EL DECATLÓN RIOJANO Ediciones SAL

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“GRANO DE CAFÉ DE PLATA” 1999 AL MEJOR AUTOR RIOJANO
(«VII Premio «Café Breton-Pacharán La Navarra»)
EL DECATLÓN RIOJANO
(Una expansión sobre el lado oscuro de la riojanidad)
FERNANDO SÁEZ ALDANA
Ediciones SAL
2000
Fernando Sáez Aldana
A Finita Aldana, mi madre, que hubiera
disfrutado de lo lindo con estas ocurrencias
(aunque fingiese lo contrario)
El decatlón riojano
1
Fernando Sáez Aldana
Índice de capítulos
Pág.
INTRODUCCIÓN…….………………………………………
3
LANZAMIENTO DE GARGAJO……………………………
7
SALTO DE SEMÁFORO…………………………………….
12
LEVANTAMIENTO DE VIDRIO……………………………
16
ARRASTRE DE PIMIENTOS……………………………….
21
4 X 100 DECIBELIOS……………….………………………
25
TRIPLE TACO……………………………………………….
30
MIL METROS CHANDAL………………………………….
34
MARCHA…………………………………………………….
38
CHUPINAZO…………………………………………………
42
MUSÍN………………………………………………………..
46
EPÍLOGO……………………………………………………..
51
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El decatlón riojano
2
Fernando Sáez Aldana
INTRODUCCIÓN
La particular idiosincrasia de algunos pueblos ha moldeado
ciertos tópicos en torno a supuestos modos de ser comunes a la
mayoría de sus habitantes. Así, suele aceptarse que los escoceses son
tacaños, los italianos mujeriegos, los portugueses melancólicos, los
suizos metódicos, los franceses chauvinistas, etc. ¿Y los españoles?
Parece que los demás países de nuestro famoso entorno también
tienen acuñado su cliché sobre las características que definirían el
carácter hispano: fogoso, temperamental, vividor y amante del
jolgorio… Sin embargo, la vieja España es a su vez una especie de
Europa condensada, un mosaico de pueblos tan diferentes que no
admiten idénticos calificativos. En el viejo solar patrio, en efecto, hay
de todo. Tenemos provincias, regiones y hasta nacionalidades
enteras cuyos habitantes arrastran su particular sambenito: tacaños
(los sorianos), emprendedores (los catalanes), tozudos (los
aragoneses), perezosos (los canarios), jaraneros (los andaluces),
laboriosos (los vascos), cerrados (los asturianos), etc. ¿Y los
riojanos? Pues, naturalmente, también existe un retrato prototípico
del riojano colgado en la galería de tópicos nacionales, según el cual
los habitantes de esta bendita tierra somos hospitalarios, alegres,
generosos, amantes del buen yantar y, por supuestísimo, del mejor
beber. Estas características subraciales del riojano se consagraron en
el primer folleto de Información y Turismo y se consolidaron en los
rancios pregones de la Fiesta de la Vendimia, cuando era presidida
por una reina de la buena sociedad logroñesa elevada al trono por el
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procedimiento de libre designación (y no como ahora, por una
parejita de vendimiadores mayores democráticamente elegida). Sin
embargo, algo de cierto habrá en la ristra de epítetos grabados para
siempre en el marchamo de la riojanidad cuando tras el
desmantelamiento de la Oprobiosa sobrevivió a la Transición y
persiste, casi intacta, en el posmoderno panel informático de la
Oficina de Información instalada en la Concha del Espolón.
Asumiendo, pues, que el riojano de 1999 continúa gozando de
la misma virtuosa cualificación temperamental que sus abuelos
(simpatía, hospitalidad, desprendimiento, enología, etc.), no es
menos cierto que lo riojano tiene también su lado oscuro. Buena parte
de los doscientos sesenta y pico mil pobladores de la menor
comunidad autónoma española solemos hacer gala de ciertas
costumbres, comportamientos y aficiones impropias de una sociedad
plenamente alfabetizada, industrializada y con un elevado nivel de
renta per boinam. Si por cultura seguimos entendiendo el conjunto de
usos y costumbres de un pueblo, valdrá más negar la existencia de
una cultura riojana que admitirla caracterizada por tradiciones tales
como el chupinazo, el chiquiteo o el asado de pimientos, festejos
tales como el encierro o la degustación callejera, hábitos tales como
escupir sobre la acera, la verbena de barrio o la blasfemia y
comportamientos tales como el paso del semáforo en rojo, la
micción colectiva en plena zona o el vermú dominical en chándal y
riñonera.
Volviendo a los tópicos sobre pretendidas idiosincrasias
nacionalistas, es frecuente intentar definirlas utilizando un símil
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deportivo, según el cual el “deporte” nacional alemán, por ejemplo,
consistiría en beber cerveza, el italiano en comer pasta, el español en
dormir la siesta… Como se ve, aludiendo siempre a elevadas
inclinaciones del espíritu. Ya en la vieja piel de toro, el catálogo
deportivo del Estado De Las Autonomías es, cómo no, tan variada
como sublime: la queimada, la fabada, el txiquiteo, la suelta de vaca,
la paella, las sevillanas, la petardada… La siguiente pregunta es
obligada: ¿cuál es, si es que hay alguno, el deporte riojano por
excelencia? Difícil respuesta. No por que no exista (tenemos cosas
muchísimo más difíciles de lograr, como un Gobierno, un
Parlamento y hasta una bandera), sino porque hay tantos que resulta
complicado decidirse por uno sólo de ellos. Tantos, que para aplicar
la metáfora deportiva a la esencia del riojanismo sería preciso recurrir
a una modalidad de actividad física multidisciplinaria, como es la
prueba combinada de atletismo denominada decatlón: nada menos
que diez deportes en uno solo. Y aunque, aún así, quedarán fuera
otros deportes típicamente riojanos, esta argucia atlética (en el
auténtico decatlón el mismo atleta participa en las diez pruebas)
permite abordar la realidad social riojana de finales de este siglo, tan
asombrosamente parecida a la de los principios del mismo, en toda
su complejidad.
Así pues, lo que sigue es una visión antropológica todo a 100 de
nuestra sociedad finisecular a través de su deporte favorito: el
decatlón riojano. Pero, antes de comenzar el paseo por nuestro
estadio autonómico, aclaremos algo. Dado que buena parte de las
disciplinas que componen el decatlón se practican preferentemente
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Fernando Sáez Aldana
en medio urbano y, dado que en esta Comunidad lo más parecido a
una ciudad que tenemos es Logroño, en las páginas que siguen se
hace extensivo el comportamiento logroñés al resto de la provincia.
Que nadie se moleste por ello, pues en Logroño todos procedemos
de algún pueblo de la región. O lo que es lo mismo, ¿qué riojano
periférico no hace de las suyas en la capital de vez en cuando? No
solo no hay dos variedades de decatlón riojano, rural y urbano, sino
una sola, válida para todos los habitantes de esta tierra que aclara,
probablemente como ninguna otra en el planeta, qué es eso de la
aldea global.
Finalmente, una advertencia. En las páginas siguientes las
referencias a la Rioja se harán de esta manera, con el artículo en
minúscula. La razón es que el ámbito social y geográfico de lo riojano
rebasa los límites de la hoy Comunidad Autónoma de La Rioja, ayer
provincia de Logroño (y antes ni eso) y mañana ya dirán. Mal que les
pese a algunos.
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LANZAMIENTO DE GARGAJO
Una muestra de lo poco que efectivamente hemos cambiado en
los últimos cien años es la descripción que Doña Emilia Pardo Bazán,
en pleno siglo XIX, hizo en una de sus novelas de cierto suelo
"sembrado de gargajos y colillas". A punto de entrar en el XXI, estas
dos muestras de guarrería urbana, junto con papeles, envoltorios,
cáscaras y cagarrutas de perro (algunas auténticos zurullos),
constituyen la repugnante siembra que el riojano nunca acostumbrado
ha de ir sorteando entre náuseas cuando se aventura a deambular por
cualquiera de las calles de la capital o de cualquier otra localidad de la
comunidad autónoma uniprovincial. Entre este muestrario de
guarrería urbana, el lapo se destaca como la más inmunda y repulsiva
expresión de conducta incívica que puede observarse en nuestros días,
una vez erradicada la espantosa costumbre de mocarse sin más
medios que los dedos propios, con caída libre del velamen al borde de
la acera, y dado que a nadie en sus cabales le ha dado todavía por
ponerse a obrar en plena calle, seguramente más por no enseñar las
vergüenzas que por otra cosa. De hecho, lo que en ocasiones parecen
inocentes gallos expulsados por su productor debido a un simple
exceso de insalivación no son otra cosa que esputos cargados de los
más variados microorganismos, hecho que convierte una aparente
muestra más de incivilidad en un verdadero atentado contra la salud
pública.
