Hay un país en el mundo…” Vengo a contarles de un país “Sencillamente triste y oprimido” y vengo a hablarles de unas cartas. Hace algo más de 500 años tuvimos un extraño privilegio: fuimos descubiertos aún cuando existíamos desde fechas que no pueden ser establecidas con exactitud. Del llamado “encuentro de culturas” quedó la desaparición de nuestros pueblos originarios y también el primer grito de defensa que inspiraría a los creadores del “Derecho Internacional”, cuando el 21 de diciembre de 1511, Fray Antón de Montesinos desde un púlpito preguntara: “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?” Esa ha sido a lo largo de nuestra historia la epopeya de los habitantes de un país en el mundo. Las tierras “mansas y pacíficas” que declararan su independencia de Haití en 1844 luego de 22 años de ocupación sufrirían otras dos ocupaciones militares por parte de los Estados Unidos de América, una en 1916 y la última en 1965. Al terminar los ocho años de su primera ocupación (1916-1924), los norteamericanos nos dejaron instalado al dictador Trujillo en el mando de la Guardia Nacional recién creada, listo para su asalto al poder mediante un golpe de Estado y un fraude electoral en 1930. Ese fue el inicio de uno de los períodos de nuestra historia en los que hasta el horror palidece como queriendo buscar otra definición. La cárcel, la tortura, el exilio y el asesinato político fueron los protagonistas principales de la política del tirano, cuyo paso por el poder concluiría en 1961 con su ajusticiamiento. El contexto de las cartas que hoy les presento es el de esa dictadura. Una dictadura todavía presente en mi país gracias a la increíble presencia de algunos de sus funcionarios en la vida pública. Muchas vidas abonaron con su sangre la tierra de ese país en el mundo, tras la herida mortal de la tortura y el asesinato. Las de las Hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, fueron el cenit de la crueldad y el escarnio de la tiranía y de esa manera se convirtieron también en la bandera que en pocos meses se enarbolaría libertaría dando aliento a un pueblo que se sintió aliviado con el ajusticiamiento del tirano. El ensayo democrático de siete meses, fruto de las primeras elecciones libres después de la caída del régimen, fue truncado por un golpe de Estado contra su presidente, Juan Bosch, en septiembre de 1963. Tres meses más tarde, Manolo Tavárez Justo y un grupo de sus compañeros se alzó en armas en las “escarpadas montañas de Quisqueya” para derrocar el gobierno de facto y en defensa de la institucionalidad democrática por lo que fueron apresados y fusilados. Exigiendo la vuelta al poder de ese gobierno democrático el pueblo dominicano se lanzó a las calles en una guerra civil que nuestra historia conoce como la Revolución de Abril y que fue definida por una nueva invasión norteamericana en 1965. La ocupación esta vez nos dejaría instalado en el poder a Joaquín Balaguer, último presidente de Trujillo. Gracias al fraude electoral y a la eliminación de sus opositores políticos, Balaguer logró reelegirse dos veces entre 1966 y 1978 y luego otra vez entre 1986 y 1994, convirtiendo nuestra transición hacia la democracia en interminable. Hoy, por increíble que pueda parecer, continuamos enfrentados a la necesidad de cerrarla; de terminar una transición que no podemos extender para relacionarnos como un país democrático con un mundo global cuyos valores están lejos todavía de lo que hemos conseguido. Amigas y amigos, Minerva Mirabal y Manolo Tavárez Justo, autores de la correspondencia que ponemos a circular hoy, fueron asesinados por agentes del Estado y a pesar de las certezas acerca de quienes dieron las órdenes, de quienes fueron sus ejecutores y sus cómplices -para escándalo y vergüenza de este país en el mundo- algunos de ellos siguen todavía presentes en la vida pública. La justicia no nos dejó el alivio que sanara nuestras heridas y que nos permitiera crecer como país, como comunidad política, como nación de un mundo más que complejo. Tenemos el vergonzoso privilegio de ser el único país en el mundo que, luego de una dictadura como la descrita, ni uno solo de sus protagonistas descarnados, de los violadores de los Derechos Humanos, haya cumplido condena. Y no existe un solo país en este mundo que haya podido superar el horror y la muerte sin justicia. Todo el que lo desconozca fracasará, escribió Minerva Mirabal en una carta a los exiliados, en medio de la lucha y la resistencia libertaria. Esa es una de las razones por las que he apoyado la creación de una Comisión de la Verdad, aún con el temor de que quienes la nombren incluyan en ella a autores del oprobio. La historia política de mi país se ha caracterizado por la repetición cíclica de la construcción de impunidades desde que al inicio de esta larga transición democrática quedó instalada la idea del “borrón y cuenta nueva” para ganar una elección. Nuestra práctica política no se concibe sin la adhesión al caudillo, sin la cercanía a los peores hábitos, sin cargar y arrastrar el pesado fardo de los crímenes, las cárceles, las torturas. Hasta un día. Todo ha sido el resultado -amplificado con los años- de conductas que demostraron su fracaso casi de inmediato. Y es verdad que ética y política no son lo mismo, pero caminan juntas. Si las confundimos