por bernardo Gutiérrez ilustración ata

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Guardiola
en Sinaloa:
Quesadillas,
fútbol
y
narco
corridos
Antes de tocar el cielo en el banquillo del Barça, Pep Guardiola pasó por el infierno. Durante
cuatro meses, hasta abril de 2006, agotó sus últimos tragos como futbolista en las filas del
Dorados de Sinaloa, en la ciudad de Culiacán, epicentro del México narco, masacrada por los
asesinatos, la droga y la corrupción, uno de los lugares más peligrosos de América. Apenas
jugó 10 partidos, 793 minutos en total. Marcó un gol. Su equipo, entrenado por su amigo
Juan Manuel Lillo, acabó en Segunda tras un rocambolesco y extraño culebrón. Esquire
viajó hasta Culiacán para reconstruir la burbuja de Pep en la capital del narcotráfico. Vino
tinto, guacamole, tesón, jamón serrano, frustración y aire acondicionado. ¡Ándale, Pep...!
por Bernardo Gutiérrez
ilustración ata
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H
ace tiempo, pensaba que podía controlar mi destino, pero la vida te va llevando y
llevando. ¿Cómo iba a imaginar que podría acabar jugando aquí?”. Pep Guardiola
habla distendido con Deicy García, la periodista que ha conseguido la exclusiva
del siglo: una entrevista en profundidad con Josep Guardiola i Sala (una de las
poquísimas que ha concedido en los últimos años) para Tiempo Diario, una
humilde publicación de Culiacán, capital del estado mexicano de Sinaloa. Corre
la última semana de abril de 2006. El día 29, el Dorados de Sinaloa se la juega
contra los Pumas de la Ciudad de México. Es el todo o la nada. Sólo la victoria
garantiza la permanencia. Guardiola no sospecha que está a punto de sufrir una
de las mayores decepciones de su vida deportiva.
El partido del año (o del siglo, qué más da)
acaba finalmente con empate a cero. El Dorados baja a Segunda División. Y no por deméritos propios. Aunque el Torneo de Clausura
2006 no ha sido tan malo (4 partidos ganados,
10 empatados y 3 perdidos), un enrevesado sistema de porcentajes –donde cuentan los años
anteriores– les hunde. El diario El Debate, el
más importante de Culiacán, mancha su portada ese 30 de abril de un rojo drama: “Se acabó el
sueño dorado. El San Luis dio al final una dramática voltereta para vencer 2-1 al Atlas”.
Un día después, 1 de mayo, Guardiola entona el tocata y fuga. Desaparece para siempre
de Culiacán. Antes de irse, unas declaraciones contra la Liga Mexicana llenas de rabia:
“Esto es una farsa. Hay muchos equipos que
juegan por nada; saben que incluso perdiendo
todos los partidos no van a bajar”. La portada
de El Debate reserva un breve espacio al “doble descenso de Dorados” (el filial del equipo
también baja de categoría), pero los titulares
se reservan para un tema habitual por esos lares: la sangre. “Con 36 ejecuciones se cierra el
recuento policíaco del mes de abril. Con esta
cifra suman ya 170 homicidios de alto impacto los registrados durante los primeros cuatro
meses del 2006”.
Realidad pura y dura para el último día de
Pep en Culiacán. Atziri Salazar Sandoval, una
joven de 15 años, muerta en una casa abando-
1
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nada; José Hernán López, asesinado a balazos
al tratar de frustrar un asalto en una farmacia
de la colonia Humaya. Muerte a palo seco. Es
el Culiacán way of life.
Y entonces surge el asunto, la pregunta que
nos ha traído hasta este rincón olvidado del
planeta: ¿Qué destino ingobernable empujó
a Guardiola hasta esta peligrosísima ciudad,
cuna de los más míticos líderes de los cárteles
mexicanos (Joaquín El Chapo Guzmán, cabeza del cartel de Sinaloa; el legendario Amado
Carillo Fuentes, Señor de los Cielos, líder del
de Ciudad Juárez; o Félix Arellano, número
uno del de Tijuana)? ¿Por qué carajo el mejor
entrenador del mundo pasó cuatro extraños
meses detrás de una pelota [foto 1] en el mismo
lugar donde arranca La Reina del Sur, la narconovela de Arturo Pérez Reverte? ¿Cómo demonios pasó Pep este breve tránsito por el infierno antes de tocar el cielo (y cantar el Viva la
vida de Coldplay entre título y título) desde el
banquillo azulgrana? Para eso hemos venido
hasta aquí. Para intentar comprender.
