La Historia de la literatura de Ricardo Rojas Laura Estrin Universidad de Buenos Aires Comencé a escribir sobre Ricardo Rojas aconsejada por Nicolás Rosa hacia 1994, texto que se encuentra en nuestro libro Políticas de la crítica; en el homenaje al autor en el Centro Cultural de la Universidad de Buenos Aires que lleva su nombre, en 2007, presenté una pri­ mera versión de lo que leeré aquí para ustedes… [Quizá hoy, Nicolás, ya no frunciría el seño al escucharme… y esta es mi dedicatoria]. El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión –dijo Sarmiento al comenzar el Facundo y continuó casi poético–: el desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas… Entre la historia y la literatura, Ricardo Rojas construyó una extensión que lo inscribió en cierta genealogía sarmientina. Rojas escribió una obra de nueve frondosos tomos, y ese proyecto de una historia de la literatura para la nación argentina, como si la historia litera­ ria constituyera ciertamente algo de lo nacional, es un monumento fundamental de nuestra crítica literaria. Sobre esos libros pude pensar el problema de la temporalidad, elemento fun­ damental de la escritura de la historia deteniéndome particularmente en el nuevo segmento literario que señaló esa fundación: la literatura gauchesca (Rosa, 1999). Aspecto que consideré parte de una extensión romántica y positivista de la perspectiva de Ricardo Rojas,1 forma que inicialmente –tal como aclara el autor– está compuesta por el espacio, casi toda Sudamérica, y 400 años de tiempo. La extensión espacial arrima tiempo, como escribió Mastronardi. O, más claramente, el espacio se hace tiempo. De modo que Rojas ordenó la literatura argentina como materia nacional en un sistema estético de ciclos, ciclos de formación, de evolución, de organización y de renovación, serie que ya muestra su sesgo: en el inicio, los gauchescos (siglo XIX) con su “leyenda pastoril”; luego los coloniales (siglo XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX) con su traducción2 de lo nativo; luego los proscriptos (siglo XIX, nuevamente) con su “prestigio heroico” y finalmente los modernos (fines del XIX y comienzos del XX), “obreros de un arte incipiente”, como de­ finió a sus contemporáneos. Cuatro momentos de la historia nacional que la literatura documentará. Cuatro etapas que inscribirán su particular acopio, conceptualización, interpretación y valoración que en esta historia alteran la cronología. Clasificación no consecutiva que organiza el tiempo a la vez que desordena la historia.3 Lógica no cronológica, por lo que su plan es primero un ca­ tá­logo de documen­tos –una filología–, más tarde una di­dác­ti­­ca y, por último, una política: saber qué enseñar, saber cómo en­­señar, sa­­­­ber dónde y con qué fines mostrar la literatura. 222 Departamento de Letras Y ese bies hace de la historia una se­rie de amputa­cio­­nes que tal vez sea el movimiento necesario para armar un modelo nacionalista, romántico, o, quizá, más ampliamente, el ín­ dice ciego, necesario, para componer un canon con futuro…4 Por otro lado, tampoco se trata –como insinúa Rojas– de señalar un origen sino de imantar un comienzo, puesto que en la historia literaria no hay fundaciones, solo refundaciones, restituciones, mitos, operaciones que irán en este gesto crítico de lo lógico a lo crónico. Es evidente, asimismo, que cierto ideal precede este mecanismo historiográfico, una vo­ luntad casi absoluta lo origina y una vaga dialéctica lo destila.5 Además de que cierta idea de progreso aparece tensionada por la enorme autoridad admitida al pasado, bajo la forma de la tradición, por ejemplo. Voluntad política de administrar y regular conflictos literarios por lo que esta fundación de la literatura argentina será una refundación nacional, del mismo modo que Rojas había acordado en que el período de organización del país con Urquiza era, en realidad, de reorganización. Entonces, este original gesto exige una supuesta totalidad pero no soporta la cronología, el todo