María y el Corazón de Jesús - Religiosas de María Inmaculada

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MARÍA DE NAZARET Y EL CORAZÓN DE JESÚS
Maria, la Madre de Jesús, precede históricamente en el tiempo a Su Hijo, el Verbo Encarnado
de Dios…Este año, litúrgicamente, es como si Maria quisiera, en el mes dedicado a Ella,
presentarnos a su Hijo, el Verbo de Dios hecho carne…Es como si quisiera decirnos: “aquí
está Aquél que tanto os ha amado: entrad en su corazón” o, con las palabras de San
Buenaventura:
“Levántate, pues alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una
cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola
que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella
tus labios para que bebas de las fuentes del Salvador .Porque ésta es la fuente que mana
en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones
amantes, riega y fecunda toda la tierra. Corre con vivo deseo, a esta fuente de vida y de
luz, quienquiera que seas,¡ oh alma amante de Dios! y con toda la fuerza del corazón
exclama:….en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz”
La fiesta del Sagrado Corazón es la fiesta del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús y es su recuerdo el que la Iglesia quiere fortalecer en el mes de Junio dedicado a El. Es
una llamada a los cristianos a creer en el amor que Jesús nos tiene.
Al coincidir la fiesta del Sagrado Corazón con el final del mes dedicado a Maria, cae de
su peso tratar de entrar en el misterio de la relación que Maria tuvo con Su Hijo, relación de
madre y educadora... ¿Qué tiene que ver Maria con la formación de Jesús? Hace muchos años
leí algo sobre esto del P.Jean Galot SJ. que me impresionó y me introdujo de alguna manera
en el misterio de la influencia decisiva que Maria tuvo sobre el Corazón de Cristo. En el
fondo, es influencia sobre su persona, puesto que el corazón es el lugar donde se fraguan las
disposiciones más intimas, sus pensamientos, intenciones, impulsos para la acción,
sentimientos más característicos...en definitiva el ser de la persona. Acercarnos al Corazón de
Cristo es abrirse a la verdad más fundamental, la del amor de Dios que viene a invadir nuestro
mundo…porque nuestro mundo, pese a las apariencias, está lleno del amor de Dios...
¿Qué papel tuvo Maria en la formación de la persona humana de Jesús, del corazón de
Jesús?
No podemos encontrar una respuesta a esta pregunta, si no tratamos de asomarnos al
misterio de los 30 años de Maria y Jesús en Nazaret, al misterio de la escuela de Nazaret, en
la que Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María, aprende a vivir.
Ciertamente es misteriosa esta realidad del crecimiento de Jesús en la conciencia de lo
que Él realmente es, al lado de una mujer humilde y sencilla como María. La formación
progresiva del corazón de Jesús se realiza en la cálida atmósfera de un amor de madre a la que
había sido confiada la inaudita tarea de formar el corazón del Hijo de Dios. Como este
corazón se había formado fisiológicamente en el vientre de María y había comenzado a latir
allí, así se ha desarrollado sicológicamente envuelto en su afecto.
Los ojos de Jesús se fijaban en María para contemplarla y gozar con su presencia, como
la mirada del Verbo se fijaba en el corazón del Padre… ¿Quién más que María podía
recordarle el amor del Padre? Contemplándola con sus ingenuos ojos de niño Jesús creía, con
asombro, que reencontraba en Ella al Padre. Este continuo descubrimiento del Padre
transformaba lo rutinario de sus relaciones cotidianas con María en una sorpresa siempre
nueva.
La sumisión de Jesús era tan profunda, que María pudo ejercitar, más que cualquier otra
madre sobre su hijo, una influencia decisiva en su corazón. La formación de Jesús no es
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únicamente obra de María. Él llevaba en sí un principio interior, su misma persona divina, que
guiaba todo el desarrollo de sus facultades y de su actividad. El Hijo recibía del Padre la
orientación esencial de su vida humana y era guiado en cada instante por la luz del Espíritu
Santo; pero esto no excluía la aportación de Maria, también esencial. La divinidad del Verbo
ha querido traducirse en una naturaleza humana mediante el concurso de una mujer, de una
madre. Es precisamente esta tarea de la Virgen, en la formación del corazón humano de Jesús,
lo que queremos subrayar.
