Carole Mortimer - Placer de dioses

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Placer de dioses
Carole Mortimer
Placer de dioses (1985)
Título Original: A past revenge
Editorial: Harmex
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Nicholas Andracas y Danielle Smith
Argumento:
Nicholas Andracas no sólo le había pedido a Danielle que pintara el retrato de
su amante en turno, sino también trataba de seducirla con su arrollador
encanto.
El rico y arrogante magnate petrolero no reconoció a Danielle como la joven
inocente que se le había entregado hacía siete años. Tan sólo había sido una
diversión para él, la cual fue muy oportuna cuando su esposa inició la
demanda de divorcio.
Danielle anhelaba hacerlo pagar con creces el dolor que le había causado, Pero
en vez de ello, trató de mantenerse alejada... para evitar luchar contra él, y
contra sí.
Carole Mortimer – Placer de dioses
Capítulo 1
FRÍOS ojos grises. Crueles y fríos ojos grises, y sábanas de seda negra. Estos
eran los recuerdos que siempre tendría al pensar en él. ¡Y aún más ahora!
—¿Danielle? ¡Danielle! —repitió Lewis, impaciente al no lograr recuperar su
atención—. Te pregunté si mañana por la tarde sería una hora conveniente para la
primera cita. Sé que intentabas terminar el retrato de Gilbraith esta semana.
—Lo concluí hoy —confesó ella reacia—. Pero creo que no quiero iniciar otro
retrato por el momento. Tenía pensado tomar unas vacaciones.
—Ahora no, Danielle —Lewis, el atractivo rubio, tenía el rostro alterado por la
ansiedad. A los treinta años, Lewis Vaughn tenía el aspecto de lo que era: un exitoso
hombre de negocios. Siempre vestía impecablemente y le decía a Danielle que no le
gustaba la mala fama que las artes tenían entre el público, que suponía que los
artistas y sus representantes debían ser bohemios. ¡Pero Lewis era la excepción a esa
regla!—. ¿Ya oíste a quien pintarás? —preguntó, como si fuera imposible que
sabiéndolo pudiera negarse.
—Lo oí —repuso Danielle, que sabía a quién debía retratar y sentía un
profundo desagrado ante la idea.
—Es Audra McDonald, Danielle —repitió él, de todos modos.
—Sí —replicó, sin impresionarse.
—De acuerdo, ¿pero sabes quién ha encargado el retrato? —insistió Lewis
entusiasmado.
Se puso rígida, aunque su apariencia seguía siendo tan fría como siempre. Era
una mujer muy fría, nunca revelaba sus emociones, excepto a aquellas personas que
estaban muy unidas a ella. Y este círculo era muy pequeño, no incluía a Lewis en él, a
pesar del hecho de que había sido su agente y amigo durante los últimos cinco años,
de los cuales, los dos últimos fueron muy importantes para ambos, ya que los
retratos de Danielle Smith empezaban, de repente, a convertirse en la última moda. Y
a pesar de esto, Lewis no podía ver qué se ocultaba detrás de aquella fachada de
frialdad, tan sólo se percataba de su belleza exterior, del sedoso cabello rubio que
caía en suaves ondas sobre sus hombros, de los inexpresivos ojos verdes que
ocultaban una infinidad de secretos en sus profundidades, veía su nariz recta y
pequeña, que se cubría de pecas en el verano, la perfecta curva de sus labios
carnosos, que casi siempre aparecían retocados con un pálido color rosado, y el
colorete que daba un poco de color a sus pálidas mejillas. Su alta y esbelta figura se
enfatizaba con las holgadas blusas y los ajustados pantalones de mezclilla que casi
siempre vestía, ¡aunque ella tampoco se consideraba una bohemia!
—Sí, lo sé —confirmó ella sin emoción, complacida de poder dominar sus
emociones. Había aprendido muy bien su lección.
—Nicholas Andracas —aclaró Lewis—. El mismo me llamó por teléfono —
añadió con expresión asombrada—. No podía creerlo cuando me dijo quién era.
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Danielle podía comprenderlo, ella había sentido lo mismo en una ocasión.
—¿Y quiere que yo pinte el retrato de su actual amante? —arqueó las rubias
cejas.
—¡Danielle!
—Y bien, ¿cómo la llamarías tú? —preguntó con sarcasmo—. Todos saben que
han estado viviendo juntos desde hace más de un año.
—No me parece que estén cohabitando… —Lewis parecía un poco
avergonzado.
Danielle lo interrumpió, riendo de forma inesperada, y su belleza se acentuó
por su sonriente expresión.
—Nunca has sido tan correcto, Lewis —bromeó—. Ya sea que estén viviendo
juntos o no, siguen siendo amantes.
—Creo que no debemos juzgar la moral de nuestros clientes…
—No pretendo hacerlo —repuso ella, poniéndose de pie—. Es sólo que creo que
no quiero hacer este trabajo —y esto tampoco era muy cierto, ¡estaba segura de que
no quería hacerlo!
—¿Por qué no? —decepcionado, Lewis la siguió hasta la ventana—. Por Dios,
no puedes negar que Audra McDonald sería un hermoso modelo para un retrato.
No, no podía negarlo, la actriz era muy hermosa; era necesario que lo fuera para
retener las atenciones del magnate petrolero griego–americano. Nicholas Andracas
era famoso por ser el acompañante de las mujeres más hermosas, y la encantadora
actriz pelirroja había permanecido a su lado durante más tiempo que muchas otras,
y, sin duda, había sido su amante durante más tiempo que Danielle. ¡Ella debió
imponer una nueva marca en lo referente a sus mujeres!
Nick podía atraer a las mujeres, aun sin contar con sus millones, era alto,
moreno, y poseía un gran atractivo que no había disminuido a pesar de sus treinta y
ocho años. Y tenía los ojos grises, unos fríos y crueles ojos grises.
—He trabajado mucho este año, Lewis —le dijo, cortante—. Quiero descansar
un poco.
—¿No puedes esperar un mes más?
—Podría hacerlo…
—Entonces, hazlo —insistió con ansiedad—. Le he dicho al señor Andracas que
estarás disponible mañana por la tarde a las dos. Espero que no te sea inconveniente.
—Es un poco tarde para preguntármelo —se volvió a mirarlo con enfado, el
cual ahora se reflejaba en sus ojos—. Me parece que debiste preguntármelo antes.
—Lo intenté. He tratado de llamarte toda la tarde, pero no respondiste el
teléfono.
Danielle suspiró con impaciencia por esta excusa.
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—Sabes que siempre conecto el teléfono a la máquina cuando estoy trabajando,
no puedo concentrarme con tantas interrupciones. Pudiste decirle al señor Andracas
que no podías comunicarte conmigo y que lo llamarías tan pronto como lo hicieras.
—No es la clase de hombre al que puedas hacer esperar mucho tiempo —Lewis
hizo un gesto de disgusto—. Por ningún motivo —añadió con triste resignación.
Ella ya conocía la gran arrogancia de Nicholas Andracas, y también sabía que el
gentil Lewis no podría enfrentarse al hombre mayor.
—Lo comprendo —suspiró—. De acuerdo, Lewis, veré a la señorita McDonald
mañana.
—Y al señor Andracas —intervino con rapidez—. El también quiere conocerte.
—Lewis…
—Lo sé —elevó las manos con gesto defensivo—. Sólo es necesaria que
conozcas a la persona a quien retratarás —dijo con tono aburrido—. Pero él está
encargando el retrato. Y también está dispuesto a pagar una generosa cantidad —dijo
la cifra, asombrándola.
—Tú sabes que mis honorarios no son tan elevados —protestó.
—Fue la cantidad que él sugirió —explicó Lewis.
—Es demasiado —meneó la cabeza.
—Aún no has intentado trabajar con Audra McDonald —dijo él con pesar—.
Me han dicho que no es una experiencia muy agradable. En esas circunstancias,
desquitarás hasta el último penique.
La personalidad explosiva de la actriz era un tema muy frecuente de las
columnas de chismes, y Danielle imaginaba que Nicholas Andracas no podría
resistirse al reto de dominar a una fierecilla tan hermosa. Una mujer así era lo que su
personalidad necesitaba.
—No importa —le dijo a Lewis sin revelar sus pensamientos—. Pagará la
cantidad acostumbrada.
—Pero Danielle…
—Creo haber sido muy clara, Lewis —sus ojos verdes lo miraron con desafío.
El encogió los hombros, resignado, sabiendo que de nada serviría discutir, en
especial cuando él había ganado la batalla inicial al lograr que aceptara hacer el
retrato.
—¿Pero también recibirás al señor Andracas? —insistió.
El ver a Nick de nuevo, después de siete años, era algo que nunca quiso hacer,
pero nadie podría acusarla de cobardía. Y necesitaría mucho valor para encontrarse
con Nicholas Andracas de nuevo.
—También lo recibiré —asintió—. Y ahora, ¿te importaría estudiar el retrato de
Gilbraith y entregarlo en su oficina mañana? Me dijo que sería un regalo de
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cumpleaños para su esposa. ¿Qué pretenden celebrar con el retrato de Audra
McDonald? —preguntó.
—Quizá el estreno de Broken Dolls el próximo mes —Lewis estudió con ella el
retrato de Melissa Gilbraith, el cual había realizado después de haberse encontrado
en varias ocasiones con su modelo, de forma accidental, e hizo la pintura sin que la
señora Gilbraith lo supiera. ¡Deseó que el retrato de Audra McDonald pudiera
hacerse de la misma manera!—. He oído que Andracas está respaldando la obra —
añadió él con sequedad.
Danielle sabía que la actriz estaba ensayando su papel para representar la obra
en el West End, y no se sorprendió al enterarse de que su amante estaba financiando
el espectáculo. Era difícil obtener el dinero para financiar inclusive las mejores obras
de teatro en estos tiempos, pero la enorme fortuna de Nicholas Andracas no
resultaría afectada por los cientos de miles de libras esterlinas que necesitaría para
respaldar la obra.
—Debe ser muy agradable tener un amante rico y complaciente —comentó con
sarcasmo.
—Sólo necesitas pedírmelo —repuso Lewis mirándola con malicia.
Danielle lo estudió de reojo, divertida.
—No eres rico, y yo no estoy buscando un amante, complaciente o no —replicó.
—Qué mala suerte —suspiró él—. Pero seguiré intentándolo; quizá uno de
estos días logre conquistarte. Caramba, es maravilloso —admiró el retrato de la
señora Gilbraith.
Empezaron a discutir la belleza del retrato y, al hacerlo, Danielle trató de
convencerse de que éste era un día normal en su vida. Pero sabía que no era así y, tan
pronto como Lewis se marchó, los recuerdos volvieron a perseguirla.
Recordaba mucho más de Nicholas Andracas que aquellos fríos ojos grises y las
sábanas de seda negra de su cama; recordaba demasiadas cosas para poder sentirse
tranquila. Y esos recuerdos la envolvieron.
NO había querido ir a la fiesta, quizá no lo habría hecho si su amiga Rhea no
hubiera insistido. Ninguna de ellas hizo amistad con Carly Daniels cuando asistieron
a la escuela para señoritas, pero no pudieron resistirse a la tentación de ver la casa de
la otra chica. Carly era una griega–americana que las hizo enfurecer en Suiza al
hablarles de la fortuna de su familia. Siendo la hermana mayor del magnate
petrolero, sabían que la madre de Carly era una mujer muy rica, además se había
casado con la enorme fortuna de Daniels y Carly se aseguraba de que nadie lo
olvidara, sin importarle que la mayoría de sus compañeras de escuela estuvieran en
una situación muy similar. Rhea y Danielle creyeron que la invitación a la fiesta,
después de los terribles momentos que vivieron en la escuela, era una broma de mal
gusto, y decidieron asistir por este motivo.
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Reían como colegialas cuando llegaron al hogar de los Andracas.
—Me parece que Carly invitó a todos los londinenses —comentó Rhea divertida
al tomar una copa de champán que les ofrecía uno de los numerosos camareros que
circulaban por allí.
—Es posible. Yo…—contempló enmudecida al atractivo hombre que estaba en
el otro lado del salón, frente a ellas. ¡Era la clase de hombre que cualquier mujer
contemplaría!
—¿Ellie? ¡Ellie! ¿Qué sucede? —preguntó Rhea con impaciencia al ver su
asombro.
Se forzó a apartar la mirada del hombre, y contempló a su amiga.
—Es… El hombre que está allá —empezó—. Estoy segura de que no asistió a la
escuela con nosotras —logró parecer divertida, aunque el impacto del hombre en ella
la dejó muy impresionada. Su comentario parecía superficial. Por el hecho de ser un
hombre, era imposible que hubiera asistido a una escuela exclusiva para señoritas; su
edad, casi treinta años, comparada con sus diecinueve, también indicaba que nunca
antes lo había visto.
Observó a Rhea que se volvió para ver al hombre, preguntándose si estaría
contemplando lo mismo que ella, el cabello tan oscuro que debía ser negro, las cejas
del mismo color que se arqueaban sobre unos fríos ojos grises, la nariz larga y recta,
los labios que se apretaban con expresión de enfado al contemplar el líquido que
tenía en su copa, el cual sin duda era algo más fuerte que el burbujeante champán
que todos estaban bebiendo. El negro traje de etiqueta y la delicada camisa blanca
constituían una frágil envoltura para el poderío de su cuerpo, y su elevada estatura,
de casi un metro noventa, acentuaba esa impresión de poder y peligro. Danielle, o
Ellie, como la llamaban sus amigas, nunca se había sentido tan afectada al ver a un
hombre.
—Parece que su chica lo dejó plantado —bromeó para encubrir su vergüenza.
—Dudo que alguna mujer lo haya dejado plantado una vez en su vida —repuso
Rhea.
—Yo también lo dudo —hizo un gesto de disgusto, volviendo a mirarlo de
reojo. Tenía otra copa de whisky en la mano, y bebía el licor como si fuera una
medicina que debiera tomar.
—¿Aún no sabes quién es, ¿no es verdad? —Rhea la miró con curiosidad.
—¿Debo saberlo? ¿Lo conoces tú? —preguntó interesada.
—No lo conozco en persona —repuso su amiga—. Pero, Ellie, ese es Nick
Andracas.
Contempló a su amiga, confundida.
—¿Nick Andracas?… ¡Oh! —se ruborizó al comprender sus palabras, y volvió a
estudiar al hombre con renovado interés… y lo vio contemplándola a su vez, ¡era
obvio que las había descubierto!—. Oh, cielos —gimió al apartar sus ojos con rapidez.
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—¿Qué sucede? —Rhea parecía inquieta al notar su súbita rigidez—. Ellie, ¿qué
sucede?
—¿Qué sucede? —repitió en un susurro, aunque no sabía por qué lo hacía—.
Me miró. ¡Dios mío, sentí que me desvestía con la mirada! —se estremeció—. Fue la
sensación más sensual que he tenido en toda mi vida —confesó con timidez.
—¡Ellie! —su amiga rió, divertida y sorprendida.
Podía comprender la reacción de Rhea, había confesado algo que nunca antes
había dicho. Pero Nick Andracas no era un hombre común, y tampoco había
despertado en ella una emoción normal. Aún se estremecía por el violento
enfrentamiento de sus ojos, aunque al mirarlo de reojo ahora, descubrió que él había
perdido el interés después de aquella mirada.
—Es cierto —le dijo a Rhea sin aliento—. Tan sólo me miró y yo… ¡cielos, fue la
sensación más extraña que he vivido!
—También es peligrosa —advirtió su amiga con severidad—. No te acerques a
él, Ellie.
—Ah, aquí están —Carly interrumpió su charla con su conocida voz ronca y
sensual.
—Sí, aquí estamos —replicó Rhea con sarcasmo, ya que no se habían movido de
su sitio desde que llegaron, hacía diez minutos—. Es una gran fiesta, Carly —añadió
con malicia.
—Lo es —la hermosa morena se sintió halagada—. Inclusive, tío Nick logró
presentarse —miró por la habitación, haciendo un gesto de disgusto—. Aunque, con
ese humor, empiezo a desear que no hubiera venido; no es muy divertido, ¿no te
parece? Deben disculparlo —su brillante sonrisa iluminó el bello rostro—. Recibió
una noticia desagradable hoy.
—¿Sí? —preguntó Rhea con interés.
—No es nada importante. Diviértanse —repuso Carly con alegría, alejándose
hacia otro grupo de invitados para representar su papel de la "anfitriona perfecta".
—Caramba —murmuró Rhea, pensativa—. Terminó la charla de forma muy
repentina. Me pregunto qué pudo ocurrir para que un hombre como Nick Andracas
se sienta tan alterado.
—Carly dijo que no era importante…
—Carly puede ser muy reservada. Nadie supo que su hermano había tenido
problemas con la policía hasta que lo leímos en los diarios —le recordó Ellie.
—No creo que ahora se trate de algo semejante —movió la cabeza.
—Por supuesto que no —accedió Rhea con impaciencia—. El no está
relacionado con las drogas. Pero te aseguro que Nick Andracas está ahogando sus
penas en la bebida.
Ellie se sintió inquieta al pensar en mirarlo de nuevo, aún no se reponía de su
impresión anterior, pero la curiosidad la hizo volverse.
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—Los millonarios también tienen problemas —bromeó.
—Así es. Pero olvidemos a Nicholas Andracas y disfrutemos la fiesta.
Pero olvidar a Nick Andracas no resultó tan sencillo, aunque siguió a Rhea al
salón de recepción con aparente alegría e inclusive disfrutó del baile cuando la
invitaron a bailar. Pero no podía dejar de pensar en el hombre triste que estaba en la
otra habitación, preguntándose si aún estaría bebiendo whisky como si fuera agua y
sintiéndose muy intrigada por saber qué había ocurrido que lo había afectado tanto.
Tuvo la oportunidad de verlo de nuevo cuando salió del tocador y bajó la
escalera; descubrió que aún tenía la expresión ceñuda y un vaso de whisky en la
mano. Al llegar al pie de la escalera, él se volvió, como si hubiera presentido su
mirada, y sus ojos grises se entrecerraron; eran duros y fríos como el cielo. Ellie
contuvo un estremecimiento, preguntándose por qué este hombre tenía un efecto tan
avasallador en ella. Observó que Nick Andracas terminaba su copa de whisky con
deliberada lentitud y ponía el vaso vacío en una mesa cercana antes de acercarse. Los
ojos de Ellie se agrandaron al verlo frente a ella, tan cerca que podía ver los destellos
de sus ojos, percibir el aroma de su colonia.
—Estaba pensando en salir de este manicomio, ¿quieres acompañarme?
Su voz era profunda y grave, y su sensualidad incendió sus sentidos.
—Yo…
—Me gustaría marcharme —añadió al verla enmudecer—. Quiero que me
acompañes.
Se sintió aún más sorprendida por su insistencia. ¿Adonde pretendía llevarla?
—¿Bien? —insistió con impaciencia.
—Señor Andracas…
—Me parece que estoy en desventaja. ¿Cuál es tu nombre?
—Ellie —respondió sin aliento—. Ellie Smith.
—Bien, Ellie Smith —continuó burlón—. ¿Quieres marcharte, o no?
—Vine con una amiga…
—Mi invitación es sólo para ti —replicó, cortante—. Y estoy a punto de cambiar
de parecer. No me gustan las mujeres reacias.
Era obvio que se trataba de un hombre impaciente. Pero quería marcharse con
él, sabía que se arrepentiría si no lo hacía.
—Quise decir que sólo quiero avisarle a mi amiga que me iré —le dijo con voz
ronca.
El asintió con suavidad, como si considerara que era algo innecesario.
—Te esperaré afuera.
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Las súplicas de Rhea fueron en vano, y cinco minutos después se reunió con él
en el Ferrari en que la esperaba; el auto negro parecía tan peligroso como su dueño.
El no habló durante el breve viaje, su expresión era pensativa.
Detuvo el auto frente a un edificio de apartamentos de la ciudad, y su mano
sujetó con firmeza su codo al entrar. De súbito, Ellie supo para qué y adonde la había
llevado.
—Señor Andracas —trató de hablar con él al subir en el ascensor—. Creo que
yo… —sus palabras fueron interrumpidas cuando la boca de él atrapó sus labios con
pasión, apretando su cuerpo en la pared del ascensor y moviendo sus caderas para
que ella supiera cuánto la deseaba.
Las puertas del ascensor se abrieron en su apartamento y, después de un
momento él la tomó en sus brazos y la llevó hacia su dormitorio, depositándola en la
sedosa sensualidad de sus sábanas negras, desvistiéndola en un instante. Ellie
permaneció inmóvil, observándolo quitarse las ropas, incapaz de luchar contra lo
inevitable y reconociendo que se había enamorado de él en un instante.
El no habló al hacerle el amor, tan sólo disfrutaba el placer que su hermoso
cuerpo juvenil le ofrecía, y su experiencia fue innegable cuando empezó a llevarla
con sus caricias a la cima del delirio, haciéndola anhelar su cuerpo antes de que la
poseyera con un violento movimiento de su cuerpo. Si gritó al sentir el dolor de su
posesión, nunca lo supo, a pesar de que el dolor recorrió su cuerpo, hasta hacerla casi
desvanecerse. Pero entonces, la pasión despertó; era una sensación que nunca había
imaginado, y sabía que Nick también había sentido placer cuando lo escuchó gemir
cuando, juntos, cruzaban el umbral del éxtasis.
El se apartó de inmediato, el brillante placer que descubrió en sus ojos
desapareció, dando paso a un cínico aburrimiento; su mirada la recorrió,
estudiándola con desprecio.
—Supongo que eras una de las invitadas de Carly —dijo al fin.
Frunció el ceño, intrigada por el desdén en su voz, y cubrió su cuerpo con las
sábanas negras, aunque Nick no parecía compartir su necesidad de ocultar su
desnudez y yacía a su lado, como una elegante pantera.
—¿Cómo lo supiste? —humedeció sus inflamados labios con la punta de la
lengua.
—No fue difícil —replicó con desdén, poniéndose de pie con el ágil y elegante
movimiento de un felino. Recogió su chaqueta, la cual había dejado caer en el suelo,
y sacó una cigarrera y un encendedor—. ¿Te molesta? —arqueó sus oscuras cejas.
—No, adelante —repuso, distraída—. ¿Te molesta que conozca a Carly?
El estudió la brillante punta de su cigarrillo.
—No. Quizá mi pequeña sobrina ha convencido a sus padres de que es una
niña dulce e ingenua, pero yo la conozco muy bien —replicó él con desprecio.
Ellie también la conocía, pero no pretendía discutir las indiscreciones de la otra
chica en ese momento.
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—¿Qué relación tiene el comportamiento de Carly con nosotros? —frunció el
ceño.
Los fríos ojos grises la recorrieron sin piedad.
—Usa la imaginación, Ellie Smith —provocó—. La actuación que acabas de dar
quizá fue un poco… mecánica, pero no dudo que tu imaginación sea muy fecunda.
—No comprendo —movió la cabeza, palideciendo por la descripción que él
hizo de su inexperiencia en el amor.
—Un desconocido se acerca a ti en una fiesta y te pide que te marches con él, tú
aceptas, y ahora me preguntas cómo sé que conoces a Carly —habló con burla,
recogiendo la negra bata de seda que estaba en una silla—. ¿Qué eres, un premio de
consolación de mi adorada sobrinita? —añadió con tono insultante.
Ellie estaba tan pálida que sus ojos relucían como oscuras esmeraldas.
—¿Un premio de consolación? —repitió, confundida.
—Eso es lo que mi alocada sobrina haría —replicó con desprecio—. Y me alegro
de que haya elegido a alguien como tú —volvió a contemplarla—. Alguien que se
pareciera un poco a mi esposa, habría matado mi deseo —apagó el cigarrillo en un
cenicero.
—¿Tu… tu esposa? —sentía como si le hubieran propinado un golpe en la
cabeza.
—Ya puedes dejar de fingir, Ellie —dijo él—. Sé que Carly te pidió que me
enviaras aquellos encantadores mensajes con la mirada para ayudarme a olvidar que
mi esposa me entregó los papeles del divorcio hoy. Y me has ayudado —asintió,
entrecerrando los ojos—. Ahora, puedes sacar tu hermoso cuerpo de mi cama —se
inclinó para dar una fuerte palmada a sus caderas—. Ya no te deseo esta noche, a
pesar de que fue una agradable experiencia.
Ellie no había imaginado que él hubiera malinterpretado sus tímidas miradas
de antes, pero ahora comprendía el verdadero motivo de la violencia de su pasión al
poseerla, descubría que la "mala noticia" que había recibido, había sido que su esposa
pretendía divorciarse.
Ahora sólo podía contemplarlo, sin saber cómo defenderse. Era obvio que
pensaba que era tan promiscua como Carly, que imaginaba que ambas habían
planeado que ella ocupara su lecho para ayudarlo a olvidar su inminente divorcio.
También era obvio que había creído que su virginidad y su inexperiencia habían sido
una respuesta mecánica a su pasión, por lo que, ¿cómo podría decirle ahora que se
había enamorado al verlo, que él había tomado su virginidad? No podía hacerlo.
—Voy a bañarme —le dijo él—. Puedes usar el otro baño, si lo deseas, pero
quiero que te hayas marchado cuando vuelva —recogió su chaqueta por segunda
vez, sacó una billetera de piel, tomó varios billetes y los puso sobre la mesa de
noche—. No tengo deseos de volver a salir esta noche, y no quiero que camines por
las calles a estas horas.
—Por favor…
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—¿No es suficiente? —arqueó las cejas con sarcasmo, malinterpretándola de
nuevo—. Quizá tengas razón —reconoció con una fría sonrisa—. Pero aún no eres
muy experimentada en estos trabajos. Quizá yo quería complacer mis sentidos esta
noche, pero hay hombres que te pedirán otras cosas. Quizá debas llamarme por
teléfono cuando aprendas a demostrar un poco más de calor y entusiasmo —añadió
con provocación, deteniéndose ante la puerta—. Y no trates de robarme algo
mientras me estoy bañando —amenazó—. Haré que te arresten con tanta rapidez que
no sabrás qué ocurrió —cerró con llave la puerta del baño después de entrar, y el
agua que corría se escuchó unos segundos después.
Ellie lo escuchaba con creciente incredulidad. ¡Creía que era una amiga de
Carly! Se levantó de la cama para recoger el dinero que él había puesto en la mesita,
y lo contó como si estuviera soñando. ¡Doscientas libras!
DANIELLE volvió, estremecida, a la realidad; nunca había olvidado la
humillación que sufrió a marros de Nicholas Andracas aquella noche. Por primera
vez en sus diecinueve años de vida, una persona la trataba con tanto desprecio, y
aunque quizá él había olvidado que existía durante esos siete años… ¡quizá la había
olvidado tan pronto como entró en el baño! … ella nunca lo olvidó, ni siquiera
durante el día.
La noticia del divorcio de Nick apareció en los diarios unos días después de
haberlo conocido, y su esposa lo acusó de adulterio en varias ocasiones. Después de
la experiencia que vivió con él, pensaba que Beverley Andracas se merecía los
millones de dólares que recibió como compensación. Cualquier mujer que pudiera
permanecer casada con él durante cuatro años, merecía obtener todo lo que pudiera
quitarle.
Pero su principal inquietud era si él podría reconocer en Danielle Smith, la
famosa pintora, a Ellie Smith, la chica a quien le pagó una vez por haber compartido
su cama. Dios mío, esa debió ser una experiencia desconocida para él, ¡sin duda
nunca en su vida le había pagado a una mujer para obtener sexo! Nunca habría sido
necesario que lo hiciera.
Aún se sentía muy inquieta al pensar si la reconocería, mientras esperaba que él
y Audra McDonald llegaran a su apartamento, la tarde siguiente.
A las dos en punto, cuando escuchó la campanilla de la puerta, tardó un poco
en responder, estudiándose por última vez en el espejo. Los pantalones de mezclilla
y la holgada blusa verde no eran un acto de desafió por su parte, tan sólo
representaban la terrible necesidad de usar algo muy distinto al elegante vestido
negro que había usado cuando vio a Nicholas Andracas. Su aspecto exterior había
cambiado durante esos siete años, el rostro que antes fue redondeado se había afilado
un poco y sus pómulos eran más prominentes, y ahora actuaba con madurez.
Se forzó a estudiar a Audra McDonald al abrir la puerta, ignorando al hombre
que estaba junto a ella con tanta arrogancia, aunque se sintió muy consciente de él en
un instante, experimentando el intenso atractivo que había sentido hacía siete años.
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Audra McDonald era tan hermosa como lo parecía en sus fotografías, aunque sus
profundos ojos castaños se entrecerraron al estudiar a Danielle, como si quisieran
analizar sus atractivos, y la breve expresión de desprecio que los iluminó durante un
momento parecía indicar que era una mujer insignificante. Danielle se sintió muy
complacida por ello, quería evitar todos los roces y desacuerdos que pudieran
presentarse en este trabajo.
Pero entonces comprendió que sus esperanzas eran vanas al descubrir en los
ojos castaños, mientras conducía a la pareja hacia la sala, una expresión de terrible
furia, ya que Audra McDonald había descubierto el interés de su amante en Danielle.
Y Danielle tuvo que reconocer la verdad al ver el intenso brillo de los ojos grises.
Nick había cambiado muy poco en esos siete años; el cabello negro mostraba
algunas canas, el cinismo de su expresión se había acentuado, pero, por lo demás,
seguía siendo el hombre tan atractivo del que se había enamorado tan pronto como
lo vio. Sintió que su corazón daba un vuelco muy semejante al de aquella noche,
aunque mantuvo su actitud fría y desinteresada.
—¿Ha pensado qué clase de retrato le gustaría? —se dirigió a Audra McDonald,
pero no se sorprendió cuando Nick Andracas respondió.
—Sabemos muy bien qué clase de retrato queremos, señorita Smith —repuso
con suavidad—. Es necesario para la obra que representará la señorita McDonald y lo
recibirá, como un regalo, al final de las representaciones.
—Oh —asintió con tranquilidad, sin revelar que la gravedad de su voz
despertaba una gran sensualidad en ella; entonces lo escuchó describir, con actitud
muy formal, todos los detalles del retrato.
—Tiene un mes para terminar el retrato que necesitamos, señorita Smith —
concluyó él—. Lo necesitamos la noche de estreno.
—Por supuesto —repuso con altivez—. Haré un esfuerzo.
—Y no dudo que será su mejor esfuerzo —repuso él con voz ronca, sus ojos se
oscurecieron y parecían acariciarla.
—¿Cuándo quiere empezar a posar, señorita McDonald? —preguntó ella a la
actriz.
La furia aún brillaba en los profundos ojos castaños.
—¿Es necesario que lo haga? —preguntó—. ¿No sería suficiente una fotografía?
Danielle movió la cabeza, consciente de los ojos grises que la observaban.
Estaba segura de que su expresión no demostraba haberla reconocido, sólo
contemplaban a la hermosa mujer en que se había convertido.
—Me temo que no puedo trabajar de esa forma —explicó con cortesía—.
Aunque podría recomendarle a alguien que…
—No —interrumpió Nick con rapidez—. Quiero que usted pinte el retrato.
—Vamos, Nick —Audra McDonald se volvió a mirarlo con impaciencia—.
¿Quieres que me quede sentada aquí durante muchas horas, aburriéndome?
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—Sí —respondió sin rodeos, con firmeza.
—Yo preferiría pasar el tiempo contigo. —La mano de la actriz se posó en su
muslo.
—Vendrás aquí con tanta frecuencia como te lo pida la señorita Smith.
—Pero, Nick…
—¡Audra! —no elevó el tono de su voz, no era necesario que lo hiciera, su
expresión fue suficiente para enmudecer a su amante.
Danielle presenció el enfrentamiento con un poco de inquietud. Era obvio que
la indómita Audra McDonald había sido "domada" por este hombre; la expresión de
su rostro era de rebeldía, pero no volvió a protestar.
—No creo que necesite posar para mí más de un par de veces —volvió a ignorar
a Nick Andracas, dirigiéndose a la actriz—. Y quizá las sesiones no duren más de una
hora. ¿Podríamos arreglar que las citas fueran los sábados por la mañana?
Los ojos castaños le dirigieron a Nick una enfurecida mirada, pero él la ignoró.
—Supongo que el sábado estaría bien —accedió la chica con enfado—. Aunque
debe ser por la tarde —miró de reojo a su amante con expresión provocativa—. No
me gusta levantarme temprano.
—¿Cuál es la hora más conveniente para usted, señorita Smith? —Nick
Andracas ignoró los esfuerzos de Audra para coquetear con él, apartó con enfado la
mano que posaba en su muslo y apretó los labios, indignado por su gesto y la
insinuación de su intimidad.
