SISTEMA EDUCATIVO DEMOCRÁTICO Amador Guarro Pallás Decano de la Facultad de Educación Universidad de La Laguna. Tenerife Compartimos la propuesta de Ashenden, Blackburn, Hannan y White (1988) sobre un sistema educativo democrático, que se caracterizaría por ser: igual, común y público. La finalidad más importante sería la de favorecer la igualdad entre el alumnado que acceda a dicho sistema y unas relaciones auténticamente democráticas entre todos sus miembros. Sin embargo, conviene aclarar lo que entendemos por igualdad, ya que debería contemplarse desde tres perspectivas, cuyo logro serviría para valorar la calidad democrática del sistema. Así, proponen considerar una igualdad de acceso, una igualdad de éxito, y por último, una igualdad de utilidad. La igualdad de acceso se refiere a la posibilidad de que todos los ciudadanos en edad escolar obligatoria dispongan de una plaza gratuita en el sistema y las mismas oportunidades para acceder a ella. Ello implica la dotación de suficiente profesorado, edificios y recursos materiales. Este tipo de igualdad es el primer objetivo de cualquier sistema educativo democrático y, en nuestro país así como los de nuestro entorno cultural, puede decirse que es un logro ampliamente conseguido. No obstante, sería deseable que ese acceso universal a la educación gratuito se extendiera también a la Enseñanza Infantil, como parece que va a ocurrir por la vía del descenso demográfico. En cualquier caso es un logro del que todos debemos felicitarnos. Sin embargo, desde posiciones conservadoras se está intentando limitar esta igualdad de acceso mediante el demagógico lema de la libertad de elección de centro, que en realidad lo que viene a plantear es no tanto que cada familia pueda elegir el centro que quiera para sus hijos, sino más bien que cada centro, sobre todo los concertados al cien por cien y tal y como se controlan ahora, puedan elegir el alumnado que quieran, para demostrar después que esa red de centros es más efectiva que la de titularidad estatal. Lo que no se tiene en cuenta en esta comparación es que los centros públicos tendrán que admitir, como ya ocurre, a todos los alumnos que lo soliciten, a no ser que, como también está ocurriendo, asuman la lógica de la competitividad para aparecer mejor situados en los rankings que establezcan las evaluaciones públicas o privadas que se realicen del sistema. Hecho que provocaría una situación bastante kafkiana: centros públicos de primera, de segunda o de tercera categoría. La igualdad de éxito es un peldaño más en la democratización del sistema. Supone que no todo el alumnado debería cursar exactamente los mismos estudios, sino que el sistema debería considerar igualmente valiosas las diferencias entre curricula, siempre y cuando los objetivos previstos fuesen equivalentes. En última instancia, este tipo de igualdad exigiría que la titulación obtenida al finalizar la escolarización obligatoria fuese igualmente valiosa socialmente. Por ejemplo, el alumno A puede haber cursado un currículum estructurado en torno a ciencias naturales, física, química, matemáticas, inglés, etc., y el alumno B otro currículum en torno a dibujo, expresión artística, diseño, literatura, música, etc. Al finalizar sus estudios, ambos obtendrían la misma titulación: graduado en educación secundaria. La consideración igualitaria de ambas titulaciones no sería tanto un problema del sistema educativo, sino más bien de la propia sociedad, que mantiene aún una visión excesivamente jerarquizada del conocimiento y de las titulaciones que lo acreditan. Por último, aunque cualitativamente quizás sea la más importante, sobre todo, desde el punto de vista de la diversidad cultural, hablamos de una igualdad de utilidad. Se refiere a que los aprendizajes desarrollados durante las enseñanzas obligatorias resulten igualmente útiles culturalmente hablando a todo el alumnado. Esta característica es especialmente crítica en la valoración de un sistema educativo porque afecta a su calidad democrática. No es suficiente con garantizar el acceso a toda la población ni que el valor de la titulación obtenida al final sea equivalente. Todo ello, con ser importante, no garantiza la calidad del sistema en términos democráticos. Es más, puede ser la excusa para no seguir mejorando el sistema: ya hemos garantizado una plaza escolar para todos, ahora ya es cuestión del esfuerzo que haga cada uno. Desde nuestro punto de vista, si no se profundiza en la igualdad de utilidad podemos quedarnos en un sistema formalmente democrático pero generador de un proceso selectivo de la población que avale la construcción de una pirámide productiva profundamente injusta. El reto es que cada persona que se acerque al sistema educativo encuentre la misma utilidad a lo que en él aprende independientemente de sus expectativas y destino social. Si el sistema sólo sirve realmente a los que van a seguir un determinado camino, preferentemente hacia la universidad, y desprecia a los que por sus características individuales o sociales vayan a seguir otro camino distinto, el mundo del trabajo manual, entonces ese sistema no puede considerarse democrático. No sólo porque no da satisfacción a las