Neuronas para una economía intranquila

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Neuronas para una economía intranquila
La azarosa historia de un país que, entre bloqueos, errores, crisis y rectificaciones, ha
desarrollado y transformado radicalmente sus fuerzas y estructuras económicas
Por ARIEL TERRERO
(09 de enero de 2009)
Enfundado en su traje militar de gala, Fidel acomodó los micrófonos y expresó una idea que parece
haber taladrado a menudo su cerebro a lo largo de 50 años de Revolución: “Cuando nosotros
iniciamos la vida revolucionaria y los problemas concretos se reducían a derrocar la tiranía batistiana,
tomar el poder y erradicar el injusto sistema social existente en el país, las tareas ulteriores en el
campo de la economía nos parecían más sencillas. En
realidad éramos considerablemente ignorantes en este
terreno.”
Hablaba en el Teatro Karl Marx a los delegados del
Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba,
el 17 de diciembre de 1975. A esas alturas, ya la nave
de la economía había sufrido más de un bandazo, en
medio de tormentas de muy diverso origen; y había
legado, consecuentemente, más de una lección.
“Los problemas a los cuales habría de enfrentarse el
país, partiendo de un alto grado de subdesarrollo de las
fuerzas productivas, escasez de recursos naturales,
dependencia de la agricultura y el comercio exterior, la
La agricultura no consigue habituarse aún a la
falta de cuadros técnicos y administrativos, la
pérdida de recursos –tecnologías de riego,
convulsión social e incontables necesidades sociales a la
combustibles, fertilizantes y herbicidas- que le
vista, a lo cual se añadiría un feroz bloqueo
habían abierto, en los años 70, un camino hacia
el desarrollo
imperialista, eran superiores a lo que nosotros
mismos habíamos de imaginarnos”, reconoció el líder
cubano, al presentar en aquella ocasión un informe central de marcado acento autocrítico.
Los cubanos se habían sumergido a partir de 1959 en una espiral de transformaciones económicas y
sociales, que sobrepasó muchas expectativas por la audacia, dramatismo o celeridad de los cambios.
La nación no solo alcanzaba la independencia verdadera por
primera vez en la historia. Sin medias tintas y con un paso
tan ágil como en la insurgencia, la Revolución emprendió la
sustitución del sistema político que durante seis décadas
había desangrado al país y enriquecido a un grupo reducido
de oligarcas, políticos corruptos y transnacionales yanquis. En
su lugar, inició la construcción de otro sistema, que prometía
socializar la riqueza material y cultural que fuera capaz de
crear el pueblo.
En una humilde isla del Caribe, nacía el socialismo por vez
primera en el hemisferio occidental, en medio de una intensa
lucha de clases y entre polémicas ideológicas, algunas con
vida aún medio siglo después.
Con la nacionalización de las principales
industrias, compañías y latifundios
agrícolas, los principales medio de
producción pasaron a manos del pueblo,
con un temprano giro socialista a la
economía
En ese lapso, el país ha amasado una obra social, industrial y
científica que no soñaba la inmensa mayoría de los cubanos
antes de 1959. Pero también ha padecido crisis y sinsabores
económicos, agresiones de la mayor potencia imperialista, y
sucesivas desviaciones y rectificaciones en los métodos de
dirección de la economía, en un ir y venir intranquilo que
pudiera
ofrecer
varias
lecturas.
En
una
simplona
interpretación, podrían citarse palabras achacadas a Máximo Gómez: los cubanos no llegan o se
pasan. Pero, en mi opinión, el zigzagueo ha respondido, en unos casos, a cambios sorpresivos del
entorno mundial, y en otros, ha sido consecuencia de la difícil búsqueda de la ruta económica, dentro
de un sistema tan inmaduro aún como ambiciosas son las metas de justicia social que ofrece a la
humanidad.
Expresión de esa inmadurez es el descalabro del socialismo del este europeo, que trastornó en los
años 90 a la economía cubana a miles de kilómetros de distancia. Lo señala Fidel el 17 de
noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana: “Uno de nuestros mayores
errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se
construía el socialismo”.