nunca es un todo ordenado. Y reclama la compleja tutoría que opera la historia sobre la literatura, aunque entendamos que el discurso literario no es histórico por el solo he­cho de de­pen­der de la temporalidad fáctica o porque se lo someta a u­­na li­nea­li­dad causal evolu­ tiva exterior, sino precisamente porque ex­­hibe en sí mismo registros discursivos específicos que de­ter­­minan su re­per­cu­sión política y estética muy precisamente ubicada. Hablamos, por ejemplo, del valor de utilidad o de ba­­na­lidad que se le a­sig­­na dentro de la discursividad so­ cial en determinado momento a estas historias literarias o al problema de la tradición o al del canon aludidos antes, sobre todo en estos años –y lo hago para pensar solo en un pequeño caso– en que se han dado ciertas nominaciones, críticas, siempre críticas, de carnavalescas generaciones de poetas jóvenes… quedando del otro lado: la literatura, evidentemente, de au­ tores viejos. Sintéticamente: el problema de la historia literaria es el de volver a leer y allí se inscriben las fatigas, las holgazanerías, las cegueras de la historia, las ignorancias de los lectores y las instituciones. El problema de la historia literaria es el de volver a leer –repito–… y no hablo de esas palabras gastadas por la crítica porque este no es un asunto de relectura sino que comporta y obliga a hacer una nueva serie para volver a decirla cuando ya no alcanzan las metáforas, metonimias, sinécdoques o, aún más, quiasmos que importamos todo el tiempo. Con Rojas habría que volver a la descripción valorativa después de tanta figurática, ya que él practicó ambas con distintos resultados. En su operación crítica, una obra literaria participa de un momento de la vida intelectual y nacional, e históricamente de otro. La historia literaria no coincide con la historia política: la revolución política e histórica de Mayo de 1810 se corresponde con la revolución estética y filosófica de la generación del 37. La revolución política intenta olvidar formas históricas anteriores mientras que la serie literaria recurre al recuerdo, la tradición y a otras variantes de los encuentros propiamente literarios. Y en ese mismo sentido Ricardo Rojas agregará que el período más sombrío de nuestra historia, Rosas, es el más sólido de nuestra literatura: los proscriptos, como asegura en la Introducción.6 Suposición romántica una vez más. Entonces, la evolución literaria es cuestión de saltos, lo dirán los formalistas rusos casi en la misma época de Rojas, tal vez porque experimentaron crudamente la asincronía entre historia y revolución. Y ese concepto constituye el primer término de diversos mecanismos I JORNADAS DE HISTORIA DE LA CRÍTICA EN LA ARGENTINA 223 formales de Rojas que ya es presentado desde el subtítulo de la obra como Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata. Propuesta que trae implícito un afán comparativo entre Europa y América y, además, insiste en fundar lo nuevo en lo que hay y en lo que queda. Especie de naturalización de la evolución de la cultura, la cultura avanza hasta ser nacional, fenómeno semejante al de la aclimatación, pensado a semejanza de la adaptación de Darwin y Brunnetiere como cuando Rojas escribe: “Los indios dieron su aporte de melancolía; los ne­ gros –si lo queréis– el suyo de sensualidad; y el desierto de América engrandeció de infinito aquella lírica, de leyenda aquella épica, de movimiento sexual aquella danza, de profundo dolor aquella música”. Luego, la gauchesca, esa nueva superficie crítica que Rojas propone como originaria y nacional, y a la que dedica dos tomos igual que a cada uno de los otros segmentos, es el índice y el resumen de su Historia completa, ya que señala el armazón teórico e ideológico que la estructura. La gauchesca contiene todo el desarrollo posterior de la literatura argentina por haber formulado el sistema que le da origen; afirmación que siguió la crítica contemporánea, como ocurre en diversos trabajos de Viñas, Prieto y Ludmer, como escribió