la modernidad de héctor, el héroe humanizado de

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UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
INSTITUTO DE ESTUDIOS GRECOLATINOS
PROF. F. NÓVOA
LA MODERNIDAD DE HÉCTOR,
EL HÉROE HUMANIZADO DE
LA ILÍADA
DANIEL A. CAPANO
Buenos Aires
2005
1
LA MODERNIDAD DE HÉCTOR, EL HÉROE HUMANIZADO
DE LA ILÍADA
1. INTRODUCCIÓN
Conocer los orígenes de la literatura griega es una cuestión ardua
ya que la mayoría de los intentos por precisarlos se disuelven en el
espejismo de las conjeturas. Los griegos de la antigüedad trataron de
explicarlos a través de creencias míticas atribuidas a Orfeo y a Museo,
pero sus obras no fueron conocidas ni confirmada la existencia de estos
personajes. Para el estudioso moderno, la literatura griega se inicia con
dos epopeyas heroicas: La Ilíada y La Odisea de Homero, compuestas
hacia el siglo IX u VIII a.C., aunque se debe señalar que estos textos son
la culminación de una antigua tradición épica oral.
La Ilíada canta las proezas de una generación de héroes y de
dioses, una edad áurea ya desaparecida. La época en la que los hombres,
avezados en el arte de la guerra como en el de la palabra, eran capaces de
realizar hazañas extraordinarias y confundir su origen humano con el
divino. Un tiempo mítico en el que los dioses tenían intervención directa
en sus victorias y derrotas.
El poema narra los acontecimientos bélicos, probablemente en
un momento posterior al que habrían sucedido los hechos. Compartimos
la opinión de Heródoto y Tucídides acerca de que Homero está alejado
de los hechos que relata1 –ello puede advertirse en ciertas características
del discurso que utiliza–; pero que ha trasvasado en su canto los valores
de la Edad Heroica, que es en Grecia fuente de la tradición épica. El
tiempo del enunciado correspondería a los siglos XII o XIII antes de
nuestra era, cuando las tribus griegas confederadas trataron de ampliar
sus dominios al Asia Menor y a Egipto. En este momento se ubica La
Ilíada, que narra el sitio de Troya durante el décimo año de su
desarrollo. De los muchos héroes que pueblan el texto, dos adquieren
categoría paradigmática: Aquiles y Héctor. Es sobre este último que
centraremos la atención, sin descuidar otros elementos que, a nuestro
criterio, enmarcan la investigación.
2. BREVE NOTICIA SOBRE “LA CUESTIÓN HOMÉRICA”
Se ha conjeturado tanto acerca de los problemas suscitados por
los orígenes de la épica griega y sobre Homero que a partir del siglo
1
El cronógrafo alejandrino Eratóstenes consideraba a Homero contemporáneo de los
hechos que había narrado, que creía sucedidos en el siglo XII a.C., mientras que
historiadores como Heródoto y Tucídides lo sitúan en el siglo IX.
2
XVII –cuando Charles Perrault, probablemente por desconocimiento de
la poesía griega, lanzó diatribas contra los escritores clásicos y pretendió
desacreditar a Homero y dudar de su existencia–, se comenzó a hablar de
“la cuestión homérica”. El problema tomó cuerpo durante la centuria
siguiente, con el erudito alemán F. A. Wolf, una de las primeras voces en
opinar sobre el tema en su obra Prolegómenos de Homero (1795).
Para la mayoría de los investigadores la contienda teórica ha sido
inútil, porque no condujo a soluciones confiables y sólo mostró la
erudición de quienes sostenían distintas opiniones. En general, los
comentaristas tradicionales admiten que Homero fue el autor de La
Ilíada y de La Odisea,2 con advertencias, por parte de alguno de ellos,
sobre posibles interpolaciones en los poemas y consideraciones referidas
a que originalmente pudieron haber sido concebidos como cantos
aislados y reagrupados en una época posterior. Los románticos
sospechaban que La Ilíada era el producto de compilaciones de textos
sueltos.
