ANOCHE SALIÓ LA LLORONA LOCA Calixto Andrade era el hombre más viejo del pueblo, el que conocía más historias y el que mejor sabía contarlas. Después de comer ─a eso de las seis y media, casi siete de la noche, cuando la oscuridad ya era dueña y señora del pueblo─, nosotros nos sentábamos al rededor de la mecedora que Calixto Andrade ponía sobre la acera de su casa. Entonces, el viejo fumador de tabaco nos entretenía, durante horas, con sus largos y tenebrosos cuentos. Esa noche, Calixto Andrade nos contaba la historia del gato del Diablo. Un gato blanco que ─echándose sobre el tejado─, señalaba la casa del elegido de Satanás que haría su viaje al infierno, durante la madrugada. De repente, la brisa fresca de la noche comenzó a traernos, entre sus pliegues, las notas de la Tambora. "Esta, no será como todas las noches", dijo el viejo Calixto y miró inquieto el camino que lleva hacia el Callejón del Peligro. “Esta es noche de tamboras", agregó precipitando el final del cuento. "Les aconsejo ir a dormir temprano, mañana les contaré la historia de Tío Conejo, susurró y volvió a mirar el camino. Nosotros giramos la cabeza como buscando aquello que el viejo tanto temía. "Si mañana quieren oír la historia completa de Tío Conejo, no olviden traerme un tabaco anillao por persona..., porque el tabaco es bueno para la picada de araña y para espantar el mosquito", dijo Calixto Andrade y se persignó tres veces. Entre varios le ayudamos a entrar su mecedora y apenas salimos de la casa, el mejor contador de historias del pueblo le puso doble tranca a su puerta. "¡Háganme caso muchachos, acuéstense temprano! No olviden que en noches de tambora, sale la Llorona Loca", grito el viejo Calixto a través de la ranura más grande que tenía su puerta. Partimos en grupo haciendo comentarios sobre la Llorona Loca. Como siempre, llegamos a la conclusión de que era el mejor invento que habían encontrado los viejos para mantenernos en cintura y mandarnos a dormir temprano. En la esquina del parque, después de una corta charla, nos despedimos de la mayoría de los muchachos. A lo lejos, se oía el DumDum de las tamboras, a veces melancólico, a veces alegre y picante. Cuando llegamos a la calle ciega, sólo quedamos Terre, Gato, Alonso Callado, y yo. Discutimos, un par de minutos, y al final, decidimos ir hasta la corraleja, aun sabiendo que tendremos que atravesar el callejón del peligro, a media noche… Cuentos Indice