La deuda externa argentina en contexto

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LA DEUDA EXTERNA ARGENTINA EN CONTEXTO
Aldo Ferrer
Profesor Titular Consulto
Facultad de Ciencias Económicas. UBA
El default sobre parte principal de la deuda externa argentina es el resultado de las
tendencias contemporáneas de la globalización y de las pésimas respuestas del país a los
desafíos y oportunidades planteados en el escenario internacional.
La expansión de los mercados financieros especulativos ejerció una gran presión sobre
las economías periféricas, penetró sus mercados monetarios e incentivó las políticas de
endeudamiento. Argentina fué uno de los ejemplos notables de este comportamiento de
la globalización financiera. Pero el problema no se agotó en esta dimensión porque
abarcó el conjunto de la inserción internacional del país en otras cuestiones centrales,
como el comercio internacional y las inversiones privadas directas.
Argentina respondió mal al escenario internacional porque se endeudó hasta el límite de
la insolvencia, desarticuló su capacidad competitiva en las actividades intensivas en
tecnología y abrió indiscriminadamente a la presencia de filiales de las corporaciones
transnacionales. Al final del proceso, el país terminó registrando los peores indicadores
de endeudamiento de América Latina siendo, al mismo tiempo, probablemente, el más
extranjerizado del mundo.
La relación entre la deuda externa y las exportaciones alcanzó casi cinco a uno contra
menos de dos a uno en el conjunto de la región. En cuanto a la extranjerización, baste
recordar que el 85% del valor agregado de las principales 500 empresas del país
corresponde a filiales de empresas extranjeras. Ninguna otra economía de alguna
importancia registra semejante presencia de filiales en su industria, infraestructura,
redes comerciales y explotación de los recursos naturales. A su vez, la brecha en el
contenido tecnológico entre los bienes y servicios exportados e importados, que es un
indicador crítico del desarrollo relativo, se acrecentó porque las exportaciones se
reprimarizaron y se sustituyó producción nacional de bienes complejos por
importaciones.
El sistema se convirtió así en una usina de desequilibrio macroeconómico y
endeudamiento. El déficit operativo en divisas de las filiales resultó ser parte principal
del déficit del balance de pagos del país porque las inversiones privadas directas se
concentraron en la producción para el mercado interno y generaron transferencias de
divisas al exterior por compras de insumos, equipos, utilidades y pagos de intereses en
deuda incurrida para realizar las compras, en su mayor parte, de activos existentes.
Sumado a esto la carga creciente de los servicios de la deuda externa pública y privada,
se generó un déficit insostenible y, en definitiva, como lo reveló la explosión del riesgo
país al final del proceso, no financiable por el crédito internacional.
La convergencia de un tipo de cambio sobrevaluado, un régimen monetario de caja de
conversión incompatible con las condiciones actuales del orden monetario internacional,
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la apertura indiscriminada a la inversión extranjera y reformas institucionales, como la
del régimen de previsión, que aumentaron el déficit del presupuesto, debían
inexorablemente, como lo anticipó el Grupo Fénix en su encuentro de septiembre de
2001, demoler la seguridad jurídica y el régimen de contratos. El Grupo señaló en
aquella oportunidad, que toda sociedad organizada respeta las normas legales y los
contratos pero que esto solo es posible si las reglas económicas son consistentes. La
conclusión fue que como las vigentes en la Argentina eran incompatibles con la realidad
y los equilibrios fundamentales del sistema, la seguridad jurídica y la vigencia de los
contratos estaban amenazados. A finales del año se restringió la operatoria del sistema
bancario, poco después declaró el default sobre parte principal de la deuda, disparó el
tipo de cambio y dispuso la pesificación de los contratos denominados en divisas.
El problema de la deuda es así una parte de una realidad compleja en donde convergen
pésimas políticas públicas y la connivencia de factores externos que financiaron el
desatino, realizaron negocios gigantescos con la compra de activos existentes en
operaciones frecuentemente sospechadas de turbias y alentaron las reformas que,
inscriptas en la visón del llamado Consenso de Washington, merecieron la categoría de
milagro argentino. Pués bien, el milagro terminó con el peor deterioro de la situación
económica y social del país y, como era inevitable, con el default. Como lo anticiparon
antes del derrumbe observadores argentinos y extranjeros, la deuda argentina era
incumplible
en
los
términos
originalmente
contratada.
