Octavio Escobar Giraldo: La novela es un placer complicado

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Letralia, Tierra de Letras
La revista de los escritores de habla hispana
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Octavio Escobar Giraldo: La novela es un placer complicado
Author : Manuel Arranz
Date : Domingo 21 de febrero de 2016
—En primer lugar hablemos, si le parece, de la novela, de las condiciones de posibilidad de la
novela, si es que puede hablarse en estos términos. En su opinión, ¿es cierto, como se solía decir
en el siglo pasado, que la novela necesita un caldo de cultivo, que la novela florece en épocas
difíciles, épocas convulsas social y políticamente hablando, y que las épocas de relativa bonanza,
si bien es cierto que cada vez tenemos menos, no la favorecen precisamente?
—No me atrevo a afirmar que la novela necesite de un caldo de cultivo particularmente difícil para
surgir, por lo menos desde un punto de vista general. Sí nace, y esto es evidente, de los
desacuerdos que todo creador construye con su entorno, de sus insatisfacciones y rebeldías, y por
supuesto de los desajustes personales y sociales que son la base de sus personajes. Una novela
es un complicado sistema de preguntas y respuestas que tiene validez cuando reta al lector y
cuando, y esto es muy importante para mí, le genera placer, ese gozo particular que solo se
encuentra en la narrativa.
—La novela siempre ha proporcionado argumentos al cine, y ya sabe lo que se dice, que de una
buena novela siempre sale una mala película y viceversa. Pero lo que yo quisiera preguntarle es
otra cosa. ¿Qué es lo que aporta el cine a la novela? Porque creo que usted ha dicho en alguna
ocasión que el cine es una de sus fuentes de inspiración, y esta novela, Después y antes de Dios,
es bastante cinematográfica.
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—Sí, fui cineclubista y soy un apasionado del ritual cinematográfico en todas sus facetas, tanto las
frívolas como las serias. Creo que el cine ha permitido que recursos literarios de vieja data, la
elipsis por ejemplo, sean más comprensibles para el lector, y es natural porque D. W. Griffith,
quien sistematizó el lenguaje cinematográfico, admitía que sus recursos provenían de La Biblia y
las novelas de Dickens, de la truculencia propia de los folletines del siglo XIX. Hablamos entonces
de literatura popular alimentando un arte, el cine, que surgió en los extramuros. De otro lado, y
esto es, quizá, lo más importante, no podemos perder de vista que escribimos para lectoresespectadores que tuvieron como niñera al televisor. El cine, la televisión, Internet y la literatura son
vehículos narrativos que obligatoriamente comparten públicos y recursos.
—Me gusta mucho el título de su novela, Después y antes de Dios, pero yo lo entiendo, como
cualquier lector por lo demás, a mi manera. ¿Cómo lo explicaría usted, sin olvidar, por supuesto, la
mayúscula de Dios?
—Tengo que admitir que al principio fue una especie de capricho, un título de trabajo que provenía
de una frase de Juan Carlos Onetti, “Después y antes del sol”. Tenía y creo que sigue teniendo
sentido, porque las anécdotas reales que sirvieron de base a la novela, la mujer que asesina a su
madre y la vela durante días y el sacerdote que recoge dineros de sus feligreses y huye con una
gran suma, son posibles por una idea de Dios que nos antecede, que elaboramos mientras
vivimos y que en muchos momentos nos deja de importar para regresar con fuerza vindicativa,
una fuerza que justifica perfectamente la mayúscula. Nos educan para un Dios atemporal pero los
seres humanos somos históricos y, por supuesto, mortales. En un plano más justo, la protagonista
y narradora de la novela utiliza la expresión cuando explica sus actos, cuando nos hace partícipes
de su forma de entender la religión.
—Otra cosa que me ha gustado mucho en esta historia algo truculenta son las citas de La
Biblia de que está salpicada. Hoy ya nadie lee La Biblia en España. ¿Se sigue leyendo en
Colombia? ¿Se lee más La Biblia cuando se vive más cerca de la muerte?
