Concilios Provinciales mexicanos. Época Colonial.

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Reseñas
gan del Descubrimiento una idea envuelta en la aureola de su trascendencia para la
historia universal.
Así, es interesante seguir la exposición de la autora en orden a ir desgranando
la realidad de lo vivido por Colón después de su inicial triunfo, y el por qué del relativo fracaso de los viajes segundo, tercero y cuarto, que no produjeron ni el contacto con las tierras asiáticas que el Almirante buscaba, ni el hallazgo de las riquezas
que prometiera a los Reyes Católicos. En esta línea, sobresale en el libro la referencia a la angustiosa búsqueda del paso hacia el Oriente; y también, por ejemplo, la
información sobre el terrible año que Colón hubo de pasar en Jamaica, junto con sus
desavenencias con el gobernador Ovando; el progresivo descrédito de Colón incluso entre no pocos de sus compañeros de aventuras; sus muchos defectos como
gobernante, en contraste con sus excepcionales virtudes como marino. Páginas
todas de notoria lucidez, que parecen sencillas y que son sin embargo el resultado
de múltiples lecturas y estudios, de un lado; y, de otro, de un esfuerzo de síntesis
que muestra la verdad histórica sin exagerarla en sentido ni positivo ni negativo.
Del mismo modo, apreciamos el haber acertado a dejar ver cómo la investigación sobre los restos de Colón no es una mera curiosidad de eruditos, sino que supone una forma de valorar en su justa medida el destino multisecular del nombre del
descubridor y de los avatares del juicio de la historia sobre su obra. Y, de igual
modo, debe también apreciarse el ponderado juicio de la profesora Díaz-Trechuelo
sobre la personalidad siempre sorprendente de D. Cristóbal, acerca de la cual los
datos que ofrece la autora, y su ecuanimidad y objetividad en el análisis de los mismos, aportan una prueba más del singular valor de este libro.
Un libro en el que una gran investigadora se ha esforzado en compendiar, de
modo muy grato para una lectura formativa e informativa a la vez, cuanto el saber
de los especialistas permite hoy conocer sobre Colón y su obra. No era una tarea
fácil, y la autora ha logrado realizarla con evidente éxito.
Alberto DE LA HERA
MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO, María del Pilar (Coord.): Concilios Provinciales mexicanos. Época Colonial. México. 2004. Universidad Autónoma de México. Instituto de
Investigaciones Históricas.
MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO, María del Pilar y CERVANTES BELLO, Francisco Javier
(Coords): Los Concilios provinciales en Nueva España. Reflexiones e Influencias.
México. 2005. Universidad Nacional Autónoma de México y Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. 430 páginas.
Las dos obras que a continuación se reseñan tienen una misma temática y han
sido realizadas por el mismo grupo de investigación.
Una edición de fuentes siempre es bienvenida ya que nos permite tener disponibles, como en este caso, una serie de documentos que por regla general no tienen
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fácil accesibilidad. Éste es el objetivo que se marca para esta obra como los propios
coordinadores señalan: “son textos de difícil acceso, la mayoría de las ediciones
impresas se encuentran en fondos reservados, ediciones facsimilares más contemporáneas, agotadas y solo el cuarto concilio ha sido publicado recientemente”. Por
tanto, esta obra nos proporciona un instrumento de consulta ya que no se trata de una
edición crítica sino un medio que sirve de “rápida y eficaz referencia a los estudiosos no solo de la historia eclesiástica y religiosa sino también a todos aquellos
cuyas investigaciones los lleven a la necesidad de comprender las funciones y relaciones de las instituciones clericales”.
Es innegable el gran peso que tuvo la Iglesia en los diversos niveles y aspectos
de la vida social de cada época, con su visión unitaria del mundo, sin lugar para la
separación entre los profano y lo religioso, confundiéndose Iglesia y Estado. Por
ello, cualquier ámbito de la historia, en especial la historia social, política, económica y demográfica recurren necesariamente al vínculo que tienen estas investigaciones con las instituciones eclesiásticas para cuyo desarrollo la consulta de este tipo
de documentación se hace casi indispensable.
