Lic. José Antonio León Sánchez. [email protected] Docente de Español del Colegio Ateneo de Ensenada, B.C. Zona 19 Clima áulico. “La literatura y el aula” Resumen En la presente ponencia, realizada como una participación dentro del foro “Educación secundaria, retos y oportunidades” es a su vez una revisión al vasto y amplio espectro correspondiente a la asignatura de Español. En ella se aborda la enseñanza y el manejo de situaciones de aula por medio de la literatura, la cual es ámbito y eje medular del programa de estudios de educación secundaria que esta en vigor en nuestro sistema educativo. Con base en lo anterior, se brindan en el texto algunas propuestas que, si bien no serán novedosas, si constituyen un referente para el trabajo con materiales literarios en el salón de clase, además de brindar nuevos visos acerca del quehacer del maestro que se desempeña en el área del lenguaje. Se llama literatura a la creación verbal que existe desde que el hombre desarrolló el lenguaje, en un momento en que las cosas comenzaron a tener nombre y significado, y junto a las manifestaciones artísticas primigenias, inquietud y sino vertidos en el hombre que crea y aprende. También llamamos literatura a la investigación de la práctica antes mencionada, y estos dos ejercicios confluyen en la escuela, cuando nos damos a la tarea de difundir la lectura y el conocimiento entre los estudiantes. De esta manera, lectura y literatura han marchado de la mano haciendo honor al logaritmo herramienta-contenido-expresión. En la escuela, en tiempos de ética postmoderna y aplicación de teorías del aprendizaje, se ha relacionado a la lectura y la literatura con toda una serie de cargas subjetivas y ominosas, que les han dotado de un aura cuasi-espiritual y de transformación espontánea del individuo que lee. ¿Qué sucederá entonces con los textos menos vistosos, mas inmorales, con una carga que dista de “lo positivo”? pobres de Bataille, de Marosa di Giorgio, de Anaís Nin, de Rimbaud, cuyos textos no buscan la perfección o la mejora de las ansias comunales, de los misterios del saber. Y es que la literatura no es didáctica, un texto literario guarda un valor per se, que estriba en las formas y el manejo del lenguaje, su valía como documento que refleja una época y hace copiosa memoria de los tiempos que al autor le tocó vivir. Teresa Colomer (2001) afirma que la literatura “ha perdido la centralidad de que gozaba en el pasado como necesaria en la construcción social del individuo y la colectividad y ha sido desplazada a un lugar marginal”. Si atendemos a que en las últimas décadas los valores de la sociedad se centran en el consumo, la competitividad y la productividad, donde se educa a los jóvenes precisamente para que funcionen bajo estas premisas, Colomer tiene razón: la literatura no tiene cabida en esos modelos de utilitarismo a ultranza. De esta manera, cuando el estudiante de secundaria pregunta por la utilidad de leer los maravillosos instructivos de Julio Cortázar, los siempre inventivos relatos de Borges, los textos de las vanguardias poéticas, el maestro se ve forzado a esgrimir argumentos idealistas que en nada ayudan a la noción de utilidad que el estudiante busca en lo que trabaja en el aula. ¿Vamos a cerrarnos entonces y decir que no, que la literatura no tiene una utilidad inmediata? La respuesta es no, la respuesta tiene hoy mas que nunca, carácter de urgente, en un mundo al que le hace falta la noción de viaje, de magia, de imaginación que ofrecen los libros, en toda su manifestación de inter subjetividad . Es por esto que la lectura y la enseñanza de la literatura son tópicos imperativos. La literatura se vuelve un arma de resistencia, enseñar literatura es una lucha que debe asumir la responsabilidad de formar ciudadanos críticos y capaces de cuestionar lo que la mayoría acepta como algo dado. La lectura es un proceso complejo que busca desentrañar los sentidos y las significaciones en el texto, pero también tiene un sentido lúdico, creativo y de goce: “...texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez hasta una forma de aburrimiento) hace vacilar los fundamentos históricos, culturales y sicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos , pone en crisis su relación con el lenguaje” Barthes (1977: 25) Para lograr lo mencionado por Barthes, se debe deconstruir y reconstruir el artefacto literario para descubrir sus sentidos. Y para que esto sea posible debe formarse a los lectores, estos, deberán ser instruidos en un aprendizaje que los capacite en el discernimiento del texto, para logar contribuir a su sensibilización y la interpretación. La enseñanza de la literatura en el aula durante mucho tiempo ha sido acotada a una serie de conocimientos históricos sobre títulos y autores, cuando su importancia radica en que nos acerca a las profundidades de la condición humana a través del lenguaje, de palabras que proyectan su dimensión estética. El reto consiste en formar dichos lectores con espíritu crítico, capaces de interpretar la historia y la sociedad. Por lo anterior, el papel del maestro lector es vital; deberá ser él quien este al tanto de novedades en ediciones, quien gestione apoyos para libros en el aula, quien entienda que la tarea de formar lectores solo se debe hacer con un libro en la mano, dejando atrás el discurso y pasando directamente a la acción, en un trabajo constante. Se trata de que el joven tenga acceso a textos con los que se sienta identificado, que encuentre en la lectura una vía de escape, un goce, una manera de pasar un buen momento, dejando de lado los libracos voluminosos y herméticos, cuya lectura angustia mas que divierte, se vuelve un deber, mas que una manera de arribar a nuevas concepciones del mundo. En mi experiencia como docente, he tenido la oportunidad de trabajar en el ámbito de la literatura, como una extensión de un aspecto de la educación que me apasiona: la intertextualidad, es decir, la experiencia de vida que se desprende del texto y busca retroalimentarse con las vivencias y concepciones del individuo. Lo anterior, se puede abordar realizando actividades que establezcan un balance entre el impacto del quehacer del ámbito literario y el reconocimiento a nivel comunidad de los alcances en actividades: Carteles, dramatizaciones, cartas a los personajes de relatos, collages, grabación de spots de radio, etc. La lectura de textos literarios en el aula permite que los alumnos contrapongan esos mundos irreales a la realidad que viven, que ordenen el caos de la vida real mediante procesos cognitivos que los dotan de significación. La función de estas lecturas va mucho más allá de las competencias comunicativas. La literatura fomenta la imaginación, y la imaginación va de la mano con la creatividad, y ambas, están íntimamente ligadas con la empatía. BARTHES, Roland (1995), El placer del texto. Siglo Veintiuno Editores. México COLOMER, Teresa (2001). “La enseñanza de la literatura como construcción del sentido”, en Lectura y vida, año 22 No. 1, Marzo de 2001.