Cómo debemos asistir a la Misa La Liturgia, dice el P. Cavagna, “es el conjunto de los actos de culto, cuya finalidad doble no es otra que honrar a Dios y santificar a las almas” y el litúrgico por excelencia es el Santo Sacrificio de la Misa. Ésta nos recuerda la obra grandiosa de la redención humana, y en ella a diario se reproducen dos de los más sublimes hechos de la vida de Jesús: la transformación del pan y del vino en la persona del mismo Salvador, y el sacrificio realizado en el Calvario: aunque aquella transformación sea hoy el sacerdote quien la efectúa por mandato del Divino Maestro: “Cuantas veces hiciereis esto, lo haréis en Memoria mía”; y por más que hoy sea incruento el sacrificio, esto es, sin que haya un derramamiento nuevo de sangre. El Concilio de Trento precisamente declaró: “En este divino sacrificio que se realiza en la Santa Misa se contiene y se inmola el mismo Cristo, quien se ofreció como víctima sangrienta sobre el altar de la Cruz”. (Ses. XXII, Cap. II). Es decir, que quien asiste a la Misa debe hacerlo, con el mismo recogimiento, con el mismo respeto, con la misma humildad con que los Apóstoles del Redentor lo vieron tomar en sus manos el pan, bendecirlo, dividirlo y distribuirlo entre ellos, al mismo tiempo que les decía: “Tomad y comed, porque este es mi cuerpo”; y bendecir luego el vino y distribuirlo igualmente, agregando: “Bebed todos de él porque esta es mi sangre...” Debe asistir con el mismo dolor, con la angustia misma, con que María Santísima y Juan, el Apóstol bien amado de Jesús, presenciaron el desgarramiento de las carnes del Redentor, su crucifixión su agonía y su muerte. Suelen los cristianos acudir a la Misa no sólo sin preparación espiritual; sino en los días en que la Iglesia los obliga a ello, como quien va forzado y por necesidad. ¡Qué error tan grande! El Ara y los altares Ya la Sagrada Escritura recomienda que antes de orar, preparemos para ello nuestra alma; (Ante orationem, praepara animam tuam. Eclesiástico, XVIII, 23) pues, ¡qué diría si hubiera de recomendar la forma y manera en que debemos presenciar la renovación del sacrificio del Calvario! Para que nos demos mejor cuenta de cómo la Iglesia ha venido cuidando de todos y cada uno de los elementos materiales y espirituales que han de servir para la celebración de la Misa, conviene dar una brevísima idea de todos ellos. El altar, o alta ara es el lugar, la mesa en donde la misa se celebra. Se cree que los primeros altares que se usaron por los cristianos fueron de madera si se toma en cuenta que aquellos debían ser móviles, a causa de las persecuciones de que los discípulos del Salvador fueron objeto desde que Jesucristo fundó su Iglesia. Terminadas las persecuciones, los altares comenzaron a formarse de piedra, y aún de metales y joyas preciosas. Finalmente, la Iglesia resolvió que el altar propiamente dicho, el ara de sacrificio, fuera de piedra, sin duda tomando en cuenta la enseñanza del Apóstol San Pablo a los Corintios: que “la piedra era Cristo”, o lo que es lo mismo: que el Hijo de Dios, sacrificado en el Gólgota es la piedra fundamental de nuestra fe, de nuestra vida, si ésta ha de estar desarrollada conforme a las enseñanzas del Divino Maestro. Y desde entonces el ara es una piedra natural, consagrada por un Obispo, o por Abad facultado para ello por la Santa Sede, piedra en la cual se practica una pequeña cavidad, que recibe el nombre de sepulcro; y en ella se depositan reliquias de mártires, que se cubren con una pequeña piedra, llamada sello. Así se continúa la antigua costumbre de la Iglesia, confirmada por el Papa Félix I hacia el año 270, de celebrar el augusto sacrificio sobre los sepulcros de quienes dieron su vida por confesar a Jesucristo. El ara debe tener, por lo menos, el tamaño suficiente para contener la hostia y el cáliz, y generalmente se coloca en la cavidad formada especialmente al centro de mesa del altar, que