El de escupir libremente en la vía pública es un deporte casi
exclusivamente varonil que suele iniciarse en la adolescencia, como
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mero gesto chulesco, y alcanza su apogeo en la llamada tercera edad,
ya más por la necesidad de liberarse de esas incómodas flemas
bronquiales nicotínicas. Pues, efectivamente, su práctica está
íntimamente relacionada con el hábito de fumar, por lo que dentro de
pocos años el salivazo gozará también de amplia aceptación por parte
de las señoras, ya que la bronquitis crónica del tabaquismo no
entiende de galantes cortesías.
La correcta práctica de este repugnante deporte requiere una
técnica muy depurada y peculiarmente sonora. En efecto, el infame
escupitajo viene precedido de una ruidosa fase preparatoria
(pronunciar la palabra gargajo prolongando el sonido de la jota
constituye una onomatopeya perfecta) en la que el escupidor procede
a arrancar la flema de su mucosa respiratoria para colocarla en la
rampa de lanzamiento (este ruidoso preludio del salivazo lo es al
mismo tiempo de la arcada producida en quien lo oye tras sus pasos).
Una vez instalado correctamente el viscoso proyectil en su recámara,
esto es, en las fauces del lanzador, éste puede optar entre dos
variedades técnicas: el palante y el mediolao. Esta última, propia de
jubilados o gente muy mayor, consiste en lanzar el gargajo
oblicuamente por la boca torcida como si tuviera paralís, no se sabe si
para obtener un impacto lateral sobre la acera, más discreto, o para
tratar de disimular con el gesto un acto que en el fondo reprueba pero
no puede evitar. En la otra variedad, practicada fundamentalmente
entre el quinto y sexto decenios, se opta por apuntar directamente al
frente, sin remilgos. Con la punta de la lengua asomando tímidamente
entre los labios fuertemente sellados, para evitar que escape el aire
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comprimido entre los papos insuflados, la sin hueso se introduce
rápidamente, a la vez que se expulsa violentamente el aire atrapado en
la boca, el cual arrastra al gargajo. Como puede suponerse, las mejores
marcas de longitud se obtienen precisamente con esta modalidad, en
la que la fase de expulsión es, lógicamente también, más ruidosa. Con
todo, la obtención de grandes marcas no depende exclusivamente de
la técnica utilizada en el lanzamiento. Otros factores como el tamaño
o el contenido de la secreción son determinantes de la distancia que
podrá recorrer entre el garganchón del lanzador y el suelo. La simple
inspección de algunos ejemplares de gargajo estampados en la acera,
operación fácil por cuanto en una calle céntrica puede haber varios
por metro cuadrado, nos mostrará que los hay desde pequeñitos y casi
traslúcidos, con diminutas burbujas apenas perceptibles, hasta
soberbias gorgozadas, típicamente verduscas y del tamaño de una
galleta maría. Mientras que el primero procede, sin duda alguna, de un
jovenzuelo simplemente mal educado, el segundo constituye una
flema infestada de bacilos y restos de nicotina. O lo que es lo mismo,
una buena marca y un mediocre resultado, respectivamente.
Como en todo deporte basado en el lanzamiento de algo, en
éste del salivajo son frecuentes los intentos fallidos. Estos se
producen cuando la fase preparatoria u onomatopéyica, plenamente
percibida por el involuntario auditorio, no se continúa con la de
expulsión. El suspense resultante, lejos de aliviar la basca ya en curso
del peatón más cercano al despegue abortado, termina agravándola al
obligarle a imaginar el destino que el asqueroso ha decidido
finalmente para su espumarajo.
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Aunque el escupitajo, como se ha señalado, es la variedad de
lanzamiento más practicada, no es más que una entre las muchas que
pueden ejercitarse en calles, parques u otros espacios públicos. El
logroñés (o sea, el riojano), que como sabemos tiene reconocida fama
de desprendido, lo demuestra continuamente desprendiéndose de
todo aquello que ya no le sirve por el procedimiento de arrojarlo al
suelo en marcha: cajetillas de tabaco, colillas encendidas, envoltorios
de dulces, cáscaras de pipas, bolsitas de aperitivos, papeles, plásticos,
etc. Sin embargo, el deporte que amenaza con desbancar al
lanzamiento de gargajo de su primer puesto en el podium de la
guarrada urbana no es otro que la tenencia de chuchos de compañía.
Los excrementos caninos están comiéndole el terreno al rey de la
acera. ¿Acabará el perro imponiéndose al pollo? No parece probable.
A pesar del auge canino de nuestros días, el censo de escupidores
profesionales todavía es mucho más numeroso que el de criadores
aficionados de perro. Y, por si fuera poco, un alto porcentaje de estos,
por pura estadística, escupen a la vez que pasean a su animal. Para
dejar zanjado el tema, piénsese que, mientras que algunos poseedores
de perro civilizados recogen los excrementos de éste en una bolsita de
plástico (que también son ganas), no se conoce absolutamente ningún
caso, en la dilatada historia de la expectoración riojana, de recogida de
flema por parte de su expulsor.
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FICHA
Modalidad: Lanzamiento libre
Objetivo: Arrojar secreciones buco-bronquiales en la vía pública
lo más lejos posible
Edad y sexo: exclusivamente varonil, sobre todo en fase
nicotínica incurable
Requisitos: pésima educación, bronquitis crónica, puntería.
Variantes (en orden creciente de asquerosidad): salivazo,
espumarajo, flema, expectoración y esputo.
Récord: el señor Julián, de Cuzcurrita, envió un esputo numular
desde una orilla del Tirón a la contraria el 14 de febrero de 1983,
en plena crecida del río.
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SALTO DE SEMÁFORO
¿En qué se diferencia un automovilista español de otro francés,
alemán o sueco? En que, ante un semáforo en ámbar, estos frenan y
aquél acelera. Pero, si a la vez que pisa a fondo el acelerador, hace
sonar el claxon hasta que el peatón destinatario de la pitada reconoce
al energúmeno y le devuelve el saludo, nos encontraremos ante un
ejemplar típico de conductor logroñés.
Antaño se decía que “en la mesa y en el juego se conoce al
caballero”. En nuestros días, sin embargo, uno de los mejores
indicadores del grado de educación y civismo de una persona es su
comportamiento al volante, sobre todo en el medio urbano.
Parafraseando el venerable dicho, podríamos afirmar que en el paso
de cebra y el semáforo se conoce al burro. Pues bien, en la capital de
la Rioja el salto de semáforo es un deporte que se practica en reata.
Aunque puede ejercitarse en cualquier calle, es en las llamadas “vía
rápidas” donde hace verdadero furor. Dado que la luz ámbar de los
semáforos permanece encendida escasos segundos, el resultado de
ese acelerón para eludir la obligatoria parada suele ser el paso en
rojo, es decir, la burrada.
El fanático de este deporte suele mostrarse intolerante con
quienes no lo practican, ya que acostumbra a insultar y/o pitar al
conductor que le precede cuando éste se comporta como un suizo y
frena nada más iluminarse el disco anaranjado. Como curiosidad
científica, el tiempo transcurrido entre el encendido de la luz verde y
la pitada del cafre exigiendo la reanudación de la marcha por parte
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del automovilista civilizado (por lo general un señor mayor, una
mujer o un extranjero despistado) es conocido en física como
milésima de segundo.
Con todo, los mayores éxitos en la práctica de este deporte los
cosechan habitualmente los pilotos de vehículos provistos de sirena.
Estos entusiastas practicantes del salto de semáforo son verdaderos
especialistas en simultanear esta práctica con la del 4 x 100 decibelios
(ver este deporte), particularmente los domingos a primera hora y
durante la siesta en los días de labor. Esta escandalosa combinación
e velocidad, infracción y barahúnda proporciona a la mayoría de los
espectadores emoción y espectáculo, aunque para otros puede (y
suele, de hecho) resultar bastante chocante. Continuando esta
escalada progresiva de irrespetuosidad hacia las señales de tráfico
luminosas, es preciso destacar a los amigos del ciclomotor pero,
sobre todo, de la bici. Para los ciclistas no es que no existan
semáforos en rojo: es que no existen los semáforos, a secas.
