LA OLLA SALTARINA

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Cuento popular
LA OLLA
SALTARINA
Colección Cuentos Clásicos PLESA
© 1985 Gutenberghus Publishing Service A/S, Denmark
© 1987 Publicaciones y Ediciones Lagos, S.A. (PLESA)
c/Sestao, 1, Pinto – Madrid (ESPAÑA)
Reservados los derechos para todas las lenguas españolas
Impreso en España
Printed in Spain: MELSA, Pinto (Madrid)
I.S.B.N.: 84-7374-179-X
Depósito Legal: M-30144-1987
Cuento LA OLLA SALTARINA
1
Érase una vez un labriego y su mujer. Eran muy
pobres y vivían en una humilde casita en medio
del campo. Esta casita pertenecía a un rico
terrateniente.
Cada año tenían que pagar veinte coronas al
terrateniente para poder seguir habitando la
pequeña casita. Y cada año, con grandes
sacrificios y viviendo con menos de lo necesario,
iban reuniendo las veinte coronas.
Pero este año la cosecha había sido muy mala y
no habían logrado reunir suficiente dinero; y cada
día se iba acercando el momento de pagar las
veinte coronas al rico terrateniente.
Un día dijo el labriego a su mujer: “Tendremos
que marcharnos de nuestra casa, a no ser que
vendamos la vaca para conseguir el dinero que
hay que pagar al terrateniente.”
Su mujer estaba muy triste. “En este caso no
tendremos leche para beber”, dijo.
Pero era el único medio de conseguir las veinte
coronas. Muy de mañana la mujer envolvió
Cuento LA OLLA SALTARINA
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algunas migas de para que su marido tuviese algo
de comer en el largo camino hacia el mercado.
El marido fue al establo a por la vaca y se preparó
para ir al mercado a venderla.
El camino era muy largo y el día muy caluroso.
Después de haber caminado durante mucho rato,
el campesino se sintió cansado.
Finalmente se decidió a sentarse a la sombra de
un frondoso árbol para reponer fuerzas y comer
las migas de pan.
Poco después pasó por allí un hombrecillo
pequeño que llevaba un gran saco.
El hombrecillo se sentó también a la sombra del
mismo árbol. El pobre labriego le dijo: “Sólo
tengo unas pocas migas de pan, pero si tiene
usted hambre, estaré encantado de compartirlas
con usted.”
El hombrecillo le dio gracias y le preguntó: “¿A
dónde lleva la vaca?”
Cuento LA OLLA SALTARINA
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El pobre labriego respondió: “Me dirijo al
mercado a venderla.”
“¿Por qué no me vende la vaca a mí?”, preguntó
el hombrecillo.
“Me encantaría” contestó el labriego, “pero
tendrá que darme veinte coronas, ya que si no le
pago al terrateniente esa cantidad de dinero nos
obligará a marcharnos de nuestra casita”.
“Bueno”, dijo el hombrecillo, “lo cierto es que no
tengo dinero. Pero ya que usted ha sido tan
amable de compartir su pan conmigo, yo le voy a
dar algo que vale mucho más que ese dinero”.
El hombrecillo abrió su saco y extrajo una
pequeña olla de hierro de tres patas. “¡Observe!”,
dijo, “le cambio esto por su vaca”.
“¡Una olla!”, exclamó el pobre labriego. “No me
sirve para nada.”
“No es una olla normal”, dijo el hombrecillo. “Es
una olla saltarina.” “¿Una qué?”, preguntó el
labriego. “Una olla saltarina”, repitió el
hombrecillo. “Límpiela, póngala sobre el fuego y
verá lo que sucede.”
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“¡Llévame!”, dijo la olla.
El pobre labriego se quedó perplejo mirando a la
olla.
“¡Una olla que habla!”, se dijo, “parece un trato
justo cambiarla por la vaca.”
Y así hicieron el cambio.
Cuando regresó a su casa, su mujer le preguntó:
“¿Obtuviste un buen precio por la vaca?” “sí,
claro”, dijo muy bajito el marido, pues no sabía
cómo decirle a su mujer que había cambiado la
vaca por una olla saltarina.