necesidades, intereses, expectativas, etc., individuales, sino también porque socialmente está contribuyendo a la sobrevaloración de un tipo de cultura especialmente elitista sobre cualquier otra, además de no colaborar a una mejor consideración social de la cultura manual, rural, etc., tan necesarias o más como la otra para desarrollar un tejido productivo y social más democrático. Otra característica de un sistema educativo democrático es la de ser común para todo el alumnado. Ello significa un mismo currículum para todos y una misma red de escolarización. Antes que nada, queremos matizar que la exigencia de un currículum común no quiere decir exactamente el mismo currículum para todos. La idea se refiere a un currículum que ofrezca un conjunto de aprendizajes equivalentes en cuanto a su valor cultural. Porque, independientemente de que se prescriba una determinada selección cultural (por ejemplo: currículum base), es imposible asegurar que se desarrolle de forma idéntica en todos los contextos educativos. No sólo es imposible, también es indeseable. Cada centro y su comunidad educativa deben tener la suficiente autonomía para reconstruir ese currículum común es función de su contexto sociocultural y económico, sus concepciones pedagógicas, sus capacidades profesionales, etc. Todo ello, eso sí, con el conveniente control público del que más tarde hablaremos. Además, ese curriculum común debe hacerse compatible con la idea de igualdad de utilidad que apuntábamos más arriba. Es decir, hay que reconstruirlo también con la intención de que cada alumno y alumna, o grupo de ellos, pueda interactuar de diferente forma para obtener los mismos resultados o, al menos, equivalentes en términos culturales. La idea de un currículum común ha estado chocando desde siempre con la contrapropuesta de carácter liberal de un currículum diferente para alumnado diferente. O lo que es lo mismo, perseguir la igualdad de resultados que pretende el currículum común, o la "igualdad de calidad para cualquiera de las vías de educación o formación que el alumno elija, en consonancia con sus aptitudes y con sus preferencias personales" (LÓPEZ RUPÉREZ, 1997) . Está claro que las ideologías conservadoras se están apropiando del lenguaje que un día fue patrimonio de las fuerzas de progreso y, con mucha habilidad, le están dando nuevos significados que, convenientemente empaquetados, se venden con una facilidad pasmosa. Lo que contrasta con las dificultades de hacer comprender y convencer con argumentos de gran calado de justicia social. El pensamiento único también ha acogido en su seno la teorización sobre la educación, como no podía ser menos. Y esto ocurre no sólo entre la ciudadanía en general, también entre los profesionales de la enseñanza. Cada vez más, cunde la idea entre el profesorado, especialmente el de Secundaria, de que cada alumno tiene sus capacidades y sus posibilidades, que mantenerlos a todos juntos durante tanto tiempo perjudica a todos, especialmente a los más débiles, que lo mejor es que cuanto antes cada cua escoja su camino... Sin embargo, esta versión neoliberal de la comprensividad oculta varios problemas de fondo que conviene denunciar: · Renunciar a un curríulum común significa eludir un debate público y permanente sobre el sistema educativo. Como cada uno ya tiene lo que quiere, no cabe mayor discusión al respecto. Lo cual acaba por otorgar legitimidad a la propuesta sin que sea debatida, ni controlada públicamente. · Sustituir la igualdad de resultados por la igualdad de calidad de las vías de escolarización nos remite al viejo lema del appartheid de "escuelas de calidad para todos, pero blancos y negros separados". Es decir, supone perder una de las pocas oportunidades que tiene esta sociedad de que sus ciudadanos, todos ellos, compartan y construyan un núcleo cultural común, capaz de permitir la comunicación y la relación entre todos los grupos sociales. · La denominada igualdad de calidad, aún por demostrar su factibilidad porque hasta ahora lo único que ha generado es una mayor desigualdad entre las distintas vías de escolarización, da por supuesto que cada alumno y alumna elige la vía de escolarización que más le gusta, la que más se adapta a sus características, etc. La realidad es que el criterio de elección está absolutamente limitado al contexto sociocultural y económico de procedencia. Lo que supone que si admitimos la sustitución de la igualdad de resultados, que implica un currículum común, por la de calidad, estamos condenando a cerca del 60% de la población escolar a una escolarización encaminada a reproducir su origen social o al menos con muy pocas posibilidades de promoción social. · Al no entrar en el debate sobre un currículum común, lo mezcla todo consiguiendo un efecto muy llamativo: a cada cual según sus deseos y capacidades. Porque esa idea no la niega nadie, el problema es que se desarrolle integrando las diferencias en el currículum común y no en lugar de dicho currículum. Por último, cabría comentar la característica de público. En este sentido habría que establecer, al menos, dos vías de debate: el de la titularidad y el del control. En cualquier caso, de lo que se trata es de asegurar que el sistema