Tras las huellas de Pep. Quitémosle hierro al asunto. Bueeeno, vaaaale, aceptamos Culiacán como ciudad tropical a la verita del Pacífico. Finjamos que no tenemos ni idea de su
lado oscuro. Vamos a creernos a pie juntillas
lo que dice el folleto turístico. “Los ríos Humaya, Tamazula y Culiacán cruzan la ciudad
2
manteniendo un precioso entorno ecológico,
razón por la cual Culiacán es conocida como
La Ciudad Jardín de México”. ¡Hum, me gusta! Un mediodía tórrido al otro lado del cristal de la furgoneta, un trópico cuasiturístico.
Pongámonos en marcha.
Eliseo Martínez, El Chevo, fue el chófer personal de Pep Guardiola. En estos momentos,
ocupa el asiento del conductor, me lleva al Estadio Banorte de los Dorados. Me ha prometido un tour Guardiola “completico”. Habla sin
parar de él. Se deshace en elogios.
–¡Era un tipazo! Muy humilde, trataba a todo el mundo igual.
El Chevo, 42 años, fuerte acento, rechoncho, simpaticote, encarna todos los clichés sobre México. El humor de Cantinflas. Vicente Fernández entonando el “con dinero o sin
dinero”. Tequila. Las tijeretas de Hugo Sánchez. No calla.
–El Pep siempre me decía: “¡Qué onda pinche que tienes Chevo, yo quiero hablar como
tú!”. Y yo le respondía: “¡Órale, ¿pero hablar
cómo, guey?”.
Intento imaginarme a Pep riendo, diciéndole entre bromas: “Así, pinche Chevo”.
Mientras, sigo leyendo el folleto turístico.
La ciudad, enigmática/caótica, tras el cristal: “Existe una gran variedad gastronómica,
hermosas tradiciones y presas donde se puede practicar esquí acuático. Por esto, Culia-
cán es El Edén del Turismo”. Creo que lo voy
pillando. Una ciudad jardín (turística) que es
todo un edén. Llegamos. El estadio Banorte,
imponente, me sorprende. Chevo mejicanea,
campechanísimo.
–Este pinche estadio batió el récord de velocidad de construcción. ¡Lo levantaron solamente en dos meses, guey!
Entramos a los vestuarios. Huele a sudor. A
pies [foto 2]. Hay decenas de botas por el suelo. Paredes desconchadas. Y una esquina mega kitsch: cruces, un cuadro con una virgen, un
cutre Cristo de escayola, una vela encendida...
“Antes de los partidos, los jugadores se santiguan”, me dice El Chevo. ¿Se acordaría Guardiola del lujo del Camp Nou en este vestuario
que se desmorona?
Aparece entonces en escena otro personaje, Víctor Manuel Mesa, Gonzito, el “utilero”,
como él mismo se define [foto 3]. Un tipo muy
útil que igual limpia botas que lleva agua. Útil
Gonzito –22 años, gorra azul, ojos apagados–
guarda muy buen recuerdo de Pep.
–Nos ayudaba mucho, era muy gentil.
Chevo me explica que Pep se quedó chocado
cuando supo que Gonzito, el utilero, dormía en
el vestuario. Así, como suena, sobre una banqueta. Me explica que Guardiola le ayudó. Vamos hacia el césped.
–Mira, guey, me pongo chinito (o sea, que se
le erizan los pelos) al acordarme de Pep.
Se abre el telón: césped niquelao, verdísimo
bajo el ladrillazo de sol del trópico.
–¡Cómo entrenaba el cabrón! Se pasaba horas corriendo –dice el Chevo apoyado en la portería [foto 4].
Guardiola, en Culiacán, es recordado como
un deportista Robocop. Bienvenido Míster Pep,
claro que sí. Y como un ser humano de primera. Todos-toditos-todos le quieren. Las frases
de sus ex compañeros de cancha hablan por sí
mismas: “Es impresionante como persona y
la humildad que demostró, nos daba consejos
3
a los jóvenes”, (Carlos Hurtado). “Te podrías
imaginar que fuera mala onda, pero todo lo contrario, era el más tranquilo”, (Bernardo Sáinz).
“Fuera de la cancha se entregó al máximo desde la banca”, (Iván Guti Estrada).
