho mejor. No solo se
trataba de un puesto remunerado, sino que era de gerencia. “Sí, me interesa bastante.”
Danny asintió. “¿Qué tenías en mente cuando decidiste estudiar la carrera de Administración de Empresas?”
No convertirme en mi madre, pensó Alana con amargura. Su madre había sido camarera en una discoteca local y se abría de piernas a
cualquiera que se lo pidiera. Alana tuvo muchos tíos mientras crecía, pero aquello no tenía por qué saberlo Danny. “Me gusta la responsabilidad.
Gestionar algo de forma correcta implica llevar a cabo un plan para mejorar las cosas. Y me gusta ver los buenos resultados al final. Me agrada
ver que algo funciona bien y ser consciente de que he contribuido a ello.”
“Interesante,” murmuró Danny. “Entonces, ¿te gusta la idea de ser parte integral del éxito de un negocio como Seven?”
Alana vaciló. El sector de la hostelería no era exactamente lo que tenía en mente, pero no se lo diría a Danny. Aunque sabía de primera
mano que la tasa de sustituciones era alta en bares y discotecas, a los directores les gustaba que el personal al menos fingiera lealtad y
compromiso a largo plazo. “Exacto,” dijo con una sonrisa.
“Genial.” Danny se puso de pie y le tendió la mano. “Me gustas mucho, Alana, pero tengo que consultarlo con el dueño. Vadim Volkov es un
hombre muy ocupado, si no, estaría aquí esta noche. Tendrás noticias mías en breve.” Se detuvo un momento, llevándose una mano a la oreja.
Alana frunció el ceño. ¿Llevaba un auricular? Él asintió al oír algo y sonrió. “Puedes salir por la puerta trasera, pero si quieres quedarte y
disfrutar de la música, las copas corren de nuestra cuenta esta noche.”
Beber y bailar ante un posible jefe no parecía buena idea, así que declinó la invitación con cortesía. Vio un atisbo de decepción en el rostro
de Danny, pero sonrió enseguida. “En ese caso, el portero abajo te mostrará el camino. Que pases una noche estupenda.”
“Lo mismo digo,” dijo antes de subirse la cremallera de su chaqueta para ocultar la mancha de cerveza. El portero le hizo un gesto para
que lo siguiera y cruzaron una serie de pasillos sinuosos hasta llegar a la puerta que conducía a la calle en el lado opuesto del edificio.
“Gracias,” murmuró, pero él no dio indicación de haberla oído. Con un suspiro, entornó los ojos, se metió las manos en los bolsillos y
empezó a rodear el bloque para llegar hasta su coche. Necesitaba un trabajo desesperadamente, pero había algo en Seven que le daba mala
espina. Para empezar, los porteros podían pasar por guardaespaldas y ¿qué discoteca estaba tan llena un jueves por la noche?
Si le ofrecían el trabajo, siempre podía rechazarlo. Pero tenía el presentimiento de que no lo haría.
*
*
*
Vadim observó a la mujer que abandonaba la discoteca en la pantalla del monitor. No era la mujer más bella que había atravesado esas
puertas. Había visto y disfrutado de mujeres muy guapas. No había llamado su atención por la confianza al entrevistarla Danny, ni siquiera por el
desdén que había mostrado cuando el portero la había agarrado del brazo. Fue por la sinceridad en su mirada llena de incertidumbre al asimilar
las cosas.
Quienes rodeaban a Vadim llevaban una máscara. Y así es como a él le gustaba. Le complacía saber que la gente a su alrededor siempre
ocultaba sus verdaderos sentimientos. Prefería estar con gente que lo adulara a compartir su tiempo con alguien que dejara patente su verdadera
aversión hacia él.
Pero aquello hacía de él un hombre solitario.
Esa mujer, Alana, no tenía mucha práctica llevando máscaras. Todo sus sentimientos y anhelos eran visibles en su rostro. Necesitaba un
trabajo, pero no quería trabajar para Seven. Era bastante obvio.
La puerta a sus espaldas se abrió y Danny entró en silencio a la habitación. “¿Señor Volkov?”
Vadim alzó las cejas. Danny y él eran amigos desde hacía casi cinco años, pero insistía en dirigirse a él de manera formal en público.
“Estamos solos, Danny,” dijo amargamente. Su inglés era perfecto, pero todavía conservaba una pizca de acento ruso. Tras estar lejos de su
tierra patria durante más de una década, era sorprendente que aún tuviera algo de acento.
Danny se encogió de hombros. “Lo siento. De todas formas, la chica no ha aceptado tu oferta. Ya se ha ido.”
Vadim se inclinó hacia el monitor y cambió la vista para poder acceder al bar. “Sí, me he dado cuenta. Es la forma más profesional de
actuar, sin duda.”
“Creo que es buena candidata para el puesto. Pero aun así, no creo que debas contratarla.”
“¿Cómo? Y, ¿a qué se debe?”
“Porque le has extendido la invitación para que se quede y tome una copa, algo que nunca has hecho con empleados potenciales, por lo
que asumo que tienes un interés personal en ella. Y no sería buena idea que empezaras una relación íntima con un miembro del personal.”
Danny era la única persona que podía hablarle así, y aunque era estimulante escuchar tal grado de honestidad, le molestaba oír
constantemente sus opiniones. “Extendí la invitación a modo de prueba. Si se hubiera quedado, habría asumido que quiere aprovecharse de mi
hospitalidad. Después de lo que pasó con Lisa, no quiero volver a jugármela.”
Lisa era la anterior responsable del bar y resultó estar bebiendo más alcohol del que vendía. Danny asintió despacio. “Es una técnica
interesante,” murmuró, y Vadim se dio cuenta de que Danny no lo creía en absoluto. Pero no pasaba nada, Vadim tampoco decía toda la verdad.
“¿Hay alguna otra razón por la que creas que no debo contratarla?” dijo Vadim volviendo su atención al monitor. Su corazón se aceleró al
reconocer al joven en la pantalla. ¿Qué estaba haciendo allí?
“Supongo que no,” dijo Danny.
“Excelente. Preséntale una oferta mañana.” Se acercó al panel de control y presionó el botón etiquetado con un número seis. “Alex. Hay un
caballero joven a tus tres en punto con una camisa azul. Está tomando un vaso de cerveza negra y charlando con una mujer muy guapa que lleva
un vestido rojo. Ofréceles la sala VIP, por favor. Y si se niega, que el barman le explique que su tarjeta ha sido rechazada.”
Danny levantó la cabeza y observó detenidamente el monitor. “¿Quién es?”
“Problemas,” dijo Vadim sombrío. “Dile a Damien que se encargue de todo durante el resto de la noche. Voy a hablar con ese chico y
luego me pasaré por el club.”
“¿Quieres que desayunemos mañana?”
“Si apareces en mi casa antes del mediodía, haré que te arresten y te encarcelen por allanamiento de morada, ” d i jo Vadim
automáticamente.
“Que sea almuerzo entonces,” dijo Danny, imperturbable ante las amenazas de Vadim. Le sonrió al hombrecillo antes de dirigirse a la zona
VIP. Allí se encontró al joven echándole un brazo por encima a la chica, mientras se jactaba de conocer al dueño.
“Sí,” dijo Vadim, sobresaltándolos a propósito. “Me conoce. La pregunta obligada es, ¿qué está haciendo aquí?”
“¡Vadim!” alardeó Stephen con una gran sonrisa. Estaba claro que estaba borracho, pero al dirigir una mirada inquieta a la mujer, Vadim
supo que aún estaba lo bastante sobrio como para comprender que estaba en problemas. “¿Qué haces aquí?”
“Soy el propietario del club.” Observó a la mujer tambalearse, inestable. “Stephen, ¿necesita atención médica la señorita?”
“¡No!” Stephen la rodeó con el brazo de forma posesiva, sosteniéndola. “Es solo que ha bebido demasiado. La llevaré a casa ahora.”
Vadim entornó los ojos y le hizo un gesto al portero que estaba de pie junto a la puerta. “Por favor, encárgate de que la chica llegue a casa
a salvo,” murmuró. La mujer se alarmó al ver al portero, pero Vadim le sonrió con calma. “No tenga miedo. Se llama Ed, y aunque parezca grande
e intimidante, es en realidad igual que un gatito. Solo va a llevarla en coche a casa y a asegurarse de que nadie… más… intenta aprovecharse de
usted.” Sus ojos se dirigieron de forma acusadora a Stephen, cuyo rostro se contrajo en una mueca de enfado.
“¿Qué demonios insinúas?” gruñó.
La chica se alejó de su lado y dejó que Ed la acompañara al exterior. “Stephen, la única razón por la que no te he prohibido la entrada a
este club es porque eres el hijo de mi amigo. Le debo mi vida a Gregory y no quiere pagarle vetando a su hijo. Pero si vuelves a venir aquí e
intentas drogar a otra chica, no me limitaré a echarte. Te entregaré a la policía,” dijo con voz tranquila. No era la primera vez que el chico intentaba
aquella jugarreta.
Una sonrisa malvada se extendió lentamente por el rostro de Stephen. “¿No te has enterado? Papá ha muerto. Falleció ayer de un ataque
al corazón.”
Vadim sintió que se le caía la máscara al instante. Gregory había sido amigo suyo durante años y, en su interior, sentía una gran pena.
Pero su amigo era el epítome de la salud. Era imposible que se hubiera desplomado de un ataque al corazón. Stephen llevaba años intentando
convencer a su padre para que le dejara tomar las riendas del Bone Order. Aquel club al otro lado de la ciudad era el único capaz de competir
con Seven, y Gregory y Vadim se habían hecho amigos pese a su rivalidad.
“¿Y ya lo estás celebrando?” preguntó Vadim con calma.
“Estoy de duelo,” se limitó a decir Stephen. “El alcohol y las mujeres alivian el dolor.” Pero no había ni rastro de aflicción en su voz.
Sabía que Vadim no le permitiría que se llevara a la mujer a casa. También era consciente de que lo vigilaría sin duda rlo, lo cual implicaba
que tenía motivos para querer quedarse a solas con él. Y no era solo para soltar la bomba de la muerte de su padre. “¿Qué haces aquí?” gritó
Vadim. Era demasiado mayor para aquellos juegos.
“Mi padre y tú os repartíais a los distribuidores en esta ciudad, pero conmigo las cosas no serán así. Cuando termine con los cambios que
voy a hacer en el Bone Order, Seven será historia. Solo quería hacerte una advertencia amistosa. Siempre puedes venderme el negocio y
jubilarte antes de tiempo.”
Vadim echo atrás la cabeza y prorrumpió en carcajadas. Que aquel niño fuera a amenazarlo rozaba lo absurdo. “Necesitaba reírme un
poco esta noche, gracias,” dijo secándose las lágrimas. “¿Cuándo es el funeral de tu padre?”
“Da igual, no serás bienvenido.” Stephen vació el contenido del vaso de un trago antes de ponerlo en la mesa de cristal junto a él. “No
quiero que la mafia rusa mancille el buen nombre de mi padre.”
“¿Mafia rusa? Que sea ruso y el dueño de un club no te da derecho a asumir que estoy al frente de una organización mafiosa.”
“No, lo pienso porque tu padre es el jefe de la mafia rusa de Nueva York. Y aunque esto no sea Nueva York, no se le da la espalda a la
familia.” Stephen lo rozó al pasar por su lado. “Buenas noches, Vadim.”
Vadim alzó una mano para evitar que su guardaespaldas atacara a Stephen. Con disimulado interés, observó al joven alejarse a paso
tranquilo, seguro de sí mismo.
No. No se le daba la espalda a la familia. Y cuando Vadim tuviera pruebas para demostrar que Stephen había asesinado a su padre, no
tendría compasión.
Capítulo Dos
Los rayos de sol se filtraron a través de la persiana y Alana dejó escapar un gemido. Se frotó los ojos somnolienta y contempló la
posibilidad de volver a dormirse. El aroma a beicon y café que llegaba de la cocina en la planta baja la hizo sonreír.
Tanya estaba preparando el desayuno y por aquello valía la pena levantarse.
Bostezó, obligándose a incorporarse, y se estiró. Había conseguido quitarse los pantalones, pero aún llevaba la blusa negra atada al cuello
de la noche anterior. Si conseguía el trabajo, tendría que replantearse seriamente su estilo de vida y activar el modo ave nocturna lo más rápido
posible.
El sonido chisporroteante del beicon la atrajo escaleras abajo y Tanya señaló la encimera. “Dos cucharadas de azúcar, una tonelada de
leche y sirope de chocolate.”
Alana asió la taza y aspiró hondo. “Como a mí me gusta. ¿Hay alguna razón por la que me estés haciendo el café y preparándome el
desayuno esta mañana?”
La atractiva rubia señaló el teléfono móvil que Alana había dejado sobre la mesa. “Tu móvil sonó a las tres de la mañana y contesté porque
pensé que era una emergencia. Pero en su lugar, me felicitaron por haber conseguido un trabajo.” Alzó las cejas. “¿El club Seven?”
Alana dio un largo sorbo a su café. Su compañera de piso y mejor amiga lo había hecho a la perfección, como siempre. “Pensé que
optaba a un trabajo de camarera,” admitió. “Pero quieren contratarme para un puesto remunerado de gestión del bar. No es lo mejor del mundo,
pero por algo se empieza.”
“¡Esto hay que celebrarlo!” Tanya sonrió y se acercó al fogón. “¿Quieres los huevos revueltos, con la yema blanda o escalfados?”
Alana sintió que le rugía el estómago. “Revueltos, por favor. Con queso.” Puso la taza en la encimera. “Voy a cambiarme. Llevo la misma
camisa que me puse para la entrevista,” dijo arrugando la nariz.
“Y vas sin pantalones. En serio, me estás avergonzando con las piernas al aire. Tápatelas,” bromeó Tanya.
“No me hagas hablar,” dijo Alana saliendo de la habitación. Trotó escaleras arriba y se cambió la camisa al cuello por una camiseta amplia
que ponía Los tatuajes y el whisky me ponen juguetona y pantalones de yoga. Cuando estaba en casa, le gustaba ir cómoda.
Tanya había sido su mejor amiga desde el instituto. Habían ido juntas a la universidad e intentaban ahora sobrevivir a los horribles años
tras la graduación. Tanya ganaba bastante dinero como cocinera, pero había estudiado Lengua Inglesa y quería ir a la escuela de postgrado.
Ahora que Alana podría pagar su parte de las facturas, esperaba que Tanya pudiera hacer su sueño realidad.
Abajo, su amiga estaba sirviendo la comida y poniendo la mesa. “Ni siquiera me dijiste que ibas anoche a una entrevista. Pensé que
querías evitar el sector de la hostelería.” No añadió nada más, pero Alana sabía lo que pensaba.
“Desesperación,” dijo Alana con un suspiro mientras mordisqueaba un trozo de beicon. Se puso erguida en la silla. “No soy como mi
madre y ya es hora de que empiece a creerlo. El miedo solo hace que le cierre las puertas a un posible éxito.”
Tanya frunció el ceño. “No eres como tu madre, pero la última parte ha sonado como una de esas grabaciones de una cinta de autoayuda.”
Se sentó en la silla frente a la suya y dio un sorbo a su café.
“Seguramente lo vi en algún póster motivador, ” dijo Alana riendo. “Creo que tengo un buen presentimiento con este trabajo y estoy
haciendo lo posible por no centrarme en las voces negativas en mi mente. Muchas gracias por el desayuno.”
“Si te digo la verdad, pensé que estarías con resaca esta mañana. Y te vuelves muy gruñona hasta que algo de grasa llega a tu panza
cuando estás así.”
“Me ofrecieron copas por cuenta de la casa, pero me pareció de mal gusto aceptar al tratarse de un posible patrón. El sitio estaba lleno
hasta arriba. Es un negocio que debe dar mucho dinero.”
“El Club Seven es el bar y discoteca de moda de la ciudad. Su único rival digno es el Bone Order, pero oí que los dueños son amigos. Así
que supongo que será una rivalidad sana. También he leído que el Club Seven es el más seguro de la ciudad. Figúrate.”
Alana sintió un escalofrío. “Tienen fuertes medidas de seguridad, pero cuentan con bailarinas profesionales que parecen strippers. Cuando
el ambiente está cargado de sexualidad, hace falta seguridad. Me alegro de que la tengan, será algo menos de lo que preocuparse.”
“A lo mejor encuentras un hombre atractivo mientras trabajas allí,” dijo Tanya guiñándole un ojo.
“No hay que mezclar el placer con los negocios,” dijo con firmeza.
“Alana,” se quejó Tanya. “Eres la mujer más sexy que conozco. Y también la más terca cuando se trata de conocer a hombres. ¿Te van las
chicas? Porque yo te querría igual.”
A Alana se le fue el café por otro lado, sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a toser. Tanya la observó con atención . “Lo sabía. Eres
lesbiana. ¿Por qué no me lo dijiste?”
“No soy lesbiana,” dijo Alana al recuperar el habla. “Pero tengo cosas mejores que hacer que perseguir hombres.”
“Los hombres son los que te persiguen a ti, cariño. Y tú huyes y te escondes. O directamente eres desagradable con ellos. Deja que este
trabajo te abra otra puerta, una en la que sales, besas, te lo pasas bien y disfrutas de la vida.”
“Puede,” dijo Alana. Hacía mucho que no experimentaba aquellas cosas y, gracias al trabajo, no tendría que preocuparse más por el
dinero. Sería un cambio a mejor.
“Entonces está decidido,” dijo Tanya asintiendo. “Serás abierta y simpática.”
Alana entornó los ojos. “Simpática puede, pero no abierta,” dijo con una sonrisa. Se mordió el labio y miró a su amiga. Tanya tenía razón.
Era el comienzo de algo nuevo y podía pasar cualquier cosa.
*
*
*
No tenía que llevar uniforme, de hecho, la animaron a mezclarse con la multitud, así que, durante su primera noche de trabajo, Alana llevó
una camiseta sin mangas negra y vaqueros, con un par de tacones negros. Se sentía un poco incómoda, pero Danny silbó audiblemente al
contemplarla. “¿Seguro que no prefieres ser bailarina?”
Rio. “Está claro que nunca me has visto bailar. Créeme, no es agradable de ver.”
Estaban de pie en la oficina. Esa noche, había evitado las aglomeraciones entrando por la puerta de atrás. Se sintió aliviada al comprobar
que había dos guardias a la entrada. No pudo ver si estaban armados, aunque parecía que podían hacer el mismo daño con las manos desnudas.
Había algo peligroso en ellos.
Tras terminar el papeleo, Danny empezó a enseñarle las instalaciones. “Muy bien, lo primero es lo primero.” Le tendió unos auriculares.
“Como no tenemos uniforme, los auriculares son la mejor forma de mostrar a los clientes que trabajas aquí. También es la forma mejor y más
discreta de alertar a los demás si hay algún problema. Si ves a una chica vomitando en el baño, avisa e irán a ayudarla cuando salga. Lo mismo
vale para los que se pasan con el alcohol, se ponen un poco agresivos o acosan a alguien. Por desgracia, el alcohol va de la mano de la violencia
y nuestro objetivo es evitar cualquier problema antes de que se vaya de las manos.”
Impresionada, Alana ancló el dispositivo de escucha en la pretina de sus pantalones y se introdujo el auricular en la oreja. Enseguida,
escuchó a alguien hablar. “Joey al habla en la zona tres. Tengo un carnet de identidad falso. Es un hombre joven con camisa negra y vaqueros.”
Danny le sonrió. “Es raro que esté en silencio porque creemos en la comunicación constante. Te acostumbrarás.”
Alana alzó las cejas y asintió. Le parecía difícil acostumbrarse, pero por lo que veía, nadie parpadeaba al llevarlo. “¿Dónde está la zona
tres?”
“Sígueme,” dijo Danny mientras la conducía a la sala VIP. Desde allí, podían ver todo el club desde arriba.
“Te daré un mapa del club antes de que te vayas . Hay tres bares en la planta principal y uno privado en la sala VIP. Guardamos a quí las
bebidas más caras. Los bares están numerados desde la puerta principal. La primera a tu izquierda es la zona uno, la de la parte de atrás al
fondo es la zona dos y la de la derecha es la zona tres. Es importante que conozcas estas ubicaciones. También hay tres zonas de servicios, una
por cada área. La pista de baile está dividida en cuatro zonas, la azul, la verde, la marrón y la negra. Y las mesas reciben su nombre por su
orientación hacia al bar. Zona de comedor uno, dos, tres, cuatro y cinco. Todo lo que hay en esta planta recibe el nombre de VIP. Bar VIP,
servicios VIP y comedor VIP.”
Alana miró hacia abajo y vio que efectivamente la pista de baile estaba dividida en cuatro secciones con baldosas de diferentes colores.
Desde allí arriba se veía la división con claridad. “Parece fácil,” dijo en voz baja.
“Es fácil verlo desde aquí, pero no tanto cuando estás en medio de una pelea.” Alana se dio la vuelta al escuchar una voz nueva y con fuerte
acento.
“Alana,” dijo Danny nervioso. “Este es Vadim Volkov, el dueño.”
Sintió la pasión arder en su interior de inmediato. Cuando la miró, llamas de deseo lamieron su piel. Nunca antes había experimentado una
reacción tan intensa e instantánea a alguien. Era mayor que ella, puede que unos 5 años o más; de tez pálida, pelo negro y ojos aún más oscuros.
Había algo secreto y peligroso acechando tras aquella mirada y no intentaba aparentar simpatía al observarla. Iba vestido con pantalones negros
y una camisa de seda gris abierta por arriba, pero se había arremangado y podía ver los músculos de sus brazos. Los tatuajes los decoraban en
toda su extensión y subían hasta la parte superior de su cuello.
Se mantenía en forma y Alana se moría de pronto por saber cómo sería el resto de su cuerpo.
Contemplarlo parecía un pecado y no sabía hacia dónde mirar. Sus labios eran carnosos y sensuales; su mandíbula fuerte y cuadrada, con
rastro de barba de varios días. No había un centímetro de él que no deseara tocar o besar.
Joder, Alana. Cálmate, se reprendió con firmeza. Apretó los labios para no decir algo inapropiado y se acercó con la mano extendida.
“Señor Volkov, es un placer conocerle. Gracias por darme esta oportunidad. Espero hacer una buena labor trabajando para usted.”
Su nuevo jefe le estrechó la mano, pero cuando ella intentó apartarla, no la soltó. Se estremeció al ver que seguía contemplándola. “Danny,”
dijo con voz queda. “Por favor, comprueba la situación del bar tres.”
“Vadim,” dijo Danny vacilante.
“No te preocupes, yo terminaré de enseñarle las instalaciones.”
Habría jurado que oyó a Danny maldecir por lo bajo mientras salía de la habitación. Vadim sonrió. “Danny es muy protector con sus nuevos
empleados.”
“¿Y tiene que protegerme de usted?” preguntó Alana liberando al fin su mano.
“Por ahora, no. Siéntate, por favor. Danny me habló de la entrevista, pero aún no he tenido oportunidad de hablar contigo.”
Alana tomó asiento, incómoda. “¿Qué quiere saber?”
Él la observó con curiosidad. “Estas sillas fueron importadas de Italia. Son tan cómodas que muchos de nuestros clientes se quedan
dormidos en ellas y, sin embargo, da la impresión de que preferirías tragarte escorpiones a sentarte en una,” dijo mordaz.
Bajó la vista, ruborizada. “Lo siento. No es mi intención parecer incómoda.”
“No me has ofendido. Solo siento curiosidad por ti.”
“¿Por qué?” preguntó de manera directa antes de poder refrenarse.
“La última persona que ocupó este puesto de gestión en el bar se aprovechó de mi hospitalidad. Quiero asegurarme de que hemos
contratado a la persona adecuada para reemplazarla,” dijo con una leve sonrisa.
Deseó más que nada en el mundo que la tierra se abriera y se la tragara. Pues claro que estaba interesado en ella profesionalmente. Era
el dueño del club. Tenía derecho a sentir curiosidad. No significaba que se sintiera atraído por ella. Era un rico hombre de negocios de éxito y ella
acababa de terminar la universidad. Tomó aire para intentar calmarse . “Siento oír eso. Puede estar seguro de que no mezclaré el placer con los
negocios. No me verá bebiendo mientras trabajo, relacionándome con otros empleados o clientes y, por supuesto, no le robaré, si eso es lo que
sugiere.”
“Ya veo,” murmuró en voz queda. “Espero, por tu bien, que mezcles algo de placer con negocios. No me opongo a que mis empleados
salgan entre ellos o con clientes. Quiero que todo el que trabaje para mí sea feliz.”
“¿Qué le hace pensar que estoy soltera?” se avergonzó en cuanto las palabras salieron de su boca. ¿Qué le sucedía?
“¿Me equivoco?” dijo él levantando una ceja.
“No,” dijo a toda prisa. Necesitaba cambiar de tema desesperadamente. “Mi compañera de piso me dijo que este club es el más seguro
de la ciudad. Le doy la enhorabuena por ello. En estos tiempos que corren, es un logro bastante impresionante.”
“No está bien que las mujeres sientan la necesidad de ir armadas solo para salir y divertirse,” dijo Vadim. “Hay varias cosas que no
permito en mi club y la violencia es una de ellas. Harías bien en recordarlo.”
¿La estaba amenazando? No podía estar segura, así que optó por reírse un poco. “No soy una persona violenta en absoluto.”
“Espero que eso no se extienda a todos los aspectos de tu vida. A veces, es bueno que haya un poco de violencia.”