“Eso está bien”, comentó su mujer. “Ahora
“tenemos suficiente dinero para pagar al
terrateniente, por lo que podremos seguir
viviendo en nuestra casita.”
“No obtuve dinero a cambio de la vaca”, confesó
el marido. “¡Qué no obtuviste dinero!”, exclamó
su mujer. “¿Entonces qué es lo que te han dado?”
El labriego contó a su mujer lo que había
sucedido. Cuando la mujer escuchó que había
cambiado la vaca por una olla le regañó: “¡Nunca
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debí dejar que fueras tú al mercado! ¡Tenía que
haber ido yo misma!, ¿Qué nos pasará ahora? ¿De
dónde sacaremos el dinero para pagar al
terrateniente?”
Repentinamente, la olla gritó; “¡Límpiame y
ponme en el fuego!” y cuando la mujer escuchó
cómo hablaba la olla se quedó fascinada.
Rápidamente se apresuró a limpiar la olla y la
puso al fuego.
Cuando llevaba un rato en el fuego dijo la olla:
“¡Salto!, ¡salto!” “¿A dónde irás saltando?”,
preguntó el hombre.
“¡A casa del hombre rico! ¡A casa del hombre
rico!”, dijo la olla.
Y saltó de la chimenea, cruzó la habitación, salió
por la puerta y siguiendo el camino desapareció
en lo alto de la colina.
En casa del hombre rico las cocineras estaban
haciendo pan en ese instante.
Cuento LA OLLA SALTARINA
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Sin que nadie la viera, la olla penetró en el
interior y se situó junto a ellas.
Cuando estaban sacando los panecillos del horno,
una de las cocineras se dio cuenta de que había
una olla.
“Pongamos los panecillos en esta pequeña olla
negra”, dijo.
Y así pusieron todos los panecillos en la olla.
Cuantos más metían más crecía la olla. Y llegó un
momento en el que no quedaba más pan en el
horno.
“¡Salto!, ¡salto!”, dijo la olla. “¿A dónde irás
saltando?”, preguntaron aterrorizadas las
cocineras, ya que nunca habían visto una olla que
hablase.
“¡A la casa del hombre pobre! ¡A la casa del
hombre pobre!”, contestó la olla.
Y saltando saltó por la puerta, siguió el camino y
desapareció por lo alto de la colina.
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“¡Para!, ¡para!”, gritaron las cocineras.
“¡Devuélvenos nuestro pan!”, pero era demasiado
tarde. La olla ya había desaparecido.
Cuando regresó la completamente llena de
delicioso y crujiente pan, el pobre labriego y su
mujer dieron saltos de alegría. Nunca antes
habían probado un pan tan sabroso.
Al día siguiente la mujer volvió a limpiar la olla y
la situó al fuego. Al poco dijo la olla: “¡Salto!,
¡salto!”, y dando saltos se alejó de la chimenea.
“¿A dónde irás saltando?, preguntó el marido.
“¡A casa del hombre rico!, ¡a casa del hombre
rico!”, dijo la olla.
Y saltando atravesó la habitación, saltó por la
puerta y siguiendo el camino desapareció en lo
alto de la colina.
Ese día en el casón los hombres estaban
elaborando cerveza.
Cuento LA OLLA SALTARINA
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Sin que nadie se diese cuenta, la olla saltó al
interior y se situó junto al barril de cerveza.
“¡Fijaos en esa olla!”, dijo uno de los hombres al
percatarse de que había una pequeña olla negra.
“¡Metamos en ella la cerveza!”
Y así vertieron toda la cerveza en la olla, y cuanta
más metían más crecía la olla, al final no quedaba
en el barril ni una gota de cerveza.
“¡Salto!, ¡salto!”, dijo la olla. “¿A dónde irás
saltando?”, preguntaron sorprendidos los
hombres.
“¡A casa del hombre pobre!, ¡a casa del hombre
pobre!”, contestó la olla.
“¡Devuélvenos antes nuestra cerveza!”, gritaron
los hombres.
Pero era demasiado tarde. Dando saltos la olla
salió por la puerta y se encaminó colina arriba
antes de que los hombres pudieran atraparla.