puede ser de madera. En los altares portátiles puede acomodarse sobre la mesa. El Ara y los altares La mesa debe estar cubierta con tres manteles, de lino o de cáñamo; de los cuales el superior debe ser bastante largo para colgar a los lados hasta llegar al suelo. Al frente del altar puede ponerse un palio o frontal del color del ornamento del día. Los manteles, de cuya limpieza debe tenerse exquisito cuidado, son la representación de la Sábana en que fue envuelto el cuerpo sagrado de Nuestro Señor; el palio, en cambio, constituye un complemento del adorno del altar. En medio de éste y en sitio prominente debe haber un Crucifijo y a los lados de la cruz dos candeleros con velas de cera de abeja, las cuales arderán durante todo el tiempo de la misa. Bien fácilmente se comprende, que siendo la Misa la renovación del sacrificio del Calvario, el Crucifijo debe estar a la vista de los fieles, para recordarles el sublime amor con que el Redentor de los hombres dio su vida para salvarlos del pecado. Las velas, por su lado, sirven para traer a nuestra mente las palabras del Señor: “Yo soy la luz del mundo”; y son de cera, para que en la actividad de las abejas, laboriosas criaturas de Dios, tomemos ejemplos del cuidado con que debemos cumplir nuestro deberes para con nuestro Creador. Sobre la mesa del altar y distribuidas simétricamente, tres sacras o sean pequeños cuadros que contienen fragmentos de las oraciones de la Misa, a fin de que fácilmente el sacerdote oficiante pueda leerlas. Complemento del servicio del altar, son: un atril donde se coloca el misal y a la derecha del celebrante, una pequeña mesa o credencia, en donde se conservarán: una tercera vela de cera, que será encendida poco antes de la consagración; dos jarritas de cristal en una pequeña bandeja, llamadas vinajeras; una pequeña toalla para enjuagarse los dedos y una campanilla. Altares Privilegiados Se llaman altares privilegiados aquellos que han recibido de la Santa Sede privilegios determinados para que la celebración de la Misa en ellos produzca indulgencias a favor de las almas que se encuentran en el Purgatorio. Elementos necesarios para la celebración Dos son esenciales, imprescindibles: Las hostias y el vino; puesto que unas y otro han de ser transformados en el cuerpo, en la sangre de Jesucristo. Aquellas deben ser hechas de trigo, sin mezcla alguna y el vino debe ser el jugo de la uva; completamente puro. Vienen luego: el cáliz, la patena, los corporales, la palia, la hijuela, el paño del cáliz, la bolsa de corporales y el misal. 1. El cáliz, vaso de metal debidamente consagrado y cuya copa, si no es de oro, debe estar dorada interiormente, representa el vaso mismo en que Jesucristo convirtió el vino en su propia sangre; y también, cuando está cubierto con la palia, el sepulcro donde fue sepultado el Salvador de los hombres. En el cáliz se verterán, como se indica luego, el vino y el agua que han de transformarse en la sangre redentora. 2. La patena, de forma de platillo circular, de unos diez centímetros de diámetro, ha de ser también de oro, o de plata debidamente dorada. Sirve para contener la hostia, o las hostias, si el celebrante ha de consagrar más de una, sobre las cuales, para mejor preservarlas, se pone la hijuela circular de lino, un poco almidonada. Es la patena representación de las angarillas en que el cuerpo del amante Jesús fue transportado al sepulcro, al ser descendido de la cruz. 3. Los corporales, representación de los pañales en que fue envuelto ese mismo sagrado cuerpo cuando recién nacido, son un lienzo cuadrado, de lino o de cáñamo, cuya limpieza debe ser suma, puesto que en ellos han de colocarse la hostia y el cáliz ya consagrados. Generalmente se usan un poco almidonados. 4. La palia, pequeño lienzo rígido, cuadrangular, de lino o de cáñamo, con que se cubre el cáliz, a su debido tiempo, y que nos representa la piedra con que fue cerrado el sepulcro de Nuestro Señor. (Ésta y la hijuela suelen ser bordadas). 