Política, democracia y pragmatismo en la filosofía de John Dewey

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Política, democracia y pragmatismo en la filosofía de John Dewey
Lic. Gonzalo García Vilá
Política, democracia y pragmatismo en la filosofía de John Dewey
por Gonzalo García Vilá*
“He soñado que esta era la nueva ciudad de los amigos”
Walt Whitman (1819 – 1892)
poeta estadounidense
i. Apreciaciones preliminares
En primer lugar, conviene colocarnos en la situación en que vamos a “estudiar” a un
filósofo. En segundo lugar es necesario colocar nuestra lectura en un horizonte de
interpretación a la tradición intelectual de la cual éste es un eminente representante: el
pragmatismo o el movimiento pragmatista, como lo llamó el propio William James. En
tercer lugar, que su intento se alzó a releer y criticar a la filosofía tradicional, al
escolasticismo y también pretendió superar al debate racionalismo vs. empirismo que
venía desarrollándose desde la Revolución científica del siglo XVII. Por esa razón
podemos bien decir que el intento de nuestro autor no fue, solamente, denunciar las
falacias y las mitologías de John Locke (del cual sostenía que era el representante de
una filosofía contestataria más que constructiva) y la epistemología idealista de
Inmanuel Kant, sino que además pretendió construir una nueva filosofía, basada en
criterios de verdad que no exijan serios compromisos metafísicos, supongan meras
tautologías y –al decir de James– presupongan “soluciones” verbales. Quién nos
convoca, entonces, es John Dewey (1859-1952)
Sin dudas que podemos pensar también a un Dewey como un filósofo estadounidense,
cuyo mundo histórico fue finales de siglo XIX y la primera mitad del XX. Podríamos
sugerir una interpretación y decir a la vez que esto significa que la parte de la historia
que Dewey produjo su pensamiento, corresponde a una sociedad que se va
*
UM (Arg.) [email protected]
corporativizando conforme las transformaciones del sistema capitalista: el modelo
individualista, de libre empresa, es decir, el siglo XIX, daba sus síntomas de fin de
época conforme avanzaba un capitalismo organizado y monopolista. Dewey estuvo allí
dentro.
Este Dewey producto de la sociedad y su tiempo, es un Dewey –como dice Jürgen
Habermas– “esterilizado” por una “acrobacia” hermenéutica. Sin dudas que es una parte
a tener en cuenta: compartir determinados valores con la sociedad de nuestro tiempo,
nos define más que cualquier cosa que hallamos escrito o testimoniado. Todo lo que
pueda ser pensado tiene su sentido con una época. Esta es una posición holista y
estructural. Por ello, supongamos más la idea de que la historicidad del discurso
filosófico de Dewey funciona en nuestro trabajo como un condicionante (en vez de un
determinismo más audaz e impropio) de su obra intelectual.
Lo interesante de este filósofo, en particular, no es tanto su historicidad (sin dudas
importantes en la valoración general) sino cómo se pronunció sobre algunos tópicos
filosóficos. En este trabajo tratamos de dar razones de ello –de esa importancia–
mostrando una interpretación de la obra de John Dewey desde su epistemología y desde
sus opiniones sobre filosofía social. Tomamos como premisa que la filosofía social es la
opinión del Filósofo sobre los sistemas (los objetos) y su comportamiento en la realidad
social. Esto es muy importante. Ello se debe a que este punto se refiere a cómo me
acerco a qué y cómo lo hago. La teoría social y una correspondiente teoría del
conocimiento son hermenuticamente hablando, in-escindibles.
Dewey es un filósofo original porque, en vista de lo dicho, (a) pretendemos dar cuenta
de esa originalidad en una interpretación sobre aspectos que –precisamente–
consideramos novedades filosóficas en la Historia de la Filosofía; que (b) su pretensión
se inscribe en una tradición intelectual, el pragmatismo –fundado por C. B, Peirce y el
citado James–, y no podemos sustraer nuestra valoración del mundo de ideas en el cual
Dewey escribe; y (c) el intento de nuestro autor en superar a la dialéctica
2
empirismo/racionalismo, colocando la discusión en otros términos, los del naturalismo
empírico1, una nueva filosofía cuya labor sea reconstructiva.
Es importante aclarar esto por una razón central: desde la Antigüedad la filosofía ha
intentado justificar el conocimiento mediante el control de la “teoría” del conocimiento.
Desde que se institucionalizó la autoridad de las ciencias naturales en la Modernidad, la
filosofía tuvo que ceder el dominio sobre mundo de “lo observable”, para usar un lugar
común de los positivismos. No obstante, la filosofía persiguió ser la garantía del
conocimiento y el siglo XX se reconoció en una disciplina, como epistemología a partir
del positivismo.