La recopilación incluye los textos surgidos de los cuatro concilios provinciales
mexicanos con diversos anexos: Ordenanza y arancel de los derechos de la audiencia arzobispal, Prefacio de Francisco Antonio de Lorenzana a la edición de 1769,
Primera junta apostólica, Cédula de patronato y el Índice del concilio de Trento,
éstos como complemento al I y II Concilio. Los anexos del III Concilio son: Portada
e introducción a la edición de Galván Rivera (Barcelona, 1870), Carta pastoral del
arzobispo Juan Gómez de la Serna, Estatutos de la Catedral de México y el
Directorio del santo concilio provincial mexicano celebrado en México (1585) que
incluye además un estudio introductorio. Como anexo al IV Concilio se incluye:
Portada, introducción y apuntamientos bibliográficos a la edición de Rafael Sabás
Camacho, (Querétaro, 1898).
Los textos conciliares se inician con un estudio introductorio en el que se nos
sitúa en cada una de estas reuniones primero con unas notas sobre la situación que
lleva a su convocatoria, desarrollándose después la misma y con la presentación de
los personajes que intervinieron, destacando las figuras más relevantes de cada uno
de los concilios. El desarrollo de los estudios introductorios se centra en los objetivos y resultados de cada concilio, finalizándose con una recopilación de las ediciones publicadas de los mismos, la edición reproducida en esta obra y un compendio
bibliográfico sobre cada uno de ellos.
Los concilios provinciales mexicanos y los textos que derivaron de ellos se nos
presentan como resultado de reuniones o juntas eclesiásticas previas que se desarrollaron bajo el liderazgo arzobispal mexicano. En dichas reuniones se plateaban las
diferentes problemáticas de la época con diferentes objetivos en cada momento, por
lo que la historia institucional de la iglesia de novohispana no se puede desarrollar
sin acudir a la lectura y al análisis de estos textos. Como se refleja en cada uno de
los estudios introductorios los concilios provinciales personificaron la renovación
institucional de la fe, trataron de regular ciertos hábitos, de corregir excesos y clarificar aspectos que habían provocado controversia. Todo ello con un elemento
común, la persistencia en reafirmar la autoridad diocesana, en el caso de Nueva
España sobre las órdenes religiosas que se habían impuesto en el primer momento
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de la evangelización, para así adecuarse a los fundamentos que Trento consideraba
básicos para la organización eclesiástica.
Así pues, el primer estudio introductorio sobre el I y II Concilio, realizado por
Leticia Pérez, Enrique González González y Rodolfo Aguirre Salvador, resalta la
importancia de las primeras juntas apostólicas que continúan su desarrollo hasta el
II Concilio. Desde el primer momento se destaca el empeño de la jerarquía eclesiástica en conquistar el terreno que los frailes habían ganado en los primeros momentos de la evangelización, al tiempo que trataban de definir las relaciones con la Corona, que no olvidemos ejerció el Patronato de la Iglesia americana. Se nos revela el I
Concilio (1555) como “instrumento jurídico de primera magnitud para la consolidación de la jerarquía episcopal en Indias”, y se destaca la figura de Montúfar. El
documento derivado de este I Concilio se compone de 93 constituciones en las que
se abordan cuatro puntos esenciales: “el orden a seguir para la evangelización y la
aplicación de los sacramentos bajo la conducción del clero secular en detrimento
de las prácticas y normas de las órdenes religiosas; los medios para dar sostén
financiero a la iglesia; la mejor formación del clero y reforma de sus costumbres y
la creación de un aparato judicial capaz de hacer efectiva la jurisdicción eclesiástica en todos los campos de la vida de los fieles laicos y eclesiásticos”. Trata, igualmente, los medios para el sostenimiento de la jerarquía eclesiástica (imposición universal de los diezmos); la formación y vida de los clérigos; la estructura y administración de la justicia eclesiástica, etc. El II Concilio (1565) convocado por orden de
la Corona tiene un primer objetivo, el reconocimiento por parte de la Iglesia americana de los acuerdos de Trento y Roma, buscando al mismo tiempo el reconocimiento por parte de la autoridad papal de la jerarquía episcopal frente a las pretensiones
de los frailes. En sus 28 estatutos se reconocen cuatro apartados principales: sacramentos, culto exterior, curas párrocos y fieles, legos y clérigos.