Danielle tenía el presentimiento de que estaba presenciando una discusión de
amantes. ¿O acaso ésta era la forma en que Nick trataba a todas sus amantes? Había
sido cruel e insensible en el pasado, quizá estas emociones se acentuaron con el paso
de los años.
—Podríamos hacer las citas por la tarde —repuso con frialdad—. ¿Alrededor de
las dos?
—¿Supongo que el señor Vaughn ha dado los detalles de sus honorarios? —
arqueó las cejas, retándola, como si ya estuviera enterado de que se había negado a
aceptar su oferta.
—Es demasiado —replicó, desafiante—. Recibirá la cuenta por la cantidad
acostumbrada, cuando el retrato esté terminado. Si es que está satisfecho con mi
trabajo.
—Estoy seguro de que así será. —Los ojos grises brillaron con interés.
—El tiempo lo dirá —tenía el presentimiento de que no sería muy sencillo
pintar a Audra McDonald. Además de que le desagradaba su modelo, existía el
problema de tener que enfrentarse con su enfurecida renuencia y su dureza, lo cual,
sin duda, era una cualidad que no querían que apareciera reflejada en su pintura—.
Yo… —se interrumpió al oír que sonaba el teléfono, y supuso que era Lewis, quien
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Carole Mortimer – Placer de dioses
llamaba para preguntar cómo había resultado la entrevista—. Discúlpenme —sonrió
con frialdad, antes de levantar el auricular.
—¿Ellie?
Reconoció la voz de su padre y sintió que la inquietud empezaba a
abandonarla.
—¿Cómo estás? —preguntó ella con cariño, escuchando con atención el relato
de las vacaciones que él y su madre habían tomado—. ¿A cenar esta noche? —repitió
su invitación—. Sería maravilloso —unos momentos después, colgó el teléfono,
volviéndose para ver unos ojos grises, entrecerrados, contemplándola con evidente
enfado—. Lo lamento —se disculpó de manera impulsiva—. Y ahora, ¿en qué
estábamos?
—Me parece que habíamos terminado nuestra visita —replicó Nick cortante,
poniéndose de pie—. La señorita McDonald estará aquí a las dos de la tarde, el
sábado.
La pareja salió con tanta rapidez que Danielle se sintió desconcertada, aunque
también aliviada. La entrevista había resultado tan inquietante como había
imaginado, pero al menos, no tuvo que sufrir la humillación de ser reconocida. Nick
sólo había visto en ella a Danielle Smith, aunque no dudaba de que le había resultado
muy atractiva.
Cuando el teléfono sonó, media hora después, estaba segura de que en esta
ocasión se trataba de Lewis. Pero no era él.
—¿Danielle, quieres cenar conmigo esta noche?
No era necesario que se identificara, reconoció la voz del hombre de inmediato.
—Lo siento, señor Andracas, ya tengo una cita esta noche —repuso con
frialdad.
—Eso oí —replicó cortante—. Quiero que la rompas.
Ahora sabía por qué había actuado con tanta precipitación al marcharse. Ella
había creído que se sintió enfadado porque hubiera recibido una llamada mientras él
estaba allí, pero en vez de ello, ¿se había sentido ansioso de deshacerse de su amante
para poder invitarla a salir? ¡Qué hombre tan frío y arrogante!
—Me temo que es imposible —recordó la charla que él había escuchado por
accidente, y comprendió que no sabía que era su padre quien la había llamado—. No
puedo defraudar a mi amigo con tan poco tiempo de anticipación —añadió con gran
insinuación.
Un enfurecido silencio se hizo en la línea durante un momento.
—¿Y mañana? —rugió Nick al fin.
—Me temo que no.
—¿Entonces, volverás a ver al mismo hombre?
—Es posible —mintió.
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—En otras palabras, ¿no quieres salir conmigo? —preguntó Nick con tono seco.
—Así es —respondió sin rodeos.
El rió con voz ronca ante su sinceridad.
—Pero yo siempre consigo lo que quiero, Danielle. Y te deseé tan pronto como
te vi.
—¿Acaso la señorita McDonald no tiene algo que opinar al respecto?
—No —replicó él—. No tiene nada que opinar. No es mi dueña, ninguna mujer
lo es.
—Lo siento mucho, señor Andracas. Pero no tengo deseos de salir con usted, ni
ahora ni en el futuro.
—Cuando quiero algo, suelo ser muy insistente —amenazó con voz ronca.
—Y yo también puedo ser muy decidida. Adiós, señor Andracas —colgó antes
de que él pudiera decir algo más y se dejó caer en un asiento. No había cambiado en
lo absoluto, seguía siendo el mismo arrogante que una vez le pegó por haberse
acostado con él.
Fue con lentitud a su dormitorio; se acercó, sin pensarlo, al pequeño alhajero de
ónix verde que estaba sobre su cómoda y levantó la tapa con dedos temblorosos. Los
billetes de veinte libras que estaban en su interior se desdoblaron en un instante;
estaban tan nuevos y crujientes como el día en que los recibió.
Cuando Nick entró a bañarse aquella noche, ella se vistió sin darse cuenta y al
llegar a casa, descubrió que llevaba consigo los diez billetes de veinte libras que Nick
le había entregado con tanto desdén. Quiso regresar a devolverlos, pero al imaginar
que tendría que enfrentar su desprecio por segunda vez esa noche, se sintió abatida.
Por la mañana, había cambiado de parecer y decidió conservar los billetes para
recordar al hombre que le había pagado doscientas libras esterlinas a cambio de su
virginidad. Y nunca lo había olvidado; lo odiaba ahora como lo odió en aquel
momento.
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Capítulo 2
LAS llamadas por teléfono continuaron durante los siguientes tres días, con
intervalos de algunas horas, y en cada una Nick le pedía que saliera con él. Cuando
decidió conectar la máquina que respondía el teléfono de forma automática,
empezaron a llegar a su apartamento una impresionante cantidad de flores. Las
envió de inmediato al hospital más cercano, pidiéndole al florista que le dijera al
señor Andracas lo que había hecho con sus flores. Estas dejaron de llegar, y Danielle
temió su siguiente paso. Pero no esperaba que continuara el ataque como lo hizo. El
sábado por la tarde, cuando abrió la puerta, ¡apareció ante ella junto a Audra
McDonald!
—No se preocupe, señorita Smith —dijo con tranquilidad—. No me quedaré.
Sólo vine para discutir con usted algunos detalles que olvidamos mencionar el otro
día.
Podía imaginar cuáles eran esos "detalles", pero en presencia de Audra
McDonald, no podía impedirle la entrada. ¡A pesar de que quería hacerlo! Los
sarcásticos ojos grises adivinaron sus sentimientos, y ella habló con desdén al
invitarlos a entrar.
—Puedes ir a cambiarte, Audra —sugirió Nick—. Quisiera hablar con la
señorita Smith.
—Puedo cambiarme cuando te hayas ido —replicó la actriz.
—Ahorraríamos tiempo si lo haces ahora —insistió Nick, arqueando las cejas,
desafiante.
La chica se volvió a mirar con furia a Danielle.
—¿Hay algún sitio donde pueda cambiarme?
—Lo que está vistiendo es muy adecuado para…
—Debo usar un vestido de noche en la obra —interrumpió la otra mujer con
impaciencia.
—Oh —Danielle no se había dado cuento de esto—. Bien, puede hacerlo en mi
estudio. O en mi alcoba —añadió reacia.
Audra eligió su dormitorio, como Danielle había imaginado que lo haría; la dejó
a solas para cambiarse de ropa y regresó para enfrentarse a Nick Andracas.
—¿Quería hablar conmigo? —lo miró con fría altivez.
Los sensuales labios se curvaron.
—He tratado de hablar contigo toda la semana, lo sabes.
—Creí que ésta sería una discusión de negocios, señor Andracas —le volvió la
espalda.
—Lo es —replicó, cortante—. Vaughn me dijo que insistes en lo referente a tus
honorarios, ¿es verdad?
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Así es —se puso rígida.
—Nunca había conocido a alguien que se diera el lujo de rechazar tanto dinero.
—Entonces, ésta debe ser una sorpresa muy agradable para usted, ¿no es cierto?
—replicó con irritación.
—Podría serlo, si comprendiera el motivo.
Se volvió y sus ojos verdes se oscurecieron.
—Conozco cuál es mi valor, señor Andracas, y no aceptaré un penique más. El
dinero no lo es todo, señor Andracas, me sorprende que aún no lo haya descubierto.
—¿Aún? —entrecerró los ojos con sospecha.
—Ha sido rico toda su vida, pero eso no parece haberle dado la felicidad —
repuso.
—¿Cómo lo sabes? —provocó.
—Leo los diarios, señor Andracas —replicó—. Lo mencionan con frecuencia.
—¿Y qué has descubierto sobre mí en ellos? —preguntó con amenazante
lentitud.
—Que se ha divorciado en una ocasión y que no parece deseoso de casarse de
nuevo.
—¿Consideras que el matrimonio es la única alegría que ofrece la vida? —
arqueó las cejas—. En ese caso, ¿por qué no te has casado? —preguntó con sarcasmo,
demostrando así que sus palabras lo habían lastimado.
—El hombre al que amé no me lo pidió —repuso sin emoción.
—¿Fue el hombre que te invitó a cenar la otra noche? —preguntó.
—No —dijo cortante.
—Entonces debo competir con un fantasma en tu pasado, además de tratar de
vencer a tu amante actual —dedujo con sequedad.
—No hay fantasmas, señor Andracas —aseguró con enfado—. Olvidé mi
estupidez ante ese amor hace tiempo, hace mucho tiempo —repitió con firmeza—. Y
tampoco existe un amante.
—Entonces, ¿por qué insistes en rechazar mis invitaciones? —él frunció el ceño,
enfadado.
—Ya tiene una amante, señor Andracas —le recordó con desprecio—. ¿No está
satisfecho?
—Te deseo, maldición —rugió Nick y cerró los puños a sus costados.
—Lo lamento.
—¿De veras? —la hizo volverse cuando ella intentó alejarse de él, y sus ojos
recorrieron su rostro inexpresivo—. No creo que lamentes nada.
—Es posible —encogió los hombros.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Su atractivo rostro se contrajo por la furia, dándole una expresión casi asesina.
—¿Qué quieres de mí?
—No estoy en venta, si a eso se refiere.
—¡Todos tienen un precio!
—¿Usted también?
El se sorprendió durante un instante, entonces soltó su brazo para darse vuelta.
—No —respondió de súbito—. Pero las mujeres son distintas —añadió,
insultante.
—¿Lo son? —trató de dominarse, a pesar de que se sentía furiosa—. Entonces,
debo decirle que se ha relacionado con la clase de mujer que no es muy adecuada… o
quizá sean las más adecuadas, dependiendo de su punto de vista.
—Si quisiera hacerlo, podría arruinarte y destruir tu carrera.
Danielle encogió los hombros, ignorando sus amenazas.
—Eso sería chantaje, señor Andracas —señaló con tranquilidad—. Y ese no es
un precio.
—¿Siempre eres tan calculadora? —rugió con impaciencia.
—Sólo soy yo misma, señor Andracas. Y por fortuna, ahora las mujeres tenemos
otras alternativas, ya no pueden tratarnos como objetos o como seres inferiores.
—En otras palabras, eres una mujer independiente y pretendes seguir sí —
provocó.
—Como dije —inclinó la cabeza con frialdad—, sólo soy yo misma.
El suspiró, enfadado.
—¿Y qué pretendes que haga con el deseo que has despertado en mí?
—¿Por qué no toma una ducha fría? —sugirió.
—Eres una…
—Por favor —interrumpió con tranquilidad, sabiendo que estaba más divertido
que enfadado—. No es necesario recurrir a los insultos.
—Entonces, será mejor que no hablemos más —replicó, acercándose
amenazante.
Danielle no había imaginado que sus provocaciones lo hicieran llegar esto, y
trató de retroceder cuando él la rodeó con los brazos.
—Nick, cariño… —Audra apareció en la puerta y se detuvo, sombrada.
Danielle escapó de aquellos brazos, lanzando un suspiro de alivio, el cual la
otra chica quizá no comprendió, pero al ver los ojos entrecerrados de Nick, supo que
él había descubierto lo que ella sentía… y no le gustó. Pero a ella no le importaba lo
que le gustara.
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—Es un vestido muy hermoso —comentó Danielle, estudiando el atuendo de la
chica, el cual acentuaba el color rojo de sus cabellos.
La actriz ignoró su comentario, fijando la mirada en su amante.
—No puedo sujetar el broche superior, Nick —dijo cortante—. ¿Podrías hacerlo
tú?
El cruzó la habitación y enganchó el broche en un instante.
—Volveré a buscarte en una hora —le dijo a la actriz—. ¿Está bien, señorita
Smith?
—Una hora será suficiente —asintió con frialdad.
—Te veré más tarde, cariño —Audra rodeó su cuello y besó con pasión sus
labios.
El no hizo ningún intento de terminar aquel beso, sus brazos rodearon la
cintura de la actriz en un beso prolongado y profundo. Danielle ignoró el brillo
desafiante y triunfal en los ojos grises cuando al fin terminó su abrazo, y lo enfrentó
con tranquilidad.
Cuando estuvieron solas en el estudio, los ojos castaños de Audra brillaron con
desprecio y furia cuando Danielle la hizo sentarse en una silla.
—Esto no dará resultado, señorita Smith —dijo Audra al fin.
—¿A qué se refiere? —preguntó sin interés, concentrada en hacer un boceto.
—Nick y yo hemos estado juntos durante mucho tiempo —ronroneó Audra—.
Sé cómo hacerlo sentirse satisfecho.
—Me alegro.
—Algunas veces coquetea un poco, por supuesto —la chica rió, para restar
importancia a sus infidelidades—. Pero siempre vuelve a mí.
—Entonces, todo está bien, ¿no es verdad?
—No se sienta tan confiada, señorita Smith —rugió Audra—. Quizá ahora la
encuentre atractiva, pero no será durante mucho tiempo.
—Eso espero —repuso con calma; el boceto no resultaba como ella esperaba—.
¿Me haría el favor de permanecer inmóvil, mientras hago esto?
—Eso puede esperar un poco —replicó Audra con impaciencia—. ¿Trata de
decirme que Nick no le resulta atractivo? —parecía incrédula.
Danielle suspiró, asintiendo.
—Eso mismo es lo que quiero decirle, señorita McDonald.
—¡No lo creo!
—Oh, es mejor que lo haga —provocó—. Porque es cierto.
—¡No he conocido a ninguna mujer a la que no le guste!
—Pues ahora la conoce —replicó, cortante.
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—¿Y qué me dice de la escena que presencié entre ustedes hace unos minutos?
—Estoy de acuerdo en que fue una escena —suspiró Danielle—. Pero no fue
entre ambos, como insinúa; todo fue idea del señor Andracas.
—¿De verdad no le gusta? —preguntó Audra, como si esto fuera algo
imposible.
—Ni un poco.
—¿No comprende que eso constituye un reto que sólo despertará su interés?
—¿Y qué sugiere que haga? —preguntó—. ¿Que pretenda estar interesada en él
para que me deje tranquila?
La actriz se ruborizó.
—Por supuesto que no —replicó—. Seria una estupidez.
—Sí, lo sería —y eso era algo que nunca podría hacer.
—Me temo que me desagrada mucho, señorita Smith —confesó Audra con
lentitud.
Danielle también temía que le desagradaba la otra chica. Audra parecía una
mujer inteligente, que consideraba a Nick Andracas como un paso importante en su
vida y no el hombre de quien estaba enamorada. ¡Quizá estaban hechos el uno para
la otra!
—¿Y debo agradarle? —arqueó las cejas con sarcasmo—. Quiero decir, ¿es
necesario?
—No, gracias a Dios —Audra apretó los labios con disgusto—. Empecemos de
una vez con el maldito retrato.
El "maldito retrato" sería el trabajo más difícil que Danielle había hecho hasta
ahora. La dureza de las facciones de la modelo no eran lo único que complicaba el
trabajo, también se veía afectado por la actitud de la actriz. Para empezar, Audra no
estaba muy entusiasmada con la idea de tener un retrato, se movía sin cesar en su
asiento, y Nick Andracas había complicado aún más la situación haciendo que a
Audra le desagradase ella antes de empezar a trabajar.
Fue una hora muy difícil, y Danielle estaba agotada al terminar, por lo que
sintió un profundo alivio al oír la campanilla de la puerta, poco después de las tres.
Fue a abrir la puerta, mientras Audra volvía a su dormitorio para cambiarse de
ropa. Eso era algo que le desagradaba. Ya que el estudio estaba en su hogar, era
natural que su intimidad fuera invadida, pero su alcoba había sido un santuario
hasta ahora, ya que ninguno de sus clientes anteriores necesitó cambiarse de ropa
para que pudiera realizar su pintura.
Nick conservaba su aspecto arrogante y seguro de sí mismo, cuando le abrió la
puerta y entró con tranquilidad en el apartamento.
—Pareces cansada —comentó sin rodeos.
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Sabía muy bien cuál era su aspecto… y así se sentía. Su cabello estaba revuelto,
su rostro un poco pálido y el color rosado de su lápiz labial había desaparecido.
—Y me hicieron creer que usted era un hombre encantador.
—¿Quién lo hizo? —preguntó, entrecerrando los ojos.
—Adivínelo —lo retó.
—Audra —repuso—. ¿Te lo dijo antes o después de advertirte que no te
acercases a mí?
Danielle apretó los labios, enfadada por su agudeza.
—Me parece que lo comentó mientras me amenazaba —replicó cortante.
—Comprendo. ¿Y le dijiste que la advertencia era innecesaria? —preguntó
Nick.
—Por supuesto —replicó con sarcasmo—. Me aseguré de dejar muy claro que
no tengo ningún interés en usted —añadió con tono ofensivo.
—Entonces, quizá me hizo un favor, señorita Smith —provocó.
—¿Sí? —lo miró con inquietud.
—Audra suele ser un poco más… atenta cuando piensa, equivocadamente en
ocasiones, que tiene competencia —la estudió con sarcasmo.
Danielle se ruborizó por el significado de su insinuación.
—Entonces no debo entretenerlos más —repuso con frialdad—. Iré a ver si la
señorita McDonald ya está vestida para partir.
—¡Danielle! —los fuertes dedos se hundieron en su brazo.
—Suélteme, señor Andracas —ordenó con fría ira y no se sorprendió cuando él,
con expresión sorprendida y ceñuda, obedeció. Entonces lo miró con desprecio—. Su
aventura con la señorita McDonald es asunto suyo —añadió sin emoción—. Como
también lo es la forma en que la trata. Pero no permitiré que me utilice para hacerla
sentirse celosa y, por lo tanto, más atenta. ¿He sido clara?
—Muy clara —repuso sin inquietud.
—Me alegro. Porque también quiero añadir que usted ha contratado mis
servicios como pintora, y nada más. Y si no puede, o no quiere aceptar la situación,
entonces le sugiero que busque a otra persona para realizar el retrato.
El suspiró con exagerado alivio, cuando terminó su discurso.
—No hay duda de que te enfureces cuando quieres hacerlo, ¿no es verdad? —
musitó.
—Cuando debo hacerlo —corrigió, despreciando su actitud condescendiente
ante su enfado.
—Y en mi caso, ¿debes hacerlo? —él arqueó las cejas, divertido.
—En su caso, lo haré —afirmó—. Quiero aclarar, de una vez por todas, que no
estoy interesada en convertirme en una de sus pequeñas diversiones. Me valoro
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Carole Mortimer – Placer de dioses
mucho para desear convertirme en la amante de un hombre rico y aburrido, durante
algunas semanas.
—No niego que soy rico. Pero, ¿por qué piensas que estoy aburrido?
—¿Y por qué piensa que no lo está? —replicó de inmediato.
Por primera vez, Danielle descubrió una sonrisa divertida en sus labios.
—Eres muy astuta, Danielle —comentó con sequedad—. Estoy aburrido. Tengo
hombres muy competentes que manejan mis negocios, y así estoy libre para disfrutar
la vida.
—Entonces, es una lástima que no sepa disfrutarla —replicó—. Y me deje en
paz.
—Danielle...
—Ya estoy lista para partir, Nick —Audra habló con voz baja detrás de ellos—.
Si tú lo estás —añadió con insinuación, al parecer, consciente de la tensión que había
entre él y la pintora.
—¿Podría regresar el próximo sábado a la misma hora? —preguntó Danielle
con seriedad.
La actriz la miró con disgusto.
—Estaré ansiosa de venir a nuestra siguiente cita.
Era una amenaza, Danielle lo sabía, pero decidió ignorarla.
—Creo que nuestra relación de negocios ha terminado, señor Andracas —
enfrentó su fría mirada con tranquilidad—. Ahora, sólo tengo que enviarle la cuenta
de mis honorarios cuando haya terminado mi trabajo.
La fría dureza de sus ojos grises le decía que sabía muy bien qué era lo que
trataba de decirle… y que no le gustaba ni un poco.
—Muy bien, señorita Smith —accedió a su insinuación de que no quería volver
a verlo—. ¡Adiós!
Se sentía agotada cuando quedó sola; había visto la expresión de triunfo en los
ojos de Audra cuando Nick no ocultó su furia. Danielle tenía el presentimiento de
que la otra mujer no la había creído cuando le dijo que no estaba interesada en Nick.
Bien, ¡ahora era imposible que no la creyera!
Y esperaba que Nick Andracas pensara lo mismo. Sabía que no podría soportar
sus ataques durante mucho tiempo, y que muy pronto caería rendida a sus pies, por
la tensión. Y si eso ocurría, no sabía qué haría. Hasta ahora, había logrado convertir
su odio en un frío desprecio, pero si la frialdad la abandonaba en algún momento, no
creía poder controlar el odio.
—ESTO es lo que necesitaba —Danielle bebió un poco de vino, sintiendo el
efecto tranquilizador que recorría su cuerpo.
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—¿Tuviste un día difícil? —preguntó Lewis; estaban cenando en un restaurante.
—Fue una semana terrible —hizo un gesto de disgusto; había aceptado la
invitación de Lewis esa mañana, agradecida de poder contar con algunas horas de
descanso.
—Pero aún es martes —se burló él.
—¿Lo es? —suspiró—. Me parece que esta semana ha durado una eternidad —
el no tener noticias de Nick Andracas era peor que recibir sus incesantes llamadas
por teléfono. Era como esperar sentada al asesino.
—Algunas semanas son así —comentó Lewis—. ¿Cómo va el retrato de la
hermosa Audra?
—Progresa con mucha lentitud. No es un modelo tan sencillo como podría
pensarse.
—Te dije que sería una mujer difícil. ¿Has cambiado de opinión sobre tus
honorarios?
Ella meneó la cabeza; ya habían hablado de esto con anterioridad.
—No es difícil en ese sentido —aseguró—. No es una persona agradable, pero
eso no está complicando el trabajo. Si la pinto como la veo, no le gustará el resultado.
—Halágala —aconsejó Lewis, pensando, como siempre, en los negocios.
—Entonces sería irreconocible —hizo un gesto de disgusto.
Su compañero rió, divertido por su problema.
—Estoy seguro de que encontrarás algún medio para que todos estén
satisfechos.
Se sentía halagada por su confianza en su talento, pero no estaba segura de sí
misma.
Se frotó la nuca con una mano al sentir un extraño cosquilleo. Pero la sensación
no desapareció, y era tan intensa que empezó a sentirse inquieta.
—Hablando del rey de Roma —murmuró Lewis.
—¿Sí?
El asintió en silencio, indicando un extremo del restaurante.
—Andracas y la señorita McDonald —susurró.
Ella se volvió con rapidez para ver que Nick y Audra se sentaban a poca
distancia de ellos, y comprendió que la extraña sensación en su nuca era la
penetrante mirada de los ojos grises, fijos en ella. Era la primera vez que salía en
muchas semanas, era la primera vez que salía con Lewis en un plano social, ¡y tenía
que suceder esto! Tenía el presentimiento de que el destino se volvía en su contra.
—Mala suerte —era obvio que Lewis opinaba lo mismo—. Supongo que
tendremos que invitarlos a compartir nuestra mesa.
—¿Por qué? —preguntó.
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El pareció intrigado por su pregunta, y encogió los hombros con gesto casual.
—Es una cortesía…
—No comprendo el motivo —interrumpió—. ¡Ellos no nos han pedido que los
acompañemos!
—Danielle…
—Preferiría no cenar con ellos, si no te importa —suspiró.
—Pero no puedo fingir que no están aquí —¡era obvio que sí le importaba!
—Lewis —dijo ella con voz ronca y sensual—, creí que querías estar a solas
conmigo.
—Así es… —repuso, ruborizándose.
—Entonces, finjamos que no los hemos visto, ¿quieres? —tocó su mano sobre la
mesa.
—Pero puedo verlos con tanta claridad como…
—No, no puedes, Lewis —ronroneó, ofreciéndole una cautivadora sonrisa.
—¿No… no puedo? —estaba hechizado por el calor de su expresión.
—No…
—Buenas noches, Danielle, Vaughn —una conocida voz profunda los saludó—.
Audra y yo nos preguntábamos si querrían acompañarnos a cenar.
Danielle apartó su mano de la de Lewis, como si la hubiera quemado; se volvió
reacia a mirar al hombre que estaba junto a la mesa, y su corazón dio un vuelco al
notar su gran parecido con el hombre vestido con traje de gala y camisa blanca que
conoció hacía siete años.
Los ojos de él se entrecerraron al estudiar su súbita palidez.
—¿Te sorprendí? —preguntó, intrigado.
—No mucho —replicó, cortante—, y, como puede ver, Lewis y yo ya hemos
empezado a cenar —rechazó su invitación antes de que Lewis aceptara.
—Entonces, quizá no les moleste que los acompañemos —repuso él.
—Yo…
—Sería un placer —interrumpió Lewis con firmeza cuando estuvo a punto de
rechazarlo de nuevo—. ¿Qué te sucede? —preguntó con un furioso murmullo
cuando Nick Andracas cruzaba el salón para escoltar a Audra McDonald hasta su
mesa.
—Creo que es obvio —replicó—. ¡No quería que nos acompañaran!
—Oh, te aseguro que fue muy obvio —repuso con impaciencia—. ¡Y también lo
fue para Andracas!
—¡Estoy segura de que se siente muy complacido por el hecho de que sé salió
con la suya a pesar de eso! —respondió Danielle, apretando los labios.
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—Danielle, es un cliente…
—Sé muy bien qué es, Lewis —replicó—. Y el hecho de ser un cliente no tiene
ninguna importancia comparado con lo demás.
El parecía intrigado por su extraña actitud, pero no pudo seguir interrogándola
ya que la otra pareja apareció en ese momento.
Danielle descubrió, por la rigidez de Audra durante la cena, que la otra mujer
estaba tan deseosa de compartir su mesa como ella lo estuvo. Nick parecía muy
complacido con el arreglo y Lewis charlaba sin cesar, tratando de ocultar el silencio
de las mujeres.
Aunque las dos rechazaron la invitación de Nick para subir al centro nocturno a
bailar, sin saber cómo, se encontraron en el agobiante ambiente del salón de baile; se
instalaron en una mesa para cuatro personas.
—¿Quieres bailar, Danielle?
Se sintió abatida por la invitación, que sabía que llegaría en cualquier momento;
lo último que deseaba era encontrarse entre los brazos de Nick de nuevo.
—Creo que ha pasado muy poco tiempo después de la cena —repuso.
—Entonces, quizá bailaremos más tarde —accedió Nick, el sarcasmo de su
mirada le decía que había descubierto su excusa y que sabía que no quería bailar con
él.
—Es posible —repuso, y ambos sabían que era casi imposible que bailara con
Nick; se necesitaba algo muy efectivo para lograrlo… y Nick Andracas era ese "algo"
muy efectivo. Cuando se negó a bailar con él por tercera vez, pudo ver que Lewis
estaba muy inquieto por la situación, e invitó a Audra a bailar, para distraerla.
Nick acercó su silla a la de Danielle y su pierna rozó la suya, bajo la mesa.
—Al fin solos —provocó, burlándose de su deseo de no tener que ver nada con
él.
—Eso parece —reconoció sin entusiasmo.
—¿No pensarás disculparte para ir al tocador, o darme alguna otra excusa
tonta?
—No —replicó con tensión, ruborizándose por su sarcasmo.
—¿Pero aún no quieres bailar?
—No —repitió.
—Eres firme en tus decisiones, debo admitirlo. ¿O es que acaso no quieres bailar
con otro que no sea Vaughn? —se reclinó en su silla, muy relajado.
—¿Lewis? —arqueó las cejas—. Tampoco he bailado con él.
—Estabas cenando con él.
—Sí.
—¿Es tu amante?
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Se sintió asombrada por la pregunta, pero no lo demostró.
—¿Y qué importa si lo es? —retó.
—Yo…
—Cielos, hace mucho calor allí —se quejó Audra cuando ella y Lewis
regresaron a la mesa antes de que la melodía terminara.
Nick se puso de pie de súbito, llevando consigo a Danielle hacia la pista de
baile, amoldándola con firmeza a su cuerpo, mientras seguían con lentitud la música.
—No tenía que hacer eso —dijo ella, apretando los labios, posando sus manos
en el amplio pecho para apartarlo… pero fue inútil.
—No había terminado de hablar contigo —replicó con arrogancia—. ¿Vaughn
es tu amante?
—No tengo que responder a eso —apartó el rostro.
—Sí, lo harás —amenazó—. ¡Me mentiste, y ninguna mujer me hace eso!
De pronto se encontró en libertad, pero ya no estaban en el interior del centro
nocturno; de alguna manera, Nick había logrado conducirla hacia la oscura terraza
convertida en jardín, iluminada tan sólo por algunas lámparas.
—Quiero regresar…
—¡No! —sus ojos brillaron, amenazantes—. Me dijiste que no tenías amante.
—¡No lo tengo!
—¡No te creo! Las mujeres son unas embusteras —añadió con desdén y sus
manos sujetaron sus brazos al atraerla hacia sí.
—¿Por qué tendría que mentirle? —demandó, angustiada—. Para hacerlo, debo
estar lo bastante interesada en usted, y no lo estoy.
—¿No lo estás?
—No —repuso sin aliento, asombrada porque aún lo dudara.
—¿No sabes que el desdén es la mejor forma de llamar la atención? —provocó
Nick.
—¡Usted también!
Los ojos grises se entrecerraron.
—¿Alguien más te ha acusado de lo mismo?
—¡Su amante!
—Audra conoce muy bien las estrategias de las mujeres —Nick sonrió con
desdén.
Los ojos de Danielle brillaron con furia, empezaba a perder el control.
—Pero ésta no es una estrategia, y no me interesa lo que usted o la señorita
McDonald piensen de mí. ¡Ahora, suélteme! —ordenó, apretando los dientes.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Te soltaré cuando yo quiera. Y aún no quiero soltarte —su cabeza descendió
de súbito y tomó sus labios en un beso salvaje, atacándola sin importarle la
desesperación con que trataba de separarse de él.
—¡Suélteme!
—¡No! —replicó enfurecido.
Al continuar besándola, su lengua invadió la dulzura de su boca y Danielle no
pudo resistirse más, se rindió a los deseos de Nick por segunda vez en su vida. Pero
en esta ocasión, sólo pudo sentir asco y una fría furia que recorría su cuerpo.
Había intentado tratarlo como si fuera un cliente más, trató de ser cortés con él,
pero él había hecho que esto fuera imposible desde el primer momento y ahora
estaba dispuesto a castigarla porque no lo deseaba como él. Pero ella había recibido
su castigo en el pasado, y no estaba dispuesta a tolerar su despiadada arrogancia por
segunda vez.
Al apartarse de él y ver la fría satisfacción y la crueldad en su rostro, por haber
logrado que cumpliera sus deseos, supo que tenía un arma que podría utilizar contra
él. Después de siete largos años, había llegado el momento de devolverle sus
doscientas libras… ¡y la humillación que tuvo que sufrir para ganárselas!
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Capítulo 3
—¿EN dónde estaban? —preguntó Lewis, frunciendo el ceño—. La señorita
McDonald se puso furiosa.
Danielle se volvió a mirarlo en la penumbra. Lewis la llevaba de regreso a casa;
se habían marchado tan pronto como ella y Nick volvieron a la mesa.
—Quería respirar un poco de aire fresco —mintió—. La señorita McDonald
tenía razón, hacia demasiado calor en la pista de baile.
El adoptó una expresión de disgusto.
—¡Lo que Andracas y tú estaban haciendo, no me parecía un baile!
