UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS INSTITUTO DE ESTUDIOS GRECOLATINOS PROF. F. NÓVOA LA MODERNIDAD DE HÉCTOR, EL HÉROE HUMANIZADO DE LA ILÍADA DANIEL A. CAPANO Buenos Aires 2005 1 LA MODERNIDAD DE HÉCTOR, EL HÉROE HUMANIZADO DE LA ILÍADA 1. INTRODUCCIÓN Conocer los orígenes de la literatura griega es una cuestión ardua ya que la mayoría de los intentos por precisarlos se disuelven en el espejismo de las conjeturas. Los griegos de la antigüedad trataron de explicarlos a través de creencias míticas atribuidas a Orfeo y a Museo, pero sus obras no fueron conocidas ni confirmada la existencia de estos personajes. Para el estudioso moderno, la literatura griega se inicia con dos epopeyas heroicas: La Ilíada y La Odisea de Homero, compuestas hacia el siglo IX u VIII a.C., aunque se debe señalar que estos textos son la culminación de una antigua tradición épica oral. La Ilíada canta las proezas de una generación de héroes y de dioses, una edad áurea ya desaparecida. La época en la que los hombres, avezados en el arte de la guerra como en el de la palabra, eran capaces de realizar hazañas extraordinarias y confundir su origen humano con el divino. Un tiempo mítico en el que los dioses tenían intervención directa en sus victorias y derrotas. El poema narra los acontecimientos bélicos, probablemente en un momento posterior al que habrían sucedido los hechos. Compartimos la opinión de Heródoto y Tucídides acerca de que Homero está alejado de los hechos que relata1 –ello puede advertirse en ciertas características del discurso que utiliza–; pero que ha trasvasado en su canto los valores de la Edad Heroica, que es en Grecia fuente de la tradición épica. El tiempo del enunciado correspondería a los siglos XII o XIII antes de nuestra era, cuando las tribus griegas confederadas trataron de ampliar sus dominios al Asia Menor y a Egipto. En este momento se ubica La Ilíada, que narra el sitio de Troya durante el décimo año de su desarrollo. De los muchos héroes que pueblan el texto, dos adquieren categoría paradigmática: Aquiles y Héctor. Es sobre este último que centraremos la atención, sin descuidar otros elementos que, a nuestro criterio, enmarcan la investigación. 2. BREVE NOTICIA SOBRE “LA CUESTIÓN HOMÉRICA” Se ha conjeturado tanto acerca de los problemas suscitados por los orígenes de la épica griega y sobre Homero que a partir del siglo 1 El cronógrafo alejandrino Eratóstenes consideraba a Homero contemporáneo de los hechos que había narrado, que creía sucedidos en el siglo XII a.C., mientras que historiadores como Heródoto y Tucídides lo sitúan en el siglo IX. 2 XVII –cuando Charles Perrault, probablemente por desconocimiento de la poesía griega, lanzó diatribas contra los escritores clásicos y pretendió desacreditar a Homero y dudar de su existencia–, se comenzó a hablar de “la cuestión homérica”. El problema tomó cuerpo durante la centuria siguiente, con el erudito alemán F. A. Wolf, una de las primeras voces en opinar sobre el tema en su obra Prolegómenos de Homero (1795). Para la mayoría de los investigadores la contienda teórica ha sido inútil, porque no condujo a soluciones confiables y sólo mostró la erudición de quienes sostenían distintas opiniones. En general, los comentaristas tradicionales admiten que Homero fue el autor de La Ilíada y de La Odisea,2 con advertencias, por parte de alguno de ellos, sobre posibles interpolaciones en los poemas y consideraciones referidas a que originalmente pudieron haber sido concebidos como cantos aislados y reagrupados en una época posterior. Los románticos sospechaban que La Ilíada era el producto de compilaciones de textos sueltos. Las diferentes posturas se pueden agrupar en tres direcciones: 1) los unitaristas, que ponen el énfasis en la unidad del poema; 2) los analistas, que estudian las piezas homéricas con el fin de identificar trozos autónomos que Homero incorporó en su poema, como si se tratara de un compilador. Para algunos el germen de La Ilíada serían cuatro o cinco cantos vinculados a Aquiles, una especie de ‘Aquileida’, sobre cuya base se fueron enhebrando otros cantos; 3) los interpolacionistas, que advierten que sobre el tema central se interpolaron otros temas secundarios, como por ejemplo “El catálogo de las naves” del Canto II. En conclusión, si se adopta un actitud ecléctica, todas estas opiniones pueden tener algo de cierto. En cuanto a la procedencia del poeta, por las características de su lengua –dialecto jónico y eolio– se lo hace proveniente de Jonia, de la isla de Quíos o de Esmirna, que se ahíjan su paternidad, al punto tal que en la primera existió una cofradía “homérida” cuyos miembros se decían descendientes del poeta. También se conjetura que Homero sólo escribió La Ilíada, que La Odisea fue obra de otro autor; hasta se ha pensado, por 2 Heródoto piensa que Homero fue el autor de los dos poemas. C.M. Bowra, en su conocida Historia de la literatura griega, dice: “Baste aquí decir que La Ilíada y que La Odisea fueron compuestas hacia el siglo IX o el siglo VIII a.C.; que su estilo, construcción e índole suponen la existencia de un autor único; que no hay ninguna buena razón para abandonar la tradición antigua y universalmente aceptada de que el autor se llamaba Homero y que éste procedía de la costa griega del Asia menor.” (Bowra, 15). 3 la presencia femenina más marcada en este texto que en La Ilíada, que fuera una mujer. Por su parte, H. D. F. Kitto opina que “la cuestión importante no es quién es Homero, sino qué era. La Ilíada y La Odisea han sido llamadas la Biblia de los griegos. Durante siglos estos dos poemas fueron la base de la educación griega”(Kitto, 59). Dada su considerable extensión (15.690 versos), algunos críticos creen que los poemas homéricos fueron compuestos con ayuda de la escritura y fijados por este soporte para su conservación. La primera redacción escrita de que se tenga noticias es la de Pisístrato, en la segunda mitad del siglo VI, aunque esto no implica que fuera asentada por escrito con anterioridad. 3. El ÉPOS HOMÉRICO Con el nombre de épos1 los griegos denominaban una forma métrica particular: el hexámetro dactílico, cuya unidad rítmica estaba formada por seis pies con alternancia de una sílaba larga y dos breves, a veces una larga es reemplaza por dos breves (espondeo); el acento cae en la primera sílaba de cada pie: __/__ u u __/__ u u __/__ u u __/__ u u __/__ u u __/__ u u Con su forma plural, tà épea, se nombraba a las composiciones escrita en este metro. En un comienzo la epopeya no fue considerada un género literario, sino una forma métrica. Luego, designó narraciones extensas escritas en hexámetros dactílicos con características particulares. La poesía épica narra hechos de un pasado digno de ser recordado por los valores que encierra. Sitúa los acontecimientos en un tiempo remoto (illo tempore), en los que participan héroes, hombres superiores que son tomados como modelos a seguir, conjuntamente con dioses. El pasado que cuenta se integra a la experiencia cultural de un pueblo arcaico como un relato ejemplificador y puede fijarse como un mito que comparten todos los integrantes de un mismo grupo étnico o cultura. En el libro II de la Poética, Aristóteles señala que la épica se asemeja a la tragedia “en ser una imitación (mímesis) razonada de 1 Transliteramos, para comodidad, las palabras griegas. [nota del editor] 4 sujetos ilustres; y apártase de ella en tener meros versos y en ser narratoria, como también por la extensión” (Aristóteles, 34). También se ocupa de “la facultad narratoria” en el libro IV del mismo texto. El poema épico se abre, por lo general, con un breve proemio en el que se invocan a las musas y se anticipa el tema: “La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles”, del canto I, v. 1 de La Ilíada. Además de esta particularidad se incorpora un material secundario a los acontecimientos de base, escenas colectivas, como asambleas, y recursos propios de la poesía oral, como epítetos ornamentales. Las historias que se narran son conocidas por el auditorio, por lo tanto no existe un afán de originalidad. La