2. Las enseñanzas de la crisis
Las ideas que sustentaron la política económica de la década pasada hasta la debacle de
2001 y el default, fueron finalmente desautorizadas por los acontecimientos posteriores.
Comparemos los supuestos neoliberales con las evidencias de la realidad.
* El financiamiento de la actividad económica y la acumulación de capital
LOS SUPUESTOS: La economía real está subordinada al financiamiento voluntario de
los mercados financieros internacionales. El default provoca el caos. La ayuda externa,
el apoyo del FMI y de los mercados financieros, es precondición de la recuperación y
crecimiento de la economía. De hecho, Argentina es un país débil que depende de la
buena voluntad de los centros de poder internacional.
LAS EVIDENCIAS: La economía real no es inevitablemente dependiente del
financiamiento voluntario de los mercados internacionales. El default consagró el
aislamiento financiero del país y, sin embargo, la economía real (producción, inversión,
comercio interno e internacional) siguió operando y comenzó a recuperarse. La
Argentina está aumentando el nivel de actividad y la inversión con sus propios medios,
pagando deuda en términos netos y transfiriendo recursos al exterior.
*La desregulación financiera y las inversiones privadas directas
LOS SUPUESTOS: La desregulación indiscriminada del financiamiento e inversiones
extranjeras atrae recursos externos para aumentar la acumulación de capital, el cambio
técnico, el crecimiento y el empleo y para fortalecer los equilibrios macroeconómicos.
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LAS EVIDENCIAS. El endeudamiento externo superó la capacidad de pagos del país y
provocó el default de parte principal de la deuda externa. El total de activos financieros
en el exterior propiedad de residentes argentinos es comparable al monto de la deuda
externa más la venta de activos en el país vendidos a empresas extranjeros. Argentina
exportó parte principal del ahorro interno a cambio de deuda externa y venta de activos
en los sectores principales de la economía. A su vez, la tasa de inversión se encuentra en
los niveles históricos más bajos y la de desempleo en los más altos. La apertura
indiscriminada al financiamiento e inversiones externas deprimió la acumulación de
capital y agravó el malestar social.
*El Estado y la globalización
LOS SUPUESTOS: El Estado es impotente ante la globalización porque el poder
decisorio descansa hoy en las corporaciones y mercados financieros internacionales y
en los grandes países, en primer lugar, los Estados Unidos. Por lo tanto, la única política
realista es transmitir señales amistosas a los mercados y adaptarse a las expectativas de
los centros de poder mundial. Argentina no puede diseñar una estrategia propia de
desarrollo e inserción internacional.
LAS EVIDENCIAS: El Estado, para bien o para mal, según la calidad de sus políticas,
conserva poder decisorio para establecer las reglas del juego y operar sobre las variables
críticas relativas a la asignación de los recursos económicos. La globalización es un
sistema de relaciones internacionales que plantea desafíos y oportunidades. Depende de
la calidad de las respuestas de cada país el estilo de inserción en el orden global
consistente, o no, con el desarrollo integrador, con el crecimiento con equidad. El
desarrollo sigue siendo, como siempre y ahora más que en etapas anteriores de la
economía mundial, un proceso de transformación de una sociedad dentro de su propio
espacio, abierto al mundo pero fundado esencialmente en sus propios recursos y
capacidad de autodeterminación.
*El tipo de cambio
LOS SUPUESTOS: La economía y la sociedad están dolarizados y, en consecuencia, la
devaluación no puede modificar los precios relativos, solo aumentar los precios pari
passu con el ajuste del tipo de cambio. El mercado es el que decide y el Banco Central
es impotente para determinar la paridad.
LAS EVIDENCIAS: La devaluación modifica los precios relativos y,
consecuentemente, la competitividad de la producción argentina. Después de la salida
de la convertibilidad y la devaluación, los precios internos subieron solo 1/3 del ajuste
del tipo de cambio. Particularmente en condiciones como las actuales, de excedente de
pagos externos fundado en el balance comercial y no en la entrada neta de capitales, el
Banco Central tiene capacidad de administrar el tipo de cambio.