El estudio que sirve de introducción al III Concilio provincial mexicano, 1585,
es obra de María del Pilar Martínez López-Cano, Elisa Itzel García Berumen y
Marcela Rocío García Hernández. Convocado por Pedro Moya de Contreras, primer
arzobispo procedente del clero secular, coincide con un desarrollo paulatino del clero
diocesano. Con la principal tarea de ajustar los decretos anteriores a las pautas tridentinas, ofrece una diversidad de temas, que por su vigencia, marcará de forma decisiva la vida de la Iglesia de Nueva España (los decretos tienen vigencia hasta el siglo
XIX). A diferencia del I Concilio, en los decretos del segundo se realizan menciones
constantes a Trento al tiempo que se obtiene una documentación más voluminosa.
Consecuencia de los trabajos de esta reunión son cinco libros con 576 decretos en los
que se imprime un fuerte carácter normativo. Las principales resoluciones tienen que
ver con: “la consolidación de la jurisdicción ordinaria y del modelo diocesano y la
supeditación de las órdenes religiosas; reforma del clero (formación, ministerio, sostenimiento, disciplina, modo de vida…); insistencia en la predicación e instrucción
en la doctrina cristiana a través de la pastoral, catequesis y confesión, obligatorio
conocer las lenguas indígenas; erradicación de la idolatría y supersticiones sobre
todo entre los indios; decencia esplendor y magnificencia del culto y decoro en las
iglesias; uniformidad de doctrina y ritos y ceremonias; elaboración de instrumentos
para facilitar la instrucción del clero; abusos en el cobro de aranceles, etc.”
Destacan los autores la importancia de los memoriales y peticiones que recibieron los
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padres conciliares y diversos instrumentos pastores como complemento a los decretos. Se incluye además un estudio específico al “Directorio que es un compendio de
instrucción eclesiástica y una especie de manual o guía confesional para los sacerdotes encargados de la cura de almas. Incluye los elementos fundamentales de la
doctrina cristiana, resolución de casos de conciencia, consejos y recomendaciones
para que los confesores supieran llevar a cabo y con provecho su ministerio con los
penitentes”.
El IV Concilio (1771) cuyos decretos no se vieron aprobados y no tuvieron
fuerza de ley se introduce con un estudio de Francisco Javier Cervantes Bello, Silvia
Marcela Cano Moreno y María Isabel Sánchez Maldonado. Se presenta esta nueva
reunión como un intento de regular la vida del clero y las expresiones religiosas de
la población, objetivos marcados por el rey (Tomo Regio) dentro de la necesidad,
evidenciada desde Felipe V, de reglamentar y reformar la vida eclesiástica en la Iglesia indiana. Entre sus objetivos y contenidos: Fe, moral, culto, bienes eclesiásticos
y el perfil del sacerdote, normativa eclesiástica para el ejercicio de diversos cargos
eclesiásticos. Se destaca de este concilio la gran cantidad de documentación generada a pesar de que sus resoluciones no fueran aprobadas.
Estos estudios nos sitúan muy acertadamente en el contexto de cada concilio y
nos ofrecen un adelanto de su contenido. Esto, unido a los textos transcritos y reunidos en esta obra, nos permite disponer de una fuente fundamental para el desarrollo de los estudios eclesiásticos novohispanos.