Giro temprano hacia el socialismo
Por ARIEL TERRERO
(09 de enero de 2009)
El Gobierno revolucionario no perdió tiempo en brindis cuando
entró en La Habana el 8 de enero de 1959. Fiel al programa
presentado por Fidel en el juicio por el asalto al cuartel
Moncada, adoptó de inmediato medidas de claro beneficio
popular. En marzo de 1959, intervino la Compañía Cubana de
Teléfonos, monopolio yanqui implicado en negocios fraudulentos
con el régimen de Batista, y poco después rebajó los gravosos
alquileres de las viviendas y las tarifas eléctricas con que se
enriquecía otra compañía estadounidense.
En su primer año, la Revolución puso fin a los desalojos de
familias campesinas, devolvió a sus puestos de trabajo a los
obreros despedidos durante la tiranía, acabó con el tiempo
muerto de la zafra que mantenía sumidos en la miseria a cerca de
400 mil macheteros en 1958, reordenó los sistemas salariales,
confiscó los bienes malversados, empezó a mejorar la situación
de la educación y la salud, y eliminó lacras como la mendicidad
infantil, entre otras acciones contra las desigualdades e injusticias
sociales.
Durante la década del 60,
macheteros movilizados realizaron
un esfuerzo sobrehumano para
ampliar un sector que constituyó
hasta principios de los años 90 el
sostén principal de la economía
La primera Ley de Reforma Agraria, firmada el 17 de mayo,
imprimió un matiz más radical a la Revolución, al enfrentarse con
la oligarquía latifundista y las transnacionales yanquis, dueñas de
las tierras más fértiles del país. La nueva ley dejaba a cada
propietario una extensión máxima de 30 caballerías (402
hectáreas) y algunas de esas compañías poseían hasta 17 mil
caballerías (227 mil hectáreas). En octubre de 1963, una segunda ley de Reforma Agraria recortó a 67
hectáreas la extensión máxima de las granjas privadas.
El 16 de abril de 1961, horas antes de la invasión de Girón, el Comandante en Jefe declaró el
carácter socialista de la Revolución, en el entierro de las víctimas de la agresión mercenaria contra los
aeropuertos, pero las medidas que le acuñaron ese signo ideológico al proceso de cambios habían
entrado en escena el año anterior.
En agosto de 1960, el Gobierno nacionalizó las
refinerías de petróleo, las empresas de electricidad y
teléfono y 36 centrales azucareros, propiedades todas
de empresas norteamericanas, en respuesta a las
primeras agresiones económicas de Estados Unidos. En
fecha tan temprana como 1959 Washington le suprimió
los créditos comerciales a Cuba, para intentar rendir a
una Revolución que le resultaba molesta a sus hábitos
de dominación continental; al año siguiente canceló la
cuota azucarera cubana y la repartió entre otros países
del continente —de esa manera, compró la expulsión de
Cuba de la OEA—; eliminó la venta de piezas de
repuesto a la Isla, cuya industria y transporte eran casi
La integración cubana al CAME en 1972, facilitó
la importación de combustibles, tecnologías y
otros bienes desde la Unión Soviética y demás
países socialistas, pero Cuba quedó atrapada en
una cultura tecnológica e industrial de alto
consumo energético
ciento por ciento estadounidense; y cerró la llave del
bombeo de combustible.
En octubre de 1960, la Revolución continuó las
expropiaciones con la nacionalización de los bancos y
383 grandes empresas cubanas y extranjeras,
incluidos otros 105 centrales azucareros. Un día después, el 14 de octubre, dictó la Ley de Reforma
Urbana. Los principales medios de producción, en la industria, la agricultura y los servicios, pasaron
así de manos privadas a propiedad de toda la nación.
En coyuntura tan tensa, la Unión Soviética ofreció una temprana e inestimable ayuda solidaria a la
Revolución Cubana: le compró el azúcar cuando la Isla perdió el mercado en Estados Unidos, le
suministró combustibles y materias primas cuando se cerraron otros mercados y le ofreció
gratuitamente armas con que el pueblo cubano se defendió en Girón. En aquellos convulsos años,
nacían vínculos comerciales y políticos con la URSS, que marcaron los destinos de Cuba con ventajas y
peligros insospechados entonces.