Alana entornó los ojos. Estaba jugando con ella. Estaba claro que aquel no era terreno seguro. “¿Podría mostrarme las instalaciones?” dijo
de forma directa.
Él asintió y se levantó de la silla. “Por supuesto. Me alegra ver que estás deseando empezar. La sala VIP es solo para eventos y fiestas
programadas. No se le permite a nadie llegar y demandar acceso a ella, por mucho dinero que traigan. No lo olvides, por favor. También la uso a
veces como oficina privada. Si estoy aquí arriba, no me interrumpas.”
Vadim se dio la vuelta y la mirada que le dirigió prácticamente atravesó como fuego su cuerpo. “¿Me entiendes, Alana?”
Sintió un escalofrío al oírle decir su nombre. Pasaba de ser encantador y travieso a increíblemente peligroso en un instante. “Sí.”
“Excelente.” Su tono cambió de nuevo y Alana agitó la cabeza. Su nuevo jefe poseía un extraño atractivo, pero era temible al mismo
tiempo. No sabía qué pensar. Lo siguió escaleras abajo. “Este es el almacén de las bebidas alcohólicas. Llamamos al refrigerador la cámara del
bar. En él se guarda la cerveza y el vino blanco. Las cajas de vino y licor están aquí,” Dijo señalándolas. “Están cerradas y tú tendrás la llave. No
puedes dársela a ningún camarero ni miembro del personal. Aunque estés ocupada, tienen que esperar hasta que hayas terminado. Ellos lo
saben y en ningún momento han de pedirte la llave. Las noches de inventario son los lunes y los miércoles, y tendrás que rotar en esos turnos con
los otros encargados del bar. Está pensado para que hagas recuento dos semanas al mes. En el caso del licor, se hace cada noche, así que será
tu responsabilidad en los turnos en los que cierres.”
Mantuvo una actitud profesional mientras Alana lo seguía por el club. Se quedó pasmada al descubrir que había una zona entera bajo el
edificio dotada con un pequeño bar y una sala de baile. “En ocasiones, celebramos funciones privadas en el sótano,” dijo, encendiendo las luces.
“Está insonorizado y ofrece un ambiente más elegante. Bajarás aquí también durante las noches de inventario. Solo a algunos camareros se les
permite el acceso. Lo verás cuando termines con la programación.”
Al poco rato, Danny se acercó corriendo hasta ellos. “Ya nos hemos encargado,” dijo en voz baja.
“Perfecto. He terminado de enseñarle las instalaciones a Alana. Repasa las bebidas del bar y mándala a casa con la documentación,” dijo.
Se dio la vuelta, alejándose sin ni siquiera despedirse o mirar en su dirección.
Se quedó con la boca abierta. “Me odia,” murmuró.
“¿Qué?” balbuceó Danny.
“No es nada,” dijo volviéndose hacia él. “¿Y el menú del bar?”
Danny volvió la vista hacia Vadim que se alejaba cada vez más, pero Alana se negaba a hacerlo. No sabía si se llevaría bien con Vadim,
pero no debía olvidar que era su jefe. Y si él quería mantener las distancias, tendría que aceptarlo.
Capítulo Tres
Los rezagados salieron obedientes en cuanto se encendieron las luces y Vadim hizo un gesto con la cabeza a los hombres en la esquina
que lo siguieron por la escalera hasta la sala VIP. Desde allí, observó a los camareros, bailarinas y demás personal relajarse, hablar, reír y limpiar
el club para el día siguiente. Estaba muy satisfecho con su actual equipo. Todo s encajaban y sabían pasarlo bien sin renunciar a hacer un trabajo
impecable.
“¿Ha sido buena noche?”
Vadim se volvió hacia los tres hombres que lo aguardaban. Sabía que no les gustaba que los hicieran esperar, así que se aseguraba de
hacerlo a menudo. Debían recordar quién estaba al mando.
“Ha sido una noche excelente, gracias por preguntar,” dijo afable mientras se sentaba. “Seguro que ya sabéis que el Bone Order ha
cambiado de encargado.”
El que llamaban Gordo asintió. Hablaba por los tres hombres. Los otros dos no se pronunciaban a menos que se dirigiera a ellos
personalmente. Le facilitaba las cosas a Vadim. “Sentimos enterarnos del fallecimiento de Gregory.”
“¿Sabéis algo de cómo está el distrito?”
Gordo intercambió miradas de inquietud con sus compañeros. “Parecen leales al nuevo dueño. No sé qué aliciente hay, pero nadie ha
dicho nada de retirarse.”
Vadim asintió. Se lo esperaba. La lealtad estaba muy arraigada en sus círculos. Aunque no les gustara Stephen, no abandonarían tan
rápido al hijo de Gregory. “Son buenos hombres,” dijo en voz queda. “No intervengáis. Limitaos a tener los oídos bien abiertos ante cualquier
novedad. No creo que Stephen tome ninguna medida drástica enseguida, pero es un bala perdida y quiero estar informado antes de que ocurra
nada. ¿Entendido?”
Los tres hombres asintieron y Vadim los observó. “No dejéis que caigan las ventas por esto,” le advirtió. “U os prometo que no os gustarán
las consecuencias.”
“Tenemos el control de nuestro distrito y oídos en cada esquina. No pasará nada sin que nos enteremos,” le aseguró su hombre.
Vadim asintió. “Eso es todo,” los despidió.
Se abrió la puerta y entró Danny. Le dirigió miradas incómodas a los tres hombres mientras salían. “¿Tienes que mantener estas
reuniones cuando los empleados aún están aquí?’ se quejó.
“Esta noche me apetece retirarme antes,” dijo Vadim mientras observaba a los hombres salir por la puerta principal. Aunque no le gustaba
que los empleados los vieran, no quería que se fueran por la puerta trasera. Eso implicaría que tenía algo que ocultar, y por muchas fiestas VIP
que “celebraran”, los empleados no tenían motivos para pensar que eran algo más que amigos de Vadim.
“Estás obsesionado con la chica nueva y lleva solo una noche aquí.” Danny no se anduvo con rodeos y le dirigió una mirada fulminante a
Vadim. “Debes dejarla en paz.”
“¿Por qué?” dijo Vadim indolente. “Es bastante guapa, ¿verdad? Y cuando se enfada o se pone nerviosa, tiene una lengua muy afilada. Me
encanta.”
“Y también es muy formal y recatada. A diferencia del resto del personal que trabaja aquí, su historial está limpio. Si se da cuenta de lo que
pasa en realidad en este club, irá directa a la policía.”
Vadim se encogió de hombros al darse la vuelta. “Pues no dejes que vea nada. De verdad, Danny… Hablas como si fuera algo malo que
hubiera contratado a alguien con valores morales. Creo que has pasado demasiado tiempo cerca de mí. Se te ha olvidado cómo se lleva un
negocio respetable.”
“Eso es porque no regento un negocio respetable,” dijo Danny enfadado. “Y tú tampoco. ¿Qué demonios te pasa?”
Vadim suspiró. “No lo sé. ¿Será porque me siento aburrido? ¿solo? ¿viejo? ¿Todo lo anterior? Necesito algo diferente en mi vida, Danny.”
“Pues busca a alguien fuera del club con quien jugar. Francamente, es como tratar con una adolescente,” murmuró.
Vadim rió. “Supongo que tienes razón. Alana supondrá un peligro.” Su teléfono vibró en su bolsillo, lo sacó y observó la pantalla. “Disculpa,
Danny. Tengo que contestar.”
Danny frunció el ceño. “Gordo?”
“No. Harry Hawthorne.”
Los ojos de Danny se abrieron como platos. “¿Qué coño hace Harry Hawthorne llamándote?”
Vadim presionó el botón de contestar. “Un momento, por favor,” dijo antes de pulsar el botón de silencio. “Stephen mató a su padre y tengo
intención de demostrarlo. Legalmente.”
“Dios, Vadim. ¿Un detective privado? Estás jugando con fuego.”
“No le he engañado sobre mi negocio y me debe un favor. No te preocupes por mí, Danny. Termina y vete a casa. Tienes bolsas en los
ojos.”
“Porque tengo que beber directamente de la botella cuando trato contigo. Me has convertido en un alcohólico,” dijo el hombrecillo
entornando los ojos y abandonando la habitación con aspavientos.
Vadim sonrió. Aunque resultara extraño, Danny era su mejor amigo. No sabía qué haría sin él. “Volkov al habla.”
“Vadim, imagina mi sorpresa cuando tuve noticias tuyas,” dijo una voz sombría al otro lado de la línea.
“Hawthorne, es un placer. Hay una tarea para la que requiero tu ayuda.” Vadim sonrió al ver que respondía a su petición con silencio.
Cuando los hombres se lo pensaban dos veces antes de hacer negocios con él, es que estaba haciendo las cosas bien.
Pero Harry le debía una y lo sabía. “¿Cómo puedo ayudarte?” dijo con un suspiro.
“Por teléfono, no. ¿Estás libre para almorzar conmigo mañana?” El detective lo estaba y Vadim hizo planes para quedar con él antes de
colgar. No le mentía a Danny. Quería irse a la cama temprano. Había tenido sueños cargados de erotismo en los que aparecía cierta belleza y
esperaba que se repitieran esa noche. Sabía que no podía poseer a la auténtica, pero nada iba a impedir que fantaseara con la idea.
Capítulo Cuatro
“Voy a poner peso como sigas haciéndome el desayuno,” gruñó Alana, pero hincó el diente a sus tortitas con gusto.
Tanya le sonrió por encima de su taza de café. “No se ve que te quejes mucho. ¡Estamos celebrando el éxito de tu primera noche!”
“Ayer por la mañana celebramos el éxito de mi prueba y la firma del contrato. La mañana antes celebramos que acepté el puesto
formalmente y el día antes, que me lo ofrecieron. ¿Qué celebraremos mañana?”
“Mañana celebraremos el que no te haya matado por quejarte de que te preparo el desayuno,” dijo entornando los ojos.
“Vale, vale,” Alana rio. “Gracias. Eres la mejor.”
“Háblame de anoche. ¿Paraste alguna pelea de barra? ¿Evitaste que una pareja tuviera relaciones sexuales en los servicios? ¿Tomaste
unos tragos cuando nadie miraba?”
Alana entornó los ojos. “¿Es que no puedes imaginarte nada que no sea sucio?”
“Entonces no sería tan divertida.”
Le dio la razón. “Parece un caos total, pero Seven funciona como una maquinaria bien engrasada. Vadim y Danny gobiernan el club con
mano de hierro. Nadie estornuda sin que uno de ellos se entere. Y de alguna forma, es un alivio. Me genera menos estrés saber que no tendré
que hacer su trabajo y el mío, pero al mismo tiempo es muy intimidante. Tengo que encontrar la forma de encajar en un lugar que parece funcionar
a la perfección sin mí.”
Tanya ladeó la cabeza. “Lo siento. Creo que he dejado de escuchar después de oírte decir Vadim. ¿Acabas de llamar por su nombre de
pila a uno de los hombres más ricos de la ciudad?”
Alana se sonrojó. “Lo conocí anoche. Y tienes razón. Debo referirme a él como señor Volkov. Danny lo llama siempre Vadim, pero no es
nada profesional. Quiero decir que para él sí porque es probable que se conozcan desde hace años, pero no es profesional en mi caso.”
“Dios. Mío.”
Alzó la vista y miró a su amiga. “¿Qué?”
Tanya dejó el café en la mesa, despacio. “No paras de hablar y eso solo lo haces cuando estás nerviosa o emocionada. ¿Te pone
nerviosa o te excita Vadim Volkov?”
“Me pone nerviosa. Es difícil de leer. Se comporta de forma normal e incluso bromea y flirtea conmigo y al minuto se vuelve serio y casi
peligroso.”
Su compañera de piso soltó un bufido. “No engañas a nadie. Está más claro que el agua que Vadim Volkov es extremadamente sexy y te
excita.”
Alana exhaló. Le ponía tanto, que solo de pensar en él la noche antes, había mojado la ropa interior. Si fuera cualquier otra persona distinta
a Tanya, se sentiría totalmente avergonzada por la situación. “Las fotos no le hacen justicia, Tanya. Está como un tren. Pero hay algo diferente en
él. No sé bien qué es exactamente, pero me debato entre irme a la cama con él o salir corriendo y dando gritos.” Miró a su amiga, suplicante.
“Hace que me plantee seriamente dejar el trabajo. No es sano tener sentimientos tan extraños e intensos por tu jefe.”
“No, no lo es. Pero estoy segura de que se te pasará la novedad de tener por jefe a Vadim Volkov y las cosas volverán a la normalidad.
Pero no te acuestes con él. Y no salgas corriendo y gritando a menos que quiera matarte. Encuentra un punto intermedio sano y todo irá bien.”
Alana asintió. Un punto intermedio. Tenía sentido. ¿Por qué no se le había ocurrido antes? Vadim Volkov era su jefe, no un posible amante
o novio, así que solo tenía que tratarlo con profesionalidad y pronto olvidaría por completo aquel enamoramiento absurdo.
*
*
*
No lo vio en dos semanas. Su periodo de prácticas terminó y tuvo la impresión de que Danny la arrojaba a un mar infestado de tiburones
para ver si nadaba, se ahogaba o la atacaban.
Y nadó, lo cual les sorprendió a ambos. El equipo de camareros la aceptó sin dudarlo. Algunas chicas se mostraron simpáticas con ella,
aunque una en particular, Chelsea, se comportaba de forma hostil. Danny le advirtió que Chelsea siempre había pensado que sería la próxima
encargada del bar, así que se había molestado un poco al ver que Danny contrataba a una nueva.
Al final de la noche, sus pies la estaban matando. Iba a tener que encontrar la manera de aunar sensualidad y comodidad porque los
tacones no eran prácticos. Echó un vistazo a los rezagados que aún permanecían en el club y se dirigió a los dos camareros que quedaban en la
zona tres. “Empezad a limpiar las botellas. Yo me encargo de la caja registradora número dos,” dijo asintiendo.
Los dos lanzaron un puño al aire, contentos de terminar pronto su jornada laboral. Alana utilizó su llave para abrir la caja registradora y
sacó el dinero cuando dos clientes en una esquina captaron su atención. Observó cómo intercambiaban dinero por una bolsita de plástico.
Alarmada, iba a pulsar el botón de sus auriculares para alertar a alguien cuando se percató de la presencia de Danny, que la miraba fijamente.
¿Estaba esperando para ver si informaba de lo sucedido?
Antes de pulsarlo, él le hizo un gesto negativo con la cabeza. Ella frunció el ceño en su dirección y miró de nuevo hacia la esquina, pero los
dos hombres se habían marchado ya.
“¿Todo bien?” preguntó Danny en tono familiar mientras se aproximaba a ella.
“Creo haber visto un intercambio de dinero y lo que parecía ser droga. El señor Volkov dijo que debo dar la voz de alarma si veo algo que
pueda inducir a la violencia,” explicó.
El hombre se encogió de hombros. “Cierto, pero no podemos controlar cada movimiento de nuestros clientes. Es poco probable que
alguien trafique con drogas de forma tan evidente en el club, así que estoy seguro de que fuera lo que fuera, no había drogas en juego. Mientras
no veas armas, intercambio de amenazas o agresiones físicas, no tienes de qué preocuparte.”
Parecía contradecir de forma directa lo que le había dicho Vadim, pero ¿qué podía hacer ella? Danny tenía razón. No sabía con seguridad
si se trataba de droga, y no estaba bien meter a alguien en problemas solo por simples conjeturas. “Tienes razón. Lo siento,” dijo.
“No te disculpes,” dijo tranquilizador. “Estás haciendo un magnífico trabajo. Y solo te quedan dos horas más para volver a casa. ¡Sigue así!”
Le dio una palmadita en la espalda y salió del bar, desapareciendo entre la multitud. Alana soltó aire. ¿Dos horas más? No sabía si podría
aguantar mucho más el estruendo de la música y el dolor de pies, pero al menos estaban contentos con su trabajo.
*
*
*
Transcurrió una semana más. Cambió los sensuales tacones por zapatos más cómodos y empezó a sentirse más a gusto en su trabajo. Al
desplazarse por el bar para atender la queja de un cliente en la zona dos, sintió la mirada de alguien fija en ella. Sin dudarlo, miró hacia arriba.
Vadim estaba en la zona VIP y no apartaba los ojos de ella.
“Mierda,” murmuró. Era la primera vez que lo veía desde la noche en que le enseñó las instalaciones. Sonrió como si le hubiera leído los
labios.
“¿Algún problema, Alana? ” Se sobresaltó al oír su voz en los auriculares. Nerviosa, miró a su alrededor para comprobar si alguien
reaccionaba a sus palabras. “No te preocupes, lo he enviado solo a tu canal. Nadie más lo está oyendo.”
¿Una conversación privada? Parecía peligroso. Fue a pulsar el botón para contestarle, pero su voz la detuvo. “No lo hagas. Tus auriculares
están configurados para que tu voz llegue al resto de empleados. Limítate a asentir o a negar con la cabeza. ¿Hay algún problema?”
Se esforzó por no mostrar el disgusto que sentía. Le parecía casi retrógrado que él pudiera hablar todo lo que quisiera y ella tuviera que
limitarse a hacer gestos con la cabeza. Hizo un gesto negativo y se movió entre la multitud. “Estás molesta conmigo,” murmuró.
Volvió a levantar la vista y agitó la cabeza de nuevo. Por supuesto que estaba molesta con él, pero no por algo que hubiera hecho. Le
disgustaba no haberlo visto en dos semanas. Una parte de ella se sentía abandonada, como si le hubiera dado la espalda. Pero no debía actuar
así delante de su jefe.
Él soltó una carcajada en su oído. “Te he descuidado, soy consciente de ello. Pero lo estás haciendo muy bien.”
Esta vez fue ella quien lo ignoró mientras dirigía sus pasos hacia el bar. El barman, Joey, se la llevó aparte. “El tío que está sentado delante
de los tiradores vestido de rojo ha bebido demasiado. No quiero dejarlo en evidencia porque es cliente habitual, pero no podemos seguir
sirviéndole.”
¿Y ella se tenía que ocupar de aquello? Alana asintió. No quería parecer incompetente a ojos de Vadim. “Estoy impaciente por verte
trabajar,” le oyó decir.
Se sacó el auricular de la oreja. No podría calmar jamás a aquel hombre agresivo si su jefe le susurraba al oído con ese acento suyo tan
sexy. Alzó la vista y vio que se reía de ella. Al menos, no estaba molesto.
“Hola,” sonrió metiéndose entre un cliente del bar y el hombre de rojo. “Soy Alana, la encargada del bar esta noche.”
“Estupendo. Este cabrón no quiere servirme más,” siseó. Tenía la cara roja y sudaba profusamente. Era evidente que había sobrepasado
sus límites.
“Hablaré con Joey dentro de un rato,” dijo afable.
La miró de arriba abajo con disgusto. “Debes ser nueva aquí. ¿Tienes idea de quién soy? Vengo aquí al menos una vez a la semana . Esto
es ridículo.”
Alana asintió. “Pues sí. Se le ve un poco acalorado.”
“Tengo un calor de cojones,” dijo de malos modos.
Alana frunció el ceño. “¿Por qué no vamos a un sitio más fresco? Así podré oírle mejor.” Se tiró de la camisa y él se dio cuenta. Iba a ser
más fácil de lo que pensaba. “Yo también tengo mucho calor.”
Él asintió y dejó que lo condujera al patio. Cuando estuvieron fuera, el aire frío lo calmó enseguida. “Tiene razón, soy nueva. ¿Cómo se
llama?”
“Tony Bramble,” gruñó. Se le fueron los ojos a su escote de inmediato.
“Tony. Es un placer conocerle. Sé que Joey le ha interrumpido, pero le preocupaba que no se sintiera bien. Hace calor dentro, pero usted
estaba sudando.” Le sonrió, tocando su frente. “Creo que tiene fiebre.”
Se inclinó hacia ella al sentir su tacto. “Me pones tan caliente,” susurró.
En ese momento, las puertas se abrieron de golpe y apareció Vadim junto a dos de sus hombres. “Alana. No sabía que estabas aquí fuera.
¿Hay algún problema?”
Volvió la cabeza, sorprendida. Por supuesto que sabía que había salido. Había estado observando todos y cada uno de sus movimientos.
“No. El señor Bramble se sentía indispuesto. Me aseguraba de que se encontraba bien.”
Vadim asintió. “Tony. ¿Es eso cierto?”
Alana se quedó helada. No quería meter a Joey en problemas, pero el borracho movía la cabeza de un lado a otro frenéticamente. “Tengo
fiebre,” gruñó.
“Siento oír eso, Tony. Mis hombres llamarán a un taxi y se encargarán de que llegue a salvo a casa. Si quiere, puedo encargarme de que le
envíen su coche por la mañana.”
“Gracias, señor Volkov,” dijo taciturno mientras los otros dos hombres se lo llevaban.
“¿Qué demonios crees que estás haciendo?” siseó Vadim cuando Tony estaba a una distancia prudencial y no podía oírlo . Alana lo miró
sorprendida.
“¿Qué he hecho mal? Joey dijo que era cliente habitual. No queríamos montar una escena y dejarlo en evidencia. Pensé que el aire fresco
lo calmaría y parecía interesado en mí, lo cual ha facilitado las cosas.” ¿Por qué se enfadaba tanto?
“No hay guardias aquí fuera en otoño,” susurró enojado Vadim. “No irás a ninguna parte donde no tenga ojos ni oídos. Es por tu propia
seguridad. ¿Me has entendido?”
“Lo siento, señor Volkov,” murmuró.
“No vuelvas a hacerlo. Entra. Vamos,” gruñó enfadado.
En sus ojos se había desatado una oscura tormenta y no hizo falta que se lo dijera dos veces. Se giró sobre sus talones y se dirigió hacia
las puertas. “Vuelve a ponerte el maldito auricular” gritó con rabia.
Ella se volvió y clavó sus ojos en él. “Aún me estoy acostumbrando al funcionamiento del negocio. Haga el favor de no distraerme.” Dijo con
frialdad. De pie, frente a él, le latía desbocado el corazón. Le había dicho prácticamente a su jefe que se fuera al infierno y tenía todo el derecho
del mundo a despedirla.
“Mis disculpas,” dijo al fin en voz baja. “Vuelve al trabajo, por favor.”
Al entrar al edificio, sintió que había ganado ese asalto, pero la confusión se apoderó de ella. Apenas conocía a aquel hombre y era su
jefe. ¿Por qué se peleaban?
Capítulo Cinco
“Va a ser perfecto para ti,” dijo Tanya con una sonrisa.
Alana entornó los ojos. Era su día libre y solo deseaba sentarse y estar relajada todo el día. Tanya, por su parte, tenía otros planes .
“Recuérdame una vez más por qué estoy haciendo esto.”
“Porque me quieres. Me gusta mucho Brett, pero es tan tímido. Creo que esta doble cita será una buena oportunidad para congeniar con él
al fin. Y Josh es adorable.”
“No quiero a un hombre adorable,” dijo Alana mientras Tanya terminaba de recogerle el cabello. Se volvió para mirarse al espejo. “Joder,
Tanya. Estoy estupenda.”
“Pues claro. Y no sabes lo que quieres, así que cállate. Dios, hace tanto tiempo que no tienes una cita que se te ha olvidado cómo
prepararte para una. Frunce los labios.” Cuando Tanya le había pedido que se preparara para la doble cita, Alana se había puesto vaqueros y una
camiseta, pero por lo que se veía no le valdría esa noche. Frunció obediente los labios y Tanya le aplicó una barra de labios oscura . “¿Estás
segura de que es buena idea que vayamos a Seven?”
Alana asintió. “Ya lo he aclarado con Danny. Es mi noche libre y me dejan entrar y beber. Todos los demás lo hacen.”
Su amiga dio unas palmadas, alegre. “¡Hace tanto que no salgo! ¡Qué emoción!”
“Al menos una de las dos está emocionada,” dijo burlona. Cuando Tanya le lanzó una mirada asesina, levantó las manos. “Vale, vale. Voy a
ir y a pasármelo en grande. Josh va a ser el hombre de mis sueños y nos vamos a enamorar, haremos el amor como locos, nos casaremos y
nuestros hijos serán adorables. Envejeceremos y nos arrugaremos juntos y tendré que darte las gracias por ello.”
“¡Así se habla! Mi intención es traerme a Brett a casa para acostarme con él, así que tal vez deberías pasar la noche en casa de Josh.”
Alarmada, Alanna negó con la cabeza. “Ni hablar. Me pondré cascos si hacéis mucho ruido.”
“A lo mejor eres tú la que grita de placer,” bromeó Tanya.
“Puede.” Sola. Mientras fantaseaba con su jefe.
“Vamos a llegar tarde. ¡Venga!” dijo tirándole a Alana del brazo. Ella rio y agarró el bolso antes de salir mientras Tanya la arrastraba.
Al bajar del taxi, el portero les hizo señas, sonriente. “Los dos están en el bar de la zona tres,” les dijo con una sonrisa.
“Gracias, Billy,” dijo al pasar.
“Me siento importante,” afirmó Tanya.
Alana agarró a su amiga del brazo. “Tanya, lo eres. Y no importa lo que pase entre ese cómo-se-llame y yo, espero que te lo pases genial
con Brett. Pero no te preocupes por mí, ¿vale?”
“Eres la mejor. Y se llama Josh. Por favor, no te confundas de nombre.”