Nicolás Rosa en “El oro del linaje” de El arte del olvido; tanto como que por el lado de la literatura los hermanos Lam­ borghini y Aira han mostrado, entre otros, de una y mil formas, esa consecución gauchesca casi fantástica. Conglomerado histórico y literario que centra, marca e irradia toda la evolución, toda la tradición nacional a construir. Así, la “imagen arquitectónica” de su Historia es la “orquesta­ ción cultural” –quizá, un modo de la síntesis– pero su sistema está dado por la comparación aunque con un sesgo metonímico dada la extensión del elemento a historiar y siendo una me­ tá­fo­ra ge­o­lógica la que inicia dicha estructura funcionando evidentemente como garantía positivista.7 Además Rojas constituye dicho orden a partir de fenómenos de yux­­­­taposición e im­bri­ca­ción, Rojas usa cons­­­tantemente comparaciones o para­le­lis­mos (ex­ce­­­sivamente lo hará también en su libro Eurindia), apelando además a numerosos símbolos “or­­­ganizadores”, tal como los llama explícitamente. En esas operaciones su periodización no cronológica se puede ver como una extensión, un refinamiento de la dia­cro­nía aunque reponga cierta nostalgia por el discurso de la histo­ ria uni­ver­­sal del siglo XIX, donde el propósito principal era presentar un cuadro coherente de la sucesión de los gran­­des períodos de la historia del mundo de acuerdo con un aná­li­sis ordenado lógicamente, de modo que dicho cuadro condujera a y rematara en la sociedad a la que pertenecía el autor. Escritores más contemporáneos caminan la tradición nacional del mismo modo, organi­ zando series que conducen a su propia obra, hecho que llevó a que algunos críticos supusie­ ran, entonces, que cuando un autor lee a otro solo lee el camino que lo lleva a sí mismo. Y, en Rojas, la vaga dialéctica de esa localización ampliada en cierta aspiración univer­ sal puede reescribirse en la afirmación: somos una nación porque somos universales, para complejizarse después en una perspectiva romántica como la pensó Michelet para la his­ toria de Francia: somos universales/somos nacionalistas. Esencia universal, permanencia o persistencia local, evolución y resultado nacional. De un orden natural, primitivo, como supuesto origen, anónimo y popular, a un modelo de la naturalización de la cultura. Dice Rojas: “Lo cierto es que el gaucho señala por su originalidad, por su número, por su vigor 224 Departamento de Letras y su trascendencia histórica en las letras y la política argentina, el evidente ensayo de una raza local”.8 Así, esta Historia de la literatura argentina es una serie catastral que resume, clasifica y muestra lo ya hecho hasta ese momento. Ser el primero en clasificar documentos señala la posibilidad de escribir una historia; Gutiérrez ya tenía esos materiales, Rojas tiene además perspectiva, tiempo transcurrido, espacio para interpretar; Rojas cuenta con la necesaria distancia de los hechos, por lo que se inscribe como monumento de la crónica genealógica que con ellos organiza.9 Asimismo cada segmento de esta Historia coincide temática y doctrinariamente con al­ guno de sus otros libros: “Los gauchescos” con El país de la selva y con Eurindia, los “Los coloniales” pueden pensarse como correlativos a Ollantay, a El alma española y al ensayo “Un titán en los Andes”. Textos citados, repetidos o preanunciados constantemente que señalan, por un lado, la coherencia interna y explícita de la empresa de Rojas, pero, por otro, permi­ ten decir que su colección privada construye la historia literaria nacional. Algo me recuerda aquí al afán literario, familiar-nacional de Mansilla, otra vertiente diferente de la genealogía sarmientina. También puede verse que si los proscriptos y los modernos fueron pensados sintética­ mente como el ideal y el trabajo literario sobre la construcción nacional, los gauchescos ha­ bían sido el espacio y los coloniales, el tiempo: la historia como definición, primero espacial, luego temporal –el espacio siempre se hace tiempo– y solo más tarde todos concurren