Fruto de los trabajos y conclusiones de los integrantes del Seminario Interinstitucional de Historia Política y Económica de la Iglesia de México, son los trabajos
reunidos en la segunda publicación reseñada. El eje central que los une son los
Concilios provinciales mexicanos y, más concretamente, los textos legislativos que
de ellos surgieron, fuentes que se convierten en “indispensables para el conocimiento institucional en que se desenvolvió la Iglesia en la Nueva España”, como se indica en la propia obra.
Se presenta, por tanto, este libro como consecuencia de una primera labor de
reunión y transcripción de los textos derivados de los concilios, reseñada anteriormente. No se limita la preocupación de estos historiadores a rescatar una documentación que había quedado en parte inaccesible, sino que acomete la labor de realizar
trabajos posteriores, en los que se analizan, desde diversos puntos de vista, los textos conciliares por parte de diferentes especialistas.
El libro se inicia con una primera parte compuesta por tres capítulos en los que se
presentan los concilios. Leticia Pérez Puente, Enrique González González y Rodolfo
Aguirre Salvador analizan el Primer (1555) y Segundo (1565) Concilio evidenciando
además la trascendencia que “en los años inmediatamente posteriores a la conquista
tuvo la implantación de una institucionalidad eclesiástica en Nueva España”; incluyendo por ello en su análisis las juntas eclesiásticas preconciliares. Además de destacar la figura de Montúfar, se muestra como se adopta una estructura vertical por parte
del catolicismo, ordenada a través de la autoridad secular. Siempre acorde con Trento
el I Concilio trata de imponer una normativa en las expresiones y las prácticas sociales relacionadas con la religiosidad de todos los grupos sociales. Por su parte, en el II
Concilio, se plantea como objetivo lograr una plena recepción de las disposiciones tridentinas. Se incide por parte de los autores en la preocupación en estas reuniones tanto
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por la organización como por las representaciones socio-religiosas. El III Concilio
(1585) lo presentan Pilar Martínez López-Cano, Elisa Itzel García Berumen y Marcela
Rocío García Hernández, destacando la importancia y trascendencia de algunos de los
instrumentos que generaron como el Directorio para confesores y penitentes. Resaltan
igualmente los trabajos dirigidos a consolidar la jurisdicción diocesana, a reformar el
clero, a erradicar la idolatría, implantar el espíritu tridentino, etc., todo ello de gran
importancia ya que de aquí surgiría el corpus legislativo conciliar que regiría hasta
finales del siglo XIX en México. Francisco Javier Cervantes y Silvia Marcela Cano se
encargan de presentar el IV Concilio (1771), cuyos cánones nunca aprobados marcaron a la iglesia de Nueva España. Destacan los autores las figuras de Lorenzana y
Fabián y Fuero y su participación en el proyecto de normar una iglesia y las representaciones socio-religiosas. Los autores subrayan “el papel de estos eclesiásticos como
intelectuales orgánicos de este proceso y destacan la justificación ideológica que dieron para sustentar su proyecto”.
Los concilios dirigieron su afán normativo además de hacia el ámbito eclesiástico al resto de la comunidad, con la pretensión de proporcionar una estructura adecuada. Esta comunidad de creyentes se trata desde dos niveles: los indígenas y su
familia; si bien, el clero fue el objeto principal ya que las disposiciones conciliares
les concernían directamente. Con estas bases se inicia la segunda parte del libro que
incluye los trabajos de los diferentes especialistas que toman los textos conciliares
como base para llevar a cabo un análisis más detallado.
Enrique González González en “La ira y la sombra. Los arzobispos Alonso de
Montúfar y Moya de Contreras en las implantación de la Contrarreforma en
México”, nos muestra a través de las figuras de Montúfar y Moya como dentro de
un conjunto de relaciones más amplio, se implicaron en la política y coyuntura de
su momento; resaltando como las peculiaridades de su formación y de su carácter
resultaron trascendentales para imponer una organización en Nueva España.
