Luis Alemán Mur

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Luis Alemán Mur
¿Un suflé montado sobre ignorancias y
errores?
Conviene repensar nuestra postura ante la devoción, ante las devociones, ante los
devocionarios y ante las masas de devotos. Las devociones y las actitudes
piadosas, las frases piadosas, las prácticas piadosas crearon con frecuencia no
pocos problemas y no pocas sospechas. Gran parte de la sociedad tiende a
sospechar de las devociones o devotos.
No parece que se pueda negar la utilidad del recurso a lo piadoso para engañarnos
a nosotros y mentir a los demás. De ahí que el “piadoso” con frecuencia repele
como un Tartufo de parroquia. Se recurre a la “mentira piadosa” como si añadir
piedad a la mentira la convirtiera en verdad.
Cuando hay ignorancia, cuando faltan conocimientos se recurre a la devoción. Un
ejemplo tipo fue la vida del beato José Maria Escrivá de Balaguer, Marqués de no
sé qué. En su predicación, en su gestión y en su estampa social sobreabundó lo
devoto por encima de sus conocimientos teológicos, o de sagradas escrituras. Este
beato ganó más con rosarios que con sus conocimientos.
Y la devoción no es fuente de ciencia. En ambientes de intensa devoción se
originan desviaciones, alucinaciones y algún que otro desastre. La misma
ansiedad por conseguir, ya, la verdad de todo, el vértigo al vacío, o el miedo a
aceptar la realidad, conduce a la fácil devoción como póliza de seguros que cubre
todas las incidencias.
Acudimos a la cláusula de que “la buena intención suple, la bondad suple”. Sin
embargo, con devoción o sin ella, nada nos libera de la necesidad de nuestra
conciencia para crecer en la verdad.
Grave error sería querer convertir la fe y el vivir la vida a lo Jesús en una
devoción personal, intimista y ciega. Podría asemejarse al cobarde que huye para
no luchar a pleno sol y a plena noche.
1
He aquí una advertencia profética ante el fácil recurso al misterio y la devoción:
“Tened cuidado con la devoción. Vuestra misión es crear condiciones de
convivencia humana”.
“Adorad el misterio, que no es otro que la continua sorpresa del amor que os
tengo. Mi amor es el misterio”
Estas frases textuales fueron recogidas hace más de cincuenta años por Juan
Mateos, (el especialista en Nuevo Testamento) dichas en medio de una
celebración comunitaria que se celebraba en Roma. Auténticas intuiciones
proféticas que se dan y se darán siempre, dentro de las comunidades cristianas,
cuando se vive intensamente el mundo de la fe.
Lo facilón es refugiarse en el burladero del misterio y lo devoto. Ejemplos: El
pontificado y la eucaristía han sido el termómetro del cristianismo. Estudiar la
historia de la eucaristía y la historia de los papas, es estudiar la historia de la
Iglesia. Habrá que reconocer que es difícil encontrar a Jesús en el Vaticano y, de
igual modo difícil, encontrar a Jesús en nuestras eucaristías. De ahí que muchos
creyentes firmes en Jesús huyan hace tiempo de las conferencias episcopales y de
sus misas parroquiales.
El ejercicio del poder en la Iglesia ha sido un recurso para suplir la falta del
Espíritu. Y las devotas e inoperantes liturgias de nuestras misas un recurso para
rellenar con devociones la falta de la última cena del Señor.
En la Edad Media se montó un suflé devoto sobre los Santos Pontífices y sobre el
culto eucarístico. Y es que esas dos devociones no se adecuan muy bien con la
realidad evangélica. La falta de revelación se rellena con el misterio y la
devoción.
Pero: -“Tened cuidado con la devoción. Vuestra misión es crear condiciones de
convivencia humana”.
-“Adorad el misterio, que no es otro que la continua sorpresa del amor que os
tengo. Mi amor es el misterio”
Esto es: no podemos abusar de lo misterioso y de la devoción
A lo largo de la Edad Media, con la traca final del siglo XIII, “el cuerpo de Jesús”
deja de ser su vida, su comportamiento, su forma de ser hombre, para convertirse
(transustanciarse) en huesos, nervios, venas. Alguien, seguro un devoto,
incorporó aquello de Misterium fidei. Así, convertida en misterio, la mesa hace
menos daño. Más que vivir a lo Jesús, basta con tragárselo y adorarlo.
2
Una santa monja devota Juliana de Mont Cornillón, a media noche vio una
mancha negra en la luna iluminada. Estaba claro: en el año litúrgico faltaba una
fiesta eucarística. Por aquellos días, un monje que dudaba de la transustanciación
vio mientras decía misa, cómo de la sagrada forma brotaba sangre y manchaba el
mantel del altar. El papa Urbano IV instituyó la fiesta del Corpus Christi.
Yo no sabría decir si la iglesia, al olvidarse del Jesús de Nazaret, necesitó un altar
en vez de una mesa, o que al paganizarse, era más armonioso cambiar la mesa por
un altar a la antigua usanza.
Lo que sí estoy seguro, por mi fe en Jesús, es de que su iglesia se reformará, se
vivificará en la medida en la que todos seamos capaces del volver juntos a la
mesa, para celebrar el único gran misterio: que Dios nos ama.
Luis Alemán Mur
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