Creo que el cutre-vestuario ya ha descojonado la atmósfera del folleto turístico. Fingí ser una ovejita crédula. Pero era un truco
narrativo. Soy periodista. Y antes escogí bien
mis armas: la entrevista exclusiva, sin transcribir, que me pasó la periodista Deicy García;
crónicas de la época; reportajes que he leído.
Y un buen puñado de sospechas/dudas. ¿Por
qué acusó Pep de corrupción a la Liga Mexicana? ¿De dónde salió la pasta para construir
un estadiote en una ciudad donde el deporte
rey es el béisbol?
Una aclaración previa. Imagina un país
donde los clubes son franquicias, donde los
empresarios compran marcas/equipos, se los
llevan a otras ciudades y les cambian el nombre. Imagina que alguien adquiere el F.C. Barcelona, se lo lleva a Madrid y lo rebautiza como
Sporting de la Meseta. ¡Y a jugar! En México
es así. La periodista Deicy García me explica el nacimiento del equipo de Culiacán, ese
edén turístico.
–El Dorados es una franquicia que se compró. Antes era el Zihuatlán de la Primera A.
Eustaquio de Nicolás, dueño de la constructora Homex, y Valente Aguirre anunciaron la
llegada de este equipo a Sinaloa.
Se convocó un concurso para renombrar
al Zihuatlán y se optó por los Dorados, peces
del Pacífico que “pelean fuerte y se resisten
a ser dominados; agresivos y voraces depredadores” (eso dice, al menos, la Wikipedia en
su entrada sobre el equipo). El 9 de agosto de
2003, la ciudad que antes perdía el sueño por
un equipo de béisbol –el Tomateros–, de golpe y porrazo, se hizo fan del balompié. Dorados ganó su primer partido en casa, por 4 a 2,
Conseguimos hablar
con El Chevo, quien
fue chófer personal
de Guardiola durante
toda su estancia en
Culiacán. “El Pep
siempre me decía:
‘¡Qué onda pinche
que tienes, Chevo,
yo quiero hablar
como tú’. ¡Era un
tipazo! Muy humilde,
nos trataba a todos
por igual. Me
pongo chinito al
acordarme de él”
El vestuario del
Dorados huele a
pies. Las paredes
están desconchadas
y hay una esquina
mega kitsch con
cruces, vírgenes,
velas encendidas
y un cutre-Cristo
de escayola. Me
dicen que el utillero,
a veces, duerme
ahí. Parecen las
antípodas del lujo
del Camp Nou
4
m a r z o 2 0 1 0 e s q u i r e 125
Culiacán es la cuna
de los principales
líderes de los
cárteles mexicanos.
Aquí es donde, por
ejemplo, arranca
La Reina del Sur,
la ‘narco-novela’
de Pérez-Reverte.
Un lugar donde
los diarios hablan
de ejecutados con
bragas en la boca y
cabezas cortadas
dentro de cajas
Guardiola vivió
durante los cuatro
meses que jugó en
Sinaloa en una
suite del ‘lujoso’
Hotel Lucerna
(a 160 euros la noche).
Tras llorar un poco,
nos dejan verla.
Nada del otro mundo.
Grande, amplia,
ventanales al río y,
en una esquina,
una bici estática
5
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a las Cobras de Ciudad Juárez. Sorprendentemente, un año después (15 de agosto de 2004),
Dorados se estrenaba en la Primera División
de México.
¿Y de dónde salió el dinero? Deicy García
prefiere no hablar del tema. Lo narco (aunque
sea mera sospecha) es tabú en Culiacán. El único que se pone el dedo en la llaga es Bernardino Chávez, experto en corrupción y fútbol.
Hace unos meses afirmó a la revista Tiempo
que la cantidad del fichaje de Guardiola nunca
estuvo del todo claro. “Nadie sabe lo que pagaron por Guardiola ni de dónde salió la lana
(dinero). Las condiciones eran desfavorables
para Dorados, pero lo trajeron”.
Homex, la constructora dueña de la franquicia/equipo, es un imperio. Podría bastarle con
dinero legal. Esta empresa, según su web, es
líder en México con presencia en 21 estados
y 34 de las ciudades más importantes del país. Fundada hace 20 años en Culiacán, ha brindado hogares a más de un millón de mexicanos. Edson Velázquez, jefe de prensa de Dorados, pasa de mí cuando intento hablarle del
tema. “¿Contrato, qué contrato?”.