bajo el índice de lo nacional.10 La historia como definición cuando la historia es pretensión fundacional, una verdadera confianza en la palabra, en “la obra del espíritu” como fuerza y transformación de lo real, extensión idealista-romántica del positivismo en este caso. Extensión que a esta Historia le permite presentar también una historia de las lenguas, Rojas realiza una filología que como parte de su preocupación por el origen no tarda en pretenderse fisiológica, sistemas que como órganos construyen listas y diccionarios.11 Historia de la lengua, historia de la literatu­ ra, historia cultural: tal como afirma Barthes, la institución literaria y las prácticas de su es­ critura se coordinan siempre con el discurso de la historia na­cio­­nal presente, así la literatura al ser ordenada desde esa contemporaneidad –en este caso, la historia del Centenario de la Revolución de Mayo– no se constituye en dis­ci­plina autónoma sino como un segmento par­ ticular de la cultura nacional que se vuelve depósito, acumulación y evolución de disímiles materiales que una geología reúne para dar paso a la aventura que aquí seguimos.12 Para finalizar nos preguntábamos si un nacionalismo como el de Rojas es el que le permi­ te incluir todos estos elementos y, de este modo, construir su extensión literaria. Nacionalismo sintetizador que tiene el mal de la extensión sarmientino, tal vez, en el sentido de que presenta una continuidad lógica y espacial, casi un determinismo entre el orden de la naturaleza y el de la cultura; si bien aquí el mal de la extensión cambia de objeto, no necesita –como diría Hal­ perín Donghi bellamente– “una nación para el desierto argentino” sino una historia literaria que conservaría esa “llanura sin límites” y ese “mar pampeano” que el autor pretende como geografía ordenadora del ideal nacionalista.13 Es decir, la historia literaria como cuestión de medidas. Entonces, la extensión dará paso en esta Historia –como dijimos– a una historia de la lengua, a una historia del teatro, a una historia de la poesía, a otra de la novela, a una más I JORNADAS DE HISTORIA DE LA CRÍTICA EN LA ARGENTINA 225 sobre las mujeres escritoras, a otra sobre los prosistas fragmentarios, a otra sobre las obras provinciales, y muchas más. La Historia compone historias, series: una vez dentro de la histo­ ria –como género, como política, como didáctica– es imposible salir, solo resta recorrer esa extensión: un modo de su intensidad y su resistencia. Y por eso, también, la historia literaria de Rojas es una historia de la crítica, una historia de ideas, una historia de hombres, tanto como una historia de géneros. Historia múltiple, recursiva, obsesiva, que incluye la queja, el ma­ nual, el orden y la interpretación nacional. Historia de la literatura argentina que actualmente es desoída, olvidada o, bajo el signo de los tiempos, disimulada mientras volvemos a escribir y leer múltiples series monográficas azarosas que damos en llamar Historias de la literatura argentina; porque hoy, al parecer, un cuerpo, un solo cuerpo, ya no soporta nuestra historia literaria.14 En este caso, como nota final, quiero recordar que desde que comencé a trabajar con la obra de Ricardo Rojas me he permitido establecer un caprichoso pero sugestivo contraste: siempre me pareció que la serpenteante, profundamente literaria historia que reescribió toda su vida Héctor Libertella, a la que llamó divertido La librería argentina, ese ditirámbico camino de confusiones y equívocos que la hacen verdaderamente latinoamericana y nacio­ nal, es quizá la única forma efectivamente literaria que en otro particularísimo salto de la evolución de nuestras lecturas deba inscribir nuestro consabido y caminado canon literario. De allí, también, una diferencia que Nicolás Rosa solía marcar entre historia literaria, historias de obras y autores, e historia de la literatura, historias de géneros, de instituciones y necesida­ des didácticas, interpretativas y explicativas, porque como dijo Leónidas