construimos figuras que terminan siendo absolutamente incapaces de enfrentar los desafíos de una política democrática. Buscando las “escarpadas montañas de Quisqueya” observamos la grave crisis institucional que hoy vive la República Dominicana. No hace falta ser expertos para hacer tal reconocimiento. Hace falta ser honestos. Nuestro poder legislativo es, a todas luces, una muestra del deterioro institucional. La forma en que se están realizando los debates, el irrespeto a los reglamentos y a la ley, la ausencia de fiscalización, los intentos por cercenar derechos ciudadanos utilizando incluso el engaño entre nosotros mismos, la malversación de fondos públicos, por su frecuencia ya ni siquiera llaman la atención. Pero es una situación que debe ponernos en alerta a nosotros y al mundo donde late la insularidad que algunos pretenden que nos defina. Nos alertan muchas situaciones, y entre ellas, es una mala señal que los debates políticos se hayan trasladado a los tribunales, porque estos no pueden ser el lugar de ejercicio de la política: la judicialización de la política no es buena ni para la política ni para los tribunales. Y, no por menos grave, si no por cuestión de tiempo, voy a obviar la situación y la legitimidad de las llamadas Altas Cortes que resultan para todos y todas muy preocupantes. Los partidos políticos, importantes instituciones de la democracia, se debaten en una crisis cuyos voceros se empeñan en negar pues todavía consiguen votos en las elecciones. Pero los partidos no son sólo para ganar elecciones. Los partidos deben ser la expresión de la sociedad política, organizada para tener un mejor país en el mundo y para que ese país sea más democrático. La crisis de los partidos políticos es, en mi opinión, uno de los peligros mayores que debemos enfrentar los dominicanos y dominicanas, y lo digo con responsabilidad porque siento que estamos llegando al punto en que a esas instituciones se les está agotando la oferta. Así, la democracia y las más importantes reivindicaciones sociales se han ido quedando relegadas mientras las instituciones se han transformado en servidoras de intereses cada día mejor identificados y más temidos. Nuestro desafío, avanzado el siglo XXI, es el de reconocernos en lo que en realidad debe unirnos: la defensa de los Derechos Humanos, la lucha contra la pobreza, la justicia, la democracia y la paz. Hoy, llegada hasta esta casa universal cargada de pedazos de nuestra historia siento sin ningún temor que me parezco, como en la poética sentencia del argentino Juan Gelman, “al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa". Aquí puedo, en esta gran casa latinoamericana reclamar, demandar, que nos comprendan y nos ayuden. Necesitamos de ustedes cosas nada fáciles. No esperamos que nos digan lo que debemos hacer, queremos que nos vean como lo que en verdad somos, un pueblo que ante el peligro del retroceso democrático necesita más que nunca que la comunidad intelectual y política, en primer lugar sepa y después de saber actúe en consecuencia. El momento político, con miras al proceso electoral del 2016 que deberá renovar las autoridades a todos los niveles es, como vemos, muy complejo y al mismo tiempo auspicioso para la búsqueda de una salida democrática y para que se abran por fin puertas y ventanas a las expectativas y principios democráticos. Por eso he afirmado que en el 2016 el pueblo dominicano no debe esperar una sorpresa, sino que la dará. Que tiene que darla. Por esa razón, y conociendo las dificultades que deberemos enfrentar, hemos planteado la necesidad de buscar la unidad de los demócratas, pues democracia es lo que necesitamos para poder enfrentar los grandes males que impiden el progreso de dominicanos y dominicanas. No podremos descansar mientras la pobreza sea una inmoralidad que crece, un país con una deuda cuyo pago se lleva anualmente casi la mitad de nuestro presupuesto. No descansaremos hasta tener una justicia independiente que no tenga que soportar que ex altos funcionarios sometidos a investigación nos agredan pidiendo el cambio de la norma legal que permite que sean juzgados. Y dicho todo esto, me toca entonces hablarles sobre un libro y unas cartas, pues sólo conociendo nuestra historia podemos a aprender de nuestros errores y de nuestros aciertos. La publicación de la correspondencia de mis padres, quienes dieron sus vidas luchando por el país que todavía no conquistamos es más trascendente que nunca. Porque todo heroísmo es una herencia sin fecha de expiración. Porque en este libro Minerva y Manolo no nos reúnen todavía hoy porque son pasado sino porque se prolongan en sus legados. Por eso, todos y todas somos responsables de espantar el olvido, de zurcir esos lienzos que el tiempo deshilacha y de revivir los colores que el pasado desmerece. En mi caso, el trabajo de contextualización y de compilación de estos documentos, de estas cartas atesoradas y preciosamente clasificadas por Manolo, han consolidado la conciencia y la convicción que me guiaron durante muchos años hacia la publicación de “Mañana te escribiré otra vez”, cuando la historia libertaria y de amor de mis padres, más necesaria que nunca, pasa a ser patrimonio del pueblo al que entregaron sus vidas… y al mundo. Los años que pasé atesorando ese legajo de palabras estuvieron signados por la