Junto a esta modalidad, que podríamos denominar chachi, del
salto de semáforo (la que practican los que van montados en algo),
no debe olvidarse que existe otra, más cutre pero mucho más
popular: el salto peatonal. Considerada de menor riesgo, es una
variedad de este deporte absolutamente generalizada entre la
población, sin distinción de edad, sexo o condición. En esta bendita
ciudad no respeta los semáforos ni Dios. Es más, la gente cruza las
calles, incluso las más transitadas por vehículos (no lo olvidemos, en
su mayor parte conducidos a su vez por saltadores de disco
profesionales) por donde le da la gana. Es un auténtico milagro que
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el número anual de bajas, que las hay, sea tan reducido en
proporción al incontable número de ocasiones diarias propicias al
atropello. Por último, la afición a este temerario deporte es tal en
esta parte del mundo que es frecuente la práctica habitual de las dos
modalidades descritas por parte del mismo sujeto. Así, no será nada
raro que, tras media docena de saltos de semáforo al volante, un
conductor consiga aparcar el bólido (generalmente en doble fila) y se
dedique a violar sistemáticamente la ley de los postes luminosos, en
esta ocasión por el lado de los peatones, camino de la ferretería, la
caja de ahorros o el estanco. Eso sí, como un automovilista se atreva
a saltarse (o intentarlo siquiera, que se les ve venir) el rojo recién
alumbrado e invadir el paso de peatones que se dispone a atravesar y
que está en verde sólo por pura casualidad (lo hubiera cruzado igual
en rojo), que se prepare. Nuestro campeón de saltos, además de
incapacidad congénita para ejercer la autocrítica, posee excelentes
cualidades para la práctica de otro deporte regional típico (ver Triple
taco). Está claro que lo suyo, vaya a pie o montado en algo, es
atropellar en un paso de cebra, sin duda uno de los lugares más
peligrosos del mundo.
FICHA
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Modalidad: Se trata de una variedad de automovilismo híbrida
entre el rallye y la fórmula 1.
Objetivo: eludir la detención obligada por un semáforo
atravesándolo a toda pastilla antes de que vire del ámbar al
rojo.
Edad: montado, a partir de los 18 años; peatonal, a todas las
edades.
Sexo:
mayormente
masculino,
aunque
con
creciente
incorporación femenina
Requisitos: agresividad, impaciencia, desprecio a la propia
integridad física y, sobre todo, a la ajena.
Variantes: salto de stop, salto de ceda el paso y triple salto
mortal (semáforo, stop y paso de cebra).
Récord: J.M.F.S., Fiti, formado en la escudería Mayra, en la
madrugada del 24 de Septiembre de 1992 se saltó el semáforo
de entrada a Logroño por la Avda. de Burgos y fue
enganchando en rojo, uno tras otro, todos los discos de
Murrieta, Gran Vía y Jorge Vigón (trece de una tacada) para
acabar estrellándose contra una casa barata.
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LEVANTAMIENTO DE VIDRIO
Se trata del deporte rey de la comunidad riojana, tanto por el número
de adictos, prácticamente toda la población comprendida entre los
quince y los noventa años, como por el de instalaciones destinadas a
su práctica: centenares de bares, mesones, bodeguillas, cafeterías y
tabernas repartidas por toda la geografía riojana. Allá donde exista
un asentamiento humano, por reducido que sea, existirá una tasca. Si
en la aldea más perdida de la sierra no viviesen más que dos
personas, es seguro que una de las dos regentaría el bar al que
acudiría la otra, una o dos veces al día, a practicar el deporte
nacional: el levantamiento de vidrio (tabernero incluido). Al igual
que en el dilema del huevo y la gallina, cabe preguntarse si en el solar
riojano fue antes el vino o la tasca. No parece que el hecho histórico
de tratarse de una comarca vitivinícola por excelencia sea la causa de
que en esta tierra se beba tanto y en tantos sitios distintos. Siguiendo
este razonamiento simplista podría pensarse que los gallegos se
pasan el día atracándose de marisco, los jiennenses untando en aceite
de oliva o los valencianos inflándose a paella. Por otra parte,
nuestros entrañables vecinos del Norte practican el levantamiento de
vidrio con mayor entusiasmo y abundancia aún que nosotros, y no
tienen más que cuatro tristes viñejas de las que extraen un vinillo
agrio con el que se consuelan el fin de semana que no pueden bajar a
soplar a la Rioja. Es posible, por tanto, que el consumo masivo de
vino a pequeñas dosis (esencia de este deporte) en esta tierra sea
independiente de su merecido prestigio internacional en la
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Fernando Sáez Aldana
elaboración de un producto, el rioja, con el que tópica e
inevitablemente se establece una ecuación: Rioja es igual a vino
como tres más dos son igual a cinco.
Sin embargo, esto no parece probable. Es más lógico suponer
que en una sociedad con una cultura empapada en vino, al que se
adora como a un dios pagano dador de la fuerza necesaria para
seguir existiendo, ha de acabar empinando el codo hasta el juez de
guardia. Lo del vino en esta Comunidad es a la vez cultura y culto,
merced a lo cual hasta el más ignorante y descreído, a fuerza de
vaciar chatos, acaba convirtiéndose a la vez en catedrático y beato,
respectivamente.
El levantamiento de vidrio es un deporte que suele practicarse
en grupo, aunque su modelo de comportamiento es menos propio
de un equipo que de una manada, pues más que una suma de
esfuerzos para el logro de un objetivo común (eso es un equipo), se
trata de una agrupamiento de individuos en pos de la satisfacción de
una misma necesidad (eso es la manada). Al igual que sucede con las
Olimpíadas, existe un levantamiento de vidrio de la antigüedad y
otro de la edad moderna. La primera modalidad, el clásico chiquiteo
de varones adultos en sus dos horarios, diurno o vespertino, se
practica desde tiempo inmemorial. La segunda, más conocida como
“marcha”, enteramente nocturna y propia de la juventud, ha
adquirido tal difusión e importancia en los últimos tiempos que ha
acabado
desgajándose
del
tronco
común
independiente (ver capítulo correspondiente).
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como
deporte
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Como se ha señalado, el chiquiteo (serie de tragos de vino
servidos en pequeña cantidad o chiquitos) o chateo (de chato, vaso para
vino más bien bajo y ancho) es el vehículo de relación social más
importante de los riojanos adultos. Es un deporte tan popular que
no existe población riojana en la que no se celebren dos
competiciones diarias, la primera antes de comer y la segunda antes
de cenar. El porcentaje de participación es altísimo y los
levantadores se agrupan en equipos de un mínimo de dos (beber
solo, aparte de triste, da la impresión de vicio) y un máximo de cinco
(ni cuando le va a uno mejor en la vida llega a tener más de cuatro
amigos). Se trata de un deporte de los denominados por etapas,
como el ciclismo o el golf, en el que los participantes han de
completar un recorrido predeterminado sin posibilidad de eludir
ninguna de ellas. La ronda comienza en el bar de siempre (la salida)
y, tras visitar al menos media docena más, se acaba en la misma tasca
(la meta). Y así un día y otro día, semana tras semana, mes tras mes,
año tras año. Abrase el sol o esté helando. No perdonan ni en la
Nochebuena. Los levantadores de vidrio son, sin lugar a dudas, los
más fieles y recalcitrantes cultivadores del decatlón riojano.
Esta modalidad se denomina también cien metros tasca
porque en ocasiones no se necesita una distancia mayor para meterse
diez manos de vino, pues tal es la abundancia de tabernas en
nuestros pueblos (incluída la capital). En la Rioja hay más bares que
en toda esa tristeza de la Unión Europea. Pero existen otras
variantes de la mojadura sistemática de gañote, propias de la
gimnasia deportiva, como la barra fija, que como su nombre indica,
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al contrario que el chiquiteo itinerante, es practicada más bien por
individuos sedentarios y, por lo general, solitarios. Dedicados a
matar las horas entablando conversación con el tabernero y
contemplando el trasiego de congéneres trashumantes, acostumbran
a castigarse el cuerpo con varias series de levantamientos sin
menearse del sitio. Dependiendo del entusiasmo del atleta, de la
barra fija podrá pasarse a las barras paralelas e, incluso, a la temible
barra de equilibrios.
Este deporte es tan representativo de la identidad riojanista
que, en el cuartel central de un hipotético emblema simbolizador de
la Comunidad, debería figurar un bebedor rampante, vaso en mano,
frente a una barra de bar y sobre campo de vides, bajo la leyenda
Quid chorram plus donat (Qué chorra más da), sabia sentencia riojana
que resume a la perfección el modo de ser y estar de los habitantes
de esta tierra pródiga de filósofos de barra fija.
FICHA
Modalidad: gimnasia rítmica
Objetivo: comprobar diaria y personalmente que en las tascas del
barrio continúan sirviendo chatos de vino
Edad y sexo: adultos entre la quinta y la octava décadas de la vida
Requisitos: buen funcionamiento de hombro y codo, hígado de
primera clase, gregarismo.
Variantes: barra fija; barra móvil; cien metros tasca.
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Récord: la cuadrilla del Feo, de Haro, logró la inigualable hazaña
de meterse en el cuerpo tres herraduras un mismo día, el 25 de
junio de 1976, festividad de San Felices de Bilibio.