Bajo la presión combinada del acoso externo y las
radicales transformaciones internas, el crecimiento
económico fue inestable en los primeros años. El país
afrontó,
además,
una
prematura
estrechez
financiera: las reservas nacionales en divisas fueron
saqueadas por la tiranía batistiana y a esto se
sumaron los costos del bloqueo económico y del
enfrentamiento a agresiones militares y bandas
contrarrevolucionarias financiadas desde el exterior.
A pesar de tales obstáculos, el Gobierno
revolucionario consiguió encaminar, de manera
rápida, una estrategia para atender necesidades
sociales que habían permanecido prácticamente
olvidadas en el pasado: a partir de 1962 asignó
La industrialización de los años 70 ayudó a
alrededor de un tercio del presupuesto del Estado a la
electrificar el país y multiplicó la producción de
educación, la salud, la seguridad social, la vivienda,
cemento, níquel, acero y otros renglones
los deportes y la recreación. A la par, organizó un
sistema de distribución igualitaria de los bienes de consumo esenciales, que garantizaría la
supervivencia en los años difíciles que se avecinaban.
Entre polémicas y errores
Por ARIEL TERRERO
(09 de enero de 2009)
De la turbulencia de aquellos primeros años habla también la rica polémica que en 1963 y 1964
sostuvieron el ministro de Industrias, Ernesto Che Guevara, y el presidente del Instituto Nacional de la
Reforma Agraria (INRA), Carlos Rafael Rodríguez, y en la que participaron otros funcionarios y
economistas.
El eje del debate, de singular validez en este siglo XXI, eran los métodos de dirección y gestión
económica en el socialismo, los estímulos materiales y morales y la vigencia de la ley del valor en el
socialismo, entre otros asuntos, a partir de dos sistemas que compartían la escena empresarial en
Cuba: el sistema presupuestario de financiamiento y el cálculo económico (en el primero, defendido
por el Che y aplicado principalmente en la industria, los fondos de las empresas eran centralizados por
el Estado, que los asignaba según el plan; el segundo favorecía el autofinanciamiento de las empresas
con sus propios ingresos y se aplicaba en el comercio exterior y parcialmente en la agricultura).
De sus estudios de marxismo, el Che aportó a aquel debate, entre otras ideas, la alerta sobre los
riesgos de emplear los instrumentos mellados del capitalismo en la construcción del socialismo —
alerta retomada por Fidel en los años 80— y advertencias tempranas
sobre debilidades de la economía política en el socialismo —grietas,
por cierto, que influirían en el derrumbe de la Unión Soviética casi tres
décadas después.
La polémica, sin embargo, se adormeció y permaneció casi olvidada
hasta fecha reciente. Fidel reconocería (Reflexión publicada en
enero de 2008), que a aquellos temas “no les dábamos mucha
importancia, entonces ocupados en la lucha contra el bloqueo
norteamericano, los planes de agresión y la crisis nuclear de octubre
de 1962, un problema real de supervivencia”.
El talento de técnicos y obreros
cubanos fue una alternativa
decisiva para sustituir las piezas
de repuesto que el bloqueo
económico impedía comprar en
Estados Unidos desde 1960
Los dos sistemas de dirección que motivaron el debate fenecieron con
el paso de los años. En la severa crítica a los errores de idealismo que
lastraron la economía a finales de los años 60, el Informe Central del
Primer Congreso del PCC observó que “no existía un sistema único de
dirección para toda la economía y en estas circunstancias tomamos la
decisión menos correcta, que fue inventar un nuevo procedimiento”
que se apartaba tanto del cálculo económico como del sistema de
financiamiento presupuestario.