*La moneda y los bancos
LOS SUPUESTOS: La dolarización (que era, en efecto, la esencia de la convertibilidad)
y una banca extranjerizada en su mayor parte, garantizan la solidez del sistema y el
respaldo de las matrices a sus filiales.
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LAS EVIDENCIAS: El sistema financiero dolarizado y controlado mayoritariamente
por entidades extranjeras, se derrumbó con la crisis y las matrices no respaldaron a sus
filiales.
*El Fondo Monetario Internacional
LOS SUPUESTOS: El FMI es el depositario de la racionalidad económica e infalible y
sus condicionalidades irrebatibles.
LAS EVIDENCIAS: El FMI se equivoca a menudo en sus pronósticos y
condicionalidades y, en efecto, cada país tiene el FMI que se merece en virtud de la
fortaleza de su posición negociadora. Los acuerdos de enero y septiembre de 2003
revelan cuanto se ha modificado la relación con el Fondo en virtud, en gran medida, de
la modificación de la postura de los negociadores argentinos.
3. Las nuevas condiciones de la deuda y su manejo
Los cambios observables en el debate de estas cuestiones, el derrumbe de la
racionalidad neoliberal, el comportamiento de la economía desde el fondo de la crisis a
principios del 2002 hasta la actualidad y un nuevo escenario político, contribuyen a
abrir perspectivas promisorias y aún inciertas.
Conviene observar a este respecto, cambios recientes que fortalecen la gobernabilidad
del país. Es plausible la percepción generalizada de que las decisiones que adopta el
Gobierno tienen el respaldo de un poder efectivo. Basta comparar la situación actual con
la vigente en el fondo de la crisis, en el segundo trimestre de 2002, para suponer que,
por primera vez en mucho tiempo, parece que Argentina está encontrando el camino.
Que no estamos ahora navegando a la deriva sin timón ni instrumentos de navegación
sino todavía en un mar agitado pero en control del navío y de su trayectoria. Al mismo
tiempo, comienza a advertirse que Argentina está en condiciones de recuperarse con sus
propios medios y de vincularse al orden global manteniendo el comando en la
organización de sus recursos. La emergencia de la confianza en las propias fuerzas está
sustituyendo el discurso de la impotencia del país y de su inexorable subordinación a
los titulares del poder en el orden global.
Las evidencias desde la economía son elocuentes. La pesificación y el régimen de tipo
de cambio flotante han restablecido la autoridad del Banco Central en la conducción de
la moneda y el crédito, el presupuesto está en orden y el extraordinario, aunque
transitorio, superávit en el balance comercial proporciona una oferta de divisas más que
suficiente para la recuperación de la economía y el manejo de los pagos internacionales.
La modificación de los precios relativos post devaluación, aún después de la posterior
considerable apreciación del peso, mejoró la competitividad de la producción argentina.
Quedó atrás la ilusión del piloto automático y del juego espontáneo de las fuerzas del
mercado como ordenadores del proceso económico. En el contexto de la deuda y de
otras restricciones, el Estado ha recuperado suficiente capacidad de comando de los
instrumentos de conducción macroeconómica y de determinación de los marcos
regulatorios de los mercados.
La deuda ha dejado de ser deuda de mercado para convertirse en deuda administrada.
Aquella es la que se negocia contínuamente con financiamiento voluntario. De allí el
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indicador del riesgo país que determina la prima a la cual el mercado está dispuesto a
conceder nuevos préstamos. En tales condiciones, la política económica se reduce a
transmitir señales amistosas a los criterios ortodoxos para reducir la prima de riesgo y,
consecuentemente, la tasa de interés. Esta es la situación que existía antes del default y
explica el último intento de la política del déficit cero, al final de la Presidencia de de la
Rua, cuando la evidencia de la insolvencia del país era ya abrumadora y el default
inminente. Recordemos que, en aquel entonces, el riesgo país asignado a la Argentina
por las agencias evaluadoras era record mundial y la pésima noticia de cada día.