La fundamentación del conocimiento hizo de la filosofía, como dice Richard Rorty, el
“espejo de la naturaleza”. Ese espejo refleja el mundo, porque se supone que la realidad
pueda ser representada en la Mente. Este reflejo es el de una realidad reproducida por el
pensamiento. De esta fundamentación filosófica del conocimiento es receptor John
Dewey y de allí que su interés en el pragmatismo como solución a las contradicciones
de las pretensiones especulares de otras filosofías: “las teorías empíricas del
conocimiento aunque rechazaban la posición de la escuela racionalista actuaban de
acuerdo con lo que creían que era una facultad necesaria y suficiente del conocimiento a
creencias previamente formadas sobre la «percepción de los sentidos», en lugar de
extraer su criterio sobre la percepción sensorial de lo que ocurre en la realización
científica2.
Así John Dewey va a impregnar su reflexión filosófica asumiendo que “la teoría es una
cosa sumamente práctica en el mundo” y que “la ciencia es una persecución de lo
inmutable, no una toma de posesión”. La filosofía se había preocupado habitualmente
en investigar lo inmutable, lo que es; y ya desde Platón había sido fuerte el desdén (o
falta de interés, o sub-valoración) por lo temporal y lo espacial. Ese desprecio por lo
contingente, por el mundo sometido al cambio, al caos que presupone lo indecidible.
Este visiones monistas del mundo –que obviamente son interpretaciones– se vieron
1
El mismo Dewey llamaba a su filosofía de ese modo, aunque otros la denominaran instrumentalismo.
En tal caso, consideremos que tanto el naturalismo empírico como cuando decimos instrumentalismo o
instrumental a la vez que nos referimos a la filosofía de Dewey.
2
Dewey, J. (1986) La reconstrucción de la filosofía, Planeta-Agostini, Barcelona, 13 p. (las cursivas son
mías).
3
amenazado por los métodos de la ciencia moderna donde lo único «universal» es el
proceso y no las entidades inmutables de las concepciones monistas.
La inmutabilidad de la ciencia puede ser entendida como una certeza en la cual
fundamos, por razones filosóficas, nuestras nociones fundamentales sobre lo que
consideramos como cierto. Para Dewey, lo verdadero tenía que ver con lo que está
justificado creer. Sin duda el criterio de Dewey es un correlato de una visión de los que
podríamos llamar una tradición anglosajona, iniciada por William James y continuada,
a nuestro modo de ver, en Richard Rorty y Thomas Kuhn. Esta tradición considera que
«lo verdadero» se circunscribe, en última instancia, con un sistema de creencias y
supuestos que confirman de algún modo aceptable la verdad (como término indefinido
y autoevidente) de algo.
Aquí está Dewey. Dentro de una reflexión en la cual no debemos tengamos que asumir
grandes compromisos metafísicos. Para ello Dewey presentó su proyecto de filosofía
instrumental: por un lado se definió pluralista (que en el sentido político significa
apertura, cierta predisposición a la independencia del criterio) y reformista en el sentido
su interés por “reconstruir” la filosofía, no desde la especulación ni la contemplación,
sino desde la comprobación y, esencialmente, de la práctica cognitiva. O dicho por el
mismo Dewey: “las cosas son lo que se puede hacer con ellas y lo que con ellas puede
hacerse: es decir, las cosas que pueden descubrirse por el ensayo deliberado”.
La primacía de la acción, la praxis jamesiana, una idea de experiencia asociada a la
interacción de los seres inteligentes y el mundo y un empirismo sosegado, consiente de
su falibilidad, marcan in extenso a la obra deweyana. No resulta extraño que sus visión
sobre la política se halle especialmente ligada a la participación del hombre en su
comunidad y su filosofía moral se encuentre a «contramano» del universalismo
kantiano.
La reflexión filosófica sobre la polis y la moral en Dewey es un epifenómeno de su
reflexión epistemológica; una epistemología que no permanece circunscripta a la
filosofía de la ciencia sino más bien orientada a cómo conoce el hombre (en nuestro
caso a la política y al deber) el mundo que tiene alrededor. Si John Dewey creía que la
filosofía debía reconstruirse sin «fundacionismos» de ningún tipo, es natural que en los
4
problemas de la filosofía social evite el riesgo de caer en los viejos problemas de los
sistemas filosóficos y sus reduccionismos elementales.
Debemos alertar al lector que cuando nos referimos a fundacionismo hacemos
referencia a la concepción que la manifestación de lo que sucede en el mundo responde
a causas elementales, básicas, «fundamentales». Así como Marx creía que el
movimiento de la humanidad se desarrollaba en la lucha de clases, o Hegel en la lucha
por el reconocimiento, o Agustín de Hipona en la teofanía cristiana, el fundacionismo
corresponde a una concepción de la vida como consecuencia de fuerzas trascendentes,
en las que se reduce la existencia. Dewey se opone a tal fundacionismo y presenta una
filosofía alternativa y original que trataremos de desarrollar en algunos puntos
sobresalientes en este trabajo. De esta alternativa se puede dar cuenta con una
perspectiva pragmática.
ii. La sociedad como actividad
¿Qué es la sociedad? Lejos de una solución verbal, de definiciones complejas o de
abstracciones elementales, nuestro autor define a la sociedad como una práctica
humana intersubjetiva que consiste en asociarse. Aquí la propiedad emergente de esa
actividad viene a configurar un sistema de relaciones humanas que pueden llamarse
‘sociedad’.
