Ana María Moix Pere Gimferrer Pere Gimferrer. Barcelona, 2006. (Fotografía de Oscar Elías) Para comprender la poesía española a partir de los últimos treinta años del siglo XX es indudablemente imprescindible referirse a la obra poética y a la personalidad de Pere Gimferrer. Concretamente, es necesario remontarse a 1966, año de la publicación de un libro decisivo, fundacional, sin el que la poesía no sería lo ha sido desde entonces. Este libro era Arde el mar, primero publicado por el entonces joven, jovencísimo autor, y que estaba destinado a tener una repercusión y una influencia en aquellos momentos insospechada en la poesía posterior. A finales del decenio de los años sesenta del pasado siglo, cuando la estética poética del país aún se plegaba –salvo excepciones- a la consigna marxista que recurrir a la palabra como a un “arma cargada de futuro” para cambiar el mundo y al hombre, un libro como Arde el mar suponía un giro revolucionario. Su poesía (en aquel primer libro y en los siguientes, escritos aún en castellano, La muerte en Beverly Hills y Extraña fruta), partía de la indagación del lenguaje poético como camino hacia la el logro de la fusión entre el hombre moral y el hombre estético, un camino que se iniciaba arrancando de la tradición poética no sólo castellana y catalana sino de la perteneciente a la historia de la literatura occidental, con el auxilio constantes de las lecturas de Góngora y Garcilaso, y de referentes más cercanos como Octavio Paz, Vicente Aleixandre, Luís Cernuda o Rafael Alberti, Wallace Stevens, Pond y Elliot, entre otros, sin olvidar al omnipresente Rubén Darío. La lucha eterna entre experiencia o realidad física y la palabra poética aprehendida y expresada mediante exuberantes imágenes sensoriales –elementos del cine y de la pintura verbalizados en estrofas y ritmos surgidos al albur de personales y, en ocasiones, estrafalarias combinaciones- seguiría centrando la poesía de Gimferrer en sus obras escritas en catalán (Els miralls, 1970; Hora foscant, 1971; Foc sec, 1973; L’Espai desert, 1976) hasta que en El vendaval (1988), alcanzó un nuevo horizonte. En opinión personal, el rechazo de Gimferrer a una poesía entendida como medio trasmisor de ideas, llevado tan a rajatabla, hubiera podido arrastrar al poeta al límite de la creatividad; sin embargo, en El vendaval, supera el peligro. Mejor dicho, no sólo supera este peligro sino que lo salva con un logro extraordinario: abriendo un nuevo espacio a la palabra poética sin negar el anterior sino más bien expandiéndolo de manera formidable. En El vendaval su poesía es ya alquimia y alcanza la condensación verbal como forma idónea para expresar el valor trascendental de la revelación. Una revelación que da sentido no sólo a la actividad creadora del autor sino también al mundo y a la relación entre poeta y mundo. Esa revelación, la revelación amorosa, apunta, creo, en ese poemario como el motor que generará la gran poesía amorosa de Gimferrer: Mascarada, El agente provocador (aunque éste último sea un libro en prosa) y, finalmente –hasta el momento- Amor en vilo, libro en el que el sentimiento amoroso alcanza plenamente sus funciones demiúrgicas. En esta última entrega poética, la poesía de Gimferrer responde a una exigencia superior: la búsqueda del absoluto. Habría que remontarse a los surrealistas franceses y a los poetas místicos para encontrar una poesía encaminada a rozar el absoluto a través del erotismo hermoso y, a la vez, transgresor, algo inusual en la poesía peninsular. Por todo ello, Pere Gimferrer es un poeta excepcional, el mayor poeta vivo tanto en castellano y como en lengua catalana. Pero hay otra vertiente de Gimferrer que no quisiera pasar por alto: la de su magisterio. El magisterio no ya de su poesía sino de su persona. Es indudable la influencia de Gimferrer en algu- 20 nos de sus compañeros de generación, y en escritores más jóvenes, una influencia no siempre rastreable en los escritos de estos últimos sino en la intención de su escritura y en su manera de concebirla y que Gimferrer ha ejercido ya sea por relación directa, personal, o a través de sus libros de ensayos (dedicados al cine, a otros poetas, al quehacer literario o a la pintura) o de narrativa (como Dietario I y II, y Fortuny). Con Sergio Vila Sanjuán y Francisco Javier Lorenzana. Barcelona, 2005. (Fotografía de Oscar Elías) 21