Familia, quiérete a ti misma

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Familia, quiérete a ti misma
Confieso que no me agrada que me hagan preguntas que me obliguen a tomar
posiciones sobre determinados asuntos sin que se me permita matizar. Mi resistencia a
responder sin matices tiene sobre todo que ver con preguntas que plantean cuestiones de
un gran calado y que, por tanto, requieren respuestas que necesariamente han de ir más
allá de un sí o un no. Hace unos días, por ejemplo, me preguntaban a bocajarro: “¿Cree
Ud. que hoy no se valora a la familia?” Yo entendí desde luego a mi interlocutor y
sabía perfectamente con qué intención me preguntaba; incluso sabía la respuesta que
esperaba de mí. Pero no tuve más remedio que responderle: “Depende de a quien se
refiera Ud.; porque yo conozco a muchos que sí la valoran y la defienden. Eso lo puedo
constatar día a día en mis múltiples relaciones; y, por supuesto, se constata también en
el gran esfuerzo social que hoy se está haciendo desde muchas organizaciones, y
también desde la Iglesia, en poner en valor a la familia ante la sociedad. Pero también
es cierto -seguí diciéndole al periodista en cuestión-, y no estaría en este mundo si no lo
reconociera, que hay una política activa que daña a la familia y un estado de opinión,
perfectamente orientada por grupos de presión, que buscan socavar la esencia, los
valores y los comportamientos familiares, en nombre de intereses perfectamente
calculados.”
En nombre de una modernidad, que muchos han convertido en una clara
regresión, y en nombre de unos supuestos derechos de minorías muy minorías, frente a
derechos universales, se está desvirtuando la esencia de la propia estructura familiar y se
vacían totalmente de contenido la verdad y la necesidad de los valores familiares. Poco
a poco, con la colaboración incluso de los cauces educativos, que deberían ser
respetuosos con los derechos de los padres, se fomentan modelos de matrimonio y
familia que, en todo caso, sólo son de convivencia; pues, para ser matrimonio o familia,
le faltan elementos primordiales. Hoy se confunde el respeto por el otro, con la
obligación de que todos den por bueno lo que a éste se le ocurra y desee. Y eso, no es
normal; es verdad que hemos de querernos y respetarnos, pero desde la fidelidad a las
raíces y convicciones propias, y sin que se nos obligue a renunciar a ellas, sin que éstas
tengan que desaparecer del espacio natural, cultural, jurídico, religioso, y hasta físico,
como está ocurriendo ahora en muchos casos.
Por eso, volviendo a la pregunta sobre si se valora a la familia, tengo que decir
que, en cuanto a la legislación, a la política familiar de las administraciones y a la
presión de algunos medios de comunicación, es evidente que la familia está
extraordinariamente amenazada. Sin embargo, aunque con dificultades y a veces hasta
con debilidades por su parte, la familia sí se valora a sí misma. Por mucho que sea
víctima inocente, sufriente y, a veces, hasta impotente de esas políticas nefastas, es
evidente que la familia se resiste a morir; quizás porque sabe que eso nunca va a ocurrir.
La familia es consciente de que ella es algo más que una estructura o una estrategia para
la reproducción y la convivencia; la familia se reconoce como una esencia, que
pertenece, como la persona, al ser mismo de la condición humana. La familia pertenece
al amor y la vida, que son valores primarios en el hilo conductor esencial y natural de la
humanidad. Amor y vida tienen una raíz común en el ser mismo de Dios: del Dios
Creador al hombre y la mujer, de ellos dos a la familia y de la familia a la sociedad.
Es por eso que la familia, aun en medio de grandes y graves dificultades y
ataques, sigue sintiéndose y mostrándose como el espacio imprescindible en el que el
ser humano da y recibe lo mejor de sí mismo. ¿Qué tiene dificultades y hasta
patologías? Eso es evidente; pero eso no niega su verdad, esa que siempre podrá con los
montajes que se puedan hacer contra ella para intentar destruirla o minimizarla. De ahí
que mi segunda respuestas a la pregunta que me hicieron es: “rotundamente digo que la
familia sí se valora a sí misma.” Y para demostrarlo, no hay más que ver cómo emerge
de las supuestas cenizas que de ella algunos se están adelantando a esparcir. Contra
viento y marea la sociedad sigue aferrándose a la familia como su tabla de salvación,
como, por ejemplo, está ocurriendo ahora en la crisis. Los más inteligentes y
responsables de la sociedad saben muy bien que anular la familia es anular el mejor
sustento, el mejor cauce, el mejor apoyo del desarrollo integral del ser humano. Porque
más familia es igual a más humanidad. Pero menos familia es igual a... sólo Dios sabe
qué consecuencias.
Querida familia, aunque algunos no te quieren, quiérete a ti misma; sé lo que
eres. Ya sabes que la Iglesia católica te quiere y te valora mucho; te quiere por lo que
eres y por lo que haces. Y es precisamente porque los católicos te queremos, por lo que
he escrito sobre ti una vez más; del mismo modo que escriben otros obispos. En esta
ocasión lo he hecho para recordar las razones fundamentales por las que hay que
valorarte. Como has podido leer, no he usado argumentos de carácter religioso, porque
deseo que todos comprendan, con independencia del credo que profesen, que eres una
institución natural y que tienes un servicio muy importante en la sociedad. Pero no te
oculto que, al escribir, os he tenido en el pensamiento y el corazón a todas las familias
cristianas de esta querida diócesis de Plasencia, y que es desde vosotros, desde vuestro
testimonio, desde donde he querido animar a todas las familias, que lleguen a leerme, a
que se quieran a sí mismas, a que se defiendan y a que se muestren en sus valores,
aunque se lo pongan muy difícil. Feliz Navidad a todos.
Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Plsencia
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