Los aportes de la comunicación comunitaria a las prácticas educativas en contextos de exclusión social Por: Mariana Lidia Cordero y Mariana Laura Corti Institución: Facultad de Ciencias Sociales – UBA // Acceder: Asociación Civil Comunicación y Educación para el Desarrollo E-mail: [email protected], [email protected] Introducción La Comunicación Comunitaria en sus vinculaciones con las prácticas educativas no puede ser pensada como una entidad independiente de éstas, como un contenido a desarrollar, o como simple trasposición de los contenidos a dinámicas y materiales más “atrayentes” para los alumnos. Por el contrario, de lo que se trata es de revalorizar la comunicación como componente básico de la educación. Desde el sentido antropológico de comunicación como fundamento de toda relación humana, el vínculo educador – educando es en sí mismo un proceso comunicacional. Pero la comunicación es también el modo por el cual se crean, transmiten y negocian los sentidos que conforman la urdimbre social y confieren identidad a los individuos y al mundo. Los sectores sociales que viven en contextos desfavorables o excluyentes, conforman su identidad desde significaciones socialmente instituidas que, de alguna manera, refuerzan esos lugares de exclusión. La educación, como ámbito central de construcción de la subjetividad, en tanto lugar de cruce de las relaciones sociales, los dispositivos culturales, la historia y el contexto social, es también un lugar clave desde el cual reconstruir la subjetividad posicionando a los alumnos como sujetos de habla y generar prácticas que les permitan desandar las imágenes producidas por el discurso dominante. De lo anterior resulta evidente que esta concepción de comunicación contempla pero excede lo informativo y rebasa lo periodístico y lo tecnológico, que son, sin embargo, los primeros aspectos que surgen y se tienen en cuenta cuando se piensa la comunicación desde lo educativo. Lo que se busca es realzar las posibilidades que ofrece la comunicación al proceso pedagógico rescatando la importancia de que los alumnos se conviertan en comunicadores, que cuenten con instancias de producción a través de las cuales socializar el producto de su propio aprendizaje. La esencia no está puesta aquí en la incorporación de un saber tecnológico, sino en su relación con la subjetividad del educando, en su necesidad de asumirse como emisores y de convertirse en actores responsables de un proceso social de cambio. En este sentido, rescatamos también como aporte de la Comunicación Comunitaria la posibilidad que ofrece a la práctica educativa de reencontrarse con la dimensión política implícita en su quehacer. El poder de la palabra (o Acerca del concepto de Comunicación y su relación con la producción de sentido) “La palabra instaura el mundo del hombre. La palabra, como comportamiento humano, significante del mundo, no sólo designa a las cosas, las transforma; no es sólo pensamiento, es ‘praxis’. Así considerada, la semántica es existencia y la palabra viva se plenifica en el trabajo.” Ernani María Fiori Cuando hablamos de comunicación, estamos en presencia de una noción imprecisa y sobre la que existen diversas definiciones y múltiples enfoques no siempre concordantes. En algunas ocasiones, el término comunicación es utilizado como sinónimo de transmitir e informar, o para hacer referencia a las industrias mediáticas; en otras, se emplea para designar el análisis de los componentes de una organización. Aún cuando se reconoce que los medios de comunicación masiva son aparatos ideológicos que juegan un rol importante en la conformación cultural y política de una sociedad, el énfasis desde la comunicación comunitaria se coloca en las interacciones sociales, abriendo el campo de interés a la comunicación como fenómeno esencial del ser humano y de las organizaciones. “Antes de que la tecnología desarrollara sus avances en el campo comunicacional e informático, antes de que la comunicación adquiriera el carácter mass mediático, la comunicación fue, es y será un fenómeno antropológico, social, un fenómeno específicamente humano.”1 Es decir que, desde la Comunicación Comunitaria, se busca reconstituir la comprensión de la comunicación como humana, como cultura que se hace en lo cotidiano. Es a partir de los intercambios comunicativos que se producen, transmiten y negocian significados, saberes