María ha ayudado a Jesús a expresar su afecto hacia el Padre. Es la suprema paradoja:
Él, que había amado al Padre desde toda la eternidad, ha aprendido a amarlo de manera
humana a través de la educación materna. De hecho Jesús recibía una iluminación especial
sobre su filiación divina.
Él poseía una conciencia de su persona divina, que era superior al conocimiento que
María tenía de su propio Hijo. En virtud de esta conciencia personal, llamaba al Padre
“Abba”, en el secreto de su propio lenguaje. Con doce años, en su respuesta a María,
pronunciando este nombre, le revelará su auténtico vínculo de Hijo con El Padre. Sin
embargo, de María Él ha aprendido el modo judío de orar; es tarea de la madre ayudar al niño
a ponerse en relación con Dios. María enseñaba al Hijo las formas humanas de la devoción,
las expresiones usadas en el culto; en este sentido enseñaba a orar a Aquél que, más tarde,
sería el Maestro de oración.
La oración que Jesús le enseñará a los apóstoles evidenciará lo que había sido el
pensamiento dominante de la Virgen: la centralidad del querer de Dios. Baste recordar su:
“hágase en mí según tu palabra” (Lc. 2,37). Esta respuesta, en la que todo su ser se
entregaba, había sido un preanuncio de las peticiones del Padrenuestro, en el que la voluntad
de Dios está por encima de cualquier otra preocupación. Así mismo, algo de la segunda parte
de esta oración podía reflejar la implicación de María en la tarea de la liberación del mal que
oprimía a la humanidad, en la certeza de que el Hijo había venido para quitar el pecado del
mundo (así le compartiría José después de su sueño). Podemos también descubrir ese reflejo
del corazón de María en la oración de Getsemaní (Lc. 22,42): en el momento más doloroso de
su vida, Jesús expresaba su disposición más fundamental que se había formado con la
aportación de la educación materna. Las cosas aprendidas por esa educación reafloran en
momentos críticos de la existencia humana.
El ejemplo de María estimuló en Jesús la preferencia por la oración del corazón.
Cuando Jesús, más adelante, aconsejará evitar el exceso de palabras y orar en el secreto del
corazón, no hará otra cosa que difundir el modo de orar vivido por María. Definiendo el
verdadero culto, “adorar al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24), Él recomendará lo que
había admirado en su Madre. La Virgen, de esta manera, ha educado al propio Hijo a una
cierta discreción en la devoción: los sentimientos religiosos de Cristo serán extremadamente
profundos, pero conservarán siempre moderación y sabiduría en sus manifestaciones.
María era para el Niño de Nazaret ejemplo también de la constancia en la oración.
Cuando Jesús asegura a los discípulos el triunfo de la oración perseverante, ilustrará su
enseñanza con el ejemplo de una mujer pobre y débil, y una viuda que termina por obtener lo
que había infatigablemente pedido. Quizás, Jesús reencontrará en aquella viuda la imagen de
la Madre, débil y desprovista de protecciones humanas, pero irresistible ante Dios por la
perseverancia de sus oraciones.
Es precioso pensar que el cariño humano de Jesús por el Padre, que de alguna manera
constituye la fuente de sus actividades, se haya desarrollado en Él con la ayuda de su Madre.