Después de un gran impulso en su crecimiento a
partir de los años 70, la economía se desaceleró a
mediados de los 80, en coincidencia con la
manifestación de vicios empresariales que
alentaron el proceso de rectificación de errores y
tendencias negativas. Pero luego, a principios de los
años 90, durante el Período Especial el PIB cayó en
un brutal 33 por ciento en apenas cuatro años,
severa recesión cuyas consecuencias todavía
lesionan a la sociedad a pesar del crecimiento
observado en años más
recientes
Con el nuevo sistema de registro económico se erradicaron categorías y formas mercantiles necesarias
al socialismo; y la economía entró en una etapa de voluntarismo, acentuado entre 1967 y 1970, que
suprimió los mecanismos de contabilidad y los cobros y pagos entre las unidades del sector estatal,
descuidó los costos, sobredimensionó las metas productivas y condujo en 1970 a la frustrada zafra de
los 10 millones, esfuerzo sobrehumano que concluyó con un récord histórico de ocho millones 537 mil
toneladas de azúcar, pero a costa del desvío de fuerzas de trabajo desde otros sectores de la
economía.
El “oleoducto siberiano”
Por ARIEL TERRERO
(09 de enero de 2009)
El lento e irregular ritmo de crecimiento económico de los años 60 —con decrecimientos en 1966,
1968 y 1969— se aceleró en los 70, de la mano de un reordenamiento y planificación más realista de
las fuerzas, la integración cubana en 1972 al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) de los
países socialistas y el aumento de las inversiones en la industria. La economía alcanzó un promedio de
crecimiento anual del 7,9 por ciento en este decenio —de acuerdo con datos de la Oficina Nacional de
Estadísticas (ONE).
Cuba, encerrada hasta 1959 entre los barrotes de la monoproducción azucarera, consiguió extender
las velas para transitar hacia una diversificación de la economía en la segunda década de la
Revolución.
Varios sectores acreditaron sólidos avances en esa etapa. Algunos duplicaron o triplicaron sus
producciones, como el níquel, la generación eléctrica, la refinación de petróleo y el cemento.
Otros, que prácticamente no existían en 1959, asomaron entre las alternativas industriales cubanas,
con producciones en algunos casos 10 veces superiores: el acero, herbicidas y fertilizantes, envases
de vidrios, papel y cartón, y producciones mecánicas, como el ensamblaje de ómnibus Girón,
combinadas cañeras y maquinaria agrícola. A su vez, las producciones de tejidos y calzados, y la
industria ligera en general, crecieron favorecidas por la racionalización y mecanización de la miríada
de chinchales artesanales que tenía antes el país.
Saltos igual de significativos dieron producciones agropecuarias como los cítricos, los huevos y la
carne de cerdo, y la disponibilidad de tractores y sistemas de riego. Mientras, la flota mercante
alcanzó una capacidad casi 10 veces superior a la que tenía en 1958, la pesca multiplicó sus capturas
gracias a la incorporación de buques arrastreros modernos y los constructores hicieron a lo largo de la
Isla una cantidad de carreteras y caminos que duplicaba todo lo construido en la etapa capitalista.
El abanico de opciones de empleo se abrió en Cuba por la expansión, además, de servicios de salud y
educación, entre otros, y los centros de investigación científica. El desempleo prácticamente
desapareció y aumentó sensiblemente el número de ingenieros y técnicos, cuya carencia había
constituido una de las consecuencias más duras del éxodo del escaso personal técnico con que
contaba la Isla a inicios de la Revolución.
El sostén de todas esas inversiones —que continuarían en los años 80 aunque, no siempre con paso
regular— seguía siendo la industria azucarera. A inicios de los años 60, el Gobierno revolucionario
cubano había esbozado una estrategia de sustitución de importaciones y diversificación de la
producción agropecuaria para reducir la dependencia del azúcar. Pero las ventajas de los vínculos
comerciales con la URSS y el resto del bloque socialista reforzaron a la producción azucarera como
fuente casi única de divisas.
