Descargar relato - Colegio Plurilingüe Esclavas del SC

Anuncio
LAS ESTRELLAS
María Olmo Torrón 2º ESO
Colegio de Las Esclavas del Sagrado Corazón de La Coruña
Ana miraba el cielo con incertidumbre, pues, a pesar de la guerra, las estrellas seguían
brillando tan hermosas como siempre.
Ella sólo era una niña de rizos rubios, ojos azules y piel morena… una niña de tantas, una
cualquiera del montón. Pero las estrellas seguían brillando ante ella.
Su boca dibujó una sonrisa en su cara, mientras pensaba en lo afortunada que era por
poder ver brillar aquellos puntitos a lo lejos en la inmensidad del cielo.
Con paso lento se dio la vuelta y se dirigió a una pequeña y vieja casa de campo, su casa.
Abrió la puerta y entró en el lugar, cerró despacio y subió hasta su habitación, donde se
cambió y, colocando la ropa para mañana, miró una última vez a esas estrellas antes de
meterse en la cama y sumergirse en el reparador sueño de Morfeo.
Mientras esto pasaba, una mujer de hipnotizadores ojos verde esmeralda, pelo negro como
la noche y piel pálida como la luna, miraba a Ana desde dentro del bosque que rodeaba el
lugar.
Cuando Ana se metió por fin en la cama y se durmió, la mujer salió del bosque y se colocó
justo en el mismo lugar en el que la pequeña niña de ojos azules había estado antes. Su
intención era poder ver las estrellas.
Mas… no vio nada!
Entristecida, se dio la vuelta y volvió por donde había venido sin que nadie se enterara de
que había estado allí.
A la noche siguiente, Ana volvía a mirar las estrellas desde su lugar favorito y sintió que
alguien se le acercaba. Era la mujer de los ojos verde esmeralda. Ésta le preguntó:
-
Perdona - le dijo la mujer misteriosa- ¿Tú qué ves cuando miras al cielo?
Ana la miró de reojo y tuvo que admitir que era hermosa y que tenía una voz muy dulce. Le
sonrió antes de responder:
-
Las estrellas! – dijo Ana sincera y un poco sorprendida, pues qué podría mirar si
alzaba la vista al cielo.
La mujer la miró y volvió de nuevo su vista a la noche. Entonces…. Siguió sin ver nada! Y le
preguntó a la niña que cómo las veía, a lo que ella le respondió:”dejando a un lado los malos
pensamientos y centrándome en llegar a sentir paz”.
Aquella misteriosa mujer, que se había acercado a Ana llena de intriga y curiosidad, respiró
hondo y trató de hacer lo que le dijo. Se concentró todo lo que pudo en no pensar en lo que
había vivido ese día para intentar estar lo más tranquila posible y llegar a sentir cierta paz,
pues la mujer vivía en su infierno propio, difícil de borrar, y hoy no había sido la excepción.
Había llegado a su trabajo con una sonrisa, pero entre tanto papeleo, era oficinista, y los
gritos de su jefe, que apenas le pagaba, se angustió un día más.
Rápidamente dejó de pensar en lo que le había ocurrido y se concentró en esa paz que le
parecía que respiraba Ana cuando la veía. Esa paz tenía un simple y único significado: la
armonía con uno mismo, con su indispensable tranquilidad interior. Eso es la paz.
Es tan simple, pero al mismo tiempo tan compleja, que piensas que jamás la alcanzarás,
pero si miras no con tus ojos, sino con el corazón y permites dejar paso a la tranquilidad, a
lo positivo, seguro que ya tendrás esa paz tan deseada.
Ésta, a pesar de todo, tienes que sentirla y compartirla con los demás como aquella
pequeña niña le estaba enseñando, porque el transmitirla a los demás era la fuente más
segura de llegar a ella.
La mujer pensó e hizo lo que la niña hacía todas las noches: suspirar antes de nada para
relajarse. Cuando miró pudo, por fin, ver las estrellas y una sonrisa apareció en su cara.
Mientras de reojo la pequeña Ana la miraba complacida.
Ana al ver su expresión pudo darse cuenta de que la mujer había alcanzado esa paz que
hasta ahora le había parecido inalcanzable. Sonriente se giró y volvió a mirar a las estrellas
antes de darse la vuelta para irse llamando la atención de la mujer.
-
¿Ya te vas?- preguntó curiosa la mujer.
La niña, sin perder su sonrisa, contestó:
-
Sí
-
¡Nunca olvidaré lo que sentí esta noche!- dijo antes de que Ana se diese la vuelta y
comenzase a andar hacia su casa.
La mujer continuó:
-
Gracias por compartir conmigo tus ganas de obtener tranquilidad, para mí ha
significado mucho. Me gustaría poder saber transmitir lo mismo a otros que, como
yo, no sabíamos a dónde mirar con los ojos del corazón.
Ana sin dejar de sonreir, empezó a andar.
-
Ha sido un placer – respondió sin pararse, yendo directa a su casa.
La mujer volvió la vista, de nuevo, al cielo y exclamó:
- ¡Por fin! ¡Gracias!
Descargar