Lamborghini –y esto es un homenaje evidente– “el que explica pierde porque no tiene fe en el poema”. Bibliografía Rosa, Nicolás (ed.). Políticas de la crítica. Historia de la crítica literaria argentina. Buenos Aires, Biblos, 1999. Notas 1 La extensión luego de ser entendida como el carácter fundamental de los cuerpos físicos en la filosofía clásica pasó a pensarse, con variantes, como “una continuidad de resistencia” (Maine de Biran, Bergson, Schelling); la física relativista de los últimos tiempos la ha pensado como la posibilidad de medida de la intensidad de energía en un determinado campo (Nicolás Abbagnano, Diccionario de Filosofía). Por otro lado, J. C. Chiaramonte señala el sesgo romántico-positivista de los fundadores de la nación: “Una vez analizadas distintas expresiones teóricas de los dos sectores en pugna –de manera que puede observarse en ellas una manifestación del conflicto dentro el historicismo romántico del siglo XIX y el antihistoricismo iluminista que, reiteradamente, vuelve a asomar en Argentina a lo largo del mismo siglo–, conviene precisar los alcances de este historicismo, cuya naturaleza limitada se percibe en seguida” (Nacionalismo y Liberalismo Económico en Argentina. 1860-1880). 2 Empleamos el término traducción ya que en los capítulos dedicados a “Los coloniales” Rojas fundamenta su valor en las sucesivas formulaciones historiográficas y lingüísticas de los jesuitas, sistemas primitivos de traducción –dice– que darán origen a la historia y a la filología nacional. 3 Febvre en Combates por la historia postula que el uso de la cro­­­­­­­­no­lo­­gía en la construcción de historias nacionales formaba parte de la i­de­a de la historiografía tradicional: establecer los he­chos y lue­go o­pe­­rar con ellos, la historia se com­po­nía de a­con­­te­­ci­­mientos como átomos, derivando de allí la fuerte atracción que ejercían sobre los his­­­to­ria­­­­­dores los pe­río­dos de origen, hecho paradig­má­ti­co que leemos en la historia literaria de Ro­jas. No se aceptaba que esos he­­­chos se e­legían, ya que e­la­­­­borar un hecho es construir y dar so­­­luciones a un problema, y sin problema no hay investigación. Ausente esa perspectiva se creía que solo se de­­­­bía seguir la cro­no­­lo­gía, aunque ya Michelet decía que ha­ bía que se­guir­­­la pero su­til­men­te, relato que fue definido como “narrativa entrecortada y fragmentaria”, el “contraste y las intermitencias del relato histórico”. Así la historia se convertía en la dei­fi­­­cación del pre­­sente con la a­yu­­da del pasado; la his­to­ria no se com­­plicaba nunca, se­guía siempre una lí­­nea recta: “mara­vi­­llosa con­­­­­tinuidad de una historia na­cio­nal”, dirá Febvre refi­rién­­dose a la de los Comentarios de Cé­­sar sobre la historia de Fran­­­­cia. Febvre ve la discontinuidad tam­bién en esa misma Francia donde otros teó­­­­ri­cos del na­cio­­­­na­­lismo pretenden la con­ti­nuidad; sistema a veces explícito en Ro­jas, Fichte, De Sanc­tis y has­­­­ta en Grams­ci quienes proble­ma­ti­­zan sus discontínuas na­cio­nes en sus muy diferentes propuestas críticas. Historia que de esta manera funciona como serie centrada en nacimientos, y de allí la filiación como explicación (Rojas, en este sentido, llegó a de­­­cir que Hernández con­­­tinuaba a los gauchos [Alfredo de la Guardia, Ricardo Ro­jas] y que San Martín era quizá “el regreso del Inca” [Ricardo Rojas, El santo de la es­pada]). Así lo señalaba en el prólogo de La historia de las es­cue­­­­las: “La sustancia de la Historia no es el pasado como ge­­­ne­ral­men­­­­te se cree, sino el tiempo en la medida de los hechos y los i­de­a­­­­les humanos. La cronología se ha modificado o, al menos, la te­o­­­­ría del tiempo, que es el elemento esencial de la historia”. 4 Y aquí recuerdo como cantinela unos versos tangueros de Oscar Steimberg: “Si en esa puerta de roble alguien golpeaba; / era un joven con futuro, / era un viejo con nostalgia. / La voz del padre los dejaba duros: / partieron sin hablarle, volvieron con apuro” (Figuración de Gabino Betinotti). 