liberalismo y antidemocracia del doctor mor

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LIBERALISMO Y ANTIDEMOCRACIA
DEL DOCTOR MOR_&
Por Daniel MORENO
Profesor de la Facultad
de Derecho dela U N A M
Entre los ideólogos mexicanos que mayor influencia dejaron en iina etapa de nuestro liberalismo, fue el doctor Josf Ma. Luis Mora, qiiien
tuvo una relampagueante actuación, por su brevedad, en la administración de don Valentin Gómez Farias. Además, durante dos lustros tuvo
una participación constante en el periodismo nacional. Su mentalidad
era contradictoria, ya que si por uiia parte combatía los grandes privilegios de la Cpoca colonial, lo mismo fueran cie los eclesiasticos que de los
niilitares, por la otra asumia una actitud política antidemocrática, sobre
todo en lo que se refiere al sufragio.
Es curioso que en su amplia obra haga tan pocas referencias a Juan
Jacobo Kousseau, cuyo Contrato social tuvo extraordinaria influeiicia en
las primeras décadas de nuestra vida independiente; y las pocas alusiones, son para atacarlo. Mora combatió las ideas igualitarias de una manera constaiite. Al hablar de la propieda<l y de las cualidades, que según
sus ideas adornaban a quienes tenían medios de riqueza, expresaba: "La
igualdad mal entendida ha sido siempre u n o de los tropiezos m i s peligrosos para los pueblos inexpertos que por primera vez han adoptado los
principios del sistenia libre y representativo."
Más adelante, para combatir a (juienes cleIendian los interescs p p u lares, añadía:
Alucinado con esta idea seductora y halagüeña, se han persiiadido
que para serlo todo, bastaba el título de hombre, sin otras disposiriw
nes que las de perirnecer a la especie hiimana; de esto ha resultado
que todos y cada uno <le los miembros del cuerpo social, cuando se
han puesto en boga estas ideas, han aspir;ido a ociipar todos los puestos pitblicos, pretendiendo que se les hace u n agravio en excluirlos por
su falta de disposiciones y que éste no es mis que u n pretexto para
crear una aristocracia oIensiva de la igualclad.
E n breve semblanza podríamos decir que el (loctor Mora naci6 eii Chamaciiero (ahora Coinonfort), de la Intendencia de Giianajuato. Sus primeros estudios los realizó en la ciudad de Querétaro, para continuarlos
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DANIEL MORENO
en Mkxico. Fue alumno de San Ildefonso, donde cursó filosofía y teología, para ordenarse sacerdote en 1829. Al principio ejerció la docencia y
tuvo kxito en la oratoria sagrada; pero pronto abandonó el ejercicio sacerdotal y sus enemigos le han acusado de veleidades protestantes, aunque no hay pruebas de ello. Considerado partidario del sistema colonial,
dio muestras de lo contrario, aunque conservando cienos ribetes de
aristocracia, que derivaba hacia los propietarios y a u n sector de hombres de talento, entre los que por supuesto se incluía.
Fue redactor de un importante vocero, el Seminario Político y Literario. Desde 1822 actuó en la vida pública, ya que se le nombró vocal de la
diputación provincial de la provincia de Mbxico. Fue adversario de Iturbide y a la caida del emperador volvió a la política activa, mostrándose
enemigo del federalismo. Se le designó diputado a la legislatura del Estado de Mkxico, donde tuvo una actividad relevante. Luego intervino en
la redacción de El Observador y su inclinación hacia los reaccionarios se
mostró al defender a los conjurados del padre Arenas, quien combatia
contra la independencia de México, y al redactar el manifiesto del vicepresidente Nicolás Bravo, que se había pronunciado contra el presidente
Victoria. Mora figuraba al lado de la logia de los escoceses.
Continúa en la acción pública, pues del sacerdocio se había retirado
y sus más importantes actividades se realizaron durante la administración
de G6mez Farías, de 1833 a 1835. A la caida de su gobierno marchó al
extranjero, de donde jamás volvió, sino cuando su cadáver fue traído recientemente. Fue autor de dos obras importantes: Mdxico y sus revoluciones, donde ataca con rudeza al padre Hidalgo y a su movimiento populista; y de Obras sueltas, publicadas en París en 1836 y 1838. En esa
ciudad fallece el 14 de julio de 1850.