La sociedad para Dewey es una colección de actividades individuales coordinadas en el
intento de organizar la vida en comunidad. En La Reconstrucción de la Filosofía
sostiene que “la sociedad es un vocablo, pero un vocablo que abarca una cantidad casi
infinita de cosas. Debajo del mismo caen todos los modos que tiene los hombres de
compartir sus experiencias y de crear sus intereses y finalidades comunes mediante su
mutua asociación”3.
Así este compartir supone “reunirse en un intercambio y en una acción conjunta para la
mejor realización de cualquiera de las formas de la experiencia, porque esta se
3
Dewey, J. (1986) op.cit. 205 p.
5
acrecienta y fortalece cuando es compartida. Por consecuencia, existen tantas
asociaciones como bienes pueden ser realizados por la mutua comunicación y
participación en ellos”4
Los bienes sociales nunca pueden ser definidos para Dewey por proposiciones
metafísicas o lógicas (à la Platón o à la Kant), sino desde una perspectiva práctica.
Estos bienes pueden ser universales e intrínsecamente benéficos en relación a “su
comunicación (…) y participación conjunta”5. El bien social, el sentido teleológico de
la actividad social es, entonces, en palabras de nuestro autor, una situación pública
social. Aquí no caben roles paternalistas de reyes-filósofos ni imperativos categóricos,
sino que la misma comunicación y participación en el bien colectivo debe ser entendido
–de manera análoga a Robert Dahl6– como un proceso y una entidad sustantiva
pragmáticamente definida.
En este sentido, el bien común es una universalización de la actividad de compartir
aquello que es bueno para todos los miembros de una sociedad: “la universalización
significa socialización, extensión del ámbito y del alcance de quienes participan de ese
bien”.
El modelo moral de una sociedad, entonces, debería atender a un deseo de que las
experiencias de vida, las ideas, las emociones y los valores sociales sean transmitidos
(comunicados) y pasen a ser comunes, es decir, aporten a cada uno de acuerdo a un
criterio participativo. La sociedad (y sus instituciones) permite a los individuos elevarse
por sobre las bestias cuando le permite llevar a cabo sus capacidades. “Solo dentro de
su asociación con otros –dice Dewey– (el individuo) se convierte en un centro
consciente de la existencia”.
iii. La Democracia como experiencia de la libertad
4
op.cit. 210 p.
Ibid.
6
Dahl, R. (1992) La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona.
5
6
Es de esperar que un filósofo que entienda a la sociedad como la práctica de asociarse,
más que cómo un contrato social (idea que Dewey enfatizó como falaz) o un organismo
vivo, un cuerpo social –tal como la imaginaron Hobbes y Durkheim–, sostenga que las
instituciones emergentes de esa práctica respondan al patrón de asociación. O dicho de
otra forma: que las instituciones de una sociedad surjan de la calidad de los arreglos y
acuerdos que se dan entre los agentes sociales.
Esta es la noción que Dewey tiene sobre la democracia. En un interesante pasaje de
Libertad y cultura, un libro de que Dewey escribió en 1939, sostenía, para ilustrar
nuestra afirmación, que “(l)a grave amenaza a nuestra democracia no está en la
existencia de estados totalitarios, sino (…) en las propias actitudes personales dentro de
las (…) instituciones; de condiciones semejantes a las que en otros países (…) han dado
la victoria a la autoridad extrema, a la disciplina, a la uniformidad y a la sujeción al
líder. En consecuencia el campo de batalla está también dentro de nosotros mismos y de
nuestras instituciones”7.
La idea de que un régimen político está basado en su legitimidad ha sido una idea de
muchos pensadores, pero la impronta particular de Dewey refiere a que esa
legitimación procede de un proceso de ensayo y error; de una acción resultante de los
ajustes entre las pretensiones de las personas y las instituciones existentes. En el caso
de un régimen democrático, este persiste en tanto que permite verdaderamente lograr la
autonomía personal dentro de un contexto social. Pero dicho así podría parecer una
simple oda al buen gobierno; sin despojarse del recurso romántico idealista y sin
explicar los mecanismos reales para que todas estas bonitas frases se materialicen en las
propias instituciones políticas.
La forma que Dewey encuentra para que este proceso se realice es la adaptación entre
la acción social e individual y las instituciones en tanto identificación de los individuos
con otros individuos; o dicho de otro modo, la participación en las empresas de
identificación. Las instituciones son en consecuencia las mencionadas empresas de
identificación. Y esta actividad de adaptación hace que la cooperación sea un medio
práctico hacia la solidaridad y la participación pública sea una garantía para asegurar la
7
Dewey, J. (1965) Libertad y cultura, UTEHA, México, 48-49 p.