y puntos de vista. Todo fenómeno social es entonces, en una de sus dimensiones, un fenómeno comunicacional, un proceso de producción de sentido. Es ese sentido producido, ese tejido de significaciones, lo que orienta y dirige toda la vida en una forma particular de sociedad. Cada sociedad crea, instaura, un sistema de interpretación del mundo en el que ella está incluida y que determina aquello que es “real” y aquello que no lo es, lo que tiene sentido y lo que carece de él. Pero, la sociedad necesita asegurar su legitimidad a través de la cohesión y el consenso y, en última instancia, mediante la formación de los seres humanos en individuos sociales. A través de los procesos de socialización, el individuo recibe una estructura de significaciones socialmente 1 MAGAROLA, Oscar (2004): 5. determinada con la cual organizará e interpretará el universo de su experiencia y el lugar que ocupa en la estructura social. Una cuestión de importancia pasa a ser entonces, quiénes tienen la capacidad de instaurar significaciones socialmente válidas y quiénes no; quiénes tienen la capacidad de legitimar las condiciones de producción, circulación y consumo de determinados discursos y quiénes quedan relegados al silencio. Las clases hegemónicas no sólo poseen el poder coercitivo, sino que se organizan para obtener el consentimiento de las clases subordinadas. Siguiendo a Gramsci, la lucha de clase ya no es por la apropiación de los medios de producción sino que, trasladada al ámbito de la cultura, es un proceso de disputa por la administración de sentido. Este orden cultural, a través del cual las clases hegemónicas buscan imponer aquellas significaciones sociales - definiciones de la realidad - que le sean favorables, se institucionaliza en las esferas del Estado y de la vida civil (familia, sistema educativo, instituciones culturales, iglesia y medios de comunicación). Estas instituciones cumplen un rol fundamental en la conservación de la hegemonía; que no se impone desde un bloque dominante único y unificado, sino mediante una alianza coyuntural a partir de la cual el sistema ideológico hegemónico logra atravesar a todas las clases. De esta manera se “fijan los límites -mentales y estructurales- dentro de los que ‘viven’ las clases subordinadas y dan sentido a su subordinación de un modo que se mantenga su dominancia sobre ella”2. No es que haya una imposición, una transmisión perfecta, ni una asimilación por parte de las clases dominadas sin mediación de ningún tipo. Por el contrario, se producen múltiples operaciones de intercambio, acercamientos, complicidades y resistencias. Pero estos cruces son asimétricos y los grupos privilegiados tienen más recursos políticos, económicos, culturales y comunicacionales para asegurar que los sentidos sociales que circulan sustenten una visión del mundo que les sea favorable. Si bien existen definiciones dominantes que representan las estructuras de poder y dominación y que guían todo acontecimiento significante, los distintos actores sociales no necesariamente los interpretarán dentro de los marcos en que han sido significados. Sin embargo, el proceso de construcción de sentidos hegemónicos implica un acceso y un control desigual sobre la palabra. Mientras que ciertas clases sólo pueden acceder a los géneros discursivos cotidianos e informales, las elites disponen de un espectro más amplio que incluye a las formas públicas e institucionales. Las clases dominadas, viven en términos de Paulo Freire, una cultura del silencio porque la palabra siempre está dicha por los que de alguna manera comparten el poder. 2 HALL, Stuart (1981): 376. En una sociedad en la que los sectores populares, no pueden decir su palabra y al mismo tiempo no reciben las herramientas necesarias para lograr una mejor comprensión del mundo y de sí mismos, ¿no vale la pena abrir el abanico de significaciones desde otros marcos? ¿Se pueden generar prácticas educativas que favorezcan el cuestionamiento crítico de un orden que excluye y niega, para poder transformarlo? ¿Cuáles son las contribuciones que podemos hacer a la educación, desde la comunicación comunitaria? Desdibujando Fronteras (o Acerca de la Comunicación comunitaria en ámbitos educativos de exclusión) Lo primero que se hace necesario explicitar es que la comunicación no puede ser pensada como una entidad independiente de la práctica educativa. Cuando