—Por favor, Lewis —suspiró—. No empieces.
—¿Qué quieres decir? —arqueó sus rubias cejas.
—Es suficiente que Nick Andracas se sienta celoso de ti, ¡no tienes por qué
sentir lo mismo de él!
—¿Quieres decir que Andracas se siente atraído por ti? —preguntó,
preocupado.
Ahogó un estremecimiento; aún recordaba su furia cuando la besó contra su
voluntad.
—Sí —repuso sin emoción; su falta de entusiasmo era obvio.
—¿Qué me dices de la señorita McDonald?
—Es su amante.
—Pero… Creo que todo esto es un poco complicado para mí —Lewis parecía
incómodo.
—Te equivocas, Lewis —replicó—. No es nada complicado, en realidad es muy
sencillo.
—¿Te ha dicho que se siente atraído por ti? —él adoptó una actitud mundana.
—¡No me dice otra cosa!
—¿Entonces por qué parecía tan enfadado cuando volvieron a la mesa?
Nick no parecía enfadado, estaba furioso, y no lo ocultaba cuando le dijo a
Audra que se iría de inmediato. Después de besarla con tanto desdén, Danielle le dijo
muy claro que si volvía a intentarlo, se aseguraría de que resultara lastimado.
Había decidido que su despreciable comportamiento merecía un castigo. Antes,
había sido una conquista fácil para él, pero no volvería a serlo y pretendía que él
sintiera la humillación de ser comprado, cuando llegara el momento.
—Usa tu imaginación, Lewis —lo provocó.
—¿Es posible que lo hayas rechazado? —preguntó asombrado.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Bien, por supuesto que sí —respondió con tranquilidad—. ¿Has olvidado que
estoy pintando a su amante?
—No. Pero…
—Vamos, Lewis —añadió con tono casual—. Me asombra descubrir que eres
tan ambicioso.
El parecía muy incómodo por sus palabras.
—Es sólo que no me gustaría disgustar a un cliente tan importante como él.
—¿Lo oíste decir que estaba disgustado? Entonces no te preocupes.
Danielle estaba muy segura de sí misma, sabía lo que hacía y por qué.
Conectó el teléfono a la máquina automática, al día siguiente; no estaría
disponible para Nick si se le ocurría llamarla. No lo hizo. Ella sabía que tenía una
voluntad tan firme o más que la suya. Pero también sabía que era un hombre muy
decidido y que no le gustaba perder. Volvería a buscarla, estaba segura.
El jueves tampoco recibió mensaje alguno, pero no se preocupó. Sus voluntades
se enfrentaban; después de siete años de esperar una venganza que había estado
latente en su alma, ahora que él trataba de hacerla parecer una tonta por segunda
vez, estaba segura de que saldría victoriosa en esta batalla. Para empezar, tenía
mucha paciencia, algo de lo que Nick carecía.
¡Las seis llamadas que recibió el viernes, le demostraron que tenía razón! En
todas le pedía contestara su llamada, dejando el teléfono para que lo hiciera, pero
Danielle lo ignoró. Por primera vez, Nick Andracas tendría que esforzarse para
llevarse a una mujer a su cama. ¡Por lo menos, a esta mujer!
Poco después de las siete, alguien llamó a su puerta con insistencia. Era Nick.
No esperaba que la visitara tan pronto, pero no se sentía inquieta; recurriendo a toda
su frialdad, fue a abrir la puerta.
—¿Por qué diablos no has respondido a ninguna de mis llamadas? —preguntó
sin rodeos, y entró con gesto ceñudo en su apartamento, sin esperar una invitación.
—¿Llamadas? —lo siguió, fingiendo inocencia.
—Sí —rugió, volviéndose enfurecido—. Te he llamado seis veces hoy.
—Siempre conecto la máquina automática cuando estoy trabajando —encogió
los hombros—. Aún no he podido revisar los mensajes que recibí hoy.
—No me parece un método muy eficiente, si se trata de una urgencia.
Ella no se inmutó por su vehemencia, y en secreto, se sentía feliz al verlo
furioso.
—Casi todos vuelven a llamar —repuso con calma.
—Así lo hice —replicó—. ¡Cinco veces!
—Como le dije, no he…
—Te oí —interrumpió con impaciencia.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Danielle enfrentó su mirada, con serenidad.
—¿Tiene que decirme algo sobre el retrato? —fingió que creía éste era el motivo
por el cual quería verla, pero sabía que en sus llamadas la invitaba a cenar con él.
—Al diablo con el retrato —maldijo de súbito, incapaz de controlar su ira—.
Sabes por qué quiero verte.
—No…
—No juegues conmigo, Danielle —cerró los puños a sus costados—. En especial
a esta clase de juegos. No me gustan.
—Y a mí no me gusta jugar —replicó con disgusto—. Creí que habíamos
arreglado esto hace unos días, señor Andracas. Si no quiere hablar conmigo sobre el
retrato o algo relacionado con él, no quiero verlo. Y tampoco quiero recibir noticias
suyas —añadió.
—No me provoques más, Danielle —él golpeó con un puño la palma de su
mano.
—¿Provocarlo? —repitió con incredulidad—. Lo que usted está haciendo es
acosarme.
—¡Quiero verte, quiero estar contigo!
—Quiere acostarse conmigo —añadió con desdén.
—Eso también, si las cosas resultan entre nosotros —confesó con tensión.
—No crea que soy idiota, Nick —replicó—. Llevarme a la cama es su objetivo.
—¿Y qué hay de malo en eso?
—Nada. Si yo estuviera dispuesta. Pero no lo estoy —añadió con desprecio.
—¿Tienes algo contra el sexo?…
—¡No diga tonterías! —interrumpió con una fría prisa.
—Me estás haciendo enloquecer —afirmó—. No puedo dejar de pensar en ti.
Danielle dominó su alegría ante esta confesión.
—Hable con la señorita McDonald al respecto, no conmigo.
—¿Acaso te molesta mi relación con Audra? —preguntó con lentitud.
Ella lo miró con ironía.
—Tan sólo porque siento lástima por ella.
—¿Qué? —interrogó, amenazante.
Podía ver que ahora estaba furioso. Y empezó a sentir inquietud. Una cosa era
insultarlo estando rodeada por otras personas, pero aquí estaban solos y Nick era
muy peligroso.
—No la ama, Nick —provocó—. Sólo la utiliza, esperando a que llegue otra
mujer.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
El sonrió con mofa.
—Audra tampoco me ama. Tenemos un… arreglo muy conveniente.
—¡Y yo trato de decirle que esa clase de arreglo no me interesa!
—¡Ni siquiera me estás dando una oportunidad!
Enmudeció por el injusto comentario. Tuvo una oportunidad hacía siete años, y
no volvería a tener otra.
—No —accedió con rigidez—. Porque sé que no daría resultado. Y ahora, si me
disculpa, debo arreglarme; saldré en unos minutos.
—¿Con Vaughn? —rugió.
—No, no saldré con Lewis —enfrentó su mirada, desafiándolo a continuar
interrogándola.
—¿Con otro hombre?
Recordó su promesa de ir a casa, para celebrar el cumpleaños de su padre.
—Sí —asintió.
—De acuerdo —intervino Nick, furioso—. Si eso es lo que quieres.
—Lo es —replicó cortante.
—No volveré a pedírtelo —amenazó con expresión de ira.
—No —aceptó con sarcasmo, convencida de que no era cierto.
—No acostumbro perseguir a las mujeres —añadió él disgustado consigo
mismo.
Estaba segura de ello; todas las mujeres a las que había deseado, se le habían
ofrecido sin renuencia; ella misma lo hizo en una ocasión.
—Es un gran alivio, se lo aseguro —provocó.
El pareció enfurecerse aún más.
—Desearía saber qué me atrae tanto en ti —murmuró.
—¿Atraerlo? —repitió con suavidad. ¿Acaso recordaba a la chica que en una
ocasión pensó que era una prostituta y con la que pasó algunas horas?
—Eres hermosa, pero no eres deslumbrante. Pero aun así, no puedo apartar la
imagen de tu cabello rubio y tus ojos verdes de mi mente. Me estás destruyendo,
Danielle.
Sabía que su constante rechazo a salir con él lo había enfurecido, pero aún no
lograba destruirlo, porque parecía que nada lograba penetrar la dura barrera que
rodeaba su corazón. Y era su corazón al que quería llegar, quería que sintiera el
profundo dolor de la humillación, como ella lo vivió alguna vez, en sus manos.
—¿No te importa, verdad? —concluyó él con suavidad.
Danielle encogió los hombros.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Estoy segura de que se sobrepondrá a esto… cuando aparezca otra mujer
hermosa.
El suspiró, derrotado, lo cual no hacía con mucha frecuencia, pensó Danielle.
—Entonces, será mejor que me vaya.
—¿Verá a la señorita McDonald esta noche?
—No es asunto tuyo —rugió.
Ella arqueó las cejas con burla.
—Sólo quería que le recordara la cita de mañana, a las dos —aclaró con
dulzura.
—Estará aquí —aseguró con arrogancia.
—Gracias —inclinó la cabeza con un sarcástico movimiento.
A pesar de la seguridad de Nick, la actriz llegó media hora tarde al día
siguiente, y se podía adivinar por su humor que alguien la había alterado ese día.
—Sólo puedo quedarme media hora —informó a Danielle con altivez—. Tengo
una cita con el peinador a las tres y media.
Danielle encogió los hombros, no estaba dispuesta a discutir.
—Eso significa que tendremos una sesión más de lo que habíamos planeado —
repuso con calma—. ¿Quiere ir a cambiarse ahora?
La actriz tardó mucho tiempo en hacerlo, por lo que sólo tuvieron veinte
minutos para trabajar. A Danielle no le importó, cuanto menos viera a la mujer, sería
mejor.
—¿Ha visto a Nick últimamente?
Danielle meditó su respuesta a aquella pregunta casual, sabiendo que intentaba
provocarla; Audra apretaba los labios.
—Vino ayer —repuso con calma.
—¡Creí que no estaba interesada en él! —los ojos castaños se iluminaron con ira.
—No lo estoy.
—Entonces…
—¿Podría permanecer inmóvil, señorita McDonald? —suplicó, suspirando—.
No tenemos mucho tiempo —añadió.
La actriz se puso de pie y empezó a pasear por la habitación.
—Supongo que piensa que es muy lista.
—¿Eso pienso? —se reclinó en su asiento aceptando que sería imposible
trabajar.
Audra se volvió a mirarla con ira.
—Sé que ha estado viendo a Nick desde el martes por la noche —anunció.
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Frunció el ceño, meditando en esta acusación, y sin saber qué pudo hacer que la
actriz pensara algo semejante.
—¿Por qué dice eso? —preguntó por fin.
—Lo sé —los ojos de la otra chica brillaron con furia.
—Entonces sabe más que yo —encogió los hombros.
—Sé que ustedes hicieron mucho más que charlar en el balcón, el martes por la
noche. Puedo ver cuando Nick está excitado.
—¡Eso lo saben usted y muchas mujeres! —replicó Danielle con sarcasmo, sin
pensarlo.
—Es una…
—Lo lamento —suspiró—. No es necesario que nos insultemos. Si no ha visto a
Nick desde el martes, le aseguro que no ha sido por mi culpa. Anoche estuvo aquí
durante quince minutos; en ese tiempo, es imposible que se diera un baño, y menos
aún que pudiéramos hacer el amor —provocó.
—Si me está mintiendo… —Audra parecía confundida.
—No miento —respondió con tranquilidad, aunque no estaba segura del
motivo por el cual Nick no había visto a su amante desde el martes. ¿Sería posible
que la deseara tanto que su deseo no se inflamara al pensar en la hermosa Audra?
Esta idea la hizo sentirse feliz. En poco tiempo, él estaría listo para recibir su
venganza.
Llamó por teléfono a su madre cuando Audra se marchó; salieron juntas a hacer
algunas compras y luego su madre fue a su apartamento para tomar una taza de té.
—Tu padre está un poco preocupado por ti, cariño —la miró con ansiedad.
—Estoy bien —aseguró—. Sabes que lo estoy.
—Has estado muy pálida últimamente, me hiciste recordar aquella época
cuando…
—Estoy en esos días —interrumpió con tranquilidad, mintiendo y sirviendo el
té.
—Pero también estabas pálida la semana pasada, Ellie —insistió su madre con
inquietud—. ¿Estás trabajando mucho?
—Es probable —sonrió—. Pero tomaré unas vacaciones cuando termine este
retrato.
—¿Puedo verlo? —preguntó su madre con interés.
—Por supuesto —condujo a su madre al estudio.
—Es maravilloso, cariño —comentó su madre al contemplar con admiración el
cuadro sin terminar—. Es una mujer muy hermosa, ¿no es verdad?
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De alguna manera, había logrado plasmar la belleza exterior de la mujer, pero
sus ojos, el reflejo de su alma, estaban casi ocultos por los párpados entrecerrados.
Esa era la solución que Lewis aseguró que podría encontrar.
—Es muy hermosa —asintió.
—¿Acaso no está saliendo con ese atractivo griego? —preguntó su madre,
distraída, al regresar a la sala.
Danielle se puso rígida al oír que su madre mencionaba a Nick, a pesar de que
sus padres no estaban enterados de la aventura que vivió una noche con él, hacía
siete años.
—Es Nicholas Andracas —confirmó con seriedad—. Y también tiene
ascendencia americana.
—¿Lo conoces, querida?
—Lo he visto algunas veces. Como dices, es amigo de la señorita McDonald.
—Dicen que son algo más que eso —su madre sonrió con provocación.
—¡Mamá! —exclamó con fingida sorpresa—. Nunca imaginé que te gustaran los
chismes.
—Y no me gustan, Ellie —se defendió—. Pero los amoríos de ese hombre son
famosos.
—Sí, es cierto —reconoció con tristeza.
Su madre la miró con detenimiento.
—¿Acaso te atrae, cariño? —parecía muy inquieta.
Podía comprender la preocupación de su madre al pensar que se sintiera
atraída por Nick. Aunque sus padres no conocieron la identidad de su amante, hacia
siete años, ambos habían descubierto el terrible daño que el desconocido le causó.
—No —respondió con sinceridad; lo que sentía por él era muy distinto a la
atracción.
—Sabes que nos preocupamos por ti, Ellie —explicó su madre con gentileza—.
Nicholas Andracas no es la clase de hombre que te conviene. Pero, sin duda, Lewis es
un asunto muy distinto…
Rió divertida, ya que a sus padres les agradaba mucho este hombre.
—Por cierto, esta mañana me llamó para invitarme a una fiesta —decidió que le
daría esta satisfacción a su madre, aunque no pudiera darle nada más.
—¿Y aceptarás?
Danielle volvió a reír por el esfuerzo que hacía su madre al dominar su
entusiasmo.
—Sí.
—Lewis es un buen hombre —comentó su madre—. Es estable y respetable.
Una sombra cruzó el hermoso rostro de su hija.
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—Es muy agradable…
—Pero aburrido —bromeó su madre—. Lo sé. Sin embargo, esa fiesta será un
cambio muy agradable para ti, ¿no es cierto?
Después del desastre de la última noche que pasaron juntos, creía que le debía a
Lewis esta cita, por lo que aceptó de inmediato cuando la llamó para invitarla a salir.
Era un poco tarde cuando su madre se marchó, y después de comer algo ligero,
se dirigió a su alcoba para bañarse y cambiarse de ropa. No comprendía qué había
llamado su atención hacia la caja de ónix verde, ¡pero algo le decía que no estaba
bien, que la habían movido. Palideció al acercarse y sus manos temblaron al levantar
la tapa.
Las doscientas libras estaban intactas, pero no era lo que buscaba; apartándolas,
descubrió la miniatura que cubrían los billetes. Como había imaginado, la habían
movido, estaba en una posición distinta. Era un retrato que había pintado hacía
varios años. Era algo que contemplaba cada mañana al iniciar el día y volvía a
estudiarlo antes de acostarse todas las noches. La identidad del modelo era
inconfundible. Y sólo había una persona que pudo haber registrado su alhajero, sólo
una persona podía tener un interés tan perverso en sus cosas. ¿Qué haría Audra
McDonald con lo que sabía ahora?
Lewis llegó esa noche con su acostumbrada puntualidad, sus ojos la estudiaron
con admiración cuando ella apareció con un vestido de noche blanco, muy escotado.
—Estás encantadora —le dijo con entusiasmo.
—Y tú también —sonrió al estudiar su traje azul oscuro y su camisa azul claro.
—¿Estás lista para partir?
—¿Quieres tomar algo antes? —ofreció.
—No gracias.
—Entonces, vamonos —repuso con alegría, siguiéndolo hacia, su auto, decidida
a no preocuparse por nada esa noche, en especial, después de la terrible sorpresa que
había recibido hacía poco tiempo. Nunca le había agradado la idea de que la actriz
usara su dormitorio para cambiarse de ropa, pero nunca imaginó que Audra
invadiera su intimidad de esa manera—. Tengo dos condiciones para esta noche —le
dijo a Lewis con gravedad.
—¿Sí? —parecía desilusionado.
—No son esa clase de condiciones —bromeó—. Vamos, Lewis, me asombras.
—No sé por qué —sonrió él—. Dije muy claro lo que siento por ti desde que te
conocí.
Era cierto, y, desde entonces, ella se esforzaba para hacer muy obvio que le
agradaba, pero sólo como un amigo.
—De acuerdo, también debes incluir en mis condiciones que no quiero que
coquetees conmigo —rió al ver su frustración—. Tú iniciaste el tema, Lewis —le
recordó.
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—Ese es mi problema, nunca sé cuándo debo mantener la boca cerrada —sonrió
con tristeza—. Dime, ¿cuáles son esas condiciones?
—Primero, no quiero hablar de trabajo.
—Yo tampoco, por lo que no hay problema —la miró con curiosidad.
—Segundo, no quiero hablar de Nick Andracas y de nada relacionado con él.
¿De acuerdo? —arqueó las cejas, interrogante.
—Quizá eso resulte un poco más difícil —confesó él.
—¿Por qué? —preguntó cortante.
—Bien… Verás, yo…
No necesitó decir más. Danielle reconoció la casa que se erguía en una exclusiva
zona residencial de Londres cuando el auto de Lewis se detuvo ante la puerta, a
pesar de que la había visto sólo una vez. ¡Era la mansión Andracas!
—Lewis, ¿quién te invitó a esta fiesta? —se volvió a mirarlo, indignada.
—No pensé que te molestaría —dijo con tono suplicante—. Me han dicho que
ofrece unas fiestas maravillosas. Pensé que te gustaría venir. No tenemos que
quedarnos mucho tiempo…
—¿Cuándo te invitó, Lewis? —preguntó con impaciencia.
—El me llamó esta mañana, justo antes de que yo te llamara para invitarte a la
fiesta —respondió reacio.
¡Eso había imaginado! Bien, si Nick pensaba que la había engañado, se
equivocaba.
—Entonces, será mejor que entremos, ¿no te parece? —preguntó con dulzura.
—¿Danielle?… —Lewis se apresuró a alcanzarla cuando empezaba a subir la
escalinata hacia la puerta de entrada.
—¿Sí? —se volvió a mirarlo con fingida inocencia.
El parecía muy impresionado por su aparente tranquilidad.
—¿No estás… enfadada… o algo así?
Sí lo estaba, pero no era con él.
—¿Debo estarlo?
—Bien… no. Pero…
—Entonces, no lo estoy —tomó su brazo—. Nos han invitado a una fiesta,
Lewis. Vamos a divertirnos.
Parecía muy aliviado de que tomara con tanta tranquilidad la situación,
después de haberle dicho que no quería hablar de Nick Andracas, y sonrió, relajado.
Pero Danielle no estaba relajada, aunque ocultaba este hecho detrás de su
radiante sonrisa al estudiar sin interés a Nick, quien apareció para recibirlos; el salón
no había cambiado y también estaba lleno de invitados esta noche.
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—Me alegro de que pudieran venir —dijo con voz profunda, mirando a
Danielle.
—No me habría perdido esta fiesta por nada —ella enfrentó su mirada sin
dudar.
—¿No?
—No —repitió—. Todos han oído hablar de las famosas fiestas de los Andracas.
—¿En serio? —no parecía impresionado—. Bien, me temo que soy el único
Andracas que está presente esta noche. Me pregunto si será suficiente para ti.
—Bien… ¿Quieres entrar para tomar algo, Danielle? —interrumpió Lewis,
temiendo lo que pudiera decirle a un hombre tan importante.
—Es una buena idea, Vaughn —respondió Nick—. Carolyn, hazme el favor de
conducir al señor Vaughn al bar —le pidió a la hermosa rubia que apareció junto a él.
—Oh, pero…
—Adelante, Lewis —sonrió Danielle con tranquilidad—. Te veré en un
momento.
La mano de Nick se posó con suavidad en su cintura al entrar en el salón, y
aunque le desagradaba su familiaridad, no protestó.
—Te dije que no volvería a pedírtelo —murmuró él a su oído.
—Por eso invitó a Lewis —replicó ella con frialdad.
El asintió en silencio, con lentitud.
—Y dio resultado, ¿no es verdad? —preguntó complacido.
—Si se refiere a que vine a su fiesta con Lewis, tiene razón —se apartó con
violencia de él—. Pero eso es todo lo que logró con su invitación. ¿En dónde está la
señorita McDonald esta noche? —provocó.
Nick parecía sentirse más tranquilo esta noche, ya que estaba en su territorio.
—Está aquí, en algún sitio —replicó—. Todos los actores de la obra están
presentes.
Danielle frunció el ceño al escuchar la aclaración que hizo para explicar la
presencia de la otra mujer.
—Será mejor que me vaya a buscar a Lewis.
—El nos encontrará —dijo él, deteniéndola.
—Ese no es el asunto.
—Audra y yo hemos roto nuestra relación —la contempló con atención.
—Pero acaba de decir…
—Está aquí, con los demás, no es mi invitada especial.
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Danielle tenía la extraña sensación de que él diría eso; lo había adivinado por la
actitud de la actriz ese día y por las cosas que le había dicho. Era obvio que Nick
consideraba que ya no había barreras entre ellos.
—Espero que no lo haya hecho por mí —comentó sin interés—. Porque llegué a
esta casa con Lewis y pretendo salir de ella en su compañía.
—Es una lástima —comentó Nick—. Tenía la esperanza de que te quedaras
aquí.
Ella arqueó las cejas con sarcasmo.
—¿Acaso entretiene a sus amigas aquí?
—Ellas suelen entretenerme —repuso con una tensa sonrisa—. Pero tienes
razón, el hogar de mi familia no es el sitio adecuado para esa clase de amigas. Tengo
un apartamento cerca del parque.
—Eso imaginé —respondió con provocación, recordando muy bien el
apartamento.
—Pero eso no sería suficiente para ti —añadió con suave seducción.
—Soy diferente, ¿no es verdad? —provocó con escepticismo.
—Sí —afirmó, furioso por su sarcasmo—. Te deseo para algo más que una
simple…
—Aquí están —Lewis al fin logró abrirse paso entre la multitud y tenía dos
copas de champán en las manos—. Lo siento, Nick —sólo pude traer dos copas.
Nick parecía furioso por el éxito del otro hombre en frustrar sus intentos de
persuadir a Danielle de que iniciara una relación con él.
—Hablaré con ustedes más tarde —murmuró, yéndose hacia el bar.
—¿Dije algo malo? —Lewis parecía muy inquieto por su actitud.
—No te preocupes —lo tranquilizó con una encantadora sonrisa, decidida a que
ambos disfrutaran la fiesta, aunque ésta fuera ofrecida por Nick Andracas.
Audra McDonald no parecía muy contenta cuando Danielle la descubrió poco
tiempo después; escuchaba con aburrida expresión los esfuerzos que hacía un
atractivo joven para llamar su atención. A pesar del desagrado que sentía por la otra
chica, Danielle no pudo evitar sentir un gran respeto por Audra, ya que había
asistido a la fiesta sin importar que Nick la hubiera plantado aquella semana.
Más tarde, cuando se encontraron solas en un baño en el piso superior, Danielle
no pudo evitar sentirse inquieta.
Audra la miró de reojo en el espejo, al retocar su pintura de labios.
—Esperaba verte aquí esta noche —comentó con tono casual.
—¿En serio? —empezó a cepillarse el cabello—. Entonces sabías más que yo.
—No quisiste escucharme, ¿no es verdad, Danielle?
—¿Cómo dices?
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—No perderé a Nick —replicó la actriz, dispuesta a salir del tocador.
—Me parece que ahora es un poco tarde para evitarlo —ella encogió los
hombros.
Los ojos castaños reflejaron el profundo odio que sentía por Danielle.
—Pero puedo recuperarlo con mucha facilidad.
—Entonces, hazlo —provocó, empezando a sentirse inquieta por la maldad de
aquella mirada.
—Por Dios, podría… —Audra hizo un esfuerzo para no cerrar los puños—.
Quiero recuperarlo, Danielle —trató de hablar con calma—. Y, si es necesario, usaré
lo que vi esta tarde —satisfecha, observó que Danielle palidecía—. ¿Sabes a qué me
refiero?
—Sí, lo sé —murmuró abatida.
—Entonces, renunciarás a Nick —era una orden, no una sugerencia.
—El… —empezó, y añadió—: No puedo renunciar a él, ya que no me
pertenece.
—Será mejor que hagas un esfuerzo —replicó Audra y salió de la habitación.
Danielle suspiró con fuerza, tratando de dominarse. Aquella mujer podría
cumplir su amenaza si la provocaba demasiado. ¡Y si lo hacía!…
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Capítulo 4
NO podía dormir; ¿cómo podría dormir con aquella amenaza que pendía sobre
su cabeza? A pesar de su odio por Nick y de querer castigarlo por el pasado, debía
proteger ese pasado. Sin importar el castigo que Nick merecía por su arrogancia,
debía mantenerse, en el futuro, tan apartada de él como le fuera posible, ¡o como él se
lo permitiera!
La campanilla de la puerta interrumpió sus pensamientos, y supo, al ver que
eran las dos de la mañana, que su visitante sólo podía ser Nick Andracas… ¡Era la
única persona que conocía que tenía la arrogancia y el descaro para despertarla a esa
hora!
Se puso una bata, al dirigirse hacia la puerta.
—¿Qué quiere? —siseó a través de la puerta cerrada.
—Ya que estoy frente a la puerta de tu apartamento, debe ser obvio que quiero
hablar contigo —no le importaba la hora, habló con voz alta.
—Habló conmigo… más temprano.
—Antes de que te fueras de repente —reconoció él—. Quiero saber qué te dijo
Audra.
Pobre Lewis, lo forzó a abandonar la fiesta tan pronto como pudo, después de
que Audra le hizo aquella amenaza, asegurando que Nick no notaría su ausencia
entre tantos invitados. Se había equivocado al subestimarlo, como lo hizo con la
actriz.
—No sé de qué habla —replicó—. Y ahora, si no le importa, quiero volver a la
cama. ¿Y acaso no debería volver a sus invitados? —añadió.
—Mi último invitado se marchó hace quince minutos —rugió él—. Por eso
estoy aquí.
—¿Todos sus invitados se marcharon? —provocó. Cuando se marchó con
Lewis, Audra estaba tan cerca de Nick que casi parecía formar parte de él.
—Todos —confirmó, cortante—. Y ahora, ¿quieres abrir esta puerta para hablar
conmigo?
—No.
—Danielle…
—Lo lamento —interrumpió, al notar que él estaba a punto de perder la
paciencia—. No voy a abrirle la puerta a nadie a esta hora.
—Sabes que soy yo, maldición —dijo él.
Podía imaginar la furia en su rostro, sabía que no le gustaba que lo contrariaran.
—Por supuesto que lo sé. Ese es otro motivo para no abrir la puerta.
La maldición de él, le dijo que su sarcasmo lo había indignado.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Volveré, Danielle —amenazó—. Y la próxima vez, no me iré hasta que tenga
algunas respuestas.
Ella escuchó que las puertas del ascensor se cerraban antes de volver a su
habitación. Ambos sabían que su amenaza era en vano, en lo que a ella se refería, ya
que no le diría nada que no quisiera decirle. Pero quizá Audra pudiera resultar
peligrosa…
Durmió muy poco; su sueño fue inquieto cuando logró descansar un rato, y por
ello su aspecto era de cansancio al tomar una taza de café la mañana siguiente. Había
tenido una vida de relativa tranquilidad durante los últimos siete años, y ahora,
pocos días después de haber visto de nuevo a Nick, él había logrado alterar su
mundo por completo.
Cuando le abrió la puerta media hora después, no se sintió complacida al verlo.
—Te dije que regresaría —entró en el apartamento sin esperar su invitación—.
Y ahora dime lo que Audra te dijo para que te marcharas anoche —la contempló
entrecerrando los ojos, fingiendo no percatarse de la transparente bata que cubría su
camisón.
Danielle trató de apartar su mirada, incapaz de enfrentar aquellos ojos.
—No sé por qué piensa que la señorita McDonald me dijo algo —replicó.
—Es muy sencillo. Ella me lo dijo.
—Oh —Danielle palideció, preguntándose qué más le habría dicho la otra
mujer. Y entonces descartó esta idea; si Audra le hubiera dicho algo, no estaría
interrogándola.
—Sí. Por algún motivo, ella parece pensar que necesito su ayuda para sacarte de
mi vida —estaba furioso al hablar de la otra chica.
Siendo una mujer inteligente, Audra McDonald había sido una estúpida al
exagerar su importancia, o la de cualquier otra mujer, en la vida de Nick; debió
imaginar que él resentiría una interferencia tan descarada y directa. O quizá la actriz
estaba muy confiada en la importancia de su descubrimiento para tomarse esa
libertad. Cualquiera que hubiera sido el motivo, las dos sabían que Danielle nunca
saldría con Nick. Aunque eso no garantizaba que él volvería a buscar a Audra; la
actriz debió imaginar que, con su comportamiento, sólo lograría alejarlo aún más.
—Ella aún lo desea —le dijo a Nick con suavidad.
—Y ambos sabemos que todo ha terminado entre nosotros —rugió, apretando
los labios.
—Creo que la señorita McDonald preferiría que no fuera así —provocó ella.
—Sé muy bien qué piensa Audra de esto —replicó—. Y ella sabe lo que yo
opino.
Eso constituía un peligro para Danielle, y lo sabía; mordió su labio inferior. No
había duda de que Audra no pensaba cruzarse de brazos y soportar esto.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Acepta mi invitación una vez, Danielle —la voz de Nick era suave y
sensual—. Prometo que te divertirás —añadió al ver su confusión, pero ella no
pensaba en su invitación.
No dudaba que podría ser encantador si decidía serlo, pero no podía salir con
él.
—Lo lamento —rehusó—. Y ahora, si me disculpa —añadió—, debo arreglarme
para salir.
—¿Con Vaughn? —él apretó los labios con gesto amenazante.
No había pensado en salir, pero ahora le parecía una excelente idea. No podía
permanecer allí preguntándose si Audra utilizaría su descubrimiento en su contra.
—No, no saldré con Lewis —respondió con tranquilidad—. Iré… iré a visitar a
mis padres —la idea se le ocurrió de súbito.
El frunció el ceño.
—¿No podrías hacerlo en otro momento?
—Podría hacerlo —accedió—. Pero les dije que iría hoy, y siempre cumplo mis
promesas.
—Danielle…
—Debo salir en unos minutos —interrumpió con firmeza—. Por lo que, si no le
molesta…
—Pero sí me molesta —rugió—. ¿Por qué diablos no quieres salir conmigo?
—Sólo necesita recordar la suerte que corrió la señorita McDonald, y lo sabrá —
repuso.
El rubor cubrió las mejillas de Nick.
—Nunca le dije que sería algo definitivo —rugió.
—Nunca le prometió algo semejante a ninguna mujer —provocó—. Sólo les
prometió el presente, y lo disfrutaron mientras hubo algo.
—¿Y qué hay de malo en eso?
—Nada… para usted.
—¿Quieres un vestido blanco y un anillo de oro, ¿no es verdad? —provocó.
Sus ojos verdes se encendieron de ira.
—Quiero a un hombre al que pueda amar y respetar, y no es necesario que sea
en ese orden —lo miró con desprecio—. ¿Cree que usted llena esos requisitos?
—Sabes que no —replicó con frialdad.
—Ya tiene su respuesta —se dio vuelta y entró en su alcoba, dejándolo solo.