—En Colombia se sigue leyendo La Biblia, claro que sí. La Iglesia Católica participa en los
grandes debates nacionales e influye muchísimo en los procesos educativos. Y otras formas de
cristianismo también ganan terreno. Y la lectura personal de La Biblia no es rara, y puede generar
interpretaciones bastante curiosas. No sé si la muerte acerca a La Biblia. Creo que acerca a una
idea de Dios, a una busca sobrenatural de auxilio que identificamos con Dios.
—Hablemos de los personajes. Yo creo que sus personajes, como también me pareció en Saide,
no son exactamente inventados. Y como pasa en la vida real, no los conocemos por sus
pensamientos, a los que habitualmente no tenemos acceso, sino por su fisonomía, por su forma
de hablar, por lo que dicen y por cómo lo dicen.
—Mis personajes nacen de la observación de la realidad pero no son personas específicas. Tomo
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de aquí y de allá un gesto, una actitud, y van formándose, al principio con costuras burdas, como
las de la criatura de Frankenstein de la serie B, después ya perfilados, cabales, y como en buena
parte de la novela negra, que es una de mis pasiones, se expresan a través de su
comportamiento, de su manera de hablar, de sus muletillas. Muchas veces se dijo que los diálogos
rara vez funcionaban en nuestro idioma; a mí me gusta contradecir esa afirmación, dejar que los
lectores escuchen a mis personajes. Y también los vean.
—Vayamos a las citas. Mujeres, escritoras, de distintas nacionalidades, y dos de ellas monjas.
—Después y antes de Dios es protagonizada y narrada por una mujer y me pareció apropiado
hacerla dialogar con otras voces femeninas. Este diálogo implica intertextualidad, ironía, anticipo,
incluso cierta alusión a la vida personal de alguna de ellas. Dada la omnipresencia de Dios en la
novela, las citas de sor Juana y la madre Josefa del Castillo eran inevitables, tan necesarias como
la presencia de El Greco.
—No sé si pensando en sor Juana Inés de la Cruz y la comedia de enredo que usted cita, Los
enredos de una casa, su novela podría calificarse también de novela de enredo, y si tiene algo de
parodia de un género. Aunque qué difícil es parodiar hoy la realidad.
—¿Qué novela no es, en cierto sentido, una novela de enredo? Y aquí tenemos un mundo cerrado,
traspasado por el crimen, que se convierte en metáfora de un mundo mayor y, en últimas, del
mundo enrevesado en que vivimos.
—¿Piensa usted, yo no lo pienso, que la función de la novela consiste en entretener al lector, en
proponerle una válvula de escape de la realidad? ¿O por el contrario que sirve para enfrentar y
afrontar esa misma realidad, tan cruda casi siempre, para entenderla un poco mejor, para
perdonarnos incluso?
—Pienso que la novela es un placer complicado, rara vez escapista, entre otras cosas porque
escapar también es suscribir la realidad, comentarla. La novela es otra realidad, espejo de la
nuestra, o, para ser más precisos, espejo de la que nosotros percibimos, y leer es establecer
relaciones, comparar; imaginar sobre todo. Que disfrutes las historias y las hagas tuyas, desde el
placer, debería ayudar a entender cómo perciben los demás las diferentes realidades del mundo.
—Y para terminar, una pregunta capciosa. Yo no sé si la novela goza de buena salud, yo diría que
sí, y no estoy hablando de los best-sellers sino de todo lo contrario, de muchas de las impagables
novelas del siglo pasado, Modiano es sin duda un buen ejemplo de ello, pero ¿tiene futuro la
novela? ¿No se está desvirtuando como tantas otras cosas? No hace mucho tiempo que se decía
que la historia se leía mejor en las novelas que en los libros de historia. Hoy no parece que siga
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siendo así.
—La novela moderna nació en crisis. Un autor añoso decide burlarse de las novelas de caballería y
escoge la locura como vehículo para su crítica. También decide que el lector no sabrá quién narra,
y ese o esos narradores a veces olvidan cosas, se confunden, alteran geografías, intercalan otras
historias, se desmienten. Y ese autor desahuciado termina contando su tiempo y su país, y la
condición humana, de una manera desordenada y genial. La crisis, la libertad, incluso el fracaso,
son la esencia de la novela, y sus vaivenes necesariamente invitan a hablar de mala salud. Lo
cierto es que nos gusta oír la voz de ese paciente que se la pasa saliendo de la sala de cuidados
intensivos.
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