226 Departamento de Letras 5 Rojas dice: “el lector que haya seguido atentamente el desenvolvimiento de mis ideas al explicar esta formación popular, habrá visto definirse primero el territorio como crisol de la raza; después la raza, como conciencia colectiva de la nacionalidad; luego el idioma, como instrumento de la literatura nativa...”. Una formulación idealista de impronta hegeliana que supone que alrededor del espíritu surge la cultura cuyos caracteres son los textos literarios, también algunos trabajos hagiográficos o filológicos que Rojas menciona, ordena y analiza; proyecto determinado por una especie de extrema con­­fianza en la i­­­­­­­­­dea como motor de cam­bio moral y es­­piritual que se presenta discursivamente como plan, empresa, teoría o doctrina. La idea es la for­ma en los románticos alemanes, el i­deal, los con­­­­te­nidos: allí pareciera afirmarse que no alcanza la len­­­­gua, el te­­rri­­torio –co­mo pro­­­ponía la Introducción a su Historia–, sino que fuer­­­te­mente era ne­­­­­­ce­sa­rio un plan, una doctrina pa­ra que el proyecto tenga su e­fi­­ca­cia. Puede decirse entonces que las instancias de iniciación, formación y decadencia son claramente puntuadas por Rojas en la tradición argentina, en la gauchesca: regeneración nacional desde 1853 y profundas renovaciones sociales son el contexto de aparición del Martín Fierro, nueva síntesis, perfeccionamiento y superación de anteriores formas fragmentarias en este nuevo “poema cíclico, arquetípico, prototípico”. Inscripción hegeliana de esta historia de la literatura argentina ya en esos ciclos que organizan su sistema de periodización, atravesados por una concepción de la evolución que, aunque inscripta en el biologicismo de la época –su determinismo y su mecanicismo–, aparecerá marcada por informes instancias dialécticas, recordando de algún modo cómo Hegel había reformulado los momentos evolutivos de Darwin. Punto de inflexión y síntesis que le llega a Rojas vía Taine. En términos más generales, encontramos en esta obra diversos registros discursivos que acompañan sus modos argumenta­ti­vos posi­ti­vis­tas, ro­mán­ti­­cos y sus singulares adherencias barrocas. Vaya como ejemplo el que Rojas en su ree­­di­ci­ón de La Restauración Nacionalista puede sumar conceptos iluministas casi obvios (“aún podría alumbrar a mu­­chos jó­ve­nes la luz que hace 12 años encendí en estas páginas”) a formas románticas (la his­to­ria de hé­­roes y hombres e­­­jemplares que realiza cuando a cada tomo de la historia literaria le corresponde una fi­­gura) y no abandonar registros míticos como el sím­bo­lo del tem­­plo de Eu­­rin­dia... 6 En La palabra muda, J. Rancière supone: “Una historicidad nunca se limita simplemente a las maneras de hacer. Es la relaciòn entre maneras de hacer y maneras de decir”. 7 Una nota al pie de la Introducción a su Historia señala a la colonización como “neptuniana”, a la proscripción como “plutónica”, a los modernos como aluvionales mientras que la “roca primordial, genésica” son los nativos, los indios y los gauchos, los payadores primitivos, en su repetida fórmula literaria. 8 Puede pensarse que lo primitivo es lo específico del caso antropológico siendo el atributo fundamental de la gauchesca para Rojas. Lévi-Strauss en “El campo de la antropología” (Antropología estructural) propone que las sociedades primitivas son un lugar privilegiado para alcanzar ciertas formas universales de pensamiento y de moralidad. Elección de tipo filosófico –argumentará citando a Merleau-Ponty–, que le permite suponer que cuanto más se aleja el etnólogo, el sociólogo o concretamente el antropólogo de su formación cultural, más se acerca a la comprensión filosófica. Allí se señala que la antropología obedece a una doble motivación: “retrospectiva, puesto que los géneros de vida primitivos están a punto de desaparecer y hay que apresurarnos a recoger sus lecciones, y prospectiva, en la medida en que, tomando conciencia de una evolución cuyo ritmo