Los récords de más de cien litros de leche hicieron famosa a
Ubre Blanca, una de las mejores pruebas del nivel alcanzado por
la ganadería cubana cuando contaba con abastecimiento seguro
de alimentos y tecnología
Aunque internamente el paisaje de la economía era menos aburrido, Cuba seguía siendo un país
monoexportador, en línea con la división del trabajo acordada en el CAME. El azúcar aportaba más del
70 por ciento de los ingresos cubanos en divisas. En el mercado soviético tenía un comprador estable
y precios preferenciales, más altos que los ofrecidos en un mercado mundial, donde las naciones ricas
vendían caro sus bienes y servicios y adquirían barato las materias primas del Tercer Mundo.
El CAME, a su vez, ofrecía a Cuba un suministro protegido de petróleo, alimentos, materias primas y
tecnologías.
El metafórico oleoducto siberiano (llegó a 13 millones de toneladas de petróleo soviético por año) y
una relación comercial distante de la rapiña mundial, enmascaraban los altos consumos energéticos de
la tecnología soviética y la propensión al gigantismo que inoculó a las inversiones industriales en la
Isla.
La espada de Damocles oculta en tan rígida y cerrada dependencia se haría sentir sobre la economía
cubana al desatarse la crisis económica enfrentada durante el Período Especial.
Peligrosas patadas de penco
Por ARIEL TERRERO
(09 de enero de 2009)
Cuba entró en los años 80 a cuestas de un corcel aparentemente brioso, el Sistema de Dirección y
Planificación de la Economía (SDPE). Sobre esa montura, retornó la contabilidad y la planificación
centralizada, con los planes quinquenales en función rectora de la economía. Pero también acercó a la
Isla al modelo de gestión económica del campo socialista
europeo: la autogestión como base del financiamiento de
las empresas, las relaciones monetario-mercantiles como
mecanismo regulador casi absoluto entre los sujetos
económicos, la adopción de nuevos incentivos laborales,
sobre todo de carácter material, y una reforma salarial en
1982, que afianzó el pago de acuerdo con los resultados
del trabajo.
Fuertes sequías a fines de los años 90 e
inicios de este siglo se agregaron al castigo
que depauperó a laganadería y la agricultura
durante el Período Especia
En esa etapa, los ingresos personales crecieron y floreció
el consumo a una escala sin antecedentes, apuntalado
por el mercado paralelo y el mercado libre campesino y el
buen paso de un comercio protegido por los nexos con la
URSS.
Sin embargo, la economía comenzó a trastrabillar a
mediados de la década. Las costuras empresariales se
aflojaron bajo las nuevas reglas y por las roturas
escaparon recursos de la nación. Varios sectores económicos se estancaron o perdieron el impulso con
que entraron en los 80.
Irritado ante la inesperada amenaza, Fidel tachó al SDPE como “penco cojo, con muchas mataduras”,
acusó a los “mercachifleros” que intentaban jugar al capitalismo y, a partir de 1986, lideró un proceso
de rectificación de errores y tendencias negativas, para retomar las riendas de la economía.
Al derrumbarse el campo socialista, Cuba
perdió a sus principales aliados ideológicos
y comerciales y la
capacidad importadora de la Isla se
contrajo en un 85 por ciento a inicios del
Período Especial. El golpe paralizó a buena
parte de la industria cubana y dejó
a la agricultura desprovista de recursos
vitales
Entre los vicios denunciados por los trabajadores en las reuniones de empresas había “todo tipo de
chapucerías y mediocridades que eran —dijo Fidel— la negación de las ideas del Che”: el trabajo
voluntario convertido en formalismo, plantillas infladas, normas laborales anacrónicas que podían ser
vencidas dos y tres veces en una jornada, exceso de burocratismo, rentabilidad lograda mediante
trampas empresariales como la venta de medios básicos o materias primas destinadas a la producción
de la empresa vendedora, descontrol en asignación de premios y primas, prioridad al cumplimiento del
plan en valores y no en surtido, demoras hasta el infinito para la terminación de obras porque la etapa
final de la construcción valía menos...
Las empresas no tuvieron tiempo para aquilatar los beneficios de la rectificación. Al país le sorprendió
otro proceso, más traumático: el desmoronamiento del campo socialista europeo a fines de los 80 y la
brusca interrupción del intercambio con los países del CAME en 1990.