Las diferentes posturas se pueden agrupar en tres direcciones: 1)
los unitaristas, que ponen el énfasis en la unidad del poema; 2) los
analistas, que estudian las piezas homéricas con el fin de identificar
trozos autónomos que Homero incorporó en su poema, como si se tratara
de un compilador. Para algunos el germen de La Ilíada serían cuatro o
cinco cantos vinculados a Aquiles, una especie de ‘Aquileida’, sobre
cuya base se fueron enhebrando otros cantos; 3) los interpolacionistas,
que advierten que sobre el tema central se interpolaron otros temas
secundarios, como por ejemplo “El catálogo de las naves” del Canto II.
En conclusión, si se adopta un actitud ecléctica, todas estas opiniones
pueden tener algo de cierto.
En cuanto a la procedencia del poeta, por las características de su
lengua –dialecto jónico y eolio– se lo hace proveniente de Jonia, de la
isla de Quíos o de Esmirna, que se ahíjan su paternidad, al punto tal que
en la primera existió una cofradía “homérida” cuyos miembros se decían
descendientes del poeta. También se conjetura que Homero sólo escribió
La Ilíada, que La Odisea fue obra de otro autor; hasta se ha pensado, por
2
Heródoto piensa que Homero fue el autor de los dos poemas. C.M. Bowra, en su
conocida Historia de la literatura griega, dice: “Baste aquí decir que La Ilíada y que
La Odisea fueron compuestas hacia el siglo IX o el siglo VIII a.C.; que su estilo,
construcción e índole suponen la existencia de un autor único; que no hay ninguna
buena razón para abandonar la tradición antigua y universalmente aceptada de que el
autor se llamaba Homero y que éste procedía de la costa griega del Asia menor.”
(Bowra, 15).
3
la presencia femenina más marcada en este texto que en La Ilíada, que
fuera una mujer.
Por su parte, H. D. F. Kitto opina que “la cuestión importante no
es quién es Homero, sino qué era. La Ilíada y La Odisea han sido
llamadas la Biblia de los griegos. Durante siglos estos dos poemas
fueron la base de la educación griega”(Kitto, 59).
Dada su considerable extensión (15.690 versos), algunos críticos
creen que los poemas homéricos fueron compuestos con ayuda de la
escritura y fijados por este soporte para su conservación. La primera
redacción escrita de que se tenga noticias es la de Pisístrato, en la
segunda mitad del siglo VI, aunque esto no implica que fuera asentada
por escrito con anterioridad.
3. El ÉPOS HOMÉRICO
Con el nombre de épos1 los griegos denominaban una forma
métrica particular: el hexámetro dactílico, cuya unidad rítmica estaba
formada por seis pies con alternancia de una sílaba larga y dos breves, a
veces una larga es reemplaza por dos breves (espondeo); el acento cae en
la primera sílaba de cada pie:
__/__ u u
__/__ u u __/__ u u __/__ u u __/__ u u __/__ u u
Con su forma plural, tà épea, se nombraba a las composiciones
escrita en este metro. En un comienzo la epopeya no fue considerada un
género literario, sino una forma métrica. Luego, designó narraciones
extensas escritas en hexámetros dactílicos con características
particulares.
La poesía épica narra hechos de un pasado digno de ser
recordado por los valores que encierra. Sitúa los acontecimientos en un
tiempo remoto (illo tempore), en los que participan héroes, hombres
superiores que son tomados como modelos a seguir, conjuntamente con
dioses. El pasado que cuenta se integra a la experiencia cultural de un
pueblo arcaico como un relato ejemplificador y puede fijarse como un
mito que comparten todos los integrantes de un mismo grupo étnico o
cultura.
En el libro II de la Poética, Aristóteles señala que la épica se
asemeja a la tragedia “en ser una imitación (mímesis) razonada de
1
Transliteramos, para comodidad, las palabras griegas. [nota del editor]
4
sujetos ilustres; y apártase de ella en tener meros versos y en ser
narratoria, como también por la extensión” (Aristóteles, 34). También se
ocupa de “la facultad narratoria” en el libro IV del mismo texto.