Ilíada comienza in medias res. Ello está indicando que el autor quiere centrarse inmediatamente sobre un hecho en particular: la ira de Aquiles, por no haber recibido la parte del botín que pretende. Homero no desarrolla todo la guerra llevada a cabo por los griegos -es más, ni siquiera comenta la destrucción de la ciudad de Príamo- sino que centra los hechos en cuatro días, durante el último año del asedio de Troya. El enojo del Pelida contra Agamenón provoca la participación destacada de otros héroes como Patroclo. El relato trabaja en un primer momento dos sistemas actanciales isomórficos, agrupados en torno de dos pares de héroes antagónicos: Aquiles/Agamenón; Héctor/Patroclo. En una segunda instancia, las situaciones paralelas se reducen a dos personajes que sostienen la narración: Aquiles/Héctor. Ambos momentos están regidos por la ley de causalidad, propia de todo texto narrativo. Por causa de la obstinación de Aquiles de apartarse de la lucha, Patroclo entra en la pelea. Héctor lo mata y en consecuencia Aquiles vuelve al combate y derrota al príncipe troyano. En síntesis, el relato se articula fundamentalmente a través del accionar del Pélida y de Héctor, y la energía narrativa se resuelve en el agón final entre los dos contrincantes, en el que el hijo de Príamo es vencido. En cuanto al espacio narrativo, la acción se desarrolla principalmente en la liza y en el campamento griego. Algunas escenas se ubican en las murallas y en los aposentos del palacio de la ciudad de Ilión. En su conjunto La Ilíada ofrece un cuadro de la Edad Heroica y los pormenores del combate se dirigen a un público conocedor del tema. 4. EL ESPACIO DE LA CONTIENDA: EL SITIO DONDE FUE TROYA 5 De acuerdo con el mito heroico la ciudad de Príamo se levantó en el noroeste del Asia Menor, en la zona de Eólida, circunscripta por los ríos Escamandro y Simoenta. Los antiguos denominaron al lugar Tróade. Es tradición que Dárdano, oriundo de Tracia, fundó una ciudad (Dardania) en ese espacio. Dárdano fue sucedido por Erictonio y éste por Tros, quien tuvo dos hijos: Ilo, que dará nombre a la ciudad y Asáraco, del que nació Anquises, padre de Eneas. Más tarde, los dioses Apolo y Poseidón construyeron en torno de la ciudad murallas de nueve puertas, citadas en La Ilíada como las Puertas Esceas. Tras ser destruida por Heracles, la ciudad fue reconstruida por Príamo. Hasta fines del siglo XIX se supuso que los acontecimientos narrados por Homero eran pura ficción; pero en 1870, el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann inició excavaciones cerca de los Dardanelos, donde los geógrafos antiguos ubicaban Ilión. Desenterró nueve ciudades, ubicadas una sobre otra. El error surgió cuando ante la imposibilidad de establecer cuál era a la que hacía referencia Homero en su obra, Schliemann se decidió por el segundo estrato arqueológico, contando desde abajo. Esta ciudad resultó ser unos mil años anterior a la mencionada por el poeta. En época más reciente, el arqueólogo norteamericano Carl W. Blegen exploró el terreno y llegó a la conclusión de que la Troya VII fue la destruida por las tropas de Agamenón. Se debe precisar también que, en esta contaminación entre ficción y realidad, el móvil de la guerra no fue rescatar a Helena, sino conquistar un punto geopolítico estratégico y destruir la ciudad que se presentaba como un obstáculo para las ambiciones político-imperialistas de Grecia. 5. DIOSES SEMEJANTES A HOMBRES La presencia divina señorea en La Ilíada a lo largo de todo el poema. Aunque los hombres toman sus propias decisiones y poseen libre albedrío, éste está limitado por la voluntad de los dioses quienes son favorables o adversos según les plazca. Nunca se cuestiona su decisión, sino que es acatada con actitud resignada. No seguirla implica la caída del héroe. En La Ilíada y también en La Odisea cada dios es nombrado de acuerdo con sus atributos, por medio de epítetos épicos. Así, Atenea es la ojizarca y la portadora de la égida; Hera, la de áureo trono y la hija del excelso Cronos; Zeus es el