se precipita, nos sentimos ya los ´primitivos´ de nuestros biznietos, y procuramos validarnos a nosotros mismos, acercándonos a quienes fueron –y serán aún por un breve momento– tales como una parte de nosotros persiste en permanecer”. Entonces retrospección filológica y prospección nacionalista en el caso de Ricardo Rojas: fundación hacia adelante y fundación hacia atrás. La antropología y la historia parecen unirse en el vaivén de la mirada que ve hacia atrás y mira hacia adelante en la Historia de la literatura argentina de Rojas. Pareciera que una necesidad epistemológica inscribe dicho concepto en esta historia literaria: “lo primitivo” supone, también, “la evolución” largamente trabajada por Rojas. 9 En la Historia de Rojas la li­­te­­­ra­­­­tura constituye el do­cumento es­­piri­tual, do­­cu­men­to en su sentido filológico y es­pí­ri­tu como sinó­ni­mo de medio, sen­timientos, é­po­ca, te­­rritorio, ca­­racteres que se pueden trabajar como los de las cons­truc­ciones na­cio­­nalistas del XIX. Documentos que podemos entender también cual huellas del pasado, la colección de materiales, la positividad científica y romántica de la época y su doctrina. 10 Puede recordarse que un cambio romántico fue la nueva concepción del espacio, la proyección espacial de la realidad y la localización de sus diferentes niveles (N. Frye, La estructura inflexible de la obra literaria). 11 Series, listas y nóminas, taxonomías y clasificaciones: un orden científico aprieta el plan de Rojas: “Nómina de los proscriptos” en “La pléyade de los proscriptos”, lista de librerías de Buenos Aires en la época de la de Marcos Sastre, “así podríamos prolongar la lista hasta llegar a otros argentinos que no han alcanzado renombre público en su patria”, afirma. Catálogos y series que además de sistematizar la genealogía que traza, organizan el perfil cuantitativo de su Historia, primer momento de la descripción historiográfica que luego da lugar a la interpretación. 12 Evidentemente la Historia de Rojas es el documento li­­terario que se construye pa­ra el Centenario, de allí parte su perfil explícitamente nacionalista y el ser, quizá, una especie de historia o­fi­cial para el ra­dicalismo irigoyenista (ver Sarlo y Altamirano, Ensayos argentinos). 13 La geografía y la historia se traducen en geografía política, noción rectora que Rojas postula al decir: “cada civilización es la realización espacial de una cultura; cada cultura, la forma temporal de una tradición, cada tradición, la función histórica del espíritu de un pueblo”. Y esa geografía política hace posible la inclusión de historia y literatura en la misma lógica y, también, la geografía garantiza la permanencia dentro del cambio. Además de que su movimiento crítico arqueológico y filológico la transforman en cartografía, mapa de la extensión. 14 Recuerdo en este caso la Breve historia de la literatura argentina de Martín Prieto (Taurus, 2006) como ejemplo a valorar. CV Laura Estrin es licenciada en Letras de la UBA donde trabaja en Teoría Literaria y Literaturas Eslavas desde 1992. Publicó Álbum (2001), Parque Chacabuco (2004), Alles Ding (2007) y editará A maroma (2010); también el ensayo César Aira. El realismo y sus extremos (1999). Ha escrito ensayos sobre crítica y literatura argentina en Políticas de la crítica (1999), Historia del ensayo argentino (2003) y Literatura Argentina del Siglo XX, Tomo I y III (2007), y “El viaje del provinciano”, en Las políticas de los caminos (2009). Prologó Simbolistas rusos (2006), Tres poemas (2006) y Cazador de ratas (2007), ambos de M. Tsvietáieva. Ha preparado recientemente la edición de una biografía de Tolstoi de V. Shklovski y una antología de Jlebnikov para España. Tuvo a su cuidado la edición de la obra narrativa inédita de Ricardo Zelarayán, Lata peinada. Actualmente dirige la colección de Autores Argentinos de Editorial Letra Nómada, en la cual prologó Zettel de Héctor Libertella y prepara la serie “Sueltos”. I JORNADAS DE HISTORIA DE LA CRÍTICA EN LA ARGENTINA 227