Si Bukowski me hubiera conocido probablemente habría sentido asco a la primera habría pensado que soy una hippie feliz y sin problemas, que nunca se ha quedado tirada en una carretera comarcal, a la que nunca han parado para preguntarle cuánto cobra o que nunca ha tenido una semana completa de resaca con una vida relativamente fácil con un hombre maravilloso y una familia de gallegos detrás me pregunto si quizá después de conocernos habría escrito un poema burlándose de mí o describiendo el ambiente del recital mientras él está destruido por la mañana ante la máquina de escribir con sus cuatro gatos. Diría algo así como “cuidado con las mujeres envejecidas que nunca fueron sino jóvenes”. Si Bukowski me hubiera conocido probablemente habría sentido asco a la primera yo no sería en absoluto su tipo hasta que un día me mirara el culo, no creo que yo me sintiera muy atraída por sus modos de viejo borracho y hastiado pero seguro habríamos acabado follando de todas maneras sólo porque los dos somos unos excelentes amantes a pesar de cualquier circunstancia y en ese tránsito del polvo al polvo quizá habría pensado algo como: “los hombres más fuertes son los menos y las mujeres más fuertes también mueren solas”. Si Bukowski me hubiera conocido probablemente habría sentido asco a la primera jamás se hubiera expuesto a nada silencioso o cabreado por supuesto jamás habría dejado salir su pájaro azul si bien mi intuición habría reconocido la infinita tristeza porque mi tristeza me acompaña siempre y sabe dilucidar el cansancio y el silencio que acompañan al miedo a arrancar en tercera y a quedarse en KO técnico sabe distinguir lo que se esconde y lo que se llora en las esquinas protectoras donde nadie mira, sabe encontrar los huecos del pecho y entrar con un aire cálido a refrescar lo interno sediento sabe que no basta con escuchar la novena de Beethoven ni leer libros sobre el origen del miedo para cicatrizar las brasas ahumadas sabe que nada se cura en seis meses, ni en un año, ni en dos, ni en cuatro, a veces ni siquiera en vidas sabe que todo esto no lo sabrá nadie que mi pájaro azul también canta como un ruiseñor que podía haber muerto pero que por algún motivo que desconozco lo han dejado seguir con vida Bukowski no habría sabido nada de esto. Lo habría intuido, pero ninguno de los dos habría dicho nada al respecto. Le habría mostrado esa máscara hippie despreocupada que le habría dado un poco de asco, le contaría que nunca me he quedado tirada en una carretera comarcal, que jamás un tipo me ha parado para preguntarme cuánto cobro, que nunca he tenido una semana completa de resaca, que mi vida es fácil, que nunca he trabajado duro por nada, que nunca he sido abusada, que me lo han dado todo hecho, que escribo poesía para pasar el rato, que nunca he sentido crueldad, soledad o desamparo, que nada de lo que pueda decir en mis poemas es cierto. sólo una máscara. Él no habría dicho mucho más. Sólo escribiría un día, en un poema: “mientras esta noche me bebo a solas otra vez el alma a pesar de todo el sufrimiento pretérito gracias a todos los dioses que no estuvieron de mi parte entonces”.