Alana rio y condujo a su amiga entre la multitud hasta la zona tres. Fue fácil localizar a Brett. Medía 1,90 y solía destacar. Su amigo Josh
era adorable. Tenía un pelo rubio precioso y ojos azules.
Y era un idiota creído.
Al principio, Alana decidió no beber, pero cuanto más hablaba su cita, más deseaba una copa para ahogar el sonido de su voz.
Asintiendo, hizo gestos al barman para que le trajera un trago de whisky. Pero no fue el barman quien se lo llevó.
Sino Vadim.
Alana se puso firme enseguida. “Señor Volkov,” tartamudeó.
Él sonrió mordaz. “¿Os lo estáis pasando bien?”
Se mordió el labio, resistiendo el impulso de mirar a Tanya y a su cita. ¿Estarían haciendo algo que hubiera provocado que Vadim bajara?
“Sí, señor. ¿Podemos estar aquí?”
Vadim asintió. “Pues claro. Puedes venir a pasarlo bien en tu día libre. ¿Quién es tu amigo?”
Habría jurado que lo oyó hacer hincapié en la palabra amigo, pero había tanto ruido que tal vez había sido producto de su imaginación.
“Este es Josh. Josh, el señor Volkov, propietario de Seven Sins.”
Josh abrió los ojos como platos y estrechó la mano de Vadim. “Es un sitio magnífico. ¿Es cierto que tiene conexiones con la mafia?”
“Dios,” murmuró Alana y le dio un pellizco. “Lo lamento, señor Volkov. Mi cita ha bebido demasiado.”
Sus ojos se ensombrecieron. “Ya veo. Disfrutad del tiempo que estéis aquí, te espero mañana en el trabajo.”
“Sí, señor.” Tragó saliva al ver a Vadim fulminar con la mirada a Josh. Cuando se hubo alejado, se levantó del taburete. “Es mi jefe.
¡¿Cómo te atreves a hacer acusaciones infundadas?!” siseó.
Josh levantó las manos. “Pero es un secreto a voces que tu jefe forma parte de la mafia rusa.”
“Solo porque alguien sea ruso y regente una discoteca no significa que automáticamente forme parte de la mafia. Podrías haberme hecho
perder mi empleo esta noche. Me voy,” dijo, agarrando su chaqueta. Sacó el móvil y le envió un mensaje a Tanya.
Jamás trabajaría para un mafioso.
*
*
*
“¿Quieres que haga qué?” le preguntó Danny a Vadim.
“Haz que lo sigan,” dijo Vadim con firmeza. “Quiero asegurarme de que no intenta quedarse en su casa. Y también confirmar que no forma
parte de la competencia.”
“Vadim, ¿pretendes que lo sigamos porque quieres ser el único que tome copas con Alana?”
Vadim se volvió y miró fijamente a Danny. ¿Era esa la razón? Posiblemente. “No me gusta que entren en mi club y me acusen de formar
parte de la mafia,” dijo en voz queda. “Y no tengo por qué dar explicaciones.”
Danny entornó los ojos, pero realizó la llamada. Vadim contempló a Alana marcharse por la ventana. Se había despertado en su interior
algo primario y se alegró al ver que Alana había dejado atrás a su miserable cita.
La chica demostraba tener buen criterio. Y eso le gustaba.
Capítulo Seis
Varias noches más tarde, Alana se estaba ocupando del bar. Dos de sus camareros estaban de baja por enfermedad y se dedicó a
mezclar bebidas y a cobrar, en un intento por cubrir la demanda. Aún alucinaba al ver la cantidad de gente que había en el club para ser un jueves .
¿No tenían que ir a clase o trabajar a la mañana siguiente?
“Debes ser nueva.”
Alzó la vista y sonrió. “Llevo aquí un mes, pero no suelo estar tras la barra. Me llamo Alana.”
“¿Alana? Es un nombre precioso para una criatura perfecta.”
Alana alzó una ceja. “¿Te suele funcionar?”
Él sonrió. “Dímelo tú. Es la primera vez que lo uso.”
“Ah. Bueno, me temo que estás tachado de la lista. Pero lo que sí puedo hacer es servirte una bebida. ¿Qué veneno prefieres?”
“Sírveme tu bebida favorita y así al menos sabré un poco más de ti,” dijo el hombre con una sonrisa.
Alana rio. Era atractivo, sin duda, pero había algo en él que la desagradaba. Aun así, disfrutaba de sus cumplidos y atenciones. Hacía
tiempo desde la última vez que habían intentado captar su atención con tantas ganas. Sirvió un chupito de whisky y lo puso frente a él.
“Guau,” dijo sin apartar la vista.
“Soy una chica sencilla,” dijo encogiéndose de hombros. “No necesito bebidas sofisticadas para pasármelo bien.”
De repente, notó una presencia a su lado. Se volvió y vio a Vadim apoyado en la barra. No lo había visto desde la noche en la que su cita
quedó como un capullo. “Stephen,” dijo con calma en la voz.
“Vadim. Me preguntaba cuánto tardarías en aparecer. Ojalá hubieras llegado más tarde. Estaba conociendo a tu nueva camarera. Debo
decir que tienes buen gusto.”
Alana se sonrojó y durante un instante, agradeció las fuertes luces intermitentes. Aunque le provocaran dolor de cabeza, al menos servían
para ocultar la vergüenza que sentía.
“Alana, ¿nos dejas a solas un momento?” dijo en voz baja.
Asintió. “Ha sido un placer conocerle,” dijo cordial mientras se dirigía a otra parte del bar para hablar con más clientes. Aun así, no pudo
evitar levantar la vista varias veces y verlos mantener una acalorada discusión. Stephen parecía extrañamente a gusto, pero Vadim mostraba
signos de enfado. ¿Qué les pasaría?
De repente, sintió que la rodeaban por la cintura. Se puso tensa y al darse la vuelta vio a Vadim conduciéndola fuera del bar. Sus dedos la
apretaron con más fuerza y se estremeció de deseo. Llevaba semanas preguntándose cómo sería el tacto de Vadim sobre su cuerpo. Y ahí lo
tenía, estaba a punto de perder la compostura con un simple roce.
“Lo siento,” dijo mientras abría la puerta trasera y la llevaba fuera. La soltó y Alana sintió el aire frío ocupar el lugar de su mano. “Quería
hablar contigo en privado.”
“¿He hecho algo malo?” preguntó nerviosa.
“Para nada. De hecho, estoy muy contento con tu trabajo estas últimas semanas. Me gustaría hacer varios cambios en el club y esperaba
que pudieras ayudarme.”
“¿Cómo puedo hacerlo?”
“Han abierto varios clubs nuevos en la ciudad que están introduciendo novedades. Me gustaría que los vieras. ¿Me acompañarías para
darme tu opinión?” le preguntó formal.
Ladeó la cabeza. Estaba claro que no era una cita. No estaba interesado en ella en esos términos y Alana no podría salir nunca con su
jefe, pero sintió acelerarse su corazón de todas formas. Pasar tiempo a solas con él fuera del club parecía peligroso. Debía negarse, pero era su
oportunidad para ser parte integrante del club. No podía rechazarlo, aunque su libido estuviera por las nubes.
“Será un placer,” dijo al fin con voz temblorosa.
Él asintió. “Excelente. Y una cosa más, Alana. La próxima vez que venga Stephen, hazme el favor de mantenerte lejos de él. Es peligroso.”
“¿Peligroso?” frunció el ceño. No lo parecía. “¿Por qué?”
“No es asunto tuyo,” dijo con aspereza. “Limítate a mantenerte lejos de él. Te recogeré mañana por la noche a las ocho . Lleva ropa…
adecuada.”
¿Adecuada? Iba a preguntarle a qué se refería, pero se había dado ya la vuelta. ¿Adecuada? ¿Qué clase de ropa era la adecuada para
salir con un jefe tan enigmático y apetecible como el suyo?
Sobre todo, cuando lo que deseaba era desnudarse para él.
*
*
*
Llegó rápido. A las ocho en punto estaba llamando al timbre. Ella solía ser puntual, pero por alguna razón, se tomó su tiempo antes de abrir
la puerta. Aunque no era una cita, no quería que pareciera que lo estaba esperando.
“Señor Volkov,” dijo con una sonrisa.
“Va a sonar muy extraño si me llamas señor Volkov durante toda la noche,” dijo asintiendo. “Puedes llamarme Vadim.”
Alana vaciló. Le parecía demasiado llamarlo por su nombre de pila. “Lo siento. Es que me resulta más fácil recordar que es una salida de
trabajo si le llamo señor Volkov.”
“¿Hay alguna razón por la que pienses que esto no es parte de tu trabajo?” dijo sin alzar la voz. Ella se sonrojó de inmediato y esta vez no
hubo luces parpadeantes que ocultaran su bochorno.
“Claro que no,” tartamudeó.
Él le tendió el brazo. “Pensé que el hecho de invitarte a salir a un bar por la noche fuera de tu horario laboral te daría que pensar,” dijo con
un brillo de malicia en la mirada.
Tomó aire antes de aceptar su brazo . “Es raro, pero me has invitado a salir por trabajo y mi intención es ser profesional. Después de todo,
eres mi jefe, Vadim.”
La condujo al coche donde el chófer le abrió la puerta. Alana sonrió agradecida antes de subir. Llevaba unos vaqueros que se ajustaban
bien a sus curvas y una elegante blusa roja sin mangas. Notó que Vadim mantenía siempre la vista por encima de su escote, y no sintió ni una
mirada lujuriosa por su parte.
Se reprendió a sí misma, ¿Por qué iba a mirarla con deseo? Estaban trabajando.
“Nuestra primera parada será el Ninth Circle. Es un club temático sobre los nueve círculos del infierno de Dante. Quiero leer detenidamente
su carta de copas y ver la decoración. Abrieron hace meses y, aunque no he visto bajar mis ventas, sé que se han hecho bastante populares.
Parece ser que no son tan ostentosos como Seven, y he estado pensando en hacer el club más íntimo o incluir una zona más tenue,” dijo en tono
familiar al entrar en el coche.
Alana tomó aire de pronto al notar que sus muslos se rozaban. Llevaba una camisa blanca inmaculada desabrochada al cuello y
arremangada. Dios, ¿por qué la excitaban tanto los hombres arremangados?
“Mi compañera de piso ha estado allí,” dijo intentando concentrarse en sus palabras. “Dijo que estaba genial, pero que no iría a menudo.”
“Interesante,” dijo Vadim arrastrando las palabras. “¿Te explicó el motivo?”
Alana asintió. “Dijo que estaba muy sexualizado. Pensó que ir allí sola sería peligroso.”
“¿De verdad? Entonces supongo que es bueno que no vayas sola.” Le sonrió. “Estás preciosa esta noche.”
Claro. Solo estaba siendo amable. No había ningún motivo para que le palpitara el corazón. “Tú también estás muy guapo,” dijo. Sus ojos
se encontraron con los de ella y Alana se volvió enseguida a mirar por la ventanilla. Trató de ignorarlo, pero podía sentir su mirada fija en ella. Si
se acercaba y la tocaba, no sería capaz de controlarse.
Pero no lo hizo. “¿Cómo fue el resto de tu cita?”
“¿Mi cita?” preguntó distraída.
“Sí. La otra noche. El chico que creía que pertenecía a la mafia.”
Alana hizo una mueca. “Te acuerdas, ¿verdad? Lo siento mucho . Fui porque a mi compañera de piso le gustaba su amigo y pensaron que
podíamos salir todos juntos. Era la primera vez que lo veía, y seguro que te diste cuenta de que no funcionó. Aunque Tanya y su amigo están
saliendo, así que al menos alguien se fue a casa contento.”
“Lo siento,” murmuró. “Te mereces a alguien que te valore, no que quede como un capullo en público.”
“¿Qué sucede con Stephen?”
Entornó los ojos de inmediato y Alana sintió un escalofrío por la espalda al aumentar la tensión en el ambiente. “¿A qué te refieres?”
“Esperaba que pudieras darme más datos sobre él,” dijo sin precisar. Le había dicho que se mantuviera alejada de él y merecía saber el
motivo.
El coche se detuvo de pronto y Vadim miró por la ventanilla. “Ya hemos llegado. Venga.” Abrió la puerta y le tendió la mano. Era la primera
vez que la ayudaban a salir de un coche y se sentía como una famosa saliendo de una limusina. La furia intensa que había visto en sus ojos había
desaparecido y recordó su enfado semanas antes cuando la había encontrado fuera del club. Había montado en cólera, pero solo duró un
instante.
No había cola para entrar. Al parecer no había tanta gente entresemana como en Seven. El portero comprobó su carnet de identidad y
asintiendo, los dejó pasar. Nada más entrar, se quedó sin aliento.
Se dio cuenta enseguida del motivo por el que Tanya hablaba de sexualización. Mujeres semidesnudas se retorcían encadenadas a la
pared. Puede que aquel lugar tomara su nombre de la obra de Dante, pero también homenajeaba al bondage.
Las luces eran muy tenues y sonaba despacio un ritmo eléctrico. Las parejas recostadas en los lujosos reservados se abrazaban. Alana se
giró y encontró a Vadim sonriéndole. “¿Sabías que era un club bondage?” le preguntó en voz baja.
“No, pero ahora tienen sentido algunos de los rumores,” dijo él con una sonrisa. “¿Estás incómoda? ¿Quieres que nos vayamos?”
Hizo un gesto negativo. Si él podía con aquello, ella también. Le puso una mano en la espalda para conducirla a un reservado.
“Sentémonos en algún sitio desde donde veamos todo lo que sucede.” Alana tomó asiento en el reservado circular y él, en lugar de sentarse
enfrente, se puso a su lado.
Se tensó al sentirlo junto a ella, pero no se apartó. En su lugar, tomó la carta de bebidas. Dios sabía que necesitaba una copa. “Corona y
Cadenas. Látigos y Cuestas. La Pendiente Resbalosa. Cuerda Trenzada.”
La rodeó con el brazo y se inclinó hacia ella. “El Coño Húmedo.”
Apretó los puños y se forzó a reír. “Creo que Tanya omitió detalles desfavorables de este club. ¿Querías llevar parte de este ambiente a
Seven? Es cierto que tiene un nombre sugerente, pero aparte de la ropa de las bailarinas, no tiene nada que ver con tu club.”
“¿Crees que mis bailarinas están sexualizadas?” le preguntó sorprendido.
Se volvió para mirarlo y se dio cuenta de que bromeaba. “Se les ven las nalgas cuando se inclinan y la ropa apenas les tapa los pezones,”
dijo con sequedad.
“¡Hola! ” Alana s e tensó al ver llegar a la camarera. Su belleza era innegable. Llevaba su largo cabello oscuro trenzado y enrollado
alrededor del cuello y un traje de cuero negro. “Bienvenidos al Ninth Circle. ¿Hasta dónde quieren llegar esta noche?”
Dios. Vadim acarició el hombro desnudo de Alana con movimientos circulares. “¿Y bien, cariño? ¿Hasta dónde quieres llegar esta
noche?”
“Un chupito de Jack Daniel’s, por favor,” dijo Alana con rapidez.
“Oban, si tenéis. Con dos hielos.”
La camarera asintió y se alejó. Incapaz de soportar la tortura por más tiempo, Alana se volvió hacia él. “¿Qué estás haciendo?”
“¿Cómo dices?”
“El club privado, los roces, las bromas. ¿Qué es todo esto? ¿En serio es una reunión de trabajo?” preguntó. Pudo sentir el cuerpo de
Vadim tensarse, pero no apartó el brazo. “Mira, sé que eres mi jefe. Y no sé si crees que me voy a abrir de piernas porque seas rico y atractivo,
pero yo no hago esas cosas.”
“¿Me encuentras atractivo?” preguntó con voz divertida.
Alana entornó los ojos. “Ha sido un error,” murmuró mientras intentaba salir del reservado. Al instante, sus brazos la sujetaron con mayor
firmeza y ella se dio la vuelta, con fuego en los ojos. “Suéltame.”
“Nunca he esperado que te abrieras de piernas,” dijo con voz suave. “Tienes razón, pero te equivocas en este asunto, y si te quedas, te
prometo que te lo explicaré. Se acabaron los juegos. Pero si te sientes incómoda y quieres marcharte, me aseguraré de que mi chófer te lleve a
casa.”
Se sentía incómoda, pero seguramente no por los motivos que él creía. Cuando la camarera les trajo las bebidas y vio a las bailarinas
gemir encadenadas a las paredes, Alana se dio cuenta de que sentía más curiosidad que otra cosa. Echó la cabeza hacia atrás para beber el
whisky y suspiró. “Vale. Nada de juegos.”
Él asintió. “Te invité para recopilar ideas para el club . Quiero cambiar las cosas. No sabía cómo sería este club, y no tenía ni idea de que
reaccionaría así al invitarte a salir. Lo cierto, Alana, es que me siento atraído por ti. Lo estuve desde el momento en que entraste por la puerta. No
me acuesto con mis empleadas ni utilizo mi posición para obligarte a nadie a hacerlo.”
Sus ojos buscaron los de ella, pero la sinceridad de su respuesta la había dejado atónita. Aunque en ocasiones actuaba de forma atípica
cuando estaba con ella, hasta ese momento no se había dado cuenta de que era algo distinto a un leve interés. “Ya veo.”
Vadim agitó la cabeza riendo. “¿He desnudado mi alma ante ti y eso es todo lo que me dices?”
“¿Desnudar tu alma? Decirle a una persona que te sientes atraído por ella no es exactamente desnudar tu alma. Decirle que la amas o que
te gusta es una experiencia mucho más intensa y angustiosa,” señaló Alana.
“Y, aun así, contestas con evasivas para procesar la información.”
“No lo hago. No me has pedido una respuesta. ¿Es que quieres que te dé las gracias?” rebatió Alana.
Vadim dio un trago a su bebida en silencio. Pareció entender que necesitaba tiempo. Como siempre sucedía, recurría al enfado cuando
se sorprendía. Alana tomó aire al fin. “Creo que podríamos añadir varias bebidas nuevas con nombres escandalosos. Incluso podrías incluir
noches temáticas y vestir a las chicas acorde.” Ladeó la cabeza. “Me gusta que solo haya luces en la pista de baile. No sé cómo funciona la
instalación, pero tener luces por todo el club marea un poco.”
Esperaba que apartara el brazo, peor no lo hizo. En su lugar, tomó la carta, contemplándola pensativo. “Ya hay muchos cócteles con
nombres interesantes. Tal vez se nos ocurran algunos nuevos. Varios de mis barmans son auténticos expertos. ¿Podrías organizar una reunión
con ellos para hacer una lluvia de ideas?”
“Claro,” dijo asintiendo. “Es una idea fantástica.”
Vadim acabó su copa y retiró el brazo. “Entonces creo que ya hemos terminado aquí. ¿Te gustaría ver otros sitios?”
Alana vaciló. Si decía que no, admitiría la derrota, pero lo cierto es que le aterrorizaba ir a solas con él a cualquier otra parte. “Creo que
prefiero irme a casa,” dijo en voz baja. “Tengo cosas en las que pensar. Sobre el club. Nuevas ideas,” dijo apresuradamente.
Vadim alzó las cejas, pero se limitó a asentir. “Muy bien. Creo que tu idea de las noches temáticas es genial. Por lo general me abstengo
de ellas, pero si se hace bien, podría funcionar. Pero nada de extravagancias. No quiero que mi club se convierta en una orgía,” dijo mordaz.
Vadim pagó y mantuvo las distancias en el trayecto de vuelta. Alana sacó un cuaderno de su bolso y anotó varias ideas. “Gracias a
Cincuenta Sombras de Grey, el bondage está de moda,” le dijo. “Pero podríamos incorporar tradiciones internacionales, como bebidas típicas o
costumbres de cortejo. No hay razón para que tu club no pueda ofrecer también una experiencia cultural.”
Rio. “Es una perspectiva interesante,” admitió. Siguieron ignorando la tensión entre ellos y hablaron sobre planes para el club, pero cuando
el coche se detuvo y Vadim se bajó, tomó su mano y la atrajo hacia sí.
“No era mi intención asustarte esta noche. No insistiré más si te incomoda, pero si decides explorar este sentimiento que hay entre
nosotros, quiero que sepas que mi intención es que sea solo una relación física. No tengo tiempo para el amor.”
Alana no pudo evitarlo. Al levantar la vista y mirarlo, se echó a reír. “Dios. Creo que este ha sido el momento poco romántico más
romántico que he vivido jamás,” dijo con una sonrisa.
De repente, se inclinó y la besó. Alana gimió e inmediatamente separó los labios. El beso no era dulce ni romántico, sino apasionado y
apremiante. Lo abrazó con más fuerza al sentir que sus rodillas empezaban a fallarle.
“Dios,” murmuró cuando la soltó al fin.
“Que pases buena noche, Alana. Te veré mañana en el trabajo y hablaremos de todas esas ideas en detalle.”
“¿Ideas?” dijo aturdida. ¿Qué ideas? Dios mío, no querría hablar de aquello en el trabajo, ¿verdad?
“Las ideas para las noches temáticas, Alana,” dijo amable apoyando la mano en la parte inferior de su espalda. “Los temas.” La soltó y ella
se alejó unos pasos al instante. Asintió mientras se ajustaba la ropa.
“De acuerdo.” Se dio la vuelta y sintió cómo la observaba mientras se dirigía al apartamento. Se obligó a sí misma a no volverse, pero al
cerrar la puerta, no pudo evitar echar un vistazo por la ventana de al lado.
La vio y sonrió. Riendo a carcajadas, Alana se dio la vuelta y se dejó caer en el sofá.
Vaya beso. Vaya proposición. La atracción que sentía por Vadim iba más allá, pero era su jefe.
¿Qué demonios podía hacer?
*
*
*
No iba a acostarse con su jefe. Necesitaba el trabajo. Iba a reprimir sus impulsos sexuales, hacer voto de castidad si fuera necesario y no
acostarse con Vadim. Aunque soñara con ello. La misma noche anterior, al acostarse, había imaginado el peso de su cuerpo sobre el suyo, su
lengua deslizándose por la columna de su cuello. Lo imaginó susurrándole al oído con su fuerte acento ruso mientras le separaba las piernas y se
inclinaba para…
Se había despertado empapada en sudor y retorciéndose entre las sábanas.
Pero los sueños y la realidad eran cosas diferentes. Así que nada de sexo. Al menos no con Vadim . Mantente firme, se dijo a sí misma al
poner un pie en el club. No hagas las cosas más difíciles. Y no saques el tema a menos que él lo haga.
“Alana,” la saludó al cruzarse en el vestíbulo.
“Señor Volkov. No participaré en ninguna actividad que sea profesional,” dijo enseguida. “Mierda. No era mi intención decir eso,” se
retractó, ruborizada. ¿Qué le sucedía?
Él abrió más los ojos. “Entonces vas a participar en actividades no profesionales conmigo?” le preguntó con una sonrisa.
“No, no me refería a eso cuando dije que no era mi intención decir eso. Lo que quería decir es que no iba a decir nada en el trabajo.”
“Entonces, ¿ibas a invitarme a otra parte para decírmelo?”
“Maldición,” murmuró.
Echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. “Alana, estaba bromeando. Comprendo tus sentimientos y, aunque me siento decepcionado,
los respetaré. No te preocupes por mí, por favor. Actuaré de forma tan profesional como desees.”
Dios, era tan formal. Lo único que quería era arrancarle la ropa.
“Por favor, comprueba si Chelsea y Joey están disponibles algún día de la semana para la reunión sobre el tema de las bebidas. Cuando
haya tenido lugar, puedes escribirme algunas notas. Pregúntame todo lo que quieras, no temo seguir las sugerencias a pies juntillas, pero como
te dije antes, no quiero regentar un puticlub,” dijo mientras caminaba por el pasillo.
Lo observó fijamente. ¿Tan fácil le resultaba alejarse de ella ? Alana se sentía herida, pero intentó recuperarse. “De acuerdo. Por
supuesto,” dijo con rapidez. Sintió que se le partía un poco el corazón, pero no dejaría que él se diera cuenta. Había dejado claro que no era más
que deseo, ¿qué podía esperar de él?
Unas horas más tarde, el bar estaba en marcha. Estaba tan ocupada que no se percató de la presencia de Stephen hasta que alzó la vista
y vio cómo la observaba. El peligroso Stephen. “Bienvenido,” le dijo con una sonrisa.
“¿Vuelves a estar tras la barra esta noche?”
Alana asintió. “Debe haber un virus o algo por ahí. ¿Qué le sirvo esta noche?”
“¿Estás en la carta?”
Alana resopló. “Debe saber que varias personas me han preguntado lo mismo y ninguna ha obtenido la respuesta que buscaba.”
“No puedes culpar a un hombre por intentarlo. Ninguna de mis frases creativas para ligar funciona contigo. ¿Por qué será?” le preguntó con
una encantadora sonrisa.
“A lo mejor es porque estoy interesada en otra persona. ¿Le ha ocurrido alguna vez?”
“Pero todas las camareras coquetean para conseguir mejores propinas.”
Se encogió de hombros. “Se supone que me deja propina porque hago un buen trabajo, y no puedo hacer un buen trabajo si no pide nada.
Y a este paso, no va a dejarme propina, así que es irrelevante si coqueteo o no con usted.”
“¿Te ha dicho Vadim que me evites? No le gusta tener competencia.”