Desde el default no se habla más del tema porque la deuda hoy no es de mercado sino
administrada. Está compuesta por tres grupos de pasivos: con el FMI y los bancos
multilaterales objeto del Acuerdo de septiembre último, los préstamos garantizados y
bonos emitidos para cancelar distintos tipos de obligaciones y, por último, la deuda en
default que objeto de una propuesta por parte del Gobierno. En los tres casos, la deuda y
su financiamiento es materia de negociaciones entre el Estado y las contrapartes y no
dependen de las decisiones voluntarias del mercado.
El cambio de la naturaleza de la deuda, de mercado a administrada, no elimina la
incidencia de la misma sobre el comportamiento de la economía, pero la coloca en la
esfera de la decisión política y de la negociación internacional y no en la de la
discrecionalidad del mercado. Argentina fué la expresión límite del desatino de la visión
fundamentalista de la globalización y de la ideología neoliberal. Las mismas que
subordinaron a los humores de los bisoños o maduros operadores de las agencias
evaluadoras de riesgo y de los intermediarios financieros, la suerte de los casi 40
millones de habitantes de un país con un territorio octavo en el mundo por su dimensión
de 3 millones de km2, excepcionalmente dotado de recursos naturales y depositario de
un acervo cultural universalmente reconocido.
Cuando el país digiera la incidencia estructural de la deuda y fortalezca su economía
real y, consecuentemente, su posición financiera, se volverá a la deuda de mercado.
Pero cabe esperar que, en ese entonces, los equilibrios macroeconómicos de base
preserven la gobernabilidad y vinculen las corrientes financieras al crecimiento y no a la
especulación
De todos modos, la gobernabilidad del país descansa, en primer lugar, en la solidez de
la densidad nacional, que es el conjunto de circunstancias que determinan la capacidad
de una sociedad de defender con eficacia sus intereses nacionales en el marco de
relaciones mundiales globalizadas. En esta materia, se han experimentado, en efecto,
avances significativos en la actitud de la opinión pública y de las autoridades. La
apertura incondicional, la renuncia a una moneda nacional, la subordinación a las
expectativas de los mercados, el alineamiento automático con la potencia hegemónica,
la extranjerización de los servicios públicos, los bancos e industria y el abandono por el
estado de sus funciones de árbitro y regulador, son identificadas actualmente como las
causas profundas de la crisis. El cuestionamiento de la ideología neoliberal y de la
estrategia del Consenso de Washington se refleja en la búsqueda de un rumbo
alternativo que se expresa de múltiples maneras, entre ellas la contribución del grupo
Fénix de la Universidad de Buenos Aires. El triunfo electoral del actual Presidente y el
comportamiento de su Gobierno forma parte del mismo cambio del estado de opinión.
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Hemos ganado en gobernabilidad para enfrentar los problemas fundamentales que
siguen allí: el desempleo, la pobreza, la extrema injusticia en la distribución del ingreso
cuyas consecuencias sobre el comportamiento social son aún peores que los de la
pobreza misma, instalar las reglas del juego que incentiven la creatividad y el desarrollo
y, también, el arreglo final de la deuda en default. Sobre esto último es esencial que el
ruido, que inevitablemente provoca la negociación en curso, no distraiga la capacidad de
gestión del Gobierno cuyo éxito, no depende ahora de los humores de los mercados,
sino de la calidad de sus políticas.
4. Las relaciones con el FMI
Las relaciones del FMI con los países que solicitan su asistencia constituyen un
ejercicio de la relación de poder entre ambas partes y está condicionado por
circunstancias propias, endógenas, del país deudor y, también, del Fondo. Entre las
primeras se destacan la naturaleza del desequilibrio que lleva a un país a solicitar la
asistencia del FMI, la densidad nacional, la disponibilidad de recursos y la coyuntura
política, económica y social. Entre las segundas, los factores que influyen en la gestión
de la Administración y el Directorio del Fondo.
En los dos terrenos, la evolución reciente ha sido favorable para la posición negociadora
argentina. En un contexto, claro está, en que su exagerado nivel de endeudamiento
confronta al país con la alternativa de la ruptura de relaciones con sus acreedores o una
negociación compatible con su propia recuperación. Razonablemente descartada por el
Gobierno la primera alternativa, la cuestión radica en determinar si los acuerdos con el
FMI maximizan las fortalezas de la posición negociadora y reduce al mínimo sus
vulnerabilidades. Y en precisar, también, si tales acuerdos reflejan solo
condicionalidades del Fondo o, asimismo, preferencias de política de las autoridades
argentinas.