Cuba quedó colgada de la brocha al perder de golpe casi la totalidad de su comercio exterior. La
capacidad importadora se deprimió en un 85 por ciento. La mayor parte de la industria se paralizó, la
agricultura y la ganadería perdieron abastecimientos que les resultaban imprescindibles, las tiendas
quedaron desnudas, y la recesión se extendió a lo largo de cuatro años.
De 1990 a 1993, la economía se hundió un 33 por ciento, trauma con potencial para desmantelar
gobiernos y sistemas en cualquier país.
Al inicio de la contracción y ante la evidente imposibilidad de planificar una salida inmediata, la
dirección del país adoptó una estrategia inusual: pospuso las aspiraciones al desarrollo y pidió al
pueblo resistir, para proteger las conquistas sociales de la Revolución y cuidar la soberanía nacional.
Gran crisis, gran cambio
Por ARIEL TERRERO
(09 de enero de 2009)
Con el Período Especial comenzó una etapa
de transformaciones en la estructura
productiva cubana, obligados por los
precios con que tuvimos que comprar
productos y materias primas de primera
necesidad y vender nuestras producciones
en el mercado internacional, lo que puso
fin al reinado del azúcar y convirtió a los
servicios (turismo y profesionales) en las
principales fuentes de divisas del país
Como buen depredador, Estados Unidos saltó en ese momento y asestó un cruel zarpazo a la
debilitada Cuba. En octubre de 1992, el presidente George Bush (padre) firmó la Ley Torricelli, para
cercenar los vínculos de la Isla con subsidiarias yanquis en terceros países. Tres años y medio
después, en marzo de 1996, el siguiente inquilino de la Casa Blanca, William Clinton, en otro ejercicio
de extraterritorialidad, aprobó la Ley Helms-Burton para bloquear el acceso a la inversión extranjera
y a las fuentes de financiamiento que tesoneramente había encontrado Cuba.
A pesar de las puñaladas de Washington, de las maletas preparadas en Miami, del desastroso final de
los aliados ideológicos y comerciales de la Revolución, de inoportunos huracanes y sequías y de
abundantes pronósticos adversos, Cuba ha resistido una crisis económica que se equipara, por su
impacto, con la Gran Depresión de los años 30 y con la pérdida a inicios de los 60 del hasta entonces
socio comercial externo casi absoluto de la Isla, Estados Unidos. Pero la del Período Especial, a mi
juicio, ha sido más dramático que cualquier otra anterior.
No solo hablan las cifras del PIB, el silencio de fábricas y puertos o la inopia del comercio. La mejor
evidencia de la profundidad de esta conmoción es que, en la década del 90, Cuba tuvo que abandonar,
por primera vez en 200 años, la que había sido columna única y casi mágica de su economía, la
producción de azúcar: eje de guerras nacionales, llave de pactos con potencias, garante de créditos
comerciales externos, pan de la política, de la cultura, de la historia, sostén de la nacionalidad…
Para sobrevivir primero y encontrar luego nuevas sendas de crecimiento, Cuba adoptó medidas que
transformaron notablemente los escenarios de la economía interna. Aunque el Gobierno midió mucho
cada paso —y hasta los demoró y enfrentó a consultas populares—, actuó con audacia no pocas veces.
Como estrategia, se propuso amortiguar el efecto de la crisis, y de los ajustes, sobre el pueblo. Con
subsidios y garantías de empleo, logró algún alivio, incluso a costa de un insostenible incremento de
liquidez que depreció a la moneda nacional. El peso cubano llegó a la astronómica cotización de 140
pesos por un dólar en 1993 (de 8 x 1 en 1989) y el déficit presupuestario llegó al 30 por ciento del PIB
en 1994.