Alana, precavida, evitó su mirada. “El señor Volkov es mi jefe y no me dice con quién puedo o no puedo salir. Tomo sola esas decisiones.”
“¿Tomarás copas conmigo entonces mañana por la noche?”
“Me quedaré tras la barra mientras bebe porque estoy trabajando,” dijo de forma apresurada, evitando prudente la pregunta.
Él no pillaba la indirecta. “¿Cuándo es tu próxima noche libre?”
De pronto, su auricular volvió a la vida. “Alana, ¿puedes reunirte conmigo en la parte de atrás?”
Era Vadim. Se volvió hacia la cámara más cercana y frunció el ceño. Le había advertido que no se quitara el auricular, pero si pensaba
que podía controlar su vida personal, lo llevaba claro. “Cuando termine aquí,” respondió en voz baja pero distante.
Debía haberle hablado por un canal privado porque nadie más reaccionó. Le sonrió a Stephen. “¿Qué desea tomar?”
“No has respondido a mi pregunta.”
“Sí, y debería aceptar esa respuesta.”
Él agachó la cabeza. “Ya veo. Bueno, tal vez en otra ocasión. No me rindo, Alana. Te encuentro fascinante.”
Alana agitó la cabeza mientras él se levantaba para marcharse. Su vida se había vuelto muy interesante desde que había empezado a
trabajar allí. Se dirigió a otra parte del bar al ver que un nuevo cliente tomaba asiento y empezó a prepararle la bebida. Se le había olvidado por
completo que Vadim quería verla en la parte de atrás y como Stepehen se había marchado, pensó que lo más probable es que no necesitara
verla de todas maneras.
No volvió a tener noticias suyas esa noche. Cuando los camareros se fueron, comprobó que todo estaba en orden y terminó el papeleo
antes de dirigirse a la oficina para devolver el dispositivo. Como siempre, era la última en irse.
“Has ignorado una orden directa.”
Vadim no parecía enfadado, ni siquiera molesto. Su voz era tranquila, pero podía sentir la rabia que hervía bajo la superficie.
“Estaba ocupada y se me olvidó. Debiste recordármelo. Lo siento,” dijo intentando aparentar serenidad. Él cerró la puerta con llave.
“No me refiero a eso,” murmuró. “Debiste haber venido en el mismo momento en que te lo dije. No te necesitaba más tarde, te necesitaba
entonces.”
Alana entornó los ojos y se reclinó en su asiento. “Estaba con un cliente. No iba a dejarlo todo e ir corriendo.”
“No estabas con un cliente. Por lo que tengo entendido, no pidió nada.”
“Eso no lo sabía en ese momento.”
“Te dije que te alejaras de él.”
“Hice mi trabajo y lo despaché, pero lo hice porque no estoy interesada en él. No lo hice por ti. ¿Por qué debería? No tienes ningún
derecho a decirme con quién puedo o no puedo salir.”
“Es peligroso.”
“¿Qué? ¿Qué lo hace tan peligroso?” gritó, y entonces, de repente, estalló. Tomó aire, echó los hombros hacia atrás y levantó la barbilla .
“¿Sabes qué? No me importa. No me importa lo que haya hecho. Yo decido con quién salgo, tú no tienes ni voz ni voto. Que te sientas físicamente
atraído por mí, no te da derecho a controlar ningún aspecto de mi vida. Me voy y que Dios me ayude si volvemos a hablar de esto. Más te vale que
lo que salga de tu boca de ahora en adelante tenga que ver solo con el trabajo.”
Pasó de largo por su lado, pero él la agarró del brazo. Alana jadeó al sentir que con la otra mano rodeaba su cintura y la atraía hacia sí.
Podía sentir su erección contra su piel y una ola de deseo la atravesó. “Nadie me habla jamás así,” le murmuró al oído.
“Pues a lo mejor deberían,” dijo mientras él deslizaba la mano por debajo de su camisa. Cuando sus dedos acariciaron su piel desnuda,
sintió sacudidas eléctricas atravesando su cuerpo. Tenía que irse. Ya. O haría algo de lo que se arrepentiría de verdad.
“¿Te gusta Stephen?” Sus manos descendieron hasta la parte baja de su abdomen y comenzaron a subir lentamente. Parte de su cuerpo
ansiaba que fuera más abajo, pero no podía hablar. Apenas podía respirar. “¿O solo hablas con él para ponerme celoso?”
Alguien gimió. Que el cielo la amparara, era ella. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos mientras trataba de quitarle el sujetador. Ya
estaba muy excitada y ni siquiera la había tocado. “Dime que pare,” le susurró al oído. “Dime que esto no es lo que quieres.”
Quería hacerlo. Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero cuando sus labios rozaron su cuello, ya estaba perdida . “Joder,” dijo
Alana con voz ronca dándose la vuelta y quitándose la camisa. Sus labios asaltaron los de ella de inmediato y Alana bebió de ellos, sedienta. Iba
a explotar si no liberaba su deseo. Toda lógica quedó atrás, lo único que importaba era el momento.
La levantó con facilidad, barrió la mesa con la mano y la sentó. Oyó vagamente caer objetos al suelo, pero no prestó atención. Sus dedos
luchaban con el sujetador mientras ella le desabrochaba la camisa tan rápido como podía. Cuando tuvo los pechos al aire y Vadim deslizó un
dedo sobre uno de sus pezones, la velocidad de sus manos sobre los botones se redujo y arqueó la espalda. Una llama ardiente brotó en su
interior, abrasando cada centímetro de su piel.
“Vadim,” jadeó, tirando de su camisa. “Por favor.”
Él le murmuró algo en ruso y justo cuando logró quitarle la camisa y tocar sus fuertes músculos, la echó hacia atrás y rozó sus pezones con
los labios. “Sí,” gimió arqueando la espalda. Nunca había sabido que sus pezones eran tan sensibles hasta que Vadim tomó el control. Antes, al
acostarse con otros hombres, se los habían pellizcado y manoseado, pero no había sentido nada. Y ahora, cada roce de su lengua y de sus
dedos provocaba un calor y humedad cada vez mayores en su interior.
Alana le rodeó la cintura con las piernas, frotándose contra él. “Cariño,” gimió al sentirla mover las caderas contra su miembro. “Como
sigas así, habremos terminado antes siquiera de empezar. No sabes cómo me provocas.”
Vadim se agachó y le desabrochó los pantalones con habilidad. Alana apoyó los pies en el filo de la mesa, levantó las caderas y él se los
bajó. La contempló durante un momento. “Si pudiera, haría que este momento durara para siempre,” susurró.
“Por favor,” dijo implorante. “Si esperas más, tendré que hacérmelo yo sola.”
Los ojos de Vadim se iluminaron. “Eso es algo que me encantaría ver,” dijo con voz ronca. “Pero no ahora. Esta noche, yo seré quien te
complazca.” Presionó enérgicamente con un dedo sus bragas y Alana gimió al deslizarlo sobre el centro de su placer.
Movió las caderas para lograr mayor presión. “Más,” suplicó.
Su pecho retumbó y apartó a un lado el trozo de fina tela antes de penetrarla con uno de sus dedos. “Alana,” gimió. “Estás tan húmeda.”
“Desde el momento en que te puse los ojos encima,” admitió ella y gimió cuando empezó a moverlo en su interior. Cerró los ojos y se
centró únicamente en el placer que la atravesaba. Le temblaban las manos y sabía que pronto llegaría. De repente, Vadim deslizó la lengua sobre
su clítoris y esa fue su perdición. Arrugó unos papeles con las manos mientras arqueaba las caderas cada vez más cerca, gimiendo a medida
que los temblores sacudían su cuerpo. El orgasmo la tomó por sorpresa, pero él no iba a dejarla terminar aún.
Mientras trataba de recuperar el aliento y el raciocinio, él le arrancó los pantalones. Alana oyó una cremallera y el crujido de unos papeles
y, de repente, Vadim recorría todo su cuerpo con sus manos y su boca . Enredó los dedos en su pelo cuando la levantó de la mesa y se sentó en
una silla, con ella a horcajadas.
“Te lo suplico, Alana,” gimió. “Móntame. Por favor.”
No hubo un solo instante de duda. Se posicionó sobre su miembro y se lo introdujo unos centímetros. La llenaba por completo y Alana dejó
escapar un gemido. “Hace tanto tiempo,” dijo al hacer una pausa.
Vadim soltó aire, pero no la forzó. “Ve despacio,” le susurró. “Me gusta verte así, con los ojos ensombrecidos de deseo y el brillo del sudor
en tu piel. Te lo he provocado yo.” Sonrió. “Quiero darte más placer.”
“Más,” afirmó ella moviendo las caderas y descendiendo un poco más. Él gimió, clavando sus dedos en su piel. “Joder, Vadim. Me
encanta.”
Vadim apretó los dientes y ella pudo ver las venas marcadas en su cuello al tratar de mantenerse inmóvil. Aquello la conmovió. No quería
hacerle daño. Pero una parte de ella ansiaba tener cada centímetro de él en su interior, y al inclinarse para atrapar su boca, movió una vez más
las caderas y se la introdujo por completo.
Al llegar tan hondo, rozó un punto en su interior cuya existencia desconocía. Dejó escapar un grito de sorpresa y movió las caderas para
sentirlo una vez más. “Oh, Dios.”
Vadim sonrió voraz. “Y ahora,” susurró impulsando sus caderas, “sé lo que te gusta.” Los movimientos no cesaron y poco después, ninguno
era capaz de hablar. Lo rodeó con sus brazos y apoyó la frente en la suya mientras seguía moviéndose sobre él, desesperada por alcanzar su
liberación. Él exploraba con sus manos cada centímetro a su alcance, sujetándola por las caderas en ocasiones para que aumentara la velocidad
y presionando su clítoris.
Su respiración se volvió ahogada conforme se acercaba al clímax.
“Di mi nombre,” exigió Vadim. “Dime que sabes quién te ha provocado todo esto.”
Lo miró fijamente cuando estaba a punto de llegar a la cima y cuando echó atrás la cabeza y su nombre escapó de sus labios en un grito,
la embistió con más insistencia, casi violentamente, hasta que su grito ronco se unió al de ella y ambos se corrieron.
Capítulo Siete
Llamó diciendo que estaba enferma. Vadim apretó los dientes al oír el mensaje por encima de sus auriculares. ¿Tanto se arrepentía de su
noche juntos?
Cuando se calmaron, vio el pánico en sus ojos. Había intentado tranquilizarla, pero se vistió y salió de la oficina antes de que pudiera
encontrar las palabras adecuadas. A una parte de él le aterrorizaba la idea de que dejara el trabajo. Aunque lo hubiera preferido antes de que le
mintiera diciendo que estaba enferma.
¿Durante cuánto tiempo pensaba evitarlo? Solo había una forma de descubrirlo. “Danny. Estaré fuera durante el resto de la noche. Cierra
por mí, por favor.” Murmuró por el auricular.
Hubo una pausa. “Claro. ¿Te encuentras bien, jefe?”
“Voy a hacer una visita,” gruñó al desconectar los cables. Su chófer lo esperaba en el aparcamiento. No cabía duda de que Danny lo había
llamado.
“Brandon,” dijo Vadim y él agachó la cabeza. “Quiero ir a ver a la señorita Jameson.”
Su chófer asintió. “Por supuesto. Podemos llegar en veinte minutos.”
Vadim echaba humo camino a su casa. Comprobó su teléfono móvil varias veces, pero aquella mujer no se había dignado a mandarle ni
siquiera un mensaje. Las dudas empezaron a asaltarlo. Había cumplido en la cama, no podía ser esa la razón. La había satisfecho dos veces y
habría ido a por una tercera si no hubiera huido. Estar con ella era diferente a estar con cualquier otra mujer y no había sido capaz de sacársela
de la cabeza.
La forma en que su piel lechosa contrastaba con la suya. La manera en que gemía y gritaba su nombre. Sus miembros entrelazados a los
suyos. Dios, se estaba empalmando solo de pensarlo. Y si se salía con la suya, sería suya esa noche y le enseñaría que no podía escapar de él.
Furioso y excitado, llamó a la puerta. Pudo oír sus pisadas dentro antes de que abriera.
“Mierda,” murmuró. Estaba enferma.
Alana iba envuelta en una bata y era evidente que aún le moqueaba la nariz. Lo contempló con los ojos abiertos de par en par antes de
encorvarse y empezar a toser. Cuando pasaron los espasmos, se enderezó y lo miró. “¿Vadim? ¿Qué haces aquí?”
Abrió la boca para hablar, pero la cerró. Había ido a regañarla por mentirle, pero todo lo que quería hacer era mentirle a ella. “Pensé que
me estabas evitando,” dijo al fin.
“Capullo,” murmuró dándose la vuelta. Pero había dejado la puerta abierta, así que aprovechó para colarse. Al ir a recogerla la otra noche
para salir, no se había molestado siquiera en echar un vistazo. Por lo general, evitaba aquella parte de la ciudad. Pero fue una agradable
sorpresa descubrir que la decoración de su apartamento era escasa pero alegre. De algún modo, iba con ella.
“Lo siento,” dijo impotente. Ahora que había entrado, no sabía qué hacer en verdad.
“Pensé que tenías mejor opinión de mí,” dijo mordaz. Tenía los ojos acuosos y la nariz congestionada. “No huyo de mis problemas.”
El pánico se apoderó de él. “No llores, por favor. Soy un idiota.”
Alana resopló. “No estoy llorando, Vadim. Estoy enferma. Y si te quedas mucho más rato, te lo pegaré. Ahora que sabes que no te miento,
puedes irte,” murmuró señalando con la cabeza la puerta.
Al volverse, un pensamiento atravesó su mente como un rayo. Alana no se sentía bien y eso le provocaba malestar. Debía irse, pero quería
serle de utilidad. “¿Has comido?”
“¿Qué?” lo observó detenidamente.
“¿Has comido? Es importante que estés fuerte para combatir la enfermedad. Si no te importa, me gustaría ir a comprarte algo de sopa
enfrente.”
“¿Vas a comprarme sopa?”
Vaciló. “Tienes razón. No es suficiente. Compraré algunos ingredientes. Enseguida vuelvo.” Sonriendo, salió por la puerta antes de que
ella pudiera pronunciar palabra.
Veinte minutos más tarde, descargaba varias bolsas en la cocina. Alana se apoyó en el marco de la puerta, observándolo. “¿Te hace falta
todo eso para preparar sopa?”
“Bueno, parece que estarás enferma varios días, así que pensé en prepararte varias comidas que puedas guardar y calentar conforme
pasa la semana. Brandon me habló de varios platos caseros americanos que podrían gustarte y he buscado las recetas: Sopa de pollo y fideos,
pollo con buñuelos, pollo con arroz… Parece que el pollo es esencial si no te encuentras bien.”
“Vadim,” carraspeó Alana. “No hace falta que cocines para mí.”
Él alzó la vista y le sonrió. Se agarraba al marco de la puerta como si su vida dependiera de ello, y Vadim cruzó la cocina con rapidez al
verla en ese estado. “Oye. Te llevaré de vuelta al sofá,” dijo con suavidad.
Sintió su piel húmeda y pegajosa al entrelazar los dedos y conducirla con cuidado al salón. Cuando estuvo sentada en el sofá, le echó una
manta por encima y le rozó la frente con los labios. “Tienes fiebre. ¿Has ido al médico?”
Alana tosió. “No tengo seguro médico, pero da lo mismo. No es nada que no se arregle con un poco de Tylenol y descanso.”
Vadim alcanzó el bote de pastillas y el agua y la obligó a tomar otra dosis. Tosió un poco más, pero cuando terminó de tragarlas, se
recostó y cerró los ojos. “Duerme, cariño,” le susurró. Se sintió extraño al verla cerrar los ojos.
Allí estaba, totalmente incapaz de satisfacerlo físicamente, pero sentía que no podía abandonarla. Al notar por el movimiento de su pecho
que su respiración se había vuelto más rítmica, fue de puntillas a la cocina para terminar de prepararle la comida.
Oyó abrirse la puerta y echó un vistazo desde la cocina. “¿Aún te encuentras mal, nena?” Vio a su compañera de piso ponerle una mano
en la frente a Alana.
“Estoy aquí preparando algunas cosas de comer,” dijo en voz queda. ¿Cómo se llamaba? ¿Tanya? Tanya alzó la vista, estupefacta.
“Oh. Tú debes ser Vadim.”
“¿Te ha contado algo sobre mí?” preguntó con curiosidad.
La atractiva rubia sonrió. “¿Como que intentaste seducirla en un club bondage, espantaste a su nuevo pretendiente y te la follaste
salvajemente en la oficina?”
Vadim hizo una mueca al oír sus duras palabras. “No intentaba seducirla, no sabía que era un club bondage, Stephen es peligroso y lo que
hicimos en la oficina fue—” titubeó.
“¿Fue qué?” dijo Tanya cruzándose de brazos. “Mira, estás en su apartamento haciéndole de comer y cuidando de ella. Esas cosas no se
hacen por un lío de una noche.”
Vadim se puso firme. “Nunca fue mi intención que fuera un lío de una noche.”
Tanya guiñó un ojo. “Pues vas a tener que hacerlo otra vez. Amigo mío, Alana es tu amante. Mira, es muy disciplinada en casi todo lo que
hace. Ni siquiera recuerdo al último hombre que se llevó a la cama, así que, si se está acostando con su jefe, es que le ha dado fuerte. Si le haces
daño, seré tu peor pesadilla.”
Vadim no pudo evitar sonreírle. “Tomo nota.”
Tanya pasó por su lado. “Estaré en mi habitación, por si me necesitas.”
Alana ni siquiera se había movido durante la conversación. Encontró un paño en el cuarto de baño, lo mojó en agua fría y se lo puso en la
frente. Vadim no era, ni de lejos, tan condescendiente con sus mujeres. Si eran guapas, se aseguraba de poseerlas. Pero nunca había sentido la
necesidad de cuidar de una amante cuando estaba enferma.
Y le aterrorizaba.
*
*
*
Al cabo de un par de días, Alana seguía enferma, por lo que Vadim se aseguró de buscar a alguien que la reemplazara en sus turnos. Y fue
bastante conveniente en verdad, pues gracias a eso, no estaba presente en el club cuando Harry Hawthorne se sentó incómodo en la sala VIP.
“Hawthorne,” dijo Vadim. “Imagino que no estarías aquí sentado si no hubieras encontrado algo. ” Le ofreció una bebida al detective
privado, pero Harry la rechazó con un gesto. Vadim sabía que a Harry no le gustaba trabajar para él. Como a casi ningún hombre.
“Enterraron a Gregory sin practicarle l a autopsia. Stephen insistió en ello, así que no hay forma de demostrar que lo drogaron. Sin
embargo, tengo pruebas de que iba a modificar su testamento justo antes de morir. Anteriormente, se lo dejaba todo a su único hijo, pero unos
días antes de fallecer, quiso cambiarlo para repartir sus propiedades entre varias personas y que Stephen no pudiera quedarse con nada. Su
abogado dijo que quería mantenerlo en secreto, pero murió antes de hacerlo efectivo. Así que ya tienes el motivo. Hay varios venenos que imitan
los efectos de un ataque al corazón y estoy peinando sus facturas, pero dudo que encuentre evidencia en papel.”
Vadim asintió, mirando por la ventana. Bajo sus pies, la gente bailaba y bebía totalmente ajena a la guerra que se avecinaba en su propia
ciudad, en aquel mismo terreno. No eran conscientes del daño que se infligía con su dinero. Todo lo que querían era pasárselo bien. Y gente
como Gregory pagaba por ello.
Vadim no era un santo, pero estaba cansado de aquella vida, de aquellos juegos. No podía remediar todo el daño que había hecho, pero
se vengaría por lo que le habían hecho a su amigo. “¿Qué hacemos ahora?”
“Empezaré a hurgar en hospitales y empresas farmacéuticas de la ciudad y a investigar a sus hombres de confianza. Si veo que falta algún
medicamento, empezaré por ahí. Es poco probable que Stephen haya hecho el trabajo sucio, pero no quiero dejar cabos sueltos. Parece ser que
le guardaba rencor a su viejo. No me sorprendería que le hubiera administrado él mismo la dosis fatal.”
“Los padres pueden ser crueles con sus hijos,” dijo Vadim al pensar con amargura en su progenitor. “Pero Gregory amaba a su hijo. Su
único fallo fue dejar que se desbocara cuando debió atarlo en corto a una edad más temprana. Haz lo que tengas que hacer. Trabaja rápido y no
olvides que el dinero no es impedimento.”
Harry asintió, levantándose de su asiento. “Que quede claro que cuando termine con esto, estaremos en paz y se saldará mi deuda.”
Vadim se volvió y miró fijamente a su viejo amigo. “¿En qué nos equivocamos, Harry? ¿Cuándo pasaron de ser favores a deudas?”
“Sabes bien a raíz de lo que fue. Me habría lavado las manos contigo hace tiempo si no me hubieras salvado la vida,” dijo Harry con ojos
tristes.
Harry era uno de los amigos que Vadim había perdido por el camino. Le rompía el corazón pensar en aquella noche, así que apartó los
pensamientos de su mente. “Estamos en paz.”
Al darse Harry la vuelta y alejarse, el alivio en sus ojos era evidente. “Danny. Voy a salir. ¿Puedes volver a cerrar tú?”
“¿Te vas de visita otra vez?”
A pesar de las interferencias de la señal, Vadim pudo escuchar la desaprobación patente en la voz de su amigo . Al final, incluso Danny se
cansaría de él. “Necesito aclarar mis ideas, es solo eso.”
Algo en su interior había cambiado y empezó a sopesar los pros y los contras de marcharse. Por lo general, los inconvenientes pesaban
más que las ventajas, pero últimamente, ganaba el ángel en su hombro.
Capítulo Ocho
Hicieron falta dos días más para que Alana se recuperara y volviera al trabajo. Contaba las botellas de alcohol mientras garabateaba en su
ficha. Todos se sentían mejor y las cosas marchaban bien. Casi era presa del aburrimiento esa noche, así que empezó a pensar en más temas .
Que las chicas se columpiaran del techo sería divertido, pero una noche de columpios podía acarrear problemas y no valía la pena intentarlo.
Tachó la idea de la lista.
“Es raro lo mucho que ha faltado Vadim al trabajo estos últimos días,” dijo Chelsea fanfarrona. “A saber si estabas enferma de verdad.
Después de todo, no he visto que traigas justificante médico.”
Alana hizo lo posible por no entornar los ojos. “No he traído justificante médico porque no tengo seguro. Además, ¿quién va al médico por
un poco de tos y fiebre?”
“Entonces, ¿no has visto a Vadim los días que no has venido a trabajar?” Chelsea entornó los ojos, estudiando el rostro de Alana. Sus
celos eran evidentes. No solo quería su trabajo, sino también a Vadim.
“He estado gran parte de la semana pasada tirada en el sofá tosiendo y sonándome la nariz, no fuera coqueteando con mi jefe,” respondió
Alana. Decía la verdad. Vadim y ella no habían salido a ninguna parte, pero se había pasado varias veces por su casa para ver cómo estaba. Le
había preparado la comida y habían jugado a juegos de mesa hasta que se había quedado dormida, incluso habían alquilado una película. Le
sorprendía que no hubiera enfermado. Aquel hombre debía tener un sistema inmunitario de hierro.
Pero no quería darle a Chelsea motivos para sospechar. Lo último que necesitaba era que se extendieran rumores.
Aunque fueran verdad.
Unos gritos atrajeron su atención hacia la caja registradora. Danny estaba con un hombre grande que cambiaba dinero en la caja y
algunos clientes borrachos se quejaban. Vio cómo Danny le dirigió unas palabras a uno de ellos, que calló enseguida.
Pero a Alana no le preocupaba el cliente. ¿Quién era aquel hombre extraño que contaba el dinero de la caja registradora? Vio cómo se
echaba al bolsillo varios billetes, le hacía un gesto a Danny con la cabeza y se alejaba. Danny le dijo algo al barman y salió corriendo tras él. Alana
no se lo pensó dos veces y se acercó a Joey. “¿A qué ha venido eso?”
Joey se encogió de hombros. “No lo sé. De vez en cuando, Danny saca dinero de la caja registradora. El señor Volkov nunca dice nada y
asumo por las cámaras que lo sabe. Yo no hago preguntas.”
¿Le robaba Danny a Vadim? Parecía absurdo. Vadim tenía ojos y oídos en todo el bar, así que no era posible que Danny se saliera con la
suya. ¿Qué demonios ocurría entonces?
“Señorita Jameson.”
Alana se dio la vuelta y vio a Vadim en el bar. “Señor Volkov,” dijo enderezándose. “¿En qué puedo ayudar?”
“Veo que ya te encuentras mejor. Si te cansas en tu turno, puedes salir antes.”
Podía ver preocupación sincera en sus ojos, aunque le hablara de manera formal y Alana miró a su alrededor para comprobar que
Chelsea no los observaba. La verdad es que se sentía fatal tras pasar una semana en el sofá. “Estoy bien, gracias por el interés.”
Él sonrió deliberadamente. “Por supuesto. ¿Has hablado con Joey y Chelsea sobre nuestra idea?”
Alana asintió. “Vamos a reunirnos el próximo lunes para barajar varias ideas más y luego las presentaremos junto con las nuevas bebidas
y los temas.”
“Fantástico. Estaré esperando tus propuestas. Ven a verme antes de irte. Tengo varias ideas propias.”