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ARRASTRE DE PIMIENTOS
Allende el Ebro (por utilizar una referencia geográfica
inmutable frente a las sucesivas denominaciones de Provincias
Vascongadas, País Vasco, Euskadi, Euskal-Herría y mañana ya dirán)
sobrevive una primitiva cultura física cuya influencia aquende el
mencionado río es notable. Deportes tales como el chiquiteo, el mus
o la pelota a mano (todas ellas, como se ve,
de acendrada
espiritualidad) están tan enraizados aquí como allá, hasta el punto de
que podría llegar a cuestionarse cuál fue el origen de las mismas y
cuál el destino de su exportación. Otras actividades deportivas, en
cambio, permanecen como exclusivas del país vecino:
el
levantamiento de piedras, el corte de troncos, la sokatira y otras de
parecida índole no han calado nunca, incomprensiblemente, entre las
gentes riojanas. Un tercer grupo de pruebas de competición propias
de nuestros vecinos del Norte, en fin, han sufrido cierto proceso de
transformación hasta lograr adaptarse a los gustos de nuestra
sociedad; el ejemplo más característico es el arrastre de pimientos,
clara reminiscencia del arrastre de piedras por reses ayuntadas,
competición tan del gusto vascongado o euskaldún.
El arrastre de pimientos es una disciplina deportiva
típicamente estacional cuya temporada comienza a finales del verano
y se prolonga hasta bien entrado el otoño. Puede ejercitarse
individualmente (amas de casa con más de diez trienios,
generalmente) o por parejas (las mismas amas de casa arrastrando,
además de la pimentada, a la maula del marido prematuramente
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Fernando Sáez Aldana
jubilado). La salida de la prueba se ubica en cualquiera de los puestos
callejeros de venta de los fantásticos pimientos de la huerta riojana
(morrones, cuerno de cabra y, fundamentalmente, los míticos del
piquillo), uno de los pilares gastronómicos en los que se cimentó el
prestigio de esta región antes incluso de que fuera reconocida como
provincia de Castilla la Vieja. Tras la adquisición de las preciadas
bayas (por docenas o por cientos) y su introducción en el saco se
inicia un penoso arrastre hasta la meta, situada en el lugar donde los
pimientos habrán de ser lavados, asados, pelados, vaciados de
semillas, cortados en tiras e introducidos en botes de cristal para su
conserva. Durante la primera mitad del otoño, la Rioja entera es un
pimientódromo, una gigantesca pista de arrastre de estas
maravillosas hortalizas.
En realidad, el arrastre de grandes bolsas repletas de pimientos
constituye sólo la primera fase de este inefable deporte, pues la
segunda será su consumo durante el resto del año. Bien rociados con
ajo picado y aceite crudo sobre el plato, bien rehogados en la sartén,
los pimientos asados del piquillo constituyen un manjar exquisito
cuya degustación, bien mirado, más que un deporte es un rito. De
este modo, el originario arrastre de piedras por bueyes vascones
ayuntados adquiere en su transformación riojana una utilidad que da
sentido al esfuerzo físico que la prueba requiere. El arrastre del
pimiento es la única disciplina del decatlón que se beneficia de una
clara recompensa, que es merecedor de un premio nada desdeñable:
la posibilidad de paladear un año entero una delicia culinaria de
primer orden. Transcurrido ese tiempo, al final del siguiente verano,
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Fernando Sáez Aldana
la particular carrera de sacos volverá a celebrarse en cada rincón de
esa piel de pimiento que es la Rioja.
El de pimientos no es la única modalidad de este peculiar,
primitivo y simpático deporte consistente en llevar a una persona o
cosa tras por el suelo, tras de sí, tirando de ella. Existen otras, como
el tute y la brisca, en la que es obligatorio arrastrar, es decir, obligar
uno de los jugadores a los demás a echar una carta del mismo palo,
si la tienen, o del que es triunfo si no la tienen. Mientras que las
nuevas generaciones de riojanos continúan practicando el tute en
cualquiera de sus variantes (subastao, cabrón y, precisamente, arrastrao),
la brisca va quedando más y más relegada al olvido y sólo continúa
haciendo furor en hogares del jubilado y residencias para la tercera
edad. Es probable que la expresión darse un tute que no veas, o sea,
realizar un esfuerzo excesivo o extraordinario, la inventara una
riojana arrastrando medio quintal de pimientos del piquillo camino
del asador.
FICHA
Modalidad: halterofilia
Objetivo: acarrear el mayor número posible de pimientos desde el
punto de venta hasta el lugar donde habrán de ser asados,
llevando del brazo al mismo tiempo al maula del marido.
Edad y sexo: mujeres de mediana y tercera edad
Requisitos: brazos recios, marido jubilado de los bronquios, un
buen saco.
Variantes: morrón, piquillo y cuerno de cabra
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Fernando Sáez Aldana
Récord: la Juli la de los Falsos, de Ausejo, arrastró en una
ocasión dos sacos con dos cientos de morrón cada uno desde
la gasolinera hasta su casa, situada enfrente de la iglesia (hay
que conocer este pueblo para hacerse idea de la hazaña).
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4 x 100 DECIBELIOS
Dicen que la España actual es el país con menor índice de
natalidad y el país más ruidoso del mundo mundial. Se desconoce si
entre ambos títulos existe o no una relación de causalidad, aunque no
deja de ser una sugestiva hipótesis de trabajo: ¿el ruido estresa hasta el
punto de inhibir la libido y, en consecuencia, dificultar la procreación?,
o por el contrario, ¿la escasez de niños permite a los adultos habitar
un mundo cada vez más ruidoso? Este asunto tiene para los riojanos
más importancia de la que parece, dado que su comunidad autónoma
es la que presenta el índice de natalidad más bajo de todo el Estado,
como dicen los locutores de la ETB. Es decir, del planeta. Este dato
obra a favor de la presunta relación causa-efecto entre escasez de
nacimientos y ambiente ruidoso, ya que vivimos inmersos en una
babel de sonidos estridentes o inoportunos casi permanente. Este
gusto por el decibelio se manifiesta a través de gritos, músicas a toda
pastilla, motos a escape libre, sirenas, bocinazos, camiones de la
basura, obras, televisores de vecinos, semáforos canoros, adictos al
bricolage y aullidos de perro, por citar sólo algunos ejemplos. Parece
como si la compañía del ruido fuese necesaria para la supervivencia
del riojano. Como si éste temiera al silencio.
Comencemos por el más natural de los sonidos: la propia voz
humana. La mayoría de la gente de estos lugares no habla. Grita.
Vocifera. El volumen de voz empleado habitualmente en las
conversaciones supuestamente privadas es tal que siempre acaba
enterándose quien no debiera. Cuando se escucha involuntariamente
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Fernando Sáez Aldana
lo que alguien situado a decenas de metros le está contando a otra
persona, uno no puede dejar de admirarse de lo bien que la susodicha
se estará enterando de la copla. Esto, al aire libre. Si la conversación se
celebra bajo techo, el nivel deberá aumentar necesariamente, ya que
será absolutamente inevitable la proximidad de cualquier aparato
capaz de dar el coñazo, fundamentalmente un televisor que nadie mira
o una música ambiente que nadie escucha pero que todos han de
soportar. En los establecimientos donde se puede comer y beber, es
decir, en la mayoría de los establecimientos de esta comunidad
autónoma, la música de fondo es inevitable. Desde la tasca más
sórdida y tenebrosa hasta la más elegante de las cafeterías, pasando
por restaurantes de todos los tenedores, terrazas al aire libre,
heladerías, quioscos y, por supuesto, bares de copas y marcha (ver
este deporte), un inmisericorde chunchún torturará a los pobres clientes
que se refugian en el local para tomar algo, hojear la prensa o,
simplemente, conversar. Ya sabemos que en este país la barra es el
escenario de las relaciones sociales por antonomasia. Todos los días,
frente al café o la bebida alcohólica preferida, los seres humanos se
reencuentran casualmente o se entrevistan tras cita previa. El taburete
es a la vez despacho en el que se negocian y se cierran tratos,
confesonario donde se absuelve o condena, banco de enamorados,
puesto de guardia, atracadero de soledades o, simplemente,
privilegiada atalaya de observación de la condición humana. Es una
lástima que esta importante función social de la barra se vea
entorpecida casi siempre por la manía ruidosa.
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Fernando Sáez Aldana
El fenómeno no es exclusivo del sector de la hostelería.
Negocios tan dispares como el taller de reparaciones, el colmado, la
tienda de ropa, el tiovivo o la floristería tienen en común su constante
empeño de amenizar a los clientes con los 40 principales a toda caña,
ante la inaudita impasibilidad de sus dueños, encargados o empleados,
a quien es lícito suponer o estoicos o sordos. Sin embargo, la cancha
idónea para el ejercicio del 4 x 100 db continúa siendo, sin duda
alguna, la sala de banquetes. Da igual el acontecimiento que se celebre:
boda, bautizo o comunión, mitin político o empresarial, cena o
comida de hermandad, etc. En una tierra donde el juntarse para comer y
beber fuera de casa es casi una religión, cualquier pretexto es válido y,
para el tema que os ocupa, indiferente. El caso es que varias decenas
de personas (incluso centenares en las grandes ocasiones) se disponen
a dar cuenta de un pantagruélico menú durante dos o tres horas.