estamos en presencia de un proceso de enseñanza – aprendizaje presenciamos, necesariamente, un proceso comunicacional sin el cual el primero no sería posible. Para que pueda establecerse una relación pedagógica se requiere de una relación comunicacional, es decir, de la creación de un vínculo docente – alumno que contemple el diálogo, la “afectividad”, la disponibilidad hacia la realidad del otro y el reconocimiento de la diversidad cultural. Detrás de esta propuesta se encuentra una concepción diferente del proceso de enseñanza. Los educandos ya no se perciben como pasivos, objetos de las acciones y decisiones de un otro, sino como actores de un proceso de intercambio e influencia mutua que los compromete con su entorno. Gestores de sus propios mensajes, que participan en la discusión de sus propias necesidades para reconocerse, provocar procesos de aprendizaje y realizar acciones transformadoras. Sin embargo, desde los ámbitos de enseñanza, sucede, generalmente, que estos aspectos vinculares y comunicacionales no son apreciados como componentes esenciales de la educación. Al mismo tiempo, desde los ámbitos educativos se tiende a equipar la comunicación con lo informativo y lo tecnológico. Se produce un silogismo a partir del cual el término comunicación se vuelve sinónimo de medios – masivos – de comunicación, debido a la preocupación respecto del desarrollo de la cultura mediática y su influencia en los procesos de socialización, conformación de las identidades juveniles y el importante papel ideológico que juegan en la percepción del mundo. Preocupación que no deja de ser legítima pero que generalmente no es bien abordada. Frente a la “amenaza” que supone la industria cultural, la escuela busca incorporar los medios a los procesos de enseñanza como una forma de incorporar el atractivo que supone para los jóvenes la propuesta mediática, centrada en la rapidez, la fragmentación y el entretenimiento. Desde esta perspectiva se los utiliza como vehículos para la transmisión de contenidos, para reforzar o ejemplificar los conocimientos impartidos por el docente, creando un mecanismo más atrayente para el alumno, pero que en esencia no modifica el modelo pedagógico clásico centrado en la linealidad de la transmisión. Esta coincidencia apunta a confirmar una cierta legitimidad del docente a partir de la legitimidad que naturalmente parecieran tener los medios de comunicación masiva. Otra forma de incorporarlos en la escuela, es convertirlos en objeto de estudio o creación. Lo primero implica brindar herramientas para la lectura reflexiva de los distintos tipos de mensajes mediáticos, principalmente de la imagen por su aparente condición de representar la realidad. Lo segundo, procura que los alumnos participen en la producción de algún tipo de medio. El supuesto que subyace a esta propuesta es que, convirtiéndose en “autores”, los alumnos podrán tomar conciencia de la existencia y funcionamiento de los mecanismos de creación de mensajes. En otros casos, lamentablemente, hasta esto se posterga y la producción se vuelve un fin en sí misma y se anula toda reflexión acerca del para qué. A partir del punto anterior se vuelve necesario repensar las posibilidades que ofrece la comunicación comunitaria al proceso pedagógico, principalmente cuando éste se produce en contextos de exclusión social. De la utilización que la escuela hace frecuentemente de los medios existen dos aspectos que vale la pena rescatar. En primer lugar, la importancia de que los educandos cuenten con una instancia de producción, que se conviertan a sí mismos en comunicadores. Y, en segundo, la necesidad de generar procesos para la desnaturalización de los significados socialmente instituidos. Dar la Palabra “La ‘ruptura del silencio’ es un momento clave de los procesos educativos. El participante que, quebrando esa dilatada cultura del mutismo que le ha sido impuesta, pasa a decir su palabra y construir su propio mensaje(...), se encuentra consigo mismo y da un salto cualitativo en su proceso de formación.” Mario Kaplúm En relación al primer aspecto, se puede afirmar que recién cuando los alumnos se ven impelidos a reflexionar sobre un tema, a asumir una postura y a la necesidad de comunicarla a otro, es que el proceso de aprendizaje culmina. Porque para que éste se desarrolle, para que exista una apropiación del conocimiento y no