MÁRTIRES “A CUENTAGOTAS” “Confesó y no negó” En el NT hay un pasaje clásico, y muy conocido por su rotundidad. “Hermanos, ¿qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe pero no la demuestra con su manera de actuar? ¿Será esa fe la que lo salvará? Si a un hermano o a una hermana les falta la ropa y el pan de cada día, y uno de ustedes les dice ‘Que les vaya bien, abríguense y aliméntense’ sin darles nada, ¿de qué les sirve? Si la fe no se demuestra con obras, está completamente muerta. Y sería fácil rebatir a cualquiera: ‘Tú tienes fe, y yo hago el bien, ¿dónde está tu fe que no produce nada? Yo por mi parte te demostraré mi fe con mis acciones”1. Y cuando un cristiano es capaz de conservar su fe y mostrarla con obras en la persecución y hasta bajo el suplicio y la muerte, ese es un mártir... Por eso, el sábado 19 de octubre, será un día de fiesta y recuerdo para la Familia Salesiana, en particular de Hungría, y para toda la Iglesia. El salesiano laico Esteban Sándor, cuyo martirio por la fe ya ha sido reconocido, será declarado beato, en Budapest, por el Card. Angelo Amato sdb, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. Breve semblanza de Esteban Sándor 2 Esteban (Stefan) Sándor nació en Szolnok, Hungría, el 26 de octubre de 1914, de Esteban (ferroviario) y de María Fekete (ama de casa), el primero de tres hermanos. Ambos transmitieron a sus hijos una profunda religiosidad. Esteban estudió en su ciudad y obtuvo el diploma de técnico metalúrgico. Recibió con fervor la Confirmación, comprometiéndose a imitar a su santo protector y a San Pedro, y ayudaba cada día la santa Misa en los padres franciscanos. Conoció a Don Bosco leyendo el Boletín Salesiano, y muy pronto se sintió atraído por su carisma. Aconsejado con su director espiritual, habló con sus padres que intentaron disuadirlo, pero Esteban llegó a convencerlos. En 1936 fue aceptado en el Clarisseum, donde hizo dos años de aspirantado, preparándose como técnico-impresor en la tipografía “Don Bosco”. Apenas comenzó el noviciado, fue llamado a filas. Dado de baja en 1939, regresó al noviciado e hizo su primera profesión como salesiano coadjutor, el 8 de septiembre de 1940. Destinado al Clarisseum, se comprometió activamente en la enseñanza de cursos profesionales. Se le confió también la asistencia en el oratorio, que condujo con entusiasmo y competencia. Fue el promotor de la Juventud Obrera Católica. En 1942 le volvieron a llamar al frente, y fue recompensado con una medalla de plata al valor militar. La trinchera era para él como un oratorio festivo, que animaba al estilo salesiano, estimulando a sus compañeros. Terminada la 2ª guerra mundial se comprometió en la reconstrucción material y moral de la sociedad, dedicándose particularmente a los jóvenes más pobres reuniéndolos para enseñarles un oficio. El 24 de julio de 1946 emitió los votos perpetuos como coadjutor salesiano. En 1948 consiguió el título de maestro impresor. Terminados sus estudios, los alumnos de Esteban fueron empleados en las mejores imprentas de la capital y del Estado. Cuando en 1949, durante el gobierno de Mátyás Rákosi, el Estado confiscó los 1 Stg 2,14-18 2 Extractado de la Semblanza escrita por D. Pierluigi Cameroni sdb, Postulador General para las Causas de los Santos. bienes eclesiásticos y las escuelas católicas fueron obligadas a cerrar las puertas, Esteban buscó la manera de salvar lo salvable, al menos alguna máquina de imprenta y alguna otra cosa del mobiliario. De golpe, los religiosos se encontraron sin nada en absoluto: todo había pasado al Estado. El stalinismo de Rákosi siguió con su ensañamiento: los religiosos fueron dispersados y muchos pasaron a la clandestinidad. También Esteban se vio obligado a “desaparecer”, dejando atrás su imprenta, que se había hecho famosa. Rehusándose a huir al extranjero para trabajar por la juventud húngara, en julio de 1952 fue capturado y nunca más se supo de él. Un documento oficial certifica el proceso y su condena a muerte, ejecutada por ahorcamiento, en Budapest el 8 de junio de 1953. “Otros mártires”, según el Papa Francisco El pasado 23 de junio, domingo y vísperas de San Juan Bautista, quien “confesó y no negó”3, el papa Francisco dedicó el Angelus a comentar las palabras de Jesús “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”. Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar, casi nos hace percibir su voz... Pero, ¿qué significa «perder la vida a causa de Jesús»? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un «perder la vida» por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia. Pensemos en ellos. Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas desempeñan con generosidad su servicio por el Reino de Dios. Cuántos jóvenes renuncian a los propios intereses para dedicarse a los niños, a los discapacitados, a los ancianos... También ellos son mártires. Mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad. Y luego existen muchas personas, cristianos y no cristianos, que «pierden la propia vida» por la verdad. Cristo dijo «yo soy la verdad», por lo tanto quien sirve a la verdad sirve a Cristo. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! Cuántos hombres rectos prefieren ir a contracorriente, con tal de no negar la voz de la conciencia, la voz de la verdad. Personas rectas, que no tienen miedo de ir a contracorriente. Y nosotros, no debemos tener miedo... Entre ustedes hay muchos jóvenes. A ustedes, jóvenes, les digo: No tengan miedo de ir a contracorriente, cuando nos quieren robar la esperanza, cuando nos proponen valores que están pervertidos, valores que, como el alimento en mal estado, nos hace mal. Esos valores nos hacen mal. ¡Debemos ir a contracorriente! Y ustedes, jóvenes, sean la vanguardia: Vayan a contracorriente y estén orgullos de ir a contracorriente. ¡Adelante, sean valientes y avancen a contracorriente! ¡Y estén orgullosos de hacerlo! 3 Jn 1,20