Durante los primeros minutos, la gente, que está muerta de hambre,
se dedica a comerse los bollos de pan, por lo que casi nadie habla
salvo las mujeres que guardan dieta, generalmente para increpar a sus
voraces maridos cuando tratan de zamparse el pan de ellas.
Aproximadamente al cuarto de hora los camareros comienzan a llenar
las primeras copas de vino, momento en que los levantadores de
vidrio, muy numerosos entre los invitados, comenzarán sus ejercicios
de calentamiento. Esto supone la inmediata elevación del tono de las
conversaciones de todo el mundo hasta un nivel ya considerable, que
cede momentáneamente con el devorado de los entrantes o del
primer plato. Entre éste y el segundo, coincidiendo con los primeros
humos y la tercera o cuarta copa, el alboroto arrecia y ya no deja de
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experimentar un crescendo que conducirá indefectiblemente a la
apoteosis, tras los postres, cuando ya no queda nada por comer y todo
por gritar. El ruido producido por cien personas vociferando a la vez
impide a cualquiera de ellas entenderse con el comensal que tiene
enfrente, y más aún si, como suele ser la regla, por encima del jaleo
infernal flota la inevitable música ambiente. Sin embargo, el origen de
la barahúnda reside siempre en una imperceptible elevación del tono
de cada conversación entablada en la sala; la suma de todas ellas
multiplica al menos por cuatro el tono de la conversación aislada, el
cual se ven obligados a elevar sus participantes si desean continuar
comunicándose verbalmente. Esta espiral de la vocinglería, que tanto
fascina a los extranjeros que nos visitan, es al deporte del decibelio lo
que la maratón a la carrera: una fiesta de participación popular. Los
centroeuropeos, que son tan raros, han desarrollado un sistema
revolucionario y aparentemente paradójico para solucionar el
problema de la comunicación oral entre humanos participantes en un
banquete multitudinario: hablar en voz baja. Cuando se entra en un
restaurante de estos países, aunque se encuentren comiendo más
personas que en una de nuestras bodas de pueblo, no será posible
escuchar más ruido que el de los cubiertos chocando contra la loza.
Hablan tan bajito que ni se les oye, y lo hacen porque si elevasen la
voz otras personas podrían escuchar lo que dicen. Es decir, que para
poder comunicarse, cuchichean. Ahora que, todo hay que decirlo,
cuando estos forasteros aterrizan por aquí, hay que ver lo pronto que
se les olvidan sus melindrosos modales. Lo fácilmente que se adaptan
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aquí a lo que allá abominan. Lo que les va la juerga, el ruido, el
trasnoche, el cachondeo: lo que les gusta España, vamos.
Para finalizar, el perfil del campeón del decibelio local es el
siguiente: amante de las barracas durante la niñez, de las discotecas en
la adolescencia y del autorradio atronador en la juventud. Cuando
alcanza cierta edad, el único sonido que es capaz de captar su agotado
oído es el pitio del audífono.
FICHA
Modalidad: resistencia
Objetivo: llegar a morirse sin conocer el silencio
Edad y sexo: universal
Requisitos: tímpanos de acero al cromo-vanadio y ruido, mucho
ruido.
Variantes: tecno-disco, bacalao, coral y autorradio.
Récord: el 92% de los clientes que frecuentaban Brainless (discopub que operó en la zona entre 1987 y 1994) padecen
hipoacusia grave irreversible (traducido, sordera cual tapia para
siempre). El 8% restante ya estaban tenientes cuando lo pisaron
por vez primera.
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El decatlón riojano
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Fernando Sáez Aldana
TRIPLE TACO
Si proferir blasfemias es habitual en toda España, estas
interjecciones contra las cosas sagradas se conocen a nivel nacional
como “jaculatorias riojanas”. La de jurar es una costumbre tan
extendida y arraigada entre las gentes de esta tierra que merece un
puesto de honor en nuestro particular elenco deportivo regional.
Algunos especímenes lo practican tan intensamente que su
coprolálico lenguaje no es más que un rosario de palabrotas ligadas
con el mínimo de artículos y preposiciones necesario para otorgar a
la retahíla de juramentos la apariencia de un discurso.
Este deporte tan típicamente riojano, al que denominaremos
triple taco para ilustrar su frecuencia en un mismo enunciado,
constituye un raro ejemplo de supervivencia de los atavismos en las
nuevas generaciones. En una región históricamente agrícola y
ganadera, y con una población rural todavía superior a la urbana, la
mayoría de los jóvenes han vuelto la espalda al campo. Hoy en día
nadie quiere seguir los pasos de sus padres o sus abuelos (manos
encallecidas, boina calada, morisca al hombro) por huertos,
caballones y venajos. Sin embargo, hay algo en lo que las últimas
hornadas de riojanitos no dejan de homenajear a sus mayores: hay
que ver (oír más bien) cómo juran. Como auténticos carreteros. Que
un labriego se cague en Dios cuando cocea el macho, descarga el
granizo o da la cara el mildiu es algo no sólo comprensible sino hasta
inevitable. Pero no, desde luego, que lo hagan esos niñatos cuya
mayor contrariedad reside en que para engullir la sopa boba han de
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levantar el culo del banco del parque en el que fuman, comen pipas y
vocean ordinarieces sin substancia. El caso es que se ciscan en Dios
bendito, la hostia, el copón, la Virgen y el plenario de la Corte
Celestial con la misma naturalidad que si hablaran del tiempo. El
riojano adulto urbano de clase media y cierto nivel cultural no
acostumbra a soltar un ¡cagüendiosss! más que en situaciones
extremas que podrían justificar el sacrílego exabrupto (el martillazo
en el dedo, por ejemplo). Su ilimitado potencial escatológico, no
obstante, suele descargarse habitualmente en el lenguaje coloquial
sobre la leche, la puta o el número diez, taco éste último
aparentemente light pero que es en realidad el eufemismo urbano de
Dios, como diorobaco es el rural.
Ahora bien, el perfil de campeón del triple taco es un individuo
varón de edad media, bajo nivel cultural y tomador de chatos que
utiliza el juramento, y sobre todo la blasfemia, como muletilla
omnipresente en su empobrecido vocabulario. Al menos la mitad de
los sonidos que emite son palabras malsonantes. Se pasa el día
entero cagándose en todo, mandando a todo el mundo a tomar po’l
culo, importándole todo tres cojones, considerando que todo es una
puta mierda, exclamando ¡no te jode!, enviando a todo Dios a hacer
hostias e invocando a la madre que parió a la humanidad entera. A
propósito de la divinidad, hay quien sostiene que, en el fondo, la
blasfemia no deja de ser una manifestación de fe religiosa, una
especie de antiplegaria: en cuanto ofensa al Creador, supone una
plena aceptación de su existencia. Esta curiosa teoría del blasfemo
como creyente explicaría lo de la jaculatoria riojana.
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Fernando Sáez Aldana
Como todo en esta vida, el deporte exige moderación.
Cualquier deporte, incluido éste. Hombre, en principio, un taco
aislado y soltado en el momento oportuno puede tener hasta su
gracia. A quién no se le escapa alguno de vez en cuando, aunque no
vaya precedido del correspondiente revés que lo justifique. Lo que
ocurre es que algunas personas se pasan. Una palabrota, bien. Dos,
bueno; tres, vaya. Pero a partir de la cuarta ya te empieza a tocar los
cojones. La verdad es que no hay dios que soporte a los jodidos
malhablados. Son más bastos que la hostia y más desagradables que
el coño de su madre. Cuando se tiene la puta desgracia de tropezarse
con uno de estos cabrones de lenguaje procaz, lo mejor es mandarle
a tomar por culo cagando leches. Por hijoputa.
FICHA
Modalidad: lanzamiento
Objetivo:
ciscarse
de
palabra
sobre
cualquier
cosa,
preferentemente en las más sagradas.
Edad y sexo: sobre todo varones en edad productiva; también
niñatos-as sin substancia.
Requisitos: bajo nivel cultural o ser más mal hablado que el copón
Variantes: blasfemia, insulto, grosería, simple ordinariez
Récord: En la mañana del 21 de noviembre de 1967 A.R.M.,
Bocanegra, albañil oriundo de San Asensio, lanzó desde el
andamio catorce mecagüendios y siete en la virgen seguidos
(todos ellos por la leche que mamó) con motivo del
derramamiento de la masa que otro peón trataba de hacerle
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Fernando Sáez Aldana
llegar en un balde colgado de una soga. A fecha de hoy, la
legendaria plusmarca permanece imbatida.