Alto en el camino. Este reportaje necesita
ahora un flashforward. Es decir, un salto hacia el futuro. Tres meses después de realizar
este Guardiola-tour en Culiacán, consigo una
cita con Juan Manuel Lillo en el Polideportivo de la Elipa de Madrid. Lillo, actual técnico del Almería –y antes del Hércules, Zaragoza o Real Sociedad– tiene mucho que ver en
esta historia. Él era quien entrenaba al Dorados en aquellos tiempos y él fue quien convenció a Guardiola para fichar por los de Sinaloa.
Charla con entusiasmo de aquella época. Eso
sí, de vez en cuando, insinúa que lo que dice
es off the record.
–Mira, la cantidad del fichaje no era para
tanto. Pep vino a jugar por mí, no por dinero.
Es cierto. Guardiola siempre ha declarado su
admiración y amistad con el técnico vasco.
–Él sabía que venía al fin del mundo, que
no había vestuarios en el campo de entrenamiento... La llegada fue bastante dura. Ahora
hablarán bien de nosotros, pero nos recibieron muy mal.
El vasco recuerda que la prensa trató con
indiferencia el aterrizaje de Pep. Ni una portada. Nada.
–Al principio todo eran sospechas. Decían
que venía por la pasta, que Sinaloa era como
un cementerio de elefantes, como una jubilación de oro –comenta irónico.
Pep llegó tocado. Tenía 35 años y una acusación italiana de dopaje (la prensa mexicana resucitó aquel escándalo, de 2001, cuando
el hoy entrenador del Barça jugaba en las filas del Brescia).
–A lo mejor fue por el hecho de ser extranjeros –matiza Lillo–. No sé, rápidamente vieron que Pep no venía en plan estrella y que como persona era espectacular.
Después de esquivar la cifra de su contrato
y la presunta sombra narco, Lillo despotrica
contra la Liga Mexicana. Y mucho.
–Misteriosamente, San Luis, nuestro rival,
ganaba a América y Necaxa, siendo muy inferior. Ambos, dominados por Televisa…
Lillo se calla. Aquí debería ir una frase bomba. Pero entiendo que es un off the record y prefiero apagar la grabadora.
El técnico vasco recuerda perfectamente
cuando el 29 de abril de 2006, tras empatar
con Pumas, descendieron a Segunda.
–Lloré mucho. Tras el mejor historial de Dorados, nos descendieron. Pep se indignó tanto que se fue. ¿Y cómo vivía Pep? Fin del flashforward.
Volvemos a la ruta Guardiola, a la furgo del
Chevo, a su verbo bailarín, guey. Ponemos rumbo al hotel Lucerna, hacia sus lujosas habitaciones. Allí fue donde Guardiola vivió esos cuatro meses. Mientras atravesamos el tráfico,
ojeo el Lai, un diario popular de Culiacán. La
historia de portada es la leche: “Masacre con
AK-47 (o sea, Kalashnikov): acribillan a tres
individuos frente a un centro comercial. Hasta cien casquillos se recogieron en el lugar de
los hechos”.
Mientras nos acercamos al hotel, repaso El
fútbol y el narco en Sinaloa, el libro de Bernardino Chávez. Estoy en el papel de periodista
tocapelotas, lo sé. Pero quiero saber por qué
Pep Guardiola vivió cuatro meses en una de
las ciudades más jodidas de México y de toda América. Uno de los capítulos arranca en
los años sesenta, cuando se desarrolló un romance épico entre el narco y el fútbol. El libro
habla de Félix Torres García, el primer narco
que financió a un equipo local, el Unión Tierra Blanca (UTB). También recuerda un enfrentamiento, en mayo de 2006, el mes de la
huída de Guardiola, en la colonia 21 de Marzo. Dos grupos de narcos se encontraron en la
cancha mientras jugaban los equipos Establo
Lechero y Deportivo Monzón. Los gatilleros
se liaron en una balacera.
¿Y qué pensaba Guardiola de la violencia
de la Culiacán narco? ¿Tenía miedo el de Noi
de Santpedor?
–No hablaba del tema –me dice El Chevo
quitándole hierro al asunto–. Si no te metes
en nada raro, aquí se vive bien. Además, esa
época fue tranquilita...
Y tiene razón. 36 ejecuciones en un mes (cifras de aquel abril 2006) es una niñería en Culiacán. En octubre de 2007, por ejemplo, murieron 76 personas ejecutadas. Algunos meses,
cien. Más de 8.000 narco-asesinatos en las últimas tres décadas. En la era Guardiola, la ciudad
bang-bang, la cuna de los narco-ídolos, no estaba tan desbocada como ahora. Desde mayo de
2008, el ejército ha tomado las calles de Culiacán como si fuera Irak. Guerra total al narco.