Quizá hubiera parecido muy tranquila al hablar con Nick, pero se sentía muy
alterada y se reclinó en la puerta, con debilidad, al cerrarla. ¿Cómo pudo haber
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Carole Mortimer – Placer de dioses
amado tanto a un hombre así, hasta llegar al extremo de entregarse a él en su primer
encuentro? ¿Cómo podía sentir aún ese estremecimiento de atracción cuando lo veía?
Nunca se había sentido así por ningún hombre en siete años. Nadie podría
acusarla de ser promiscua, pensó. En veintiséis años, sólo había tenido un amante, ¡y
él la trató con tanta crueldad que nunca tendría otro!
Entonces, ¿por qué su cuerpo reaccionaba así ante su presencia? Al hablar con
él esta mañana, se había sentido muy consciente de su gran atractivo, recordó la
belleza de su cuerpo y el placer que le dio una vez.
El baño la hizo sentirse mejor y se vistió con un fresco vestido de algodón color
verde, con estrechos tirantes en los hombros, ajustado corpiño y amplia falda;
necesitaba tener aspecto femenino, ya que se sentía muy deprimida en aquel
momento. Parecía muy joven y atractiva, no revelaba la confusión que sintió hacía
unos momentos, y apartó de su mente los íntimos pensamientos que la asaltaban.
Nick se puso de pie cuando entró en la sala y sus ojos recorrieron con
admiración su hermosa y juvenil figura.
—Valió la pena esperar —murmuró con suavidad.
—Creí que ya se habría marchado —replicó enfadada; su imagen de fría
indiferencia cayó destrozada a sus pies en un instante, haciéndola sentirse indefensa.
—Creí que podría llevarte a la casa de tus padres —repuso él con tranquilidad.
¡Para asegurarse de que iría!
—Yo puedo llevar mi auto —recogió las llaves, muy tiesa—. De hecho, prefiero
hacerlo. De esta manera, podré regresar a casa cuando quiera.
El inclinó la cabeza, accediendo a su decisión.
—Entonces, te acompañaré al auto —sujetó con firmeza su brazo.
—No es necesario —replicó cortante, tratando de liberarse, sin lograrlo.
—De cualquier manera, yo también me iré —dijo sin inmutarse.
¡Si no se sintiera tan perturbada en su compañía! En especial en momentos así,
cuando la conducía hacia el ascensor, sin importarle que quisiera hacerlo o no.
—Lo ves, no lo hice —comentó Nick con voz ronca y divertida cuando salieron
a la calle.
Ella se volvió, confundida; había estado absorta en sus pensamientos.
—¿No hizo qué?
El sonrió con sensualidad.
—No te violé en el ascensor —provocó, divertido.
Danielle palideció al recordar una ocasión en que empezó a seducirla en un
ascensor.
—¿Danielle? —la expresión divertida desapareció—. ¿Qué sucede?
—Yo…
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Por aquí, señor Andracas —una alegre voz se escuchó detrás de ellos.
Ambos se volvieron a un tiempo y, al hacerlo, una cámara dio un pequeño
chasquido; el brazo de Nick la rodeó con gesto protector y la cámara volvió a
funcionar.
—Gracias, señor Andracas, señorita Smith —dijo el reportero, sonriendo con
malicia. Se volvió con rapidez para subir en un auto que lo esperaba.
Danielle entró en acción en ese momento.
—Escuche, deténgase…
—Déjalo —dijo Nick; sus manos sujetaron sus brazos cuando el auto se alejaba.
—Pero…
—Si lo persigues, sólo lograrás que su historia resulte más interesante —señaló
con resignación—. "La más reciente amante de Andracas niega un romance"—
suspiró.
—Pero no es verdad —Danielle se apartó con furia de sus manos.
—Una negativa sólo aumentará la especulación —repuso con tono
tranquilizador—. Al verme salir contigo de tu apartamento, les hemos dado la
impresión de que pasé la noche aquí.
—¡Pero no es cierto!
—¿Y piensas que van a creer eso? —preguntó, mirándola con compasión.
—¡Lo harán todos los que me conocen!
—¿Y todos los demás, la gente que me conoce a mi? —señaló con sarcasmo.
Ella se volvió a mirarlo con desprecio, las lágrimas asomaban en sus ojos.
—Dios mío, cuánto lo desprecio —dijo con furia—. Lo odio, odio todo lo
relacionado con usted. Pero, en especial, esto. Nunca se lo perdonaré. ¡Jamás!
—Danielle…
—No me toque —apartó el brazo para evitar que la sujetara—. ¡Quizá arregló
todo esto para comprometerme y lograr que salga con usted! —añadió, acusándolo.
—No seas ridícula. Esta clase de publicidad me desagrada tanto como a
cualquiera.
—Entonces, ¿cómo supo ese reportero que debía venir a mi apartamento? —
replicó.
—Pudo haberme seguido… —Nick encogió los hombros, suspirando,
derrotado.
—O quizá alguien le dijo con exactitud dónde estaría —concluyó ella.
—No fui yo —rugió.
—Pues yo tampoco —replicó.
El apretó los labios.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Entonces, sólo hay una persona que pudo adivinar que vendría a verte hoy.
¡Audra!
Danielle lo miró asombrada porque pronunció con furia el nombre de la actriz.
Esa mujer era capaz de hacer algo semejante, pero eso no significaba que lo hubiera
hecho.
—No me interesa quién lo hizo —le dijo a Nick, cortante—. ¡Pero no quiero
volver a verme en esta clase de publicidad! —se dio vuelta y caminó hacia su auto.
—Danielle.
Ella se volvió para mirarlo de reojo antes de subir al coche.
—¿Sí?
—Que tengas un buen día —dijo con suavidad.
Ella lanzó un gemido de exasperación al entrar en el auto, mirándolo subir con
agilidad en el Ferrari que estaba junto a la acera. El pasó conduciendo por su lado y
agitó la mano con gesto de despedida.
Danielle condujo con lentitud, tomando tiempo para pensar, y decidió que iría a
la casa de sus padres ahora que salió del apartamento.
Nick había insistido en que no tuvo ninguna relación con la aparición del
reportero frente a su apartamento, y le creía. Ya la conocía lo suficiente para saber
cuál sería su reacción ante esta clase de publicidad; sabía que no era una mujer a la
que le gustara exhibirse. Sólo quedaba Audra y la amenaza que le hizo anoche. El
hecho de que el reportero los hubiera seguido era otra advertencia.
Cielos, deseaba haber obedecido a sus instintos cuando Lewis le habló de este
nuevo trabajo, deseaba haberse negado y mantenerse tan alejada de Nick como fuera
posible. Si no tenía cuidado, él podría destruir su vida por segunda vez.
Sus padres quedaron complacidos, aunque sorprendidos, al verla de nuevo tan
poco tiempo después de haber pasado la noche con ella el viernes, y Danielle notó
que su padre la estudiaba de reojo. Su padre, un hombre alto y atractivo, con más de
cincuenta años, no se parecía al exitoso hombre de negocios que era. Pero podía ser
despiadado cuando la ocasión lo ameritaba, y en lo que se refería a su familia, era
capaz de defenderla como un león.
—Tu madre está preocupada por ti —le dijo, estudiándola.
Estaban en el jardín, su madre había entrado para revisar la comida.
—Es extraño —comentó Danielle, con una divertida sonrisa—. Mamá me dijo lo
mismo sobre ti cuando salimos de compras ayer.
El hizo un gesto desdeñoso.
—Había olvidado que eres muy astuta. De acuerdo —confesó—. Ambos
estamos preocupados por ti. Tu madre me dice que te has mezclado con Nick
Andracas.
Danielle se reclinó en la silla de jardín, relajada ahora que estaba con su familia.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Estoy segura de que mamá no te ha dicho nada semejante —sorbió su jerez—.
Ya le he explicado que sólo es un cliente.
—Bien, pues no me parece que sea una buena idea que lo hayas conocido.
—¿Por qué?
—Sé qué clase de hombre es —su padre estaba preocupado—. Siempre quiere
conseguir lo que no puede obtener, y eso incluye a las mujeres, además de los
negocios.
Danielle frunció el ceño al escuchar la perfecta descripción que hizo de Nick.
—No sabía que lo conocías.
—No lo conozco, al menos, en persona. Trató de comprar mi compañía hace
algunos años, y no le importaba lo que tendría que pagar para conseguirla.
—No lo sabía —repuso, asombrada.
—No, bien, no quiero inquietarlas con mis negocios. Pero me he dado cuenta de
la soledad en que vives desde hace algunos años —añadió con suavidad—. Y para un
hombre como Andracas constituyes un desafío irresistible.
—No estoy interesada —repuso con tranquilidad.
—Yo tampoco estaba interesado en vender mi negocio —dijo él—. Pero casi caí
en su trampa. No deseo interferir con tu vida, Ellie, pero no quiero que vuelvan a
lastimarte.
—Lo sé —tocó su brazo con agradecimiento—. Y te aseguro que no volverá a
ocurrir.
Era muy sencillo decir eso, pero recordó la atracción que sintió esa mañana. No
había duda de que fue atracción sexual, algo que pensó que nunca volvería a sentir,
algo que no quería volver a sentir. Su padre tenía razón, Nick era un hombre
peligroso.
¡Y la estaba esperando frente a su apartamento cuando volvió aquella tarde! Por
su expresión, adivinó que hacía tiempo que la esperaba.
—Lo sé, lo sé —elevó las manos con gesto defensivo al salir del auto y acercarse
a ella—. No querías verme de nuevo. Pero debía comunicarte que localicé al
reportero que estuvo aquí esta mañana. He estado esperándote más de una hora —
bromeó.
Lo miró asombrada; se había tomado la molestia de seguir al otro hombre
después de haberle dicho que no valía la pena.
—Será mejor que suba.
—No te preocupes —provocó Nick por su falta de entusiasmo—. No está aquí
ahora, oculto detrás de un auto o algo parecido.
—De cualquier manera, será mejor que suba —ella lo miró con desdén.
Cuando entraron en el apartamento, ella se volvió para enfrentarlo.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—¿Qué dijo el reportero?
Nick se había sentado en un sillón; parecía muy relajado y cómodo.
—Es un trabajador independiente, y ya había vendido la historia y la fotografía
cuando lo encontré —hizo un gesto de disgusto.
Danielle se puso pálida.
—¿Tienes alguna idea de lo que dirá el artículo?
—Lo de siempre, imagino.
Ella suspiró, desesperada.
—Gracias por haber perdido su tiempo para decirme esto —repuso con enfado.
—Vamos, de verdad lo lamento —se irguió en el sillón—. Ofrecí comprarle la
historia, pero llegué tarde. Y, como puedes imaginar, el diario que la compró no
quiso escucharme.
—¿Cuál la compró?
El mencionó a uno de los diarios más escandalosos de la ciudad.
—Publicarán el artículo mañana —informó, al ver su inquietud.
—De cualquier manera, gracias por haber hecho el intento.
—No me des las gracias, no pude hacer nada, excepto, quizá, empeorar la
situación, y te previne que esto podría ocurrir. Supongo que no quieres invitarme a
comer un emparedado, ¿no es cierto? —la miró con expresión anhelante—. No tuve
tiempo para almorzar mientras perseguía al reportero.
La lógica le decía que debía negarse, que debía decirle que fuera a su casa y
comiera algo allí. Sin embargo, él había recorrido toda la ciudad tratando de impedir
que el reportero vendiera su artículo. Un emparedado no era un precio muy alto por
ese favor.
—Le prepararé algo —se dirigió a la cocina, volviéndose a mirarlo de reojo para
descubrir que leía los diarios del domingo.
Parecía sentirse tan cómodo en su sala como si hubiera estado allí toda su vida.
¡Estaba loca al haber accedido a prepararle un emparedado!
Compartió con él la ensalada de pollo que había preparado para su cena; casi
nunca compraba pan, por lo que no pudo prepararle un emparedado. Era inquietante
sentarse a comer con él, le daba una sensación de normalidad a su situación, la cual
no le gustaba. Quería recordarlo como había sido en el pasado; el cenar con Nick lo
hacía parecer un ser humano, cuando ella sabía que era inhumano.
—Sabes preparar café —comentó con admiración al beber el caliente líquido
oscuro—. Eres una mujer muy talentosa, Danielle Smith —añadió con una
cautivadora sonrisa.
—¿Es que la señorita McDonald no sabe cocinar?
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Nunca lo supe —repuso divertido—. Pero te aseguro que mi ex esposa ni
siquiera podía abrir una lata.
Era la primera vez que lo oía referirse a Beverley desde aquella noche, hacia
siete años, cuando habló de ella con tanto rencor. Pero ahora no parecía amargado.
—¿Y tú puedes hacerlo?
El fingió asombro por esta pregunta.
—Mamá se aseguró de que todos sus hijos supieran cocinar…
—¿Cuántos hijos tuvo? —preguntó, sintiendo curiosidad.
—Seis —sonrió al ver su expresión de asombro—. Cinco niñas y un solo varón.
—Eso significa que también fuiste un niño malcriado —sonrió divertida.
—¿También?
—Te aseguro que ahora eres un hombre malcriado —acusó.
Nick rió con suavidad.
—A mamá nunca le gustó malcriar a sus hijos, yo debía cumplir con mis
obligaciones en casa. Pero ya que éramos tantos, no resultaba tan difícil.
Danielle apartó la mirada, comprendiendo que estaba cayendo en su encanto.
—Yo fui hija única. No sé de qué me hablas.
—Es una lástima. Para ti, por supuesto.
—No se puede echar de menos lo que nunca se tuvo —encogió los hombros—.
¿Tienes hijos? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta. El y Beverley no tuvieron
hijos.
—Tengo muchos sobrinos y sobrinas de todas las edades —los labios de Nick se
apretaron.
—Me lo imagino, pero no es lo mismo que tener tus propios hijos, ¿verdad?
—Dudo mucho de que sería un buen padre. Es imposible tener un padre
malcriado y un hijo malcriado —añadió—. ¿Tienes más café? —preguntó de súbito.
Danielle fue a buscar la bebida, envuelta en sus pensamientos al entrar en la
cocina. El hablaba con indiferencia de los hijos, pero había descubierto una gran
tensión oculta en el tono casual de su voz, un dolor del cual no quería hablar.
Nick estaba junto a la ventana cuando regresó a la sala. Al observarlo, él, sin
percatarse de su presencia, deslizó una mano con gesto triste entre sus cabellos y se
frotó la nuca.
—Tu café —interrumpió el momento de intimidad, no quería sentir compasión
por un hombre que nunca había sentido nada por nadie, que vivía su vida a su
placer, sin importarle los demás—. Y después me temo que tendrás que irte. Quiero
trabajar esta noche,
—Está bien, Danielle —se volvió, sonriendo—. No quiero imponerte mi
compañía.
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Eso es lo que había hecho desde que llegó; nunca debió invitarlo a entrar.
—¿Quizá después de haber bebido tu café?… No quisiera ser grosera…
—Pero lo serás, de cualquier manera —sonrió divertido; tomó el café de golpe,
a pesar de que estaba muy caliente—. Gracias por la cena, Danielle, fue muy
agradable.
Se sorprendió al no sentirse entusiasmada por el tiempo que habían pasado
juntos. Pero era algo que no podía evitar, no podía mentir, ni siquiera para guardar
las apariencias. Quería que se fuera lo antes posible, las últimas horas habían sido
muy inquietantes para ella, sin importar que hubieran transcurrido con tanta
rapidez.
—Acompáñame a la puerta —pidió él.
—Conoces el camino —repuso, cortante.
—Compláceme, ¿quieres? —sus ojos se llenaron de un extraño brillo.
Reacia, lo siguió hacia la puerta, y se sintió sorprendida cuando él inclinó la
cabeza y reclamó su boca en un beso ardiente y apasionado. Había salido con varios
hombres desde aquella noche que pasó con Nick, inclusive disfrutó sus besos, pero
ninguno la había afectado tanto o de forma tan sorprendente, como Nick lo hacía
ahora.
El retrocedió, pero en sus ojos no había un brillo de triunfo por haber
descubierto la respuesta que logró de ella, tan sólo estaban iluminados por una
extraña ternura.
—No trabajes mucho —tocó su mejilla con suavidad.
—¿Trabajar?… Oh… oh, sí —sabía que no podría trabajar esta noche, ahora
no—. ¡Quiero decir, no!
—Volveré a verte mañana —Nick sonrió al descubrir su profunda confusión.
—¡No!
—Sí —insistió con suavidad, su mirada gris la forzaba a aceptar.
—Trabajo durante el día…
—Y yo también —repuso con suave sarcasmo, sonriendo al ver que sus ojos se
agrandaron de asombro—. He decidido seguir tu consejo…
—¿Mi consejo? —repitió, asombrada, incapaz de recordar haberle aconsejado
algo.
—Hace poco más de una semana, comentaste que estoy aburrido con mi forma
de vida…
—¡Lo dije porque me provocaste! —se defendió.
—Eso no es importante —repuso con calma—. El hecho es que lo hiciste, y es la
verdad. He decidido que, desde mañana, dejaré de ser una figura decorativa en mi
pequeño imperio, volveré a tomar las riendas, a las cuales renuncié hace varios años
—añadió.
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—Estoy segura de que el mundo de los negocios empieza a temblar de temor —
comentó con desdén, recordando lo que su padre le había dicho de Nick.
—Aún no —repuso divertido—. Pero pronto lo harán —predijo.
Eso podía creerlo, aunque no lograba aceptar que el hiriente comentario que
había hecho hubiera logrado este cambio en él. Y así lo dijo.
Nick encogió los hombros.
—Esta decisión ha estado en mis pensamientos desde hace tiempo. El ser rico y
despreocupado es aburrido; de hecho, es aburrido no tener algo que hacer, sin
importar cuánto dinero tienes. Pero admito que tu desagrado por mi forma de vida
precipitó mi decisión. Has hecho muy obvio tu desprecio por mi imagen, por lo que
he decidido cambiarla.
—Dudo que eso cambie mi opinión —repuso con sinceridad.
—Es posible que no —accedió—. Pero el tener un motivo para vivir me hará
cambiar mucho. Alégrate, Danielle —bromeó al ver su ceño fruncido—. Me has
hecho un favor, aunque no quieras salir conmigo.
Por primera vez, descubrió que él había cambiado hoy, que la amargura que
había advertido en él en el pasado, había desaparecido, y también su cinismo, siendo
desplazados por un nuevo Nick, menos amargado y más alegre, un hombre que ya
no actuaba con tanta arrogancia y que ahora era bromista. No estaba segura de que le
agradara el nuevo Nick, no estaba segura de poder enfrentarse a él. También, esto
hacía que le resultara más difícil odiarlo, ya que no era el hombre frío que conoció
hacía tantos años.
—¿Por qué renunciaste a todo y ahora estás tan ansioso de regresar al trabajo?
—preguntó con inquietud.
—En aquel momento, tuve motivos para hacerlo. Pero ahora me parecen menos
importantes —repuso con tono casual—. No sé a qué hora vendré mañana…
—Preferiría que…
—No viniera —terminó con suavidad—. Lo sé. Pero esta noche no fue tan
desagradable.
Además de descubrir que el estar a solas con él, de esta manera, era muy
inquietante, el resto de la velada había sido muy agradable. ¡Y eso era lo que temía!
—Si no quieres salir conmigo, entonces yo vendré a quedarme aquí, contigo —
continuó él, sin esperar su respuesta—. Y mañana traeré comida y vino.
—Pero…
—Vamos, no te asustes, Danielle —bromeó—. Sólo cenaremos y charlaremos,
como esta noche. Te veré mañana —volvió a acariciar su mejilla antes de marcharse.
Danielle se sintió muy sobresaltada, ¡como si hubiera estado a punto de ser
arrollada por un tractor! Se había equivocado al juzgar a Nick, su arrogancia aún
estaba presente.
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Aún no sabía qué haría con él, ¡no estaba dispuesto a aceptar una respuesta
negativa!
El artículo y la fotografía aparecieron publicados en el diario, la mañana
siguiente, y más que nunca deseó que no fuera a buscarla esa noche. La fotografía era
muy sugerente, parecía que quisiera encontrarse entre los brazos de Nick, en vez de
que él estuviera protegiéndola del fotógrafo, ya que su rostro estaba casi hundido en
su amplio pecho. ¡Parecían amantes que no pudieran dejar de tocarse!
Y el artículo que acompañaba a la fotografía era aún peor, afirmaba que Nick
había llegado por la madrugada y que la fotografía los mostraba al salir juntos, al día
siguiente. Esta era la clase de insinuación en la que se especializaba este diario,
mentía al omitir la verdad. Si el reportero había visto que Nick llegaba a su
apartamento a las dos de la mañana, entonces, sin duda también lo vio salir unos
minutos después, al igual que debió haberlo visto llegar poco antes de las diez. El
artículo insinuaba que habían pasado juntos la noche. Y, como Nick había predicho,
sus esfuerzos para que no se publicara el artículo tan sólo habían despertado la
curiosidad.
Esto era lo que Audra McDonald necesitaba para revelar su terrible secreto.
Se acercó a la caja de ónix y sacó la miniatura para apretarla contra su pecho
con desesperación.
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Nº Paginas 51-113
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Capítulo 5
CUANDO Nick llegó a las siete, esa tarde, Danielle había pasado uno de los
peores días de su vida. Varios reporteros habían tratado de lograr una entrevista con
ella, pero se negó a hacer comentarios y, enfurecida, dio un portazo al reconocer el
rostro del reportero del día anterior. Su padre la llamó por teléfono para asegurarse
de que estaba bien, y aunque no la interrogó sobre lo ocurrido la noche anterior, ella
decidió explicarle la situación. Y por último, no había logrado comunicarse con
Audra McDonald.
Había llamado al teatro donde la actriz ensayaba su obra, también llamó a su
casa, y la respuesta fue siempre la misma, la señorita McDonald no estaba disponible
en ese momento. Le dejó un mensaje para que se comunicara con ella, pero no recibió
su llamada.
Nick frunció el entrecejo al ver su palidez y puso las bolsas con comida en la
cocina, antes de volver al estudio para contemplarla.
—¿Estuvo tan mal? —murmuró, conmovido.
Encubrió sus oscurecidos ojos verdes con sus pestañas; no se había cambiado de
ropa, aún vestía sus ajustados pantalones de algodón y una holgada blusa color
crema.
—¿Qué dijiste?
—Que has tenido un día terrible —afirmó, suspirando—. ¿Los reporteros te han
estado persiguiendo?
Hablaba como si él hubiera vivido la misma experiencia.
—¿También fueron a buscarte?
—Lo intentaron —sonrió con desdén—. Puedo protegerme mejor que tú contra
ellos.
Danielle se contempló las manos; hoy no estaban manchadas con pintura, como
otros días, estaba demasiado alterada para trabajar, en especial, con el retrato de
Audra.
—¿Viste el artículo que escribieron?
—Sí —hizo un gesto de disgusto por aquel libelo—. Fue peor de lo que había
imaginado.
—Sí —accedió Danielle con tristeza.
—También he visto a Audra —sus ojos se endurecieron al mencionar a la otra
mujer.
Danielle se volvió para estudiar su rostro, atemorizada; tragó con dificultad al
descubrir que en sus ojos no había una acusación, sólo reflejaban despreció por la
actriz.
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—Traté de comunicarme con ella por teléfono hoy —confesó sin emoción—. Se
negó a hablar conmigo.
—Cuando eres su apoyo económico, sueles tener más suerte.
—¿Qué te dijo?
—¿Qué podría decir? —encogió los hombros y empezó a pasear por la
habitación—. Ella envió al reportero, no pudo, ni quiso negarlo.
Pero parecía que Audra no le había dicho mucho más. ¿Qué estaba esperando la
actriz?
—No volverá a hacerlo —añadió él con enfado—. No, si quiere continuar con la
obra.
—¿La… amenazaste? —preguntó Danielle con inquietud.
—Le hice una advertencia —corrigió él con dureza.
Era lo mismo, y ella sabía que a Audra eso no le había gustado. Cielos, Danielle
se sintió enferma al pensar en lo que la actriz podría hacerle y deseó poder ocultarse
hasta que todo hubiera terminado.
—Iré a preparar la cena mientras tú tomas una copa de vino —decidió él.
—No… '.
—Olvida la posible venganza de Audra, Danielle —ordenó desde la cocina—.
Ya ha desahogado su ira en mí, y no hay nada más que pueda hacer.
¡Si fuera verdad! Danielle sorbió su vino con obediencia, cuando él le entregó
una copa unos momentos después, y luego lo oyó moviéndose por la cocina,
preparando la cena; se sentía demasiado abatida para impedírselo.
La cena se inició con una espesa sopa de pollo, acompañada con pan francés,
que fue seguida por una deliciosa carne que Nick aseguró era una receta de su
madre.
—Sólo confiaba su receta secreta a las personas que le agradaban —añadió con
suavidad—. Tengo el presentimiento de que le habrías agradado, Danielle.
Se ruborizó por su descarado coqueteo.
—¿Ha muerto? —se sentía más tranquila después de la deliciosa cena.
—Sí. Murió hace varios años. Mi padre también. Llevemos el café a la sala, para
charlar allí —sugirió—. ¿Quieres comer algo más? —indicó el queso que ninguno
había tocado.
—No, gracias —lo siguió a la otra habitación, sorbiendo el fuerte café que él
había hecho—. ¿Estabas unido a tus padres?
—Muy unido —asintió.
—Supongo que siendo el único varón, tenían muchas esperanzas puestas en ti
—comentó.
—¿A qué te refieres?
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Se sintió sorprendida por la súbita intensidad de su expresión.
—Tan sólo que tu carrera como director del imperio Andracas debió ser una
conclusión lógica para ellos —explicó con inquietud.
—Oh. Comprendo —replicó—. Sí, supongo que así fue —se relajó
visiblemente—. Pero nunca me molestó eso.
—Dudo que muchas personas se sintieran molestas por semejante futuro —
bromeó.
—Me gustó regresar al trabajo; en especial, la expresión de mis directores
cuando supieron que no se trataba de la breve visita que solía hacer —añadió con
placer—. Todos parecían culpables de algo, aunque no tenían nada que temer.
—Quizá son culpables —provocó—. Quizá se han estado enriqueciendo a tus
costillas.
—Danielle —repuso él con tono divertido—. Quizá no estuviera en la oficina
todos los días, pero te aseguro que sabía qué estaba ocurriendo en la compañía.
Sabía que era cierto, que inclusive la imagen de conquistador de la cual lo había
acusado era falsa, que Nick Andracas no podía ser considerado un tonto, sin
importar que pareciera tomar la vida con tanta tranquilidad.
—¿Qué clase de música te gusta? —con otro de sus súbitos cambios de humor,
él cruzó la habitación hacia su colección de discos—. Hay de todo, desde Brahms
hasta Duran Duran —comentó admirado—. Veamos, creo que pondré éste.
Danielle reconoció la cubierta del disco: se trataba de canciones románticas.
—Te agradezco que hayas venido esta noche y prepararas la cena —dijo con
rapidez—. Pero se está haciendo tarde y…
—Son las diez —replicó él, poniendo el disco en la tornamesa antes de
incorporarse—. Aún es temprano, inclusive para ti —cruzó la sala y se sentó junto a
ella, en el sofá.
De inmediato se dio cuenta de que ésta era una situación peligrosa, que su
anterior necesidad de compasión y compañía podría conducirla al desastre.
—Creo que será mejor que te marches…
—¿De qué tienes miedo?
—De nada —replicó, sabiendo que en este momento estaba atemorizada… de
todo.
—Mientes —su voz era ronca al hablar en su oído—. No te lastimaré, Danielle.
Casi rió por la ironía de esta frase. Hacía siete años, había sido una adolescente
enamorada y sin preocupaciones, pero todo había cambiado cuando conoció a Nick,
y no había tenido un día de felicidad desde entonces.
—¿No leíste todo el artículo? —lo provocó—. De acuerdo con él, no tengo un
corazón que puedas lastimar —de alguna manera, los reporteros habían logrado
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Carole Mortimer – Placer de dioses
encontrar a uno de los hombres con quienes había salido en el pasado, y él les dijo
que era una mujer fría, sin emociones—. Piensan que somos la pareja ideal.
—Ese hombre, al que interrogaron sobre ti —Nick estaba tan cerca que su
aliento acariciaba su garganta—, ¿fue tu amante?
Ella lo miró con desprecio.
—¿Acaso no es obvia la respuesta? —replicó.
—Ese hombre habló por despecho —adivinó Nick—, porque lo rechazaste.
—Así es.
—¿Alguna vez has tenido un amante?
Danielle se puso rígida al oír su pregunta.
—Por supuesto —replicó cortante—. Estamos en una época en que sólo hay
amantes y no se crean compromisos. No quisiera estar fuera de moda —añadió con
amargura.
—Entonces, ¿por qué?…
—Ya hemos hablado de esto antes, muchas veces —interrumpió suspirando—.
Y mi respuesta sigue siendo la misma, aun cuando hayas tratado de cambiar tu
imagen —provocó.
Nick sonrió divertido por su comentario.
—Confieso que tomé el control de mi compañía de nuevo, tanto para mi
beneficio como para impresionarte —repuso con voz ronca.
—Lo sabía —provocó, percatándose de que el vino y la romántica música
estaban adormeciendo sus sentidos—. Nick, creo que deberías…
—Yo también —murmuró, acercándose más, su cuerpo tibio calentaba sus
formas.
—¡No, eso no! … —trató de apartarlo cuando sus labios quemaron su cuello
antes de que mordisqueara el lóbulo de su oreja—. ¡Por favor, eso no! … Oh, Nick —
y entonces se entregó a su abrazo, anhelante.
El tomó su boca con una gentileza que la sacudió; sus labios se abrieron para
recibir su beso y el fuego invadió su sangre al sentir que su lengua entraba para
disfrutar y acariciar la dulzura que despertaba su erotismo. Se abrió como una flor,
estremeciéndose al sentir que su mano se cerraba sobre su seno, el oscuro pezón se
erguía hasta hacerse notar a través de la suave tela de su blusa.
—¿Cuánto tiempo has esperado? —gimió Nick al sentir su apasionada
respuesta.
—¡Demasiado! —se estremeció con deleite cuando él apartó su blusa, descubrió
sus senos desnudos e inclinó la cabeza para tomar con su boca un tenso pezón,
acariciándolo con los labios y sintiéndola arquearse hacía él.
Danielle ya no podía controlar sus reacciones, sólo podía aferrarse a la
musculosa fuerza de sus hombros, sintiéndolo llevar sus labios hacia el otro pezón, y
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echó hacia atrás la cabeza al removerse bajo sus labios en unos espasmos de placer
que eran tan intensos que estuvo a punto de estallar por el deleite.
Y esto fue lo que hizo cuando su mano se deslizó hacia la íntima curva que
cubrían sus pantalones, y abrió los ojos desmesuradamente cuando el delirio recorrió
su cuerpo en una ardiente llama de deseo.
Lo abrazó con fuerza cuando el éxtasis llegó a su culminación y, al mismo
tiempo que un tibio letargo invadía su cuerpo después del intenso placer que la
dominó, hundió el rostro en su pecho, sintiendo que la abrazaba con delicadeza.
—Lo lamento —gimió, avergonzada por lo que había sucedido—. ¡Lo siento
tanto!
—Fue muy hermoso, Danielle —dijo él con voz ronca, sus fuertes brazos la
rodeaban, como si temiera que tratara de escapar de él—. Cualquier cosa que te dé
placer lo es.
—No, fui egoísta, fue algo…
—Maravilloso —insistió—. La pasión entre dos personas no puede ser egoísmo.
—Pero tú no… Tan sólo yo…
—Esta vez —asintió él, sus ojos brillaron con ternura al descubrir su
avergonzada confusión—. Esta vez fue para ti. Pero la próxima…
—¡No! —movió la cabeza y escapó de su abrazo—. No debe haber una
"próxima vez" —se volvió a mirarlo, horrorizada por lo que había permitido que
ocurriera.
—Danielle…
—No, por favor —evitó sus brazos, poniéndose de pie—. Esto nunca debió
ocurrir…
—Pero sucedió —señaló él con gentileza—. Y nunca lo olvidaré.
No debió decir esto, ¡una vez la había olvidado con demasiada facilidad!
—Quiero que te marches ahora —le dijo con altivez.
—Danielle, no…
—¡Por favor!
El suspiró y se puso de pie con lentitud, en sus ojos aún se reflejaba la
profundidad de su excitación.
—No me odies por lo que acabo de hacer, Danielle —suplicó con suavidad.
—¿Odiarte? —replicó con disgusto—. Fui yo quien perdió el control.
—Pero no lo hiciste sola —añadió con gentileza—. Yo quería darte ese placer.