Alana tragó con dificultad mientras se alejaba. En los días que había pasado con ella, no había mencionado la noche en la oficina ni la
había tocado con intenciones sexuales. No es que le hubiera importado. Incluso estando enferma, la excitaba. Era ridículo.
¿Quería repetirlo? Sintió que le temblaban los dedos solo de pensarlo y se apresuró a terminar de hacer inventario.
El club se vació enseguida. No sabía con seguridad si quedaba alguien, pero no se cruzó con nadie de camino a la oficina de Vadim.
Llamó a la puerta y se quitó los auriculares. Al abrirse, Vadim parpadeó sorprendido.
“¿Tan tarde?”
Sonrió. “Me temo que aún voy un poco lenta debido a las toses. Tenía que entregar esto .” Le tendió los auriculares y se dio la vuelta para
marcharse.
“Tengo que hablar contigo, señorita Jameson. Danny, ¿nos disculpas, por favor?” la voz de Vadim resonó en la oficina y a Alana le dio un
vuelco el estómago. Dios, aún estaba allí.
Y quieres volver a rodearlo con tus piernas, se mofó una voz en su mente. La ignoró mientras Danny, con ojos entornados, salía de la
habitación. Vadim señaló la puerta. “Ciérrala, por favor.”
Nerviosa, Alana la cerró y se volvió hacia él. No se movió del escritorio para tocarla, pero había un brillo depredador en sus ojos. “Me
alegro de que te encuentres mejor.”
Asintió. “Yo también y debería darte las gracias. Creo que la sopa que me preparaste hizo efecto.”
“Excelente.” Tamborileó con los dedos el escritorio, ladeando la cabeza. “Estaba pensando que tal vez podríamos ir al Americana Grill.
Parece que está causando furor en la ciudad y me interesa ver cómo un restaurante de cinco estrellas puede ser considerado una brasería.”
“No se ofenda, señor Volkov, pero...”
“Vadim,” le recordó. “Cuando estemos solos, llámame Vadim.”
Suspiró. “No te ofendas, Vadim, pero no creo que una brasería encaje con Seven. Es poco probable que encuentres ideas allí. Pero, aun
así, no dejes de ir. La comida es deliciosa.”
Él alzó la vista, perspicaz. “¿Has estado?”
Asintió. “Tuve una cita allí cuando abrió. La comida fue genial. La cita no.” Sonriendo tímida, se volvió hacia la puerta.
“¿Has estado en Luigi’s? La comida allí es excelente.”
Alana lo miró por encima del hombro. Parecía extrañamente nervioso. “No,” dijo despacio.
“Magnífico. Tienes libre la noche del jueves, iremos entonces,” dijo con decisión. Lo vio anotar algo y entornó los ojos. Se acercó al
escritorio y se apoyó en él.
“Vadim. Aunque Dante fuera italiano, no creo que un restaurante de cinco estrellas te vaya a proporcionar las ideas que buscas” dijo.
Él alzó la vista y supo que veía lo que había debajo de su camisa. Se le dilataron las pupilas. “No es para buscar inspiración.”
“Entonces quieres ir a cenar conmigo.”
Apoyándose en el respaldo del sillón, la observó con interés. “Creo que lo he dejado bastante claro.”
“No, no lo has hecho. Me has preguntado si había estado en un sitio y cuando te he dicho que no, has decidido que iríamos. Creo que tu
intención era pedirme salir contigo.” No alzó la voz en ningún momento, observándolo. “Vadim. Si vamos a tener una cita, me tienes que pedir
salir antes.”
“Yo no he dicho que sea una cita. Puedo ir a cenar con una…amiga,” dijo, reclinándose.
Sintiéndose audaz, apartó los papeles de la mesa y se subió encima, a cuatro patas. “Me follaste en esta oficina hace una semana. Me
preparaste comida cuando estaba enferma y ahora quieres que vaya a cenar contigo. No somos amigos.” Sus bocas estaban a centímetros de
distancia y ella se acercó para capturar sus labios. Al principio, no respondió, pero cuando rozó sus labios con la lengua, gimió y los separó,
permitiéndole acceso.
Cuando fue a tocarla, ella se apartó rápidamente y se bajó del escritorio. “Pídeme salir. Si no, no voy.”
Él sonrió. “Eres una arpía. Alana, ¿quieres cenar conmigo el jueves por la noche?”
“Sí. Trae flores y dime que estoy guapa,” dijo guiñando un ojo antes de darse la vuelta.
Al tocar el picaporte, lo oyó reír. “Habría sido mucho más fácil si hubieras fingido que tenemos un acuerdo amistoso. Puede que los dos
supiéramos que no lo era, pero te habría resultado mucho más fácil alejarte. Pero ahora me has obligado a acatar métodos de cortejo
convencionales. Y te advierto, Alana, que puede ser demasiado para ti.”
Tenía razón. ¿En qué demonios estaba pensando? Mientras fingieran que no era una relación, podía dejarlo y seguir adelante con su vida.
¿Qué la había llevado a obligarlo a admitir la verdad? Había llegado lejos, pero si se echaba atrás esa noche, su muestra de poder quedaría en
nada. Y odiaba renunciar a llevar la voz cantante en una relación. Así que echó atrás la cabeza y le dirigió su sonrisa más seductora.
“Cariño, aún no has visto de lo que soy capaz,” dijo tímida. Lo oyó claramente tomar aire y lanzó una carcajada al salir de la habitación.
Estaba visto que le encantaba jugar con fuego.
Capítulo Nueve
“¿Qué hiciste antes del club?” preguntó Alana dándole un sorbo al vino. Vadim estaba sentado frente a ella en la mesa, cubierta con un
mantel blanco. La vela entre ellos titiló mientras se esforzaba en fingir que a menudo solían llevarla por allí hombres ricos. La realidad era que le
habría costado un día de su sueldo poder pagar una cena allí.
Estaba a favor de la independencia femenina, pero dios, esperaba que él fuera el que pagara esta vez.
“¨Viví en Rusia hasta los veinte y luego trabajé para mi familia durante unos años. Teníamos unos cuantos negocios en el norte y yo me
desplazaba de uno a otro, hasta que ahorré suficiente dinero para abrir Seven,” comentó vagamente.
Alana frunció el ceño. Había respondido con mucha imprecisión a sus preguntas durante toda la noche. Pero Vadim era un hombre
reservado. Hubiera lo que hubiera entre ellos, estaba claro que no era suficiente para que él le proporcionara detalles íntimos de su pasado.
El camarero se colocó junto a la mesa inclinándose levemente. “¿Desea algo más, Sr. Volkov?”
Vadim miró a Alana expectante. “¿Te gustaría tomar algo más, querida mía?”
Querida suya. En lo que a primeras citas se refería, estaba saliendo bastante bien. Sonrió y negó con la cabeza. “No, gracias. Estaba todo
delicioso.”
“Excelente. Por favor, cóbrese de mi tarjeta con una propina del 40%.”
“Muy bien, señor. Gracias.”
Alana arqueó las cejas. ¿Una propina del 40%? Impresionante. “Gracias por la cena. Estaba todo delicioso. Nunca antes había estado en
un lugar como este.”
Vadim la miró con expresión divertida. “Me gustaría llevarte a más lugares en los que nunca antes hayas estado.” Ella captó el doble
sentido y se estremeció.
Terminó su copa de vino y se levantó. Ella lo siguió con un suspiro. La cita había terminado y estaba como al principio de la noche, no
había descubierto casi nada nuevo de él. Pero de alguna manera sentía que se habían acortado las distancias, como si aquel fuera un momento
íntimo que él había compartido con pocas personas más.
¿O se estaba engañando a sí misma?
No la llevó a casa. Alana tragó saliva cuando se dio cuenta de que llegaba el momento de separarse, delante de los amplios apartamentos
del centro de la ciudad. “¿Es aquí donde vives?” dijo con voz trémula.
Vadim giró la cabeza para mirarla. “Sí. ¿Estás preocupada?”
¿Preocupada? Sí. No es que no hubieran tenido relaciones antes, pero fue llevados por la pasión del momento. Aquello era diferente. Ni
siquiera le había preguntado si quería irse a casa, lo que significaba que lo había planeado.
Había planeado llevarla allí.
“¿Debería estarlo?” dijo con voz queda. Ni siquiera la había tocado y nunca había estado más excitada en su vida.
Apagando el motor del coche, se volvió para mirarla. “No quiero que te preocupes nunca cuando estés conmigo. Si no quieres entrar
conmigo, todo lo que tienes que hacer es decirlo.”
Alana se había quedado sin palabras. En lugar de decir nada, abrió la puerta del coche y salió. Si iba a llegar hasta el final no tenía sentido
echarse atrás ahora. Además, confiaba en él. Mientras caminaba junto a ella hacia la entrada, colocó sus manos suavemente en la parte baja de
su espalda, guiándola. Aunque la tela de su camisa separaba una piel de la otra, sentía un hormigueo en la zona donde la tocaba. Él parecía estar
tranquilo, pero su corazón se aceleraba por momentos.
Vadim sacó una tarjeta llave y la llevó a la puerta lateral. “¿Una entrada privada?”
“Las tres plantas de arriba tienen entrada privada,” dijo con indiferencia mientras deslizaba la tarjeta y le abría la puerta. A la izquierda
había una escalera y frente a ellos estaba el ascensor privado. Deslizó la tarjeta para activar el ascensor e inmediatamente se abrió. Ambos
entraron y vio cómo pulsaba el botón de la última planta.
Era de esperar que tuviera un ático. Esto sí que es una diferencia de estatus social, pensó con ironía. Cuando el ascensor empezó a
subir, Vadim se giró y la contempló. “Creo que ambos estamos de acuerdo en que aquel momento en la oficina nos pilló a ambos por sorpresa.
Ahora que ha pasado ese primer momento embarazoso, me gustaría saber qué te gusta.”
Alana arqueó las cejas. Había estado intentando aparentar ser una mujer confiada y afable toda la noche, pero no sabía qué contestarle.
La verdad era que no tenía suficiente experiencia como para saber qué le gustaba, y sus experiencias palidecían en comparación con esos
momentos juntos en la oficina. Y no sabía ni cómo decirle Ni siquiera sabía cómo decírselo.
Como si le hubiera leído la mente, sonrió, se inclinó hacia ella y la besó con suavidad. “No te inquietes, Alana. Empezaremos con lo que
me gusta a mí, y a partir de ahí, descubriremos qué cosas te gustan a ti.”
“¿Qué te gusta a ti?” susurró ella.
Sus ojos se oscurecieron y sonrió con malicia. “Es mucho mejor si te lo muestro,” susurró mientras recorría lentamente con su mano la
pierna desnuda de ella.
Tembló.
El ascensor paró y la puerta se abrió. Vadim se echó atrás y la dejó pasar delante. Se paró delante de la puerta, él deslizó la llave y abrió.
Una vez atravesara la puerta, ya no habría vuelta atrás. Él no la obligó ni la animó a ello. Esperando pacientemente, dándole tiempo a decidirse. Y
cuando la puerta se cerró tras ellos, todo cambió.
Antes de poder pestañear siquiera, la arrinconó contra la pared y probó sus labios de nuevo. Ya no era un beso dulce como el del
ascensor. Éste era exigente, fruto de una necesidad imperiosa. Ella le echó los brazos por el cuello, pero antes de poder aferrarse a él la cogió
de los brazos, le dio la vuelta y puso sus manos contra la pared. Podía sentirlo apretado contra su cuerpo y un calor húmedo apareció entre sus
piernas al sentir su miembro duro frotándose contra ella.
“Deja las manos en la pared hasta que yo te diga,” le susurró al oído.
Perpleja, asintió. “Dilo,” le ordenó.
“Las manos en la pared,” repitió sin aliento.
“Bien.” Sintió cómo la cremallera de su vestido descendía lentamente y se soltaba. “No tuve la oportunidad de explorar tu cuerpo la última
vez. Eso hay que compensarlo. Baja los brazos.”
Sin abrir la boca, bajó los brazos y el vestido cayó al suelo. Vadim volvió a presionar las palmas de las manos de ella contra la pared, y
Alana sintió que el calor se alejaba al dar él un paso hacia atrás. “No tienes ni idea de los hermosa que eres,” le dijo con voz ronca.
El vestido venía con un sujetador incorporado, así que sólo se había puesto un tanga color lavanda debajo. Aunque no podía verlo, se
sentía expuesta ante su mirada lasciva; el sonido de su voz le provocaba escalofríos de pasión. Podía oír su deseo creciente con cada palabra.
Él trazó su costado con los dedos, acariciando el valle de su cintura y la curva de sus caderas. Lentamente, notó cómo le acariciaba la
parte inferior de sus nalgas. Sin dudar, se abrió más de piernas y le rogó silenciosamente que tocara ese lugar entre sus piernas tan lleno de
deseo, pero él ya había continuado hacia el interior de su otro muslo. Mientras su mano trepaba por ella, subió hasta su abdomen y presionó su
cuerpo contra su espalda.
Se había quitado la camisa y presionaba su cálida piel contra la de ella. Alana no podía evitar frotarse contra él, y respondió pellizcándole
el pezón. Fuerte. “No te muevas,” dijo con dureza.
Con un gemido de dolor y placer a la vez, intentó mantener quietas las caderas. Era lo más duro del mundo, estar tan cerca de algo que
quieres y no poder alcanzarlo. “Vadim,” gimió al sentir que le acariciaba los pechos con delicadeza.
Él se rio levemente y rozó su cuello con los labios. Al echar la cabeza hacia un lado para brindarle acceso, sus caderas se mecieron una
vez más. Él le pellizcó el otro pezón y sacudió nuevamente las caderas en respuesta mientras jadeaba. “Joder,” Siseó. “No te muevas.”
“No puedo evitarlo,” se estremeció. “Por favor.” Sus manos abandonaron su cuerpo y a ella le entró el pánico. “No, ¡Espera!”
La giró bruscamente, empujando sus manos contra la pared de nuevo. Le ardieron las palmas de las manos y le lamió el interior de la
oreja. “Haz lo que te diga, o dejamos de jugar.”
Alana respiró hondo y trató de tranquilizarse. Sus manos continuaron deslizándose sobre ella, yendo esta vez más abajo. “Qué mojada
estás,” murmuró trazando sus labios externos. Los dedos de los pies se le enroscaron y se contuvo para mantener las caderas quietas.
“Buena chica.” Introdujo sus dedos y empezó a meterlos y sacarlos. Alana contuvo un gemido mientras luchaba por no mover las caderas y
follarse sus dedos. Cada músculo de su cuerpo ansiaba el orgasmo. Clavó las uñas en la pared cuando él empezó a moverse más rápido, y
finalmente, dejó escapar un gemido gutural y rotó sus caderas.
Riendo, Vadim retiró las manos y le dio la vuelta. “Vadim, por favor, esto es una tortura,” gimoteó, pero él se limitó a volverla a empujar
contra la pared y a mantenerla allí sujetándola por la garganta.
“No es tortura. Es control. Cuanto más te controles, más dulce será el orgasmo.” Devoró sus labios otra vez mientras la tomaba en brazos.
Ella lo rodeó con las piernas y deslizó su cuerpo una y otra vez sobre su miembro endurecido sin pudor hasta que sintió cómo la sentaba en una
superficie blanda. Le puso los brazos sobre madera y la soltó. Miró hacia abajo y vio que estaba sentada en el respaldo de un sofá e inclinada
sobre una mesa.
“Arquea las caderas,” le ordenó. Ella obedeció mientras le quitaba las bragas. “Abre las piernas. Quiero verte.”
Abrió las piernas, estaba demasiado excitada para sentirse avergonzada. “Ábrelas más,” le ordenó. Las abrió hasta que chocaron con los
cojines, y la mirada de él se volvió más intensa. “Más,” dijo quedamente. Frustrada, levantó las piernas y las apoyó en los brazos del sofá.
“Preciosa,” susurró, arrodillándose frente a ella en el sofá. Tomó un pezón en su boca y lo chupó suavemente. Por más que quisiera
acariciar su pelo, su postura era inestable allí arriba. Si movía una mano, podía perder el equilibrio.
Él lo sabía.
Sus labios recorrieron su cuerpo hasta que finalmente empezó a besarle el pubis. “Por favor,” le suplicó. “Dios, por favor.”
Sintió aire frío en su zona íntima y se retorció mientras él continuaba soplando. Si no la tocaba pronto, iba a perder por completo el control.
Y justo cuando pensaba que ya no podía aguantar más el tormento, paró.
“Vadim, por favor,” gimió. La necesidad de alcanzar el orgasmo era devastadora, y apenas se dio cuenta de que estaba entrelazando las
manos tras ella para levantarla.
“¿Por favor qué?” preguntó con voz cansada. Ella lo rodeó con sus piernas mientras se acomodaba en el sofá. En algún momento se quitó
los calzoncillos, y Alana forcejeó para liberarse de su abrazo y metérsela.
“Fóllame. Ahora,” le ordenó, y colocándola sobre él, la penetró. Ella dejó escapar un grito al notar cómo llegaba hasta el fondo. Estaba tan
excitada que el simple movimiento era suficiente para ponerla al límite, y apenas había movido sus caderas cuando su cuerpo se puso rígido y
alcanzó al fin el orgasmo. Cuando los dedos de sus pies se retorcieron y clavó sus uñas en su piel, Vadim empezó a arquear sus caderas,
moviéndose en su interior. Apenas había recuperado el aliento cuando la tensión empezó a crecer de nuevo.
“Cabálgame,” le ordenó con voz severa.
El sudor brillaba en sus cuerpos cuando ella empezó a moverse. No se escuchaba otra cosa que el sonido de la piel chocando e intensos jadeos.
Alana intentaba recuperar el control de la situación, pero él siempre estaba un paso por delante. No podía pagarle con la misma moneda sin
atormentarse ella misma, pero al fin, llegó al límite. Le dio la vuelta en el sofá, le levantó las rodillas y alcanzó el clímax con un grito final. Ella
arqueó la espalda presa de otro orgasmo mientras él eyaculaba en su interior.
Capítulo Diez
No había ninguna duda. Estaba apoderándose su vida. Era lo primero en lo que pensaba cuando se despertaba por las mañanas y lo
último al cerrar los ojos por la noche. Parecía desesperada por mantener su independencia y, por ello, rara vez se quedaba a dormir. Y aunque la
echaba de menos, temía que su familia descubriera su existencia. ¿Qué pasaría entonces? No solían tener ninguna ventaja contra él, pero al
pasar más tiempo con ella, comenzó a darse cuenta de que sería su debilidad.
Era una sensación extraña, ser consciente de ello.
“¿Señor Volkov? Hay un tal Stephen que desea verle. Es bastante insistente.”
Vadim frunció el ceño. La voz de Danny parecía al borde del pánico, lo cual significaba que Stephen estaba siendo más insistente de la
cuenta. Seguramente se estaba comportando de forma agresiva. “Mándalo a la zona VIP,” respondió Vadim levantándose de la mesa. Era propio
de Stephen montar una escena si estaba ocupado. Tendría que encargarse de la situación antes de que las cosas llegaran demasiado lejos.
Aun así, se tomó su tiempo antes de subir las escaleras. Se detuvo un momento en la entrada trasera del club para admirar a Alana. A
menudo la observaba sin ser visto. Estaba cautivadora con un vestido púrpura que acentuaba su piel blanquecina. Deseaba más que nada en el
mundo recorrer sus brazos de nuevo con sus dedos. Parecía no ser consciente del efecto que tenía sobre él.
Con un suspiro de pesar, dio la espalda a su belleza y subió las escaleras. Stephen tenía la cara roja y había rabia en sus ojos. “¿Me estás
investigando?” preguntó con frialdad.
Vadim mantuvo una expresión impasible al observarlo. Si tuviera pruebas, no estaría en el club lanzando acusaciones. Estaría maquinando
su venganza. Así que al menos sabía que Harry estaba actuando de forma discreta. “¿Por qué iba a hacerlo? ¿Es que has hecho algo que
requiera que te investiguen?” dijo con calma acercándose al bar privado y sirviéndose una bebida.
“Te crees intocable ,” dijo Stephen con desprecio. “Pero me subestimas. Me enteraré de tus trapos sucios, Vadim. Así que te sugiero que
dejes lo que estés haciendo.”
“Stephen,” dijo paciente. “No estoy haciendo nada. Si has venido aquí a acusarme sin motivo, tal vez deberías replantearte tu vida. ¿Hay
algo que pese con fuerza en tu conciencia? ¿Algo que tengas que confesar?”
“¡Que te jodan!” gritó Stephen. “¡Estás celoso porque me va mejor que a ti! Tus distribuidores te abandonarán y ¿qué será de ti entonces?”
“¿Distribuidores? ” Vadim alzó una ceja. “Stephen, ¿de qué hablas? No creo que mis distribuidores de cerveza, vino y licores vayan a
abandonarme si caen las cifras. Les pago por su trabajo y eso es todo lo que les interesa.”
A Vadim no le preocupaba que Stephen llevara una escucha. No actuaría de manera tan imprevisible si lo hiciera, además, había emisores
de interferencias en el club que evitaban la salida de transmisiones. Pero que se hiciera el ignorante lo sacaba de sus casillas y Vadim quería ver
a Stephen contra las cuerdas. Esperaba que dijera algo que lo incriminara.
“Cuando llegue el momento, nadie va a protegerte, Vadim Volkov,” le espetó. “Soy el nuevo rostro de la ciudad. Así que ya puedes ir
haciendo las maletas y largarte.”
El chico no tenía idea de lo tentadora que sonaba la idea. Era lo que más ansiaba, hacer las maletas e irse. Estaba harto de aguantar
mierda. “Stephen, si no tienes nada coherente que decirme, vete. Tengo un club que dirigir y no tengo tiempo para lidiar contigo esta noche.”
Stephen se acercó amenazante hacia él, y Vadim levantó la mano. “Si quieres, le digo a los seguratas que te saquen de aquí. ¿Qué te
parecería?”
“No sueltes a tus perros o te las verás conmigo,” gruñó Stephen antes de darse la vuelta. Vadim lo observó marcharse y sintió un nudo de
ansiedad en el estómago al ver que se detenía a mirar a Alana. Sintió la necesidad de bajar y apalear a Stephen solo por mirarla. Le pertenecía a
él y a nadie más.
Cuando Stephen salió del club, Vadim bajó las escaleras. Tenía que hablar con Harry para descubrir la razón del extraño comportamiento
de Stephen.
*
*
*
Alana se quedó más tarde de lo habitual. Faltaban dos botellas y quería asegurarse antes de informar a sus superiores. Tenía el
presentimiento de que Vadim no se tomaría bien la noticia. Se había marchado antes esa noche sin dar explicaciones.
Y no pasaba nada. No le debía una explicación. Aunque se molestó un poco de haberse enterado por otra persona. No sabía si la
fastidiaba más el hecho de no habérselo dicho o el hecho de estar molesta porque no lo hubiese hecho.
“¿Alana?”
Se volvió al oír la voz de Danny al girar la esquina. Frunció el ceño en su dirección. “Aun estás aquí. Pensé que a lo mejor se te había
olvidado fichar al salir. ¿Qué haces todavía en el club?”
“Quería comprobar una cosa,” dijo con una sonrisa valiente. Le caía bien Danny, pero últimamente estaba más seco con ella. ¿Serían
aquellas botellas que faltaban motivo suficiente para despedirla?
“¿Comprobar qué?”
Dudaba, pero al fin se rindió. “Según el recuento de anoche y las copas que hemos servido hoy, nos faltan dos botellas de Patrón
Reposado. Quería revisarlo todo otra vez antes de notificarlo, pero ya he hecho las cuentas dos veces y he buscado por todas partes.”
“Oh.” Danny le dirigió una amplia sonrisa. “Supongo que Vadim no te lo ha contado. Nos llevamos un par de botellas a la sala VIP. Mañana
por la noche hay actividad y los clientes exigen que haya botellas de más disponibles. Has tenido buen ojo al darte cuenta. ¿Algo más?”
Intentando ocultar su enfado, negó con la cabeza. ¿Llevaba una hora agobiada por eso y a nadie se le había ocurrido decírselo? “No. Todo
lo demás está en orden.” Suspiró y le pasó el portapapeles. “Me voy.”
“¿Alana?”
Se giró. Su expresión se había suavizado y miró, nervioso, a su alrededor. “Gracias por mantenerlo todo en secreto. Es raro que Vadim
actúe así y me alegro de que no te estés aprovechando.”
Abrió la boca, pero la cerró enseguida. ¿Qué podía contestar? “No sé muy bien lo que sucede y no tiene sentido hablar si no sabes de lo
que hablas,” dijo al fin.
“Bueno, en cualquier caso, pensé que la situación sería una auténtica pesadilla. Aunque supongo que aún es pronto. Puede que pase.” Se
encogió de hombros. “Buenas noches,” murmuró doblando la esquina.
“¡Espera! ¿Danny?” Asomó la cabeza y Alana tomó aire. “Eres quien está más cerca de él. Alguna vez… quiero decir, crees…” Frustrada,
suspiró. “No sé qué pensar.”
“No pasa nada. Yo tampoco. Pero hay algo que sí sé. No hace nada que no crea que merece la pena. Actúa mal de vez en cuando, pero
son cosas puntuales. Está claro que tú eres diferente, si eso es a lo que te refieres. No sé lo que significa, pero tú eres distinta para él.”
Distinta. Eran buenas noticias. “Gracias,” dijo con suavidad.