La situación no deja de resultar algo surrealista. ¿Cómo encajaría un jugador con una Co-
pa de Europa y seis Ligas (entre otras joyitas)
a sus espaldas en un edén turístico donde aparecen muertos con bragas en la boca (de mujeres con dueño) y cabezas cortadas dentro de
cajas? Juanma Lillo, en otro flashforward, nos
lo deja claro: “La leyenda de Culiacán es cierta. Puede llegarte una bala en cualquier momento. Pero también puede ser un lugar tranquilo. No hay que exagerar”.
OK. No estamos dentro de un folleto turístico. Pero tampoco en Gomorra.
Entramos en el hotel Lucerna, la ex casa
de Pep. En recepción, no quieren decirnos en
qué habitación estuvo. Sólo lo harán si el gerente o el supra lo autoriza por escrito. Pongo el plan B en marcha y empiezo a pronunciar “zetas” (zapato, zócalo, zorro) a destajo.
“Si es que vengo desde España, zabe ustez, zólo para ezto, zoroastro...”.
Funciona. Al final, Célia Ávilez nos confiesa que estaba hospedado en una Junior Suite
por 3.000 pesos diarios (unos 160 euros), nada del otro mundo. Unas “zetas” más adelante
consigo que me enseñen la habitación de Pep
[foto 5]. Grande, amplia, ventanales al río, bicicleta estática. El Chevo me dice que Pep “no
salía del aire acondicionado”. Normal. En verano la media ronda los 35º y la máxima puede llegar hasta los 45º.
El tour Guardiola continúa por un salón bonito con suelos de mármol. Ahí desayunaba
Pep. Consigo hablar con Octavio Quiros Cárdenas, uno de los camareros habituales de Pep.
Pocas sorpresas. Vida sana. Mucha fruta. Papaya con miel. Queso Cottage.
–Dejaba muy buenas propinas, un caballero –matiza Octavio.
El Chevo, ya en el coche, pone rumbo a La
Cocinita del Medio, el restaurante favorito del
azulgrana.
–Nunca le faltaba el buen vino, y eso tan malo que os gusta a los españoles, jamón serrano [risas].
José Luis Bracamonte, dueño de La Cocinita
del Medio, una fonda populachera, completa
un retrato robot de futbolista de ineludible paladar mediterráneo: “Todas sus comidas eran
con vino tinto”. Comía, eso sí, de todo. Quesadillas, tacos, guacamole...
Antes de despedirnos, El Chevo me lleva a la
antigua casa de Juan Manuel Lillo, en la calle
Luis de la Torna, otro de los epicentros sociales de Pep en Sinaloa.
–Se pasaban horas los dos viendo partidos
de fútbol. También hablaban por Internet con
gente de Europa. Me presentaban a Menotti,
a Valdano, a Cruyff –dice el Chevo (quizá tirándose el pegote).
Intento imaginarme el Corolla Sedán de Pep
aparcado en la puerta y la troupé española (Lillo, Raúl Canela –el segundo entrenador– y Javier Gimeno –su fisioterapeuta–) reunida alrededor de un partido de fútbol, ignorando las
balas de Culiacán. Y la familia de Pep, Cristina
(su mujer), María y Marius (sus hijos), mientras tanto, en la burbuja de aire oxigenada de
la casa-hotel. Café Miró. Culiacán la nuit. Taxi-excursión
hasta la colonia Chapultepec, rincón pijo de
la urbe. Todos los caminos me llevan a Rodolfo Giménez, dueño del Café Miró, uno de los
pocos amigos que Pep hizo en Sinaloa. Culiacán, al otro lado de la ventana, me muestra su
lado más opulento. Concesionarios de coches
de lujo. Audi, Mercedes, Porsche. Y lujosas
furgonetas Hummer por un tubo. Si quisiéramos seguir siendo malvaditos rescataríamos
anécdotas de la narco vida de Culiacán, órale, limusinas blancas a media tarde, coches de
carreras de la Nascar volando a velocidades
supersónicas. Y por qué no, camino del Café
Rodolfo Giménez
es el propietario
de Café Miró, uno de
los restaurantes a los
que solía ir Pep a cenar.
“Hablábamos de todo
menos de fútbol; arte,
viajes, libros... Hasta
me regaló un libro,
Soldados de Salamina”
Miró, sonaría un buen narcocorrido, como el
diablo manda: “Señor Alfredo Beltrán/esperamos su regreso/el viento me huele a sangre/ va
a correr mucha”.