padre de los dioses y de los hombre; Ares es estrago de mortales; Iris posee pies de viento; Apolo es el flechador, el de argénteo arco; Afrodita, la áurea, de la casta de Zeus. 6 De acuerdo con Heródoto, fueron Hesíodo y Homero quienes crearon la teogonía griega y dieron a cada dios su atributo. Ahora bien, la figura de los dioses es construida por Homero con características humanas, aunque la distancia que media entre ellos y los hombres es enorme. Los dioses poseen un elevado razonamiento que tiende a la felicidad de las personas a las que favorecen, pero también se muestran irascibles, caprichosos y hasta infantiles con quienes no poseen su beneplácito. Conocen el futuro y orientan la suerte de los mortales, aunque deben acatar lo impuesto por una ley superior a ellos, la moîra, la porción de suerte que le es dada a cada hombre al nacer. Cuando va a morir el hijo amado de Zeus, Sarpedón, a pesar de su deseo de liberarlo de su destino, el padre de los dioses no puede salvarlo. Existe una ley universal superior a voluntad del propio Zeus que lo impide, una fuerza de la que no escapan ni siquiera los dioses. En otras ocasiones, el dios supremo invita a sus hijos a inclinar la balanza del destino a un lado o hacia otro para favorecer o destruir a los mortales. Tal sucede en el combate entre Aquiles y Héctor. Al colocar Zeus los destinos de uno y otro héroe sobre la balanza, el fiel se inclina en contra de Héctor, entonces Apolo, que siempre lo había socorrido, le retira su ayuda. El mismo Homero señala que la disputa entre Aquiles y Agamenón se realizó de acuerdo con “el plan de Zeus”(I, 7). Desde una óptica más terrenal y con una concepción freudiana y contemporánea, se podría agregar que la guerra fue causada por la arrogancia de Agamenón y el capricho de Aquiles; pero sobre todas estas disquisiciones campea la voluntad de Zeus. En otro pasaje, Príamo le dice a Helena que no la considera culpable, que “fueron los dioses”, los que promovieron la contienda (II, 161-164), sin que ello implique deslindar responsabilidad, sino que está indicando que hay hechos irreversibles que forman parte del destino humano. Por otra parte, Homero muestra a los dioses con ciertos rasgos de comedia, que muy pocas veces aparecen en los héroes. Ares al ser herido por Diomedes, incitado por Atenea, se queja a gritos, “como el que profieren nueve mil o diez mil hombres en el combate “(V, 858-863). Afrodita, que también es herida por el héroe griego, llega al Olimpo derramando el “icor”, la preciada sangre de los dioses, y es curada por Dione como una niña traviesa que es consolada por su madre (V, 370417). Hera engaña a Zeus con ardides eróticos (XIV, 159 y ss). A su vez Zeus le es infiel y protagoniza aventuras amorosas. Hera pelea con Artemisa y “la venerable compañera de Zeus” le pega con el arco en las 7 orejas (XXI, 478-496). Estas escenas risueñas demuestran que la religión concebida por Homero no es solemne ni puritana, al punto tal que se permite burlarse de los mismos dioses. Contrariamente a la actividad, si se quiere lúdica de las divinidades, el hombre se ocupa de grandes empresas y debe luchar contra un destino inevitable, y en ello reside su páthos. Los dioses son semejantes a los hombres en cuando a sus deseos y caprichos. Disputan entre ellos. Aparecen entre troyanos y aqueos en el campo de batalla, son heridos en la lucha y toman figura humana para engañar a los desprevenidos mortales. En conclusión, Homero presenta, por medio de las divinidades, un mundo mítico en el que se confunde lo terreno con lo celestial. 