7
libertad, la cual de ninguna manera podría ser vista como una condición dada como
sostenía la metafísica liberal en algunas versiones del contractualismo (v.g. Rousseau y
Locke).
Para Dewey no hay un hombre bueno ni un hombre malo por naturaleza. Esto es un
tipo de fundamentalismo inadmisible para los filósofos pragmatistas. Solo hay hombres
que se desarrollan en las sociedades de su tiempo y ese desarrollo se da en un contexto
donde la bondad o maldad de las acciones están moralmente definidas. Esa moral
tampoco puede ser tenida por algún fundamento último de la acción, sino más bien
como motivos, predisposiciones y creencias a actuar de acuerdo a lo que el conjunto de
individuos consideran como bueno o malo.
El liberalismo deweyano consiste en liberar al hombre de las restricciones doctrinarias,
aquellas que desde principios elementales derivan la bondad o maldad de la acción
como teoremas matemáticos. En materia de acción pública, dice Dewey, “la moral no
es un catálogo de actos ni un conjunto de reglas (...) como una receta de cocina”, de
manera que el acto de libertad debería expresar la autonomía personal en el obrar bien
sin fundamentos extra-personales. “La subordinación de todos los fines a la
consecución de uno solo lleva al fanatismo”, lo que en vez de invitar a la reflexión
racional sobre la validez ética de la acción, de investigar las dificultades y de evitar lo
malo, se transforma en una renuncia, en una clausura de la autonomía.
Visto así, la práctica de la libertad es subordinar la ley al logro humano, en lugar de
subordinar lo humano a la ley externa. Las instituciones, en última instancia, son
hechas por y para el hombre, y no al revés. Este instrumentalismo moral presente en
John Dewey no lo lleva necesariamente a considerar fórmulas eleáticas –como en
Jeremy Bentham– tales como la mayor felicidad para el mayor número. Más bien
coloca a la moral en un lugar privilegiado para la construcción de un hombre, en última
instancia, feliz: nacemos ignorantes y sin práctica –sostiene Dewey–, en un estado de
«dependencia social». La construcción del hombre y de su propia autonomía resulta la
empresa moral, pragmáticamente hablando, más excitante.
8
Aquí las instituciones de gobierno cobran un finalidad central: “liberar y desarrollar las
capacidades de los individuos” sin distinción8. La evidente referencia jeffesoniana nos
hace pensar que tanto las instituciones sociales (la doctrina moral, la costumbre) o
políticas deberían llevar a la plenitud a ese individuo imaginado por Dewey. De manera
que si hay una política de reconocimiento, para decirlo hegelianamente, esta tendría que
superar las contradicciones a esta plenitud como autonomía.
Tenemos entonces, que la democracia para Dewey podría ser entendida como la
«práctica de la libertad». Esta práctica define a un hombre vivo, actuante, dessacralizado, fuera de los grandes relatos fundacionistas. Al fin y al cabo “la democracia
tiene muchos significados, pero si tiene un significado moral, lo encontraremos en que
establece que la prueba suprema de todas las instituciones políticas (...) está en la
contribución de cada una de ellas al desarrollo acabado de cada uno de sus miembros”9.
La democracia como práctica de la libertad es una continuación de la naturaleza de la
sociedad definida como actividad. Esta democracia, si persigue los bienes morales que
Dewey considera como autonomía, desarrollo, plenitud, podemos definirla como un
bien social, una herramienta práctica para el logro de los fines más elevados de los
hombres consientes de forjar su propio destino.
iv. Una filosofía social que supere los viejos dilemas
Como hemos advertido antes, la Reconstrucción de la filosofía no es para J. Dewey una
«refundación». Es necesario topar con este punto para dar cuenta de por qué la
intención de analizar los problemas habituales de la filosofía (social, en este caso) no
equivale a brindar bases y puntos de partida, para usar la frese alberdiana, de una
buena sociedad.
El criterio pragmático supone, por el contrario, el análisis y la comunicación pluralista
de imágenes del mundo que no marchen desde la fundamentación metafísica. John
Rawls ha sido en nuestra opinión el filósofo más elegante al usar la pragmática del
pluralismo. Rawls definió a una sociedad bien ordenada como el producto de
8
9
Dewey, J. (1986) op.cit. 193 p.
Ibid.
9
consensos entrecruzados con la finalidad de producir una comunidad de intereses y
valores donde un clivaje social (y su doctrina) no pueda sistemáticamente eliminar al
“otro” social10.
El pluralismo político de Rawls es, ante todo, una definición de justicia política; en
tanto ello, significa que tal criterio de pluralismo político intenta justificar la manera
más igualitaria de aceptar la imposición política de una fórmula de lo que está bien y lo
que no. En este sentido, John Rawls es un heredero del pluralismo deweyano.