El poema épico se abre, por lo general, con un breve proemio en
el que se invocan a las musas y se anticipa el tema: “La cólera canta, oh
diosa, del Pelida Aquiles”, del canto I, v. 1 de La Ilíada. Además de esta
particularidad se incorpora un material secundario a los acontecimientos
de base, escenas colectivas, como asambleas, y recursos propios de la
poesía oral, como epítetos ornamentales. Las historias que se narran son
conocidas por el auditorio, por lo tanto no existe un afán de originalidad.
La Ilíada comienza in medias res. Ello está indicando que el
autor quiere centrarse inmediatamente sobre un hecho en particular: la
ira de Aquiles, por no haber recibido la parte del botín que pretende.
Homero no desarrolla todo la guerra llevada a cabo por los griegos -es
más, ni siquiera comenta la destrucción de la ciudad de Príamo- sino que
centra los hechos en cuatro días, durante el último año del asedio de
Troya.
El enojo del Pelida contra Agamenón provoca la participación
destacada de otros héroes como Patroclo. El relato trabaja en un primer
momento dos sistemas actanciales isomórficos, agrupados en torno de
dos pares de héroes antagónicos: Aquiles/Agamenón; Héctor/Patroclo.
En una segunda instancia, las situaciones paralelas se reducen a dos
personajes que sostienen la narración: Aquiles/Héctor. Ambos
momentos están regidos por la ley de causalidad, propia de todo texto
narrativo. Por causa de la obstinación de Aquiles de apartarse de la
lucha, Patroclo entra en la pelea. Héctor lo mata y en consecuencia
Aquiles vuelve al combate y derrota al príncipe troyano. En síntesis, el
relato se articula fundamentalmente a través del accionar del Pélida y de
Héctor, y la energía narrativa se resuelve en el agón final entre los dos
contrincantes, en el que el hijo de Príamo es vencido.
En cuanto al espacio narrativo, la acción se desarrolla
principalmente en la liza y en el campamento griego. Algunas escenas se
ubican en las murallas y en los aposentos del palacio de la ciudad de
Ilión. En su conjunto La Ilíada ofrece un cuadro de la Edad Heroica y
los pormenores del combate se dirigen a un público conocedor del tema.
4. EL ESPACIO DE LA CONTIENDA: EL SITIO DONDE FUE
TROYA
5
De acuerdo con el mito heroico la ciudad de Príamo se levantó en
el noroeste del Asia Menor, en la zona de Eólida, circunscripta por los
ríos Escamandro y Simoenta. Los antiguos denominaron al lugar Tróade.
Es tradición que Dárdano, oriundo de Tracia, fundó una ciudad
(Dardania) en ese espacio. Dárdano fue sucedido por Erictonio y éste por
Tros, quien tuvo dos hijos: Ilo, que dará nombre a la ciudad y Asáraco,
del que nació Anquises, padre de Eneas. Más tarde, los dioses Apolo y
Poseidón construyeron en torno de la ciudad murallas de nueve puertas,
citadas en La Ilíada como las Puertas Esceas. Tras ser destruida por
Heracles, la ciudad fue reconstruida por Príamo.
Hasta fines del siglo XIX se supuso que los acontecimientos
narrados por Homero eran pura ficción; pero en 1870, el arqueólogo
alemán Heinrich Schliemann inició excavaciones cerca de los
Dardanelos, donde los geógrafos antiguos ubicaban Ilión. Desenterró
nueve ciudades, ubicadas una sobre otra. El error surgió cuando ante la
imposibilidad de establecer cuál era a la que hacía referencia Homero en
su obra, Schliemann se decidió por el segundo estrato arqueológico,
contando desde abajo. Esta ciudad resultó ser unos mil años anterior a la
mencionada por el poeta.
En época más reciente, el arqueólogo norteamericano Carl W.
Blegen exploró el terreno y llegó a la conclusión de que la Troya VII fue
la destruida por las tropas de Agamenón. Se debe precisar también que,
en esta contaminación entre ficción y realidad, el móvil de la guerra no
fue rescatar a Helena, sino conquistar un punto geopolítico estratégico y
destruir la ciudad que se presentaba como un obstáculo para las
ambiciones político-imperialistas de Grecia.