Sí, las caricias de Nick la habían conducido al violento delirio que sólo sus
caricias podían provocar. Pero esto sólo la hizo sentirse peor. ¿Qué le había ocurrido
al odio que había sentido por él durante tanto tiempo? ¿Cómo podía odiar a un
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hombre y, aun así, sentir placer al estar en sus brazos? Se despreciaba a sí misma por
lo que había hecho.
—Necesitas dormir, Danielle —dijo él entonces, con voz ronca—. Te veré
mañana.
Sintió que sus labios rozaban su frente, y aceptó la caricia, paralizada; unos
segundos después, escuchó que la puerta de su apartamento se cerraba.
Los sollozos sacudieron su cuerpo con terrible violencia cuando se dejó caer en
el sofá, y siguió llorando hasta que las lágrimas se agotaron y aún la sacudían los
sollozos. Había jurado que Nick nunca volvería a hacerle el amor, y esta noche había
roto su promesa con gran facilidad. ¡Se odiaba a sí misma tanto como lo despreciaba
a él.
El teléfono la despertó la mañana siguiente y se levantó de la cama para
responderlo, sintiéndose adormecida aún, ya que su padre no hablaba con
coherencia cuando recogió el auricular.
—Tienes que hablar con más lentitud y con más tranquilidad —lo interrumpió
al fin—. No comprendo qué me estás diciendo.
Hubo silencio durante un momento, y luego su padre continuó:
—¿Has leído el diario esta mañana? —preguntó con gentileza.
—Acabo de levantarme, tu llamada me despertó —ella frunció el ceño,
confundida.
—¡Oh, cielos! … Cariño, ahora mismo iré a tu casa.
Despertó por completo al advertir la gran inquietud en la voz de su padre.
—Papá, ¿qué sucede? ¿Qué ha ocurrido? —el pánico empezó a dominarla.
—Estaré allí lo antes posible —prometió antes de colgar de súbito.
Danielle tuvo un terrible presentimiento. ¿Qué publicaron los diarios que pudo
alterar tanto a su padre?
Se había bañado y vestido cuando su padre llamó a la puerta, quince minutos
después, y se sorprendió mucho al ver su tensión y su palidez.
—Papá, ¿qué? …
—Siéntate, Ellie —ordenó con firmeza y fue al gabinete de los licores para servir
una generosa cantidad de brandy.
Danielle obedeció, pero sus ojos se agrandaron al ver lo que hacía.
—¿No te parece que aún es un poco temprano, papá? —preguntó con
inquietud.
—No es para mí —le extendió la copa de licor—. Es para ti.
Danielle frunció el ceño al aceptar la copa con mano temblorosa.
—¿Es algo tan terrible? —trató de hablar con tono casual.
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—Bebe el brandy, Ellie —insistió su padre—. Después hablaremos. Ella sorbió
un poco del licor, sintiendo que su calor golpeaba su estómago vacío, y se preguntó
cómo reaccionaría éste ante un desayuno tan poco usual.
—Muy bien, papá —se volvió a enfrentarlo sin temor—. Estoy lista para
escuchar cualquier cosa que debas decirme.
—No quisiera ser yo quien tuviera que decírtelo, Ellie —confesó con tristeza—.
Pero alguien debe darte la noticia, y creo que debe hacerlo un miembro de la familia.
—Mamá…
—Está bien, en casa —sacó un diario del bolsillo de su chaqueta—. Mira esto,
cariño, y… y recuerda que tu madre y yo estuvimos a tu lado entonces. También lo
estamos ahora, te ayudaremos siempre.
Sus palabras de consuelo sólo sirvieron para inquietarla aún más y al abrir el
diario, vio el motivo de su preocupación. Leyó los titulares.
"La más reciente amiga de Andracas y el acertijo de un hijo ilegítimo".
Palideció, su respiración se agitó, sus ojos recorrieron con avidez el diario; el
artículo decía que una fuente confiable les había informado del hijo ilegítimo que
había concebido hacía varios años. Aseguraba que el padre del niño era algo de lo
que ella no hablaba, que era un gran secreto. También se preguntaban cuál sería la
reacción de su nuevo amante cuando se enterara de esto. Danielle no necesitaba
adivinar cuál era esa "fuente confiable", ¡pero, al menos, Audra no había descubierto
que Nick era el padre de su hijo!
Danielle estaba muy alterada y enmudeció. Sabía que Audra quería vengarse,
pero esto, esto era demasiado. Aquella mujer había descubierto la miniatura de su
adorado hijo cuando revisó sus pertenencias en el alhajero, había sacado sus
conclusiones sobre el nene rubio y contó la historia a los diarios, por despecho.
—¿Quién pudo hacer algo así? —preguntó su padre enfurecido—. ¿Y por qué?
—Eso no importa ahora, ya está hecho. Yo… ¿Te importaría dejarme a solas
ahora? —lo miró suplicante, esperando que comprendiera que necesitaba estar sola
en ese momento.
—Por supuesto, cariño —la abrazó cuando ella se puso de pie—. Pero debo
confesar que tenía el presentimiento de que algo semejante podría ocurrir —
murmuró con ira.
Ella se volvió a mirarlo con asombro.
—¿Lo sabías? —preguntó con tensión.
—Era lógico que un hombre tan famoso como Andracas te metiera en un lío.
—La culpa no fue de Nick, papá —debía ser justa.
—¿Entonces, estás mezclada con él? —su padre la contempló con inquietud.
Recordó la noche anterior y apartó los recuerdos de su mente.
—Es sólo un conocido…
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—Ellie, no es necesario que finjas —interrumpió con suavidad—. No te juzgué
en el pasado y no lo haré ahora.
—Pero no estoy mezclada con él —insistió.
—¿Viste la fotografía que apareció en el artículo? —su padre arqueó las oscuras
cejas.
—No…
El se inclinó a recoger el diario, extendiéndoselo para que lo revisara. Suspiró
con desesperación al ver la fotografía de Nick abriendo su auto frente a su
apartamento. Aparecía al salir de su casa anoche y la expresión de pasión aún
oscurecía su mirada.
—Estás mezclada con él, Ellie —dijo su padre con suavidad—. No importa lo
que digas. Y sabes que la publicidad puede empeorar.
—¿Empeorar? —preguntó con incredulidad—. No puedo imaginar cómo.
—Oh, empezarán a especular sobre el padre del niño; registrarán tu pasado
para tratar de descubrir quién fue.
—No tendrán éxito —repuso con tristeza—. Ni siquiera él lo sabe.
—¿Qué imaginas que dirá Andracas sobre esto? —preguntó su padre,
suspirando.
—¿Sobre qué?
—De que tuviste un hijo sin darle un padre legalmente. He oído que los griegos
son un poco anticuados en estos asuntos.
—Los griegos no son los únicos —sonrió con desdén—. Todos los hombres
piensan que una mujer que ha tenido un hijo y no está casada con el padre, es una
presa fácil. Dudo que la reacción de Nick sea muy distinta a la de muchos hombres
—concluyó con desprecio.
—¿Aún no son amantes? —su padre estaba sorprendido, y conociendo la
reputación de Nick, no le resultaba extraño.
El recuerdo de la noche anterior cruzó su mente y lo apartó con rapidez. Lo de
anoche, al igual que lo ocurrido una noche hacía siete años, no los convertía en
amantes.
—No —repuso con sinceridad.
—Entonces, te aconsejo, a menos que estés enamorada de ese hombre, que dejes
de verlo.
—Lo pensaré, papá —aún estaba muy alterada para pensar con claridad, para
asimilar lo que esta situación había provocado en su vida—. Te aseguro que lo
pensaré.
—De acuerdo, cariño —acarició su mejilla—. Sólo estoy preocupado por ti, lo
sabes.
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—Sí —repuso, abrazándolo con fuerza—. Y te agradezco que hayas venido a
decirme esto, no me habría gustado enterarme de otra manera.
El asintió, rodeando su cintura al caminar juntos hacia la puerta.
—Cuídate, Ellie —la besó con ternura—. Y no permitas que nada te deprima.
—No lo haré —prometió; su sonrisa desapareció tan pronto como él cerró la
puerta.
Siete años, siete largos años, y nadie había adivinado que había tenido un hijo.
Durante muchos días, había tratado de olvidar la noche que estuvo en la cama de
Nick, hasta que se hizo obvio que tendría un recordatorio para el resto de su vida.
Sus sentimientos estuvieron muy confundidos cuando descubrió que estaba
embarazada; era asombro por la vida que crecía en su vientre y odio por el hombre
que había plantado su semilla. Entonces odió a Nick más que nunca, y siempre se
sentiría muy agradecida con sus padres por su amor y su apoyo cuando decidió que
tendría a su hijo, aun cuando no quiso revelarles la identidad del padre. Si su padre
se hubiera enterado de que era Nick Andracas, se habría enfrentado con él, y
entonces habría sufrido la terrible humillación de escuchar que Nick creía que era
una prostituta.
Pero, además, lo odiaba, y no quería tener ninguna relación con él. Ella misma
cuidaría al niño, nunca permitiría que fuera influido por el cinismo y la crueldad de
Nick Andracas. Y había logrado mantener su juramento.
Su inquietud aumentó cuando oyó que la campanilla de su puerta sonaba por
segunda vez esa mañana. Si eran reporteros que querían descubrir más detalles, no
hablaría con ellos, y si era Nick demandando saber la verdad, tampoco hablaría con
él. Pero no eran reporteros, y tampoco era Nick.
Audra McDonald apareció frente a la puerta, arqueando con sarcasmo las cejas.
—Tengo un par de horas libres esta mañana —pasó junto a ella y se detuvo con
altiva arrogancia en el salón—. Y pensé que podría venir a posar para ti.
Danielle tuvo que admirar la audacia de aquella mujer; aunque, al verla, se
sentía asqueada.
—No trabajaré hoy —anunció cortante.
—Es una lástima —repuso Audra con voz ronca, mirando el arrugado diario
que aún estaba sobre la mesita del café. Lo recogió y miró de reojo a Danielle, con
una sonrisa de satisfacción—. Es una buena fotografía de Nick, ¿verdad?
—Si te gustan esa clase de fotografías, lo es.
—Oh, no me gustan, al contrario —Audra dejó caer el diario en la mesita, sin
ocultar su ira—. Pero tan pronto como la vi, supe que Nick y tú son amantes.
—Puedes adivinar cuándo está excitado —repitió Danielle con sarcasmo sus
palabras.
—Y también sé cuándo le ha hecho el amor a alguien —replicó la actriz.
Los ojos de Danielle se iluminaron por la furia.
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—¿Y le diste esa historia a los diarios sólo porque pensaste que Nick y yo
habíamos estado juntos en la cama? —preguntó con desprecio.
—Sé que lo hicieron —rugió.
—¿Y qué esperabas lograr al hacerme esto?
Audra se volvió para contemplarla con los ojos llenos de odio y maldad.
—¡Si ya no puedo retener a Nick, tú tampoco lo tendrás!
—¿No te parece que es una actitud infantil? —Danielle la contempló con
desprecio.
—¡Si resulta, no me importa que lo sea! —replicó, ruborizándose.
—¿Comprendes que no podrás volver a conquistar a Nick de esa manera?
Tarde o temprano, él descubrirá que tú estás detrás de esto.
—Espero que así sea —el rostro de Audra se deformó en un gesto de odio—. Ya
es tiempo de que alguien le demuestre que no puede controlar las vidas de los demás
a su antojo.
Danielle casi podía sentir lástima por aquella mujer… casi.
—¿Y era necesario que me mezclaras en esto? —preguntó con calma.
—¿Por qué no? —la actriz encogió los hombros—. Durante más de un año, he
tenido que tolerar a sus otras mujeres, que se sienta seguro de mí. Si tú no hubieras
aparecido, se habría casado conmigo.
—¿Y por qué querías eso si te ha tratado tan mal? —frunció el ceño.
—¿Estás loca? —replicó Audra, cortante—. Si yo fuera la señora Andracas,
nunca tendría que volver a trabajar, jamás. No es que me desagrade la actuación,
pero no quiero tener que hacerlo el resto de mi vida. Pero ahora, Nick nunca se
casará conmigo, y así, ¡al menos tendré la satisfacción de saber que tampoco se casará
contigo!
—Sólo era necesario que me lo preguntaras; te habría dicho que no estoy
interesada en convertirme en la esposa de Nick Andracas.
—Pero quería asegurarme de que él no estaría interesado en casarse contigo —
replicó Audra—. Y ahora no lo estará —añadió, complacida—. Algo en que nunca ha
pensado Nick, es en tener hijos. Y ser el padre del bastardo de otro hombre es algo
que nunca hará.
Danielle palideció; deseaba decirle, de una vez por todas, quién era el padre de
su bastardo. Pero la breve satisfacción que eso le daría no podía compararse con el
furor que el descubrimiento despertaría.
—Es sorprendente que hayas podido guardar el secreto durante tanto tiempo —
continuó Audra—. Y por cierto, ¿qué es, un niño o una niña? Es difícil diferenciarlos
cuando aún son recién nacidos.
—Una niña —repuso con rapidez.
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—Parecía muy bonita… si es que te gustan los niños. A mí no —hizo un gesto
de disgusto—. Y supongo que ya no es de brazos; debes haberla pintado hace algún
tiempo.
—Siete años.
—¿Y en dónde está tu hija ahora? —preguntó Audra—. ¿En la escuela o algo
parecido?
—Algo parecido —asintió con voz temblorosa.
—Eres muy inteligente —ronroneó la actriz—: Si alguna vez tuviera hijos… ¡ni
Dios lo quiera! … también los enviaría a una escuela, lejos de mí. Teniéndola tan
lejos, sería imposible que alguien descubriera que es tu hija.
—Nunca me he avergonzado de la existencia de mi hija —le dijo Danielle con
enfado.
—Por supuesto —provocó Audra—. ¡Por eso la has ocultado durante siete años!
—No la he…
—Oh, no estés tan ofendida, Danielle —interrumpió con impaciencia—. Yo
habría hecho lo mismo en tu situación, en especial, si estuviera tratando de atrapar a
un pez como Nick. Bien, lo perdiste —dijo con tono casual—. Que tengas suerte la
próxima vez. Y ahora, si no estás de humor para trabajar, será mejor que me vaya.
Las dos sabían que Audra no había aparecido con la intención de posar para el
retrato, que su propósito había sido el burlarse de la desgracia de Danielle.
Danielle se preguntó si aquella mujer se sentina tan triunfante si supiera que su
hija no llegó a convertirse en la hermosa niña que prometía ser cuando nació, que la
hija de Danielle había renunciado a la vida diez días después de su nacimiento, ya
que su pequeño cuerpo había sido muy frágil para sobrevivir a la lucha por su
existencia.
Su hija había nacido prematuramente, debido a que Danielle tropezó en la calle
y los dolores del parto se iniciaron en ese instante. Durante diez días, Danielle sólo
pudo contemplar a su hija a través del cristal de una incubadora, hasta que llegó la
noche cuando la despertaron para informarle que su hija había muerto.
Si había pensando que antes odiaba a Nick, este sentimiento se acrecentó por la
muerte de su hija, y lo despreció con terrible amargura, como si hubiera sido su culpa
que la hermosa niña hubiera muerto, como si el hecho de que él le hubiera ofrecido
dinero a su madre por el tiempo que pasaron juntos en la cama, se hubiera
transmitido a la nena haciendo que su vida careciera de valor. ¡Como si su hija no
hubiera querido vivir al saber que había sido concebida por el precio de doscientas
libras esterlinas!
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Capítulo 6
CUANDO Nick llegó esa tarde, se sentía más tranquila; había logrado rechazar
a dos reporteros que querían obtener más información sobre su hija. Después de
haber soportado el hiriente sarcasmo de Audra, se sentía más segura de poder
enfrentarse a cualquier persona que quisiera entremeterse en su vida.
Creyó que Nick llegaría antes de las cuatro y media, imaginó que golpearía su
puerta pidiendo una explicación por el artículo que habían publicado sobre ella ese
día. Pero cuando al fin llegó, parecía muy sereno, la miraba con una expresión de
indignación.
—¿Puedo servirte una bebida? —ofreció Danielle con tranquilidad.
—Ya he tomado una —replicó, paseando por la sala—. La necesitaba —añadió.
—Entonces, siéntate —invitó con calma.
—Prefiero permanecer de pie —rugió, deteniéndose de súbito para mirarla con
ojos entrecerrados—. ¿Es cierto, Danielle? —preguntó de súbito—. ¿Tienes un hijo?
Ella enfrentó su mirada sin temor.
—No —repuso con toda sinceridad.
El pareció tranquilizarse y cerró los ojos, suspirando con fuerza.
—Gracias a Dios. Yo…
—Ya no —añadió con suave énfasis, mirándolo con desafío.
Nick se puso rígido y sus ojos volvieron a entrecerrarse.
—¿Qué dijiste? —respiraba con agitación, su rostro se deformó por la furia.
—Creo que es obvio —habló con una tranquilidad que no sentía, ya que
siempre se alteraba cuando hablaba de su hija—. Tuve un hijo, una niña, pero murió
hace varios años.
—Dios mío —murmuró, llevándose una mano a la sien—. Yo no… No puedo…
¿Por qué no me lo dijiste? —rugió, enfurecido consigo mismo por haber enmudecido
un instante.
—No es algo que suele comentarse mientras se toma una copa una noche
cualquiera.
—Maldita seas, pudiste…
—¿Qué? —lo enfrentó con frialdad—. No es asunto tuyo lo que haya ocurrido
en mi vida, ni ahora ni lo que sucedió hace años. ¿O lo es?
—Maldita seas…
—No cambiarás nada, insultándome —provocó.
—¿Puedes imaginar lo que sentí cuando leí ese artículo sobre ti en ese diario
escandaloso? —preguntó furioso, mirándola con expresión acusadora.
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—Sé muy bien qué se siente al leer algo semejante —repuso con fría
insinuación.
—Diablos, lo lamento —movió la cabeza, arrepentido—. No sé qué estoy
diciendo. Ha sido una sorpresa terrible… Lo sería para cualquiera, debes
comprenderlo.
—Lo comprendo muy bien —reconoció sin emoción.
Los ojos grises volvieron a entrecerrarse.
—¿Estuviste casada con el padre de tu hija?
—No —ahogó una irónica risa al escucharlo hacer esta pregunta.
—¿Lo amabas? —él apretó los puños.
—Creí amarlo en aquel momento —respondió con calma.
—Entonces, ¿por qué?…
—El no sentía lo mismo por mí —explicó—. Sólo fui un cuerpo que calentó su
lecho.
—¡Desgraciado! —Nick parecía muy violento, una vena latía con fuerza en su
cuello.
Danielle lo miró asombrada. ¿Acaso Nick no reconocía la clase de hombre que
era para comprender que, sin saberlo, se estaba juzgando a sí mismo? Era obvio que
no.
—¿Eso piensas? —preguntó.
—Por supuesto, yo… Maldición, Danielle —exclamó enfurecido al comprender
sus palabras—. Hay mucho más que eso en nuestra relación.
—¿Lo hay?
—Sabes que sí. Por Dios, Danielle, yo nunca te abandonaría en una situación
parecida —rugió con furia—. Nunca abandonaría a una mujer de esa manera.
Danielle quiso gritar en ese instante, quiso golpearlo y decirle que la había
abandonado de esa manera. Pero no lo hizo, y se forzó a mantener la calma.
—Nadie te está acusando de nada, Nick. ¿Pero el que haya tenido una hija te
molesta tanto?
—¡Sí! ¡No! Fue una sorpresa, es todo —se defendió con impaciencia.
—Ya sabes quién le contó mi historia a los reporteros, ¿no es verdad?
—Audra —confirmó con rudeza—. Su contrato para la obra ha terminado y ya
han encontrado a una suplente.
Danielle se impresionó por ese gesto tan frío y despiadado, pero se reprendió
por sentirse sorprendida de cualquier cosa que él hiciera. Lo que había ocurrido
anoche entre ellos no había cambiado nada, su falta de egoísmo había sido otra treta
para lograr meterla en su cama. ¡Podía aceptar mejor su momento de debilidad si
creía en esto!
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—Esperaba destruir mi interés en ti de una vez por todas —añadió él con
enfado.
—¿Y lo habría logrado? —preguntó—. ¿Así habría sido si mi hija estuviera
viva?
—Esa no es la situación —replicó sin emoción.
—Pero, de lo contrario, ¿lo habría logrado? —insistió en una respuesta directa.
Nick pareció enfadarse por una actitud tan decidida.
—Quiero ser tu amante —rugió—. ¡Y no convertirme en el padre adoptivo del
error de otro hombre!
Danielle se sintió paralizada; una fría furia hacía que sus manos temblaran, por
lo que las ocultó en los bolsillos de su falda para evitar golpearlo. ¡El padre adoptivo
del error de otro hombre! ¿Cómo se atrevía, cómo osaba decir eso de su propia hija?
La última barrera que impedía su venganza había desaparecido, el secreto del
nacimiento de su hija ya no era tal, y nadie, ni siquiera el propio Nick, sabía que él
era el padre. Pero, ¡todo cambiaría muy pronto!
—Como dices, esa no es la situación —dijo ella hablando con normalidad.
—No —repuso, aunque aún no parecía muy conforme con el inesperado
desarrollo de su relación—. ¿Aún ves a ese hombre? —preguntó—. ¿Al padre de tu
hija?
—En ocasiones —respondió la verdad.
—¿Y todavía… sientes algo por él?
—Sólo desprecio —replicó.
—Entonces, ¿esto no cambia nada entre nosotros?
Todo había cambiado, pero él no lo sabía. En vez de negarse a salir con él, desde
ahora aceptaría todas sus invitaciones. Siempre y cuando volviera a hacerlas.
—No sabía que había algo que pudiera cambiar —provocó.
—¡Sabes que te deseo!
—Sí.
—Entonces, no quiero que hayan más juegos entre nosotros —la atrajo hacia sí
con violencia—. ¿Cenarás conmigo esta noche?
Ahora estaba tan seguro de sí mismo, tan confiado en su respuesta, que sintió el
deseo de humillarlo una vez más. Pero su venganza estaba empezando.
—Por supuesto —aceptó con suavidad—. ¿Y qué sugieres que haga con el
retrato de la señorita McDonald?
—Tíralo —rugió—. ¡Ya no lo necesitará!
Sabía que sentiría un intenso placer al deshacerse del retrato de la mujer que
había estado tan decidida a destruirla, pero su orgullo profesional se lo impedía.
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—Casi está terminado, se lo enviaré.
—Olvídate de Audra —ordenó cortante—. Ya no es importante en nuestras
vidas.
No, la otra mujer ya había jugado su última carta, y Danielle podría olvidarla
con tanta facilidad como lo hacía Nick.
—Debo cambiarme, si saldremos a cenar —le dijo con voz ronca, temiendo al
sentir la dureza de su cuerpo apretándose contra ella, que pudiera cambiar de idea.
—Yo también debo cambiarme y tomar un baño —sonrió con desdén—. Vine
porque no podía soportar la idea de que fueras la madre del hijo de otro hombre.
—El hecho de que mi hija haya muerto no altera la situación de que fui su
madre. Amaba a mi hija —dijo con frialdad—. Quería que viviera, más que nada en
el mundo.
Nick parecía haber recibido un fuerte golpe.
—¿Querías a la hija de un hombre al que despreciabas?
—Ella no era responsable de la clase de hombre que fue su padre, ¡quería que
viviera y fuera saludable!
El la apartó con súbita violencia, como si no quisiera que volviera a tocarlo.
—Regresaré en dos horas, para salir a cenar —caminó con su acostumbrada
arrogancia al dirigirse a la puerta—. Debes estar lista cuando llegue.
—Nick —la frialdad en su voz lo hizo detenerse—. No permitiré que me trates
como lo hiciste con Audra McDonald —lo desafió—. Saldré a cenar contigo esta
noche, pero no permitiré que me des órdenes como si fuera una de tus amiguitas.
Trataré de estar lista cuando llegues, pero no te lo garantizo, ¿he sido clara?
Un brillo de enfado apareció en sus ojos, al ver su determinación.
—Muy clara —replicó—. Te veré más tarde.
Danielle esperó a que saliera antes de relajar el rígido control que tenía sobre
sus emociones. Era obvio que Nick no quería tocar el tema de su hija; prefería
borrarlo de su mente e inclusive fingir que nada había ocurrido.
Ella sintió lo mismo durante un tiempo, cuando descubrió que estaba
embarazada, pero había presentido la vida que crecía en su vientre, imaginó al
pequeño que ella había creado con su amor, y empezó a desearlo con desesperación.
Sus padres fueron una gran ayuda cuando lograron recuperarse de su sorpresa, y
fueron aún más comprensivos durante las semanas siguientes a la muerte de la niña,
haciéndola comprender que la vida debía continuar.
Y si Nick creía que al tener una hija ilegítima, había cambiado sus valores
morales, recibiría una terrible sorpresa. Había hecho el amor con él en una ocasión, y
desde esa noche, no hubo otro amante. Y tampoco habría otro hombre después de él,
en esta ocasión.
Esperaba a Lewis cuando él llegó, media hora después; esa tarde la había
llamado para decirle que iría a visitarla.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Parecía muy enfadado cuando entró en el apartamento.
—Vine en cuanto pude, pero tuve muchas citas hoy. ¿Estás bien? —la miró con
inquietud.
—Muy bien —repuso, intrigada.
—Me parece que debes demandar a los malditos reporteros —murmuró
enfurecido—. Alguien debería impedirles que publicaran estas mentiras. La basura
que escribieron ayer sobre ti y Andracas fue bastante malo, pero creo que hoy han
ido demasiado lejos.
—Lewis…
—Espero que te habrás comunicado con un buen abogado —parecía muy
indignado.
—Lewis, siéntate —invitó con gentileza.
Pero él no obedeció.
—Si hubiera imaginado que al convencerte para que aceptaras este trabajo,
cuando te mostraste tan reacia, provocaría tantos problemas, yo mismo habría
rechazado el retrato. Los diarios toman un incidente inocente y lo convierten en un
escándalo.
—Lewis, es cierto —dijo con voz baja.
—Creo que nunca he… ¿Qué dijiste? —preguntó, asombrado.
—Todo lo que decían los diarios, es cierto —repitió.
—¿Todo? —se puso pálido.
Sabía que debía estar halagada por su sorpresa, pero sólo pudo sentirse muy
deprimida por tener que desilusionarlo.
—Sí —asintió—. Y ahora, ¿quieres sentarte?
—Creo que es lo mejor —aceptó, confundido, dejándose caer en un sofá—. Pero
yo… nunca he visto un niño aquí, nunca hablaste de un hijo —añadió con tristeza.
Ella explicó la situación con brevedad; sentía que había dado muchas
explicaciones a muchas personas, últimamente, y eran cosas íntimas que nunca quiso
confesar.
—Pero no es cierto que has estado saliendo con Andracas, ¿verdad?
—Me temo que es cierto.
—¿Y Audra McDonald?
—Por lo que sé, ya no es su amante.
—Por lo que… ¡Pero han sido amantes desde hace más de un año!
—Entonces, quizá ya había llegado el momento de un cambio. Para ambos.
—¿Estás segura de que no eres tú quien resultará perjudicada? El ya ha hecho
esto con anterioridad, sabes, y siempre ha regresado a la señorita McDonald.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—No será así en esta ocasión —aseguró.
—Pero…
—Lewis —interrumpió—.Comprendo el motivo de tu inquietud y te agradezco,
pero, ¿acaso lo que te he contado de mi pasado no te convence de que puedo cuidar
de mí misma?
El se ruborizó, avergonzado por su gentil insinuación y rechazo.
—Lo siento. Por supuesto que no es asunto mío con quién sales —se puso de
pie—. No tenía derecho de tratar de intervenir. Pero, por Dios, ¡cómo deseo que
nunca te hubiera convencido de aceptar este trabajo!
—A veces, la gente está destinada a encontrarse, sin importar las circunstancias.
—Nunca he creído en el destino.
Pero Danielle sí; tan pronto como Lewis le habló del retrato de Audra
McDonald, supo que un día se presentaría esta situación. El destino estaba escrito y
tenía que suceder.
La actitud de Nick había cambiado cuando salieron a cenar esa noche, su
encanto y su alegría desplazados por la arrogancia que empezaba a esperar en él; la
trató con cortesía, pero sin afecto. Por su parte, Danielle lo trató como siempre, con
una mezcla de frialdad y desdén.
Cuando salieron del restaurante, supo, por la dirección que tomaron, que no la
estaba llevando a casa, a su apartamento. Durante un segundo, sintió el impulso de
comprobar si su apartamento, cercano al parque, no había cambiado, quería saber si
aún tenía las sábanas de seda negra en la enorme cama.
Pero el sentido común la dominó y rechazó la idea.
—Prefiero ir a casa —le dijo a Nick con frialdad.
—Creí que podríamos tomar una copa antes…
—Podemos hacerlo, en mi apartamento —se volvió a enfrentarlo con seriedad.
—No pretendo seducirte, Danielle —él frunció el ceño, disgustado.
—Ya te lo expliqué —replicó sin emoción—. No permitiré que me trates como a
una de tus amantes.
—Tan sólo es mi apartamento…
—Donde sueles entretener a tus "amigas" —le recordó con desdén.
—Oh, de acuerdo —murmuró, dando vuelta al auto para ir a su apartamento—.
Aunque no comprendo cuál es el problema de ir a mi apartamento.
Danielle no respondió. Ambos sabían que él pretendía hacer algo más que
tomar una copa en su apartamento, y ella estaba decidida a no rendirse con tanta
facilidad. Cuanto más lo hiciera esperar, más confundido estaría cuando aceptara sus
demandas.
Danielle se volvió a mirarlo, cuando él detuvo el auto frente al edificio.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Quizá no debas entrar —le dijo con tranquilidad—. Estoy un poce cansada
esta noche.
—Danielle…
—Gracias por la cena —se inclinó y besó con suavidad sus labios, apartándose
cuando él quiso prolongar la caricia—. Quizá podamos hacerlo de nuevo en otra
ocasión.
—¡Danielle! —gimió con voz ronca, atrapándola de nuevo en sus brazos—. No
puedo dejar que te marches así.
No sintió placer al comprobar que había ganado esta batalla, sabía que aún
debía hacer muchas cosas para convertirlo en el humilde amante que quería.
—Creí que esto era lo que deseabas —permaneció inmóvil en sus brazos—. Has
estado muy enfadado toda la noche.
—Dame tiempo —suplicó—. Podré sobreponerme.
—No estoy pidiendo tu perdón, Nick. ¡Por Dios, no podrías esperar que yo
reaccionara de esta manera si hubieras dejado un millón de hijos ilegítimos por todo
el mundo!
—¿Esa situación jamás se presentaría! —la expresión de Nick se hizo más dura.
—Bien, eres muy astuto —replicó—. Por desgracia, no todos somos tan
afortunados. Me parece que lo mejor sería que no volviéramos a vernos —corrió el
riesgo para descubrir con cuánta intensidad la deseaba—. No estoy dispuesta a
seguir justificándome ni disculpándome, no lo haré ni a ti ni a nadie más.
El hundió el rostro en su cuello.
—No te pido que lo hagas —dijo con voz ronca—. Y me disculpo, si te parecí un
poco desagradable esta noche…
—¿Desagradable? —replicó con desdén—. ¡Has estado insufrible!
—Lo sé. Y lo siento —los oscurecidos ojos grises estudiaron su rostro—. Por
Dios, eres hermosa —gimió con voz áspera y entrecortada—. Tan hermosa...
Se forzó a tolerar su beso y no respondió, hoy no sentía la debilidad que la
invadió la noche anterior, y el enfado que tenía por la forma en que el trataba de
"perdonarla" era suficiente para que ni siquiera intentara resistirse a él; su pasión no
la afectaba.
—¿Puedo verte mañana? —Nick se apartó al sentir su inmovilidad.
—Mañana no —contestó.
—¿Por qué no? —rugió, disgustado por su respuesta.
—Tengo otros amigos a quienes quiero ver, además de ti —dijo con frialdad.
—¿A quién? —sus ojos brillaron con furia.
—Vamos Nick...
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—¿A quién verás mañana por la noche? —sus manos apretaron con fuerza sus
brazos.
Danielle se enfrentó a él sin temor.
—Visitaré a una antigua compañera de escuela —respondió con tranquilidad.
—¿Es una mujer?
—Por supuesto —provocó con desdén.
Nick la apartó de sí como si lo hubiera quemado.
—¿Es cierto?
—¿Por qué voy a mentirte?
—¡Porque, por algún motivo, disfrutas viéndome sufrir!
—El que visite a una amiga no debe hacerte sufrir —Danielle fingió sorpresa.