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Cuando la olla regresó a la casa del hombre
pobre, hubo mucha alegría. “Ahora tenemos
suficiente para comer y beber”, dijo el hombre
mientras saboreaba la cerveza recién hecha.
A la mañana siguiente el hombre volvió a limpiar
la olla y la puso en el fuego. El hombre y la mujer
estaban deseos de saber qué les traería la olla en
esta ocasión.
“¡Salto!, ¡salto!”, dijo la olla
“¿A dónde irás saltando?”, preguntó el marido.
“¡A casa del hombre rico!”, “¡a casa del hombre
rico!”, contestó la olla mientras saltaba de la
chimenea.
La mujer sonrió a la olla pensando: “¿Qué nos
traerá en esta ocasión?”
Ese día el sol brillaba intensamente y el rico
terrateniente se deleitaba pensando en contar todo
su dinero.
Se hallaba sentado contemplando cómo su
montaña de oro y plata desprendía destellos al
recibir los rayos de sol. Estaba tan ocupado
admirando su dinero que no se dio cuenta de que
la olla, dando saltos, se había situado junto a él.
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Cuando se dio cuenta, dijo: “¡Vaya, aquí tengo
estupenda olla en la que puedo meter todo mi
dinero!”
Al principio metió en la olla todas sus monedas
de plata; y eran muchas monedas.
A continuación metió en la olla todas sus
monedas de oro; y de estas había todavía más.
Y cuanto más dinero metía, más crecía la olla.
Cuando hubo introducido todo su dinero, la olla
dijo: “¡Salto!, ¡salto!” “¿A dónde irás saltando?”,
preguntó el hombre totalmente sorprendido. “¡A
casa del hombre pobre!, “¡a casa del hombre
pobre!”, contestó la olla.
“¡Será mejor que me devuelvas todo mi dinero!”,
gritó el hombre rico.
Pero la olla no escuchaba. Salió corriendo por el
camino, subió la colina y desapareció de la vista.
El hombre pobre y su mujer estaban locos de
alegría. Ahora tenían para comer, para beber e
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incluso para pagar el terrateniente sus veinte
coronas, comprar una vaca y reservar algo para
los días lluviosos.
Ahora que las cosas iban tan bien la mujer dijo:
“Limpiemos la olla una vez más.” Y como su
marido estaba de acuerdo con que era una buena
idea, la mujer limpió la olla y la situó en el fuego.
“¡Salto!, ¡salto!”, dijo la olla. “¿A dónde irás
saltando?”, preguntó el hombre. “¡A casa del
hombre rico!, “¡a casa del hombre rico!”, contestó
la olla y saltó de la chimenea, atravesó la
habitación, salió por la puerta, siguió el camino y
subió la colina.
Cuando los cocineros y los cerveceros del casón
vieron la pequeña olla negra todos gritaron al
unísono: “¡Devuélvenos nuestro pan!”, y
“¡Devuélvenos nuestra cerveza!”
El terrateniente oyó los gritos y salió corriendo.
Cuando vio la pequeña olla negra gritó: “¡Yo te
enseñaré a correr con todo mi dinero!”
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Y de un salto el rico terrateniente, un hombre
grande y fornido, se sentó sobre la pequeña olla
negra.
“¡Salto!, ¡salto!” dijo la olla.
“¡Salta lo que quieras!”, dijo el terrateniente,
“¡Salta hasta el fin del mundo si es lo que
quieres!”.
Pero nunca debió decir eso.
Inmediatamente la olla se alejó dando saltos.
El terrateniente gritaba y gritaba, pero sin ningún
resultado.
No podía bajarse.
La olla, con el encima, atravesó la finca saltando,
salió por la puerta y se marchó por el camino.
Y desde entonces nadie ha vuelto a ver ni al
terrateniente ni a la pequeña olla negra.
Ya que la olla fue saltando hasta el fin del mundo
como el hombre rico le había ordenado.
Y COLORÍN COLORADO ESTE CUENTO SE
HA TERMINADO….
Cuento LA OLLA SALTARINA
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