5. El purificador, pequeño lienzo cuadrangular de lino o de cáñamo, que el sacerdote emplea para enjugar el interior del cáliz, después de hecha la ablución necesaria. 6. El paño de cáliz o cubre cáliz, hecho de la misma tela que el ornamento del día, y con el cual se cubre el cáliz, de acuerdo con las rúbricas que se conocerán después. 7. La bolsa de corporales se forma con dos planchas rígidas, cuadrangulares, unidas por uno de sus lados, forradas exteriormente con la misma tela del ornamento del día, y en la que el sacerdote lleva al altar, sobre el cáliz ya cubierto con el paño, los corporales y la palia. 8. El misal que contiene todas las rúbricas, así llamadas por ser las reglas a que el sacerdote debe ajustarse, impresas en rojo, y todas las oraciones, las epístolas, los evangelios que ha de rezar. Ornamentos Los ornamentos que debe usar el celebrante durante la misa son: amito, alba, cíngulo, manípulo, estola, casulla. 1. El amito es un velo de lino o de cáñamo, de 50 a 60 Cms. por lado, que tiene en dos de sus extremidades un listón de poco más de un metro de largo, a fin de que, quien lo usa, luego de cubrir por un instante su cabeza, lo coloque sobre su cuello, hombros y espaldas, deteniéndolo con los dos listones, cruzados sobre el pecho. Al ponérselo, dice el Sacerdote: “Pon, Señor, sobre mi cabeza el yelmo de la salud, a fin de protegerme de los ataques del demonio”. Es, pues, el amito, representación de la resistencia que debemos oponer a los ataques del espíritu maligno. Elementos necesarios para la celebración 2. El alba es una túnica blanca, con mangas, con que se cubre el sacerdote, diciendo: “Límpiame, Señor, y purifica mi corazón; a fin de que purificado con la sangre del Cordero, pueda gozar de la dicha eterna”. El alba es, en consecuencia, símbolo de la pureza con que debemos conservar el alma y el cuerpo. 3. El cíngulo, formado casi generalmente por un grueso cordón de lino, de cáñamo y algunas veces de seda, sirve para sujetar el alba alrededor de la cintura. Al ajustarlo, dice el sacerdote: “Cíñeme, Señor, con el cíngulo de la pureza y extingue en mí los anhelos de la concupiscencia, para que en mí se conserven las virtudes de la continencia y de la castidad”. El cíngulo recuerda, pues, que debemos mantenernos siempre castos. 4. El manípulo, que fue un adorno en remotos tiempos que usaban los seglares en el brazo izquierdo, está hecho de las mismas telas que la estola y la casulla; tiene, además adherido, por su parte interior, un cordón para sujetarlo al antebrazo izquierdo. Al ponérselo dice el sacerdote: “Merezca, Señor, llevar el manípulo de las lágrimas y del dolor, a fin de que gozoso reciba la recompensa de mis esfuerzos. El manípulo representa así, la resignación con que debemos soportar las penas que Dios nos envía. 5. La estola es una tira larga y angosta, que poniéndola en su cuello, el sacerdote cruza sobre su pecho, y la mantiene así sujeta con el cíngulo. Al colocársela dice: “Restitúyeme, Señor, la inmortalidad que perdí por la prevaricación del primer padre; y aunque indignamente llego hasta tu sagrado misterio, permite que merezca el goce eterno”. La estola se considera como símbolo de la dignidad que autoriza al sacerdote para ponerse en comunicación íntima con Dios en el Sacramento de la Eucaristía, restituido ya en la gracia originalmente concedida por Dios al hombre; y nos impulsa a solicitar para nosotros esa misma restitución. 