En el Ap4ndice al Diccionario Universal de Historia y Geografia, publicado a mediados del siglo pasado en México, el doctor Josk Bernardo
Couto redact6 una interesante semblanza:
El doctor Mora era persona de condición recia. de carácter y juicio
independiente, de pocas relaciones en el mundo, y esas quería que fuesen con gente granada y principal. Aun en la época en que apareció
unido al partido que proclamaba máximas más libres, nunca fue ni
aspiró a ser hombre popular. Por lo demás era amigo fiel, y llegada la
ocasión servia a sus amigos con celo. Sus escritos se distinguen por la
fuerza del raciocinio, por el orden y buena disposición de las partes,
más bien que por arreos de estilo, ni por la lindeza del lenguaje. Desd e que se dio al estudio de las ciencias políticas, descuidó el de las
letras humanas, que empezó a tener en menos y acaM por mirar con
desprecio. Harto se resienten de eso sus obras, especialmente las Últi.
mas, en las que hay no poco desaliño. Lo mismo que con las humani.
dades le sucedía con la erudición, pues pretendió sacar todas las cosas
del puro raciocinio.
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Yo no soy más que filósofo, solía decir a uno de sus amigos. En lo
que de verdad sobresalía, era en la polémica política: y como diserta.
dor, no como orador, pocos hombres de México han podido comparársele.
Por su parte, don Joaquín Ramírez Cabafias ha señalado cómo su sentido selectivo y ciertos resabios aristocráticos, lo llevan a desear compartir
nada más con gente granada y principal. También señala su antiindigeriisino, que por otra parte apuntó certeramente Chávez Orozco. Ramírez
Cabañas, nos dice:
Paiticipa como actor o corno censor en las jornadas políticas más
intensas de México, aquellas de la turbulenta infancia de nuestra democracia, cuando emulándose se van sucediendo bruscamente administraciones de matiz conservador más o menos acentuado, dentro de un
criterio de criollismo erróneo que aparenta ignorar la existencia de
nuestras copiosas masas i n d i p a s , o que abiertamente las desdeña, con
un olvido criniinal de la insignificancia del número en esta minoría
detentadora del poder.
En su claridad expositiva señaló lo que un grupo de liberales reconocla
como sus postulados; aunque otros eran menos avanzados y, algunos más,
romo Crescencio Rejón o don Anilrés Quintana Roo, y luego Ignacio
Kamírez, lo superaban notoriamente en el campo democrático. En sus
Obras sue18tas (París 1837), hizo una distinción de lo que estimaba eran
los partidos de entonces:
Para evitar disputas de palabras indefinidas, debo advertir desde
luego, que por marclra política de progreso entiendo aquello que tiende a efectuar de una manera más o menos rápida la ocupación de los
bienes del clero, la aboliciún de los privilegios de esta clase y de la milicia, la difusión de la educación pública de las clases populares, absolutamente indepeii<lierite del clero; la supresión de las monacales; la
absoluta libertad de las opiniones; la igualdad de los extranjeros con
los naturales en los derechos civiles, y el establecimiento del jurado
en las cansas criniinales. Por marcha de retroceso entiendo aquella en
que se pretende abolir lo poquísimo que se ha hecho en los ramos que
constituyen la precedente. El statu quo no tiene sino muy pocos partidarios, y con razón, pues cuanclo las cosas estin a medias, como en la
actualidad en Mbxico, es absolutamente imposible queden fijas en el
estado que tienen.
Los sectores contra los qiie más combatió fueron el eclesiástico y el militar. Muchas de las t~áginascontra el militarismo y el espíritu castrense
fueron de las mejores que escribió. En cambio, preocupado y alarmado
por el avance de las ideas democráticas, escribió:
Por igualdad, se han confundiclo el sabio con el ignorante, el juicioso y moderado con el inquieto y bullicioso; el honrado y virtuoso
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ciudadano con el discolo y perverso; por la igualdad, han ocupado
todos los puestos públicos una multitud de hombres sin educación ni
principios, y cuyo menor defecto ha sido carecer de las disposiciones
necesarias para desempeñarlos; últimamente, por la igualdad, se ha
perdido el respeto a todas las autoridades, aun cuando funcionan de
tales, haciendose cada uno la obligación no sólo de despreciarlas, sino
también de hacerles insultos positivos ajenos hasta de la urbanidad y
moderación.