Asintió y desapareció de nuevo al girar la esquina. Alana fichó la salida y fue a por sus cosas antes de dirigirse al exterior. Se sorprendió
al comprobar que uno de los porteros seguía en la puerta. “¿Señorita Jameson? Danny me ha pedido que me quede hasta que se vaya. ¿Quiere
que la acompañe al coche?”
¿Danny se lo había pedido? ¿O había sido Vadim? Aunque daba igual. Sabía que si Danny lo había hecho era solo porque Vadim lo
habría querido así. Tendría que hablar con él para que no la tratara de forma distinta al resto . “No, gracias. He aparcado cerca,” mintió. No había
razón para que el portero se quedara más tiempo.
Asintió cortés y cruzó la puerta. Una parte de ella sentía alivio al ver que no intentaba seguirla. Se echó el bolso al hombro y giró en el lado
opuesto del callejón. No había aparcado en el lugar reservado a los empleados porque estaba lleno al llegar, sino en la calle.
Sus tacones resonaban en la acera desierta y, al acercarse al coche, oyó gritar a dos hombres. De pronto, ambos salieron de uno de los
coches y empezaron a pelearse en mitad del aparcamiento. Al ver la sangre, se quedó paralizada. ¿Qué demonios se supone que debía hacer?
Sin aviso, se separaron y cada uno sacó una pistola. Ella dio un grito y ambos se volvieron en su dirección. “Perra, ¿nos estás siguiendo?”
Aterrorizada, negó con la cabeza. “Acabo de salir del trabajo. Solo intento llegar hasta mi coche,” dijo, esperando que su voz se oyera por
encima de los frenéticos latidos de su corazón. Todo su cuerpo estaba en tensión.
Tenían sangre en la cara, pero fuera cual fuera el motivo de su pelea, no era nada en comparación con el hecho de haberlos visto. “¿Qué
miras?”
Mantén la calma, repitió para sí. Mantén la calma. “Nada. No miro nada. Voy a seguir caminando hasta mi coche.”
Dio un paso adelante y gritó al oír la pistola dispararse. La bala pasó por su lado, pero fue suficiente para dejarla inmóvil. “Dios mío,”
murmuró.
Uno de ellos soltó unas risas. “Aquí no hay Dios que valga, nena. Solo nosotros y tú.”
“Y yo.”
Alana quiso darse la vuelta al oír aquella voz. Sonaba familiar, pero no lograba identificarla. Los hombres, sin embargo, la reconocieron y
bajaron en seguida las armas. “Lo sentimos,” dijeron en voz baja. “No te habíamos visto.”
“¿Hay alguna razón para que no dejéis a la señorita volver a su coche?”
Intercambiaron miradas incómodas. “Temíamos que hubiera visto algo.”
Alana se volvió despacio y abrió los ojos como platos al darse cuenta de que era el hombre del club, Stephen. “¿Has visto algo?” le
preguntó con calma.
“No,” dijo claramente. “No he visto nada.”
“¿No te has cruzado con nadie en tu camino hasta el coche esta noche?”
Negó con la cabeza. “No. No me he cruzado con nadie.”
Stephen miró a los hombres. “Ya la habéis oído. No ha visto nada. Marchaos.” Sobresaltados, salieron corriendo. Alana se derrumbó por la
tensión acumulada.
“Dios mío, ¿cómo lo has hecho? ¿Los conocías? He pasado mucho miedo.”
“Oye,” dijo tranquilizándola. “No pasa nada. Llevar tu propia arma ayuda,” dijo enseñándole su pistola. “Y ser el dueño de un club en la zona
otorga cierta reputación.”
Se mordió el labio al ver el arma. ¿Y si Vadim tenía razón? ¿Y si era peligroso? ¿Había cambiado la sartén por el fuego? “Muchísimas
gracias.”
Él asintió y guardó la pistola. “Déjame acompañarte a casa. Estás demasiado conmocionada para conducir.”
“Lo cierto es que no voy a casa, pero gracias por la oferta. Vadim me está esperando,” mintió. Aun así, tuvo el efecto que esperaba. Ladeó
la cabeza y la observó fijamente.
“Ya veo. Bueno, no queremos hacerle esperar. Al menos deja que te acompañe hasta tu coche,” dijo con una encantadora sonrisa. Alana
asintió, y a medida que lo oía hablar, sentía el miedo desvanecerse. Estaba claro que no quería hacerle ningún daño.
Tras un breve paseo, sacó las llaves y se acercó al coche. “Gracias, Stephen. De verdad, si hay algo que pueda hacer en agradecimiento,
no dudes en decírmelo.”
Su héroe asintió y una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. “Cuéntale a Vadim lo que ha pasado esta noche. Debería ofrecer más
vigilancia a sus empleados cuando salen.”
Sus palabras eran inofensivas, pero sintió un escalofrío. Cuando condujo lo bastante lejos como para perderlo de vista, comenzó al fin a
derrumbarse. Casi por instinto, puso rumbo a casa de Vadim. Necesitaba sentirse segura.
*
*
*
Cuando sonó el timbre y echó un vistazo a la cámara, se quedó helado. Alana estaba en su puerta, temblando y con el rostro cubierto de
lágrimas. “Ha ocurrido algo,” dijo al teléfono. “Luego te llamo.”
Fue presa del miedo y del enfado al dejarla entrar, y la esperaba con la puerta abierta cuando bajó del ascensor. Sin mediar palabra, fue
directa a sus brazos, sollozando. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar qué podría haberla llevado a ese estado, y la condujo al sofá,
apoyándola en su regazo mientras lloraba y temblaba.
Se le pasaron por la mente un millón de cosas, pero no la apartó. Al fin, se quedó quieta y comenzó a secarse las lágrimas que cubrían sus
mejillas. “Siento mucho haber irrumpido así en tu casa,” susurró.
Una parte de él quería decirle que no volviera a hacerlo, pues le ocultaba muchos secretos, pero otra parte ansiaba decirle que cuando lo
necesitara, allí estaría. Había llegado a un punto en el que trataba de buscar la manera de integrarla en su vida. Totalmente. Por completo . Pero
en su lugar, la besó en la frente. “Cuéntame qué ha pasado.”
Contó lo sucedido con voz ronca, y la rabia se adueñó de él al darse cuenta de que Stephen era el héroe de la historia. Aun así, trató de
mantener a raya sus emociones, aunque le costaba cada vez más cuando Alana estaba cerca. “¿Crees que era tráfico de drogas? ” murmuró.
Supo de inmediato que mataría a quien quiera que la hubiera amenazado con una pistola. No le importaba si era o no su territorio. Alana era suya
y no consentiría que nadie la asustara.
“No vi drogas,” admitió. “Pero supongo que siempre asumo que es así en situaciones de ese tipo. Mi madre tenía problemas con las
drogas. Bueno, con el sexo y las drogas. Supongo que por eso tengo tan… poca experiencia.”
Ladeó la cabeza y estudió su rostro. Le había enseñado muchas cosas últimamente, pero no se le había ocurrido pensar que estaba
avergonzada por su falta de información. “No lo consideres jamás un punto débil. Créeme cuando te digo que disfruto inmensamente de cada
momento a tu lado. ” Ignoró deliberadamente la parte sobre la drogadicción de su madre y capturó sus labios con la esperanza de hacer
desaparecer sus miedos.
Alana, agitada, le tiró de la camisa y él se echó hacia atrás, quedando a su merced. Pero al sentir sus labios recorriendo su piel, se dio
cuenta de que la culpa se lo comía por dentro. Si llegaba a descubrir la verdad, lo abandonaría. Pero no sabía durante cuánto tiempo más podría
guardar en silencio sus secretos. La situación lo desgarraba.
Pero si Alana lo dejaba, no creía poder sobrevivir.
Vadim había pasado la mayor parte de su vida apartado de todo, pero Alana lo forzaba a experimentar una parte de sí mismo que nunca
supo que existía. Quería abrirse a ella. Deseaba contarle cada detalle de su vida y suplicarle perdón.
¿Era amor? Nunca había pensado que fuera posible enamorarse así de alguien. Ya no era obsesión ni lujuria, sino algo mucho más
profundo.
Al tomarlo en su boca, gimió y echó la cabeza hacia atrás. Era absolutamente perfecta en todo. Y no tenía duda de que sería su perdición.
Capítulo Once
“¡Alguien se ha levantado con el pie derecho!”
Alana sonrió y siguió preparando el desayuno. Tanya bostezó, arrastrando los pies hasta llegar a la cafetera. “Estás cantando. Apenas ha
amanecido y ya estás cantando. Es mucho más que estar de buen humor. ¿Estás bajo los efectos de las drogas?” se quejó.
“Hace horas que amaneció,” señaló Alana. “Y estoy de un humor excelente.” Esperó a que Tanya sorbiera despacio su café. Por lo general,
no tardaba mucho en despertarse, pero hasta que daba el primer sorbo a su café, era prácticamente un zombi.
“Las cosas deben irte muy bien con ese ruso rico y atractivo.” Tanya suspiró. “Tienes mucha suerte.”
“Nos va bien.” Alana ladeó la cabeza al pensar en las dos últimas semanas. Desde aquella noche en la que había huido a su casa
asustada, se había desvivido por protegerla. Había sido dulce y cariñoso con ella. Se sentía como si fuera su novia. “Creo que se lo está tomando
en serio. Lo que quiero decir es que siento que ya no me considera un rollo, ¿sabes?”
Tanya sonrió mordaz y agitó la cabeza. “No. No lo sé. Nadie me ha mirado como te mira a ti. Está enamorado, Alana. ¿Qué piensas
hacer?”
“¿A qué te refieres?” preguntó Alana sirviendo los huevos y llevándolos a la mesa. “¿Es que debería hacer algo al respecto?”
“No te digo que debas declararle tu amor, pero te conozco. Cuando se trata de relaciones, tiendes a huir cuando las cosas se ponen
serias. Así que, si estás dispuesta a estar con él a largo plazo, tienes que decírselo o demostrárselo. Hazle saber que no te asusta esta relación.”
Alana frunció el ceño. “Yo no huyo cuando las cosas se ponen serias.”
“Esa no es la cuestión. Si eres feliz con él, demuéstraselo.”
Miró a Tanya mientras masticaba, pensativa . “¿Qué hago? ¿Invitarlo a una cita? Dudo que esté acostumbrado a ninguno de los sitios que
me puedo permitir.”
Tanya entornó los ojos. “Chica, ¿qué harías sin mí? No te hace falta dinero para demostrarle lo que sientes. ¡Usa ese cuerpo maravilloso
que tienes! ¡Haz algo por él que no harías normalmente!”
Alana agitó la cabeza, presa del pánico. “Pero si no suelo hacerlo es porque no quiero. Brian solía pedirme “eso”, pero…”
“¡Madre mía!” Tanya levantó las manos. “Demasiada información. Joder, Alana. No tienes ni idea. Una noche, cuando estéis los dos solos
en el club, desnúdate y muéstrate ante él. Lo pondrá a cien y sabrá que vas en serio y quieres que funcione.”
“¿Seguro que no me tomará por una depravada sexual a la que le gusta montárselo en el trabajo con su jefe?”
“Confía en mí. Si te conoce lo más mínimo, sabrá que eso no es verdad. Haz algo arriesgado. Le gustará, estoy segura.”
Alana se encogió de hombros. “Si tú lo dices. Supongo que debo intentarlo. Él siempre toma la iniciativa. Estaría bien verle perder el
control.” Una sonrisa malvada se dibujó en su rostro. “Lo haré esta noche. Seguro que Danny me deja entrar en su oficina.”
“Esa es mi chica.” Tanya se zampó los huevos y saltó de la mesa. “Bueno, me tengo que ir ya.”
“Espera,” dijo Alana levantando las manos. “¿A dónde crees que vas? He cocinado yo. Te toca fregar los platos.”
Su compañera de piso hizo una mueca al tomar su plato y dirigirse al fregadero. “¿Sabes? Cuando hicimos ese trato, nunca cocinabas.
Ahora lo haces siempre.”
“Deberías levantarte más temprano,” se limitó a decir Alana.
“No tiene ninguna gracia,” replicó Tanya. “Sube ya y elige ropa interior sexy, Nada de bragas de abuela esta noche.”
“A lo mejor a Vadim le gustan,” dijo Alana con sonrisa malvada.
“Qué asco.”
*
*
*
Danny ya se había dio, pero eso no disuadió a Alana. Trabajó a gran velocidad para terminar sus tareas antes de la hora de salida.
“¿Señor Volkov?” dijo asomando la cabeza por la puerta de su oficina.
Una mirada de fastidio cruzó su rostro al levantar la vista. “Alana, ¿por qué insistes en llamarme así?”
“A lo mejor es porque me pone,” dijo pícara. “Ya he terminado, pero Joey se ha marchado sin preparar su puesto para mañana. Lo haría
yo, pero le prometí a Tanya que la recogería esta noche. ¿Te importa echarle un vistazo rápido?”
Suspiró, pero se levantó del escritorio. “Recuérdame que despida a Joey,” murmuró.
“Oh, no lo hagas. Me pidió que lo ayudara y le dije que sí sin acordarme de lo de Tanya. Si vas a enfadarte, que sea conmigo.”
Besó sus labios con suavidad y abrió la puerta. “Nunca podría enfadarme contigo, amor mío,” susurró. “Dile a Lorin que te acompañe
afuera.”
Asintió y sujetó la puerta con el pie para que no se cerrara. “¡Pues claro!”
Cuando vio que giraba la esquina, se metió en la oficina y empezó a mover cosas de la mesa para poder subirse encima. Algunos
papeles cayeron al suelo y empezó a quitarse la camisa mientras se agachaba para recogerlos.
No tenía intención de leerlos, pero al ver de refilón uno de los folios, se detuvo en seco. ¿Qué demonios era aquello?
Se le revolvió el estómago al ojear el resto de las páginas. Eran todas iguales.
“Alana. ¿Qué estás haciendo?”
Alzó la vista despacio y vio a Vadim observándola desde la puerta. “Iba a sorprenderte,” dijo en voz baja. Todo era confuso y borroso,
como en un sueño. “Tanya dijo que tenía que hacer algo para demostrarte que quería estar contigo a largo plazo. Que te amaba.” Miró impotente
la camisa en sus manos. Los papeles la hacían sentir más expuesta que su falta de ropa. “¿Qué es esto, Vadim?”
“¿Qué crees que es?” Sus ojos la observaban con frialdad.
“Un informe de distribución de productos. Pero tú no vendes nada de esto. Dios.” Se llevó una mano al estómago. “Salí una vez con un
policía. Me habló de…” No completó la frase y, de repente, lo veía todo mucho más claro. “Tenían razón. Formas parte de la mafia. Todo este
tiempo, pensé que me protegías, pero eras la única razón por la que estaba en peligro.”
Él dio un paso adelante y los papeles volaron de sus manos al apartarse con rapidez. “Alana, escúchame, por favor.”
“No.” Agitó la cabeza. “No, no quiero oírlo. No quiero oír ni una palabra. Te conté lo de mi madre. Lo sabías . Lo supiste todo este tiempo.
Dios mío, al trabajar aquí, ¿he estado ayudándote?” Sentía náuseas. “Deja que me vaya, por favor.”
Durante un instante, no se movió. El miedo se había apoderado de él. Sabía que ella sabía la verdad. No iba a dejar que se marchara.
Vadim debió leer el miedo en sus ojos. “Alana, nunca te haría daño.”
“Entonces deja que me vaya,” dijo, presa del pánico.
Se echó a un lado y ella salió como un rayo de la oficina. “¡Alana!” gritó, pero no se detuvo. Se puso la camisa sin ni siquiera mirar al
portero y salió en mitad de la noche.
Nada más llegar al coche, se derrumbó y empezó a llorar.
*
*
*
“Has ignorado todas sus llamadas.”
Vadim ni siquiera se molestó en volver la cabeza al oír a Danny entrar en la habitación. Siguió mirando por la ventana de la oficina de su
casa. Era culpa del mayordomo, que había dejado entrar a Danny a pesar de haberle indicado claramente que quería estar solo. “Van a venir
hasta aquí si no los llamas al menos, y odio que vengan,” se quejó Danny.
Al ver que Vadim no respondía, Danny se acercó a la mesa y la golpeó con los nudillos. “Por amor de Dios, ni siquiera saben de su
existencia. Cálmate, hombre.”
No vaciló un instante al acercarse y agarrar a Danny de la camisa. “Déjame en paz,” dijo con brusquedad.
Danny abrió los ojos como platos, pero no forcejeó. “Si te dejo solo, pasarán cosas malas y ambos lo sabemos.”
No se equivocaba. Haciendo un sonido de disgusto, Vadim lo soltó. “No va a volver,” dijo con desgana. “Ni al trabajo ni conmigo.”
“Deberías considerarte afortunado de que no te haya denunciado,” señaló Danny.
“Dijo que me amaba.” Vadim agitó la cabeza y miró fijamente a su amigo. “Pero cuando descubrió quién soy en realidad, huyó. ¿Soy un
monstruo?”
“Lo serás si no les devuelves la llamada. Ya sabes cómo se ponen. Terminarás limpiando el desastre que dejen, y eso siempre empeora
las cosas. Llámalos. Diles que has estado enfermo estos últimos días y que ya te encuentras mejor. Y ocúpate de ella entonces.”
Durante años, Danny había intentado buscar la manera de que Vadim saliera del juego. Habían hecho progresos y poco a poco,
comenzaba a volverse menos dependiente de su familia, pero Danny tenía razón. Si no los llamaba, vendrían a buscarlo. Y siempre sembraban el
caos a su paso.
“De acuerdo,” dijo Vadim a regañadientes. Tomó el teléfono y descolgó. Tras un momento, la voz que tanto odiaba contestó . “Da,” dijo
Vadim en voz baja. “Puedes retirar a tus perros. Estoy bien.”
“Más te vale tener una maldita razón de peso para no contestar el teléfono,” gruñó su padre.
Vadim tamborileó los dedos en el escritorio. Su padre y todos los miembros de su familia valoraban el control por encima de todo. Que lo
hubiera perdido por una mujer lo convertiría en el hazmerreír de todos. Ni siquiera Vadim quería admitir la verdad. “Parece ser que he enfadado a
alguien de por aquí y no quería hablar de negocios hasta revisar todas mis propiedades en busca de micrófonos ocultos,” mintió. “Disculpa las
molestias.”
“Ya veo. Esas cosas son inevitables. Quiero oír tu informe.”
A su padre no le importaban sus problemas. Vadim narró de forma monótona las cifras. Su padre colgó el teléfono sin más preguntas,
obviamente satisfecho. Una sonrisa de alivio animó el rostro de Danny mientras se desplomaba en una silla. “Vale. Ya que ha pasado el mal
trago, hablemos de uno aún peor. Tenemos que buscar sustituta para Alana.”
Vadim ni siquiera miró en su dirección. “Vadim,” lo apremió Danny.
“De acuerdo. Elige a quien creas conveniente,” murmuró agitando la mano.
“Tenemos que tener en cuenta que puede ir a la policía,” dijo Danny inmediatamente después. “En la mayoría de los casos, sueles—”
Vadim se giró al momento. “Soy muy consciente de lo que suelo hacer en la mayoría de los casos. Y no voy a hacer nada de eso, así que
no te molestes en sacar el tema. No creo que vaya a la policía, pero si lo hace, no tienes que preocuparte por tu pellejo.”
“No estoy preocupado por mí, sino por ti,” murmuró Danny. “No estás pensando con claridad.”
“Déjalo,” gruñó. Danny era su mejor amigo, pero no dejaría que amenazara a Alana delante suya.
“No estoy diciendo que tengas que tomar medidas drásticas…”
“¿Estás sordo? He dicho que…”
“Sé que la amas,” gritó al fin Danny. “Y sé que quieres protegerla. Pero llevas años intentando escapar del control de tu padre y vas a tirarlo
todo por la borda por ella. Joder, Vadim, ya no hablamos de salir del negocio familiar. Estamos hablando de ir a la cárcel.”
Parpadeó. Danny jamás le gritaba. Al fin, dejó caer los hombros. “Al menos así ya no trabajaría para ellos,” dijo en voz baja.
“¿Y qué crees que le pasará cuando te delate? ¿Crees que tu padre lo dejará pasar?”
Vadim se volvió bruscamente hacia su amigo. Maldición, tenía razón. Ir a la policía equivalía a ponerse la soga al cuello. “Hablaré con ella.”
Danny entornó los ojos. “No. No lo harás. Yo seré el que hable con ella. Sabe que distribuyes droga. Puede que siga pensando que soy un
pelele a tus órdenes. Así que no hagas nada drástico mientras no esté.” Se levantó y miró a Vadim con lástima en los ojos. “¿Sabes qué?,
pensaba que nada podría hundirte. Es bueno saber que sigues siendo humano.”
Capítulo Doce
Tanya estaba fuera de la ciudad durante el fin de semana, así que Alana podía sentir pánico en paz. Su novio, su jefe, no había negado las
acusaciones. Era un mafioso. Su club era una fachada para traficar con droga. ¿Cómo podía haber estado tan ciega?
¿Cómo podía haberse enamorado de él?
Cuando Danny llamó a la puerta, estaba en uno de sus mejores momentos. Alternaba momentos de enfado y depresión, de miedo y de
rabia. La falta de sueño le estaba afectando, pero al ir a la puerta, fue capaz al menos de dirigirle una sonrisa cansada. “Danny, lo he dejado.
¿Qué haces aquí?”
Nunca se le habría ocurrido que el hombrecillo podría saber a lo que se dedicaba Vadim, pero al cerrase la puerta, un escalofrío de miedo
recorrió su espalda. Debió darse cuenta, porque levantó las manos en el aire de inmediato. “Solo he venido a hablar. Lo creas o no, Vadim no es
lo que piensas.”
“¿Entonces no es miembro de la mafia y jefe de una banda de narcotraficantes desde su club?” preguntó con sarcasmo.
“Vale, sí, pero es más complicado de lo que parece. ¿Me puedo sentar?”
Encogiéndose de hombros, Alana se dejó caer en el sofá. “Mira, si te preocupa que vaya a la policía, puedes quedarte tranquilo. Ni
siquiera tengo la lista de inventario falsa, así que no dispongo de pruebas. Y no tengo necesidad de venganza. No puedo creer que lo supieras.”
“Vadim me contrató por mis habilidades especiales. Tardo entre cinco y diez años en completar un trabajo, y me pagan muy bien por
hacerlo.”
“¿Convertir un club en un antro de drogas?” dijo Alana con falsa sonrisa dulce.
Entornó los ojos. “No. Ayudo a la gente a salir de situaciones engorrosas. En este caso, Vadim me buscó porque está intentando
apartarse del negocio familiar. Hay varios problemas, el primero es que la muerte suele ser la única forma de escapar. Y el segundo, que Vadim
es el segundo al mando. Su padre es el jefe de la mafia rusa en Nueva York y Vadim está preparado para ocupar su lugar. Si Vadim muere, su
padre no se detendrá hasta clamar venganza. Incluso si es por muerte natural.”
“¿Vadim quiere salir?” dijo Alana con un hilo de voz. Y eso qué más da. Piensa en todo lo que ha hecho.
Danny sonrió con amargura. “No se elige la familia en la que se nace. En cualquier caso, si vas a la policía, el padre de Vadim irá tras de ti.
Y no parará hasta que estés muerta.”
Sintió un escalofrío en su interior al mirarlo. El pícaro hombrecillo hablaba completamente en serio. Este no era el Danny al que estaba
acostumbrada. ¿Cuánta gente más le estaba mintiendo? “Ya te lo he dicho. No voy a ir a la policía,” dijo con frialdad.
Danny asintió y se puso de pie. “Sabes, mi plan nunca fue para dos personas. Siempre consistió en sacar a Vadim. Pero puedo ser
flexible.”
“¿Qué?” ¿De qué demonios hablaba?
“Vadim se ha convertido en…un amigo. Y no creo que se vaya sin ti. Piénsalo. No es un mal tío.”
Lo vio marcharse mientras se hundía más en el sofá. “Pues claro que no es mal tío. Si lo fuera, todo sería más fácil.” Con un suspiro, fue a
la cocina y sacó una botella de whisky. Por lo general, no le gustaba beber a solas, pero pensó que todas las penurias que llevaba consigo le
harían compañía.
Así que horas después, les resultó muy fácil irrumpir en su casa y llevársela.
*
*
*
Sintió los miembros adormecidos cuando abrió al fin los ojos. Frunció el ceño e intentó estirar los brazos, pero no le respondían. “Qué
demonios pasa,” maldijo mirando a su alrededor. No era solo resaca. Y lo más importante, no estaba en su apartamento. Una única bombilla
colgaba del techo sobre ella. Escudriñó en la oscuridad.
Aquello hizo que se despejara por completo y fuera presa del pánico. Estaba en una habitación amplia y vacía que parecía estar en ruinas.
Y estaba atada a una silla.
“Mierda,” dijo en voz baja mientras trataba de encontrar sentido a la escena ante sus ojos. ¿La había secuestrado Vadim? Lo único que
recordaba era estar hablando con Danny. ¿Había sido él? ¿El Danny delgado, pálido y de buenas maneras? Aunque al hablar con ella, parecía
una persona completamente diferente.
“¿Alana?”
Giró la cabeza en todas direcciones al oír una voz familiar. “¿Alana? ¿Eres tú? ¿Qué diablos…?”
“¿Stephen?” Podía oír su voz, pero no lo veía. “Stephen, ¿eres tú?”