En definitiva, se trata de evaluar si los entendimientos con el FMI son consistente con la
recuperación de la economía nacional primero y, enseguida, con su crecimiento con
equidad de mediano y largo plazo.
*Los determinantes endógenos de la posición negociadora argentina
Los cambios recientes han sido favorables para la Argentina por varios motivos, a saber:
Densidad nacional. Se han experimentado avances significativos en la actitud de la
opinión pública y de las autoridades referida a la defensa de los intereses nacionales en
el marco de relaciones mundiales globalizadas.
La disponibilidad de recursos. Realizando pagos netos de deuda y soportando aún una
considerable fuga de capitales, Argentina se está recuperando de la profunda recesión,
deterioro social y desorden en que culminó la estrategia neoliberal. Esto demuestra la
magnitud de su potencial de recursos. Es el único deudor del Fondo en dificultades
exportador neto de elementos críticos como alimentos y energía. Estas evidencias están
generando autoconfianza en las propias fuerzas. Argentina puede recuperarse con sus
propios medios y vincularse al orden global manteniendo el comando en la organización
de sus recursos.
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Coyuntura económica, social y política. Los cambios ocurridos desde el primer
trimestre del 2002 a la fecha, son en verdad notables. Se ha restablecido el orden en los
tres ejes básicos en que descansa el funcionamiento de una economía moderna: el
presupuesto, la moneda y el balance de pagos. A pesar del desempleo y del deterioro del
bienestar, la conflictualidad social es de baja intensidad, con la grave excepción del
delito con violencia. El sistema político permitió elegir en paz un nuevo Gobierno y
renovar parcialmente el Congreso Nacional y autoridades en diversas jurisdicciones, no
obstante la crítica situación económica y social y la magnitud de la discrepancia entre
los modelos alternativos, reflejada principalmente en la disputa por el poder dentro del
justicialismo.
De la deuda de mercado a la deuda administrada. Se ha señalado que ha dejado de ser
de mercado para convertirse en deuda administrada y no depende, por lo tanto, del.
financiamiento voluntario de los mercados.
*La posición negociadora del FMI
Mientras la situación de la Argentina fué fortalecida por los factores apuntados, la del
FMI reflejó el impacto del cuestionamiento creciente a la credibilidad de sus criterios y
de las evidencias sobre el carácter deletéreo de los movimientos de capitales
especulativos de corto plazo. El Fondo quedó comprometido por la crisis argentina
debido al respaldo que proporcionó en el pasado a las políticas que desencadenaron la
debacle. Asimismo, la baja capacidad del organismo para prevenir y resolver las crisis
financieras de diversos países emergentes, a fines de la década pasada, lo ha convertido
en objeto de críticas de acreditados economistas de la vida académica, particularmente
de los Estados Unidos. El FMI y los mercados financieros no tienen actualmente buena
prensa.
Las turbulencias políticas y las amenazas a la seguridad del orden mundial
contemporáneo, también contribuyen a que los países centrales procuren evitar
problemas adicionales, como, por ejemplo, la extensión del default argentino al FMI y
los bancos multilaterales. Este factor fue probablemente determinante en la actitud del
Gobierno de los Estados Unidos favorable a un acuerdo razonable del Fondo con la
Argentina.
Dado el fortalecimiento de la posición negociadora de nuestro país y el cambio en las
circunstancias internacionales, es comprensible, por lo tanto, la actitud, menos rígida de
lo habitual, del FMI en el tratamiento del caso argentino.
Los acuerdos de enero y septiembre de 2003 con la Argentina, sugieren que se ha
fracturado, en alguna medida, el bloque hegemónico formado por el FMI y los
mercados financieros con el respaldo de los Estados Unidos y los otros principales
países centrales. La actual es distinta a la situación prevaleciente en la crisis de la deuda
latinoamericana de la década de 1980. Las diferencias de criterios entre los principales
accionistas entre sí y entre varios de ellos y la Administración del Fondo, fueron
manifiestas en el transcurso de las últimas negociaciones con la Argentina.