Con unas medidas el Estado reoxigenó el deprimido comercio
minorista —apertura de nuevos mercados—, con otras consiguió
equilibrios fiscales y modificó conceptos laborales y tributarios. En
política monetaria sorprendió a muchos observadores al legalizar
en 1993 la circulación de dólares e introdujo el peso cubano
convertible, el CUC. Favoreció así la recepción de remesas, que
han llegado a estimarse en más de 800 millones de dólares, pero a
la vez creó una dualidad monetaria que constituye hoy uno de los
obstáculos más escarpados para reordenar la economía.
Cambió leyes, buscó nuevas vías de financiamiento, abrió espacio
a actores económicos que tenían poca relevancia: inversores
extranjeros, empresas mixtas, trabajadores por cuenta propia…
Y modificó radicalmente la estructura productiva de la nación.
La construcción de viviendas ha
sido una de las actividades de
comportamiento más inestable
en los 50 años de Revolución y
una deuda social agravada por los
huracanes que azotaron a Cuba
en este siglo
En los primeros años de la crisis, el país se aferró
náufrago hecha con cañas de azúcar, pero
marchitaron aceleradamente.
Enfrentada a
internacionales y producciones incosteables, Cuba
finalmente a cerrar la
mayor parte de sus
centrales en el 2001.
a una balsa de
las zafras se
bajos
precios
se vio obligada
Otros sectores llenaron el vacío, frenaron la recesión y
abonaron un crecimiento económico a partir del año
1994. El turismo asumió el papel de locomotora de la
economía y el primer lugar en la aportación de divisas
desde ese año. La industria del níquel tomó el trono de
las exportaciones en 2006 y 2007. En el 2006, el azúcar
apenas dio un 2,4 por ciento de los ingresos en divisas
del país.
Cuba desarrolló, a la par, opciones que imprimieron un
nuevo sello a la economía. Millonarias inversiones,
realizadas previsoramente desde los años 80, en
laboratorios de biotecnología y plantas productoras de
fármacos comenzaron a rendir frutos. Entrado el siglo
XXI, las exportaciones de medicamentos y equipos
médicos avanzados superaron a los ingresos de
renglones tradicionales como el tabaco y el azúcar.
Los centros de investigación biotecnológica
y las plantas de producción de
medicamentos desarrollados desde los 80 se
han convertido en puntales del cambio hacia
una economía del conocimiento
A partir del 2005 esta transformación recibiría otra
inyección: la exportación de servicios de alto valor
agregado, liderados por la medicina, ocuparían los
primeros lugares en la aportación de divisas y daría un
fuerte impulso al crecimiento del PIB.
Además de diversificar su estructura exportadora, Cuba
transita de economía productora de unas pocas materias
primas de escaso valor agregado a economía generadora
de productos y servicios de mayor refinamiento y valor
tecnológico.
Después de la caída de la industria
azucarera, el turismo tomó desde mediados
de la década del 90 el liderazgo en los
ingresos de divisas del país, puesto que
cedió en el 2006 y el 2007 a la industria
del níquel
Las grandes crisis generan grandes cambios. Los servicios —médicos y de turismo, entre otros— están
transformando el escenario insular: sientan las bases para una economía del conocimiento.
Aunque el consumo sigue sometido a tensiones
y carencias, encontró un alivio cuando fue
legalizada la circulación de divisas y se abrieron
tiendas en divisas,
entre otras medidas acordadas para enfrentar
la crisis durante el Período Especial
La principal carta de triunfo es el capital humano
formado persistentemente a lo largo de 50 años, la
vocación de la Revolución para abonar neuronas. A
pesar de las crisis, las trampas de la intranquila
economía, el robo de cerebros desde naciones del
Norte, el bloqueo imperialista y las carencias durante el
Período Especial, los cubanos han levantado un edificio
muy diferente al heredado cuando la Revolución tomó el
poder. Mucho ha cambiado aquel “alto grado de
subdesarrollo de las fuerzas productivas” y “falta de
cuadros técnicos y administrativos” de que hablara Fidel
en el Primer Congreso del Partido, aunque aún persistan
la dependencia del comercio exterior, el bloqueo y otros
lastres internos.
El desafío, ahora, es hacer del trabajo la llave para
desatar las fuerzas ocultas en el alma y las neuronas de
ese capital humano.
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