“Sí. ¿Qué demonios está pasando?”
Su voz resonaba en las paredes vacías y, al fin, empezó a moverse con la silla. Aunque seguía sin verlo en la oscuridad. “¿Stephen?
¿Dónde estás? Estoy atada y no puedo verte.”
“Sí, yo tampoco veo bien. Aguanta.”
Contuvo la respiración, esperando a que se mostrara. Sintió de pronto unas manos agarrando sus brazos. Dejó escapar un chillido e
intentó apartarse de inmediato. “¡Alana! ¡Detente! ¡Soy yo!”
“Lo siento,” murmuró mientras dejaba que Stephen desatara las cuerdas. “No sé cómo he llegado aquí.”
“Yo tampoco,” dijo disculpándose. Se frotó los brazos cuando la liberó y le sonrió agradecida. “¿Por qué está tan oscuro? ¿Ya es de noche
fuera? Aún era de día cuando estaba consciente.”
“No tengo ni idea,” admitió Stephen. “Las ventanas están cerradas con tablones y las puertas cerradas con llave. Llevo una eternidad
tanteando a ciegas las paredes. Ni siquiera sabía que estabas aquí hasta que empezaste a hablar. Supongo que estarías inconsciente.”
“¿También te ataron a la silla?”
Él negó con la cabeza. “No. Me desperté en el suelo. Nadie ha salido ni entrado y, por lo que sé, estamos solos.”
Sintió cierto alivio al saber que no estaba sola. “Bueno, pues escapemos de aquí de una maldita vez.” Al llevarse las manos a los bolsillos,
se dio cuenta de que su móvil no estaba. Era lógico, ningún secuestrador que se preciara dejaría que se quedara con su teléfono. Y sin él, su plan
se iba al traste. “¿Cuántas puertas hay aquí?”
“Solo una. Estoy un poco perdido en la oscuridad, pero toqué una en la esquina,” dijo.
“De acuerdo. Pongámonos uno a cada lado de la puerta y cuando se abra, dejamos a esos cabrones fuera de combate con la silla y
salimos corriendo,” dijo ella agarrando la silla.
Él resopló. “Alana, no pareces sorprendida de que nos hayan encerrado en un almacén. ¿Qué demonios está pasando?”
Tomó aire. Vadim le había dicho que no confiara en él, pero si estaba tras aquello, Stephen era su aliado . Pero Vadim no iría tan lejos
como para secuestrarla, ¿no? En el fondo, sabía que no había sido él. Aunque era la única opción lógica que tenía sentido, sabía que no le haría
daño. “No sé qué hacemos aquí,” dijo al fin. “Pero, aunque lo supiera, no serviría de nada para escapar. Además, soy una chica con recursos.”
Él la observó e incluso en la tenue luz, pudo ver la frialdad de sus ojos. Pero antes de que pudiera decir nada, le tendió la mano. “Dame la
mano. No quiero separarme de ti,” murmuró.
Una voz en su interior gritaba que algo no iba bien, pero extendió la mano y agarró la suya. Era cálida y, por un momento, entrelazó los
dedos con los suyos.
Entonces saltaron todas las alarmas y la apartó de un tirón. “¿Qué?” preguntó él.
“¿Por qué tienes las manos calientes?” preguntó con voz temblorosa.
“¿De qué demonios hablas?”
“Las manos. Si hubieras estado aquí varias horas, las tendrías frías. Yo las tengo heladas, pero las tuyas no lo están. ¿Por qué?”
Retrocedió hasta chocar con la pared. “Y estaba sentada bajo la única luz de la habitación. ¿Cómo es que no me has visto ni sabías que estaba
aquí?”
Una sonrisa cruel se dibujó en su rostro y, antes de que pudiera escapar, la agarró. “Encended las luces,” gritó y fuertes luces fluorescentes
inundaron la habitación. Alana parpadeó y vio a tres hombres armados situados en cada esquina.
No mentía al decir que solo había una puerta. “Stephen, ¿Qué diablos estás haciendo?” murmuró.
“Te despertaste antes de que me diera tiempo a prepararme. Pensé que las drogas y el alcohol te mantendrían inconsciente durante más
tiempo, pero no ha sido así. De todas maneras, como te despertaste antes de tiempo, pensé que podríamos divertirnos.” Levantó la otra mano y
deslizó un dedo a lo largo de su brazo desnudo. “Y aún podemos hacerlo,” susurró.
“No me toques,” chilló. La agarró bruscamente y la empujó a la silla. Antes de que pudiera reaccionar, sintió las cuerdas rode arla y
presionar su cuerpo.
“Me gustas, Alana. Me gustabas antes de saber lo importante que eres. Pero no pareces darte cuenta de lo mucho que me gustas,” dijo
mientras la ataba. “Te salvé de esos hombres y fuiste corriendo hacia él. Les pagué mucho dinero a esos drogatas para darte un susto y, ¿para
qué? ¿Para que corrieras a sus brazos?”
Abrió los ojos como platos. “¿Fue una farsa orquestada por ti? ¿Estás loco?”
“Aunque al menos sirvió de algo. No me di cuenta de que eras suya hasta ese momento. Sabes qué, mi dulce Alana, necesitaba algo de
ventaja. Y ahora la tengo.”
Cerró los ojos. “No sé para qué necesitas ventaja, pero si crees que Vadim va a venir a por mí, te equivocas,” susurró.
“¿Una riña de enamorados? ¿Sabías que tu querido Vadim está metido hasta el cuello en la mafia rusa? De hecho, no es que esté metido.
En esta parte de la ciudad, él es la mafia. Y cuando su papi palme, Vadim será el jefe en la Costa Este.”
Al no oír respuesta por parte de Alana, lanzó una carcajada. “Lo sabías. Y, aun así, no ibas a decírmelo cuando pensaste que era tu
salvador. La lealtad es tan difícil de encontrar.”
“¿Qué quieres de él?” siseó.
“Varias cosas. Quiero su club. Quiero su territorio. Quiero su posición en la mafia, y más que nada, quiero saber qué pruebas tiene contra
mí,” susurró Stephen. No podía verlo, pero podía sentir su aliento cálido en la parte posterior de su cuello y sintió un escalofrío.
“¿Y crees que va a darte todo eso a cambio de que vuelva sana y salva?”
Stephen rio. “Lo dudo. Pero su muerte hará el mismo efecto. Vadim es el hombre más protegido de la ciudad. Pero si pone un pie aquí, es
hombre muerto. Y eso es todo lo que necesito.”
Alana cerró los ojos. ¿Iba a conducir a Vadim a la muerte? “¿Qué pruebas crees que tiene contra ti?”
“Mi padre trataba de hacer las cosas por lo legal. Quería eliminar las drogas del club. Llevaba años luchando con Vadim por el territorio.
Siempre pensé que era extraño que Vadim no lo matara, pero entonces mi padre cedió. Me dijo que iba a tomar el camino correcto y eso no
encajaba en absoluto con mis planes.”
“¿Mataste a tu padre?” susurró, horrorizada.
“El hijo de puta iba a eliminarme del testamento. No me dejó elección,” dijo Stephen con frialdad. Sus labios rozaron su pelo y ella se
inclinó hacia delante y echó la cabeza atrás de un golpe. Pudo sentir sus dientes en su piel y lo oyó soltar maldiciones mientras se alejaba unos
pasos.
“Te dije que no me tocaras,” siseó.
Se puso frente a ella con una mano sobre su boca sangrante. “Puta,” murmuró. Levantó la mano para golpearla con fuerza y la oscuridad
se cernió sobre ella.
*
*
*
Vadim colgó el teléfono, controlándose para no mostrar en su rostro la rabia que hervía en su interior. Se levantó despacio y marcó el
número de Danny. “Tenías razón,” dijo con frialdad. “La está utilizando para ir a por mí. ¿Qué has descubierto?”
Se oyó un ruido. Danny lo había llamado al poco de salir de casa de Alana para informarle de que había una furgoneta con paneles y sin
matrícula a las puertas de su casa. Entonces vio entrar a varios hombres que la sacaron. Los siguió, hablando al teléfono con Vadim durante todo
el rato, para descubrir qué estaba ocurriendo.
“Hay tres hombres en el perímetro con armas de fuego de gran tamaño,” dijo Danny en voz baja.
“¿Qué clase de armas?” preguntó Vadim.
“¿Cómo que qué clase de armas? No lo sé. Parecen de gran tamaño y letales. No entiendo de armas,” susurró Danny. Se notaba que no
era lo suyo.
Vadim entornó los ojos, pero lo dejó pasar. No importaba qué clase de armas fueran. Despacio, pensó en las opciones que tenía. El trato
que le ofrecía Stephen era simple. Soltaría a Alana y Vadim ocuparía su lugar.
Pero Stephen no eran tan inteligente como pensaba. No estaban en tiempos de secuestros y rescates y había pasado por alto algo muy
importante.
Stephen no era un mafioso. Era un hombre de negocios solitario que intentaba hacer carrera en el mundo del crimen, pero no tenía ni el
dinero ni los contactos de Vadim. “¿Vadim?” oyó la voz alarmada de Danny al otro lado de la línea. “¿Qué vamos a hacer?”
“Espera,” dijo Vadim tomando sus llaves. “Haremos lo que haría cualquier persona razonable.”
“¿A qué te refieres?”
“Llamaremos a la policía,” dijo Vadim con calma antes de colgar. Mientras llamaba al teléfono del comisario, sentía la rabia ardiendo en su
interior. Podría haber aceptado cualquier ataque personal por su parte. Pero Alana estaba en peligro y era inadmisible.
Totalmente inadmisible.
Vadim abrió la caja fuerte bajo su escritorio para sacar su pistola. Hacía mucho que no usaba una, pero hay cosas que no se olvidan.
El almacén estaba a casi una hora en coche. Sin duda, Stephen tenía ojos a lo largo de la carretera que le avisarían de que Vadim iba de
camino. Así que condujo solo, y cuando aparcó en la propiedad, una lluvia de balas recibió a su coche.
Stephen no perdía el tiempo. Venían de una sola dirección, así que salió a trompicones por el asiento del acompañante al oler la gasolina.
Se refugió en los árboles cercanos mientras su coche explotaba y echó un vistazo por encima del hombro. El hombre había salido de entre los
árboles para ver el fuego y con un solo disparo certero, dio en el blanco.
Cayó enseguida.
Miró de soslayo las llamas ignorando el dolor que recorría su brazo y se acercó al hombre muerto. Le quitó la radio y la encendió.
“Stephen, si me oyes, escucha atentamente. Tengo pruebas de que asesinaste a tu padre y si mi amigo no tiene noticias de Alana, las enviará a
la policía. Así que la vas a soltar sin un solo rasguño,” gruñó.
“Mientes,” respondió Stephen.
“¿Sí?” sonrió Vadim. “La noche que murió tu padre, le dijiste a la policía que una tal Susan Mackler podía confirmar tu coartada. Estuviste
toda la noche en su cama. Ella corroboró tu versión, solo que esa noche estuvo en la cama de otro hombre y tengo fotos que lo prueban. Cuando
fui a verla, se derrumbó y me dio la cinta que grabó donde se muestra cómo la chantajeas para que sea tu coartada.”
“Eso no prueba nada,” murmuró Stephen.
“No, pero es suficiente para que te arresten. Y una vez estés arrestado, lo perderás todo.”
“Deja de hablar,” gritó Stephen. “El trato es intercambiarte por ella. Ahora.”
“No pretendes que llegue tan lejos y ambos lo sabemos,” dijo Vadim mirando a su alrededor. Su teléfono se iluminó y leyó el mensaje de
texto. “¿Por qué no sueltas a Alana? Y cuando vea que está a salvo, entraré.”
“Ese no era el trato,” La radio dejó de sonar un momento y se oyó después la voz temblorosa de Alana.
“Vadim,” dijo débilmente.
Frunció el ceño. Joder. Parecía por la voz que Stephen ya le había pegado. Aunque sentía la rabia brotar en su interior, intentó mantener la
calma. Solo tenía que distraer a Stephen un rato más. “Alana, ¿te han hecho daño? ¿Qué te ha hecho?”
“Estoy bien. No lo escuches—” su voz se transformó en un grito.
“No la toques,” rugió Vadim. Volvió a mirar su teléfono, pero permanecía en silencio. ¿Por qué demonios tardaban tanto?
“Cuando hayas muerto, voy a atarla a mi cama y me aseguraré de… ¿Qué coño?” al oír la primera ráfaga de balas, Vadim tiró la radio al
suelo y echó a correr. Todo el que estuviera haciendo guardia fuera del almacén, habría entrado corriendo al oír los disparos, pero las cosas no
estaban saliendo como estaban previstas. Se supone que Alana tenía que salir del almacén antes de que entrara la policía. ¿Qué había salido
mal?
“¡Alana!” gritó al atravesar la puerta. Había cuerpos desparramados por el suelo, pero los ignoró. El humo de las granadas de aturdimiento
que había usado la policía se extendía por todas partes. “¡Alana!”
“¡Está aquí!”
Vadim siguió la voz de Danny a través del humo hasta que encontró al hombrecillo desatándola frenético. Estaba sangrando por el brazo y
la boca, pero no parecía tener heridas fatales. “¿Qué demonios ha ocurrido? ¡Se supone que debían esperar!”
“Estaba hablando con otra guardia por una línea privada,” dijo Danny a modo de disculpa. “No iba a soltarla y la policía estaba cada vez
más nerviosa. Así que me colé por la ventana y corté la luz. Ella se fue a una esquina para quitarse de en medio.”
“Creo que acabas de salvarme la vida,” dijo Alana en voz queda besándolo en la mejilla. Vadim gruñó, pero lo cierto es que él también
quería besar a Danny. “¿Han muerto todos? No veo bien, el humo me quema los ojos.”
Vadim la tomó entre sus brazos. “No quiero que lo veas,” le susurró, llevándola al exterior. No quería que presenciara esa clase de
violencia. La policía ya entraba en desbandada mientras la sacaba de allí.
“¡Necesitamos un paramédico!” gritó un agente corriendo hacia ella.
“Estoy bien,” susurró apoyando la cabeza en el pecho de Vadim. “Por favor, no me dejes. Solo quiero irme a casa.”
No estaba bien. Casi había muerto esa noche. Pero si no quería ir al hospital, no la obligaría. La llevó al coche de Danny e intercambió
unas palabras con el agente al mando. Cuando confirmó que Stephen había muerto, la llevó a casa. Una parte de él temía que fuera la última vez
que la veía.
Si no se marchaba antes de que su padre descubriera lo sucedido, nunca lo haría.
*
*
*
Apoyada en la encimera de la cocina, Alana contenía la respiración mientras Vadim le vendaba el brazo. Tenía mala cara y, al terminar, dio
un paso atrás. “Lo siento mucho,” dijo con voz ronca.
A Alana se le rompió el corazón al bajar la vista. “Me advertiste sobre él y no te escuché,” dijo al fin. “No es culpa tuya.”
“No fui honesto contigo y no tenías motivo para creer en mi palabra. Pero no es solo Stephen. Mi mundo entero es peligroso, Alana. Solo
por tocarte, te he arrastrado a él. Créeme cuando te digo que no es la vida que me hubiera gustado elegir, pero no tuve elección.”
Cuando habló, su voz era firme. “Podría decirte una y otra vez que siempre hay elección, pero supongo que no lo sabes hasta que lo has
vivido.”
“Al final, Stephen y yo no somos tan diferentes. Ambos queremos muertos a nuestros padres. Él se limitó a hacer lo que yo no pude,” dijo
Vadim dirigiéndose hacia la puerta.
“No,” dijo Alana con dureza. “No os parecéis en nada. Stephen eligió esta vida, y tú has elegido salir de ella. No es más que un monstruo y
tú eres…” no completó la frase. ¿Qué era? Pese a ser su jefe y su amante, sabía muy poco sobre él.
Él se detuvo. “¿Qué soy?” preguntó en voz queda.
“Eres capaz de mucho más,” dijo al fin.
Vadim la miró por encima de su hombro. “Esperaba que dijeras que soy un buen hombre. Pero supongo que no he hecho mucho por
ganarme ese título. Tenía la esperanza de que te marcharas conmigo y forjáramos una vida juntos. Pero tendrías que dejar atrás a tus amigos y a
tu familia. Sería peligroso y ya se ha demostrado que no puedo protegerte; al menos no de la forma en que me gustaría. Si te ocurriera algo, no
podría soportarlo y nunca podría pedirte que llevaras una vida así junto a mí. Pero necesito que sepas que te amo.” Le dirigió una débil sonrisa. “Y
no sabía que fuera posible.”
Iba a hablar, pero ya había cruzado la puerta. Mejor así. De todas formas, no hubiera sabido qué decir. No era como lo había imaginado,
pero eso no disminuía sus sentimientos por él. Al oír la puerta, cerró los ojos.
La dejaba y no tenía idea de lo que dejaba marchar.
Capítulo Trece
Tres días después, se encontró llamando a la puerta de su apartamento. Pasaron varios minutos hasta que salió otra vecina. “¿A quién
busca?”
“A mi jefe, el señor Volkov. Vive en la planta de arriba. Tenía que hablar con él sobre un asunto de trabajo,” dijo con calma.
La mujer frunció el ceño. “No sabía su nombre, pero lo vi cargando unas cajas en el coche ayer. Puede que se haya mudado.”
Alana se quedó de piedra. “¿Mudado?” acertó a decir. ¿Es que había llegado demasiado tarde? “Gracias, ” dijo apresuradamente
corriendo de vuelta a su coche. Se saltó casi todos los límites de seguridad en su camino al club y agradeció a su buena estrella no haberse
cruzado con ningún agente de tráfico en la carretera. Era temprano y el club no había abierto aún, pero al pulsar el timbre de la puerta trasera, se
abrió. Sintió renacer la esperanza en su corazón al correr hacia su oficina.
Pero encontró a Danny en su lugar. Le dirigió de inmediato una mirada de advertencia y Alana tragó saliva. Miró arriba, hacia la cámara.
Estaban siendo observados. “He venido a por mi última nómina,” dijo en voz baja.
“Señorita Jameson, sé que lo que experimentó la otra noche fue horrible, pero reconsidere mi oferta de empleo, por favor. Le prometemos
que un escolta la acompañará hasta su coche todas las noches,” dijo mientras abría el cajón y sacaba un sobre.
Alana hizo un gesto negativo con la cabeza. “No creo que pueda. Me asusté mucho,” murmuró.
Danny asintió. “Entiendo. Por favor, piénselo. Le daré unos días para ello antes de tramitar el papeleo. Mientras tanto, estamos renovando
nuestro sistema de seguridad y organizando reuniones sobre seguridad personal. Nos hemos puesto en contacto con la policía. Deme un minuto,”
murmuró mientras sacaba un cuaderno y una tarjeta de visita. “Este es el número del agente a cargo del caso. No puede avanzar mucho sin su
relato de los hechos.”
Confusa, Alana tomó el sobre y la nota doblada. ¿Para qué habría llamado Danny a la policía? “Gracias,” dijo rígida al darse la vuelta. No
fue capaz de asimilarlo hasta que estuvo fuera de la oficina. Vadim se había ido. Danny lo había dejado bien claro.
Arrugó la nota en su mano y al alzar la vista, vio a Danny mirándola por la ventana. Agitaba la cabeza con énfasis y ella se quedó
paralizada. Al momento, abrió la nota y la leyó.
Está en el West Side Hotel hasta mañana por la noche. 103. Y luego se irá para siempre.
No se molestó en alzar la vista y echó a correr una vez más. Al parecer, tendría que perseguir a su hombre por toda la ciudad.
Cuando aparcó al fin junto al sórdido hotel, la asaltaron las dudas. ¿Por qué se ocultaría Vadim en un sitio así?
Aun así, no dudó en llamar a la puerta de la 103. Al abrirla, Vadim la observó. A diferencia de lo habitual, llevaba la camisa abierta,
mostrando sus músculos y tatuajes. Los pantalones estaban arrugados y las ojeras de sus ojos eran patentes. “¿Alana?” dijo parpadeando con
voz ronca. Miró al pasillo en ambas direcciones, la agarró del brazo y la metió en la habitación. “¿Qué estás haciendo aquí?”
“Suele ser el hombre quien va detrás de la chica,” señaló. “He estado buscándote por toda la ciudad.”
Le temblaron los labios. “Alana, te dije que era peligroso. No deberías estar aquí.”
“¿Por qué ahora?” dijo mirando a su alrededor. “Has tenido años para irte. ¿Por qué ahora?”
“El club de Stephen es nuestra única competencia. Su muerte hará que mi padre venga para reevaluar el territorio. Tengo varios planes a
prueba de fallos en mi ruta de escape y uno de ellos es el propio club. Irá bien sin mí durante varios meses sin que nadie se dé cuenta, pero mi
padre terminará enterándose y saltarán las alarmas. Si voy a marcharme, he de hacerlo antes de que venga aquí,” explicó Vadim.
“¿Y no me esperas?” dijo llevándose las manos a las caderas. “¿Estás en este hotel cochambroso por gusto? Podrías estar ya de camino
a la otra punta del mundo.”
Suspiró. “Supongo que una parte de mí esperaba volver a verte. Pero como ya he dicho…”
“Sí, lo sé,” le interrumpió. “Es peligroso. No puedes protegerme. Tendría que dejar a todo el mundo. Blah, blah, blah. Son solo excusas para
huir de mí. Has hecho que me enamore de ti, Vadim Volkov, y ya es hora de que afrontes las consecuencias.”
“Alana…”
“Que te calles, joder,” gruñó. “No he terminado. Estaba tan aterrorizada al averiguar lo que no sabía de ti, que olvidé lo que sí sabía.
Siempre he confiado en mi instinto y no le voy a dar la espalda ahora. Te amo , Vadim. Creo que eres un buen hombre. Puede que no hayas
hecho cosas buenas en el pasado, pero podemos dejar todo eso atrás. Cuando salí de casa esta mañana, solo quería hablar contigo. Pero al
darme cuenta de que te habías ido, vi al fin la verdad. Si te vas, me voy contigo.”
Esperó, y al ver que no decía nada, le lanzó una mirada fulminante. “¿Y bien?”
“No sabía si ya tenía permiso para hablar,” dijo con sonrisa mordaz.
“Eres un incordi …” detuvo sus palabras al agacharse y besarla con pasión.
“Tienes que estar muy segura de que es lo que quieres, Alana,” dijo al soltarla. “Si lo hacemos, es para siempre. Para toda la vida. Y sin
mirar atrás.”
“No tengo familia a la que regresar,” susurró. “Y Tanya lo entendería. Mi único arrepentimiento sería no irme contigo.”
Él sonrió. “Te amo, Alana. No puedo imaginar la vida sin ti.”
En su abrazo, volvía a estar completa. Sabía que no sería fácil. Había tanto de él aún por conocer y tendría que renunciar a su vida entera.
Era como si todo lo que había hecho la hubiera conducido a aquel momento. No tenía mucho a lo que renunciar y tal vez fuera porque estaba
destinada a ello.
“Ya no tienes que hacerlo,” dijo acercándose a él y juntando los labios a los suyos. Todo el mundo tenía elecciones que hacer y él era suyo
para siempre.
Mañana escaparían, pero esa noche podían hacer lo que quisieran. Y ella lo deseaba. Con el mismo pensamiento en mente, Vadim la
tomó en brazos y la llevó hasta la cama. Los muelles crujieron al caer sobre el colchón y lo observó mientras se despojaba de la ropa. Sus ojos
ardían de deseo al mirarla y Alana se quitó enseguida la camisa y los pantalones. Unas bragas blancas y un sujetador a juego eran su único
atuendo y sintió un escalofrío bajo la intensidad de su mirada. Esa noche no había cabida para la lujuria. Ni para la dominación. Ni para el miedo
o la simpatía.
Esa noche se mostraban vulnerables y eso hacía que todo fuera diferente. Al ver cómo se deslizaba por la cama, Alana sintió un escalofrío
de deseo. “Quiero amar cada centímetro de tu piel,” murmuró. Con cada palabra, su acento ruso se volvía más marcado. Rozó con sus labios los
tobillos de ella y empezó a subir lentamente por la cara interna de su pierna. “Tienes una piel tan suave y sedosa.”
Alana se estremeció y se echó hacia atrás, perdida en las sensaciones que incitaba su lengua en su cuerpo. “Nadie me hace sentir así,”
dijo con dulzura. “Nadie.”
Sopló con suavidad sobre sus bragas empapadas y se desplazó a la otra pierna. “Vadim,” protestó, pero él se limitó a reír.
“Cada centímetro,” le recordó. Alana se retorció bajo su cuerpo y él le dio un manotazo en el pubis. Le dolió un poco, pero al mismo tiempo
le produjo sensaciones increíbles y jadeó. “No te muevas, amor mío,” dijo con una sonrisa pícara.
“Dios,” gimió. Sus palabras le hicieron recordar la primera vez que la había poseído. Entonces se preguntaba qué clase de mujer dejaría
que un hombre la controlara tan fácilmente. Ahora lo sabía. Una mujer enamorada.
Pero no podía quedarse quieta, y cuando dio otro manotazo a sus zonas más sensibles, gimió y apretó sus piernas alrededor de su
cabeza. “Deja de jugar,” susurró. Rió y apartó a un lado sus bragas, deslizando la lengua por los labios de su vagina. “Joder,” gimió ella.