6. La casulla, que en los principios de la Iglesia fue sólo un gran manto con una abertura en el centro para que pasando por ésta la cabeza, cayera sobre el cuerpo, se ha venido modificando, hasta estar abierta por los costados, para facilitar los movimientos del sacerdote en la celebración de la misa. Al ponérsela, dice: “Señor, que declaraste: suave es mi yugo y leve mi carga; haz que de tal modo pueda llevarlos, que obtenga tu gracia. Así sea”. La casulla ostenta casi siempre el signo de la cruz, a fin de significar que debemos soportar gozosos los trabajos, la cruz que Dios nos envíe, para hacernos dignos de su gracia, de su amor. 7. Si ha de exponerse al Santísimo Sacramento, o darse la bendición con Él; y también en las procesiones, se usa la capa pluvial, cuyo origen se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, en que el oficiante debía preservarse de la lluvia. Es, en efecto, una capa de la misma tela del ornamento del día, o, por lo menos, del mismo color. Colores de los ornamentos Las rúbricas del misal previenen que los colores que deben adornar el altar, y el de los ornamentos del celebrante y sus ministros, si los tuviese porque la misa fuere solemne, deben ser “convenientes al oficio y misa del día”, y los aprobados son cinco: blanco, rojo, verde, morado y negro; aunque para algunos países también el azul y el rosa están autorizados. El color blanco, que no solamente es símbolo de pureza, sino del regocijo con que la Iglesia celebra ciertas fiestas, se emplea desde la vigilia de la Natividad del Señor, hasta la Octava de la Epifanía inclusive, excepto en la celebración de mártires. Se emplea también en las festividades de la Pascua, de la Ascensión, del Cuerpo de Cristo; de la Santísima Trinidad; en las fiestas consagradas a la Santísima Virgen; aunque, como acaba de indicarse, en los países a los que se ha hecho esta concesión, se emplea el azul en la fiesta de la Purísima Concepción de María, para recordarnos, por la aparente coloración del firmamento, que ella, la Madre de Dios, es nuestro mejor abogado cerca del trono del Altísimo. El color blanco se emplea igualmente, en las fiestas de las ángeles, de San Juan Bautista; en las de los confesores, doctores, en las fiestas de las vírgenes, etc. El rojo es color de fuego, de sangre, y emblema de sufrimiento y de sacrificio. Por ello es el empleado en la festividad de Pentecostés, en recuerdo de las lenguas de fuego con que el Espíritu Santo señoreó a la Madre de Dios y a los apóstoles; y en las conmemoraciones de los mártires. El verde se usa desde la Octava de la Epifanía hasta Septuagésima; y desde la octava de Pentecostés hasta el Adviento. Siempre se ha querido representar la esperanza con este color, y él nos recuerda que la nuestra debe estar fincada en Dios principalmente. Ornamentos de tela de oro pueden sustituir el blanco, el rojo y el verde; los de tela de plata, el ornamento blanco. El morado, como contraste a los anteriores, lo emplea la Iglesia como signo de humildad y de oración, desde el primer Domingo de Adviento hasta la Vigilia de la Natividad del Señor; y como señal de dolor y de penitencia, desde Septuagésima, hasta el Miércoles Santo, en lo que se refiere a la Misa; y aun en el mismo Sábado Santo, en las ceremonias anteriores al sacrificio del Altar. En los Cuatro Tiempos (témpora); en la festividad de los Santos Inocentes, si no cae en Domingo, y en otros días expresamente previstos por las rúbricas. Se permite el color rosa en el tercer domingo de adviento en que el introito comienza con la palabra Gaudete (alegraos), y en el cuarto de cuaresma, en que principia con la palabra Laetare, con igual significado. El negro signo de luto y de pena, se usa el Viernes Santo, y en las misas por difuntos. Misa Solemne La Misa solemne es aquella en que el celebrante es asistido por un diácono y un subdiácono, y por varios acólitos para que éstos atiendan al servicio del altar. Bien se sabe que el subdiaconado es la primera de las Ordenes Mayores que la Iglesia otorga a los aspirantes al sacerdocio y es inmediatamente inferior al diácono1. El subdiácono es el encargado de poner en las manos del diácono lo que éste necesita pasar al sacerdote durante la misa: el cáliz, la patena, el incienso; cantar la epístola y purificar el cáliz, terminada la comunión. Desde el ofertorio, conserva