una simple repetición, el alumno tiene que involucrarse, participar y tiene que poder contar con una instancia a través de la cual socializar el producto de su propio aprendizaje.3 Lo que no puede deducirse de esta afirmación es que esa instancia deba ser, exclusivamente, un medio de información. No se pueden acotar las opciones a la producción de una revista o periódico escolar, un programa de radio o un audiovisual. De lo contrario, se cercenan las 3 Kaplun, Mario (1992): 156. posibilidades creativas de la comunicación y se corre el riesgo de que todo el proyecto pedagógico quede apresado en una “lógica productiva”, o que no se pueda realizar por falta de los recursos técnicos requeridos. Si el objetivo final no es la producción de un medio de información, sino que los jóvenes cuenten con la posibilidad de quebrar con la dinámica del silencio y comenzar un proceso que los posicione como sujetos de habla, entonces se deben buscar los mecanismos comunicacionales que sean más adecuados a las características e intereses de los alumnos, las problemáticas a tratar y las determinaciones socioculturales inherentes al contexto. Esta forma puede ser, o no, el video, la radio o la prensa, pero no hay que olvidar que existen múltiples formas de comunicación igualmente válidas y muchas veces más cercanas a la expresión juvenil. Canción, cuento, murga, teatro, títeres, graffiti, son otros modos de comunicar, de expresar un pensamiento, una emoción, una experiencia y una posibilidad de repensar y resignificar el escenario social y de comprometerse con él. Porque la esencia no puede estar puesta en la incorporación de un saber tecnológico, sino en su relación con la subjetividad del educando, en su necesidad de asumirse como emisores, y por lo tanto, de convertirse en actores responsables de un proceso social, sujetos de derecho que se reencuentran con su palabra y la hacen circular. Primer Proyecto de Intervención – Taller de cuentos “Palabras Menores” El proyecto “Palabras Menores” se llevó a cabo con el apoyo de la organización “La Casa de la Cultura de los Chicos de la Calle” en una escuela de educación media, con adolescentes provenientes de barrios de emergencia de la ciudad de Buenos Aires, y surgió por la necesidad de contribuir a dar respuesta a las problemáticas sociales que los atravesaban por su contexto social de pertenencia. Estos jóvenes, al igual que muchos otros de la ciudad, aparecen como uno de los sectores más afectados por la crisis social y económica que la Argentina viene atravesando en las últimas décadas. Crisis que se traduce en un deterioro de los vínculos familiares y sociales, el hambre, la violencia y el desempleo, y que los empuja cada vez más hacia la marginalidad, imposibilitándolos de tener perspectivas de futuro porque su cotidianidad no les ofrece ninguna posibilidad de pensarlo. Entonces, el proyecto se articuló sobre tres ejes: el desarrollo individual buscando fortalecer las capacidades expresivas y artísticas a partir de las cuales pudieran proyectarse, la promoción de los derechos, y la creación y el fortalecimiento de vínculos en el ámbito comunitario a partir de comprometer a distintas instituciones y a la comunidad en actividades concretas. La primera etapa del proyecto consistió en un Taller durante el cual los jóvenes fueron creando cuentos infantiles. Esta posibilidad de producción de un material facilitó la apropiación de los conocimientos a partir de la conjunción de lo teórico y la realidad que viven con la expresión, la creatividad y el juego. La realización de un libro de cuentos en el marco del taller, se convirtió en un dispositivo de reflexión y, al mismo tiempo, les otorgó la oportunidad de revalorizarse como sujetos, de reafirmarse en sus capacidades y deseos. Durante los primeros encuentros las dinámicas y disparadores utilizados tenían como objetivo central el quebrar con el concepto “yo no tengo nada que decir” o “yo no sé escribir”. A partir de experiencias de escritura individual, fueron surgiendo temas como el desarraigo, los abusos sexuales o la pérdida de seres queridos. La actividad artística, al brindar la posibilidad de contar una parte de su memoria, fue formando a los jóvenes como sujetos de habla, y se convirtió así en un recurso y un medio para devolverles y construir con ellos, una mirada diferente de sí mismos y de cuanto les rodea, haciendo