“¿Es esto lo que quieres?” preguntó con diversión en la voz mientras le introducía un dedo. Ella movió las caderas para que la penetrara en
mayor profundidad y asintió. Cuando se empapó el dedo con su flujo, lo sacó y se lo mostró. “¿Quieres saber a qué sabes?”
Curiosa, alzó la cabeza y se metió el dedo en la boca. Él gimió al notar cómo lo chupaba fuerte y sonrió. “¿Te gusta mi sabor?” preguntó
tímida.
“Sí, es adictivo,” susurró mientras deslizaba un dedo por la parte exterior del sujetador. Arqueó la espalda y él se movió hasta colocarse a
su lado, pero al mismo tiempo debajo ella. “Toda tú me crea ad icción. Desde tu sabor a tus sonidos. Oigo tus gemidos de placer en mi mente a
todas horas y me distrae mucho.”
“Pues ahora no tienes por qué imaginarlo,” gimió al sentir sus dedos deslizarse bajo su sujetador y trazar la línea de su pezón. Se
endureció con su tacto y Alana echó la cabeza hacia atrás contra su pecho. “Siempre que quieras, soy tuya.”
“¿Siempre?” preguntó acariciando con la nariz su cuello.
Alana se abrió más de piernas y apoyó una de ellas sobre su cadera. Su erección rozaba el espacio entre sus piernas. “Siempre,” repitió.
“¿Y qué me dices del sitio? ¿Puedo poseerte en cualquier lugar que desee?” preguntó con voz ronca al acercarse entre sus piernas para
acariciarla.
“¿Qué sitios tienes en mente? ” Se deslizó en su coño, y Alana se mordió el labio. Cada terminación nerviosa de su cuerpo ansiaba
alcanzar el clímax, pero los juegos y caricias interrumpidas resultaban tan eróticos.
“La ducha. Quiero ver las gotas de agua resbalando por tus pezones,” susurró.
Gimió al penetrarla lentamente. Los dos podían jugar a ese juego. “Me encantaría chupártela en la ducha.”
Riendo con voz ronca, se movió hasta meter solo la punta mientras ella continuaba recorriendo con su dedo la base de su miembro. Él se
retorció y, al poco, las uñas reemplazaron a las yemas de los dedos.
“¿El coche?”
“¿Dónde la gente pueda vernos?” preguntó escandalizada.
“Pueden vernos, pero no pueden poseerte,” bromeó. La penetró un poco más y ella apretó los dientes. Vadim resistía, pero ella era tan
fuerte como él.
“Me gustaría hacerlo contigo sentada a horcajadas en el asiento de atrás. O en el de delante.” Gimió al imaginarlo con claridad y le apretó
con fuerza los pezones. El fuego se extendió por su vientre, pero era un juego y estaba determinada a ganar.
“Estoy dispuesta a probar todo lo que quieras. Atada. De pie. En cada superficie de cada hotel en el que estemos. En la piscina. En el
balcón. Siempre estoy húmeda, Vadim. Mi cuerpo es tuyo.”
“Joder,” susurró él sacándola de repente. Alana rió cuando le dio la vuelta y le arrancó las bragas por la pierna. Al empujarle las rodillas
hacia arriba y penetrarla, ella se inclinó hacia adelante para darle un beso húmedo y caliente.
“Gano yo,” dijo con una sonrisa.
Él rio con voz ronca y empezó a embestirla con fuerza. Alana le rodeó la cintura con las piernas y lo obligó a detenerse. “No es solo mi
cuerpo, Vadim. Mi alma y mi corazón son tuyos. Para siempre.”
Su expresión se suavizó mientras ella le acariciaba la barbilla. Sus movimientos se volvieron más lentos y Alana gimió al sentir las
reacciones en su cuerpo debido al cambio de ritmo. El fuego se extendió lentamente, ardiendo despacio y empezó a consumir cada centímetro
de su cuerpo. Sus gemidos de placer resonaron en las paredes. “Ahí,” susurró. “Me gusta cuando rozas ese punto justo ahí.”
“¿Este punto?” movió sus caderas en círculo y Alana hundió sus uñas en su piel. Cuando lo hizo una vez más, gritó y lo atrajo hacia sí.
“Ya casi estoy. Por favor,” gimió. “Por favor.”
“Gano yo,” rio y empezó a moverse algo más rápido. Cuando lo único que se oía en la habitación eran sus gemidos de placer, la llevó al fin
al clímax.
Pero no estaba sola. Al derramar su semilla en su interior, Alana supo que, a pesar de las bromas y juegos, lo suyo era para siempre. Y
solo esperaba ser lo bastante fuerte para afrontar el camino.
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Todos los derechos reservados. Copyright 2016 Bella Rose, Leona Lee
Capítulo Uno
Ya hacía rato que el sol se había puesto y la oscuridad ocultaba el rastro de los desalmados. Aleksandr Evanoff se encontraba acompañado por
Misha y Sasha, segundo y tercero, respectivamente, en la cadena de mando. Apoyado en su coche, Alek observaba la casa frente de él. No
sentía lástima ni remordimientos por lo que estaba a punto de hacer, pero se preguntaba por qué un hombre que apenas se podía permitir la
chabola que tenía delante, continuaba apostando miles de dólares.
-¿Jefe?- llamó Sasha. -¿Cómo quieres hacerlo?
Alek cuadró los hombros. -Petr ya ha tenido suficientes avisos y prórrogas. No nos vamos a ir con las manos vacías- dijo. Ladeó la cabeza
y sonrió. -Además, se lo debo al viejo.
Misha y Sasha desenfundaron sus armas y echaron a andar. Alek los siguió con paso calmado. Los dos hombres tiraron la puerta abajo de
una patada y alzaron sus armas. -¡Al suelo! ¡Todo el mundo al suelo!- gritaron, entrando en el salón. El único ocupante de la casa, Petr Primac, de
50 años, lanzó un grito y se arrojó al suelo con las manos en alto.
-Dios mío, Alek- suplicó. -Por favor. Por favor.
Alek alzó una mano y sus dos acompañantes dieron un paso atrás. -Ha pasado mucho tiempo, Petr. Te he echado de menos.
-Si es por el dinero…
-Claro que es por el dinero. ¿Por qué otra cosa iba a ser?- se burló. Petr permaneció callado y Alek intentó contener su rabia. -He tenido
mucha paciencia contigo, y sabes que no soy un hombre paciente. Tienes suerte de que hayamos tardado tanto. Te dejaremos en paz si nos
pagas el 20%- dijo con frialdad.
Petr comenzó a temblar y abrió los ojos de par en par. -Por favor, no me mates. No tengo el veinte por ciento. Pero tengo un par de cosas
en marcha. Por favor. ¡Dame más tiempo!
-Dispárale en la pierna- ordenó Alek, con calma. El disparó le perforó los oídos y el anciano gritó y se agarró la pierna. La sangre comenzó
a formar un charco en el suelo. -Tranquilízate, Petr. No se puede cobrar de un muerto, por lo que seguirás respirando cuando nos hayamos ido.
Pero no me gustaría que te gastes miles de dólares en facturas médicas mientras me debes dinero. Te vuelvo a pedir el 20 por ciento.
El hombre gimió y se meció en el suelo. Las lágrimas le caían por el rostro. -Por favor. Por favor. Te daré todo lo que tengo. Por favor.
-¿Es el veinte por ciento?- preguntó Alek, mirando a su alrededor. La estancia era un desastre, llena de muebles rotos y sucios. No pudo
ver ni un solo objeto que valiese una fracción de lo que le debía.
-Algo valdrá- sollozó Petr. -Por favor.
Alek hizo un gesto con la cabeza y Misha colocó de inmediato el tacón de su bota sobre la herida del viejo, ejerciendo presión. Petr se
derrumbó contra una mesa. Sus aullidos podrían erizar el vello de los brazos de cualquiera, pero Alek estaba acostumbrado a los gritos. Para él,
aquello no era nada.
No disfrutaba haciendo daño. Cuando era más joven, su entusiasmo y ambición consiguieron que ascendiera rápidamente por los
distintos rangos de la mafia, pero ahora que era el jefe, se aburría hasta el punto de la apatía. Ya nada le perturbaba. No sentía miedo. No se
estresaba. No se emocionaba ni se afligía. Ni siquiera se enfadaba.
Pero con Petr era distinto. Él y el viejo tenían un pasado común, y Alek mentiría si dijera que no disfrutaba viendo aquel hombre llorar en el
suelo.
Alek sólo tenía treinta y cinco años, pero ya se había manchado las manos de sangre muchas veces. Y, aunque se moría de ganas de
acabar con la vida de Petr, había en juego algo mucho más importante. -Jefe, no creo que tenga el dinero- dijo Misha. De los dos hermanos,
Misha era el menos sanguinario. Creía en otros métodos de recolectar deudas, y su inteligencia fue el motivo por el que Alek lo eligió como
segundo al mando. Pero cuando necesitaba que Misha fuera una bestia, éste no vacilaba.
Sasha, por otro lado, ni se inmutaba con la violencia. De hecho, siempre se ofrecía como voluntario para los trabajos más atroces, y los
desempeñaba con una sonrisa. Alek se preguntaba a menudo si el hermano menor no era demasiado violento, pero nunca se rebelaba contra
sus órdenes y, en ese tipo de negocios, la lealtad era crucial.
-Supongo que tienes razón, pero no nos vamos a ir con las manos vacías. El Sr. Primac nos va a dar algo, o le espera una larga nochedijo Alek, mirando a Sasha. El hermano menor dio un paso adelante, se inclinó sobre Petr y le retorció el brazo por detrás de la espalda. Se
escuchó un espeluznante chasquido y un agudo alarido.
-¡Parad! ¿Qué está pasando aquí?
Alek se dio la vuelta para encararse con el intruso y vio a una hermosa mujer con una expresión de terror en el rostro. Sus largos y sedosos
mechones de cabello oscuro enmarcaban su pálida tez, y sus carnosos labios estaban entreabiertos mientras contemplaba la escena. Había
pánico y rebeldía en sus ojos color avellana.
-Vete- logró decir Petr. -Quédate con una amiga. No pasa nada. Estoy bien.
Valientes palabras para un hombre retorciéndose de dolor. No le dijo que llamara a la policía, lo que significaba que la estaba protegiendo.
Y si la estaba protegiendo, debía ser alguien importante.
-¿Quién eres?- preguntó Alek con voz calmada.
La joven abrió la boca, pero Petr la interrumpió -¡No le contestes!- Sasha le retorció más el brazo, y el hombre aulló.
-Voy a llamar a la policía- dijo la joven, dando un paso atrás.
-Si lo haces, estará muerto antes de que finalices la llamada- amenazó Alek con tranquilidad.
-No- gimió Petr.
Alek miró a aquella hermosa mujer -Entra. Ven.
A ella le temblaban las manos, pero se movía con decisión. Miedo, valentía y desafío en un delicioso paquete. Alek sintió una extraña
sensación. -Te propongo un trato, querida. Por cada pregunta que contestes, mis hombres relajaran la presión sobre Petr.
Ella asintió y Petr comenzó a llorar calladamente. Alek lo ignoró. -¿Cómo te llamas?
-Natalia.
Alek hizo un gesto a Misha, que aflojó la presión sobre la herida de la pierna. -¿Cuántos años tienes, Natalia?
-Veinticuatro.
Se escuchó un suspiro de alivio cuando Sasha relajó un poco su agarre sobre el brazo de Petr. -Y ¿qué relación tienes con Petr Primac?
-Es mi padre- respondió ella.
-Mentira. Petr Primac no tiene familia-. Sasha, dispárale en la otra pierna.
-¡No! ¡Espera!- gritó Natalia. Alek alzó la mano para detener a Sasha. -Es verdad. Es mi padre, pero no aparece en mi certificado de
nacimiento porque mi madre nunca se lo dijo. Yo me enteré hace unos años. No vivo aquí. Sólo vengo a visitarle de vez en cuando.
-Interesante. ¿Y tu madre?
Sus labios temblaron. -Falleció.
-Ya veo. Tu madre murió y viniste en busca de tu padre. Seguro que te sentiste decepcionada cuando conociste a Petr, pero eso ahora no
viene a cuento. Caballeros, soltad a Petr, por favor. Quiero recompensarle por habernos ocultado información tan bien. Enhorabuena, amigo.
-¿No estás cabreado?- preguntó Sasha con una mirada siniestra.
-¿Con vosotros dos por no conseguirme toda la información? Sí, estoy furioso- dijo Alek con calma. -Pero ese no es el tema que estamos
tratando ahora, ¿verdad?
Petr gruñó al intentar levantar la cabeza para mirarlos. Natalia corrió al lado de su padre y se despojó del jersey. Mientras vendaba la
herida de Petr y le ayudaba a adoptar una postura más cómoda, Alek no pudo evitar admirar sus hombros desnudos y la tentadora curva de su
cuello. La camisola de encaje negro que llevaba no era tan corta como a Alek le hubiese gustado.
-Si te debe dinero, yo puedo ayudarle a pagar- informó Natalia. -Pero si además tiene que pagar al hospital, nunca podrá saldar su deuda
contigo- espetó.
-No te metas- siseó Petr, y miró a Alek. -Natalia no tiene nada que ver con esto.
-Al contrario, no solamente ha sido testigo de nuestros actos de barbarie, sino que además estoy permitiendo que te consuele en un
momento de adversidad. Me temo que tiene mucho que ver con esto-. Una sonrisa se extendió lentamente por su rostro, y tomó una decisión. -De
hecho, estoy dispuesto a perdonarte la deuda por completo.
Petr abrió la boca, asombrado. -¿En serio? ¿Qué... qué tengo que hacer?
-Me temo que no depende de ti, Petr-. Hizo un movimiento hacia la mujer. -Ella decide.
El rostro del viejo reflejó terror. -No. Sea lo que sea, no. No voy a involucrarla.
-¿Qué quieres?- preguntó Natalia con voz gélida.
-Compañía- contestó Alek. Sus ojos se fijaron en el hueco de su garganta cuando se le aceleró el pulso. –Vivirás bajo mi techo y cumplirás
mis órdenes durante un año, y perdonaré a tu padre los cientos de miles de dólares que me debe.
-No- sollozó Petr.
-Es una mujer adulta. Puede tomar sus propias decisiones- dijo Alek, mirándola.
-Si digo que no, supongo que seguirás disparándole hasta que te pague- murmuró ella.
-Así es como suelo conseguir mi dinero- explicó, con tono suave.
Natalia entrecerró los ojos. -¿Sueles cobrar deudas a base de personas, o soy un caso especial?
Alek lanzó una risotada. -No hay razón para ponerse celosa, querida. Prometo prestarte mucha atención-. Sus ojos se agrandaron y sonrió.
-Oh, ¿no me he explicado bien? Vamos a compartir cama.
Natalia tomó aire, y Alek notó cómo se estremecía de excitación. ¿Por qué otra razón respiraría de esa forma?
-Quiero por escrito que en el momento en que entre en tu casa las deudas de mi padre serán perdonadas en su totalidad, y que no
volverás a hacerle daño. Y que en doce meses exactamente me dejarás ir y nunca te pondrás en contacto conmigo ni te acercarás a mí.
-No, Natalia, por favor, no- suplicó Petr cerrando los ojos y desplomándose sobre el suelo.
-Si dejas en paz a mi familia, lo haré- dijo ella con firmeza. Se inclinó sobre su padre y le tomó el pulso. -Necesita ir a un hospital. Ayúdame
a llevarlo al coche.
Alek hizo un gesto a Misha y Sasha y estos levantaron al hombre y lo sacaron de la casa. Natalia se dispuso a seguirles, pero Alek la
agarró del brazo.
-Te doy dos semanas para ocuparte de tu padre y de arreglar tus cosas- le dijo con un tono de voz suave. -No vas a poder trabajar, así que
despídete de tu puesto. Y no traigas ropa. Te pondrás lo que yo te dé.
Ella sacudió la cabeza. -Tengo que trabajar. Tengo que pagar facturas.
-Yo me encargo de tus facturas- le dijo. -Si me complaces.
Sus labios se entreabrieron y sintió la repentina necesidad de inclinarse hacia ella y saborearla. Hizo un esfuerzo sobrehumano para no
abalanzarse sobre ella y tomarla allí mismo. No había reaccionado de aquella forma ante una mujer desde su adolescencia.
-En dos semanas enviaré un coche a recogerte. Durante ese tiempo, tanto tú como tu padre vais a estar vigilados muy de cerca. Si
cualquiera de los dos intenta huir o ponerse en contacto con la policía, os mato a ambos. ¿Entendido?
Ella levantó la barbilla. -Yo siempre cumplo mi palabra. Asegúrate de cumplir la tuya- le espetó, liberándose de su mano y apresurándose a
llevar a su padre al hospital.
-Síguelos- ordenó Alek, y Sasha asintió y fue tras ellos.
-¿Jefe? ¿Qué demonios es esto?- preguntó Misha. -¿Te das cuenta de que incluso con un contrato sigue siendo ilegal?
-Nunca me ha importado la legalidad- dijo Alek con un encogimiento de hombros. -No quiero que habléis de este trato. Tú y tu hermano no
diréis una palabra a nadie. Lo último que me falta es que la gente empiece a ofrecerme a sus hijas a cambio de dinero.
-¿Crees que alguien haría eso?
-Creo que algunas de las personas que nos deben dinero harían cualquier cosa para mantenernos alejados- dijo Alek. -Llama a otro
coche. Tengo que ver a mi abogado.
Capítulo Dos
Natalia dejó el hospital en estado de shock. Una vez que su padre recibió los cuidados necesarios, no podía creerse lo que había hecho. Había
accedido a ser el juguete de un capo de la mafia durante todo un año. ¿En qué demonios estaba pensando?
La deuda de su padre iba a ser perdonada y él iba a estar seguro. Eso era lo más importante. Tras el fallecimiento de su madre, era la
única familia que le quedaba y, después de haberse presentado en su casa con pruebas de su identidad, él había hecho todo lo posible por ser
un buen padre. Se había encargado de pagarle la universidad, aunque ella le rogó que no lo hiciera. Le había comprado un coche. Le había
conseguido trabajo. Y ahora no podía evitar sentirse responsable de él. Tendría que haber sabido que no tenía dinero. Que había estado
apostando.
Natalia casi se arrepintió de haber acudido a él. No quería ni necesitaba dinero. Sólo quería una familia. Pero estaba claro que él se sentía
culpable por no haber hecho nada por ella, y había intentado compensarla con dinero. ¿Cuánto tiempo le había hostigado Alek? ¿Cuánto daño le
había hecho?
Dos semanas. Dos semanas para arreglar sus asuntos y ser la puta de Alek Evanoff. Se le contrajo el pecho y dio un traspié. -¿Qué he
hecho?- murmuró para sí misma.
Le sonó el móvil y lo sacó del bolsillo. Alguien le había enviado un mensaje de texto desde un número desconocido: Tranquilízate. Si
sigues teniendo ataques de ansiedad, no nos vamos a divertir.
Alarmada, levantó la vista y echó una mirada a su alrededor. Alek había conseguido su número y ahora la estaba acechando. Increíble.
Enfadada, le contestó: Tengo dos semanas de libertad. Déjame en paz.
Estuvo a punto de arrojar el móvil a una papelera, pero volvió a sonar: Mañana por la tarde iré a tu casa para que firmes el contrato. Si no
estás allí, te iré a buscar al trabajo.
Apretando los dientes, se guardó el móvil en el bolsillo. No había necesidad de responder. Si la estaba vigilando, sabría que había leído el
mensaje. Le tranquilizaba que hubiese accedido a hacerle un contrato. Nunca se sostendría en un juicio, pero sería la prueba con la que, si algo le
pasaba a ella o a su padre, se encargaría de que todos supiesen qué clase de hombre era Alek. Aunque, tras una búsqueda rápida en su móvil,
se dio cuenta de que todo el mundo conocía a Alek. Había sido acusado de varios delitos y fue exonerado de todos ellos. Estaba claro que tenía
a la policía en el bolsillo, cosa que no era un buen augurio para ella.
Al día siguiente, renunció a su puesto de trabajo. Su supervisor ni siquiera se inmutó. El personal de aquella oficina cambiaba tan a
menudo que dudaba que su jefe conociese su nombre. Aunque había protestado por tener que dejar el trabajo, en realidad sentía cierta
satisfacción al hacerlo. No le gustaba trabajar allí.
No tenía amigos de quien despedirse. Cuando le comunicó a su casero que iba a estar fuera un año, él señaló de inmediato que con ello
se rescindiría el contrato. Sus hombros se desplomaron. Tenía razón. Debía ocupar el piso al menos una semana al mes para mantener el
contrato. Durante los dos últimos años, había estado intentado que se fuera porque tenía un acuerdo de alquiler controlado, y podría cobrar más a
otra persona.
Poco a poco, su vida se desmoronaba, y se dio cuenta de que no tenía nada a lo que aferrarse.
Pero eso no hizo que fuera más fácil ver a Alek en el umbral. Huesos, su gato, se escondió debajo del sofá. -Acabemos con esto cuanto
antes- murmuró, dando un paso atrás para dejarle pasar. Tenía miedo. No podía ignorar el martilleo de su corazón, pero eso no significaba que
debiese mostrarlo.
-¿Aquí vives?- preguntó, entrando.
-Yo no hago millones a costa de los pobres, de modo que sí,- espetó ella -vivo aquí. Excepto que ya no es mi casa porque he rescindido el
contrato para vivir en otro sitio durante un año.
Él la miró sorprendido, y ella suspiró. -Dame el contrato. Tú espera aquí mientras lo leo.
-Tu situación domiciliaria no es mi problema- le dijo él con brusquedad.
Ella le miró. Por supuesto que no era su problema. A él no le importaba nadie. Era un hombre violento y cruel. Miró brevemente por la
ventana mientras pensaba en todo aquello. -Veo que no has traído a tus matones. Supongo que no soy una amenaza para ti- murmuró,
sentándose en el sofá para leer el documento.
Alek se sentó junto a ella, tan cerca, que sus muslos casi se tocaron. -Querida, creo que no te das cuenta de lo peligrosa que eres-. Alzó
una mano y le colocó un mechón de su cabello detrás de la oreja, y ella hizo un esfuerzo para no inclinar la cabeza hacia su mano.
-Pero yo lo soy más. No lo olvides- le susurró, rozándole la oreja con los labios.
A Natalia la recorrió un escalofrío, pero no era miedo. Era deseo. Odiándose a sí misma, se levantó de un salto y lo miró fijamente. -Tengo
entendido que se me garantizan dos semanas de libertad. Hasta entonces, no te acerques a mí-. Con el contrato en la mano, se dirigió a la cocina
y se sentó a la mesa. Aunque él la siguió, se apoyó en el marco de la puerta para darle espacio. La distancia no ayudó a apaciguar su libido y
empezó a moverse nerviosamente. ¿Qué demonios le pasaba? Aquel hombre casi mata a su padre, y allí estaba ella, respondiendo a su
contacto.
Obligándose a imaginar que no estaba allí destrozando toda su lógica, echó un vistazo al contrato. Era bastante claro, pero había un par de
cosas que no le gustaban. -¿Me puedes explicar qué tipo de trabajos esperas que haga? Me niego a herir o amenazar a nadie.
-Trabajo de oficina- dijo él, con una sonrisa complacida. -Archivar. Contestar los teléfonos.
-Estupendo. Ya puedo añadir “secretaria de un capo de la mafia” a mi currículum- bromeó, con un suspiro, y siguió ojeando el contrato. Quiero que prohíbas la entrada a mi padre en tus casinos- le informó, levantando la mirada.
-Ya la tiene prohibida.
-Muy bien. El gato se viene conmigo.
Él frunció el ceño, como si fuera a protestar, pero se encogió de hombros y asintió con la cabeza. Por lo menos tendría algo que la
reconfortara.
Tragó saliva y se frotó las manos. -Estoy tomando anticonceptivos, y no los voy a dejar.
Natalia dio un respingo cuando Alek echó la cabeza hacia atrás y profirió una risotada. -Oh, querida. Hacía tiempo que no me reía tanto.
No soy un hombre de familia. No temas ningún tipo de atadura por mi parte.
-De acuerdo-. Cogió un bolígrafo y colocó su mano sobre el papel. Cerrando los ojos, se recordó a sí misma que sólo sería por un año. Un
año como juguete de aquel hombre. Un año implicada con la mafia.
Un año y su padre sería libre.
Con un gesto de determinación, firmó el documento. Respiró profundamente y le pasó el contrato. Él se acercó y se inclinó para presionar
los labios sobre su cabello. Natalia sintió como se tensaba, pero no se apartó. El beso duró sólo un momento, antes de que él le quitara el
bolígrafo de la mano. Tras firmar, arrancó la primera hoja del contrato y le entregó la copia inferior. -Será un placer hacer negocios contigo- dijo
con delicadeza, antes de alejarse.
Natalia ni siquiera se dio la vuelta. Escuchó cómo se iba, pero no se levantó para cerrar la puerta con llave. ¿Para qué? Nadie peor que
Alek iba a aparecer por allí, y le daba la impresión de que protegería su premio.
Ya estaba hecho. Y no podía cambiarlo.
Cuando Huesos salió de su escondite y se restregó en sus tobillos, Natalia cogió al gato negro y enterró el rostro en su pelaje. Todo su ser
quería romper a llorar, pero se contuvo. Llorar no iba solucionar nada. Era más fuerte que eso.
Además, podría ser que algo bueno saliese de todo aquello. Tendría todo un año para planear cómo destruir a Alek.
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