Entre todas las mujeres, sólo a María le fue confiada la delicada misión de participar de
alguna manera en la intimidad del Hijo con el Padre, para formar en Jesús un corazón
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humano, perfectamente acorde con su amor divino. Todos los sentimientos más íntimos de
Cristo: la devoción absoluta hacia el Padre, la alabanza y admiración por El , el servicio, la
gratitud, la fe en su bondad, el ardor de las oraciones que le dirige y el pensamiento
continuamente fijo en el Padre, se han desarrollado bajo el influjo de la educación materna.
María no solamente estimuló en Jesús el amor humano hacia el Padre. Todos los tesoros
de su amor por los hombres, que prodigó en el curso de su vida pública, se han desarrollado
en Él a través del contacto con la Madre. Y las múltiples manifestaciones de este amor son
huella de la educación recibida.
¿Acaso María no preparó en Jesús su táctica general de apostolado que fue: “vencer a
fuerza de amor?”. Así se comportaba la Virgen, según lo poco que nos narran los evangelios.
En cada circunstancia, Ella mostraba un amor humilde y paciente, pero indomable. En Caná,
el interés por los esposos logra obtener el milagro. Su cariño por los parientes de Jesús, que al
principio le rechazaban y casi obstaculizaban su obra mesiánica, no fue limitado por su
actitud; al contrario, su amor perseverante logró que cayeran sus prejuicios y creciera en ellos
su fe en el Hijo. La encontramos en su compañía cuando van a buscar a Jesús.
Es la perseverancia en el amor la que también encontramos en Jesús: su mirada de amor
al joven rico, su perseverar en la paciencia con sus adversarios, su condescendencia en no
rechazar nunca a los fariseos y consentir en responder a todas sus preguntas, su perdón en el
Calvario. Pero, pese a un amor sin límite, Jesús nunca forzará... No forzó al joven rico ni
forzó a Judas. Esta prudencia en el amor, este respeto de la libertad ajena, Jesús los hereda
probablemente, en el orden de las causas humanas, de su Madre. Muchos indicios parecen
demostrar que María nunca abusó de la sumisión de Jesús, y que supo resistir a la tentación
propia de las madres de guardar para sí al propio hijo.
Con mucha delicadeza, María fortaleció la espontaneidad de Jesús. En el episodio del
templo se ve su preocupación de no educar a Jesús de manera autoritaria, sino permitirle
expresarse libremente; Ella hace una llamada para que caiga en la cuenta del dolor que puede
causar a sus padres. Más tarde, en Caná, no le pide expresamente un milagro sino que deja
que Él juzgue y decida. Después de la respuesta -en apariencia poco halagüeña- de Jesús, Ella
dice a los sirvientes: “haced lo que Él os diga”. Así pone a salvo la libertad absoluta del Hijo.
Ama demasiado a Jesús como para imponérsele.
También Jesús contará siempre con el libre consentimiento de los que serán
evangelizados y hará un llamamiento al entusiasmo espontáneo de su amor.
Otros rasgos notables del corazón de Cristo parecen provenir de María: Su predilección
por los pobres y pecadores, su sensibilidad hacia las miserias corporales y su piedad aún más
profunda hacia las espirituales. Habitualmente, es propio de la madre inculcar al niño la
sensibilidad hacia las situaciones de los demás. De esta compasión de María, tenemos sólo el
ejemplo de Caná, pero podemos naturalmente pensar que tuviera un corazón particularmente
sensible y que con esta sensibilidad haya enriquecido a Jesús.
También en la sencillez de Jesús parece manifestarse igualmente el influjo de la Madre.
Al presentarse al pueblo como Mesías e Hijo de Dios, dio prueba de una sencillez
desconcertante; nunca puso entre Él y los demás una barrera de dignidad, y la gente se
acercaba a Él muy fácilmente, superando sin saberlo la distancia entre Dios y el hombre.
Adoptó un estilo de vida sencillo y nunca buscó vislumbrar ni aparecer. En su amor por la
naturaleza es significativo que se fijara en las flores más sencillas, que quizás le recordarían
los campos de su infancia…
A esta actitud se unía la gran humildad que María había compartido con su Hijo.
