SIETE AÑOS Y MILES DE MUERTOS EN IRAQ Roberto Montoya

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SIETE AÑOS Y MILES DE MUERTOS EN IRAQ
Roberto Montoya - Miradas al Sur
“Anuncio que la misión de combate estadounidense en Iraq ha terminado. La operación
Libertad Iraquí ha acabado y el pueblo de Iraq tiene ahora la responsabilidad principal de
mantener la seguridad de su país.” Son las palabras que pronunció Barack Obama en su
discurso a la nación, con las que daba por cumplida su promesa de retirar las tropas
estadounidenses de Iraq para agosto de 2010, hecha un año atrás. Muy a tiempo, porque
quedan menos de dos meses para esas vitales elecciones en Estados Unidos en las que se
elegirá a los 435 miembros de la Cámara de Representantes, a 100 miembros del Senado, a
38 gobernadores y numerosos otros cargos locales más.
“Los estadounidenses que han servido en Iraq han completado todas las misiones que les
han sido encomendadas. Han derribado un régimen que aterrorizaba a su propio pueblo”,
dijo Obama, elogiando nuevamente, como lo hizo al recibir el Premio Nobel de la Paz, que
su país hubiera llevado a cabo lo que llamó “guerra justa”.
Las palabras del presidente de Estados Unidos recuerdan a otras, realizadas más de
siete años antes. Exactamente fueron dichas el 1 de mayo de 2003, seis semanas después
del inicio de los bombardeos e invasión de Iraq por parte de Estados Unidos y el Reino
Unido. Las pronunció el entonces presidente George W. Bush a bordo del portaaviones
Abraham Lincoln y vestido a lo Top Gun para la ocasión: “En esta batalla nosotros hemos
luchado por la causa de la libertad y por la paz en el mundo. Nuestra nación y nuestra
coalición están orgullosas por este logro. Sin embargo, esto es de ustedes, los miembros de
las fuerzas armadas de Estados Unidos, que lo realizaron. Su coraje, su voluntad para
enfrentar los peligros por su país y por cada uno de ustedes hizo que este día fuera posible”,
dijo Bush a los numerosos marinos presentes, bajo un gran cartel que rezaba: “Misión
cumplida”. “Gracias a ustedes, el tirano ha caído e Iraq es libre”, dijo, y elogió a las fuerzas
armadas estadounidenses por ayudar “a reconstruir Iraq, donde el dictador construyó
palacios para él en lugar de hospitales y escuelas para el pueblo”.
Entre uno y otro discurso transcurrieron siete años y cuatro meses. Un período en el que los
bombardeos y los daños colaterales provocados por los ataques aliados terminaron de
completar la devastación de Iraq que habían iniciado en 1991 con la Operación
Tormenta del Desierto, durante la Guerra del Golfo.
Durante ese período de siete años y cuatro meses que separan los discursos de Bush y
Obama fueron destruidas más de la mitad de las escuelas y hospitales iraquíes, gran
parte de sus puentes y carreteras, sus instalaciones eléctricas, su infraestructura. Más
de 100.000 civiles han muerto a causa de los ataques de Estados Unidos y sus aliados
y la guerra sectaria interna desatada tiempo después del inicio de la invasión, sumándose a
los otros cientos de miles muertos durante la Guerra del Golfo lanzada por Bush padre y los
12 años de cruel embargo que le siguieron.
Más de dos millones de personas vieron destruir sus hogares o huyeron de ellos a
causa de la guerra, la mitad de los cuales buscó refugio en el extranjero.
La población iraquí se libró de un dictador pero le destruyeron su país, se desangró
internamente, se le impuso un gobierno corrupto y autoritario, una Constitución
retrógada donde la mujer queda más postergada que antes, donde las multinacionales
de Estados Unidos y sus aliados se reparten el control de su economía, especialmente
de su petróleo y de las grandes obras de reconstrucción. Obama sabe bien que a pesar
de haber retirado a 110.000 de sus hombres, ha dejado 50.000 soldados, tan de combate
como los que se fueron. Porque la guerra sigue y en Iraq mueren incluso todavía más
personas que en Afganistán, a pesar de que se quiera presentar la retirada como una
victoria de la democracia. Las tropas que quedan, en principio, estarán acantonadas en sus
grandes bases y se ocuparán de instruir a los más de 600.000 hombres del ejército y la
policía iraquíes, pero está previsto que actúen en caso de que éstos se vean desbordados. Y
lo tendrán que hacer.
Obama ha autorizado también la acción de al menos 7.000 hombres más enrolados en las
“compañías de seguridad” contratadas por el Pentágono –eufemismo utilizado para
referirse a los mercenarios– especializados en tareas de espionaje, localización y ejecución
de enemigos. Obama se esfuerza también por enterrar en el plazo prometido, finales de
2011, la otra gran guerra que heredó de Bush, la de Afganistán, pero sus propios generales
y los generales iraquíes le repiten una y otra vez –aunque haya destituido ya a uno, Stanley
McCrhystal, por decirlo públicamente– que si lo hace, el país volverá a caer en manos de los
talibanes.
A casi nueve años del comienzo de la guerra de Afganistán, los fundamentalistas
islámicos son más fuertes que nunca. Aplican sus leyes a sangre y fuego en grandes zonas
del país, capitalizando políticamente el odio cada vez mayor entre la población hacia el
corrupto gobierno de Hamid Karzai y sus temibles señores de la guerra, que son
quienes controlan el suculento comercio internacional del opio.
La crisis financiera mundial, que afecta de lleno a Estados Unidos y a los aliados europeos
que lo secundan en las guerras de Iraq y Afganistán, afecta a los presupuestos militares de
todos ellos y de ahí también su urgencia por reducir gastos y por empezar a llenar
rápido las alforjas. Necesitan, eso sí, que exista un cierto control de la situación por parte
de los gobiernos locales, al precio que sea, tanto para poder retirarse como para hacer
negocios. Porque de eso se trata, que Iraq aumente su producción actual de 2,4 millones
de barriles diarios para que reporte más y más ganancias a las multinacionales que
explotan su petróleo y que de Afganistán también se pueda empezar a extraer pronto
petróleo y otros minerales.
Días atrás geólogos estadounidenses encontraron una bolsa equivalente a 1.800 millones
de barriles entre las ciudades de Mazar-i-Sharif y Shiberghan, según Jawad Omar, portavoz
del Ministerio afgano de Minas. Según este funcionario, en seis meses se empezarían a
explotar también varias minas de oro, litio y otros minerales. Según The New York
Times, esos hallazgos podrían hacer del mísero Afganistán “la Arabia saudí del litio”.
¿Se entiende por qué no se pueden comparar estos fracasos militares de Estados Unidos y
sus aliados con la guerra de Vietnam como se hace a diario tan alegremente?
Retirarse gradualmente, como héroes, no supone en realidad irse de estos escenarios de
guerra con las manos vacías sin dejar las cosas atadas. ¿O acaso alguien creyó por un
momento que los invasores pretendían liberar desinteresadamente esos países y
dejar gobiernos democráticos y soberanos?
Fuente: http://sur.elargentino.com/notas/siete-anos-y-miles-de-muertos
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