—Es cierto —replicó—. Pero sólo si pudiera estar seguro de que dices la verdad.
—Nick —dijo con mucha paciencia—. Por lo que a mí respecta, no tenemos
cadenas que nos unan. Oficialmente, hemos salido juntos una sola vez, y eso no nos
compromete a no visitar a otras personas si queremos hacerlo.
El entrecerró los ojos, amenazante.
—Quieres decir que si decido ver a Audra mañana, no te importaría, ¿no es
verdad?
—Aborrezco tu elección, pero no tendría derecho a oponerme —ella encogió los
hombros.
—Te estoy dando ese derecho —replicó, furioso.
—No lo quiero —ella movió la cabeza.
—No te lo estoy ofreciendo por gusto —rugió—. Es sólo que parece que no
tengo otra opción. No he hecho el amor con otra mujer desde que nos conocimos.
Por segunda vez, añadió Danielle en silencio. Había tenido muchas mujeres en
su vida durante los últimos siete años.
—Creí que habías dicho que mi falta de interés por ti, hacía que la señorita
McDonald tuviera sospechas y se volviera más atenta —provocó.
—Así fue —confesó enfadado—. Pero no me interesó.
¡Por eso la otra mujer estaba convencida de que lo estaba perdiendo!
—Es una lástima que no sintieras esta misma atracción por una mujer durante
tu matrimonio…por tu esposa —se burló ella.
Nick se puso rígido.
—¿Qué sabes de mi matrimonio? —preguntó con tensión.
—Tan sólo que no duró mucho tiempo… debido a tu adulterio.
—No importa qué te hayan dicho, nunca le fui infiel a mi esposa.
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—Pero los diarios…
—No siempre dicen la verdad —replicó.
—Pero, ¿por qué mentirías?…
—Ese es mi problema, Danielle —interrumpió con frialdad—. Como tú insistes
en que el nacimiento de tu hija es asunto tuyo.
Danielle se sintió intrigada por la confesión que hizo sobre su matrimonio, y no
pudo ocultarlo. Pero eso no cambiaba la forma en que la había tratado.
—Será mejor que entre ahora…
—¿El jueves por la noche? —la detuvo, sujetando su brazo.
Fingió pensar en su proposición.
—De acuerdo —accedió al fin.
Estaba jugando con fuego; un hombre como Nick podría perder el control en
cualquier momento y tomar por la fuerza lo que no le ofrecían de buena gana. Pero
mientras continuara actuando con aquella fría condescendencia, no creía que él
hiciera algo parecido, se sentina muy temeroso de alejarla para siempre. Y sabía que
esto era algo que él no quería que sucediera…
RHEA había cambiado muy poco desde que salieron de la escuela; seguía
siendo una hermosa y encantadora pelirroja, pero el matrimonio con un productor de
televisión había añadido un brillo de felicidad a su rostro.
—Disculpa el desorden —Rhea pasó sobre los juguetes que casi cubrían el suelo
en el recibidor—. He logrado que el monstruo duerma esta noche, y ahora debo
ordenar la casa. ¡Nunca imaginé que un niño de dos años pudiera tener tanta
energía!
Danielle sonrió, ayudando a su amiga a recoger los juguetes.
—De tal palo, tal astilla… —provocó.
No tardaron mucho tiempo en ordenar el recibidor y muy pronto estuvieron
sentadas en la sala, disfrutando una deliciosa taza de té.
—Dime, ¿cómo estás? —preguntó Rhea con tono casual.
Danielle sonrió al comprender su pregunta.
—Estoy bien, no estoy a punto de estallar. ¿Has leído los diarios en los últimos
días?
—Sí.
—Entonces sabes que Nick ha regresado a mi vida.
—¿Por qué, Ellie? —Rhea no pudo evitar su confusión por aquella actitud, ya
que era la única persona que sabía toda la verdad de lo ocurrido aquella noche, hacía
siete años.
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Danielle se volvió a mirar a su amiga, con profunda emoción.
—¿Por qué crees? —gimió.
—Cariño, resultarás lastimada…
—Pero él también lo estará cuando haya terminado con él —apretó los puños—.
Hace siete años, no signifiqué nada para él, tan sólo fui otro cuerpo, pero será
distinto esta vez, ahora yo tengo el poder.
—Ellie…
—No pretendía hacer esto, Rhea —interrumpió—. Pero él esperaba que
aceptara compartir su cama durante unas semanas, sin protestar. No podía hacerlo
sin lograr que pagara por lo que me hizo.
—Pero, Ellie, él no sabe qué ocurrió en el pasado —lo defendió Rhea.
—Sabe lo suficiente. Y yo le diré el resto.
—Pero nada de lo que hagas ahora podrá cambiar el pasado…
—No —reconoció Danielle con tensión—. Pero, al menos, tendré la satisfacción
de humillarlo como él lo hizo conmigo. Debo hacerlo, Rhea.
Su amiga suspiró, derrotada.
—¿También le dirás que la niña era suya?
—No —replicó—. ¡Porque era mi hija! Sólo quiero devolverle su dinero y
hacerle saber lo que se siente.
—Ellie, no harás… —Rhea estaba muy alarmada.
—Le devolveré sus doscientas libras por el mismo motivo por el cual él me las
dio.
—Podrías resultar lastimada.
—No —repuso sin emoción—. Soy inmune a los "encantos" de Nick Andracas
—una vez más, volvía a tratar de ignorar su reacción a sus caricias el lunes por la
noche.
Y, de alguna manera, logró evitar que Nick se acercara demasiado durante las
siguientes semanas, permitiéndole algunas cosas más cuando empezaba a presentir
su impaciencia.
Pero él quiso continuar sus citas, a pesar de que ella le negaba una relación
física; en ocasiones demostraba su antigua arrogancia y crueldad, pero el resto del
tiempo parecía dispuesto a esperar a que ella se sintiera anhelante de entregarle lo
que quería.
Los diarios también habían perdido el interés en ellos, desde la noche en que
asistieron al estreno de Broken Dolls, cuando Nick actuó de forma encantadora con
todos, por lo que no hubo material para redactar más libelos. Danielle pudo haberles
explicado el motivo de su encanto esa noche; sabía que él creía que su apasionada
respuesta, antes de salir de su apartamento, era la promesa de que pasaría la noche
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con él. Y, después de discutir con violencia cuando ella se negó a hacerlo, Nick salió
furioso del apartamento.
El volvió a disculparse, al día siguiente, y desde entonces, su relación se volvió
muy placentera. ¡Tan placentera como era posible!
—¿Acaso no pretendes presentarnos con él? —preguntó su padre.
Estaban comiendo juntos en uno de los restaurantes más elegantes de Londres,
y Danielle esperaba ser interrogada con respecto a Nick desde que llegó; sus padres
guardaron un sorprendente silencio al descubrir que continuaba su relación con
Nick.
—No es esa clase de relación, papá —repuso, rechazando la idea.
—Entonces, ¿qué clase de relación es?
—Algo casual.
—¿Tan casual que sale con otras mujeres cuando no está contigo? —provocó su
padre.
—Si quiere hacerlo —asintió frunciendo el ceño, intrigada. Nick había insistido
en verla casi todas las noches durante las últimas semanas, por eso no comprendía
que su padre le hiciera esta pregunta.
—Y es obvio que lo hace.
—¿Cómo dices?
—Allí están, Andracas y una de sus mujeres —replicó enfadado.
Danielle se volvió con lentitud, para no llamar la atención. Nick estaba a punto
de salir del restaurante, una hermosa morena estaba junto a él. Como si hubiera
presentido su mirada, Nick se volvió hacia Danielle y se puso rígido al descubrir que
estaba acompañada por un hombre. Los ojos grises se entrecerraron con fría furia
antes de marcharse.
—Bastardo arrogante —murmuró su padre con ira.
Ella se volvió a mirarlo con una divertida sonrisa en los labios. No tenía
importancia saber si aquella mujer era la nueva amante de Nick o no, lo importante
era el haber comprobado su reacción al verla acompañada por un hombre, el cual
obviamente no sabía que era su padre.
—No me agrada ese hombre, Ellie —añadió su padre irritado.
—¿Es porque estaba comiendo con una mujer? —sonrió ella.
—¿Acaso no te molesta? —no podía comprender que aceptara lo que acababa
de ocurrir.
—No —repuso con calma—. Estoy segura de que volveré a verlo.
—No te comprendo, Ellie —movió la cabeza, confundido por su actitud.
—Lo siento —tocó su brazo con gentileza, conmovida—. Lo siento mucho.
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—Pero, de cualquier manera, continuarás viéndolo —concluyó él con tristeza.
Ahora era necesario, ya había llegado a este punto y debía continuar hasta el fin. Pero
si su padre pensaba que aceptaría, sin discusión, que Nick saliera con otras mujeres,
estaba muy equivocado. Nick se daría cuenta de su desagrado al verlo aquí, de la
única manera que parecía comprender, y era físicamente.
—Si —le dijo a su padre con suavidad—. Seguiré viéndolo.
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Capítulo 7
LA llamada que esperaba la recibió poco después de haber regresado a casa esa
tarde; a juzgar por la furia de su expresión, sabía que Nick la llamaría tarde o
temprano.
—Quiero verte esta noche, Danielle —ordenó, sin rodeos.
—Sabes que acordamos…
—Sé que tú acordaste que no nos veríamos esta noche —interrumpió con furia.
—No…
—Pasaré a recogerte a las ocho en punto, Danielle —rugió con tono dominante.
Sabía que él no estaba de humor para que siguiera provocándolo; estaba tan
enfurecido que quizá le dijera que se fuera al diablo.
—De acuerdo, Nick —accedió con frialdad—. Aunque no comprendo por qué...
—¡No comprendes!… ¿Quién era ese hombre, Danielle? —demandó, furioso.
—El…
—No, no me lo digas ahora —rugió—. Prefiero oírlo cuando estemos cara a
cara.
—Eso parece muy amenazante —comentó, provocativa.
—¿Y no lo es?
—¿Acaso debo recordarte que tú también estabas con otra mujer en el
restaurante?
—Tengo una perfecta excusa para eso.
—¡Pues yo también!
—Me interesará escucharla —gruñó.
—¡Y a mí también!
—¿No estarás celosa, verdad? —parecía muy complacido con la idea.
—Ni un poco —respondió de inmediato con sinceridad.
—Maldita seas —replicó con voz ronca—. Iré a recogerte a las ocho esta noche,
y te aconsejo que estés lista cuando llegue —colgó en ese momento.
Por su actitud, Danielle sabía que él no imaginaba que estuvo en el restaurante
con su padre; se sentiría como un tonto cuando supiera la verdad. Pero esto no
impidió que sintiera curiosidad por la mujer que lo acompañó. ¿Sería posible que se
estuviera cansando de su renuencia para iniciar una aventura con él y buscara el
placer en otros brazos? Si ese era el caso, tendría que recordarle que era a ella a quien
quería conseguir.
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El vestido que eligió deliberadamente para esa noche era provocativo, la tela
negra se amoldaba muy bien a sus senos y no tenía tirantes, dejando al descubierto
sus hombros y su cremoso cuello.
La expresión de deseo que brilló en los ojos de Nick, le dijo que le agradaba su
aspecto. Sus labios se curvaron.
—¿Estás tratando de hacerme olvidar que estuviste con otro hombre en el
restaurante? —provocó con crueldad desafiándola a través de la habitación.
—Si eso pretendía, no lo logré, ¿no es cierto? —repuso burlona.
El entrecerró los ojos al percibir su tono casual.
—Ahora puedes decirme quién era.
—¿Crees que tienes derecho a pedirme una explicación a mí? —retó—. Después
de todo, tú tampoco estabas solo —le recordó.
—Esa mujer es mi hermana mayor —rugió Nick—. Vino a pedirme un consejo
sobre su hija.
Danielle recordó ahora el gran parecido que tenía con Nick y con su sobrina
Carly.
—¿Acaso tu familia siempre te pide ayuda? —provocó para ocultar el
desconcierto que la invadió al oírlo hablar de la madre de una antigua compañera de
escuela.
—Sigo siendo el cabeza de la familia —contestó con arrogancia—. Quizá nací en
Estados Unidos, pero nunca adoptamos las costumbres americanas. Aunque todas
mis hermanas se han casado y tienen hijos, aún seguimos siendo una familia. Pero
estamos divagando —añadió—. Quiero saber quién era el hombre con quien te vi en
el restaurante.
Ella sonrió divertida, olvidando la repentina idea que cruzó su mente al
imaginar que se encontraba con Carly. Nick no había dicho que Carly estuviera en
Inglaterra, tan sólo su madre. Si alguna vez se encontraba con esa chica, sin duda la
reconocería y, quizá Nick también recordara haberla conocido antes.
—Parece que fue un día dedicado a las reuniones familiares —dijo con
suavidad—. Ese hombre era mi padre.
Nick entrecerró los ojos con sospecha.
—No parecía tan viejo —dijo al fin, con lentitud.
—Se lo diré, sin duda te agradecerá el cumplido —ella sonrió con malicia.
Pero Nick aún no parecía muy convencido de que ésta fuera la verdad.
—¿Por qué no me dijiste anoche que comerías con tu padre hoy?
—¿Y por qué no me dijiste, que almorzarías con tu hermana? —retrucó con
calma.
—Porque ella me llamó por teléfono esta mañana.
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—Entonces eso responde a tu pregunta; mi padre también me invitó a almorzar
esta mañana. Vamos, Nick —añadió con impaciencia al ver que aún la contemplaba
con ira—. Puedes pensar lo que quieras. ¡Te aseguro que no haré que mi padre firme
una confesión diciendo que lo que te he dicho es cierto!
—Sólo quisiera comprenderte mejor. Hace un mes que empezamos a salir
juntos y te conozco tanto como cuando nos vimos por primera vez.
—Eso no es verdad, Nick —se acercó, rodeando sus hombros con los brazos—.
Te he contado muchas cosas de mi vida. Y ya conoces mis gustos en comidas y
bebidas.
—Esos no son los gustos que me interesa conocer —dijo con voz ronca.
Danielle inclinó la cabeza a un lado, con coquetería, para mirarlo.
—Esos son los únicos gustos que quiero discutir contigo.
—Danielle…
—¿Vamos a salir a cenar? —interrumpió con alegría, escapando de su abrazo,
después de haberle dado a conocer los placeres que no podría obtener—. Aún no he
cenado, porque, cuando llamaste, no me dijiste qué planes tenías para esta noche.
—Eso fue porque, en aquel momento, no tenía ningún plan —repuso con voz
ronca—. Pero, sí, iremos a cenar.
Cuando conducía hacia el parque, Danielle supo que él había mentido al decirle
que no tenía planes para esa noche; ¡todo el tiempo había tenido la intención de
llevarla a su apartamento para hacerle el amor!
Todo resultaba muy conocido cuando subieron juntos en el ascensor, aunque en
esta ocasión tuvo la oportunidad de ver la sala de su casa, con sus costosos muebles y
las pinturas originales que colgaban en las paredes.
Se volvió para ofrecerle a Nick una radiante sonrisa mientras él observaba su
reacción por haberla traído aquí; parecía tenso.
—¿Es ahora cuando apagas las luces, enciendes la radio con música romántica,
me tomas en tus brazos y me llevas a tu cama? —lo provocó.
—Danielle… —él se ruborizó con indignación por su sarcasmo.
—¿Supongo que la cama tiene sábanas de seda negra entre las cuales pretendes
seducirme? —continuó provocándolo; se sentó para mirarlo con malicia, sintiéndose
muy tranquila al hacer estas insinuaciones.
—¿Cómo sabías que eran negras? —preguntó. Los ojos grises se entrecerraron
amenazantes.
Ella encogió los hombros.
—Me desilusionaría si no lo fueran. ¿Quieres decir que son negras? —fingió
inocencia.
—Sí —replicó.
—Vamos, Nick —sonrió con sarcasmo—. Creí que eras un poco más sutil.
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—Hasta ahora, la sutileza no ha dado resultado contigo.
—Y las sábanas negras tampoco —respondió con dureza—. Me disgustan
mucho.
Nick la estudió con detenimiento al notar la amargura de su tono.
—Tu amante tenía sábanas negras en su cama —adivinó enfurecido.
—No fue un amante —repuso con tristeza, embargada por los recuerdos de este
apartamento—. Fue un seductor profesional, como tú —se puso de pie—. Quiero
irme ahora.
—¡No!
—O salimos de aquí, ahora, Nick, o me marcho sola.
—No harás nada parecido —replicó enfadado, acercándose a ella—. Estoy
cansado de que tú seas quien tome todas las decisiones… desde ahora, haremos las
cosas a mi manera.
Sabía que hablaba en serio, que el terrible humor que advirtió en él había
escapado a su control y, en vez de mandarla al diablo, había decidido hacerle el
amor.
—Te arrepentirás si me obligas —le dijo sin emoción.
—No te obligaré, Danielle —la atrajo hacía sí con violencia—. Al menos,
después de unos momentos. Ambos sabemos que tú respondes a mí —soltó el broche
que sujetaba su cabello y deslizó sus dedos entre los sedosos rizos.
Ella se ruborizó cuando él la hizo recordar una noche que prefería olvidar,
estaba segura de que en esta ocasión no lograría despertar en ella una respuesta, que
el lugar donde se encontraban y la situación, ya que Nick la estaba forzando a
aceptar su pasión, lograrían que permaneciera impasible a sus caricias.
Pero le resultó cada vez más difícil mostrarse insensible a sus besos cuando él
acarició sus labios con lento deseo, su lengua invadiendo su boca, provocándola a
sentir el placer. Al mismo tiempo, bajó el cierre de su vestido hasta la cintura y la tela
se deslizó sobre sus redondos senos ahora que no tenía apoyo.
Su mano era tibia al sostener su seno, elevando el rosado pezón a sus labios
ardientes. Danielle sintió que una conocida debilidad la invadía y luchó contra el
placer que envolvía su cuerpo, resuelta a evitar que Nick descubriera cuánto la
afectaba.
Pero él aún no había terminado; su dedo empezó a acariciar con sensualidad el
pezón al mismo tiempo que su boca volvía a apoderarse de sus labios, abriéndolos,
estimulándola a responder para obtener el contacto íntimo que él deseaba. Ella
obedeció sin pensar, sintiendo el placer que la recorría por completo y escuchándolo
lanzar un ronco gemido. Ahora él volvía a ser el agresor; la reclinó en un brazo,
trazando un sendero de fuego en su cuello y descendiendo hacia sus perfectos senos,
pero entonces sus labios bajaron más, al mismo tiempo que se arrodillaba frente a
ella.
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—¡No! —gimió Danielle—. Eso no. ¡Por favor! —suplicó, pidiéndole que se
detuviera.
El acarició con los labios su vientre, antes de ponerse de pie.
—Quiero conocerte por completo, Danielle. Quiero besar cada parte de tu
cuerpo.
Y ella también quería eso, ¡quería sentir la lenta y ardiente pasión que sólo él
podía darle!
No se percató de cuándo la tomó en sus brazos, embriagada por la dulce
sensualidad de su humedecida piel, pero recuperó la conciencia cuando sintió la
suavidad de las sábanas de seda en su espalda desnuda.
—¡No! —saltó de la cama, como si la hubiera quemado, contemplando con
horrorizada fascinación las sábanas negras.
—Danielle, tan sólo son sábanas…—Nick parecía intrigado por su reacción.
—De seda negra —interrumpió, asqueada, sujetando su vestido para volver a
ajustado.
—De acuerdo —replicó, enfurecido—. Quitaré estas malditas cosas de la cama
—empezó a tirar de ellas.
—Ya es muy tarde para hacerlo.
Los ojos grises brillaron con furia al contemplarla.
—Eres la mujer más complicada que conozco —comentó con ira.
—Lo lamento.
—¡No lo creo! Por Dios, no te conozco. ¡No me dejas acercar a ti!
Ella contempló con desdén el lecho revuelto.
—No lo lograrás de esa manera —se dio vuelta y salió del dormitorio.
—¡No puedo llegar a ti de otra forma! —rugió—. Ni siquiera tú podrás
controlar esa respuesta durante mucho tiempo.
—¿Ni siquiera yo? —repitió con suavidad, mirándolo fríamente.
—Pareces de hielo —le dijo con tensión—. ¿Alguna vez vas a permitir que te
haga el amor? —sus ojos se entrecerraron.
—No se trata de que yo lo permita…
—¿Lo harás? —insistió, enojado.
—Quizá no —encogió los hombros.
Un músculo se contrajo en su mandíbula.
—Entonces, ¿por qué diablos sales conmigo?
Danielle lo contempló con profunda frialdad.
—De acuerdo —repuso—. No volveré a verte.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Nick la miró con incredulidad, mientras recogía su bolso de mano y salía del
apartamento en silencio. Pero no hizo ningún esfuerzo para detenerla.
Danielle temblaba con violencia cuando salió a la calle y detuvo un taxi. ¡En esta
ocasión, quizá lo había provocado demasiado! Si era así, la tortura que sufrió durante
las últimas semanas habría sido en vano.
No tuvo noticias de Nick la siguiente semana, pero las columnas de chismes
informaban que había una nueva mujer en su vida, una dulce y joven actriz la cual,
sin duda, pensó Danielle, caería en la trampa de Nick en cuestión de días. La noticia
de su nueva amante resultó una gran desilusión para ella, y a la mitad de la segunda
semana después de haberlo abandonado, viajó a Florida para descansar durante un
par de semanas. Debía decidir qué haría con respecto a Nick. Tenía dos alternativas:
dejar las cosas como estaban, o sufrir la humillación de pedirle perdón. Y nada de
esto le resultaba agradable.
No tenía prisa de regresar a Londres, y se quedó otra semana en las hermosas
playas. Una tarde, al salir del mar después de nadar un poco, sus ojos se agrandaron
con sorpresa al descubrir que Lewis estaba tendido sobre una toalla de playa, junto a
la suya.
—¿Pasa algo malo? —Danielle recogió su toalla para secarse el cabello.
—No, nada —contestó él sonriendo.
—Lewis…
—No sucede nada —añadió con tono defensivo—. Cuando me llamaste por
teléfono, hace unos días, no dijiste con exactitud cuándo regresarías, por lo que
decidí venir para asegurarme de que vuelvas a Londres en los próximos días —se
volvió para contemplar con placer el cielo azul—. Aunque quizá permita que te
quedes aquí una semana más.
Danielle se sentó junto a él, cruzando las piernas.
—¿Y cuál es la prisa? —preguntó.
—He conseguido un par de trabajos para ti —confesó, encogiendo los hombros.
—¿Y eso es todo? —preguntó con una tranquilidad que no sentía.
—¿Qué más esperabas? —Lewis la miró de reojo.
—Nada. ¿Viste a mis padres antes de salir?
—Te envían saludos —asintió.
Danielle se mordisqueó un labio, eligiendo con cuidado sus siguientes palabras.
—¿Has tenido noticias de Nick últimamente?
—¿Nick?
—Andracas —aclaró con exasperación; sospechaba que Lewis estaba jugando
con ella.
—Oh, ese Nick —asintió de nuevo—. Sí; lo he visto un par de veces.
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—¿Y?
—Parece que está bien —repuso Lewis sin interés—. Al menos, físicamente —
añadió con desdén—. Pero podría mejorar un poco su humor. Sabes, amenazó con
romperme la nariz si no le decía dónde estabas —fingió sorpresa.
—¿Eso hizo? —Danielle sintió que su esperanza renacía.
—Sí. Me parece muy extraño —bromeó Lewis—. Pero, por supuesto, no se lo
dije.
—Oh —el desencanto volvió a invadirla; pero lo miró de reojo con sospecha, al
ver su expresión de fingida tranquilidad—. No tienes el aspecto de un hombre que
acaba de ser golpeado —comentó, estudiando su atractivo rostro.
—Por supuesto que no —sonrió—. No soy tonto. Le dije que era imposible que
rompiera una promesa de silencio, pero le aseguré que te informaría que él quería
verte.
—¿Y qué respondió a eso?
—No quiero ofender la sensibilidad de tus oídos repitiendo sus palabras —
repuso divertido—. Pero me advirtió que si alguien, incluyéndote a ti, se enteraba
por mí de que te había estado buscando, sin duda me metería en graves problemas.
Danielle no pudo evitar sonreír.
—Estás tomando la situación con mucha tranquilidad, y te lo agradezco.
—¿Qué más podía hacer? —preguntó—. Tú eres lo más importante para mí.
Después de todo —sonrió—, Andracas tan sólo podría molerme a golpes, pero tú
pagas mis honorarios.
—¡Mi héroe! —ella rió divertida.
—Dime, Danielle —él se puso serio de repente—. ¿Qué ocurre entre ustedes?
—En este momento, nada —repuso con sinceridad.
—Lo último que supe, es que él estaba saliendo con Jemima Street. Pero todo
terminó de repente y…
—¿De veras? —interrumpió con interés.
—Le dio un papel en una de las obras que está financiando, como regalo de
despedida. No está mal, por pasar algunas semanas en su cama.
—Te estás volviendo un cínico, Lewis.
—Lo sé —suspiró—. ¡Eso es lo que sucede cuando has sido amenazado por uno
de los hombres más poderosos del mundo! Dime, ¿qué está sucediendo?
Ella se encogió de hombros.
—Creo que tendré que regresar a Londres para descubrirlo —aunque su
esperanza había crecido mucho durante los últimos minutos. Si Nick la estaba
buscando, sólo podía ser por una razón—. Pero creo que nos quedaremos aquí unos
días más —le dijo a Lewis con firmeza.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
Permanecieron en Florida cuatro días más. Danielle no quiso hablar con los
reporteros que la asediaron en el aeropuerto, por lo que ignoró sus preguntas cuando
ella y Lewis abordaban un taxi.
Cuando vio la fotografía que les tomaron, publicada en los diarios de la tarde,
ese día, deseó haber respondido a sus preguntas, ¡quizá no habrían inventado una
historia!
"Danielle Smith y un amigo llegan de Miami", decía al pie de la foto. Ambos
estaban muy bronceados y saludables, aunque un poco cansados después del largo
vuelo.
Pasó esa noche con sus padres, hablándoles de sus vacaciones y enterándose de
las últimas noticias. Todos evitaron mencionar a Nick, aunque sus padres, ya debían
saber que Danielle no seguía viéndolo.
Reconoció el Ferrari gris estacionado frente a su casa, cuando llegó, poco
después de las diez, deseando acostarse temprano después de un largo día. La
inesperada presencia de Nick indicaba que no podría hacerlo.
El salió del auto tan pronto como la vio y se acercó con rapidez, forzándola a
volverse, tirando de su brazo.
—¿El es el padre? —demandó con furia.
Nick había cambiado mucho en ese último mes; su rostro era más duro que
antes, su cuerpo más esbelto, a pesar de lo que Lewis dijo en contrario. Conocía muy
bien el cuerpo de Nick y no había duda de que había perdido peso en las últimas
cuatro semanas.
Pero sus acusaciones no habían cambiado, y se sintió enfurecer.
—Si hablas de Lewis, la respuesta es no —replicó—. Te sorprendería la
respuesta.
—Dímelo.
—Tu arrogancia sigue siendo tan insoportable para mí como lo era antes —
apartó su mano con violencia—. No tengo que decirte nada.
Una vez más, él no trato de detenerla cuando se dio vuelta para alejarse, y
Danielle tuvo la impresión de que él no quería demostrarle que lo había derrotado.
No sabía qué hacer. Nick era un hombre orgulloso, había hecho un gran
esfuerzo para venir a verla. Dudaba de que regresara. Por lo que ella debía ser quien
cediera.
Trató de llamarlo por teléfono a su apartamento, y al no obtener respuesta,
llamó a la casa. Una mujer respondió el teléfono cuando logró comunicarse.
—¿Quién llama? —preguntó la mujer cuando Danielle pidió hablar con Nick.
—Yo… Sólo una amiga —respondió de forma evasiva—. Pero si está ocupado...
—Oh, no lo está —negó la mujer—. Un momento, por favor.
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—¿Sí? —rugió Nick cuando al fin respondió el teléfono, su voz era un poco
pastosa, por lo que Danielle pensó que estaba un poco embriagado.
—Soy Danielle —le dijo con rapidez—. Pero creo que te he interrumpido…
—No cuelgues —ordenó enfadado—. Sólo era mi sobrina. Carly, desaparece —
añadió entonces—. Es una llamada personal.
¡Carly! Danielle enmudeció por la sorpresa. Había hablado con Carly Daniels, la
sobrina de Nick, con quien había asistido a la escuela para señoritas, y no era una
mujer que él había encontrado para pasar la noche, como imaginó al principio. Pero
no había reconocido la voz de la otra chica, por lo que no era probable que Carly lo
hubiera hecho. Sin embargo, las cosas se complicaban al saber que la otra mujer
estaba en Londres.
—¿Danielle, aún estás allí? —su voz se suavizó; era obvio que ahora estaba solo.
—Sí.
—Cielos, no sabes cuánto me alegro de oír tu voz —continuó con voz ronca y
clara—. Me disculpo por lo que ocurrió hace un rato.
—Y yo debí ser un poco más comprensiva —suspiró, aliviada al saber que todo
estaba resultando bien—. Pero ya deberías saber que los diarios Suelen cambiar la
verdad.
—Estuviste en Florida con Vaughn, lo investigué.
Ella dominó su indignación, al saber que él se había atrevido a entremeterse en
sus asuntos privados de esta manera.
—Entonces, también debes saber que nos hospedamos en hoteles distintos —
repuso con irritación—. Estoy segura de que tú y la señorita Street no durmieron en
habitaciones separadas —añadió cortante.
—Danielle…
—No te llamé para volver a discutir contigo, Nick —interrumpió—. Quería
invitarte a cenar mañana por la noche. Pensé que podríamos charlar con
tranquilidad.
—Me encantaría…
—Pero, si no es conveniente para ti, entonces sería mejor que me avises cuándo
estás disponible —añadió, preguntándose si seria demasiado tarde, si ya habría
encontrado a una sustituía para Jemima Street. No lo había pensado.
—No se trata de eso… Diablos, ¿a qué hora quieres verme mañana? —exclamó.
—¿A las siete y media?
—Allí estaré —afirmó con irritación.
Pero resultó que no hablaron mucho antes o durante la cena. Nick parecía más
reservado que nunca, era la encarnación del invitado perfecto y cortés. Danielle lo
estudió con inquietud; esperaba que le diera una mala noticia en cualquier momento.
Pues sabía que así sería, tarde o temprano.
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—Lewis mencionó, cuando estábamos de vacaciones, que querías verme —
abrió la charla cuando estuvieron tomando brandy en la sala, esperando que Lewis la
perdonara. Los ojos de Nick se entrecerraron.
—Sólo me preguntaba dónde estarías, es todo.
Eso no era todo, y ambos lo sabían.
—Sólo tomé unas vacaciones. Me sorprende que hayas notado mi ausencia
estando acompañado por la señorita Street —añadió con sarcasmo.
—Sabes bien que la estaba viendo sólo porque tú no querías salir conmigo —
rugió.
—No era que no quisiera salir contigo; pedías más de lo que yo quería darte.
Ambos enmudecieron por su indignado comentario; Danielle guardó silencio
enfadada, y Nick parecía estar buscando las palabras adecuadas.
—Nick…
—Danielle…
Al fin, hablaron a un tiempo.
—Primero tú —invitó ella, riendo avergonzada, sintiéndose insegura y
confundida por este nuevo Nick. Podía enfrentar su arrogancia, inclusive su terrible
furia, pero no lograba comprender a este Nick tan distinto, y aún menos enfrentarse a
él.
—Sólo quería decirte que no sólo estuve muy alterado anoche, lo he estado
durante toda nuestra relación, ahora lo comprendo —suspiró él.
Danielle se puso rígida, con tensión, preguntándose si habría malinterpretado el
motivo de su presencia en su casa, esta noche; sentía que estaba a punto de recibir el
famoso rechazo de Nick Andracas.
—¿Sí? —preguntó, fingiendo poco interés.
—Sí —contempló el fondo de su copa de brandy—. He tratado de forzarte a
aceptar una relación que es obvio que no quieres y no necesitas. Tienes razón, no nos
conocemos, no tenemos una base sobre la cual construir una relación tan intima. Pero
cuando regrese de los Estados Unidos…
—¿Te irás? —preguntó, sorprendida.
—Por eso me resultaba un poco inconveniente el verte esta noche —asintió
Nick—. Había hecho reservaciones para mi sobrina y para mí en el vuelo de esta
mañana.
—Y cancelaste tus planes tan sólo por mí —comprendió, asombrada.