6. LOS HÉROES. LOS HOMBRES SEMEJANTES A DIOSES El héroe es en Homero un tipo humano ideal que tiende a valores éticos y cuya virtud fundamental es perseguir la excelencia, la areté. Ello determina la grandeza de su carácter. Aspira a conquistar honor y prestigio (timé) a través de las acciones guerreras que realiza y así obtiene la gloria (kléos) que le asegura perdurabilidad después de muerto. Sarpedón dice a Glauco que en la batalla deben estar entre los primeros licios, resistiendo a pie firme y encarando la abrasadora lucha para que sus gentes digan que son caudillos con gloria bien ganada (XII, 315-321). Ya se ha señalado que Aquiles y Héctor son los dos héroes que sustentan el cañamazo narrativo de La Ilíada; pero indaguemos ahora cómo el poeta los construye en forma contrastante. Aquiles es el más grande guerrero egeo y su destino es trágico: está condenado a morir en pleno vigor, y él lo sabe. Pero Homero no lo muestra como un héroe ideal, intachable, sino que lo construye con ciertos rasgos humanos a través de los cuales se filtran algunas acciones reprobables. El Pélida ha traicionado el principio de filótes, al pedir a su madre Tetis que interceda ante Zeus para que los griegos sean derrotados. También al profanar el cadáver de Héctor; ha cometido némesis, una acción incorrecta, inicua. Si bien tiene un don corporal divino, no posee la sabiduría adecuada para obrar correctamente en situaciones difíciles. Lo que hace de Aquiles un héroe épico es su indomable naturaleza y su destino trágico. Contrapuesto a Aquiles, Héctor es mostrado como un excelente guerrero, que posee la areté y la consideración de sus compañeros por su sentido de filótes; pero no tiene la habilidad de la oratoria ni sabe dar consejos, su elocuencia es limitada: “¡Héctor! Bien reacio eres a hacer 8 caso de los consejos./ Como la deidad te ha dotado mejor para las hazañas bélicas,/ pretendes saber más que los demás en el consejo”. (XIII, 726-728). Quien hace esta observación es Polidamante, nacido el mismo día que Héctor, pero dotado por contraste de la habilidad verbal que su coevo no posee. Los dioses habían otorgado al hijo de Príamo destreza en las hazañas guerreras, pero no en la elocuencia, que fue colocada por Zeus en Polidamante. Es decir que tanto Aquiles como Héctor no son héroes totalmente impolutos, sino que poseen alguna característica que disminuye su grandeza, y ello esta indicando la intención del autor, apegado a la realidad y conocedor de las virtudes y de los defectos humanos. En la construcción de los personajes, también se plantean oposiciones entre el impulso irreflexivo de los jóvenes guerreros y los ancianos, poseedores de la experiencia y de la sabiduría (sophía). Esto ha sido explicado por Dumézil como un vestigio indoeuropeo (Dumézil, 144-145). El anciano Néstor da sabios consejos a los caudillos y los orienta en sus tácticas bélicas (I, 294-310). En la paideia griega la sabiduría y la elocuencia van unidas, son dos aspectos de una misma cosa (Curtius, T. l, 249). 7. LA FIGURA DE HÉCTOR Después de desarrollar diferentes aspectos del poema homérico que juzgamos enriquecedores para el tema central, se encarará el análisis de distintos ítem vinculados con la figura de Héctor. “El divino Héctor”, como lo llama Homero, (XI,198) –hijo de Príamo, émulo de Zeus”, le dice Iris (XI, 200)– señorea entre los héroes de La Ilíada. A pesar del tiempo transcurrido, su figura se presenta al lector moderno con toda la grandeza con que lo concibió su autor. Es el hombre virtuoso que aún sabiendo que se enfrenta con un contrincante superior a él por su naturaleza divina, no duda en inmolarse en defensa de su pueblo y de su honor; es el padre afectuoso y apesadumbrado por el futuro de su pequeño niño y de su mujer; el esposo amante y el hijo protector del anciano padre; reúne en definitiva en su persona una cantidad de condiciones a la que aspira el ideal humano: excelencia en el combate, virtudes éticas, prestigio y consideración por parte de sus compañeros de batalla, respecto de sus familiares. Homero muestra al héroe desde su interioridad. Nada se oculta de él al lector o al oyente. En el momento más difícil, cuando debe enfrentarse con Aquiles, Héctor dialoga con él y también lo hace cuando 9 va a morir. Su discurso nunca pierde el tono mesurado, hasta en situaciones extremas la justeza de sus palabras lo acompaña. Frente a los dichos encolerizados e intimidatorios de Aquiles, responde con acertada firmeza: “Yo también soy bien capaz/ de proferir tantas injurias como insultos./ Sé que tu eres valeroso y que yo soy muy inferior a ti./ Pero estos asuntos descansan en las rodillas de los dioses” (XX, 432-435). Ante la soberbia del Pelida, se escuchan las calmas palabras del guerrero troyano, a través de ellas se advierten la templanza de su carácter y la conciencia de su propio límite. Veamos pues, los distintos atributos con que Homero dotó al personaje. 