5. DIOSES SEMEJANTES A HOMBRES
La presencia divina señorea en La Ilíada a lo largo de todo el
poema. Aunque los hombres toman sus propias decisiones y poseen libre
albedrío, éste está limitado por la voluntad de los dioses quienes son
favorables o adversos según les plazca. Nunca se cuestiona su decisión,
sino que es acatada con actitud resignada. No seguirla implica la caída
del héroe.
En La Ilíada y también en La Odisea cada dios es nombrado de
acuerdo con sus atributos, por medio de epítetos épicos. Así, Atenea es
la ojizarca y la portadora de la égida; Hera, la de áureo trono y la hija del
excelso Cronos; Zeus es el padre de los dioses y de los hombre; Ares es
estrago de mortales; Iris posee pies de viento; Apolo es el flechador, el
de argénteo arco; Afrodita, la áurea, de la casta de Zeus.
6
De acuerdo con Heródoto, fueron Hesíodo y Homero quienes
crearon la teogonía griega y dieron a cada dios su atributo. Ahora bien,
la figura de los dioses es construida por Homero con características
humanas, aunque la distancia que media entre ellos y los hombres es
enorme. Los dioses poseen un elevado razonamiento que tiende a la
felicidad de las personas a las que favorecen, pero también se muestran
irascibles, caprichosos y hasta infantiles con quienes no poseen su
beneplácito. Conocen el futuro y orientan la suerte de los mortales,
aunque deben acatar lo impuesto por una ley superior a ellos, la moîra, la
porción de suerte que le es dada a cada hombre al nacer. Cuando va a
morir el hijo amado de Zeus, Sarpedón, a pesar de su deseo de liberarlo
de su destino, el padre de los dioses no puede salvarlo.
Existe una ley universal superior a voluntad del propio Zeus que
lo impide, una fuerza de la que no escapan ni siquiera los dioses. En
otras ocasiones, el dios supremo invita a sus hijos a inclinar la balanza
del destino a un lado o hacia otro para favorecer o destruir a los
mortales. Tal sucede en el combate entre Aquiles y Héctor. Al colocar
Zeus los destinos de uno y otro héroe sobre la balanza, el fiel se inclina
en contra de Héctor, entonces Apolo, que siempre lo había socorrido, le
retira su ayuda. El mismo Homero señala que la disputa entre Aquiles y
Agamenón se realizó de acuerdo con “el plan de Zeus”(I, 7). Desde una
óptica más terrenal y con una concepción freudiana y contemporánea, se
podría agregar que la guerra fue causada por la arrogancia de Agamenón
y el capricho de Aquiles; pero sobre todas estas disquisiciones campea la
voluntad de Zeus.
En otro pasaje, Príamo le dice a Helena que no la considera
culpable, que “fueron los dioses”, los que promovieron la contienda (II,
161-164), sin que ello implique deslindar responsabilidad, sino que está
indicando que hay hechos irreversibles que forman parte del destino
humano.
Por otra parte, Homero muestra a los dioses con ciertos rasgos de
comedia, que muy pocas veces aparecen en los héroes. Ares al ser herido
por Diomedes, incitado por Atenea, se queja a gritos, “como el que
profieren nueve mil o diez mil hombres en el combate “(V, 858-863).
Afrodita, que también es herida por el héroe griego, llega al Olimpo
derramando el “icor”, la preciada sangre de los dioses, y es curada por
Dione como una niña traviesa que es consolada por su madre (V, 370417). Hera engaña a Zeus con ardides eróticos (XIV, 159 y ss). A su vez
Zeus le es infiel y protagoniza aventuras amorosas. Hera pelea con
Artemisa y “la venerable compañera de Zeus” le pega con el arco en las
7
orejas (XXI, 478-496). Estas escenas risueñas demuestran que la religión
concebida por Homero no es solemne ni puritana, al punto tal que se
permite burlarse de los mismos dioses.
Contrariamente a la actividad, si se quiere lúdica de las
divinidades, el hombre se ocupa de grandes empresas y debe luchar
contra un destino inevitable, y en ello reside su páthos. Los dioses son
semejantes a los hombres en cuando a sus deseos y caprichos. Disputan
entre ellos. Aparecen entre troyanos y aqueos en el campo de batalla, son
heridos en la lucha y toman figura humana para engañar a los
desprevenidos mortales. En conclusión, Homero presenta, por medio de
las divinidades, un mundo mítico en el que se confunde lo terreno con lo
celestial.