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Fernando Sáez Aldana
MIL METROS CHÁNDAL
Hasta no hace mucho tiempo la gente usaba dos clases de
ropa, de diario y de fiesta, y los días festivos se endomingaba.
Antaño, la mañana del domingo consistía en oír misa, pasear en
familia, tomar el vermú, comprar el pan, el diario y los pasteles, y a
casita para dar cuenta del pollo asado en paz y en servicio de Dios. A
lo largo y ancho de este itinerario invariable y necesario para la
relación social, las personas se cruzaban, observaban y saludaban
ataviadas con sus mejores galas. La ropa del domingo era algo así
como el desquite de la modestia estética impuesta por el trabajo
durante la semana. En los pueblos (y entonces Logroño lo era
también), el domingo por la mañana, incluso los más humildes del
lugar se transfiguraban en señores gracias a los trajes de boda
cuidadosamente preservados del paso del tiempo. De este modo, el
banco de la parroquia, la barra de la tasca, el despacho de pan o el
quiosco constituían una especie de ágora pueblerina y entrañable en
el que las buenas y peores gentes se entremezclaban en un
democrático mare mágnum de hombres trajeados, señoras acicaladas y
niños repeinados que respiraban la misma atmósfera, una opresiva
mezcla
de
emanaciones
de
alcanfor,
incienso
y
fritanga,
intercambiando chismes, saludos obligados y recelosas miradas.
En la actualidad, el rito dominical ha cambiado bastante en
algunas cosas. Permanecen inalterables el aprovisionamiento del pan,
la prensa e incluso los pasteles. Pero se oye poco misa, se compran
platos precocinados, se pasean perros incontinentes en lugar de
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Fernando Sáez Aldana
niños y… se viste chándal. Esto del chándal sí que es un deporte
merecedor de tal nombre, aunque solo sea por la teórica razón de ser
de la prenda. El domingo por la mañana, la Rioja entera practica el
deporte de colocarse la multicolor indumentaria. Abuelos y abuelas,
papás y mamás, novios y novias, familias enteras de chandalios
pululan por doquier. El fenómeno de la transformación del vestuario
dominical del traje de boda al chándal ha culminado con tal éxito en
esta sociedad que se ha terminado instaurando, ¡cómo no! el
multicolor uniforme de los domingos y fiestas de guardar: chándal,
zapatillas deportivas y riñonera. Esta última es un accesorio
fundamental para el ejercicio de este deporte y su función es doble.
En primer lugar sirve, como es lógico, para transportar durante la
prueba todo lo necesario para observar el ritual: las llaves del coche
aparcado no muy lejos, el dinero (para el pan, la rioja y el aperitivo),
el tabaco y el mechero, pues parece demostrado por la ciencia que
fumar, beber y engullir calamares fritos en chandal es muchísimo
más sano que hacerlo de paisano. Además, la riñonera es un
imprescindible elemento de sostén del soberbio barrigón que
muchos (y muchas) chandalios ocultan bajo la chaqueta de su
flamante prenda de festivo. El chándal lleva camino de convertirse
en el traje regional típico riojano del siglo XXI.
Al atardecer, después de la siesta y la película televisada, la
familia chandaliana acostumbra a rematar la jornada arrastrando el
mortal aburrimiento característico de las tardes dominicales por las
calles del barrio. Mientras que él escucha los partidos a través del
auricular, ella riñe al niño (o al perro) por no parar quieto y ambos
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Fernando Sáez Aldana
siembran las aceras de cáscaras de pipas que consumen de modo
compulsivo mientras reflexionan amargamente acerca de lo que les
espera el inminente e innombrable lunes por la mañana. Todo ello, al
igual que en la sesión matutina, en chándal y sin sobrepasar el
kilómetro de paseo; de ahí el nombre del deporte. Decididamente,
esta prenda, paradigma de la estética uniformadora y hortera, pero
también utilitaria y práctica, que caracteriza a nuestra sociedad actual,
es como la muerte que a todos, absolutamente todos (viejos y
jóvenes, de pueblo y de capital, deportistas de verdad y sedentarios,
varones y mujeres, ricos y pobres) iguala. A propósito de óbitos, no
andará lejano el día en amortajen al primer ciudadano con su mejor
ropa, pero no la de los domingos o el traje de boda, como antaño,
sino la de los nuevos tiempos: el chándal. Cuando esto suceda no
habría que olvidar la riñonera, para que el difunto disponga de lo
necesario para valerse en la otra vida. No sea que en el más allá
también haya calamares fritos, prensa, tabaco y domingos por la
mañana.
FICHA
Modalidad: carrera de obstáculos
Objetivo: hacer las cosas que se hacen un domingo por la
mañana, toma de vermú incluida, vistiendo un llamativo traje de
punto y calzado diseñados en realidad para practicar deporte.
Edad y sexo: en pleno proceso de universalización
Requisitos: desprecio por la estética, desparpajo, una
riñonera
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buena
Fernando Sáez Aldana
Variantes: 500, 200, 100 metros chándal
Récord: la familia L.E., de Logroño, integrada por los padres,
tres hijos de entre cuatro y doce años, abuelos maternos y
perro, fue avistada a mediodía del domingo 18 de abril de 1998
abandonando el adosado de la carretera de Soria uniformados
con chándal. Perro incluido.
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Fernando Sáez Aldana
MARCHA
La marcha , como el maratón, es un deporte atlético de carrera
que se desarrolla en circuitos urbanos. Su característica principal es la
obligatoriedad de mantener siempre en contacto con el suelo uno de
los pies. Como se cubren distancias muy largas, exige que a lo largo
del recorrido existan frecuentes controles o estaciones de
avituallamiento y refresco con el fin de evitar el desfallecimiento y la
deshidratación de los participantes.
En la capital de la Rioja, la marcha presenta unas
particularidades bien distintas de las propias de esta disciplina atlética,
aunque seguramente muy parecidas a la de otras ciudades españolas
que también gozan de mucha marcha. No estamos hablando,
precisamente, de la valvanerada, peregrinación pedestre nocturna que
anualmente se celebra entre Logroño y el monasterio de Valvanera
(copia, seguramente, de la javierada navarra, como una expresión más
de la colonización cultural procedente de esta provincia hermana). La
marcha logroñesa es un deporte que la más tierna juventud riojana
practica los fines de semana de modo noctambular en determinados
distritos de la ciudad llamados zonas. Los participantes, muchos de
ellos todavía en plena dentición, participan formando equipos que van
congregándose en las inmediaciones de las zonas a unas horas en las
que el resto de los ciudadanos ya están acostados o se disponen a
hacerlo. La actividad de las zonas se inicia en torno a la medianoche y
finaliza al alba, si bien la hora de retirada de los participantes es libre,
dependiendo de su resistencia o de la posible descalificación por
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Fernando Sáez Aldana
aquello de la incapacidad de mantener al menos un pie en contacto
con el suelo. Las zonas son auténticos suburbios especializados en
marcha, ya que disponen de tantos puntos de avituallamiento y refresco
como sean capaz de albergar sus manzanas. Estos puntos, también
conocidos por la afición como bares, son de dos tipos: de pinchos y
de copas. Muchos de ellos son el escenario diurno del deporte
preferido por los padres y abuelos de los marchosos noctámbulos, el
levantamiento de vidrio. Son, sin duda, las instalaciones deportivas
más aprovechadas del mundo.
Algunos estudiosos del atletismo riojano distinguen claramente
un triatlón propio de la juventud, formado por tres deportes: el
levantamiento de vidrio, el 4 x 100 decibelios y la marcha.
Ciertamente, ésta última no se concibe sin los dos primeros. Ruido y
alcohol son inherentes a la marcha. La función de avituallamiento se
lleva a cabo, sobre todo, en los bares de pinchos, donde pueden
encontrarse toda clase de reconstituyentes delicias: el pincho de
tortilla (con o sin), el champi, el cojonudo, el embuchao, la zapatilla, el
bocatita pimiento con anchoa… acompañados de la correspondiente
reposición líquida (salvo excepciones, vino peleón o cerveza de barril).
Como en los estadios de verdad, los amantes de este deporte
discurren por calles, la más célebre de las cuales lleva el nombre del
árbol con cuyas ramas los antiguos confeccionaban coronas para
premiar a sus héroes guerreros o deportivos.
La función de refresco en el avituallamiento de la marcha se
efectúa en los puntos conocidos como bares de copas. Consisten,
salvo excepciones condenadas al fracaso, en oscuros tugurios repletos
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Fernando Sáez Aldana
de jóvenes que se carcajean, beben, fuman, bailotean, sudan y
vociferan para tratar de hacerse entender por encima del altísimo
volumen de la música y son incapaces de entender lo que otros gritan
con idéntica intención. La altísima concentración de estos locales en
las zonas las convierten, cuando se encuentran a pleno rendimiento,
en auténticos infiernos cuyos condenados no son los entusiastas de la
marcha, que disfrutan de lo lindo en el averno, sino los pobres
vecinos que tienen la desgracia de vivir en un barrio escogido por la
marcha como circuito urbano.