También con la figura de arzobispos como tema principal, Iván Escamilla González
en “El arzobispo Lorenzana. La ilustración en el IV Concilio de la Iglesia mexicana”, incide en la importancia de tener en cuenta la formación y la trayectoria, así
como las relaciones y experiencias en la Península del mencionado arzobispo, para
entender su comportamiento en Nueva España. Resalta, de la misma manera, su
carácter ilustrado y pragmático, al tiempo que trata las medidas tomadas por el arzobispo destacando su visión del futuro de la iglesia novohispana.
Pilar Gonzalbo Aizpuru en “La vida familiar novohispana en los concilios provinciales” explica la escasa notoriedad que alcanza en estas reuniones un aspecto de
importancia como es la familia en la formación del pensamiento religioso, analizando la atención prestada por parte de la Iglesia a esta cuestión, al tiempo que destaca
el problema de la confesión, aspecto clave para la construcción de la religiosidad
novohispana. También con el tema central de la confesión, Marcela Rocío García
Hernández en “La Confesión en el Tercer Concilio mexicano”, realiza un recorrido
de la problemática del asunto en la era tridentina y el dilema de la aplicación de este
sacramento en el Nuevo Mundo, resaltando la actividad del III Concilio del que se
obtuvo un texto concreto sobre la confesión.
Sonia Corcuera de Mancera con “Cuestión de palabras. El indio en el III Concilio
provincial mexicano (1585)”, plantea la integración del “otro”, la asimilación de la
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comunidad al catolicismo, aspecto que influyó en la “cura de almas” y en el uso de los
catecismos, doctrinas o libros de enseñanza. Gerardo Lara Cisneros, también con la
cuestión indígena, desarrolla en “Los concilios provinciales y la religión de los indios
en Nueva España”, como se abordó la religión de los indios en los concilios provinciales, incidiendo en la legislación en torno a la religiosidad indígena.
Antonio Rubial García con “Cartas amargas. Reacciones de los mendicantes
novohispanos ante los concilios provinciales y la política episcopal. Siglo XVI”, nos
introduce en los cambios vividos en la sociedad novohispana, entre ellos el paso del
proyecto segregacionista para la religiosidad indígena (representado por los frailes),
al proyecto de sociedad abierta –representada por la autoridad diocesana– pero subordinada a la jerarquía mitrada.
Las cuestiones relacionadas con las instituciones eclesiásticas, con sus privilegios
y la formación de sus integrantes es tratada por Miguel Luque Talaván en “La inmunidad del sagrado o el derecho de asilo eclesiástico a la luz de la legislación canónica y civil indiana”. A través de un minucioso estudio, presenta un balance detallado de
las disposiciones legales emitidas, mostrando el principio y desarrollo de la inmunidad eclesiástica por concepto de derecho de asilo. Por medio de la problemática surgida por el ejercicio de este privilegio, el autor nos da una muestra más del difícil equilibrio que, en ocasiones, mantenía el poder del monarca con el poder eclesiástico.
Cómo influyeron las normas conciliares en los procesos formativos de los presbíteros es analizado por Rodolfo Aguirre Salvador en el capítulo “Formación y ordenación de clérigos ante la normativa conciliar. El caso del arzobispo de México,
1712-1748”. Destaca los cambios de las normas de los primeros concilios respecto
a los de principios del siglo XVIII, especialmente representados en el III Concilio.
Basándose en el estudio del Cabildo catedralicio de México, Leticia Pérez Puente en
“El poder de la norma. Los cabildos eclesiásticos en la legislación conciliar”, destaca la importancia de las diferentes actuaciones de los cabildos catedralicios y la progresiva limitación de sus privilegios que les hicieron partícipes de los proyectos y
de la autoridad diocesana.
Las reflexiones conciliares sobre los conventos de monjas las realiza Rosalva
Loreto López en “Los conventos de mujeres en Puebla, y los concilios provinciales:
la norma episcopal y las monjas”. Centrando el estudio en la ciudad de Puebla destaca la poca atención prestada en los primeros concilios a esta cuestión y analiza la
política reformista del siglo XVIII y su influencia en los conventos calzados.