6. LOS HÉROES. LOS HOMBRES SEMEJANTES A DIOSES
El héroe es en Homero un tipo humano ideal que tiende a valores
éticos y cuya virtud fundamental es perseguir la excelencia, la areté. Ello
determina la grandeza de su carácter. Aspira a conquistar honor y
prestigio (timé) a través de las acciones guerreras que realiza y así
obtiene la gloria (kléos) que le asegura perdurabilidad después de
muerto. Sarpedón dice a Glauco que en la batalla deben estar entre los
primeros licios, resistiendo a pie firme y encarando la abrasadora lucha
para que sus gentes digan que son caudillos con gloria bien ganada (XII,
315-321).
Ya se ha señalado que Aquiles y Héctor son los dos héroes que
sustentan el cañamazo narrativo de La Ilíada; pero indaguemos ahora
cómo el poeta los construye en forma contrastante. Aquiles es el más
grande guerrero egeo y su destino es trágico: está condenado a morir en
pleno vigor, y él lo sabe. Pero Homero no lo muestra como un héroe
ideal, intachable, sino que lo construye con ciertos rasgos humanos a
través de los cuales se filtran algunas acciones reprobables. El Pélida ha
traicionado el principio de filótes, al pedir a su madre Tetis que interceda
ante Zeus para que los griegos sean derrotados. También al profanar el
cadáver de Héctor; ha cometido némesis, una acción incorrecta, inicua.
Si bien tiene un don corporal divino, no posee la sabiduría adecuada para
obrar correctamente en situaciones difíciles. Lo que hace de Aquiles un
héroe épico es su indomable naturaleza y su destino trágico.
Contrapuesto a Aquiles, Héctor es mostrado como un excelente
guerrero, que posee la areté y la consideración de sus compañeros por
su sentido de filótes; pero no tiene la habilidad de la oratoria ni sabe dar
consejos, su elocuencia es limitada: “¡Héctor! Bien reacio eres a hacer
8
caso de los consejos./ Como la deidad te ha dotado mejor para las
hazañas bélicas,/ pretendes saber más que los demás en el consejo”.
(XIII, 726-728). Quien hace esta observación es Polidamante, nacido el
mismo día que Héctor, pero dotado por contraste de la habilidad verbal
que su coevo no posee. Los dioses habían otorgado al hijo de Príamo
destreza en las hazañas guerreras, pero no en la elocuencia, que fue
colocada por Zeus en Polidamante.
Es decir que tanto Aquiles como Héctor no son héroes totalmente
impolutos, sino que poseen alguna característica que disminuye su
grandeza, y ello esta indicando la intención del autor, apegado a la
realidad y conocedor de las virtudes y de los defectos humanos.
En la construcción de los personajes, también se plantean
oposiciones entre el impulso irreflexivo de los jóvenes guerreros y los
ancianos, poseedores de la experiencia y de la sabiduría (sophía). Esto
ha sido explicado por Dumézil como un vestigio indoeuropeo (Dumézil,
144-145). El anciano Néstor da sabios consejos a los caudillos y los
orienta en sus tácticas bélicas (I, 294-310).
En la paideia griega la sabiduría y la elocuencia van unidas, son
dos aspectos de una misma cosa (Curtius, T. l, 249).
7. LA FIGURA DE HÉCTOR
Después de desarrollar diferentes aspectos del poema homérico
que juzgamos enriquecedores para el tema central, se encarará el análisis
de distintos ítem vinculados con la figura de Héctor. “El divino Héctor”,
como lo llama Homero, (XI,198) –hijo de Príamo, émulo de Zeus”, le
dice Iris (XI, 200)– señorea entre los héroes de La Ilíada. A pesar del
tiempo transcurrido, su figura se presenta al lector moderno con toda la
grandeza con que lo concibió su autor. Es el hombre virtuoso que aún
sabiendo que se enfrenta con un contrincante superior a él por su
naturaleza divina, no duda en inmolarse en defensa de su pueblo y de su
honor; es el padre afectuoso y apesadumbrado por el futuro de su
pequeño niño y de su mujer; el esposo amante y el hijo protector del
anciano padre; reúne en definitiva en su persona una cantidad de
condiciones a la que aspira el ideal humano: excelencia en el combate,
virtudes éticas, prestigio y consideración por parte de sus compañeros de
batalla, respecto de sus familiares.