7. l. La sonrisa de Héctor Uno de los pasajes más recordados de La Ilíada es sin dudas la escena en que Héctor, ataviado con las armaduras de guerrero, se despide de su hijo y de su mujer antes de dirigirse al campo de batalla (Cto. VI). El hijo es llevado en brazos por una criada. El aedo nombra al pequeño, que todavía no habla, Hectórida para indicar en forma inmediata la paternidad del guerrero. El padre lo llama Escamandro, pero los demás Astianacte, “protector de la ciudad”, que es el apelativo otorgado al hijo por los troyanos en reconocimiento al padre, que tiene esa condición.3 Héctor al ver al niño esboza una sonrisa y por contraste, el poeta dice que Andrómaca llora. Luego la mujer le toma la mano y le pide que abandone la lucha invocando razones de paternidad. Manifiesta la condición de orfandad en que quedarán si él muriera. Le dice en su amoroso y desesperado parlamento que, además de esposo, es para ella su padre, su madre y su hermano, muertos por Aquiles, que se cierne como un sino trágico sobre su persona. Ante tan dolorosa súplica, Héctor le responde que si bien le preocupa el destino de su familia, le da tremenda vergüenza esconderse como un cobarde. Al rehuir el peligro, perdería la estima de su soldados, la timé. Agrega que su ánimo se lo impide, pues ha aprendido a ser valiente en todo momento (VI, 440 y ss.). Y con actitud visionaria, vaticina que Andrómaca será privada de la libertad y sufrirá terrible 3 Platón en el Kratilo aborda el problema de los nombres. En el diálogo, Sócrates propone estudiar los nombres que aparecen en Homero y en los demás poetas. Después de discurrir sobre la etimología del nombre de Astianacte y de Héctor, concluye que ambos tienen similar significación: “indican que son reyes” (protector de la ciudad). Cfr. Diálogos. Kratilo 165 10 dolor, como en efecto sucederá cuando tras la derrota de la ciudad sea entregada al hijo de Aquiles, Neoptólemo, y Astianacte arrojado de la torre.4 Luego de tan funestos anuncios, el narrador cambia el tono del discurso, de la oscuridad se pasa a la luz, de la tragedia al humorismo afectuoso. Al querer despedirse de su hijo, el aspecto del guerrero atemoriza al niño. El penacho con plumas que lleva lo asusta y lo hace gritar. Entonces, con afectuoso gesto, Héctor se quita el casco y toma al niño en sus brazos. Expresa con dolor el deseo –del que sabe que no lo verá crecer– de que su hijo sea igual a él, “sobresaliente entre los troyanos”, y que lo supere en el combate (VI, 477). La esencia heroica de Héctor se tiñe, pues, de afecto. Homero capta aquí un aspecto de la personalidad del príncipe, si se quiere extraño al mundo épico, un rasgo intimista y humano del héroe que por sobre los afectos prioriza el valor y su deber como protector de los troyanos, el sentimiento de filótes. Sacrifica su interés personal, en aras del bienestar de sus conciudadanos. 7. 2. Héctor, el de tremolante casco La condición de guerrero de Héctor está presente en todo momento a lo largo del poema, pero se pone de manifiesto de manera más marcada en el enfrentamiento con los tres campeones griegos: Ayax, Patroclo y Aquiles. A menudo se destaca su fortaleza física (al penetrar en el recinto amurallado que protegían las naves, levanta un peñasco que los dos mejores hombres de su pueblo no lo habrían podido levantar (XII, 445 y ss.) su fiereza y su habilidad en el combate. Frente a las naves, escoltado por Zeus, “iba furioso”, “le salía espuma por la boca”, “la celada a ambos lados de las sienes se agitaba pavorosamente, mientras se batía” (XV, 605-610). Pelea con vigor y ocupa las posiciones más arriesgadas en la lucha demostrando su destreza en la guerra y logrando la consideración de sus compañeros: “Los troyanos cargaron en masa compacta con Héctor en cabeza / recto, furibundo...” (XIII, 136-137). Antes de enfrentar a Aquiles, arenga a las tropas a no tener miedo del hijo de Peleo: “¡Soberbios troyanos!, no tengáis miedo del Pélida” (XX, 366). En ocasiones se lo iguala al dios de la guerra: “Héctor iba al frente, semejante a Ares” (XIII, 802), tal es su excelencia bélica. En varias oportunidades debe soportar los embates de Hera, que le es adversa: 4 Cfr. Apolodoro. Biblioteca. Epítome. Poshomérica, 229. 