Como dijimos, el anti-fundacionismo del pragmatismo (como corriente filosófica) y en
John Dewey en particular, desconfía de un criterio único e infalible para el ejercicio del
poder en su mejor forma. William James sostenía que la verdad es «lo que es bueno
creer» y Dewey que es «aquella cosa que se garantiza como cierta». Como se ve, es
imposible conciliar la concepción del pragmatismo con la unicidad e infalibilidad del
criterio (o la vara) con que se miden las cosas. Esto en filosofía política es una novedad:
las tradiciones del iluminismo se formaron en las idea de libertad e igualdad como
basamento nómico de la práctica política. El pragmatismo es novedoso en la teoría
política porque intenta llegar a criterios de justificación distintos a decisiones
substanciales.
Esto trae algunos riesgos: o se puede caer en un nihilismo depresor de la filosofía, o
bien en el relativismo, so pretexto de inconmensurabilidad de las doctrinas. También
puede alegarse el fundamento de la indecibilidad. Una proposición es indecidible
cuando no puede argumentarse a favor ni de su verdad ni de su falsedad. Esta posición
provoca gran conmoción entre los filósofos porque demuestra cierta debilidad básica de
la razón.
Sin embargo, el pragmatismo se niega a escandalizarse por alguna de estas cosas. Opta
por una posición menos exigente y des-comprometida. El pragmatismo en política
funciona por «adaptación» a las circunstancias de la realidad. Es una «especie»
filosófica que trata de ajustar su discurso a las condiciones que se pretenden conocer.
Dewey en la Reconstrucción... sostiene que es necesario “abandonar los viejos
10
Rawls, J. , El liberalismo político, 1996 y La justicia como equidad, 2004.
10
problemas metafísicos y epistemológicos” porque ellos están cargados con discusiones
definidas en los juegos del lenguaje.
¿Y que rol juegan los problemas políticos en el intento de reconstruir la filosofía?
Conviene señalar que, en efecto, el mundo social no está fuera de las generales de la
ley. El camino que Dewey va a seguir es un empirismo donde la idea de experiencia no
se limite a los «informes» de los sentidos a la mente, sino más bien un intercambio
pragmático entre el acto de conocer y el mundo. El conocimiento es contemplar,
percibir, asociar... pero sobre todo es un intercambio con el mundo. El ensayo y error
juega, en la filosofía de Dewey, el rol central en el conocimiento. Saber en la práctica lo
que no es, aporta mucho más que adecuar el entendimiento a la cosa. (infra § i)
Desembarazarse de los viejos problemas opera en el conocimiento del mundo como una
superación, una Aufheben dialéctica. A la misma vez exige nuevas respuestas y presta
una fuerte disposición a investigar de nuevo. El problema político aparece entonces
renovado, necesitado de respuestas. En la Reconstrucción... Dewey enfatiza que “las
fuerzas más progresivas de la vida son ideas del pasado liberadas de sus limitaciones
locales y parciales y empujadas a la plena expresión de su destino“. Solo así es posible
repensar un criterio de justicia, de buen gobierno, de bien común.
v. Una deontología democrática y pragmatista
El pragmatismo, tal como sostiene Richard Rorty es una filosofía naturalista, desconfía
de las “oposiciones binarias” de la metafísica (como la teoría de los mundos de Platón).
Esta posición anti-metafísica se auto-fundamenta en la asunción que es innecesaria “lo
que (Jacques) Derrida llama «una presencia que está más allá del juego», y rechaza (...)
los varios reemplazantes de Dios que han sido propuestos para el papel de esa completa
presencia. Lo que es depende de lo que es en relación con (o, si se quiere, en diferencia
con)”11.
11
Rorty, R. (1998) “Notas sobre desconstrucción y pragmatismo” en Mouffe, Chantal (comp.)
Desconstrucción y pragmatismo, Paidós, Buenos Aires 40 p.
11
Esta posición teórica hace del pragmatismo una filosofía anti-fundacionista. El antifundacionismo es claramente epistemológico, pero también –y esto no es menor– éticopolítco. En Dewey esta perspectiva se organiza en una crítica al racionalismo: “La
doctrina ética empezó entre los griegos como un intento de encontrar una normación de
la conducta que tuviese una base y un designio racional, en lugar de derivarse de la
costumbre. Pero en su condición de sustituto de la costumbre, la razón se hallaba
obligada a proporcionar objetos y leyes tan fijas como lo habían sido las de aquélla.