la patena, sosteniéndola en las manos con un humeral, hasta que el celebrante concluye el Padre Nuestro. El diaconado es la orden inmediata al sacerdocio; y no solamente el diácono es el encargado en las misas solemnes de ayudar al Sacerdote, extendiendo sobre el altar los corporales, cantando el evangelio, preparando el cáliz y la patena, aquél con el vino y el agua que bendice el sacerdote, como en su tiempo se dirá; presentándole el incienso con que ha de incesar el altar, etc.; sino que tiene ya facultad para predicar, para llevar en sus manos la sagrada Hostia, para dar la Comunión, etc. Ambos ministros, lo mismo que el sacerdote, se revisten con amito, alba, cíngulo y manípulo, y en lugar de la casulla del sacerdote, el diácono se pone dalmática, que se diferencia de aquella en que lleva medias mangas abiertas, y el corte es un poco distinto. El diácono, además, usa estola, pero en lugar de cruzarla sobre el pecho como el sacerdote, la cruza por el pecho y por la espalda, sosteniéndola sobre el hombro izquierdo. El nombre propio de la vestidura superior del subdiácono es túnica o tunicela, esto es, pequeña túnica y es muy semejante a la dalmática. Son elementos necesarios para la misa solemne: 1. Dos ciriales, o porta cirios o velas de cera, hechos generalmente con una larga caña metálica, rematada por un candelero de forma artística. 2. Si la misa estuviere precedida o seguida de procesión, entre los ciriales se lleva la cruz alta, que hace juego con éstos, teniendo en su parte superior un crucifijo del mismo metal. 3. Incensario, o porta fuego, sostenido por tres cadenillas, con tapa perforada para que pueda salir el humo del incienso o través de las perforaciones. 1 Las órdenes menores, son cuatro: Ostiario o portero, esto es, encargado de las puertas del templo; lector, o sea encargado de leer las cartas de los obispos, las actas de los mártires y otros escritos semejantes; exorcista, o encargado de exorcizar o hacer conjuros contra los espíritus malignos; acólito o encargado de ayudar al celebrante, dándole las vinajeras, mudando de lugar el atril, etc. 4. Naveta o pequeño depósito para el incienso, con la cucharita apropiada para tomar éste. 5. Humeral, o sea un largo paño de seda, que sirve para que el diácono, o el sacerdote, en su caso, puedan sostener la custodia, o lo que es lo mismo: el depósito o vaso sagrado en que se coloca la Hostia consagrada para exponerla al pueblo, o bendecirlo con ella. Sirve también el humeral para que el subdiácono sostenga la patena, como en otro lugar se dijo. 6. Porta-paz, pequeño objeto metálico de unos quince centímetros por diez generalmente con grabados representando a Nuestro Señor Jesucristo, al Espíritu Santo, etc., y que sirve para que los acólitos lo den a besar a los asistente en el altar, o en el coro, en ciertos casos según se recordará en su lugar. 7. Un misal adicional para que el subdiácono y el diácono canten la epístola y el evangelio respectivamente. 8. Si hay exposición de la Sagrada Eucaristía, se necesita una custodia de metal formada de tres partes: el sol, el viril, y el pie. El sol es una serie de rayos alrededor de un círculo en que se coloca el viril de oro, o dorado, que contiene la Hostia consagrada; el pie sirve para sostener el sol. Misal Pontifical Llamase misa pontifical la solemne que celebran los obispos, con asistencia de varios ministros; y también la que dicen ciertas dignidades eclesiásticas. La misa puede ser celebrada por el Ordinario del lugar, es decir, por el Obispo de la diócesis, o por otro con asistencia del primero, o sin ella. A reserva de indicar las rúbricas de esta misa solemne, se enumeran los diversos ornamentos y elementos necesarios; de aquellos, unos lleva consigo el celebrante al llegar al altar, o cuya derecha, al lado del evangelio, estarán el trono, el gremial y un cojín; roquete, pectoral, guantes, pastoral, cáligas o sandalias; otros deben