11 “¡Ah, intratable Hera!”, dice el poeta, “¡Seguro que tu engaño con malas mañas/ ha puesto al divino Héctor fuera de combate y en fuga a su tropa! (XV, 14-15). Zeus interviene varias veces en su favor y lo libra de morir, pero su hora ya esta prefijada. En el combate con Patroclo, el amigo de Aquiles a punto de morir le vaticina su suerte: “Tampoco tú vivirás mucho tiempo” (XVI, 852). Su infortunio, junto con el de Patroclo y el de Sarpedón, también está marcado en la prolepsis del canto XV, en los versos 64 a 68: “el divino Aquiles matará a Héctor”. En definitiva, Héctor reúne en su persona las virtudes del militar. 7. 3. Héctor, el héroe insepulto Sobre el final de La Ilíada se concreta el anunciado combate entre los dos héroes protagonistas del poema: Aquiles y Héctor. Ayudado por la diosa Atenea, que toma la figura de Deífobo, el amado hermano del combatiente troyano, Aquiles obtiene la victoria. Al enfrentarse Héctor con el Pelida le dice que en el caso de que él fuera el vencedor, no ultrajará su persona, que tras despojarlo de las armas, devolverá su cadáver a los aqueos, y le pide que él obre igual (XXII, 248-259). Aquiles encolerizado una vez más rechaza el pacto. Durante el combate, tras atravesarle el cuello con su lanza, Héctor moribundo reitera suplicando el pedido de que su cadáver no sea devorado por los perros. Aquiles persiste en su determinación y afirma su voluntad de no devolverlo a sus padres. Entonces, Héctor moribundo le vaticina su próxima muerte por manos de Paris, ayudado por Apolo (XXII, 355360). El Pelida viola todos los códigos al mutilar el cadáver. Taladra por detrás de los tendones los pies del cuerpo de Héctor, lo ata con una correa a su carro y lo arrastra por el campo de batalla, ante la presencia de Hécuba y Príamo que observan la pelea desde las murallas. Luego, a instancias de Zeus, Hera depone su actitud de ensañamiento contra Héctor, ya muerto, y accede a que el padre de los dioses ponga en práctica un plan con el auxilio de Tetis por el cual Príamo pueda recuperar el cadáver de su venerado hijo para rendirle los honores merecidos. Así, el rey troyano llega suplicante hasta Aquiles con un cuantioso rescate, besa su mano y le señala que ya arrebató la vida de varios de sus hijos. La imagen del anciano hace recordar a Aquiles a su propio padre. Este rasgo humaniza la feroz figura del guerrero. Depone su ira y entrega el cuerpo de Héctor: la piedad ha reemplazado a la cólera. 12 Cabe preguntarse, ahora, por qué es tan importante que el cadáver de Héctor sea sepultado. El helenista Martín Persson Nilsson señala que las tumbas micénicas fueron especialmente significativas, que los griegos de la Edad de Bronce construían depósitos importantes para sus reyes y nobles muertos. Durante ese tiempo se hacían ofrecimientos en ellos. La cerámica descubierta en las excavaciones revela que en ocasiones esta práctica perduró hasta la primitiva Edad de Hierro. Por esa época los muertos importantes probablemente no se consideraban ya antepasados, sino héroes, asociados a una época gloriosa que había sido testigo de la guerra de Troya. (Nilsson 1967, 378-384). La sepultura es para los antiguos el verdadero fin del hombre. La salvación, en el sentido religioso dependía de la observancia del rito. La Antigüedad remota, en la que se ubica la acción de La Ilíada, no concebía la separación entre cuerpo y alma, creía que el alma continuaba unida al cuerpo después de la muerte y que seguía