del Taller un espacio para el encuentro de la voz personal que les facilitara nombrar sus vidas y reconocerse en una identidad cultural. A medida que se avanzaba en el desarrollo del proyecto, se fueron abordando las características de la narración infantil, la escritura grupal, la lectura y creación de los cuentos en sí a partir del debate sobre temas específicos, que en esta implementación del proyecto en particular fueron los Derechos del Niño. La segunda etapa del Proyecto “Palabras Menores”, contempló el desarrollo de estrategias comunicacionales para la difusión del material y la creación de canales que favorecieron el encuentro y el intercambio con las instituciones de la comunidad. Los integrantes del taller participaron de una muestra organizada por la Casa de la Cultura de los Chicos de la Calle, del “Primer Festival de Arte Joven” del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y leyeron los cuentos en un Comedor Comunitario del barrio. En tiempos en donde se han roto los lazos sociales e impera el individualismo, el arte de contar cuentos permite generar espacios de congregación, invita a otras formas de compartir y de socializar. Dentro de un proyecto de carácter comunitario, el proceso grupal y el trabajo en las instituciones del barrio favorece en los jóvenes la reconstrucción de vínculos sociales positivos y puede ser un pequeño avance en la reconstrucción de sus sueños de modo que sus palabras y sus imágenes trasciendan la soledad y la exclusión. Los gritos del Silencio “La ideología imperante en las últimas décadas pretende subordinar todas las instancias de la vida a las leyes del mercado. La reflexión crítica y la acción social son indispensables para hacer realidad el lema de que ‘otro mundo es posible’.” Henry A. Giroux El segundo aspecto a rescatar en la relación comunicación - educación, es la importancia de generar procesos que permitan desentramar los sentidos instituidos socialmente, a partir de los cuales se construye y negocia la ideología dominante. Como mencionamos en el primer apartado, la principal consecuencia de este proceso es que los sectores populares, de alguna manera, “asumen” los discursos hegemónicos para otorgar sentido a sus prácticas cotidianas, reforzando los lugares de exclusión que dichos discursos le confieren. Entonces, cuando las prácticas y proyectos de comunicación comunitarios se articulan con un componente educativo, y principalmente cuando se trabaja con jóvenes que viven una realidad que los enfrenta permanentemente con la miseria, la desesperanza, la discriminación y la muerte sin sentido, esta articulación va a estar determinada por la construcción de espacios que posibiliten desandar las imágenes producidas por esos discursos hegemónicos, desandando también los anudamientos naturalizados entre significantes y significados, como los del tipo "pobres = vagos" o "jóvenes = peligrosos" o "ciudadanos = consumidores". Entender qué se “dice” cuando se “habla”, es el primer paso en el camino de revalorizar el lenguaje, devolviéndole a las palabras todo su poder creador y, en el mismo movimiento, transformando a los educandos en “sujetos de palabra” para que se piensen desde otros lugares simbólicos, reconstruyendo sus subjetividades desde prácticas potencialmente transformadoras. Habilitar el espacio para la palabra del alumno no significa solamente que éste tenga ocasión de expresar su cotidianidad, sino brindarles las herramientas para el análisis y una mejor comprensión de los procesos sociales que la condicionan. Significa también poner de manifiesto la postura política que da sentido a nuestra práctica, abriendo el juego a la discusión, la problematización y el disenso. Esta situación implica reconocer nuestras limitaciones, pues podemos transmitirles una “posibilidad de” pero no “obligarlos a” y debemos aceptar que muchas veces su palabra puede no ser la que a nosotros nos gustaría que fuera. Segundo proyecto de intervención – Producción de un cortometraje El objetivo principal de esta intervención fue generar un proyecto desde el cual articular los contenidos curriculares de la escuela con conocimientos significativos para las condiciones de existencia de los jóvenes con los que trabajamos, buscando permanentemente crear espacios que promovieran la producción y vinculación entre conocimientos curriculares y culturales pertinentes y