Como se ha indicado, la marcha es una disciplina deportiva que
generalmente dura varias horas. Como durante este prolongado
tiempo los marchosos no hacen casi otra cosa que avituallarse y
reponer líquidos, y como muchos puestos de refresco no suelen tener
operativos sus evacuatorios, la imperiosa necesidad de orinar ha dado
lugar al nacimiento de una nueva competición en el panorama
deportivo nocturno de la zona: la micción libre. Los participantes se
sitúan en batería frente al vehículo o el inmueble escogidos para el
torneo y liberan el contenido de sus vejigas repletas hasta casi
reventar, llevando hasta sus últimas consecuencias el espíritu
olímpico: altius, citius, fortius (más alto, más rápido, más fuerte). Al cabo
de la noche, cercana la amanecida, la zona habrá quedado arrasada y
convertida en una gigantesca letrina por acción y efecto de la marcha.
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Fernando Sáez Aldana
FICHA
Modalidad: carrera de fondo
Objetivo: beber y no descansar en toda una noche ni dejar que
otros lo hagan
Edad y sexo: adolescentes y jóvenes de ambos sexos
Requisitos: resistencia física, noctambulismo, tendencias sadomasoquistas
Variantes: de casco antiguo, de ensanche y rural
Récord: el 9 de junio de 1989, día de la Rioja, el quinto de
Murillo de Río Leza G.P.S. consiguió mantenerse erguido
sobre un sólo pie durante algo más de un minuto tras siete
horas de marcha, a razón de un cubata cada cuarto de hora:
veintiocho en total. Esa misma noche consiguió igualmente la
meada más larga de todos los tiempos, desde la fachada sur de
la iglesia de Santiago hasta la sede de la Policía Municipal, por
la calle San Gregorio.
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Fernando Sáez Aldana
EL CHUPINAZO
El chupinazo, o lanzamiento ritual de un petardo consistorial
como señal del inicio de las fiestas, es un deporte bárbaro, catártico y
multitudinario cuya particularidad es que solo se practica un día al
año. El mismo día del año, concretamente, aunque distinto para cada
pueblo de la Rioja, Logroño incluido. Su origen, una vez más, hay que
buscarlo allende el Ebro, aunque en esta ocasión más hacia levante, en
el corazón del Viejo Reino. El protocohete fiestero, el padre de todos
los chupinazos, se lanza cada 6 de julio desde el balcón municipal de
la ciudad de Pamplona para anunciar urbi et orbe que los sanfermines han
comenzado. El desmadre inmediato a la explosión del petardo dura
una semana entera, en la que el pañuelico rojo, los encierros, las
charangas, el trasnoche y la borrachera componen el tópico cuadro de
estos festejos de fama mundial y dramático fin (pobre de mí, entierro de
la cuba, etc.). Desde hace varias décadas, la explosiva tradición
iniciativa de las fiestas pamplonicas ha extendiéndose por el Sur, de
pueblo en pueblo, hasta alcanzar las tribus de la Ribera, la tierra más
feraz (y más feroz) de todo el valle del Ebro, donde las barbaridades
que se siembran fructifican con el mismo esplendor que el tomate, el
espárrago o la alcachofa. Desde aquí, la expansión de la influencia del
chupinazo navarro tomó dos direcciones opuestas: aguas abajo, hacia
los balcones municipales aragoneses, y aguas arriba, hacia los riojanos.
Aunque con mayor intensidad, por tanto, en la Rioja Baja que en la
Media, y mayor en ésta que en la Rioja Alta, el chupinazo hizo furor
(en sentido literal) en las plazas de todos los pueblos riojanos con la
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Fernando Sáez Aldana
mínima infraesctructura requerida (un balcón, un cohete, un bípedo
lanzador y otro asperjador de cava barato), hasta el punto de adquirir
la categoría de deporte regional.
Oriundo por tanto de latitudes más frías, el chupinazo ha
encontrado su terreno de juego ideal en los pueblos de ambas orillas
del padre Ebro, cuyas gentes poseen una sangre más caliente y un
potencial de desinhibición capaz de transformar durante unos días a
personas moderadamente civilizadas en auténticos salvajes. Se trata,
no obstante, de un deporte-rito observado mayormente por gente
joven. Zambullirse en ese mar embravecido que forman centenares de
jóvenes saltando, gritando y descorchando sendas botellas de vino
espumoso de ínfima calidad para ducharse y a continuación estrellar
los cascos contra el suelo puede ser suicida para una persona de cierta
edad. Se trata de un deporte de los llamados de espectáculo, aunque
sumamente breve; el cohete no dura más que una carrera de mil
quinientos. Aparece en el balcón el edil acompañado de la reina de las
fiestas, los vendimiadores o lo que se lleve en el lugar, se felicita por lo
de la sana alegría y demás y procede a prender la mecha del mítico
petardo. A partir de ese momento, el espectáculo es tan horroroso
como interesante desde el punto de vista antropológico. El espectador
ajeno a la barahúnda no puede quedar indiferente. La explosión de
gamberrismo colectivo tolerado, institucionalizado y controlado por
las autoridades o repugna o fascina. Nadie se extralimita rebasando un
terreno de juego que en pocos minutos pasa de ser el lugar más noble
de la localidad (la plaza) a un vertedero de basura y vidrios rotos.
Todo ello, en el nombre y a la mayor gloria del santo o la virgen
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Fernando Sáez Aldana
locales, por supuesto. El chupinazo más relevante de la Rioja, el de
Logroño, inaugura los sanmateos, impúdico remedo de las fiestas
pamplonesas, empezando por el dichoso cohete y la pluralización del
nombre del santo patrón y continuando con el pañuelo al cuello (de
otro color), la feria taurina, los encierros y todo lo demás. La
propensión de esta tierra a importar lo peor del acervo cultural de sus
vecinos es proverbial.
El chupinazo que da rienda suelta a la proverbial sana alegría
ejerce un poderoso efecto catalizador de las otras actividades
deportivas del decatlón riojano. Las fiestas patronales de los pueblos
(incluido Logroño) son los Juegos Olímpicos del decatlón riojano.
Actividades como la marcha, el 4 x 100 decibelios, el levantamiento de
vidrio o el triple taco se activan en el momento de la explosión del
cohete oficial, como si el chupinazo desencadenara en el cerebro de la
juventud una desconocida reacción química responsable del
desenfrenado ímpetu deportivo que se apoderará de ella durante una
semana entera de fiestas. Es decir, de charangas, encierros,
degustaciones, barracas, chamizos, corridas, campeonatos de musín y
verbenas… lo dicho: las Olimpiadas.
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FICHA
Modalidad: lanzamiento
Objetivo: liberar durante escasos minutos los instintos humanos
más primitivos y salvajes, considerados superados por la
civilización el resto del año.
Edad y sexo: adolescentes y jóvenes de ambos sexos
Requisitos: un balcón de ayuntamiento, una chusma juvenil
dispuesta al descerebramiento momentáneo, un cohete.
Variantes: Rondel y El Gaitero
Récord: el 20 de septiembre de 1995 se registraron 74
borracheras en menores de edad antes de las dos de la tarde,
119 cascos de sidra achampanada rotos y esparcidos por la
plaza del ayuntamiento y 14 heridas incisas.
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EL MUSÍN
De todos los juegos de naipes más practicados en esta tierra: la
brisca, el tute, el julepe y el mus, este último ha alcanzado la superior
consideración de deporte. Anualmente se celebran multitud de
torneos, competiciones y campeonatos de la única modalidad
deportiva del mundo que se juega sentado frente a una mesa (como
el ajedrez) y por parejas (como la pelota). De todos los deportes que
conforman el decatlón riojano, el mus es el único en el que se
pueden conseguir auténticos trofeos para exhibir con orgullo en las
vitrinas. De momento no se conceden copas a blasfemadores,
escupidores o saltadores de semáforo, aunque el mundo es joven y
todo se andará. Como en casi todos los deportes anteriores, la
inmensa mayoría de los musistas son varones de todo origen, nivel y
condición. Es un juego tan democrático que no sólo lo practican
intelectuales y bodoques, titulados superiores y analfabetos
funcionales, petimetres y garrulos, ricachos y pensionistas no
contributivos, sino que cualquier individuo de una de estas clases
puede ser compañero o rival de un perteneciente a otra.
Una vez más (y ya van varias), el origen de este deporte parece
que hay que buscarlo en las vascongadas, de donde “bajó a
refugiarse en las tabernas castellanas para escalar después los salones,
desde el más encopetado ringorrango hasta la salita de estar del
modesto burócrata”, como señala magistralmente el genial Mingote
en el preámbulo a su conocido tratado de mus, un clásico sin
desperdicio sobre este incomparable juego de naipes. Al ser “un
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juego alegre que discurre entre bromas” y no “un juego de
jugadores, sino de gente que quiere pasarlo bien honestamente”, el
mus es una entretenimiento adecuado a la nobleza, la generosidad y
la campechanía de las buenas gentes riojanas.