Desde entonces la ética ha vivido extrañamente hipnotizada por la noción de que su
tarea consiste en descubrir alguna finalidad o algún bien último, o alguna ley suprema y
última”12
El mismo Dewey presenta a estas visiones metafísicas como fundacionistas en el
sentido de que son teorías de los “fines fijos”. Así, el correlato pragmático del
comportamiento moral puesto en acto se comprende como un teorema de esos fines
inmóviles. Pero para nuestro filósofo esto no puede ser así, dado que esto generaría un
automatismo moral que no exigiría el uso de una inteligencia práctica. Y esta aciticidad (si se me permite la expresión) conduce, por su inmovilismo, a una sola
consecución: el fanatismo.
Para Dewey “los bienes y los fines morales existen únicamente cuando es preciso hacer
algo” por lo que el valor puesto en juego –en el razonamiento moral– es intelectual y
analítico13. En consecuencia, la Ética se traslada a una filosofía de la acción y el
resultado. “Esto es así –dice Aranguren– porque la verdad no es ya una adaequatio (...)
sino una invención”14. Es una hipótesis que da resultados justificadamente creíbles de
tal manera que “la importancia pragmática de la lógica de las situaciones
individualizadas (antítesis de la finalística racionalista), cada una de las cuales tiene su
propio bien y principio irreemplazables, estriba en trasladar la atención de la doctrina,
desde el preocuparse de los conceptos generales, hasta el problema de desarrollar
métodos eficaces para la investigación”15
12
Dewey, J. (1986) op. cit. 173 p.
Ibid. 179 p.
14
Aranguren, J. L. (1979) Ética, Alianza Universidad, Madrid, 67 p.
15
Dewey, J (1986) op.cit. 180 p.
13
12
Así entendido una moral pública, una deontología política plausible debería estribar en
aquellos principios pragmáticos donde el conflicto político (Dewey no ignora la
agonalidad de la política) precisa de criterios que lleven a la resolución del mismo. Una
ética de la cooperación parece proporcionar las bases más sólidas de la base éticopolítica del buen gobierno. No hay un criterio unificante, totalizador; una fórmula
política más allá de la esencia de lo político.
Por esa razón creemos que Chantal Mouffe se equivoca al calificar a Dewey como un
pensador limitado al “ser incapaz de acceder a las implicancias del valor del pluralismo
y aceptar que el conflicto entre valores fundamentales no puede resolverse jamás”16.
¡Todo lo contrario!. Creemos –junto a Ramón del Castillo– que “(en términos políticos)
la cuestión no es aproximarse a ciertos ideales, sino desarrollar hipótesis de trabajo que
operen dentro del complejo de fuerzas sociales al que se aplican”, donde las hipótesis
pueden leerse como programas políticos, programas para la acción pública, y las
fuerzas sociales –se sobreentiende– no son meras corrientes de opinión, sino que (sobre
todo en los años de Dewey) suponían colectivos sociales autofundados en visiones del
mundo totalizantes y contradictorias entre si17.
Del Castillo sostiene con razón –y en oposición a Chantal Mouffe– que Dewey
“admitía que el conflicto es esencial a las relaciones sociales, pero para él admitir la
inevitable subordinación de la razón al poder era como dar por supuesto que, en última
instancia, todas las posturas políticas eran igual de arbitrarias, que la razón era esclava
de las pasiones y que el mundo era un campo de batalla, una creencia que, de hecho, en
la práctica (...) realmente servía para obstruir más la discusión y la deliberación
racional”18. Es decir, Dewey si reconocía el valor intrínseco del pluralismo como una
ideología más.
Todo esto, al fin de cuentas, configura una deontología democrática capaz de resolver
el problema de la carencia de soluciones kantianas a la vida social. Reconociendo a la
política en su lugar; donde se expresan las acciones más nobles y las más oscuras. Pero
la posibilidad de construir una buena sociedad tiene su momento deweyano en entender
16
Mouffe, C. (1998) “Desconstrucción, pragmatismo y la política de la democracia” en Mouffe, C. op.cit.
23-24 p.
17
del Castillo, R. (2003) “El amigo americano” en Dewey, J. (2003) op.cit. 27 p.
18
Ibid. 37 p.
13
ese proceso de construcción como un experimento moral, un ensayo deliberado en
torno a valores mutuamente beneficiosos. Valores tales como la colaboración, la
solidaridad, la cooperación; que no son finalísticos sino prácticas concretas, acciones
intersubjetivas.
vi. Comentarios finales
Quizás el legado fundamental de John Dewey a la filosofía política tenga que ver con
una justificación pragmática del orden político. Esta fundamentación comienza y
culmina en la satisfacción de un individuo en una sociedad que no diluya su
singularidad y le restituya su calidad de dignidad humana. El gobierno, como buen
liberal de izquierda, debe actuar de acuerdo a criterios que profundicen la autonomía
humana individual incluso, si es necesario, utilizando los medios tradicionalmente
colectivistas.