Pilar Martínez López-Cano por medio de “La usura a la luz de los concilios provinciales mexicanos e instrumentos de pastoral”, estudia las operaciones mercantiles en las que se podía incurrir en la práctica condenable de la usura; destacando los
trabajos realizados en el III y IV Concilio. La obligación de la Iglesia en definir las
fronteras entre lo lícito y lo condenable en las relaciones comerciales, la lleva a una
nueva discusión en torno a un nuevo tipo de contrato, el depósito irregular.
Francisco Javier Cervantes Bello en “Las capellanías en tiempos del IV concilio. Intereses familiares, poder episcopal y política regalista”, estudia las disposiciones sobre las capellanías en el IV Concilio, destacando las tensiones que provocaba
su doble carácter: de beneficio eclesiástico y legado familiar.
En definitiva, el libro reseñado nos ofrece una serie de trabajos que nos aproximan a la trascendencia y verdadera importancia de los textos conciliares novohispa302
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nos. Textos que se convierten en fuentes necesarias e imprescindibles para el desarrollo de los estudios, relacionados, principalmente, con la historia eclesiástica de
México. Del mismo modo nos abren una gran variedad de posibilidades a través de
los diferentes temas tratados.
María Teresa MUÑOZ SERRULLA
PÉREZ MIGUEL, Aurora: El indígena americano y el medio ambiente: choque de culturas. Madrid. 2007. Velecio Editores. 235 pp.
Aurora Pérez Miguel, doctora en Historia de América, se aparta en esta ocasión
de la línea habitual de algunos de sus libros -Viaje a Perú. Fascinante y misterioso
(Madrid, Editorial Complutense, 2000), Lugares de Magia y Aventura. Recuerdos de
una viajera (Aranjuez, Doce Calles: Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
1994), etc.– para exponer con profundidad y rigor en un interesante ensayo el hábitat, modo de vida y costumbres de algunas culturas indígenas americanas significativas. Pone el acento en el medio ambiente, en el factor humano y en los sentimientos
de unas personas que habitaban el continente americano y que vieron cómo el universo en el que vivían se les venía abajo, empujado por una fuerza que traía un estilo de vida tan diferente al suyo. Un interesante tema que ya comenzara a tratar Pérez
Miguel en su libro Impacto ecológico en la costa noroeste de América tras la llegada de los europeos (siglos XVIII a XX) –Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1993–.
Los indígenas que habitaban el continente americano en 1492 presenciaron el
derrumbamiento de su entorno y cómo sus convicciones más profundas, en las que
se había basado su existencia, se tambaleaban debido a una filosofía y modo de vida
que nada tenía que ver con su propia convicción vital. Todos los nativos americanos
sufrieron un brutal impacto ecológico y humano, y padecieron idéntico calvario a lo
largo de los años de la conquista, colonización y sometimiento. A través del análisis
de algunos ejemplos representativos procedentes de las culturas azteca, maya e inca,
se trata en este libro de destacar las “historias” de la historia, de escudriñar el complejo entramado de las reacciones de los seres humanos que participaron y escribieron la historia de sus pueblos y del empeño de los indígenas americanos, desde la
llegada de los europeos hasta nuestros días, por conservar el bien más preciado: la
tierra y todo cuanto a ella está vinculado. De la preservación de los bienes ecológicos dependerá la supervivencia de las generaciones venideras.
Los primeros indígenas que experimentaron las consecuencias de la conquista
pasaron de la sorpresa al estupor, y después a la curiosidad, a la confianza, a la desconfianza, al desentendimiento, al conflicto y finalmente a un enfrentamiento en el
que los españoles (en primer lugar) y los europeos (más adelante) llegaron a imponer sus leyes, sus costumbres, sus modos de vida.
Si tuviésemos que focalizar un punto entre la multitud de hechos históricos que
se desprenden de estos episodios, éste sería el factor humano. Nada de lo que ocurre en la tierra es ajeno al ser humano.
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