El mus es un deporte de sobremesa practicado en toda
España, aunque algo más de Madrid para arriba, pero no es en
absoluto propio de la Rioja. Aquí, como en Burgos, Vitoria, Alicante
o Madrid, el mus enfrenta a dos parejas de jugadores, la una formada
por un catedrático y un compañero respetuoso con la mano y la otra
compuesta por un pardillo y un puesto por el Ayuntamiento. Como
en el resto de la península, se disputan piedras y amarracos en cuatro
lances (grande, chica, pares y juego o punto) y se observan las
mismas reglas a la hora de envidar, contar, farolear o hacer señas.
Pero… La Rioja es el principal reducto del musín, despectivo nombre
con el que los defensores del mus de ocho reyes y ocho ases (o mus
genuino, según ellos) se refieren al de cuatro.
El doctor Lucio Portillo, médico, pescador y musolari, es un
riojano de adopción enamorado de esta tierra (“excepto del musín y
los embuchaos”) que hace algunos años publicó un artículo sobre el
musín riojano igualmente sin desperdicio:
“El mus aundi (grande, en euskera) o MUS simplemente (así,
con mayúsculas, lo denominaremos en adelante) es un alegre y
divertido juego que se realiza con 8 reyes, 8 ases, 40 cartas y a 40
piedras. El mus txiqui (pequeño) o musín es un monótono juego,
parecido al infantil de “la carta más alta”, que se juega con 4 reyes, 4
ases, 36 cartas y 25 ó 30 piedras. MUS (musu, musua) significa beso,
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beso en la cara, y ¿quién duda que es mejor un MUS aundi que un
mus txiqui? (…) En la Rioja, esta bella tierra, cuna del castellano y
del euskera, los equivocados defensores del musín sostienen con
argumentos pueriles, fáciles de rebatir, que ¿por qué jugar a los 8
reyes si las barajas traen sólo cuatro y los treses son sólo treses como
pone en las esquinas? Yo les respondo con otras preguntas: ¿por qué
en el tute se cantan las 40 con rey y caballo y no con 7 y sota, por
ejemplo? ¿Por qué al tenis se cuenta así: 15, 30, 40, etc., en lugar de
1,2,3… como sería más lógico? ¿Por qué en el juego de las siete y
media las figuras valen medio punto si en ninguna de ellas pone nada
parecido? En las esquinas de las cartas sota, caballo y rey pone 10, 11
y 12 y, sin embargo, nadie cuenta esos números para hacer 31.
El MUS es un juego de envite y engaño, mediante el cual
queremos hacer creer al contrario que casi siempre tenemos una
jugada distinta de la que realmente llevamos, intentando convencerle
de que ésta es mayor o menor (según el momento), pero nunca la
que realmente es. Por ello y para ello existe el farol, el envite, la
apuesta más o menos fuerte, hasta llegar al órdago y que, con 8
reyes, 8 ases y 40 piedras se puede hacer. No así cuando se juega a 4
reyes, con menos cartas y con menos combinaciones para ligar. El
MUS y el musín tienen ciertas analogías, como también las tienen el
tenis y el ping-pong pero, ¿quién defendería el ping-pong ante el
tenis? Señores, seamos serios. Nunca he entendido el motivo de
odio intenso que los riojanos sienten contra los humildes doses de
las barajas ¿No ocurriría (…) que alguien, en la Rioja o Navarra, al
querer jugar al MUS se encontró que sólo había barajas mutiladas
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(sin doses) y no tuvo otro remedio que jugar sin ellos y, por ello, sin
los treses como reyes, y así nació otro juego? Este otro juego, que
dudo sea mejor que el MUS, y del que afirmo categóricamente que
no es MUS, sino musín o como se quiera llamar, sólo se juega en
parte de la Rioja (…), en contados núcleos urbanos de Navarra y en
alguna que otra casa Regional de esta tierra afincada en otras
latitudes. Es prácticamente desconocido en el resto del mundo y,
tanto en otras regiones peninsulares como de otros países con
habitantes hispanos, todos los emigrantes (excepto los riojanos)
juegan a 8 reyes, y a 8 reyes se celebran los Campeonatos
Internacionales. ¿Se puede pensar con lógica que haya tantos
millones equivocados y sólo unos cientos de miles sean poseedores
de la verdad?
Lo mismo puedo decir en relación con algo de esta tierra: vino
es el zumo fermentado de la uva y, por ello, tan vino es el riojano
como el de La Mancha, pero ¿son comparables un CVNE de 1982
con un peleón del año de Argamasilla de Alba? ¿Quién defendería a
éste ante el gran caldo riojano? Repito, señores: seamos serios”.
Esta comparación del vino es tan brutal que sin duda hará
reflexionar a los adeptos al musín, dado que la mayoría lo son
también, cómo no, al levantamiento de vidrio.
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Modalidad: torneo por parejas
Objetivo: tratar de jugar al Mus con cuatro reyes y cuatro ases
sólo
Edad y sexo: sobre todo varones, tanto en edad productiva como
jubilados
Requisitos: fanfarronería, una baraja española como las utilizadas
para jugar al Mus y un cuarto de llorar
Variantes: a por todas o al tran-tran
Récord: en la tarde del 18 de diciembre de 1977, en el Hogar de
Arnedo, la pareja de musín formada por el señor Nicolás y el
padre de un veraneante de Madrid lograron reunir de dadas un
solomillo y duples de sotas y caballos. Los privilegiados
espectadores de la proeza que aún viven lo juran por Dios.
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EPÍLOGO
Por definición, el decatlón solo admite las mismas diez
pruebas. En su modalidad olímpica, las diez especialidades (cuatro
carreras, tres lanzamientos y tres saltos) son fijas desde 1912
(Estocolmo), lo que le convierte en un deporte monótono y
aburrido. En su variedad riojana, sin embargo, el decatlón se
contempla como una lista abierta, una especie de ranking donde son
posibles bajas y nuevas incorporaciones, peculiaridad que hace de él
un deporte apasionante y vivo. En consecuencia, dependiendo de la
evolución de los gustos y las costumbres de los riojanos, la futura
composición de la lista de pruebas podrá variar. He aquí una somera
descripción de otros deportes asiduamente practicados en la región
pero que no han tenido cabida (por esta vez) en el catálogo oficial:
Tutear: consiste en tratar de tú a todo el mundo, particularmente a las
personas mayores. Suele acompañarse de calificativos como majo o
maja, morro, cariño y por un estilo.
Ir al médico: según las estadísticas, prácticamente todos los riojanos
pasan por la consulta todos los años.
Doble fila: es la consecuencia de ir en coche a todas partes y pretender
aparcarlo en la mismísima puerta.
Ir de campo: pasarse el día entero comiendo y bebiendo a la
intemperie
Apodar: aplicar sobrenombres a las personas, propio de gente
ordinaria y muy frecuentemente en los pueblos, donde se transmiten
de padres a hijos.
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Bajar o subir a Logroño: desplazarse a la capital siguiendo el curso del
Ebro o en dirección contraria, respectivamente (ej.: los de Haro bajan
a Logroño y los de Calahorra suben).
Román paladino: pronunciación de “ch” en lugar de “tr” (ches, cuacho,
etc.), utilizar expresiones como qué se o, aquí en esto (o ahí en eso) y,
sobre todo, emplear el vocablo chorra como muletilla (ej.: a tí que
chorra te importa, qué chorras querrá o el mítico qué chorra más da)...
…y más que no tienen cabida en este tratadillo cutre sobre las
más oscuras señas de identidad de ese privilegiado ser, alegre,
generoso, amante del buen yantar y, por supuestísimo, del mejor
beber que es el riojano, cuyos peores vicios y defectos son, se
conoce, hijos bastardos de sus mejores virtudes.
Una consideración final: este opúsculo sociológicamente
incorrecto carece de pretensiones pedagógicas o correctivas. En
primer lugar, porque se necesitarán varias generaciones antes de
erradicar ciertas bárbaras costumbres que todavía imperan en la
antigua Beronia. En segundo lugar, porque por desgracia para ellos,
los adictos a las disciplinas más duras del decatlón riojano no
acostumbran a leer; como mucho hojean el Marca entre trago y
trago. No obstante, si este escrito cayese en manos de alguien capaz
de indignarse por su contenido; si un honrado escupidor, un
simpático saltador de semáforos, un blasfemador ejemplar, un
impecable chandalio o un pacífico paseador de perro cagón se
molestaran tras la lectura de estas páginas, no les quepa ninguna
duda de que eso era, exactamente, lo que pretendía su vengativo
autor.
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FIN
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