esté abierto al debate público, tanto por parte de la ciudadanía en general como de sus profesionales en particular. Es una cultura que debe arraigar en todos los miembros de la comunidad educativa, especialmente entre el profesorado, de modo que sea natural explicitar, hacer público para su contraste, el proyecto cultural (=curricular) que se ofrece. El profesorado ha de asumir que presta un servicio público y que la transparencia debe ser un derecho y un deber asumido por todos. Cualquier discusión y actualización del tema no sólo debe impedir que esta idea se soslaye, más bien ha de procurar enfatizarla y utilizarla como su guía. Yo creo que desde posiciones progresistas se debe hacer un esfuerzo por repensar en términos actuales la idea de la titularidad de los centros públicos. Aferrarse al principio de que para que un centro sea público, la titularidad sólo puede corresponder al Estado me parece una actitud dogmática y estéril. Tal es así, que en nuestro propio contexto ya se ha planteado el debate ( ) y hay voces (SOTELO, 1996 ) que proponen distinguir entre público, estatal y privado. Considerando como públicos a los centros cuya titularidad corresponde a la sociedad civil, pero asumiendo la participación democrática de la comunidad educativa, los controles y exigencias de los estatales. Lo estatal correspondería a la idea de centro público actual, es decir, de titularidad estatal. Y por privado, aquél cuya propiedad pertenece a un civil que no se somete a ningún tipo de control democrático y que renuncia a prestar un servicio público, más bien representa una inversión que debe producir beneficios. En nuestro entorno cultural, concretamente en Holanda, ese es el modelo que funciona de tal forma que los centros privados y estatales representan un 5% cada uno, mientras que los públicos, en el sentido anteriormente expuesto, suponen el 90%. Claro, que un colegio público holandés ha de admitir al alumnado de la zona, no puede cobrar bajo ningún concepto a su alumnado más de 7000 pesetas al año, etc. Este modelo ha favorecido la aparición de colegios de titularidad religiosa (católicos y protestantes, preferentemente), si bien la religión en ese país se entiende de otra forma que aquí, sobre todo con relación al Estado y a la intervención política. Pero también ha permitido el desarrollo de movimientos pedagógicos de corte progresista (Escuelas Montessori, Freinet, etc.). En ese país el problema se plantea a otro nivel: el del control. Es decir, el sistema de evaluación externa para determinar la calidad de los resultados de aprendizaje del alumnado. Efectivamente, la otra vía de discusión es la del control. Un logro de las ideologías progresistas es asociar lo público a la idea de control democrático. Es decir, cualquier servicio público lleva implícito su control democrático. El problema es cómo se establece ese control, por quién y para qué. En relación con el sistema educativo, el control debe establecerse a tres niveles: central y autonómico, es decir, nivel político; centro y aula. En cada uno de esos niveles se debe producir la participación de todos los sectores implicados y su finalidad no debe ser otra que la mejora del propio sistema. Cualquier otra utilización del control introduce siempre efectos perversos que atentan contra la naturaleza democrática del sistema. Plantear aquí un debate con detenimiento sobre el control del sistema excede con mucho la pretensión de este trabajo. Sólo quiero manifestar la gran dificultad que entraña la evaluación del sistema en el nivel político -Estatal y Autonómico- para la construcción de una cultura democrática. El problema es que ese nivel de control tiene que ser externo porque es ejercido por agentes externos a los centros. Como tal control externo se tiene que limitar a resultados y, además, constatables fácil y rápidamente, o sea, mediante pruebas de lápiz y papel. Este tipo de resultados, no sólo desconoce los procesos desarrollados, sino que se centran en un único tipo de aprendizajes, precisamente aquéllos más tradicionales -aprendizajes instrumentales básicos en lengua y matemáticas y contenidos conceptuales de ciencias sociales y naturales. Por último, desconoce también, porque no puede controlarlos, los aprendizajes tanto procedimentales como los relacionados con valores, actitudes y normas, es decir, los más importantes desde el punto de vista de una cultura democrática. Este hecho produce el efecto de cualquier examen final, tipo reválida o selectividad: que dictan el currículum que se desarrolla realmente, en contra de las prescripciones realizadas por el currículum base. Es decir, tanto el profesorado como el alumnado asumen tácitamente que lo más valioso es lo que te permite aprobar ese examen externo, con lo cual cualquier otro tipo de aprendizaje carece de valor. Es la forma más sutil y eficaz de eliminar el currículum básico sin necesidad de promulgar ningún decreto que desvele las verdaderas intenciones de la administración central o autonómica. Con estas notas hemos querido establecer una base de diálogo y de debate que nos permita avanzar sin complejos hacia la construcción de un sistema educativo democrático actual, justo y solidario.