significativos. Al necesitar de una instancia donde tanto educandos y como educadores pudiésemos participar activamente en la creación del conocimiento, la socialización, y el diálogo, la metodología pedagógica que utilizamos fue el taller. El mismo se insertó en el dictado de la materia “Culturas Estéticas Contemporáneas” que cursan los alumnos de 5to. año Bachiller, de la EMEM N° 4 del barrio de Lugano, donde se realizó la práctica. Esta materia se articulaba, al mismo tiempo, con un Proyecto de Cortometraje, donde los alumnos tenían la posibilidad de ser protagonistas en la realización de un video. Nuestro proyecto se fundó en la necesidad de contar, antes de la realización del mismo, con una instancia de debate que abordara críticamente los mensajes construidos y transmitidos en toda forma de comunicación, dado que en una experiencia anterior, el argumento básico del video se había centrado en un chico de clase media que, al huir de su casa y contactarse con un grupo de adolescentes que viven en la villa, terminaba convirtiéndose en ladrón y drogadicto. Es decir, que cuando los jóvenes tuvieron oportunidad de convertirse en productores de un mensaje, terminaron reproduciendo los discursos sociales dominantes que hablan sobre ellos. Entonces, el propósito central fue abordar conceptos que les facilitara llevar adelante un proceso de desnaturalización de los símbolos culturales y analizar los diferentes modos de producción de las identidades juveniles. Siguiendo las metas propuestas por nuestra intervención y los contenidos de la materia, se decidió trabajar principalmente sobre tres ejes: Cultura, Capacidad simbólica e Identidad. Vale señalar que, como postulamos en “Dar la palabra”, la producción del cortometraje se convirtió para los alumnos en una motivación y un estímulo en el proceso de aprendizaje, porque ese conocimiento que producían ya no era para cumplir con una obligación, sino para comunicarlo y compartirlo. Al mismo tiempo, a partir de analizar el mensaje que se estaba transmitiendo, el corto se constituyó en una instancia para reflexionar sobre esa realidad y sus causas, así como para denunciar una situación y pronunciar una posibilidad de ser diferente. Más allá del cortometraje finalmente creado por los alumnos, es importante señalar que a lo largo del proceso se pudieron abordar diferentes aspectos que hacen a la construcción de su identidad y las estrategias discursivas que utilizan a la hora de asumir – o no – el lugar en el que la marginalidad los coloca. A partir de las diferentes dinámicas y recursos utilizados en el marco del taller, y principalmente en la etapa de elaboración del guión, fueron surgiendo distintas vivencias como la relación problemática que mantienen los jóvenes con la policía, vivir en una villa, la muerte y la marginalidad que, al inicio del proyecto, se percibían como algo dado e incuestionable. Estas vivencias nos permitieron analizar, junto con los jóvenes, el significado que le dan a los hechos y reflexionar acerca de ellos. Un rasgo característico es la ambivalencia con la que asumen un discurso social que los estigmatiza. Por un lado, se reconocen como objetos de discriminación y, a este discurso, como excluyente e injusto. Pero, al mismo tiempo, lo ven como algo natural y existente más allá de ellos, y le asignan un lugar de verdad. Lo que no se percibe en ningún momento es un análisis de la situación como producto de una estructura social desigual que no tiene porqué ser así necesariamente. Y al no reconocer sus causas sociales, la salida la depositan en quienes tienen el poder o, por el contrario, generan una estrategia de corte individual donde “nada importa” y donde a lo social no se le reconoce ninguna influencia. Para ellos, la sociedad aparece como algo que no pueden definir concretamente, y la discriminación que sufren no tiene un responsable fijo, sino que se plasma en manifestaciones aisladas (en la vecina si los ve en una esquina, en la entrada de ciertos boliches, en el encuentro con la policía). No alcanzan, sin embargo, a captar efectivamente su posición de total desventaja frente a unas significaciones sociales que los estigmatiza, que les impone etiquetas. Otro rasgo que también pudo trabajarse en el taller, es el significado que le asignan a su lugar de procedencia. Más allá de reconocer que para la sociedad la villa es un lugar