duda de si dar o no a conocer algo tan íntimo. Fue mi papá quien despejó esas dudas cuando llegué a la conclusión de que había repasado las cartas una y mil veces para él mismo, pero las había ordenado y clasificado, y sobre todo preservado de todos los allanamientos que sufrieron ellos porque siempre estuvo consciente de su trascendencia. La primera versión de este libro fue hecha con las cartas explicadas con anotaciones a pie de página. Cuando los revisé, más que pies me parecieron “plomos de página”, que hundían irremediablemente las cartas. Otra vez dudé y dejé descansar el libro un tiempo. Pero mi padre, con su cuidadosa clasificación por mes de las cartas y los telegramas de mi madre durante el noviazgo, nuevamente me dio la clave para el libro. Así surgieron los mensuarios y los anuarios que concebí como bitácora para la lectura de quienes no conocieran los detalles de esta historia. Ahora bien, ¿por qué “Mañana te escribiré otra vez”? ¿Por qué ese título? Porque ellos se lo decían uno al otro constantemente. Con gusto a pacto escrito en piedra hasta convertirlo en esperanza. Así se escribían. Y así nos siguen escribiendo. Minerva y Manolo llevan 50 años hablándole a su país. Su legado es una carta permanente. Del Manolo de hoy y de la Minerva de hoy: no de lo que serían sino de lo que siguen siendo. La clave para entenderlos, además de percibirlos desde sus acciones que hicieron la historia, necesitaba también de la arqueología que terminó reuniendo además de estas y otras cartas, importantísimos documentos que en el proceso de escribir este libro hemos recuperado. Algunos se preguntarán si estas cartas son en sí mismas un documento político. La respuesta es no pero también es sí. Este epistolario de amor nos muestra el carácter, el temple, la nobleza y la verticalidad de esos dos seres que lo dieron todo para que los dominicanos fuéramos todo lo que todavía no somos. Mis padres supieron muy bien lo que estaban haciendo. Su compromiso fue consciente y la posibilidad de morir la asumieron también de manera consciente. Tal como lo expresé en Santo Domingo el 20 de noviembre pasado cuando pusimos en circulación la primera edición de este libro, a partir de esta correspondencia sé que quedará clara la necesidad de redimensionarlos históricamente y sobre todo a Minerva. Porque si el pensamiento de Manolo se puede conocer a través de los discursos suyos ya acopiados, de la Minerva que conocerán en estas cartas, de la Minerva política que emerge de sus escritos y correspondencia y no solamente de la Mariposa símbolo mundial contra la violencia en perpetuo aleteo hacia la libertad desde su muerte, de esa Minerva que todavía sigue hablando queda mucho aún por conocerse. Leer, sentir y analizar estas cartas, desglosarlas de cara al país que somos los dominicanos hoy, es una tarea pendiente, sobre todo porque como decía al principio cuando les contaba de mi país, desgraciadamente insistimos en el pasado y en que nos da fuerzas… y ya. Como dije al presentar "Mañana te escribiré otra vez" en mi país en el mundo, “Nuestro error ha sido que hemos utilizado el pasado como bálsamo”. Hoy, ese pasado, esa historia que todos y todas llevamos, nos obliga, nos desafía, nos invita. Y es el futuro el que invade nuestras vidas. Como si adivinaran nuestros retos de hoy, los autores de estas cartas nos orientan a prolongar nuestros esfuerzos en dirección al mismo objetivo por el que entregaron sus vidas. Y nosotros tenemos el deber de responderles: la patria dominicana a la que amamos conocerá de nuestros esfuerzos para que los peligros que la acechan sean superados en el menor tiempo posible, pues tenemos que decir que las difíciles condiciones en que debemos luchar hoy no se comparan con las que ellos vivieron cuando nos escribían sin saberlo, pero que nosotros leemos y sabemos que el camino que hemos decidido construir, aun cuando sea difícil, lo caminaremos juntos. Y con ese aliento llego a ustedes ahora. Convencida de que lo caminaremos con fe y con la certeza de que lo que espera, tiene que ser esta vez la realización de sus sueños, de los sueños de estos dos grandes dominicanos a los que no sólo admiramos, sino que también nos inspiran, nos dirigen y nos exigen. Pero también necesitamos de toda la ayuda que podamos tener de esta humanidad global preocupada por una transformación profunda en el mundo. Por redireccionarnos hacia derroteros más felices que los que nos inquietan globalmente. Sirvan estos viejos papeles, recopilados y ordenados con amor filial no solo para conocer desde otra dimensión a estos dos grandes de la historia dominicana, sino para que sean también amparo cuando nos sintamos cansados, refugio cuando seamos agredidos, socorro cuando la duda nos quiera detener y sobre todo ejemplo de lo que tenemos que ser ante la llamada maravillosa de la Patria… de nuestras Patrias. Tal y como escribiera el inmenso escritor colombiano Gabriel García Márquez, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, pienso que todas y todos los ciudadanos de todos los países de este mundo convulsionado, perseguimos y merecemos lo mismo: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.” ¡Viva el amor! ¡Viva Manolo Tavárez Justo! ¡Viva Minerva Mirabal!¡Viva la República Dominicana! Minou Tavárez Mirabal París, 3 de junio del 2014