—Necesitaba verte antes de partir, tenía que aclarar los problemas entre
nosotros. Debo viajar a los Estados Unidos mañana. No tengo alternativa, mi sobrina
Carly se está enfrentando con el resto de la familia, ya que se oponen al hombre con
quien ha decidido casarse. Me han llamado para que sea yo quien decida si es o no
un esposo adecuado para ella. Como si yo pudiera juzgar un matrimonio —añadió
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de súbito—. Pero cuando mi familia me necesita, debo acudir al llamado. ¿Lo
comprendes?
—Sí —también podía comprender la insistencia de Carly para casarse con el
hombre que había elegido; en el pasado, esta chica había demostrado que tenía una
voluntad y una decisión tan fuertes como las de su tío.
Nick fue a sentarse en el brazo del sillón, junto a ella.
—Tu forma de hacer las cosas es algo nuevo para mí —le dijo con voz ronca—.
No estoy acostumbrado a tener que esperar para obtener lo que quiero, pero estoy
dispuesto a intentarlo por ti —acarició su mejilla—. Cuando regrese de los Estados
Unidos, haremos las cosas a tu manera, para variar.
La gentileza de su caricia la estaba alterando de forma extraña y maravillosa.
—¿Cuánto tiempo estarás ausente?
—Una semana, quizá dos. Pero te llamaré por teléfono todos los días, si es
posible.
¡Quizá tuvieran que pasar dos largas semanas! Cielos, no podía esperar tanto
tiempo para terminar con esto, las cosas empezaban a complicarse ahora. Danielle
elevó un brazo, para rodear el fuerte cuello.
—No tenemos que esperar tanto tiempo, ¿no te parece? —invitó con tono
seductor.
—¡Danielle!… —gimió, confundido por su cambio, antes de inclinar la cabeza
para besarla—. Hace tanto que no te tengo en mis brazos, cariño —gimió—. ¡Tanto
tiempo!
Su poderoso cuerpo apretó sus formas contra el sillón, su beso estaba lleno de
pasión, sus muslos rozaban sus piernas. Pero no intentó tocarla de forma tan íntima
como antes.
Danielle se removió contra él con impaciencia, estimulándolo a la intimidad;
una delicada mano acarició sus fuertes muslos, sintiendo su estremecimiento de
placer. Pero, de súbito, Nick la apartó de sí, poniéndose de pie para alejarse.
—Nick, ¿por qué?…
—Si te hago el amor ahora —su voz era ronca por el deseo—, entonces no podré
llegar a Nueva York. Y debo ir. ¡Pero cuando regrese, tengo muchos planes para
nosotros!
—Sí —accedió con tristeza.
—A menos que quieras acompañarme mañana —sugirió con emoción.
—No —rehusó de súbito—. No… no puedo. Tengo compromisos aquí, tengo
que trabajar.
—¡Oh! ¿Pero me reservarás el fin de semana cuando regrese?
—Sí —repuso, cortante—. ¿De verdad no puedes quedarte esta noche? —lo
miró suplicante; una noche era todo lo que quería.
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El movió la cabeza con pesar.
—Es necesario que me marche. Pero tendremos todo el tiempo del mundo
cuando regrese —prometió.
Cuando regrese. Esperaba con emoción y temor ese momento. ¡Y lo hacía por
los motivos equivocados!
Cielos, ¡había planeado esto con tanto cuidado! Permitiría que Nick le hiciera el
amor, le dejaría sus doscientas libras y entonces saldría de su vida. Pero no estaba
resultando así. Había deseado que le hiciera el amor en este momento, sin pensar en
su venganza. Tan sólo había deseado a Nick.
Y esto podría ser muy peligroso.
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Capítulo 8
NICK cumplió su promesa y la llamó por teléfono todos los días; y su charla era
alegre y casual, hasta que un día le dijo, con tristeza, que tendría que quedarse un
poco más para asistir a la boda de su sobrina. Era obvio que había aprobado al
candidato.
—Regresaré el domingo —continuó Nick con voz ronca.
—Me alegro —repuso con tranquilidad, como lo había hecho durante aquellas
dos semanas.
—¡Te alegras! —gimió, impaciente por la distancia que los separaba—. Te deseo
tanto, que el prometido de Carly pudo haberse parecido a Frankenstein y aun así lo
habría aprobado, para deshacerme de este problema y poder regresar a tu lado.
Ahora, Danielle estaba luchando contra sí misma; sabía que su venganza ya no
era un asunto impersonal, que lo quería tanto como él aseguraba desearla. ¿Qué
pasaría si no podía abandonarlo esa única noche que pasaría en su cama? ¿Qué
ocurriría si caía en su propia trampa? Tuvo el triste presentimiento de que esto era lo
que le estaba ocurriendo.
—No falta mucho tiempo para el domingo —repuso con calma, segura de su
habilidad para resistirse a él ahora que estaban separados por tantos kilómetros.
—Para mí sí —rugió—. ¿Te quedarás conmigo el domingo por la noche?
—¿En tu apartamento? —sintió que su corazón daba un vuelco.
—No —repuso con rapidez—. En mi casa.
—¿En tu casa? —repitió, intrigada, segura de que él nunca había pasado la
noche allí con alguna de sus mujeres—. ¿No preferirías quedarte en mi apartamento?
—deseó que se negara; sería muy difícil salir de su propio apartamento al final de
aquella noche.
—No, en tu apartamento no —repuso de inmediato—. Estaremos bien en la
casa. Regresaré por la tarde, por lo que pasaré a recogerte alrededor de…
—No, puedo ir sola —le dijo de súbito—. Sin duda estarás cansado.
—No. No estaré tan cansado —repuso, insinuante.
—No importa, llevaré mi auto —insistió con voz ronca.
—Si eso es lo que quieres —accedió reacio—. ¿Irás tan pronto como puedas?
—Tan pronto como pueda —repitió, trazando un plan en su mente.
Danielle se quedó pensativa. "Tan pronto como puedas", eso quería decir que,
en lo que a ella se refería, Nick aún no era el vencedor, a pesar de que él pensara lo
contrario. Aún le quedaba otra treta. Y él se pondría furioso. Quizá ese enfado sería
lo que necesitaba para lograr sobrevivir a la noche del domingo… Su gentileza la
derrotaba.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
El domingo por la mañana salió temprano del apartamento; no quería correr el
riesgo de que Nick llegara antes y fuera a buscarla, para darle una sorpresa. La
campiña era muy hermosa en esta época del año y, después de detener su auto, sacó
el canasto de comida y caminó un largo trecho cruzando Windsor Park, para elegir
un sitio aislado para hacer su día de campo; necesitaba estar a solas para meditar en
la estupidez de sus actos.
Al volver a la ciudad esa tarde vio que anunciaban una película que hacía
tiempo que quería ver, por lo que entró al cine. Era una buena película, y en otro
momento la habría disfrutado. Pero ahora sentía un extraño cosquilleo en el vientre
al pensar en las consecuencias de lo que iba a hacer. Eran casi las diez y cuando
regresara a casa, serían más de las once.
Quizá no estaba concentrándose al conducir, o quizá el otro conductor había
tenido la culpa, como dijo con tono de disculpa más tarde. El hecho es que, cuando
llegó al hospital en una ambulancia, las heridas que recibió en el brazo, al levantarlo
instintivamente para proteger su rostro de los vidrios del parabrisas, eran tan severas
que debieron suturarlas y tuvo que permanecer esa noche en observación en una
cama del hospital.
Al despertar la mañana siguiente, se aseguró de que la dieran de alta de
inmediato, después de haber desayunado, sabiendo que tendría que dar algunas
explicaciones cuando llegara a casa; Nick no iba a tomar su desaparición con
tranquilidad.
Como imaginó, había seis llamadas suyas en la cinta de la máquina
contestadora, las dos primeras reflejaban su preocupación, las otras dos revelaban su
enfado, pero las últimas eran explosivas, exigiendo saber dónde diablos estaba.
Sus planes para la noche anterior habían fallado tristemente y, encogiendo los
hombros con resignación, detuvo un taxi para dirigirse a la mansión Andracas.
La condujeron al salón para que lo esperara, y empezó a formular en su mente
las cosas que le diría. Cuando Nick irrumpió en la habitación, unos segundos
después, no tuvo tiempo para decir nada. Nick era quien lo decía todo.
—Si piensas que lo de anoche fue una broma, no me pareció nada graciosa. ¿En
dónde estuviste toda la noche? —demandó.
—Nick…
—Te esperé hasta las dos de la mañana. ¿En dónde estuviste! —avanzó y sujetó
con fuerza sus brazos, entrecerrando los ojos al oír que gemía y ver su súbita
palidez—. ¿Qué pasa? ¿Qué te sucede? —preguntó con inquietud.
—Mi brazo —logró susurrar—. ¡Por favor, suéltame!
El la soltó, vio que mantenía el brazo derecho de forma extraña y lo tomó con
delicadeza para subir la manga de su chaqueta, descubriendo con sobresalto el
vendaje que usaba.
—¿Qué ocurrió? —la estudió con detenimiento, su enfado empezaba a
desaparecer—. Danielle, ¿qué has hecho?
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—Tuve un pequeño desacuerdo con el parabrisas de mi auto —repuso con tono
casual.
Una expresión semejante al dolor cruzó su arrogante rostro.
—¿En dónde estuviste anoche? —preguntó entonces con lentitud.
—En el hospital. Un auto embistió al mío.
—Por Dios —gimió, cerrando los ojos un momento—. ¿Resultaste malherida?
Ella meneó la cabeza, dándose cuenta de que aún sostenía su brazo con
gentileza.
—Sólo me lastimé el brazo. Parece que es algo instintivo el tratar de protegerse
el rostro cuando algo semejante ocurre. Tengo varias heridas.
—¿Estás segura de que no recibiste heridas en otras partes?
—Estoy segura.
—¿No deberías tener el brazo en un cabestrillo, para sostenerlo?
—¿Alguna vez has tratado de vestirte usando una de esas cosas? ¡Es imposible!
—¡Pero deberías estar usándolo! —insistió con su acostumbrada decisión.
—Lo dejé en casa. No podía ponerme la chaqueta con ese estorbo.
—Barnham lo recogerá con tus otras pertenencias —decidió Nick con
arrogancia.
—¿Qué otras pertenencias? ¿Y quién es Barnham? —ella lo miró con profundo
temor.
—Barnham es mi mayordomo. Y es obvio que no podrás quedarte sola en tu
apartamento en estas condiciones; tendrás que quedarte conmigo, hasta que tu brazo
mejore.
—Nick…
—¡Vamos, Danielle! —provocó, amenazante—. Nunca he tenido que llegar al
extremo de hacerle el amor a una mujer herida. Sólo quiero tenerte donde pueda
estar seguro de que estarás bien atendida —añadió con seriedad.
—Mis padres podrán cuidarme…
—No —replicó—. Te quiero aquí.
Ella tuvo que sonreír al comprobar su enorme arrogancia.
—Pero no estoy segura de que esto sea lo que yo quiero.
—No te lo he pedido, Danielle, te lo exijo —sus ojos grises se oscurecieron—.
¿Acaso sabes cuánto sufrí anoche? —gimió—. No pude dormir, pensando en qué te
habría ocurrido. Regresé de Nueva York con tantos planes para nosotros, y cuando
no apareciste…
—Te desilusioné —provocó.
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—Enfurecí —afirmó—. Antes de partir eras distinta, más afectuosa de lo que
habías sido hasta entonces. Pero presentí que empezaba a perderte de nuevo
mientras estuve ausente, y no parecías tan ansiosa por lo de anoche como yo.
Cuando no llegaste para cenar… creí que habrías cambiado de opinión y decidido
que no querías verme. Pero esperé y esperé, y cuanto más esperaba, más enfurecía.
Nunca se me ocurrió pensar que habías tenido un accidente.
—Me dirigía hacia aquí…
—Entonces fue mi culpa…
—No seas ridículo, Nick —frunció el ceño al verlo palidecer—. El hombre me
embistió.
—Pero aun así…
—¿Te importaría que me siente un momento?
—Por supuesto que no —respondió con ansiedad—. Diablos, lo siento, Danielle.
He estado tan nervioso estas semanas, que… ¿Te causaría dolor si te beso? —gimió
con deseo.
Ella sonrió con debilidad al dejarse caer en el sofá.
—No, si no eres muy violento.
—Seré tan gentil como un cordero —prometió, tomándola en sus brazos para
acariciar su boca con sus labios y su lengua.
Danielle descubrió que estas últimas semanas no habían apagado su deseo, y su
boca se abrió anhelante para recibirlo.
Los ojos grises se habían oscurecido por el deseo cuando se apartó de ella.
—Creo que será mejor que le pida a Margaret que te prepare una habitación —
le dijo reacio—. Debo evitar hacer algo que es casi imposible por el momento.
—¿Es imposible? Yo podría… —la expresión de Danielle revelaba su
desencanto.
—Esperaremos hasta que estés bien —se puso de pie, alejándose de la terrible
tentación que le ofrecía su generoso cuerpo—. La primera vez que ocurra entre
nosotros, debe ser perfecta.
La "primera vez" entre ellos había sido perfecta, en muchos sentidos. Nick le
había hecho el amor con una maestría que había provocado una violenta respuesta
en ella y fue después, cuando la insultó con cada palabra que pronunciaba, que
empezó a odiarlo.
—Si eso es lo que quieres —accedió ella con pesar—. Aunque me parece que
estoy lista para acostarme un rato —estaba muy pálida—. Me siento un poco
cansada.
—Por supuesto —asintió con tristeza—. He sido un egoísta. Iré a dar las
órdenes para que arreglen tu dormitorio.
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Margaret era el ama de llaves. No sabía qué le había dicho al ama de llaves
sobre ella, pero Margaret la trató como si fuera un huésped de honor; la alcoba que
preparó era muy lujosa.
—El señor Andracas quiere que se acueste enseguida —le dijo la mujer,
cerrando las cortinas—. Debe descansar y después le traeré un apetitoso almuerzo en
una bandeja.
—Oh, pero…
—El señor Andracas espera que no se opondrá a usar esto hasta que reciba sus
cosas —puso un camisón de seda color turquesa sobre la cama—. Pertenece a la
señora Daniels —añadió como explicación, ya que esa era la casa de un hombre.
—No es necesario que se tome tantas molestias —le dijo Danielle.
—El señor Andracas ordenó que se acostara de inmediato.
Y por la expresión de la mujer mayor, no dudaba que esa orden se cumpliría.
—De acuerdo —accedió Danielle, agradecida—. ¿Pero podría decirle a Nick…
al señor Andracas, que quisiera hablar con él antes de que envíe a alguien a buscar
mis cosas?
Estaba acostada y arropada, con el brazo protegido, cuando entró. Nick en su
alcoba; se sintió muy avergonzada por estar vestida con el transparente camisón.
Los ojos de Nick estaban muy brillantes cuando se sentó junto a ella, en el lecho.
—De cualquier manera, no podría enviar a alguien a buscar tus cosas hasta que
me dieras la llave —bromeó.
—No lo había pensado —un suave rubor cubrió sus mejillas.
—Por cierto, llamé a tus padres y les dije que estarías aquí.
—Oh —exclamó, volviéndose a mirarlo, interrogante.
—Así es —asintió—. Tu padre dijo que vendría a verte más tarde, para saber si
necesitas algo. Creo que sólo quiere asegurarse de que no te retengo aquí contra tus
deseos —provocó Nick—. Y ahora, qué quieres que te traiga de tu apartamento?
—¿Tú? —preguntó con inquietud—. Creí que habías dicho que enviarías a
Barnham.
—Descubrí que no me agrada la idea de que otro hombre toque tus ropas
íntimas.
—¿Pero acaso no deberías estar en la oficina? —¡tampoco le gustaba la idea de
que él tocara sus "ropas íntimas!
—Iré más tarde —repuso—. Creo que tengo una idea bastante acertada de las
cosas que necesita una mujer para quedarse en un lugar durante unos días —añadió,
divertido.
—Me lo imagino —replicó, sarcástica—. Lo que quería pedirte es que me traigas
un pequeño alhajero de ónix verde que está sobre mi cómoda.
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—¿Y qué guardas allí, los secretos de familia? —sonrió él.
El enfado oscureció los ojos verdes, haciéndolos brillar como esmeraldas.
—¡Lo que guardo allí no es asunto tuyo! —replicó y, apartando las sábanas, se
puso de pie—. Creo que ésta no es una buena idea, después de todo —le dijo sin
emoción—. Será mejor que me quede con mis padres…
—Sólo estaba bromeando contigo… —Nick se puso de pie con lentitud,
intrigado.
—No me importa qué estuvieras haciendo —estaba muy nerviosa—. Quiero
irme a casa.
—No puedo permitirlo —le dijo con suavidad—. Y ahora, vuelve a la cama
como una buena niña.
—¿Niña? —respingó al sentir que la tocaba—. ¡No soy una niña! —estaba muy
agitada.
—Sé muy bien qué eres, Danielle —repuso con voz ronca—. Y si piensas que
este nuevo retraso es más agradable para mí de lo que es para ti, te equivocas.
El había interpretado su nerviosismo como un deseo sexual frustrado… ¡y ella
quiso que siguiera creyéndolo!
—Lo siento, Nick —su expresión se hizo más suave—. ¿Pero te importaría
traerme el alhajero?
—Por supuesto que no —se inclinó para besarla con dulzura.
Una hora después, demostró que sabía muy bien lo que una mujer necesita para
permanecer fuera de su casa unos días, ya que, inclusive, traía consigo su estuche de
maquillaje. Tan pronto estuvo a solas, Danielle revisó el contenido de su alhajero
para saber si la curiosidad de Nick lo había dominado. Aunque no habría podido
descubrir el significado del dinero y la miniatura, ya que su hija no se parecía en
nada a él. Pero nada estaba fuera de su sitio.
Sus padres estaban muy preocupados por el accidente, cuando llegaron esa
tarde, y aunque aceptaban su relación con Nick, decidieron no interrogarla sobre su
presencia en aquella casa como su huésped.
Su brazo había sanado casi por completo y estaba lista para volver a casa. Y
después de haber vivido con Nick de esta manera, conociendo el aspecto más
agradable de su personalidad, sabía que no podría volver a verlo cuando se
marchara; se estaba enamorando de él. ¡Y él de ella!
—Caramba, podría acostumbrarme a esto —Nick estaba relajado en su silla,
una noche, después de cenar, una semana después de que ella llegó a su hogar.
Danielle se volvió a mirarlo con atención.
—Creí que la vida doméstica no te gustaba —comentó.
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—Creo que nunca supe de qué se trataba hasta ahora. Beverley estaba más
interesada en salir y divertirse, que en quedarse en casa a solas, conmigo. El celibato
forzado tiene sus compensaciones.
Danielle puso su copa sobre la mesita del café.
—La policía vino a verme hoy, mientras estabas en la oficina.
—¿Por lo del accidente? —Nick frunció el ceño.
—Sí. Sólo querían asegurarme que todas las pruebas que le hicieron al
conductor fueron negativas.
—¿Qué pruebas? —él se puso rígido de súbito.
Danielle humedeció sus labios; había iniciado el tema que lograría hacer que
Nick perdiera los estribos. Ya era tiempo de terminar con esto, y quería que Nick
estuviera enfadado cuando llegara el momento.
—Para saber si estaba embriagado, por supuesto —repuso con frialdad.
—¿Por qué pensaron que había bebido a esa hora de la noche? —preguntó,
intrigado.
Se preparó para enfrentar la explosión que estaba a punto de ocurrir.
—Bien, eran casi las once…
—¿Qué?
Ella lo enfrentó con calma.
—El accidente ocurrió poco antes de las once.
Nick se puso de pie, mirándola con incredulidad al tratar de comprender sus
palabras.
—Pero pensé… creí que habías dicho que venías a verme —dijo.
—Así es —asintió.
—¿A las once de la noche?
Ella encogió los hombros.
—Dijiste que lo hiciera tan pronto como fuera posible, y eso hice.
—¿Las once de la noche? —sus ojos brillaron con creciente furia—. ¡Se suponía
que pasarías la velada conmigo!
—Recuerdo que sólo mencionaste la noche —repuso con frialdad.
—Sí, pero quise decir… ¡Sabes muy bien a qué me refería! Antes de irme
habíamos hablado de que pasarías el fin de semana conmigo.
—Eso fue antes de que te marcharas.
—¿Pretendes decirme que pensabas aparecer aquí a las once de la noche con el
único propósito de pasar la noche conmigo?
—Eso fue todo lo que queríamos, ¿no es verdad? —señaló con calma.
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—¡No era todo lo que yo quería!
—Entonces, debí malinterpretarte —lo enfrentó con una fría mirada verde.
—No me malinterpretaste, Danielle —rugió—. Sabías muy bien lo que estabas
haciendo. ¿Es esto todo lo que quieres de mí, acostarte conmigo?
—Sí —replicó con tensión.
—¡Entonces cumpliré tu deseo! —cruzó la habitación para forzarla a ponerse de
pie, arrastrándola detrás de sí hacia la escalera—. Espero que valga la pena —añadió
con furia al hacerla entrar en su alcoba.
Era una habitación muy masculina, que reflejaba la personalidad del hombre
arrogante que estaba junto a ella. Durante un momento, sintió pánico, pensó en
terminar con todo en ese momento, y entonces miró a Nick. Volvía a ser el desdeñoso
cínico que había conocido, el hombre que la había tomado con tanta crueldad y
después la rechazó con desprecio. Pero en esta ocasión, no podría acusarla de ser
"mecánica" en sus respuestas… ¡le daría una respuesta como nunca había conocido!
—Sí, espero que lo sea —murmuró al empezar a desvestirse, viendo la sorpresa
de él por su acción—. No podemos hacer el amor con la ropa puesta —lo provocó.
—No —replicó, tirando con violencia de su corbata antes de empezar a
desnudarse.
Su cuerpo era tan maravilloso como lo recordaba, y lo besó y lo acarició,
reconociendo que esto le había sido negado la última vez que hicieron el amor;
entonces él tan sólo había estado deseoso de dominarla, de hacer que su cuerpo
respondiera a sus demandas. Pero ahora no podría detenerla, y tampoco pudo
dominar su reacción cuando ella lo tocó de forma muy íntima, sintiendo que su
cuerpo se endurecía por el deseo.
—Danielle… —gimió anhelante, casi suplicante.
Pero ella no dejó de tocarlo, se negaba a permitirle un momento de descanso de
la terrible tortura sensual que deseaba que lo embargara. Y al fin, él no pudo seguir
soportando sus caricias: volviéndola sobre su espalda, la poseyó con un violento
sacudimiento de su cuerpo, como si quisiera castigarla por haberle dado tanto placer.
Danielle no había querido sentir ningún placer, pero el ardiente calor que
empezó a invadir su cuerpo con cada movimiento de sus caderas, y cuando la pasión
de Nick estalló en el éxtasis, supo que había llegado a la cima del placer con él, y su
cuerpo se llenó de una vibrante sensibilidad que la hizo temblar.
Nick la contempló durante un instante al colocarse junto a ella; el profundo
rubor de sus mejillas empezó a desaparecer cuando permitió que el sueño lo
envolviera. Danielle permaneció acostada, observándolo, estaba muy débil para
moverse, sabía que ambos habían llegado a un punto del éxtasis que muy pocos
lograban alcanzar y que Nick estaba tan conmovido como ella por aquella
experiencia.
Mirándolo por última vez, se levantó de la cama para vestirse en silencio, yendo
después a su alcoba para recoger sus cosas. Cuando Nick despertara, descubriría que
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se había marchado, que había salido de su vida con tanta crueldad como él lo hizo en
una ocasión.
Pero antes de marcharse, fue a su dormitorio por última vez. Aún estaba
dormido, y ella se deslizó con suavidad hacia la mesa de noche que estaba junto a la
cama, colocando las doscientas libras donde sería imposible que no las viera cuando
despertara; entonces salió de la habitación en silencio, y después abandonó la casa.
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Capítulo 9
ESTABA trabajando esa mañana cuando una insistente llamada a su puerta la
interrumpió; tardó un poco para ir a abrir, ya que no estaba segura de querer tener
ese enfrentamiento ya. No había dormido cuando llegó a su apartamento por la
noche; los momentos que pasó en la cama de Nick la habían afectado profundamente
y encontrarlo de nuevo ahora, cuando aún no lograba recuperarse, era algo que no le
agradaba mucho.
—¿Qué diablos pretendiste al salir a hurtadillas de mi cama y mi casa durante
la noche, como lo hiciste? —él no perdió el tiempo en rodeos, entró con arrogancia en
la sala para contemplarla enfurecido—. ¿Y qué significa esto? —lanzó las doscientas
libras sobre la mesita del café que los separaba.
Parecía que hubiera arrojado el guante del duelo entre ellos, haciendo que
Danielle recordara el motivo por el cual había trazado este cuidadoso plan de
venganza. Irguió los hombros, decidida, dispuesta a enfrentar su furia con su propia
indignación.
—No salí a hurtadillas de la casa —repuso con frialdad—. Tan sólo me fui;
ambos sabemos que ya estoy bien.
Sus fríos ojos la recorrieron.
—No se trata de si estás bien o no; sabías muy bien que, después de anoche,
necesitábamos hablar.
—¿Por qué?
Nick suspiró con fuerza.
—Porque anoche viví la pasión más profunda y satisfactoria que he conocido. Y
tú me la ofreciste.
Danielle lo enfrentó con fría crueldad.
—¿No fue algo muy mecánico para ti?
La estudió, intrigado por la amargura que notó en su voz.
—Escucha —empezó con tono tranquilizador—, sé que estás enfadada
conmigo, que discutimos antes de hacer el amor. Pero sé que sentiste la misma
satisfacción que yo viví.
Ella encogió los hombros, sabiendo que no podía negarlo.
—¿Y no es de eso de lo que se trata en el sexo?
—¡No! —respiraba con dificultad por la furia—. Y no era sexo, tan sólo.
—¿No lo era? Creí que habíamos admitido, antes de acostarnos juntos, que eso
era lo único que había entre nosotros —replicó con fría calma.
—¡Danielle! … —suspiró con frustración—. ¿Por qué dejaste el dinero? Eras una
invitada en mi casa, no esperaba que pagaras por tu cama y tu alimento.
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—Oh, ese dinero no es para pagar mis comidas —lo enfrentó con serenidad,
esperando que comprendiera lo que quería decirle.
—¿Entonces, qué? … —de súbito, comprendió sus palabras y tragó con
dificultad—. ¿Quieres decir que dejaste el dinero por lo de anoche? —preguntó con
suavidad.
—¿No es suficiente? —provocó—. Comprendo que la tarifa por una noche
completa es un poco más elevada ahora que en otros tiempos y, por supuesto, debo
considerar la inflación, pero…
—¡Danielle! —la sacudió con furia—. Estás hablando como una loca.
—¿Eso hago? —lo estudió con desdén—. Creí que estaba hablando con
tranquilidad.
—Con demasiada tranquilidad —rugió—. ¡Y nada de lo que dices tiene sentido!
Quiero saber qué significado tiene ese dinero para nosotros.
Exigía. Siempre exigía. Bien, pues en este momento, ella exigía que la dejara en
paz; la venganza la había dejado temblando, debilitada, después de haber esperado
siete años para alcanzarla.
—Piénsalo, Nick —le dijo con desprecio—. Quizá puedas recordarlo —escapó
de sus manos y logró respirar de nuevo.
—Quiero saberlo ahora.
Sus ojos brillaron con furia.
—Y yo no tengo deseos de decírtelo —replicó—. Sólo necesitas pensar un poco;
estoy segura de que un hombre inteligente como tú nunca olvida nada. Y ahora, si no
te importa —añadió—, volveré a mi trabajo.
—Pero sí me importa —rugió Nick—. Me importa mucho. Quiero saber qué
demonios está ocurriendo.
—Y yo quiero que te marches.
—Danielle, no importa qué esté sucediendo aquí… ¡y quisiera comprenderlo!…
pero debes saber que te amo.
Un profundo dolor la recorrió. Su amor, si podía creer en sus palabras, había
llegado con siete años de retraso. En una ocasión habría recibido con alegría esta
declaración, se habría sentido agradecida por su apoyo mientras esperaba a su hija,
pero ahora era muy tarde.
—Lo lamento —contestó con gravedad.
—¡Quiero casarme contigo!
Ella sintió que sus palabras la golpeaban. Era muy tarde para eso.
—También lo lamento.
El ahogó un gemido, al comprobar su aparente desinterés.
—Hablas en serio, ¿verdad?
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—Sí.
—Lo ocurrido anoche no significó nada para ti —comprendió con tristeza—.
Fue exactamente lo que dijiste que sería; tan sólo querías acostarte conmigo.
—Sí —confirmó después de un momento de indecisión.
El estaba muy pálido, su rostro deformado por el dolor.
—Ni siquiera te agrado un poco, ¿no es verdad?
—¿Alguna vez te han agradado las mujeres con quienes te has acostado, las has
deseado? —respondió con una pregunta.
—Por supuesto que me han gustado…
—Lo diré de otra manera, ¿las recuerdas? —interrumpió con furia—.
¿Recuerdas a las mujeres con las que has hecho el amor?
—No… No estamos en un juicio, Danielle —se defendió.
—Entonces, quizá debiéramos estarlo —replicó—. Sí, quizá debería ser un
juicio. Entras en la vida de una mujer como un héroe, conquistando, y después la
abandonas como te place, cuando quieres.
Sus ojos se entrecerraron al estudiar su ruborizado rostro.
—¿Acaso lastimé alguna vez a alguien que conoces?
—¿A alguien que conozco? —repitió con dolor—. Si, supongo que podrías
llamarlo así.
—¿Cuál era su nombre?
—Ellie —reveló sin emoción.
El frunció el ceño.
—¿Ellie, qué?
—Oh, no, Nick, no voy a facilitarte tanto las cosas… Toma tú… tu dinero, y
márchate.
—No es mi dinero…
—Oh, sí. Lo es —replicó con desdén.
—No comprendo.
—Como dije, Nick —recogió el dinero y se lo puso en la mano—, piénsalo.
Estoy segura de que la computadora que ocupa el lugar de tu corazón podrá darte la
respuesta.
El arrugó los billetes en su mano, contemplándola.
—Te amo, Danielle —dijo con desesperación.
Ella enfrentó su mirada sin temor.
—Y yo no te amo.
—No puedo permitir que las cosas queden así entre nosotros —suspiró.
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—Me temo que no tienes alternativa. No te quiero aquí.
Un músculo se contrajo en su mandíbula.
—¿Saliste conmigo debido a esta Ellie? —preguntó furioso.
—Eres muy astuto, Nick —comentó con sarcasmo.
—Y muy estúpido.
—Eso no, Nick —dijo con pesar—. Eso no.
—Oh, sí —sus ojos se entrecerraron—. Lo bastante estúpido para enamorarme
de una mujer que me desprecia.
—Quizá por eso te atraía —provocó—. He oído decir que las mujeres que son
una conquista fácil pierden su atractivo después de un tiempo.
—Tú nunca perderías tu atractivo para mí, sin importar tu renuencia o tu
interés.
—Estoy segura de que le dices eso a todas tus amantes —sonrió con desdén.
—No has creído una palabra de lo que te he dicho, ¿no es cierto? —se puso
rígido.
—No —confesó.
Nick se volvió enfurecido hacia la puerta.
—No creas que he terminado contigo, ¡porque aún no lo hago!
Danielle no se inquietó por su amenaza, sabía que cuando descubriera que ella
era la "pequeña prostituta" que creía que su sobrina le había ofrecido para una noche,
ya no tendría nada más que decirle.
Había tratado de decirle con claridad lo que le había hecho, quiso hablarle de la
hija por la cual no mostró ningún interés, pero cuando llegó el momento, no pudo
hacerlo; sabía que ella sufriría más que él al hablarle de su niña. Su hija había sido
algo muy valioso para ella y no quería manchar ese recuerdo con lo que Nick pudiera
decir sobre ella. No, le había devuelto su dinero y estaba segura de que, al fin,
comprendería que ella era la chica inocente con quien estuvo una vez en la cama y le
pagó por sus servicios. Eso fue suficiente.
Salió del apartamento tan pronto como Nick se marchó; necesitaba estar a solas
ahora que todo había terminado. ¿Acaso habló con sinceridad cuando le dijo que la
amaba y que quería casarse con ella? Por lo que sabía, Nick había evitado cualquier
relación amorosa desde su divorcio, había confesado que nunca sintió nada por sus
amantes, excepto deseo.