estar colocados sobre el altar, en el orden que se enumeran, para que los ministros asistentes de allí los tomen y los presenten al celebrante: Amito, alba, cíngulo, manípulo, estola, dos tunicelas delgadas, de seda, del color propio del ornamento del día, casulla, mitra báculo y, palio, si es arzobispo. En la mesa o credencia de las vinajeras, además de éstas, de la tercerilla, etc., habrá una jarra con agua, una bandeja y una toalla. Si el celebrante oficia con asistencia del Ordinario, frente al trono de éste, y del lado de la Epístola, habrá una jarra con agua, una bandeja y una toalla. Si el celebrante oficia con asistencia del Ordinario, frente al trono de éste, y del lado de la Epístola, habrá un faldistorio, en el cual se sentará para oficiar. El trono o cátedra episcopal, se coloca siempre en forma prominente, y ella indica que es el lugar desde donde el Prelado enseña a todos los miembros de la Iglesia que le están directamente encomendados. Por ello, aun cuando no asista a la pontifical de otro Obispo, éste solo puede oficiar desde el trono, con autorización de aquél. El gremial es un lienzo que el celebrante pone sobre sus rodillas, mientras permanece sentado, para no ensuciar el ornamento. Suele ser bordado, ostentando el escudo adoptado por el Obispo. El roquete, que se diferencia del sobrepelliz, en que aquel tiene mangas largas como las del alba, y éste, cortas y anchas; es de lino blanco como el alba, pero no llega a las rodillas. Es, como el alba, símbolo de pureza y de castidad. La cruz pectoral, que algunos obispos usan adornada con piedras preciosas, y otros, sencillísima, pendiente del cuello mediante una cadena de oro o dorada, representa la cruz de los padecimientos que el Obispo debe paciente soportar en la misión de pastor de las almas que ha de procurar conducir al cielo. El anillo pastoral, que se da al Obispo el día de su consagración, es como muestra ostensible de su desposorio con la Iglesia Católica. Las cáligas o sandalias son zapatos con suela de cuero; y lo que cubre el pie y parte de la pierna, generalmente es de seda, del color del ornamento del día; algunas con varios bordados. Simbolizan que el Obispo, como los apóstoles, debe caminar sin descanso, en busca de almas extraviadas. Las tunicelas son especie de pequeñas, ligeras dalmáticas de seda, símbolo de la fortaleza que debemos pedir al Señor para soportar las cargas que sobre nosotros pesan representadas ahora por la casulla que sobre aquellas se pone el Obispo celebrante. La mitra con que cubren su cabeza los Obispos mientras pontifican, afecta la forma de un triángulo o de un medio óvalo, que se une con otro, cerrándose lateralmente, y dejando abiertas la parte superior, y la inferior. Esto se ajusta a la cabeza, de la parte posterior cuelgan dos tiras que caen sobre la espalda. Es hoy signo distintivo de la autoridad episcopal, y se usa en tres formas: la preciosa, que suele estar adornada aun con piedras preciosas, la dorada, sin piedras ni láminas de oro o plata, sino de tela blanca, tejida con oro; y la sencilla, de seda o tela blanca de lino. También la usan algunos abades y dignidades en ciertas catedrales. El báculo, es una caña de metal, o de madera más o menos artísticamente trabajada, rematando en la parte superior como los cayados de los pastores. Representa la autoridad pastoral que ejerce el prelado, y cómo debe asemejarse al Buen Pastor, Jesucristo Señor Nuestro. Lo tiene en las manos en las procesiones y cuando da la bendición a los fieles congregados; así como cuando va del trono al altar, y viceversa. El Palio es una especie de collar de lana blanca con diversas cruces negras, y negro el remate que ostenta al frente y en la espalda. Lo llevan hoy solamente los metropolitanos, es decir, los arzobispos, y cada cruz indica uno de los obispados sobre los cuales ejerce jurisdicción. Se coloca sobre la casulla. 1941 Junio 1975 Benedicto XVI 2007