Dewey sostiene la tesis que el gobierno puede (y en tal caso, debe) formular y
promover respuestas a esos individuos que, por el paso de un capitalismo individualista
a uno corporativo, han quedado rezagados de la modernización. En este sentido
podemos hablar de un Dewey políticamente reformista. La planificación, la previsión y
la actividad gubernamental son instrumentos para poner en el centro de la escena al
hombre; ese hombre que ha perdido el reconocimiento con su sociedad.
La democracia qua experiencia de la libertad expresa en todos los sentidos un orden
político donde se pone, precisamente, a ese hombre en el centro de la escena. “Los
individuos no se reencontrarán consigo mismos hasta que sus ideas e ideales no se
armonicen con la realidad de la época en que viven”19 parece explicar con precisión ese
reconocimiento necesario entre el yo y su mundo de vida. En este sentido, la filosofía
social de John Dewey se inscribe en la tradición de Aristóteles y Hegel, donde la
plenitud humana se produce en el encuentro del individuo con su comunidad política.
Si en Aristóteles ese reconocimiento se da en polis y en Hegel en el Estado nacional, en
Dewey se hace patente ese mismo significado en la sociedad democrática.
19
Dewey, J. (2003) 99 p.
14
La experiencia de desazón que vive el individuo escindido de tal reconocimiento, unido
a los males endémicos del capitalismo tardío construyen esa inseguridad y fortalecen
las dependencias individuales con respecto a los vaivenes de una sociedad que ha
impuesto una ética darwianiana. “El miedo a perder el trabajo y la amenaza de la edad
van minando la autoestima que afecta a la dignidad personal”; todo esto ocurre al
compás de las “orgías” (sic) bursátiles.20
En síntesis, la propuesta deweyana no consiste en modo alguno en restaurar un paraíso
perdido; en esa utopía liberal de los años ’20 (los dorados veinte) cuya lógica era
recomponer el liberalismo decimonónico. Para Dewey el problema de una filosofía
social progresista tiene que ver fundamentalmente con caminar hacia adelante, mirando
hacia adelante. “Todo análisis encierra un aspecto profético: solo podemos percibir lo
que existe cuando prevemos las consecuencias que conlleva (...) El análisis implica de
por sí una elección”.
El viejo individualismo decimonónico (de beneficio privado y exclusivo, hedonista y
utilitario) no pudo asegurar la igualdad de oportunidades. La nueva sociedad deberá
organizar los medios para cumplir con los fines más altos de la civilización liberal: la
cultura libre de sus miembros.
Como sostuvimos en el presente artículo, creemos que para John Dewey la filosofía
social cumple un rol educativo en la elucidación sobre los aspectos más relevantes en lo
que refiere a experiencia de la libertad. Para Dewey esto es posible al librarse de las
ataduras políticas e ideológicas; de los prejuicios dogmáticos y las instituciones
represivas. La filosofía tiene una función estrictamente pragmática: iluminar la acción
del hombre. Así entendido la filosofía tiene un presupuesto y un objetivo que se
compromete en el análisis del mundo que tenemos alrededor.
La dialéctica que se da entre nuestro pensamiento y ese mundo se inscribe en la
actividad humana que persigue los fines más altos de los que a filosofía pretende dar
cuenta. “Todos coincidimos en que queremos una buena vida, y que una buena vida
20
op.cit. 88 p.
15
comprende libertad y un juicio formado para saber apreciar lo honroso, lo verdadero y
lo bello (...) y que sin un análisis no es posible establecer una conexión con la situación
actual ni una verdadera relación con las condiciones que permiten la realización de los
ideales”. Pero “los ideales expresan posibilidades; pero solo serán ideales genuinos en
tanto sigan siendo posibilidades de lo que está sucediendo hoy”21. Lo que podríamos
confirmar como un idealismo político auténticamente pragmático.
*
*
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Finalmente queda una observación menos descriptiva y algo más valorativa de John
Dewey y su filosofía social: sin dudas el autor (quién es objeto de nuestra
hermenéutica) apuntala todo su edificio teórico desde un individualismo puro y duro.
Pero no es un individualismo posesivo ni fundamentalista. No es el tipo de
individualismo definido como mera tautología. Recordemos que este individualismo es
defendido por lo que se comprende como anarco-liberalismo, donde la noción de
individualismo es ontológico, metodológico y moral, y por lo tanto es más ideológico
que analíticamente relevante. Este tipo de individualismo fue defendido por los clásicos
liberales en oposición a la visión corporativa de la sociedad; pero ha sido llevado a la
apoteosis por los la filosofía liberal neoclásica. James Buchanan, por ejemplo, justificó
en Una teoría individualista del proceso político al declararse “heredero de la tradición
occidental” y al considerar al individuo como la “entidad filosófica básica”.
El individualismo de Dewey, en cambio, obedece a una pauta más realista: el individuo
es quien construye la sociedad en unión a los demás, y lo hace creando instituciones
políticas que incluso lo pueden disolver en su singularidad. El individualismo para
Dewey no es un dato, sino una condición de los agentes sociales más elementales del
análisis filosófico. Este individualismo es una ideología en torno a una individualidad.