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5. Razonabilidad de la posición argentina actual
Actualmente, la posición negociadora de la Argentina respecto de la deuda pública
externa se basa en dos criterios. A saber, el monto máximo de pago compatible con el
crecimiento y el bolsillo único, esto es, una sola masa de recursos para servir toda la
deuda. Ambos sustentaron la negociación con el FMI y, en definitiva, con los
principales países que lo controlan. Los recursos disponibles para pagar la deuda en
default es el residuo entre aquel monto y los pagos de los servicios de la deuda que se
cumple regularmente, que incluye los préstamos garantizados y boden y las
obligaciones con el FMI y los bancos multilaterales.
Sobre estas bases se formuló la propuesta de quita del 75% a los tenedores de deuda
argentina impaga. La negociación es inevitablemente compleja y conflictiva y se
prolongará durante algún tiempo. Es preciso por lo tanto renovar y fortalecer
permanentemente la estrategia negociadora del país. La trayectoria de los
acontecimientos en los dos años transcurridos desde la suspensión de los pagos y el
momento culminante de la crisis, deja al menos cuatro enseñanzas que conviene
recordar.
Primero, la Argentina cuenta con recursos propios suficientes para su recuperación y
el comercio externo del país y las inversiones privadas directas funcionan
independientemente del aislamiento del país de los mercados financieros
internacionales. El riesgo país es un indicador relevante para los especuladores
financieros pero no para los operadores del mundo real de la producción, la inversión y
el comercio.
Segundo, hay consenso en la opinión mayoritaria del país y, actualmente, en el FMI y
los gobiernos de las principales potencias, que los deudores no pueden pagar si no
crecen y resuelven sus propios problemas.
Tercero, la deuda argentina impaga forma parte de la burbuja especulativa que ha
provocado crisis sucesivas en diversas economías emergentes y cambios gigantescos en
las cotizaciones de las principales plazas bursátiles. El valor de capitalización de las
acciones cotizadas en Wall Street cayó de 17 a 10 billones de dólares entre principios de
2000 y mediados del 2002, monto semejante al producto anual de la economía
norteamericana. El riesgo es inherente a las actividades económicas y cuando los
rendimientos son exagerados, puede convertirse en siniestro, como en los casos de las
cotizaciones bursátiles y de la deuda argentina.
Cuarto, un país soberano que conoce sus restricciones, recursos y prioridades,
negocia buscando el acuerdo y preservando su derecho a decidir su política económica.
Respecto del FMI, como en cualquier otra negociación, esto implica la posibilidad de
que el acuerdo no se alcance con sus consecuencias sobre ambas partes. En tal caso, el
default se extendería a los organismos financieros multilaterales. La experiencia
argentina demuestra que cuando se negocia con el criterio que el apoyo del FMI es
esencial para la sobrevivencia del país, no existe negociación sino adhesión a las
condicionalidades unilateralmente impuestas por el FMI. Los resultados de esta postura
son bien conocidos.
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La posición argentina es razonable, viable y sostenible y requiere una actualización
contínua de la estrategia negociadora fundada en la consolidación del frente interno,
tanto económico como político y social. También, al mismo tiempo, en la transmisión
de señales claras del compromiso del país de asumir la parte razonable que le
corresponde del siniestro de la deuda.
Las negociaciones en curso con los tenedores privados de deuda argentina en default
deberían concluir con un nivel de endeudamiento sostenible en una trayectoria de
reducción de la deuda externa, condición indispensable para la gobernabilidad de la
economía argentina. Esto implica repartir con equidad las consecuencias de la crisis que
es el resultado de las pésimas políticas seguidas por el país en el pasado y del respaldo
externo a las mismas, incluyendo al FMI y a los organismos multilaterales de crédito.
Desde la crisis de la deuda en la década de 1980 hasta tiempos recientes se generalizó la
convicción de que el incumplimiento de la deuda desencadenaría embargos sobre el
comercio exterior y otras calamidades que paralizarían al país. La experiencia reciente
desmiente esa opinión. No son previsibles sanciones comerciales no consideradas, por
razones financieras, en el ordenamiento de la Organización Mundial de Comercio. A su
vez, tampoco serían efectivas sanciones financieras porque Argentina esta funcionando
desde hace tres años sin acceso al crédito internacional, pagando deuda y operando con
sus propios recursos. Las eventuales sanciones militares, desde la Doctrina Drago,
también están descartadas. El default está esencialmente encapsulado en su dimensión
financiera y sus repercusiones en el plano de otras relaciones del país con el resto del
mundo, son limitadas.