Homero muestra al héroe desde su interioridad. Nada se oculta
de él al lector o al oyente. En el momento más difícil, cuando debe
enfrentarse con Aquiles, Héctor dialoga con él y también lo hace cuando
9
va a morir. Su discurso nunca pierde el tono mesurado, hasta en
situaciones extremas la justeza de sus palabras lo acompaña. Frente a los
dichos encolerizados e intimidatorios de Aquiles, responde con acertada
firmeza: “Yo también soy bien capaz/ de proferir tantas injurias como
insultos./ Sé que tu eres valeroso y que yo soy muy inferior a ti./ Pero
estos asuntos descansan en las rodillas de los dioses” (XX, 432-435).
Ante la soberbia del Pelida, se escuchan las calmas palabras del
guerrero troyano, a través de ellas se advierten la templanza de su
carácter y la conciencia de su propio límite. Veamos pues, los distintos
atributos con que Homero dotó al personaje.
7. l. La sonrisa de Héctor
Uno de los pasajes más recordados de La Ilíada es sin dudas la
escena en que Héctor, ataviado con las armaduras de guerrero, se
despide de su hijo y de su mujer antes de dirigirse al campo de batalla
(Cto. VI). El hijo es llevado en brazos por una criada. El aedo nombra al
pequeño, que todavía no habla, Hectórida para indicar en forma
inmediata la paternidad del guerrero. El padre lo llama Escamandro,
pero los demás Astianacte, “protector de la ciudad”, que es el apelativo
otorgado al hijo por los troyanos en reconocimiento al padre, que tiene
esa condición.3
Héctor al ver al niño esboza una sonrisa y por contraste, el poeta
dice que Andrómaca llora. Luego la mujer le toma la mano y le pide que
abandone la lucha invocando razones de paternidad. Manifiesta la
condición de orfandad en que quedarán si él muriera. Le dice en su
amoroso y desesperado parlamento que, además de esposo, es para ella
su padre, su madre y su hermano, muertos por Aquiles, que se cierne
como un sino trágico sobre su persona.
Ante tan dolorosa súplica, Héctor le responde que si bien le
preocupa el destino de su familia, le da tremenda vergüenza esconderse
como un cobarde. Al rehuir el peligro, perdería la estima de su soldados,
la timé. Agrega que su ánimo se lo impide, pues ha aprendido a ser
valiente en todo momento (VI, 440 y ss.). Y con actitud visionaria,
vaticina que Andrómaca será privada de la libertad y sufrirá terrible
3
Platón en el Kratilo aborda el problema de los nombres. En el diálogo, Sócrates
propone estudiar los nombres que aparecen en Homero y en los demás poetas. Después
de discurrir sobre la etimología del nombre de Astianacte y de Héctor, concluye que
ambos tienen similar significación: “indican que son reyes” (protector de la ciudad).
Cfr. Diálogos. Kratilo 165
10
dolor, como en efecto sucederá cuando tras la derrota de la ciudad sea
entregada al hijo de Aquiles, Neoptólemo, y Astianacte arrojado de la
torre.4
Luego de tan funestos anuncios, el narrador cambia el tono del
discurso, de la oscuridad se pasa a la luz, de la tragedia al humorismo
afectuoso. Al querer despedirse de su hijo, el aspecto del guerrero
atemoriza al niño. El penacho con plumas que lleva lo asusta y lo hace
gritar. Entonces, con afectuoso gesto, Héctor se quita el casco y toma al
niño en sus brazos. Expresa con dolor el deseo –del que sabe que no lo
verá crecer– de que su hijo sea igual a él, “sobresaliente entre los
troyanos”, y que lo supere en el combate (VI, 477). La esencia heroica
de Héctor se tiñe, pues, de afecto.