Pero ella se había negado a convertirse en su amante, lo había hecho esperar
para poder llevarla a su lecho. ¿Sería posible que esta espera lo hubiera hecho
enamorarse de ella? ¡Qué ironía!
El hombre abatido que la esperaba cuando volvió de su paseo, no se parecía en
nada al arrogante Nicholas Andracas que ella conocía.
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Era tarde cuando llegó a casa, eran casi las ocho de la noche, y por su aspecto,
parecía que Nick la había estado esperando durante las ocho horas que estuvo
ausente. ¿Sería posible que la hubiera recordado con tanta rapidez? Y de ser así, ¿qué
hacía aquí?
Ambos guardaron silencio mientras ella abría la puerta, y Nick la siguió al
interior del apartamento para dejarse caer, rendido, en una silla; estaba muy pálido.
Danielle le sirvió una copa de brandy, observándolo vaciar el líquido de un trago, sin
inmutarse.
Había dolor en sus ojos grises, cuando al fin se volvió a mirarla.
—Tú eres Ellie —dijo con voz entrecortada.
Ella asintió, volviendo a llenar su copa y tomó un poco de licor en esta ocasión,
agradecida por el tibio calor que invadió su cuerpo al sentarse en una silla frente a él.
Nick la contempló, incrédulo.
—Sólo hubo una Ellie a quien puedo recordar: era una joven hermosa, con largo
cabello dorado y nostálgicos ojos verdes.
—¿Nostálgicos? —repitió, cortante.
—Me dieron esa impresión cuando te vi por primera vez… hace siete años —
suspiró.
—Entonces, ¿lo recuerdas? —preguntó.
—Sí —confesó, bebiendo el brandy—. Te recuerdo muy bien.
—Ahora me recuerdas —acusó con sarcasmo.
—Era imposible que relacionara a la sofisticada retratista Danielle Smith con la
jovencita que una vez…
—Recibió dinero por acostarse contigo —terminó con dureza.
El respingó, como si lo hubiera golpeado.
—¿Ese era el dinero que me dejaste anoche?
—Sí.
—¿Lo conservaste todo este tiempo?
—¡Nunca me pagó un hombre por hacerme el amor!
El se puso de pie con dificultad, hundiendo las manos en los bolsillos de sus
ajustados pantalones.
—Lo que hice esa noche estuvo mal, lo sé, pero en aquel momento no podía
saber…
—Que no era la prostituta a sueldo que tu sobrina te había encontrado —
concluyó—. ¡Tienes una familia encantadora!
El suspiró con fuerza.
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Carole Mortimer – Placer de dioses
—Comprendo que tienes derecho de sentirte herida por lo ocurrido esa noche,
que puedes odiarme por eso.
—¿Lo comprendes? ¡Lo dudo!
—No sabía lo que hacía esa noche. Sólo quería lastimar a alguien.
—¡A mí!
—Sí, tú fuiste la víctima —suspiró—. Déjame hablarte de esa noche, Danielle…
—Gracias, ya sé todo lo que necesito saber —rechazó con tensión.
—Sé que no tengo excusa alguna por lo que te hice —aceptó con suavidad—.
Pero no lo sabía… no descubrí que te había lastimado, hasta que te marchaste.
Ella lo miró con detenimiento.
—¿Qué quieres decir?
Los ojos grises estaban llenos de pesar, al contemplarla.
—Eras virgen.
Danielle apartó su mirada, palideciendo.
—¿Cómo lo sabes?
—No fui muy gentil contigo. Encontré algunas evidencias de eso en la cama, y...
—Oh —se ruborizó, avergonzada porque hubiera descubierto las huellas de su
virginidad; había leído algunas cosas al respecto, pero nunca imaginó que pudiera
haberle ocurrido, ya que el dolor que sintió había sido muy breve para suponer que
la había lastimado.
—Lo siento, Danielle —dijo con sincero arrepentimiento—. No quiero alterarte
más de lo necesario al hablar de esa noche.
—No lo harás —replicó sin emoción.
—Danielle…
—¡Prefiero que no hablemos más del asunto! —exclamó—. La deuda está
pagada y quiero olvidarla.
—Pero yo no puedo —rugió Nick—. Quizá estuviera cegado por el dolor y la
furia cuando nos conocimos hace siete años, pero ahora puedo ver con claridad, y sé
que te amo. Quiero casarme contigo.
—¡Y ahora debe ser obvio que no tengo ningún interés en aceptar!
La miró suplicante, estudiando su enfurecido rostro.
—Danielle, es posible que quisiera desahogar mi ira contra mi esposa en la
primera mujer disponible, hace siete años, ¿pero cuál fue el motivo por el que
quisiste acostarte conmigo?
No se atrevía a enfrentar su penetrante mirada.
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—Eras Nicholas Andracas —replicó con una tranquilidad que no sentía… y
ambos lo sabían—. Me sentí abrumada por el hecho de que yo había recibido tus
atenciones.
—No te creo —replicó, furioso—. Dime la verdad, Danielle, ¡por favor!
—Yo… Eras atractivo…
—La verdad, Danielle —insistió con ansiedad.
Ella meneó la cabeza, tratando de rechazar la presión que ejercía en ella.
—Si estás esperando una declaración de amor por lo ocurrido esa noche, no lo
lograrás. No quería ni esperaba que me llevaras a la cama esa noche.
—Pero no pudiste impedírmelo, ¿no es verdad? —insistió gentil.
—Eras mucho más fuerte que yo…
—Pero ni siquiera trataste de detenerme —le recordó con paciencia.
—¡Habría sido inútil, estabas furioso!
—Sí —suspiró, confesando la verdad—. Mi esposa había decidido pedirme el
divorcio y estaba enfurecido por sus condiciones. Tuve que aceptar ser el culpable
cuando no lo era, y ella quería obtener una gran cantidad de dinero para arreglar la
situación. Estas condiciones no me dolieron, pero no me gustaron los métodos de
Beverley para salirse con la suya.
—Te aseguro que no me interesan los motivos que provocaron el fracaso de tu
matrimonio —replicó Danielle con frialdad.
—¿Pero no comprendes que todo está relacionado con aquella noche, cuando te
lastimé tanto? —preguntó impaciente—. Esa mañana recibí los papeles del divorcio.
—Carly me había dicho que habías recibido una noticia desagradable —
respondió.
—Estoy seguro de que no te dijo cuáles eran esas noticias, o que Beverley había
amenazado con que debía acceder, o de lo contrario…
—¿O de lo contrario, qué? —preguntó, intrigada; no podía imaginar que Nick
permitiera que lo chantajearan.
—Mi esposa… Beverley, tenía cierta información que yo no quería que se
hiciera pública —confesó reacio—. Acepté sus condiciones, pero no pude evitar
sentirme indignado. Estaba furioso y le dije a Carly que las mujeres sólo estaban
interesadas en el dinero, y que preferiría saber, desde el principio, que tendría que
pagar por acostarme con ellas. Carly pensó que era muy gracioso, y me dijo que si
quería una ramera, que buscara una —miró a Danielle con expresión de dolor—. Te
fuiste de la fiesta conmigo de buena gana, no presentaste objeciones cuando fuimos a
mi apartamento, y por eso pensé que tú eras parte de una broma de Carly.
—Y yo no dije nada para sacarte de tu error —recordó con tristeza, reviviendo
la extraña y confusa charla que tuvieron después de hacer el amor aquella noche.
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—Debí imaginarlo —rugió—. Tu expresión de inocencia era demasiado real
para ser fingida, y tu incredulidad también era sincera, más tarde. Recuperé el
control de mis pensamientos cuando estaba en la ducha y decidí que hablaría contigo
para saber quién eras. Pero te habías marchado cuando regresé al dormitorio.
—¡Tú me dijiste que me fuera!
—Sí —suspiró—. Fue entonces cuando comprendí cuánto te había lastimado.
Pensé que debías ser una de las invitadas de mi sobrina. La llamé por teléfono,
tratando de saber algo sobre ti, pero, antes de que pudiera decirle una palabra, ella
empezó a bromear, diciendo que me había fugado con una de sus amigas…
—Una de sus compañeras del colegio —interrumpió Danielle con furia—.
¡Tenía diecinueve años!
—Lo sé, y por eso tuve la sensación de que había seducido a una niña, que
había tomado con brutal violencia tu inocencia. Pero si te hubiera buscado entonces,
no habríamos logrado nada. Había cometido un error contigo, pero no te amaba, no
tenía nada que ofrecerte que pudiera borrar de tu mente ese recuerdo; sólo habría
logrado avergonzarte más al confesar que había cometido un error. Decidí que sería
mejor olvidar el incidente. Pero tú no lo has olvidado, ¿no es verdad, Danielle?
—No.
—Yo tampoco; no lo he olvidado por completo. Oh, traté de ocultarlo en el
fondo de mi mente, pero siempre estuvo presente. Ahora es un poco tarde para
disculparme, pero de todos modos, lo haré. Nunca quise lastimarte, Danielle.
Ella permaneció inconmovible al escuchar la súplica en su voz.
—Como dices, es un poco tarde para pedir disculpas.
—Danielle, dijiste que la deuda ya está pagada —su voz se suavizó,
insinuante—. ¿Es que no podríamos empezar de nuevo, olvidando el pasado?
—¡No!
—Pero te amo —gimió con voz ronca—. ¡Te amo tanto! Haría cualquier cosa
para lograr que borraras lo pasado. ¿Acaso no pretendes darme ni siquiera una
oportunidad?
—Dije que la deuda estaba pagada, Nick —replicó con frialdad—. Pero hay otra
deuda, aún peor, la cual nunca podré perdonar.
El arrugó el ceño, entrecerrando los ojos, interrogante.
—¿Te refieres a que enfurecí anoche y te forcé a hacer el amor conmigo?
—Ambos sabemos que no me forzaste.
—Entonces, ¿qué es? —preguntó con frustración—. ¡Danielle, debes decirme
qué más te hice!
—No quería decírtelo —dijo con desdén—. Viniste a mi casa esperando que
algunas palabras de disculpa arreglaran la situación. Pero no es posible. Verás, dices
que no tenías nada que ofrecerme esa noche —su voz era entrecortada por la
emoción—. Pero si me hubieras dado un poco de apoyo moral en aquel momento,
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habría podido olvidar el rencor. En resumen, Nick, me abandonaste cuando más te
necesitaba, y ahora no dudo que harías lo mismo. En aquel momento, ni siquiera
hubiera querido que te casaras conmigo, pero no deseaba que me dejaras pasar por
todo eso, sola —añadió con desprecio.
—¿Quieres decir que la gente se enteró de lo ocurrido esa noche?
—Por supuesto que lo descubrieron.
—¿Acaso Carly les dijo?…
—Nadie les dijo nada a los demás, Nick —replicó Danielle con acritud—. No
era necesario. Es difícil ocultar un embarazo —lo enfrentó entonces, viendo su
reacción al revelar la verdad.
Nick palideció, y su rostro se contrajo con una expresión de dolor y confusión.
—Yo no pude dejarte embarazada, Danielle…
—Entonces, ¿quién piensas que pudo hacerlo? —lo retó con desdén.
El tragó con dificultad y un profundo dolor se reflejó en sus ojos.
—¿Estás diciendo que yo fui el padre de tu hija? —preguntó, incrédulo.
—Te lo puedo asegurar.
Nick cerró los ojos un instante, meneando la cabeza.
—Danielle, es imposible que yo te dejara embarazada…
—¿Ah, no? Espera aquí un momento —corrió a su alcoba, encontró las tres
cosas que necesitaba y regresó con ellas a la sala para entregárselas a Nick—.
Comprendo que nada de esto constituye una "prueba contundente" —reconoció con
sarcasmo—. Pero es todo lo que tengo… además del hecho de que sé que nunca me
acosté con otro hombre que no fueras tú.
Nick la estudió durante unos momentos antes de volver su atención a las cosas
que le había entregado. Primero, revisó el registro médico que la había acompañado
en todas sus visitas al doctor, asentando con claridad las semanas y el estado de su
embarazo. Sus manos temblaron al revisar el otro papel que le entregó: era el acta de
nacimiento de su hija, afirmando que él era el padre.
Nick se volvió entonces, tragando con dificultad.
—La llamaste Nicole —dijo, confundido.
Danielle se forzó a resistir su conmovedora sorpresa.
—Elegir el nombre de mi hija fue mi decisión —repuso con frialdad.
—Pero la llamaste Nicole —repitió con decisión, como si esta revelación fuera
algo muy valioso para él.
—No trates de encontrar un significado oculto en eso —replicó cortante—. Es
sólo que me gustaba el nombre.
La respiración de Nick se agitó cuando contempló el último objeto que le había
entregado, la miniatura de su hija, la cual había pintado hacía tantos años.
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—Ella… —pasó una temblorosa mano sobre sus ojos—. Parece muy pequeña —
gimió al fin.
—Lo era —repuso Danielle con dureza—. Era demasiado pequeña.
Sus ojos eran brillantes al volverse a mirarla.
—Danielle, no sabía… no pude haberlo adivinado…
—¡Ni siquiera te tomaste la molestia de descubrirlo!
—Fue por un buen motivo —suspiró con fuerza—. Danielle, mi matrimonio
había sido un fracaso antes del divorcio, y aunque mi esposa quería abandonarme,
me negué a permitirlo. Ella utilizó la única arma que tenía para liberarse de mí.
Danielle, se sirvió del hecho de que era incapaz de darle un hijo.
Ella se puso rígida, estudiando la palidez y el dolor de su rostro, descubriendo
el sufrimiento en sus ojos y las temblorosas manos que aferraban la miniatura.
—¿Por qué creíste en una mentira semejante? —preguntó con suavidad,
confundida.
—Mintió, ¿no es cierto? —repuso con dureza.
—Sí. Te aseguro que Nicole era tu hija.
—¡La hija que Beverley aseguró que nunca podría tener! —casi gritaba—. Por
eso me odias tanto. Dios mío, necesito… necesito estar solo un tiempo. Por favor…
por favor, discúlpame —le entregó la miniatura y los papeles, y se marchó antes de
que ella pudiera detenerlo.
En aquel momento, Danielle sintió una compasión por él que nunca imaginó
que sentiría por un hombre así. Durante siete años, Nick había vivido en el engaño
de pensar que era incapaz de convertirse en padre, ya que su esposa le había mentido
para lograr su libertad. Y la sorpresa que recibió ahora, al descubrir la verdad sobre
Nicole, debía estarlo matando.
Nicole. Le había mentido a Nick al decirle que tan sólo le "gustaba" su nombre.
Lo había elegido de forma deliberada, ya que era la versión femenina más semejante
a su nombre, el nombre del hombre que había amado a pesar de haberla
abandonado.
¡Y aún lo amaba!
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Capítulo 10
10
PERO este pensamiento no apareció como una súbita revelación; siempre había
sabido que lo amaba, pero había ocultado en el fondo de su mente este conocimiento,
para evitar que siguiera lastimándola. Pero había amado a Nick hacía siete años y
aún lo amaba; sabía que éste era el motivo por el cual quería hacerlo enfurecer
anoche, al hacerle el amor; su gentileza habría sido muy dolorosa para ella.
Ahora, su corazón sufría por él, por el dolor y la desilusión que debió sentir
durante siete años al imaginar que era estéril, y al saber que su hija, la niña que tanto
lo hizo enfurecer cuando se enteró de su existencia, también era una parte de sí
mismo, debía ser una terrible tortura. No podía creer que una mujer, sin importar el
motivo, pudiera ser tan cruel para decirle a Nick que era incapaz de convertirse en
padre.
Nick era la clase de hombre que querría una gran familia, muchos hijos e hijas
que continuaran el apellido Andracas a través de los tiempos. Y habría sido un
maravilloso padre. El hecho de que Beverley hubiera logrado salirse con la suya con
una mentira, durante tantos años, era una crueldad que debía estar destrozando
ahora a Nick.
Pero el dolor de imaginar que era estéril ya había terminado para él, y
empezaría a planear un futuro para sí mismo cuando lograra aceptar la realidad.
Ahora, la duda estribaba en el sitio que ocupaba ella en esos planes.
No podía existir la duda de que lo amaba, profundamente, y que nunca había
dejado de amarlo. Pero la había lastimado en una ocasión, más de lo que pudo
imaginar. Admitía que ahora podía comprender su comportamiento un poco mejor,
inclusive, podía sentir lástima por todo lo que había sufrido, pero no sabía si podría
darle su amor, sin reservas, por segunda vez. Sintiéndose muy confundida, quiso ver
a las únicas personas que podrían ayudarla y darle un consejo.
Su padre estaba tomando whisky cuando entró en la sala, su madre le dirigía
miradas de gran inquietud, ya que él casi nunca bebía.
—No sé por dónde empezar —dijo Danielle con temor.
—Imagino que debes hacerlo por Andracas —replicó su padre.
—De hecho, tienes razón —frunció el ceño.
—Lo sabía —rugió—. Ellie, no…
—Thomas, dijiste que no te entremeterías —le recordó su madre.
—Lo sé —replicó—. Pero no puedo quedarme sentado y ver cómo arruina su
vida por un hombre como él.
—Creo que ambos deben saber que Nick me ha pedido que me case con él —les
dijo con calma.
—¡Casarte con él!… —repitió su padre, asombrado.
—Sí.
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—Por Dios… ¡matrimonio! —exclamó su padre—. Creí que ese hombre era un
soltero empedernido. Le dijiste que no, por supuesto.
—¡Thomas! —su madre frunció el ceño, amenazante; era obvio que podía
comprender mejor que él la situación de Danielle, ya que su esposo parecía cegado
por la ira—. Debes permitir que hable Ellie.
El aún parecía enfadado, pero al menos guardó silencio contemplando con furia
el whisky en su copa.
Danielle se humedeció los labios, sintiéndose muy nerviosa al tener toda su
atención.
—Para empezar —su voz resonaba en el silencio—, deben saber que no conocí a
Nick hace unos meses, lo conocí mucho antes.
—Pero… —una mirada amenazante de su madre volvió a enmudecer a su
padre—. Continúa —murmuró.
—Hace siete años —añadió, insinuante, esperando la reacción de sus padres.
Su padre enmudeció de súbito, y al fin, fue su madre quien respondió:
—Ellie, ¿él es?… —volvió a empezar, estaba muy pálida—. ¿El es?…
—¿El padre de Nicole? —terminó con gentileza—. Sí, así es.
Su padre vació de un trago su copa de whisky.
—Estaba casado hace siete años —rugió.
—Estaba a punto de divorciarse… debido a su infertilidad —añadió con
suavidad.
—Cuéntalo todo, Ellie —dijo su madre con gentileza.
Al hacerlo, sentía que su ira contra Beverley Andracas crecía y descubrió la
confianza en Nick que no había tenido esa mañana.
Había estado muy equivocada en el pasado; ahora, como entonces, sabía que
Nick nunca habría negado la existencia de su propia hija, aun cuando esto habría
demostrado que su esposa era una embustera. Su orgullo, herido por el hecho de que
él no podía amarla, fue lo que les impidió estar juntos en aquel momento.
Era el orgullo lo único que les impedía estar unidos ahora, y utilizaba el rencor
del pasado para impedir que compartieran ahora la felicidad. El orgullo sólo era una
emoción pasajera y estar con Nick significaba vivir, disfrutar con plenitud la belleza
y las alegrías de la vida.
—Y quiero que ambos lo sepan —concluyó con una nueva decisión—. Si Nick
aún me quiere aceptar, pretendo casarme con él.
—Lo amas —afirmó su padre sin emoción.
—Siempre lo amé —confesó—. Y en esta ocasión, él también me ama.
En un momento, su padre la abrazó y la apretó con fuerza.
—Si es él al que quieres, entonces nosotros también lo queremos.
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—Gracias, papá —las lágrimas asomaron a sus ojos, al abrazarlo.
—Y espero poder entregar a la novia —añadió con severidad—. ¡Ese hombre es
tan arrogante que no dudaría en raptarte!
Danielle rió, feliz.
—Y quizá se lo permita —entonces se puso seria—. Pero antes debo
encontrarlo. Estaba muy alterado cuando se marchó.
—Pero tiene la suficiente fuerza para dominarse —aseguró su padre.
Así lo esperaba, sinceramente. No había duda de que Nick era un hombre
fuerte, pero era imposible esperar que, inclusive él, tomara con calma la noticia del
nacimiento y la muerte de su hija.
Barnham no sabía dónde estaba su amo cuando llamó por teléfono a la casa, y
aunque era posible que estuviera mintiendo, obedeciendo sus órdenes…¡dudaba que
Nick quisiera tener compañía en este momento!, por lo que su única alternativa era el
apartamento.
Nadie respondió a su llamada a la puerta, pero vio que estaba abierta, por lo
que entró en silencio. Nick no estaba en la sala, pero supo que estaba en el
apartamento, ya que podía percibir el aroma del humo de sus cigarrillos, y por fin lo
encontró en el pequeño estudio que estaba al salir de la sala; lo vio sentado a su
escritorio, con la cabeza hundida en sus manos.
—Nick.
El se volvió al oír su voz, su rostro deformado por el dolor y sus ojos muy
irritados.
—Danielle —gimió con voz ronca.
Ella se humedeció los labios con la punta de la lengua.
—Te he traído un regalo.
El se puso rígido, incorporándose en su asiento.
—¿Ah, sí?
Ella buscó en el bolsillo de sus pantalones de algodón y sacó un pequeño objeto,
envuelto en pañuelos desechables.
—Quiero que conserves esto —lo puso frente a él, en el escritorio, y retrocedió.
Sus manos temblaron al desenvolver el objeto con lentitud y contempló la
miniatura de Nicole. Mientras Danielle lo observaba, descubrió que las lágrimas
empezaban a rodar por sus ásperas mejillas.
—¡Oh, Nick! —gimió, corriendo para abrazarlo, sintiéndolo estremecerse contra
su pecho al hundir el rostro entre sus senos, mientras los sollozos sacudían su
cuerpo—. Nick, está bien, cariño —susurró, sufriendo al ver que este hombre fuerte
se doblaba por el dolor, pero sabiendo que era algo esencial para que aliviara su
pesar—. Todo está bien, Nick —repitió con firmeza al sentirlo recuperar el control.
Sus brazos la rodearon con fuerza.
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—¿Por qué estás aquí? —preguntó con voz ronca.
—Para entregarte a tu hija. Y para entregarme a ti, si es que aún me quieres —
añadió con temor.
El se volvió entonces; la violencia de sus emociones aún se reflejaba en su
pálido rostro.
—¡Tú eres lo único que necesito para vivir! —gimió.
Ella tomó su rostro entre sus manos, para besarlo.
—Y yo siento lo mismo por ti. Te amo, Nick. ¡Te amo!
—¿Estás segura? —preguntó con exasperante humildad—. Te he lastimado
mucho.
—Tú resultaste más lastimado.
—Maldita sea Beverley —se puso de pie, apartándose de ella—. Llamé por
teléfono al especialista al cual estábamos viendo en Nueva York. El me dijo que las
pruebas que nos hizo a Beverley y a mí eran positivas. Que no había motivos para
que no pudiéramos concebir un hijo —entonces cerró los puños—. También me dijo
que Beverley había estado tomando anticonceptivos durante todo nuestro
matrimonio. Que tenía un rechazo psicológico a los niños. Me mintió y me engañó
durante cinco años, me hizo confesar que yo era el culpable de nuestro divorcio
porque sabía que yo no podría soportar la humillación de ser calificado de estéril. Se
aprovechó de mi arrogancia… y caí en la trampa.
—¿Y ahora? —preguntó Danielle con suavidad.
—¡Ahora podría romperle el cuello por lo que hizo! Estaba en Londres cuando
los resultados estuvieron listos, creí en Beverley cuando me dijo que había visto al
especialista y que él le informó que era mi culpa que nunca pudiéramos concebir un
hijo. Y en ese momento, Nicole empezaba a crecer en tu vientre —la contempló con
expresión agonizante—. Hubiera querido tener a mi hija, Danielle.
—¿Y qué quieres ahora? —insistió.
Sus ojos se oscurecieron.
—A ti. Sólo te quiero a ti. ¿Te casarás conmigo?
El alivio la recorrió en ese instante.
—¡Pensé que nunca volverías a pedírmelo! —corrió hacia sus brazos—. Por
supuesto que me casaré contigo —respondió con emoción.
—¿Mañana? —gruñó al abrazarla con pasión.
Ella acarició su áspera mejilla con ternura.
—Me parece que las cosas no pueden arreglarse con tanta rapidez en este país
—dijo con tristeza—. Y mi padre insiste en entregarme —añadió, divertida.
—¿Le has hablado de nosotros?
—Les hablé a mis padres sobre ti.
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—Cielos, deben odiarme también —suspiró.
—Les dije todo, Nick —dijo con gentileza—. Y lo comprendieron.
—Entonces debes tener unos padres muy comprensivos.
Danielle meneó la cabeza.
—Nadie puede culparte por lo que ocurrió en el pasado.
—¿Ni siquiera tú? —la miró con ansiedad.
—Ni siquiera yo —lo abrazó—. Tenías razón al suponer mis motivos, Nick, te
amaba hace siete años; nunca habría aceptado acostarme contigo si no te hubiera
amado.
—Lo sé. Ahora lo sé —suspiró—. Pero entonces estaba tan envuelto en mi
amargura que no podía darme cuenta de lo demás.
—Pero ahora no importa, ¿no lo comprendes? —preguntó con suavidad—. Nos
amamos y, desde ahora, tenemos un futuro para poder demostrarlo —añadió,
insinuante.
—Aquí no…
—Aquí mismo —se volvió a enfrentarlo.
—¡Pero recuerda lo que ocurrió aquí la última vez! —exclamó con dolor, al
recordar.
—Es por eso que debe ser aquí —sonrió—. Tenemos que ahuyentar algunos
fantasmas.
—¿Estás segura? —aún parecía dudarlo.
—Muy segura —tomó su mano y lo condujo hacia el dormitorio—. Esto es un
cambio —bromeó—. ¡Solías ser tú quien me arrastraba hacia la cama!
Sus labios se curvaron en una débil sonrisa.
—Quiero que todo sea perfecto entre nosotros en esta ocasión.
—Todo es perfecto entre nosotros —aseguró—. Y puede ser aún mejor. Confía
en mí, Nick —añadió al empezar a desabotonarle la camisa.
Los ojos grises se habían oscurecido por la emoción.
—¿Puedes confiar en mí? Ese es el problema. Te abandoné en una ocasión,
cuando más me necesitabas, ¿cómo puedes estar segura de que no volveré a hacerlo?
Ella deslizó la camisa sobre sus hombros, dejándola caer al suelo, sintiendo la
apasionada respuesta de su cuerpo, que él no podía controlar.
—Te conozco lo suficiente ahora para saber que habrías estado a mi lado si
hubieras sabido lo de la niña. No podemos seguir pensando en el pasado, en lo que
pudo ser, tenemos que seguir adelante, Nick, o separarnos para siempre.
Sus brazos la rodearon entonces, apretándola con fuerza contra su pecho
desnudo.
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—No podría vivir sin ti, Danielle. ¡Por Dios, nunca me abandones!
—Nunca lo haré —prometió.
—Mi matrimonio con Beverley fue por conveniencia, fue un arreglo de negocios
que nunca dio resultado, porque no nos amábamos. Pero te amaré durante el resto de
mi vida —juró con vehemencia.
Y lo sabía, sabia que cuando le diera su amor, Nick nunca se lo quitaría. Y ya se
lo había dado.
—ESTUVISTE maravillosa, cariño —Nick apartó el cabello que cubría su nuca
para besarla, la chaqueta de terciopelo yacía sobre una silla, y su camisa estaba
desabotonada.
Danielle se volvió en sus brazos.
—Ofrecer una cena para diez personas es un juego de niños comparado con mi
papel como tu esposa —repuso, provocativa.
El se volvió para estudiarla con ternura.
—¿Acaso los últimos seis meses han sido muy difíciles para ti?
Habían sido los seis meses más maravillosos de su vida. Nick la trataba como si
fuera lo más importante en su mundo, y no había duda de que él era lo más
importante en su vida. Sólo había algo que impedía que fuera completamente feliz, y,
después de todo este tiempo era algo en lo que no quería pensar con mucha
frecuencia.
—No han sido malos —bromeó, rodeando su cuello y sintiendo la respuesta
inmediata que su cercanía provocaba en él, haciendo que sus sentidos se alteraran—.
En realidad, no han sido tan malos —provocó.
—¡No han sido malos! —gruñó divertido; fingiendo indignación, hundió el
rostro en su cuello—. Me hiciste sentir tan culpable que tuve que tomar el mando de
mi negocio de nuevo, y ahora tengo que invitar a estas personas porque casi nunca
estoy en la oficina y esta es la única forma que tienen de verme.
—Yo no te obligo a quedarte en casa —fingió inocencia.
—Pero tampoco me arrojas de la cama —repuso, divertido.
No habían trabajado mucho durante los últimos seis meses, cualquier motivo
les daba una buena excusa para permanecer juntos en casa, y, como decía Nick, casi
siempre estaban en la cama.
—No soy tan tonta para negarme ese placer —le ofreció una sonrisa de
satisfacción; la pasión que los consumía no había disminuido durante esos seis meses
de matrimonio, de hecho, se había acentuado.
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—Y hablando de placer… —él miró insinuante hacia la cama; compartían la
alcoba principal de la mansión Andracas desde que regresaron de su viaje de luna de
miel en el yate de Nick.
Danielle nunca había discutido con él cuando le sugería que hicieran el amor, y
después de bañarse juntos, en el baño contiguo, empezaron a sentirse embriagados
por el placer que se daban y que hacía que la pasión creciera con rapidez y la
urgencia los dominara.
Sintió el conocido desencanto cuando Nick se alejó un momento para abrir un
cajón de la mesa de noche. Cuando se volvió, ella no pudo ocultar con rapidez su
expresión nostálgica.
Nick se puso rígido.
—¿Qué sucede? —preguntó—. Cariño, ¿qué ocurre? —frunció el ceño.
Ella se forzó a sonreír, enlazando sus brazos alrededor de su cuello.
—¿Qué podría ocurrir? —preguntó con voz ronca.
La incertidumbre brilló en los ojos grises.
—Por un momento, parecías… triste.
—Estás imaginando cosas…
—No —repuso con su acostumbrada arrogancia—. Danielle, dime qué sucede.
Ella suspiró, sabiendo que tendría que responder.
—Preferiría hacer el amor contigo sin la interrupción de… los anticonceptivos
—confesó con dificultad.
El atractivo rostro se puso serio.
—Sabes que el doctor te aconsejó que no tomaras pastillas.
—Sí —volvió a suspirar.
—¿Danielle?
—No es nada —evitó su mirada.
—Si estás preocupada, entonces ocurre algo —insistió él.
Se mordió el labio inferior un momento antes de volverse a mirarlo.
—Preferiría que no usáramos ninguna clase de anticonceptivos —enfrentó su
mirada.
Nick palideció de repente.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó con tensión.
—Cariño, sé que nunca hablamos de esto antes de casarnos —acarició su
mejilla—. Y quizá se deba a que aún no quieres que tengamos hijos, ¡pero no sé cuál
es tu opinión al respecto! —al fin había dicho la única cosa que había oscurecido su
felicidad durante esos seis meses; Nick siempre había tenido mucho cuidado para
evitar que concibieran un hijo.
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—¿Quieres hijos? —la estudió, intrigado.
—¿Y tú no?
—Estoy más interesado en tu respuesta —repuso.
Ella volvió a morderse el labio, para evitar que temblara.
—Creí que querrías tener hijos —su voz era entrecortada—. Pensé…
—Cariño, los quiero —la envolvió en sus brazos—. Pero después de Nicole, no
quería hacerte sufrir de nuevo, sólo para complacer mi vanidad de hombre.
—La muerte de Nicole fue un accidente, Nick —repuso, tranquilizándolo,
empezando a sentir una nueva esperanza—. Nació prematura. No hay motivos para
suponer que eso pudiera ocurrirle a otro hijo.
—No podía estar seguro de que querías otro hijo.
—Quiero uno, quiero varios, quizá media docena —añadió con emoción.
—Eres ambiciosa —la tensión empezó a desaparecer del rostro de Nick.
—Puedes hacerlo, cariño —provocó con sensualidad, y sus
desaparecieron al descubrir que él también estaba ansioso de tener un hijo.
dudas
—Podemos hacerlo —corrigió él con voz ronca—. Quizá podremos tener el
primero en Navidad, si empezamos ahora.
—¡Pero sólo faltan diez meses!
—Yo también soy ambicioso —murmuró antes de tomar su boca, y elevarse
juntos a las cimas del placer que siempre disfrutaban al amarse.
Fin
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