Diseñador, inventor y escritor El legado de Juan Baader Un creador de cruceros con estilo único, amante de la vela y pionero en el uso de materiales plásticos que dejó su huella. Alemán de nacimiento, rioplatense por adopción. Juan Baader llegó al puerto de Buenos Aires en 1929 con apenas 25 años y el título flamante de ingeniero naval bajo el brazo. Las pocas palabras en español que conocía las aprendió durante el viaje en barco desde Alemania, con un diccionario que había encontrado por ahí. Con el tiempo no sólo dominaría el castellano a la perfección sino que también lo utilizaría para escribir libros especializados y artículos de divulgación técnica en revistas náuticas. El nombre Baader hoy es sinónimo de algunos de los más refinados cruceros de madera del Río de la Plata, como el Explorador, el Diana y el Riomar. Marineros y elegantes los auténticos Baader son objetos codiciados que se desmarcan con calidad y terminaciones impecables entre algunas réplicas que osan usar su nombre en vano. Baader no imaginaba nada de esto cuando, a fines de los años ’20, Juan Ortholan lo tentó para dirigir un astillero en un delta sudamericano que nunca había oído nombrar. Allí recibió carta blanca para desplegar su estilo tan personal. Juan Baader hijo, de 77 años, artesano naval que trabajó diez años junto a su padre, recuerda el quiebre en la estética de la época que marcaron aquellos diseños: “Hasta entonces, Ortholan hacía barcos lentos y con una popa finita, como era la moda de la época en el río. Mi padre introdujo los primeros yates con espejo de popa, que les permitían alcanzar velocidades de semiplaneo desconocidas hasta entonces en esta zona”. Sin embargo, tras la muerte de Juan Ortholan, Baader no estuvo conforme con el rumbo que tomó la empresa y decidió encarar su propio camino. Compró un terreno cercano al Tigre Sailing Club y en 1937 inauguró el Astillero Baader. “Equipado con maquinarias modernas y contando con personal obrero seleccionado, mi astillero está en inmejorables condiciones para ofrecer las más amplias garantías del perfecto resultado de cada construcción, fundadas en mis conocimientos profesionales con una actuación de seis años en el país y tres años en los mejores astilleros de Alemania”, decía el texto del aviso que el ingeniero alemán publicó en la revista Neptunia de la época. El primer encargo que recibió fue el Limay, un crucero de 17,7 metros de eslora y 4 metros de manga con imponentes líneas trabajadas en madera, por encargo del “distinguido yachtman Ricardo Muñoz”, según lo definió el propio Baader. “Sus diseños eran pensados especialmente para las características de nuestro estuario – señala Ricardo Baader, hijo menor del constructor–. Hoy en el río vemos que se impuso el diseño americano, que está pensado para mar abierto. Por eso los fines de semana hay tantos problemas con las olas que levantan los cruceros. Mi padre diseñaba los cascos como se hacían para los ríos europeos. Eran embarcaciones veloces, pero hacían muy poca ola”. “Tenían una línea inconfundible –agrega su hermano Juan–. Eran muy clásicos, elegantes y navegaban muy bien. Alcanzaban una velocidad razonable con poca potencia y sin molestar a nadie con la ola”. Los barcos prácticamente se construían por completo en el mismo astillero. Allí se fabricaban las hélices, los herrajes y hasta las transmisiones. Llegaron a trabajar 100 obreros. A sólo un año de su apertura, el Astillero Baader recibía encargos de los más variados, como un peculiar “crucero frigorífico”, que la carnicería “La Negra” le pidió para abastecer con productos frescos a sus clientes isleños. Pero en 1938, el negocio dio un salto notable al recibir un contrato de la Armada para la construcción de un lote de lanchas destinadas a la asistencia de la aviación naval. La aprobación por parte del Ministerio de Marina del trabajo realizado le abrió las puertas para otros encargos oficiales, como las 35 lanchas veloces que diseñó y construyó para la Policía Aduanera. Pero el ingeniero Baader también se hacía un tiempo para su otra pasión, la docencia y la divulgación científica. Llegó a conocer el delta del Paraná como pocos, con frecuentes navegaciones para probar los barcos que construía y en excursiones familiares de fin de semana con sus dos hijos. Esto lo llevó a compilar información y a publicar, en 1948, una actualización del plano de la zona. En sus tiempos libres escribía artículos para Neptunia y en los años ’50 escribió tres libros técnicos que aún hoy tienen vigencia: “Cruceros y lanchas veloces”, “Manual para la motonáutica” y “El deporte de la vela”. El alemán los escribió en castellano y fueron traducidos a varios idiomas. Allí estampó algunos conceptos que podían parecer desafiantes para el orgullo de los navegantes de la época, pero que hoy ya nadie discute, como: “Los barcos son siempre más marinos que los hombres que los tripulan”. También se hizo un tiempo para ensayar algunos inventos curiosos, como una lancha con motor a chorro. Tenía una manguera que tomaba agua por babor, la pasaba por un compresor y salía expulsada por popa a toda potencia, aunque aseguran que no era fácil de maniobrar. También adosó una caldera a un motor naftero, para que funcionara con carbón en tiempos de escasez de combustible. Otras ideas fueron más exitosas, como el concepto actual de las lanchas colectivas, veloces y confortables, que reemplazaron con rapidez a los viejos “vaporcitos” del delta. También fue pionero en el moldeado de lanchas de plástico en 1958, cuando ese material era todavía una rareza en la industria. El Astillero Baader siguió en actividad hasta 1965, con un total de 350 embarcaciones construidas. “Y una de las cosas de las que nos podemos enorgullecer es de que casi todos los barcos que construimos hoy siguen navegando”, dice Juan Baader hijo. Tras el cierre, el ingeniero se fue a vivir a Nueva Zelanda, pero volvió ocho años después porque, según cuenta Ricardo, “su país era la Argentina”. El ingeniero Juan Baader murió en 1980. GENTILEZA: BIENVENIDO A BORDO