Homero capta aquí un aspecto de la personalidad del príncipe, si
se quiere extraño al mundo épico, un rasgo intimista y humano del héroe
que por sobre los afectos prioriza el valor y su deber como protector de
los troyanos, el sentimiento de filótes. Sacrifica su interés personal, en
aras del bienestar de sus conciudadanos.
7. 2. Héctor, el de tremolante casco
La condición de guerrero de Héctor está presente en todo
momento a lo largo del poema, pero se pone de manifiesto de manera
más marcada en el enfrentamiento con los tres campeones griegos:
Ayax, Patroclo y Aquiles.
A menudo se destaca su fortaleza física (al penetrar en el recinto
amurallado que protegían las naves, levanta un peñasco que los dos
mejores hombres de su pueblo no lo habrían podido levantar (XII, 445 y
ss.) su fiereza y su habilidad en el combate. Frente a las naves, escoltado
por Zeus, “iba furioso”, “le salía espuma por la boca”, “la celada a
ambos lados de las sienes se agitaba pavorosamente, mientras se
batía” (XV, 605-610). Pelea con vigor y ocupa las posiciones más
arriesgadas en la lucha demostrando su destreza en la guerra y logrando
la consideración de sus compañeros: “Los troyanos cargaron en masa
compacta con Héctor en cabeza / recto, furibundo...” (XIII, 136-137).
Antes de enfrentar a Aquiles, arenga a las tropas a no tener miedo del
hijo de Peleo: “¡Soberbios troyanos!, no tengáis miedo del Pélida” (XX,
366). En ocasiones se lo iguala al dios de la guerra: “Héctor iba al frente,
semejante a Ares” (XIII, 802), tal es su excelencia bélica. En varias
oportunidades debe soportar los embates de Hera, que le es adversa:
4
Cfr. Apolodoro. Biblioteca. Epítome. Poshomérica, 229.
11
“¡Ah, intratable Hera!”, dice el poeta, “¡Seguro que tu engaño con malas
mañas/ ha puesto al divino Héctor fuera de combate y en fuga a su tropa!
(XV, 14-15).
Zeus interviene varias veces en su favor y lo libra de morir, pero
su hora ya esta prefijada. En el combate con Patroclo, el amigo de
Aquiles a punto de morir le vaticina su suerte: “Tampoco tú vivirás
mucho tiempo” (XVI, 852). Su infortunio, junto con el de Patroclo y el
de Sarpedón, también está marcado en la prolepsis del canto XV, en los
versos 64 a 68: “el divino Aquiles matará a Héctor”. En definitiva,
Héctor reúne en su persona las virtudes del militar.
7. 3. Héctor, el héroe insepulto
Sobre el final de La Ilíada se concreta el anunciado combate
entre los dos héroes protagonistas del poema: Aquiles y Héctor.
Ayudado por la diosa Atenea, que toma la figura de Deífobo, el amado
hermano del combatiente troyano, Aquiles obtiene la victoria. Al
enfrentarse Héctor con el Pelida le dice que en el caso de que él fuera el
vencedor, no ultrajará su persona, que tras despojarlo de las armas,
devolverá su cadáver a los aqueos, y le pide que él obre igual (XXII,
248-259). Aquiles encolerizado una vez más rechaza el pacto. Durante el
combate, tras atravesarle el cuello con su lanza, Héctor moribundo
reitera suplicando el pedido de que su cadáver no sea devorado por los
perros. Aquiles persiste en su determinación y afirma su voluntad de no
devolverlo a sus padres. Entonces, Héctor moribundo le vaticina su
próxima muerte por manos de Paris, ayudado por Apolo (XXII, 355360). El Pelida viola todos los códigos al mutilar el cadáver. Taladra por
detrás de los tendones los pies del cuerpo de Héctor, lo ata con una
correa a su carro y lo arrastra por el campo de batalla, ante la presencia
de Hécuba y Príamo que observan la pelea desde las murallas.