Ahora bien, ¿quiénes eran los hombres juiciosos y honrados, para
Mora? Nada menos que los propietarios, a quienes consideraba sabios y
virtuosos, sobre todo tratándose del sufragio. Por ello agregaba:
Sentados estos principios, debemos examinar que otras condiciones
sobre las ya fijadas deberán exigirse para el ejercicio del derecho de
ciudadanía y sin vacilar aseguraremos desde luego que la propiedad:
ésta sola suple los defectos de las demás que pudieran exigirse y la
falta de esta no puede ser compensada por ninguna de las otras.
Para proceder con acierto y evitar cuestiones inútiles que provienen
siempre de palabras indefinidas, debemos fijar lo que entendemos por
esta palabra. Propiedad a nuestro juicio no es otra cosa que la posesión de los bienes capaces de constituir, por si mismos, una subsistencia
desahogada e independiente; al que tiene estos medios de subsistir le
llamamos propietario y de é1 decimos que debe ejercer exclusiuame~zte
los derechos políticos,
Como se ve, no se trataba de propietarios comunes y corrientes, sino de
grandes propietarios, que tuviesen una posición económica desahogada.
Estando en tales situaciones, podrían participar otro tipo de personas de
sólida fortuna. Por ello afirmaba:
Como los medios de subsistir pueden depender del dominio o usufructo de fincas o capitales, lo mismo que de la industria de cada uno,
se ve bien claro que no trataremos de fijar exclusivamente en los dueños de tierras el derecho de ciudadanía, sino que antes al contrario,
lo extendemos a todas las profesiones, puesto que en todas ellas sus
productos pueden ser tales que llegue a constituir una suerte inde-$endiente y una subsistencia cómoda y desahogada.
Era tal la confianza que tenia para el manejo de los negocios públicos,
en los detentadores de la propiedad, que los adornaba de cualidades que
ni entonces ni ahora han mostrado tales personas. Mora sostenía que no
podía haber temores respecto de ellos:
¿Y podrli temerse esto de los propietarios? Nada menos el interés y
el orden público están íntimamente enlazados con el suyo personal;
así es que evitarán todo aquello que pueda turbarlo; lejos de alejar
de la administración pública por celos y rivalidades ridículas a las personas capaces de encargarse de ella, se harán una obligación de colo-
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carlas en estos puestos, a fin de que puedan dirigir con tino y acierto
los negocios del Estado; como que las contribuciones han de recaer iiimediatamente sobre ellos, no perdonarán diligencias para aliorrar gastos, toniar cuenta y sistematizar la adniinistración de la hacienda, evitando por precauciones y retrayendo por castigos, el absoluto abandono y las escandalosas dilapidaciones que entre nosotros ha habido;
el cargo de representante de la Nacibn dejará de ser objeto de especiilación y de lucro, pues componiéndose de propietarios la representación nacional, deberán cesar las dietas, con lo que se ahorrará un ramo
muy considerable, sino que también este cargo perderá el atractivo que
tiene para los ni&, cesando y disminuyendo muy considerablemente
los conatos y con ellos las intrigas y violencias qiie ahora se poneii en
juego para obtenerlos.
Debido a estas circunstancias,
aqiiellos en quienes recaiga la elección, serán personas respetables por
su condición social y rango social, por una educación esmerada, que
s61o se puede recibir en el seno de la abundancia, o de una suerte
desahogada y por el concepto a que se hayan hecho acreedores eri el
público.
Pocos de los que han estudiado la personalidad del activo ministro de
don Valentin Gómez Farías, han sefialado esta contradictoria nientalidad.
Entre otros Jesús Reyes Heroles, quien distiiiguia entre los liberales,
aquellos en los que predominaba su actitud democrática, de la que Ilevados de sil individualismo, se sentían liberales, pero alejados [le las preocupaciones sociales. Y el mal no era del tiempo, pues Quintana Roo, Rejón,
Bocanegra y otros muchos; luego con niayor intensidad Ignacio Rainirez,
Francisco Zarco, Arriaga y muchos mis, tenían u n amplio sentido de
preocupnciones defensoras de los derechos populares. Por fortuna, fueron
estos últimos los que lograron orientar al país.
Creemos que los capítulos que se recogen en esta ocasión de Mora,
servirán para conocer mejor su personalidarl, y qiiizi sirvan para que se
comprenda mejor su obra.
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