viviendo con él, bajo tierra. El sepulcro era la casa de esta segunda existencia. Por eso se colocaba al lado del difunto sus vasos, sus armas y hasta se le proporcionaba alimentos. Comía y bebía a través de una especie de inhalación misteriosa, semejante a la de los dioses del Olimpo, que también se nutrían con el humo de las viandas del altar. Por eso la familia ofrecía en determinados días, un banquete fúnebre donde se ofrendaba sobre todo, miel y leche. La presencia de la lactancia estaba tanto en la cuna como en la sepultura. Pero para que el hombre disfrute de esta segunda vida, era necesario que el cadáver descansase bajo tierra, de ahí la insistencia en recuperar los despojos de Héctor. Para “el de tremolante casco”, la tumba constituye una ansiedad trágica, una inquietud punzante. La idea de que su cuerpo no fuese enterrado atormenta su espíritu enérgico y templado, por eso su plegaria extrema no es que le perdonen la vida, con ello obtendría cierto deshonor, deseo ajeno a su temperamento, sino que Aquiles no lo arroje a los perros y a las aves de rapiña. CONCLUSIÓN La figura de Héctor se diseña en consonancia con la visión de la Edad Heroica, del mundo micénico, de un tiempo en el que los valores militares y la supremacía del honor en su forma más material se consideraban como el ideal de la humanidad. Homero la construye con códigos fijos, de acuerdo con los principios propios de la areté guerrera y de la nobleza. La concentración de estos rasgos tan marcados de la 13 personalidad del Priámida podrían haber producido un héroe acartonado, inexpresivo, un arquetipo inerte, pero el aedo lo dotó de ciertas cualidades que humanizan su imagen como la sonrisa, el sentido de amistad, el amor filial, conyugal y paternal. Héctor no es un héroe hierático. Está presentado en su existencia cotidiana, arraigado en sus nobles costumbres y quehaceres. Como todo mortal, goza y padece su presente. Posee las cualidades de un hombre más que de un héroe. Por eso gana el favor del público, porque se lo siente copartícipe de una realidad vital. El príncipe troyano es hijo de simples mortales y, aun así, enfrenta a Aquiles. Su coraje es movido por el aprecio que siente por la patria, aunque en él hay instantes de temor y de duda. Ello le otorga modernidad. Pareciera pertenecer a una época posterior a la de los grandes héroes, ya que, por momentos, carece de confianza en sí mismo y en esta “debilidad”, reside, en nuestra opinión, su grandeza, en poseer excelsos valores que lo elevan sobre los mortales y a la vez padecer temores y vacilaciones que lo ubican en el plano humano, terrenal. DANIEL A. CAPANO BIBLIOGRAFÍA GENERAL Y DE REFERENCIA ALVAR, J. Héroes y antihéroes en la Antigüedad Clásica. Madrid: Cátedra, 1997. APOLODORO. Biblioteca. Buenos Aires: Planeta De Agostini, 1996. ARISTÓTELES, El arte poética. Madrid: Espasa Calpe (Austral), 1964. AUERBACH, E. Mimesis. México. FCE, 1975. BAUZÁ, H. El mito del héroe. México: FCE, 1998. BOWRA, C.M. Historia de la literatura griega. México: FCE, 1967. CATAUDELLA, Q. Historia de la literatura griega. Barcelona: Iberia, 1967. CURTIUS, E. Literatura Europea y Edad Media Latina. México: FCE, 1998 ( 2 tomos). 14 CHADWICH, J. El enigma micénico. Madrid: Taurus, 1957. DE SAINT VICTOR, P. Sófocles. Buenos Aires: El Ombú, 1933. DUMÉZIL, G. Essai sur deux representations indoeuropéenes de la souveraineté. Bibliothèque de la École des Hautes Études. Sciences Religieuses ( v. LVI). París, 1940. HOMERO, La Ilíada. Madrid: Gredos, 2000. JAEGER, W. Paideia; Los ideales de la cultura griega. México: FCE, 1967. KIRK, G.S. La naturaleza de los mitos griegos. Barcelona: Labor, 1992. KITTO, H.D.F. Los griegos. Buenos Aires: Eudeba, 1985. NILSSON, M.P The Mycenaean Origin of Greek Mythology. Berkeley, 1932. ___________ Geschichte der griechischen Religion, Munich, 1967 PLATÓN, Diálogos. Kratilos (tomo III). Madrid: Ed. Ibéricas, 1958. RODRÍGUEZ ADRADOS et alii. Introducción a Homero. Madrid: Guadarrama, 1963. VIDAL-NAQUET, P. El mundo de Homero. México: FCE, 2001. 15