En The Ethics of Democracy, Dewey sostiene que el individuo y la sociedad forman un
todo, analíticamente abstraídos pero in-escindibles en el mundo real. Como dice del
21
Dewey, J. (2003) 158 p.
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Castillo, “el verdadero fin era poner al alcance del individuo hechos concretos que le
permitieran dirigirse por sí mismo”22. El fin, entonces, un fin el cual que está justificado
creer por medio del razonamiento moral, es un individuo autónomo en sí mismo como
meta socialmente deseable. El individualismo no es para Dewey un punto de salida,
sino un objetivo deseable, practicable; un punto de llegada.
La conformación de “un tipo de individuo cuyos esquemas de pensamiento y deseo
estén marcados permanentemente por el consenso con los demás y para el cual la
socialidad sea sinónimo de cooperación con todas las asociaciones humanas regulares”,
es lo que construye una sociedad igualitaria23. Y esta in-escindibilidad entre ‘individuo’
y ‘sociedad’ hace que toda vez que el cambio se produce un cambio en “la estructura
mental y moral de los individuos, así como los modelos de sus deseos e intenciones,
cambian junto con los grandes cambios en loa estructura social”24
Sin dudas no es posible hablar de un individuo sin pensar en aquello que si puede ser
divisible. La sociedad es la colección de actividades que se producen entre los
individuos, y por lo tanto podemos hablar del Todo y la Parte en este caso. Pero hay
entre el uno y la otra una relación de mutua necesidad: no hay uno sin la otra. Lo
indivisible (el individuo) tiene esa propiedad de acuerdo a su relación con la sociedad.
Lo que es divisible, la sociedad, solo puede ser entendida como una totalidad definida
en términos de mutua asociación.
Esta versión de individualismo intenta recuperar al zoon politikon aristotélico,
colocando en este caso a la polis al servicio del polites. Se sigue de ello que las
instituciones políticas pueden llegar a complacer a una buena sociedad en tanto
acondicionen –y creo que acondicionar es la mejor manera de expresarlo– el mundo
social sin proceder con algún tipo de absolutismo moral
John Dewey era lo que podríamos llamar un liberal sensato. Un liberal que no se
acomplejaba de sostener los valores de la libertad individual y los derechos de las
personas sin algún tipo de fictio iuris; sin estados de naturaleza, ni manos invisibles, ni
22
del Castillo, R. (2003) op.cit. 27
Dewey, J. (2003) op.cit. 111 p.
24
Ibid. 109 p.
23
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fantasías «políticamente correctas». Para Dewey la política se definía por el conflicto.
Pero el conflicto es una condición más real que cualquier ficción de estas y es la
consecuencia natural de la interacción social: no hay en tal sentido autorregulación ni
homeostasis. Ante ello se impone, sin embargo, la elección moral de una sociedad
donde el interés social sea comprendido como un valor independiente de las ecuaciones
entre las preferencias individuales de diversas clases. El Bien Común que desaparece
habitualmente del discurso filosófico del liberalismo renace con Dewey de una forma
justificada y practicable con la fuerza de quien tiene la razón porque para ello da las
razones.
Bibliografía
Aranguren, J. L. (1979) Ética, Alianza Universidad, Madrid.
Del Castillo, Ramón (2003) “El amigo americano” en Dewey, J. (2003) Viejo y nuevo
individualismo, Paidós, Barcelona.
Dewey, John (1965) Libertad y cultura, UTEHA, México
Dewey, John (1986) La Reconstrucción de la Filosofía, Planeta-Agostini, Barcelona.
Dewey, John (2003) Viejo y nuevo individualismo, Paidós, Barcelona.
Dahl, Robert (1992) La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona.
Rawls, John (1996) El liberalismo político, Crítica, Barcelona.
Rawls, John (1996) La justicia como equidad, Paidós, Buenos Aires.
Rorty, Richard (1998) “Notas sobre desconstrucción y pragmatismo” en Mouffe, C.
(comp.) Desconstrucción y pragmatismo, Paidós, Buenos Aires.
Resumen
El propósito general de este trabajo es presentar breve y sinópticamente el pensamiento
de John Dewey sobre aspectos clave de su filosofía política y moral. Para ello creí
conveniente hacer una pequeña digresión sobre sus posiciones epistemológicas y hacer
de su reflexión ético-política una consecuencia de aquellas. Presento a Dewey como un
filósofo original que advierte uno de los problemas más delicados de la época de este
autor (el período de entreguerras): cómo y por qué defender la democracia desde una
perspectiva progresista. Por ello exponemos las temáticas que a nuestro juicio
representan de mejor manera sus posiciones: el problema de la práctica y los valores
democráticos.
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Palabras clave
Dewey – filosofía social – democracia – sociedad – moral – individualismo
Pragmatismo – libertad – política
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