La Ciudad Gatillo, sus mil y una historias que
no contaremos, amenazan la crónica. Por algo
Pérez Reverte se inspiró en un caserón de la
colonia Chapultepec (la misma donde Guardiola tomaba cafecitos) para ubicar a la despiadada Teresa Mendoza Chávez. Y es que
algunas mansiones de este pijo-barrio están
vacías (esto me lo cuenta Elmer Mendoza, el
narco-escritor por excelencia, autor de Balas
de plata), pero en realidad son usadas por los
traficantes como centro de operaciones. Los
narcos veneran en Culiacán a un santo ilegal,
Malverde, una estatuilla bigotuda que la Iglesia Católica no reconoce. El batallón de infantería tiene requisadas cientos de pistolas con
incrustaciones de oro y diamantes. Más madera que es la guerra. Menos balas, que era el
fútbol, joder.
Rodolfo Giménez me hace esperar. Ambiente cool. Paredes con cuadros. Aroma de café.
Ahora sí, es la hora de Pep.
–Hablaba de todo menos de fútbol. De libros, de arte, de viajes...
Rodolfo es un cincuentón educado y amable.
Recuerda que Pep, a quien le gustaba “el ambiente populachero pero tenía gustos refinados”, le regaló una novela española. Soldados de
Salamina. Solían hablar largo y tendido. Confirmado: nada de violencia. Ni de narcos.
–Sabía que estaba de paso. Sí despotricaba contra el sistema, contra la corrupción. No
confiaba en la Liga Mexicana –matiza.
Rodolfo habla “del sufrimiento” de Pep, de
lo duro que era todo.
–Aquí, hasta el sol de la playa es duro. La
sociedad es dura. Los rivales hacían jugar a
Dorados a las tres de la tarde, a 42ºC. A veces,
Pep vomitaba.
Recuerda el partido contra Jaguares de
Chiapas. Fecha, 22 de abril de 2006. Tiro de
hemeroteca. Minuto 6, Pep lanza un libre directo, Andrés Orozco engancha un cabezazo
mortal. 0-1. Minuto 21, otro libre directo, Pep
chuta y consigue su único gol en México. Jugaron, sufrieron, ganaron. Rodolfo se gira de
repente. Y le pregunta a bocajarro a un joven
de una mesa contigua.
–¿A que en estas tierras, todo el mundo tiene un amigo o conocido narco?
Se enzarzan en una charla amena. Hablan de
la sierra de Sinaloa donde se empezó a plantar
adormidera para producir opio para las tropas
americanas durante la Segunda Guerra Mundial. Hay marihuana a mansalva. Charlan de la
coca que llega de Colombia. Y de muertos, del
terror diario. Ahora Rodolfo, mirándome, habla de la brusca historia de Sinaloa, de “tribus
guerreras, bravas, que resistían tenazmente a
los conquistadores”.
Me redondea el perfil de Pep. Reservado. Tímido. De pocos amigos. Humilde. Atento. Culto. Familiar. Y poco más. Humano, demasiado humano. Tercera cerveza. Noche cerrada.
Rodolfo se ofrece a llevarme a mi hotel. Dentro de la furgoneta, con Culiacán oscurecida/
dormida, habla con confianza.
–Que nunca olvide que antes de ser entrenador del Barça pasó por estas tierras bárbaras. Algo aprendería.
La crónica podría acabar aquí. O con otro
flashforward, con Eva Montero, la psicóloga deportiva española, afirmando que el paso
por Culiacán, seguramente, reforzó la mente
de Pep: “Pudo haber aprendido a lidiar con la
frustración. También cómo resolver problemas en relaciones de grupo”.
También podríamos concluir con maldad,
nocturnidad y alevosía, recordando los titulares policíacos del día del único gol de Pep: “Asaltante mata a joven que lo perseguía”. Pero practicaremos el fair play con el pasado, con
Pep, aquel gentleman mediterráneo del México narco. Y le dejaremos hablar, en su única
entrevista concedida para la prensa de Sinaloa, en el vestuario del purgatorio, mientras
espanta moscas (literal) con la mano:
–Me gusta planear la vida, pero ésta te sorprende, y te lleva a cosas que no esperas. Más
adelante no sé qué va a pasar, no sé que voy a
hacer en los próximos años.
José Alfredo Jiménez “Rodar y rodar”
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