Cuando Jesús habla del corazón manso y humilde, de su yugo suave y carga ligera, puede que
recuerde lo que había sido para Él la autoridad materna, y es esto lo que quiere ofrecer a sus
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discípulos. María se había hecho sierva de todos, Él también se hizo siervo de los hombres:
“el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir” (Mc. 10, 45). Podemos
pensar que esta expresión viene sugerida por la vida escondida de María…
El servicio de Jesús, como el de María, es AMOR… Cuando cura y enseña, cuando
corrige y anima, cuando consuela y levanta. En todos los encuentros y en cada gesto, Jesús
está amando, se está dando. En sus actitudes y palabras, podemos encontrar un reflejo de la
mano y el corazón materno.
Por fin, Jesús debe a su Madre una educación que favoreció el equilibrio de sus
sentimientos. Por una parte, Jesús posee y manifiesta toda la riqueza de la emotividad humana
y, por otro lado, conserva el control de sus sentimientos y se comporta siempre según la
voluntad del Padre, no permitiendo a su corazón ir por otro camino. Al manifestar sus
emociones demuestra medida y discreción; su personalidad guarda siempre la firmeza y la
estabilidad necesarias. Un hombre puede obtener el desarrollo armónico y equilibrado de sus
propias cualidades afectivas, sobre todo por el influjo materno; y María, que a los pies de la
Cruz mostró poseer esta riqueza y dominio de sentimientos, había sido ciertamente capaz de
transmitirlos a Jesús.
Así María ha contribuido a la formación del corazón del Cristo, no tanto con las
cosas que decía cuanto con lo que Ella era. El amor de Jesús se ha desarrollado
naturalmente a imagen de su amor materno. De María recibió el profundo respeto por
la libertad humana, la profundidad y, al mismo tiempo, el dominio de las emociones, la
multiplicidad de las atenciones y la sencillez del trato… Él hacía suyos todos los
sentimientos de su Madre; como María, obraba constantemente según la voluntad del
Padre y las inspiraciones del Espíritu Santo, de modo que entre los dos no podía nunca
existir discordancia. El Niño de Nazaret sólo tenía que abrir completamente su alma a la de
su Madre y estar preparado para recibir todo de Ella. Él se abandonaba en María con una
confianza total y se dejaba formar por el toque delicado de su amor… El Verbo de Dios ha
querido darse así un corazón humano, a través de la obra de María, la persona íntegramente
unida a Dios.
Al terminar el mes de Mayo, seguramente quedan en el corazón de todo cristiano
rescoldos de una familiaridad con Maria, fraguada en la oración…El rezo del rosario, que
muchas personas habrán cuidado con esmero en este tiempo, les habrá llevado a orar con los
misterios de la vida de Maria y de Jesús y acercado al misterio de la unión de corazones entre
Madre e Hijo.
Nadie como Maria puede llevarnos a entrar en los sentimientos del corazón de Cristo
para que lleguen a “tocar” el nuestro, a transformarlo, a aprender del suyo, como es deseo
expreso de Jesús “ aprender de mí que soy manso y humilde de corazón” (cf.Mt.11.29)
La devoción al Corazón de Jesús, tan querida por Santa Vicenta Maria, debería sazonar
nuestra espiritualidad, porque para ella fue expresión de la acogida del amor del Señor y de su
respuesta a ese amor, con amor...Parece que esto era lo que más deseaba su corazón, ya que,
en los últimos momentos de su vida, ésta fue su recomendación: “Le encargo que
propaguen cuanto puedan la devoción al Sagrado Corazón de Jesús”
¿Por qué? porque la devoción al Sagrado Corazón es devoción al Cristo que ama, ama
hasta el extremo, y lo que ocupó el corazón de SantaVicenta Maria, en toda su vida, fue el
amor, un amor llevado hasta la total donación y entrega.
Mª Eugenia Vicenti rmi
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