CONCLUSIÓN A lo largo de estas páginas hemos andado un intenso y quizás largo camino de aprendizaje, que para mí comenzó hace más de dos años cuando, sin proponérmelo, me aficioné a la honda. Camino que me llevó a conocerla en toda su dimensión: su manejo, su construcción y su historia a lo largo de todas las épocas y lugares. Camino que se ha prolongado después al sentir el deseo de transmitir, o al menos de reunir y conservar en este libro y en el precedente, todos estos conocimientos. Cumplida la tarea, casi sin darme tiempo al descanso, y viendo el camino recorrido desde aquel primer día de verano en que construí una rudimentaria honda para pasar el rato, me pregunto qué es lo que me atrajo con tanta intensidad hacia su práctica. Las cosas que nos influyen suelen ser muy sencillas, pero nos alcanzan muy adentro. Creo que a todos los niños de nuestra cultura cristiana les ha calado el relato bíblico de David y Goliat, transmitido como una enseñanza arquetípica y que forma parte de nuestra manera de sentir. El muchacho pastor, tocado de la gracia divina, derrota al gigantesco y temible Goliat con la habilidad de su honda. La humildad, fortalecida por la seguridad que le infunde su espíritu religioso, vence a la soberbia del gigante. ¿Qué muchacho no se sentirá tocado en lo más íntimo por este relato? Quizás todos llevamos dentro un muchacho hondero olvidado. Esa fascinación por la inspiración interior que guía la mano de David, sacada de su contexto religioso, es lo que creo que me atrae intensamente hacia la honda. Siendo el arma más sencilla, está dotada sin embargo de la magia de la precisión. El atractivo que tiene poder llevarla sin estorbo en un rincón del bolsillo, la abundancia de sus proyectiles en cualquier lugar y obviarse así su transporte, incluso la potencia de su disparo, no serían nada especial si no estuvieran acompañados del secreto de su precisión. La fascinación por la honda es la fascinación por la puntería desnuda; desnuda de artificio, de mecanismos de precisión, de técnica. Las armas modernas, incluso las antiguas que han sobrevivido a través del deporte, como el arco, están llenas de mecanismos diversos, de sistemas de puntería, de disparadores supersensibles, de contrapesos, etc. Nuestra cultura altamente tecnificada ha desmenuzado sus partes mejorándolas y potenciándolas al límite; pero además ha desmenuzado y analizado la manera de usarlas, haciendo de la disciplina del tiro un conjunto de procedimientos y técnicas que aplicadas con un control meticuloso garantizan acertar en el blanco a voluntad. Es necesario hacer conscientes todos los movimientos y condiciones precisas que deben tener lugar para asegurar el control de la puntería. Por otro lado se trata de armas que se basan en la acumulación estática de la energía; la pólvora o la tensión del arco portan la energía que habrá que liberar en el disparo. Sistemas sofisticados de precisión "cazan" el blanco antes de disparar; ya sólo es necesario controlar nuestro pulso, nuestro cuerpo, para no perder las miras y actuar suavemente el delicado mecanismo del disparo. Todo se vuelve control, esfuerzo consciente, voluntad. La tiranía del Yo sobre nuestro organismo es la clave del éxito. En la honda no hay energía acumulada; hay que generarla en el instante del disparo. No hay sistemas de puntería, sólo el ojo que penetra el objetivo. No precisa quietud ni es posible ningún control minucioso de nuestro cuerpo, pues se dispara en movimiento; solo requiere relajación dinámica, naturalidad de movimientos. ¿Dónde están entonces los mecanismos de precisión de la honda? La respuesta me la dieron siendo niño, escondida en el relato de David. El mecanismo de precisión de la honda está en el interior del hondero. Estaba dentro de David, y su inspiración religiosa lo movilizaba. Los sentimientos de tipo "religioso", o mejor místicos, como el de perfección, de veneración, de entrega a un destino, de comunicación con lo intenso del hombre, esto es, con lo "divino" del hombre, movilizan una serie de recursos y afinamientos que trascienden las posibilidades cotidianas. El interior del hondero, dotado de ese maravilloso poder de la precisión, escapa a su conciencia. Es demasiado sutil y rápido para poder controlarlo. Sólo es preciso saber comunicarse con él. Esa comunión entre la conciencia del hombre y el fondo mágico de su inconsciente proporciona una experiencia gozosa y enriquecedora: la de saber que tenemos algo dentro extraordinariamente perfecto e intenso y que podemos emplearlo. Este es el camino de la honda, el de la comunicación y armonía con nuestro interior inconsciente. Es un camino más largo, pero sus logros son muy superiores; más intenso, pero menos cansado; más difícil, pero más simple. Y sobre todo, es un camino gratificante, gozoso y mágico. 1