Luego, a instancias de Zeus, Hera depone su actitud de
ensañamiento contra Héctor, ya muerto, y accede a que el padre de los
dioses ponga en práctica un plan con el auxilio de Tetis por el cual
Príamo pueda recuperar el cadáver de su venerado hijo para rendirle los
honores merecidos. Así, el rey troyano llega suplicante hasta Aquiles
con un cuantioso rescate, besa su mano y le señala que ya arrebató la
vida de varios de sus hijos. La imagen del anciano hace recordar a
Aquiles a su propio padre. Este rasgo humaniza la feroz figura del
guerrero. Depone su ira y entrega el cuerpo de Héctor: la piedad ha
reemplazado a la cólera.
12
Cabe preguntarse, ahora, por qué es tan importante que el
cadáver de Héctor sea sepultado. El helenista Martín Persson Nilsson
señala que las tumbas micénicas fueron especialmente significativas, que
los griegos de la Edad de Bronce construían depósitos importantes para
sus reyes y nobles muertos. Durante ese tiempo se hacían ofrecimientos
en ellos. La cerámica descubierta en las excavaciones revela que en
ocasiones esta práctica perduró hasta la primitiva Edad de Hierro. Por
esa época los muertos importantes probablemente no se consideraban ya
antepasados, sino héroes, asociados a una época gloriosa que había sido
testigo de la guerra de Troya. (Nilsson 1967, 378-384).
La sepultura es para los antiguos el verdadero fin del hombre. La
salvación, en el sentido religioso dependía de la observancia del rito. La
Antigüedad remota, en la que se ubica la acción de La Ilíada, no
concebía la separación entre cuerpo y alma, creía que el alma continuaba
unida al cuerpo después de la muerte y que seguía viviendo con él, bajo
tierra. El sepulcro era la casa de esta segunda existencia. Por eso se
colocaba al lado del difunto sus vasos, sus armas y hasta se le
proporcionaba alimentos. Comía y bebía a través de una especie de
inhalación misteriosa, semejante a la de los dioses del Olimpo, que
también se nutrían con el humo de las viandas del altar. Por eso la
familia ofrecía en determinados días, un banquete fúnebre donde se
ofrendaba sobre todo, miel y leche. La presencia de la lactancia estaba
tanto en la cuna como en la sepultura.
Pero para que el hombre disfrute de esta segunda vida, era
necesario que el cadáver descansase bajo tierra, de ahí la insistencia en
recuperar los despojos de Héctor.
Para “el de tremolante casco”, la tumba constituye una ansiedad
trágica, una inquietud punzante. La idea de que su cuerpo no fuese
enterrado atormenta su espíritu enérgico y templado, por eso su plegaria
extrema no es que le perdonen la vida, con ello obtendría cierto
deshonor, deseo ajeno a su temperamento, sino que Aquiles no lo arroje
a los perros y a las aves de rapiña.
CONCLUSIÓN
La figura de Héctor se diseña en consonancia con la visión de la
Edad Heroica, del mundo micénico, de un tiempo en el que los valores
militares y la supremacía del honor en su forma más material se
consideraban como el ideal de la humanidad. Homero la construye con
códigos fijos, de acuerdo con los principios propios de la areté guerrera
y de la nobleza. La concentración de estos rasgos tan marcados de la
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personalidad del Priámida podrían haber producido un héroe acartonado,
inexpresivo, un arquetipo inerte, pero el aedo lo dotó de ciertas
cualidades que humanizan su imagen como la sonrisa, el sentido de
amistad, el amor filial, conyugal y paternal.
Héctor no es un héroe hierático. Está presentado en su existencia
cotidiana, arraigado en sus nobles costumbres y quehaceres. Como todo
mortal, goza y padece su presente. Posee las cualidades de un hombre
más que de un héroe. Por eso gana el favor del público, porque se lo
siente copartícipe de una realidad vital.
El príncipe troyano es hijo de simples mortales y, aun así,
enfrenta a Aquiles. Su coraje es movido por el aprecio que siente por la
patria, aunque en él hay instantes de temor y de duda. Ello le otorga
modernidad. Pareciera pertenecer a una época posterior a la de los
grandes héroes, ya que, por momentos, carece de confianza en sí mismo
y en esta “debilidad”, reside, en nuestra opinión, su grandeza, en poseer
excelsos valores que lo elevan sobre los mortales y a la vez padecer
temores y vacilaciones que lo ubican en el plano humano, terrenal.
DANIEL A. CAPANO
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