difuso, anónimo y cargado de negatividad, a ellos les otorga un sentimiento de pertenencia que marca la diferencia entre el adentro y el afuera. Conocer ciertos códigos y espacios, les da una sensación de “formar parte de” que no encuentran en otro lugar. Para estos jóvenes, es un lugar de referencia que intentan cargar de significaciones positivas y desde el cual parten para definirse como sujetos, establecer sus relaciones y sus posibilidades de ser, aunque para el afuera siempre será un hueco del malestar social. Finalmente, se trabajó también en la interpretación que los alumnos dan a la noción de presente y futuro, interpretación signada por el concepto de la muerte. La noción de futuro aparecía más como un residuo discursivo, que como un concepto capaz de transformarse en acciones; oscilando entre un ideal, en el que se ven con un título, una profesión y un trabajo que les permita mantener a la familia, y una imposibilidad de proyectarse, llegando a imaginarse “tirado en un cordón, hecho bolsa, juntando cartones”. Por otra parte, en su vida cotidiana, una de las vivencias más fuertes es la presencia de la muerte prematura, violenta y sin sentido. Y si bien la muerte no aparece recurrentemente en el discurso, no se la verbaliza, está latente y naturalizada. Se manifiesta, no cuando hablan desde lo individual, de las expectativas para sí mismos, sino cuando se la proyectan, ya sea en una ficción (como en la propuesta de historias para el cortometraje) o en un compañero. En estos casos la muerte se muestra además, como única posibilidad. Si la muerte es el presente, la proyección de un futuro se vuelve imposible. Comprender esto es imprescindible a la hora de analizar la forma en que estos jóvenes se relacionan entre sí y con el mundo. Entonces, ante este entorno que más que constituirse como un horizonte de posibilidades les brinda la certeza de que no pueden transitar ningún camino y les quita toda posibilidad de soñar, hacernos responsables de estos jóvenes, que en algún aspecto de su existencia no pueden cumplir con la posibilidad de reproducir y desarrollar su vida, se vuelve una necesidad irrenunciable. Se vuelve necesario darles un espacio a su palabra. A modo de Cierre Desde las experiencias narradas se intentó reflexionar, no sólo desde lo teórico, acerca de las vinculaciones que se dan entre educación y comunicación. Podemos decir que un aporte específico que se puede dar desde el campo de la Comunicación Comunitaria, cuando se trabaja en contextos de pobreza y crisis, es el de reintroducir el problema de la identidad, de los derechos y de la comunicación, desde nuevas perspectivas. Frente a una sociedad que privilegia las salidas individuales, y realidades donde lo que prevalece es la fragmentación, la violencia y la ausencia de vínculos afectivos, se apuesta a una práctica educativa que favorezca el trabajo cooperativo e integrador, que busca que los alumnos asuman compromisos, participen y desarrollen actitudes para el entendimiento de sí y del otro. Desde la comunicación se trata de convertir a los espacios educativos en lugares de congregación y referencia, de expresión y creatividad, desde el cual movilizar y formar identidades sociales a partir de las cuales los educandos, en su accionar reflexivo y conjunto, se vuelvan capaces de recrear la maneras de concebir el mundo. Lo que estas líneas dejan translucir es que tanto la educación como la comunicación tienen un componente político que siempre está presente aunque no se asuma. No hay neutralidad ni objetividad desapasionada, aunque muchos así lo deseen y lo disfracen. Siempre se educa y comunica en función de un proyecto social determinado. Tal vez, pensar en las vinculaciones entre comunicación y educación solo tenga como objeto el reencontrarnos y comprometernos con esos aspectos políticos de nuestro hacer, el plantearnos que la integración y la transformación social son la función última de nuestra práctica. BIBLIOGRAFÍA Alfaro, Rosa María (1993) Una comunicación para otro desarrollo. Perú: Abraxas. Cardoso, Nelson (2000) “La Comunicación Comunitaria”. Documento de Cátedra. Taller cuatrimestral de Comunicación Comunitaria. Facultad de Ciencias Sociales. U.B.A. Castoriadis, Cornelius (1988) Los Dominios del Hombre. Barcelona: Gedisa. Cytrymblum, Alicia (2004) Periodismo Social. 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