6. El momento oportuno para negociar
La determinación del momento, más conveniente para la Argentina, para proponer la
quita sobre su deuda pública en default, fué objeto de opiniones encontradas. Desde
una perspectiva, se ha planteado que dicho momento era cuando el país estuvo en el
fondo de la crisis, “de rodillas”, circunstancia en la cual los acreedores hubieran
aceptado prácticamente cualquier oferta que, en todo caso, era más que nada.
A principios del 2002 estábamos, en efecto, en el caos. En abril, los precios mayoristas
subieron casi el 20%, es decir, la hiperinflación. El sistema bancario estaba inoperante
por el corralito y el corralón. El tipo de cambio disparado hasta niveles entonces
imprevisibles. El presupuesto desbaratado por el comportamiento de la recaudación. La
caída de la producción y el empleo en niveles record. Y el FMI a la espera de la crisis
final para recién intervenir y restablecer el orden.
No es concebible que en tales condiciones Argentina hubiera podido obtener una quita
sustantiva. Por varios motivos.
En cualquier caso, estas negociaciones son siempre complejas y prolongadas. Argentina
debería haberse fijado entonces, como objetivo, prolongar la crisis hasta obtener la quita
buscada. En realidad, el país no aguantaba más la situación imperante a principios del
2002. El epílogo era el desorden final. Es difícil imaginar acreedores dispuestos a
acordar con un deudor en tal emergencia. Seguramente, habrían adoptado la misma
posición del FMI: esperar el desenlace. Como el país estaba entonces en plena
transición política, este epílogo muy probablemente habría implicado un resultado
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electoral bien distinto al registrado y el retorno al poder del neoliberalismo, es decir, a la
matriz fundacional de la crisis y de la misma insolvencia.
Seguramente, en tales circunstancias, se habría reconstituído el bloque acreedor, es
decir, el FMI y los bancos multilaterales, por un parte, y los acreedores privados, por la
otra, como sucedió durante la crisis de la deuda latinoamericana en la década de 1980.
No es entonces concebible negociadores argentinos defendiendo de pie la soberanía
representando a un país que, en efecto, estaba de rodillas.
Pero aún suponiendo que los acreedores hubieran aceptado la propuesta argentina de
quita, seguramente, no gratis, habrían impuesto condicionalidades. ¿Cuales? Tal vez, la
entrega de activos reales como tierras fiscales y territorio, confiscación de parte
sustantiva de la recaudación tributaria para servir la deuda, entregar el control de los
bancos públicos, la dolarización y el abandono definitivo de una moneda nacional, etc.
El argumento comentado es, en consecuencia, insostenible. En verdad, el mejor
momento es ahora.
Los argentinos estamos tomando nota de lo que el resto del mundo sabe desde hace
mucho. Es decir, que el país cuenta con los recursos propios para ponerse de pie con sus
propios medios sin pedirle nada a nadie. Desde hace casi dos años, la negociación con el
FMI, los bancos Mundial e Interamericano y, ahora, los acreedores de deuda en default,
se realiza sin solicitar dinero fresco, solo refinanciar amortizaciones o, en el caso de los
privados, la quita propuesta. Lo que el país necesita, en primer lugar, no son préstamos
ni inversiones privadas directas extranjeras, sino retener su ahorro dentro de sus propias
fronteras. Recordemos, que el dinero de residentes argentinos fuera del país y en el
colchón es equivalente al monto de la deuda externa. Lo primero es, pues, dejar de
exportar ahorro e importar deuda y, entonces sí, incorporar recursos adicionales del
exterior para ampliar la acumulación de capital.
Este, ahora, es el momento adecuado para negociar la quita. El planteo argentino es
razonable y bien fundado. Con mucho ruido entretanto, más temprano que tarde, se
llegará a una solución negociada sobre la base de la propuesta argentina.
Abril 2004
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